
Lectura bíblica: 1 Co. 3:12-15; Lc. 12:42-47; Hch. 14:22; Jn. 3:5; 1 Co. 5:1, 5; 6:9-10; Ef. 5:3-5; Gá. 5:19-21; 2 Ts. 1:5; 1 Co. 9:24-27; Fil. 3:13-15; 2 Ti. 4:1, 7-8, 18
Las verdades del reino están estrechamente relacionadas con nuestra vida espiritual y con nuestra vida de iglesia. Si hemos de poner en práctica la vida de iglesia, debemos aprender todo lo relacionado con el reino de Dios y el reino de los cielos; esto es necesario también para experimentar la vida interior. Tanto el reino de Dios como el reino de los cielos son el gobierno de Dios, el régimen celestial. Debemos tener presente que la primera proclamación del evangelio, efectuada por Juan el Bautista y el Señor Jesús, consistió en anunciar el reino de los cielos. Debido a nuestros conceptos naturales, pensamos que el primer tema del evangelio es el perdón de pecados y la vida eterna. No hay duda que nuestros pecados han sido perdonados y hemos obtenido la vida eterna; sin embargo, las primeras palabras del evangelio en el Nuevo Testamento proclamaron el arrepentimiento por causa del reino de los cielos (Mt. 3:2; 4:17). Necesitamos el perdón de nuestros pecados para obtener la vida eterna, y requerimos la vida eterna para poder sujetarnos al gobierno celestial. El evangelio exige que nos sujetemos al reino, y para ello, nos provee la vida divina. El evangelio nos impone requisitos, pero también nos suministra lo necesario para cumplirlos. El evangelio exige que seamos gobernados y dirigidos por los cielos, pero a la vez nos suministra la vida divina para que cumplamos estas exigencias.
Los capítulos cinco, seis y siete del Evangelio de Mateo revelan la norma más elevada de vida. Estos capítulos determinan que debemos ser pobres en espíritu (5:3), de corazón puro (5:8), mansos (5:5), y que además, debemos padecer persecución por causa de la justicia (5:10). Si alguien nos quita la túnica, debemos cederle la capa (5:40); y si alguien nos obliga a ir con él una milla, debemos caminar con él dos (5:41).
Cuando el hermano Nee era joven, predicó el evangelio, y un grupo de jóvenes fue atraído al Señor. Ellos salieron a las zonas rurales a predicar el evangelio a los campesinos, de entre los cuales, algunos fueron salvos. En aquella región casi todos los cultivos se asentaban en colinas, por lo cual los agricultores se veían obligados a acarrear agua cuesta arriba para irrigarlos. Dos de estos campesinos que conocieron al Señor poseían terrenos cerca de la cima de una montaña, y un vecino de ellos era dueño de unos terrenos situados a un nivel más bajo, que colindaba con los de ellos. Una tarde, estos dos agricultores se fueron a casa cansados, después de haber acarreado agua para sus campos. Cuando regresaron a sus cultivos el día siguiente, hallaron que toda el agua había desaparecido. Descubrieron que el vecino había hurtado el agua para regar sus propios cultivos, habiéndola drenado de los campos donde estaba represada.
Los dos campesinos estaban muy enojados, pero como eran cristianos, pensaron que necesitaban aprender a ser pacientes. Así que, transportaron nuevamente agua para regar sus cultivos. Cuando regresaron al día siguiente, descubrieron que el agua había sido nuevamente drenada a los campos colindantes del vecino. Si bien se pusieron furiosos, pensaron que como eran cristianos, necesitaban adquirir más paciencia; por lo tanto, no dijeron nada a nadie y acarrearon una vez más el agua necesaria para regar sus campos. El siguiente día, el agua había desaparecido de nuevo. A estas alturas, los hermanos estaban tan perturbados que fueron a hablar con el hermano Nee. Le contaron lo que había sucedido y le dijeron que, como eran cristianos, sentían que debían ser pacientes con respecto a este asunto. Cuando el hermano Nee les preguntó si se sentían llenos de gozo interiormente, los hermanos replicaron que cuanto más trataban de ser pacientes, más sufrían.
El hermano Nee les leyó Mateo 5:40-41: “Y al que quiera litigar contigo y quitarte la túnica, déjale también la capa; y a cualquiera que te obligue a ir una milla, ve con él dos”; y les dijo que si querían ser cristianos gozosos deberían acarrear agua a los campos de su vecino primero y, luego, llevar agua para sus propios cultivos. Al siguiente día, los dos hermanos primero llevaron agua para los cultivos de su vecino y, luego, acarrearon agua para sus propios campos. Al hacer esto, se llenaron de gozo y comenzaron a alabar al Señor. Aquella noche, cuando el vecino vino a robar el agua nuevamente, vio que sus campos ya habían sido regados y que no había necesidad de hurtar. Su vecino fue tan conmovido que, poco tiempo después, fue salvo y llegó a ser un hermano en la iglesia. Este ejemplo nos muestra cómo estos dos hermanos se ejercitaron a fin de sujetarse al gobierno celestial.
Los cristianos hemos nacido de lo alto; no necesitamos que ningún tipo de régimen terrenal nos gobierne, porque el gobierno celestial nos rige. Este es el verdadero significado del reino de los cielos. El evangelio simplemente exige que nos sujetemos al reino; no sólo requiere que seamos perdonados de nuestros pecados, sino también que seamos regidos por el gobierno celestial.
A fin de cumplir los requisitos propios de una norma tan elevada, es preciso poseer una vida que se encuentre al mismo nivel. De otro modo, no podremos cumplir sus exigencias. Unicamente la vida divina es capaz de cumplir los requisitos de semejante norma; sólo la vida divina puede satisfacer las exigencias del gobierno celestial. El evangelio neotestamentario exige que nos sujetemos al reino, y la vida eterna, la cual es Cristo mismo, es el suministro que este evangelio provee. La vida divina puede cumplir las exigencias del reino. Una vez hayamos visto el reino, podremos valorar la norma elevada de vida que el evangelio establece. Inmediatamente después de ser salvos, somos regulados internamente por una norma celestial, la cual nos exige vivir en un nivel superior. Este nivel sólo puede ser alcanzado mediante el suministro de la vida divina.
El reino se relaciona también con la sabiduría y la justicia de Dios, ya que testifica de ellas. Sin el reino, ni la sabiduría ni la justicia de Dios pueden ser probadas plenamente. Además, la verdad respecto al reino resuelve el debate entre el calvinismo y el arminianismo. Los calvinistas dan énfasis a la seguridad eterna de nuestra salvación, mientras que los arminianos hacen hincapié en que podemos perder la salvación. Durante muchas generaciones estos dos grupos han debatido, ya que ambos tienen argumentos válidos. Los calvinistas pueden citar muchos pasajes bíblicos que afirman la seguridad eterna; sin embargo, los arminianos citan otros pasajes, como los contenidos en los capítulos seis y diez del libro de Hebreos, los cuales parecen indicar que una persona salva puede volver a caer y perecer eternamente. Sin la verdad acerca del reino, estos dos extremos nunca podrían ser reconciliados.
No hay duda de que una vez somos salvos, lo somos por siempre; nuestra salvación está asegurada eternamente. Pero además de la salvación, vemos la sabiduría de Dios, pues existe la verdad con respecto al reino. Hoy, el reino es un ejercicio para nosotros. Dios nos salvó y luego puso el reino ante nosotros para que nos ejercitemos en él. Aunque nacemos en la casa de Dios, debemos ejercitarnos en el reino de Dios. El hogar es donde nacemos y disfrutamos, mientras que el reino es donde nos ejercitamos y asumimos responsabilidades. Después de haber sido regenerados, debemos ejercitarnos en el reino. En el hogar disfrutamos la gracia, pero el reino es la esfera donde ejercemos responsabilidades; no deberíamos tomar una parte y descuidar la otra. Ciertamente debemos recibir la gracia, pero también tenemos que asumir responsabilidades, es decir, debemos tener la experiencia del hogar así como también la del reino. Disfrutamos el hogar al participar de la gracia, y experimentamos el reino al cumplir con nuestras responsabilidades. Actualmente en la era de la iglesia, el reino es un ejercicio, una práctica para nosotros, pero en la era por venir, en el milenio, el reino será nuestra recompensa. Si nos ejercitamos apropiadamente en la era presente, el Señor nos recompensará en aquel día; de lo contrario, perderemos la recompensa del reino. De este modo, se comprueba la sabiduría de Dios, y Su justicia es sostenida. La salvación es eterna, y una vez obtenida no se pierde jamás (Jn. 10:28-29). Lo que si podemos perder es la recompensa del reino, aun cuando seamos salvos (1 Co. 3:8, 14-15). Además de recibir la salvación eterna, debemos ejercitarnos hoy en el reino si deseamos recibir la recompensa del reino en la era por venir.
Necesitamos leer una serie de pasajes bíblicos los cuales indican que, además de la salvación, debemos ejercitarnos en el reino. En 1 Corintios 3:12-15 dice: “Y si sobre este fundamento alguno edifica oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca, la obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego es revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego mismo la probará. Si permanece la obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa. Si la obra de alguno es consumida, él sufrirá pérdida, pero él mismo será salvo, aunque así como pasado por fuego”. Este breve pasaje muestra claramente que si nos ejercitamos apropiadamente, recibiremos una recompensa; de lo contrario, sufriremos pérdida. Esto no significa que perderemos nuestra salvación, sino que sufriremos pérdida. Tanto la recompensa como la pérdida son adicionales a la salvación. Una vez que obtenemos la salvación, la poseemos eternamente; pero, además de la salvación está el asunto de la recompensa o la pérdida. Debemos darnos cuenta de que, al ser salvos, somos introducidos en el reino, así que debemos ejercitarnos en la práctica del mismo. Debido a que hemos nacido de nuevo, debemos estar sujetos al gobierno celestial. Nuestro ejercicio en el reino determinará si recibiremos recompensa o pérdida. Con respecto a nuestra salvación, no existe ningún problema, pero sí hay complicaciones respecto a nuestra práctica del reino.
Leamos ahora Lucas 12:42-47: “Y dijo el Señor: ¿Quién es, pues, el mayordomo fiel y prudente al cual el señor pondrá sobre su servidumbre, para que a tiempo les dé su ración? Bienaventurado aquel esclavo al cual, cuando su señor venga, le halle haciendo así. En verdad os digo que le pondrá sobre todos sus bienes. Mas si aquel esclavo dice en su corazón: Mi señor tarda en venir; y comienza a golpear a los criados y a las criadas, y a comer y beber y embriagarse, vendrá el señor de aquel esclavo en día que éste no espera, y a la hora que no sabe, y le separará, y pondrá su parte con los incrédulos. Aquel esclavo que conociendo la voluntad de su señor, no se preparó, ni hizo conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes”. Note que existen dos posibilidades para el mismo mayordomo: si el mayordomo es fiel, cuando el señor venga lo pondrá sobre todos sus bienes; pero si no es fiel, le separará y pondrá su parte con los incrédulos. Ambas opciones atañen al mismo individuo; esto tiene que ver con la recompensa del reino. Hoy estamos en el reino para ser gobernados, pero en la siguiente era estaremos allí para gobernar. Actualmente, el reino es un ejercicio para nosotros, una práctica; pero en la próxima era, la manifestación del reino será una recompensa. Primero debemos ser gobernados, para luego regir; si nunca hemos sido gobernados, jamás podremos regir. Debemos ejercitarnos en esta era, de tal modo que estemos capacitados para gobernar en la siguiente era. En la era presente, el Señor entrena a Sus hijos y los prepara para que sean Sus correyes. Todos necesitamos prepararnos. Como mayordomo, usted debe aprender a cuidar de la casa del Señor; debe ejercitarse y aprender a regir como un rey. Si lo hace, podrá ser designado para regir en el reino cuando el Señor regrese; en aquel tiempo, la manifestación del reino de los cielos será una recompensa para usted.
Existen dos posibilidades para el mismo siervo: la primera consiste en que él sea fiel y, por tanto, se le designe para gobernar sobre todo lo que su señor posee; la segunda posibilidad consiste en que él sea un siervo holgazán y que, por lo tanto, sea castigado por su señor. Muchos cristianos tienen el concepto equivocado de que estos son dos siervos distintos, o sea, creen que el primero es un siervo genuino y el otro es un siervo falso. Pero, si leemos detenidamente este pasaje, nos daremos cuenta de que no se trata de dos siervos diferentes, sino del mismo siervo ante dos diferentes posibilidades. En lugar de ser fiel, es posible que el mayordomo dispute con los hermanos y los golpee. Si este es el caso, cuando su señor venga, lo separará y pondrá su parte con los hipócritas. Ciertamente se trata de un verdadero creyente, pero en aquel tiempo, ha de sufrir como un incrédulo; esto no significa que perderá su salvación, sino solamente que sufrirá pérdida. Cuando el Señor regrese, este siervo será disciplinado. Algunos cristianos podrán argumentar que, cuando el Señor regrese, todos seremos resucitados y llevados a lo alto con El. Ellos no pueden concebir que el Señor castigue a un creyente; sin embargo, no soy yo el que digo que el señor golpeará al siervo, la Biblia es la que lo afirma.
Debemos entender con claridad los siguientes aspectos: ciertamente este mayordomo es salvo, pues una vez que somos salvos, no podemos perecer jamás; sin embargo, debido a su infidelidad, dicho mayordomo será azotado por su señor. El señor recompensará al mayordomo fiel, y castigará al infiel.
Debemos saber que existen cuatro dispensaciones, o eras, en las cuales el Señor llevará a cabo Su obra: la era que se extiende desde Adán hasta Moisés (Ro. 5:14); luego, la era que abarca desde Moisés hasta Cristo (Jn. 1:17); posteriormente, la era de la iglesia; y por último, la era del milenio. El milenio será una era de restauración pero no de perfección, lo cual significa que en ella el Señor seguirá juzgando a fin de obtener Su objetivo. En la era del milenio aún habrá maldición, y algunos morirán a causa de ella (Ap. 20:5); además, al final de esos mil años las naciones se rebelarán nuevamente (Ap. 20:8-9). Aunque la humanidad será restaurada durante esos mil años, su naturaleza rebelde aún permanecerá. Esto demuestra que el milenio no será una era de perfección, sino de restauración. El Señor disciplina a los creyentes durante dos dispensaciones: la de la iglesia y la del milenio. Si estamos dispuestos a recibir la disciplina del Señor en esta era, disfrutaremos la recompensa en la era siguiente; pero si no aceptamos ser quebrantados por el Señor hoy, El lo hará a Su regreso. Tarde o temprano hemos de ser disciplinados, ya sea en esta era o en la venidera. No obstante, existe una gran diferencia entre estas dos opciones: si estamos dispuestos a ser disciplinados por el Señor en esta era, seremos recompensados en la era venidera; de lo contrario, seremos castigados. De cualquier forma, el Señor nos disciplinará.
¿Por qué tendría el Señor que disciplinarnos aún en la era siguiente? Porque somos Su cosecha (Ap. 14:15; 1 Co. 3:9), Su mies. Como mies Suya, debemos madurar; de otra forma, el labrador no nos puede poner en el granero. Si no deseamos madurar en esta era, el Señor hará que maduremos en la próxima era. La mies tiene que madurar; éste es un principio establecido. Nosotros, la cosecha del Señor, debemos madurar. Pero si no estamos dispuestos a ser perfeccionados y madurados en esta era, el Señor hará que lo seamos en la era siguiente; no obstante, en ese entonces, sufriremos.
Muchos cristianos piensan, equivocadamente, que una vez hayan muerto, todo estará bien. ¡Pero no será así! Después de la muerte, todos los problemas que tengamos con el Señor seguirán vigentes. Si antes de morir no hemos sido perfeccionados ni estamos maduros, permaneceremos en la misma condición aun después de haber fallecido. Cuando el Señor Jesús regrese y nos resucite, El nos dirá que aún no estamos listos, y tendremos que pagar el precio necesario para ser perfeccionados y madurar. Este principio es coherente y lógico: por una parte, corresponde con el calvinismo, el cual afirma que somos salvos eternamente; y por otra, corrige el arminianismo, pues aunque no pereceremos eternamente, sí podemos sufrir pérdida. Cuando el Señor regrese, los creyentes inmaduros no perecerán ni perderán su salvación, pero sí sufrirán cierto castigo. Si hoy no vivimos en la realidad del reino de los cielos ni nos sometemos al gobierno celestial, no participaremos de la manifestación del reino como recompensa en la era venidera. Si deseamos participar de dicha manifestación, debemos vivir en la realidad del reino hoy; en otras palabras, si deseamos reinar en la era siguiente, debemos ser gobernados en esta era. Tenemos que ejercitarnos hoy en cuanto al reino, a fin de entrar en el reino y gobernar en la era venidera.
El evangelio nos impone el requisito de que nos sometamos al reino, y la vida que recibimos mediante la regeneración nos capacita para cumplir esta exigencia. Ser cristiano no es un asunto frívolo ni trivial, sino algo muy serio. Somos salvos y hemos nacido en la familia celestial; por tanto, tenemos que ejercitarnos en la esfera celestial y ser gobernados por la norma celestial, con el fin de ser reyes celestiales en la próxima era.
Muchos versículos del Nuevo Testamento muestran lo necesario que es ejercitarnos para el reino. Hechos 14:22 dice: “Confirmando las almas de los discípulos, exhortándoles a que permaneciesen en la fe, y diciéndoles: Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios”. Podemos notar una gran diferencia al comparar Hechos 14:22 con Juan 3:5. Juan 3:5 simplemente afirma que, al nacer del agua y del Espíritu, entramos en el reino de Dios. Según Juan, se ingresa al reino al nacer de nuevo; pero el capítulo catorce de Hechos dice que debemos padecer muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios. Estos dos versículos muestran dos aspectos del reino: entrar en el reino de Dios por medio del nuevo nacimiento y entrar en él recibiéndolo como herencia. Si hemos de heredar el reino de Dios, debemos padecer tribulación, o sea, debemos ejercitarnos en el reino y ser probados.
Podemos ver el mismo principio en los capítulos cinco y seis de 1 Corintios. El capítulo cinco indica que un hermano todavía será salvo aunque viva en fornicación; incluso un creyente tan derrotado y pecaminoso será salvo. Pero en el capítulo seis se afirma claramente que los fornicarios no heredarán el reino de Dios, lo cual significa que el fornicario [del capítulo cinco] no heredará ni disfrutará el reino de los cielos como recompensa.
Leamos ahora Efesios 5:3-5: “Pero fornicación y toda inmundicia, o avaricia, ni aun se nombre entre vosotros, como conviene a santos; ni obscenidades, ni palabras necias, o bufonerías maliciosas, que no convienen, sino antes bien acciones de gracias. Porque entendéis esto, sabiendo que ningún fornicario, o inmundo, o avaro, que es idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios”. El reino de Cristo y de Dios es el reino de los cielos, el cual es una sección del reino de Dios. El reino de Dios es la totalidad, y el reino de los cielos es una parte especial del reino de Dios. En el reino de Dios y de Cristo no existe herencia para el pecador. Si usted todavía se encuentra en la inmundicia y en el pecado, aunque sea un santo en el sentido de haber sido salvo, no tendrá herencia en el reino de Dios y de Cristo.
Gálatas 5:19-21 dice: “Y manifiestas son las obras de la carne, que son: fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, contiendas, celos, iras, disensiones, divisiones, sectas, envidias, borracheras, orgías, y cosas semejantes a éstas; acerca de las cuales os prevengo, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios”. Tres pasajes de la Biblia —1 Corintios 6, Efesios 5 y Gálatas 5— dicen básicamente lo mismo: aunque usted sea una persona salva, si continúa viviendo en pecado e inmundicia, no heredará el reino de Dios. Esto quiere decir que ese creyente no tendrá parte en la manifestación del reino de los cielos, debido a que no es digno de ello.
En 2 Tesalonicenses 1:5 dice: “Esto da muestra evidente del justo juicio de Dios, para que seáis tenidos por dignos del reino de Dios, por el cual asimismo padecéis”. Este versículo indica que sufrir persecución nos hace dignos del reino de Dios; tal padecimiento nos capacita para que heredemos el reino.
Leamos también 2 Timoteo 4:18, 7-8 y 1: “Y el Señor me librará de toda obra mala, y me salvará para Su reino celestial. A El sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén ... He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Y desde ahora me está guardada la corona de justicia, con la cual me recompensará el Señor, Juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman Su manifestación ... Delante de Dios y de Cristo Jesús, que juzgará a los vivos y a los muertos, te encargo solemnemente por Su manifestación y por Su reino”. Estos versículos, escritos cerca del final de la vida de Pablo, muestran que el apóstol tenía la certeza de estar en el reino de los cielos porque había peleado la buena batalla, había corrido debidamente la carrera y había guardado la fe.
Ciertamente somos salvos, y lo seremos por la eternidad; pero debemos preguntarnos, ¿participaré o no de la manifestación del reino? En conclusión, examinemos la historia del apóstol Pablo. Leamos 1 Corintios 9:24-27: “¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos corren, pero uno solo recibe el premio? Corred así, para ganar. Todo aquel que compite en los juegos, en todo ejerce dominio propio; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible. Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera lucho en el pugilato, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo predicado a otros, yo mismo venga a ser reprobado”. Ciertamente Pablo tenía la certeza de ser salvo; sin embargo, él dijo enfáticamente que seguía corriendo la carrera. En la época de Pablo los juegos olímpicos se jugaban en Grecia, y en estos juegos los competidores corrían con el fin de recibir un premio. Pablo usó esto como ejemplo, dando a entender que él también estaba corriendo una carrera para recibir el premio.
Filipenses 3:13-15 dice: “Hermanos, yo mismo no considero haberlo ya asido; pero una cosa hago: olvidando lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta para alcanzar el premio del llamamiento a lo alto, que Dios hace en Cristo Jesús. Así que, todos los que hemos alcanzado madurez, pensemos de este modo; y si en algo tenéis un sentir diverso, esto también os lo revelará Dios”. En el tiempo cuando Pablo escribió a los Filipenses, él había sido un creyente ya por muchos años, pero aún proseguía hacia la meta para alcanzar el premio. El premio será el máximo disfrute que tendremos de Cristo en el reino milenario, la recompensa de los corredores victoriosos en la carrera neotestamentaria. En el capítulo nueve de 1 Corintios, el apóstol corría la carrera (v. 26). En Filipenses, que es una de sus últimas epístolas, Pablo aún seguía corriendo (3:14). No fue sino hasta el último momento de su carrera, en 2 Timoteo 4:6-8, que él tuvo la certeza de que sería recompensado por el Señor a Su regreso. Ante su inminente martirio, Pablo afirmó que recibiría la corona de justicia. La corona, un símbolo de gloria, es otorgada como premio, además de la salvación, al corredor que triunfa en la carrera (1 Co. 9:25). En contraste con la salvación que proviene de la gracia y se recibe por fe (Ef. 2:5, 8-9), este premio proviene de la justicia y se obtiene por medio de las obras (Mt. 16:27; Ap. 22:12; 2 Co. 5:10). Los creyentes serán recompensados con dicho premio no según la gracia del Señor, sino según Su justicia. Esta es la corona de justicia. El que recompensa es el Señor, el Juez justo. Pablo estaba seguro de que tal premio estaba reservado para él y que lo recibiría por recompensa el día de la segunda manifestación del Señor. Esto es ser recompensados con el reino de los cielos. Todos debemos entender claramente que ser salvos eternamente es algo muy distinto de ejercitarnos para asumir las responsabilidades en el reino. La medida en que nos ejercitemos en el reino determinará si seremos recompensados con la manifestación del reino de los cielos, o si sufriremos pérdida en la era siguiente. Debemos darnos cuenta de que hoy los cristianos estamos en el reino de los cielos: en el presente nos ejercitamos en el reino, y en el futuro, lo recibiremos como galardón.