
Lectura bíblica: Jn. 3:1-16
Al comienzo de este capítulo desearía que presten su atención a Juan 3:16, un versículo muy conocido por todos nosotros: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no perezca, mas tenga vida eterna”. Por favor noten que este versículo comienza con la palabra porque. Aquí la palabra griega traducida “porque” es gar, que se usa a menudo con mucho significado, especialmente en los escritos de Pablo. Las epístolas de Pablo muestran que él era una persona muy lógica y razonable. Con frecuencia él usa la palabra porque para explicar sus pensamientos. Por ejemplo, en Romanos 8:1-27 hay doce versículos que comienzan con esta palabra.
El uso de la palabra porque al comienzo de Juan 3:16 indica que éste no es un versículo aislado. Al contrario, éste es un versículo que depende de la palabra que le precede. Con base en lo que se abarca en 3:1-15, el versículo 16 explica: “Porque de tal manera amó Dios al mundo...”.
Antes de seguir considerando este asunto, desearía hablarles acerca de la gracia. La gracia se refiere a un regalo, algo que se da gratuitamente. Si usted le diese un regalo a alguien, ese don puede considerarse como gracia. Cáris, la palabra griega para gracia, puede traducirse “gracia” o “regalo”. Un don es siempre una gracia. Según el concepto común entre los cristianos, la gracia denota un favor inmerecido.
El Evangelio de Juan usa la palabra gracia de una manera muy enfática. Juan 1:14 dice que la Palabra, que es Dios, se hizo carne y fijó tabernáculo entre nosotros, lleno de gracia. Luego en 1:16 y 17 Juan continúa y dice: “De Su plenitud recibimos todos, y gracia sobre gracia. Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la realidad vinieron por medio de Jesucristo”. La ley no tiene vida; por ende, fue dada. Pero la gracia es una persona; por ende, se nos dice que la gracia vino. Los que estudian la Biblia saben que la ley es un asunto importante, pero la gracia es un asunto aún más importante. Podemos decir que la Biblia enseña principalmente dos cosas: la ley de la vieja dispensación y la gracia de la nueva dispensación. Ningún otro libro en el Nuevo Testamento pone tanto énfasis en la gracia como lo hace el Evangelio de Juan. Si queremos conocer lo qué es la gracia, necesitamos acudir a este evangelio, un evangelio que enfatiza la gracia hasta el máximo, e inquirir del apóstol Juan que es lo que quiere decir con la palabra gracia.
En el capítulo 3 de Juan tenemos una definición de la gracia, aun cuando la palabra gracia no se usa en este capítulo. Juan 3:16 dice que de tal manera amó Dios al mundo que dio a Su Hijo unigénito. Aquí no nos dice que Dios nos dio un favor inmerecido; sino que nos dice que Él nos dio a una persona, a Su Hijo. Esta persona que Dios da es el don, y este don es la gracia.
En Juan 3 tenemos un vínculo que une este capítulo con Juan 1. En el capítulo 1 de Juan tenemos la gracia, y en el capítulo 3 tenemos el don de Dios. La gracia es el don, y este don es la gracia.
Hemos visto que 3:16 comienza con porque, y esto indica que aquí tenemos una explicación de la palabra antes dicha. Por consiguiente, debemos considerar lo que dice el versículo 15, a saber: “Para que todo aquel que en Él cree, tenga vida eterna”. La palabra para al comienzo del versículo 15 indica también que este versículo es una continuación de lo que se ha dicho antes. Tanto el versículo 15 como el versículo 16 finalizan con las palabras vida eterna. Éste es otro indicio de que el versículo 16 es una explicación del versículo 15. Sin embargo, el hecho que el versículo 15 comience con la palabra para indica que este versículo también es una continuación. Por lo tanto, a fin de entender el versículo 15 debemos leer el versículo 14.
Juan 3:14 dice: “Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado”. Noten que este versículo comienza diciendo: “Y”. Esto es una indicación de que el versículo 14 no es un versículo aislado. Si leemos los versículos 14 y 15 juntos, veremos que el Hijo del Hombre fue levantado para que todo aquel que en Él cree, tenga vida eterna. Esto comprueba que el resultado de que el Hijo del Hombre sea levantado es la vida eterna. Si el Hijo del Hombre no hubiera sido levantado en la forma de una serpiente de bronce, no sería posible darle la vida eterna a nadie. Sin embargo, debido a que Cristo fue levantado como la serpiente de bronce, ahora podemos recibir la vida eterna al creer en Él.
Ya hemos señalado que, debido a que el versículo 14 comienza con la conjunción y, no está aislado del contexto. Este versículo es la continuación del versículo 13. Pero el versículo 13 comienza con la palabra nadie, y el versículo 12 comienza con la preposición si. Esto nos hace regresar al versículo 11, que dice: “De cierto, de cierto te digo, que lo que sabemos hablamos, y lo que hemos visto, testificamos; y no recibís nuestro testimonio”. Aquí el Señor Jesús no dijo: “Yo hablo”; Él dijo: “Hablamos”. ¿A quiénes alude el pronombre “nosotros”, implícito en “hablamos”? Alude a Juan el Bautista y al Señor Jesús. Si leemos los capítulos 1 y 3 de Juan, veremos que Juan el Bautista vino antes de que viniera el Señor Jesús. Según Mateo 3:11, Juan el Bautista les dijo a los fariseos y saduceos: “Yo os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene tras mí, a quien yo no soy digno de llevarle las sandalias, es más fuerte que yo; Él os bautizará en el Espíritu Santo y fuego”. Según Juan 1:33, Juan el Bautista dijo: “El que me envió a bautizar en agua, Él me dijo: Sobre quien veas descender al Espíritu y que permanece sobre Él, ése es el que bautiza en el Espíritu Santo”. Por consiguiente, Juan dejó bien claro que él había venido para bautizar en agua, pero Aquél que iba a venir, Él bautizaría a Sus creyentes en el Espíritu. Juan parecía decir: “Aquél que es más fuerte que yo, quien viene tras mí, Él os bautizará en el Espíritu. Puesto que vosotros sois pecaminosos, yo os bautizo en agua para arrepentimiento. El propósito de mi bautismo es darles sepultura. Ustedes solo sirven para ser sepultados. Yo os llamo al arrepentimiento. ¿Realmente desean arrepentirse? ¿Saben lo que significa arrepentirse? Arrepentirse es darse cuenta de que uno es pecaminoso y que no sirve para nada, sino para morir y ser sepultado. Si verdaderamente desean arrepentirse, entonces dejen que los sepulte en agua. Lo único que yo puedo hacer es darles fin al sepultarlos. Yo no puedo darles vida. Pero la muerte trae resurrección. Después de que yo los sepulte en agua, el que viene tras mí, Él será levantado y los pondrá en el Espíritu. Entonces ustedes llegarán a ser una nueva creación, un nuevo linaje”. ¿Saben lo qué es esto? Esto es la regeneración.
Los versículos del 1 al 16 de Juan 3 forman una sección completa. Esto significa que el versículo 16 es la conclusión de esta sección. No obstante, por siglos los cristianos han considerado esta conclusión como si fuese algo independiente de los versículos anteriores. Por supuesto, muchos han tomado en cuenta el asunto de la regeneración. Sin embargo, todavía es necesario que veamos el cuadro completo presentado en estos dieciséis versículos.
Los versículos 1 y 2 dicen: “Había un hombre de los fariseos que se llamaba Nicodemo, un principal entre los judíos. Éste vino a Jesús de noche, y le dijo: Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que Tú haces, si no está Dios con él”. Aquí vemos que Nicodemo era un fariseo. En sus días, habían ciertos requisitos para ser un fariseo. Nicodemo no solamente era un fariseo; él también era un líder principal entre los judíos. ¿Por qué una persona como ésta vino al Señor Jesús de noche? Nicodemo vino al Señor de noche debido al orgullo. Él era un fariseo de una posición muy elevada en la sociedad. También, según 3:10, era un maestro de Israel. Además, Nicodemo era un anciano y un caballero. Podemos decir que él era un fariseo, un principal, un maestro, un anciano y un caballero.
Es posible que en ese tiempo Nicodemo tuviera más de sesenta años de edad. El Señor Jesús probablemente tendría un poco más de treinta. Nicodemo era por lo menos, una generación mayor que el Señor Jesús. No obstante, vino a un joven de Nazaret para que le enseñara. Nicodemo sabía que si le veían hablando con el Señor Jesús, otros fariseos podrían condenarle y avergonzarle. Es por esto que él vino al Señor de noche.
Cuando vino al Señor, Nicodemo lo llamó rabí, un título honorable que alude a un maestro. Nicodemo también dijo que nadie podía hacer las señales que el Señor hacía, si Dios no estaba con él. Es muy significativo que Nicodemo tuviera tal reconocimiento de Jesús, el nazareno. Debido a que Nicodemo sabía que Dios estaba con este nazareno, él estuvo dispuesto a venir al Señor para recibir Su enseñanza.
Según 3:3, el Señor respondió a Nicodemo: “De cierto, de cierto te digo: El que no nace de nuevo, no puede ver el reino de Dios”. Aquí el Señor parecía estar diciendo: “El hecho que me llames rabí indica que quieres recibir más enseñanzas, más doctrinas. Pero Yo no he venido para que tú tengas doctrina. Nicodemo, Yo he venido para que tengas vida, y para que la tengas en abundancia. He venido para impartirte vida. No estoy aquí como un rabí para darte más enseñanzas. Nicodemo, Yo no soy tu rabí, soy tu Dador de vida. Es más, deseo ser tu vida misma. Quiero darme a ti como tu vida. Lo que tú necesitas es nacer de nuevo. Si no naces de nuevo, no puedes ver el reino de Dios, ni mucho menos entrar en él. Nicodemo, ahora estás en el reino de los hombres. Pero hay otro reino, otra esfera, y ésta es la esfera de Dios. ¿Cómo puedes tú, un ser humano, conocer las cosas que están en la esfera de Dios? Si deseas conocer las cosas que se hallan en esa esfera, necesitas tener la vida de Dios. Por consiguiente, si deseas ver el reino de Dios y entrar en él, necesitas nacer de nuevo”.
Todo reino tiene una clase de vida en particular. Las plantas en el reino vegetal tienen la vida vegetal, y los animales en el reino animal tienen la vida animal. Conforme al mismo principio, los seres humanos en el reino humano tienen una vida humana. Por las palabras que el Señor dijo a Nicodemo vemos que necesitamos otra vida, la vida divina, la vida de Dios, si es que deseamos conocer las cosas del reino divino.
Cuando el Señor le dijo a Nicodemo que es necesario nacer de nuevo, éste le dijo: “¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer?” (v. 4). Esto indica que Nicodemo pensó que, para nacer de nuevo, una persona debía entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer. Era así como él entendía la palabra del Señor.
En el versículo 5 el Señor Jesús siguió diciendo: “De cierto, de cierto te digo: El que no nace de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios”. Noten que el Señor no le explicó a Nicodemo lo que quiere decir nacer de agua y del Espíritu; y tampoco Nicodemo se lo preguntó. Esto indica que Nicodemo entendió la palabra del Señor acerca de nacer de agua y del Espíritu. Como ya lo mencionamos, Nicodemo debió de haber conocido las palabras de Juan el Bautista. Éste había dicho que él bautizaba en agua, pero que el que venía tras él, Él los bautizaría en el Espíritu. Por consiguiente, necesitamos dos clases de bautismos: un bautismo en agua y un bautismo en el Espíritu.
En los versículos 6 y 7 el Señor continuó, y dijo que lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. Entonces le dijo a Nicodemo que no se maravillara de que le había dicho: “Os es necesario nacer de nuevo”. Luego en el versículo 8 el Señor le dijo: “El viento sopla donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu”.
Según el versículo 9, Nicodemo le dijo al Señor: “¿Cómo puede hacerse esto?”. Esto indica que él entendió lo que el Señor estaba hablando, y ahora quería saber cómo podía hacerse eso.
Respondió el Señor y le dijo: “¿Eres tú maestro de Israel, y no sabes esto?” (v. 10). Aquí y en los versículos siguientes el Señor parecía decir: “Nicodemo, siendo un maestro de Israel, ¿nunca has enseñado acerca del capítulo 21 de Números? Tú sabes que, según ese capítulo, los hijos de Israel fueron rebeldes, y ellos fueron mordidos por serpientes. Muchas personas murieron. Cuando los hijos de Israel clamaron a Moisés a causa de la situación, Moisés oró al Señor en nombre de ellos, y Dios le dijo que hiciera una serpiente de bronce y la levantara sobre un asta. También le dijo que todo el que había sido mordido por una serpiente venenosa debía mirar a la serpiente de bronce que estaba sobre el asta, y cualquiera que la mirara, viviría. La mayoría de los hijos de Israel hizo esto, y de esa manera ellos no murieron. Nicodemo, dado que has sido maestro por muchos años, tú debes conocer esta historia”.
En el versículo 11 el Señor siguió diciendo: “De cierto, de cierto te digo, que lo que sabemos hablamos, y lo que hemos visto, testificamos; y no recibís nuestro testimonio”. En este versículo nosotros (implícito en sabemos) y nuestro se refieren a Juan el Bautista y al Señor Jesús.
En el versículo 12 el Señor añadió: “Si os he dicho las cosas que están en la tierra, y no creéis, ¿cómo creeréis si os digo las que están en el cielo?”. Aquí, las cosas que están en la tierra no se refieren a las cosas de naturaleza terrenal, sino a las que ocurren sobre la tierra, incluyendo la redención y la regeneración. La regeneración no ocurre en el cielo, sino en la tierra. En el mismo principio, en este versículo, “las que están en el cielo” no son las cosas de naturaleza celestial, sino las cosas que ocurren en el cielo. Así pues, en el versículo siguiente el Señor dijo que Él es el que descendió del cielo, y que aún está en el cielo. Esto muestra que Él conoce las cosas que ocurren en el cielo, porque Él es el que está todo el tiempo en el cielo.
Como hemos visto, los versículos 14 y 15 dicen que así “como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en Él cree, tenga vida eterna”. Luego el versículo 16 explica que “de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no perezca, más tenga vida eterna”.
El capítulo 1 del Evangelio de Juan revela que Cristo vino como tabernáculo (v. 14), y que ese tabernáculo era en realidad el Dios encarnado en quien los creyentes pueden entrar. ¿Pero cuál es la entrada, el camino, al tabernáculo? La entrada es Cristo como las ofrendas. Por lo tanto, después del tabernáculo en 1:14, tenemos el Cordero de Dios en 1:29. Este Cordero representa a Cristo como todas las ofrendas. Es mediante estas ofrendas que podemos entrar en el tabernáculo. Por consiguiente, en el capítulo 1 tenemos el tabernáculo y las ofrendas como el camino por el cual entramos en este tabernáculo, el Dios encarnado.
En Juan 1 vemos que Dios vino mediante la encarnación para ser el tabernáculo y que también vino como las ofrendas para ser nuestro disfrute. Si lo disfrutamos a Él y participamos de Él como las ofrendas, podemos entrar en Él como el tabernáculo.
En los capítulos del 3 al 11 de Juan tenemos varios casos como ejemplos. El primer caso es el de Nicodemo. Según Juan 3, Nicodemo, un fariseo, un líder principal, un anciano, un caballero y uno que busca a Dios, vino a Aquel que es el tabernáculo y las ofrendas. Aquel a quien Nicodemo contactó de noche era el Dios encarnado que sería recibido por nosotros a fin de que pudiésemos entrar en Él. Además, Él era también todas las ofrendas. ¿Cómo podía Nicodemo, una persona necesitada, participar de este Dios encarnado? ¿Cómo podía él disfrutar a Dios y entrar en Dios? ¿Quién es capaz de responder esta pregunta? ¿Acaso la respondieron los filósofos antiguos de Grecia, Babilonia o Egipto? Ciertamente no. Tampoco Confucio respondió esta pregunta. Pero la Biblia revela la respuesta de esta pregunta sumamente difícil. Según lo descrito en Juan 3, Nicodemo necesitaba que el Dios encarnado fuese sus ofrendas. A fin de entender esto, necesitamos los tipos del tabernáculo y las ofrendas descritos en el Antiguo Testamento, y también necesitamos los casos presentados en el Nuevo Testamento.
Cuando Nicodemo se refirió al Señor Jesús como un maestro enviado por Dios, el Señor le dijo que le era necesario nacer de nuevo. Después Él se dispuso a ayudar a Nicodemo a entender esto con claridad. Nicodemo preguntó: “¿Cómo puede hacerse esto?”. Pareciera que él dijese: “Ahora ya sé lo que significa nacer de nuevo. ¿Pero cómo puede hacerse esto?”. En respuesta a la pregunta de Nicodemo, el Señor se comparó con la serpiente de bronce que fue levantada sobre un asta: “Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado”. Aquí el Señor Jesús pareció decirle: “Yo he venido para ser una serpiente de bronce, y un día seré levantado en la cruz. Nicodemo, esto indica que no importa cuán bueno, amable y calificado seas, debes darte cuenta de que tienes una naturaleza serpentina. No pienses que los que cometen pecados graves son serpentinos, pero tú no. Nicodemo, tu tienes una naturaleza serpentina. En Adán, tu antepasado y ancestro, fuiste mordido por la serpiente antigua. Cuando Adán fue mordido por la serpiente, tú también fuiste mordido. Debido que has nacido de Adán, heredaste su naturaleza serpentina. Externamente, no parece que fueras serpentino, sino un caballero. Pero internamente, según tu naturaleza, eres serpentino. Por esta razón, es necesario que Yo muera por ti. Así como la serpiente de bronce fue levantada por Moisés, es necesario que Yo sea levantado en la cruz y juzgado por Dios en tu lugar. Nicodemo, has estado enseñando a los hijos de Israel por años. ¿Nunca les has contado la historia de las serpientes en Números 21? Tienes que comprender, Nicodemo, que eres serpentino y que Yo debo morir por ti como tu Sustituto. Tienes el veneno de la serpiente, pero Yo soy simplemente una serpiente de bronce. Tengo la forma de una serpiente, más no la naturaleza venenosa de una serpiente. Pese a que no tengo pecado, Dios me ha hecho pecado por ti (2 Co. 5:21). Yo no conozco el pecado, pero Dios me envió en la semejanza de la carne de pecado (Ro. 8:3), en la forma de una serpiente de bronce”.
Hoy en día los cristianos valoran muchísimo Juan 3:16, pero no muchos entienden 3:14. Sin embargo, 3:16 es el resultado de 3:14; esto es, el hecho de recibir la vida eterna es el resultado de que la serpiente de bronce sea levantada. El Señor le estaba diciendo a Nicodemo que si él se daba cuenta de que era serpentino y creía en el Señor Jesús como la serpiente de bronce que fue levantada como su Sustituto, tendría vida eterna. Esto es ser regenerado, o sea, recibir otra vida, la vida divina. Cuando la vida divina entró en nosotros, recibimos otra vida. Tener esta vida nueva es lo que significa nacer de nuevo.
En los capítulos 1 y 3 de Juan vemos la manera de disfrutar al Dios encarnado. Génesis 1 revela que Dios es el Creador. Pero en Juan 1 y 3 Dios no es solamente el Creador, sino que Él se ha encarnado para ser el tabernáculo en el cual podemos entrar. Además, este Dios encarnado es todas las ofrendas. Él se hizo carne a fin de ser el tabernáculo y las ofrendas. Si el Señor no se hubiera encarnado, ¿cómo podría haber sido el Cordero con sangre para derramarla por nuestra redención? Aparte de Su encarnación Él no habría tenido sangre para derramarla por nosotros. Pero, debido a que Él se hizo carne, por un lado, Él vino a ser el tabernáculo en el cual podemos entrar y, por otro, Él vino a ser las ofrendas que cumplen los requisitos por nosotros para poder entrar en Él.
Hoy en día Cristo aún se nos presenta como el tabernáculo y las ofrendas. Pero ¿cómo podemos participar de Él? A fin de participar de Él, debemos estar conscientes de que tenemos una naturaleza serpentina. El pecado es el veneno de la serpiente, el diablo, Satanás. Por medio de Adán esta naturaleza pecaminosa fue puesta en nosotros, y ahora tenemos el veneno serpentino en nuestra naturaleza. A fin de disfrutar al Dios encarnado, debemos darnos cuenta de que somos tales seres serpentinos. También debemos comprender que Cristo fue hecho pecado por nosotros y murió en la cruz como una serpiente de bronce, para que la naturaleza serpentina en nuestro interior pudiera ser juzgada. Si estamos conscientes de que somos personas pecaminosas, seres serpentinos, y lo confesamos, de inmediato esta querida Persona encarnada llegará a ser nuestra ofrenda por el pecado y entrará en nosotros. Entonces le tendremos a Él como la vida eterna. Ésta es la manera en que podemos participar del Dios encarnado para nuestro disfrute. Es cuando admitimos que somos serpentinos, que estamos calificados para experimentar la vida eterna y disfrutarlo a Él.
Esto no ocurre una vez por todas. Al contrario, esto tiene que ser nuestra experiencia diaria. Juan el Bautista predicó el arrepentimiento, y en las siete epístolas a las siete iglesias en Apocalipsis 2 y 3 el Señor Jesús una y otra vez dice que nos arrepintamos. Esto indica que a lo largo de toda nuestra vida cristiana necesitamos arrepentirnos. Cada día debemos decir: “Señor, soy un ser serpentino. Pero te doy gracias, Señor, que Tú llegaste a ser la serpiente de bronce que fue levantada a fin de ser juzgado en mi lugar. Señor, confieso que soy pecaminoso. Aun cuando Tú no conocías pecado, fuiste hecho pecado por mí, y moriste en la cruz para condenar al pecado. Ahora, Señor, te tomo como mi ofrenda por el pecado”. Cada vez que hagamos esto, Él de nuevo llegará a ser nuestro disfrute.