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Mensajes del libro «Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, El»
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El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob

PREFACIO

  A principios de 1940, Watchman Nee dio un estudio acerca de Abraham, Isaac y Jacob. En 1955 la librería evangélica de Taiwan publicó estos mensajes en chino con el título El Dios de Abraham, Isaac y Jacob. El presente tomo es una traducción de dicha obra.

PREFACIO A LA EDICION EN CHINO

  Dios dijo: “Yo soy el … Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob” (Ex. 3:6).

  Dios hizo una obra especial en tres personas —Abraham, Isaac y Jacob—, cuyas experiencias fueron específicas, para formar un pueblo que estuviera sujeto a Su nombre. Abraham conoció a Dios como Padre y comprendió que todo proviene de El. Isaac se deleitó en el Hijo y entendió que todo lo que tiene el Hijo proviene del Padre. Y Jacob experimentó el quebrantamiento de su vida natural, el cual efectuó el Espíritu Santo para forjar a Cristo en él.

  Abraham, Isaac y Jacob constituyen el comienzo de la historia del pueblo de Dios. La experiencia completa de ellos debe ser la experiencia del pueblo de Dios. Esperamos que con la publicación de este libro, los lectores encuentren el significado espiritual contenido en las experiencias de estos tres hombres que constan en la Palabra de Dios. Bendiga Dios este libro y a sus lectores y guíenos a un conocimiento profundo del Dios de Abraham, Isaac y Jacob a fin de que seamos vasos que den testimonio de El.

  Los editores Librería evangélica de Taiwan Febrero de 1955

CINCO

  El nombre original de Abraham era Abram, antes de que Dios se lo cambiara por Abraham (Gn. 17:5). La raíz de ambos nombres es Abra, que en el idioma original significa “padre”. Abraham mismo era un padre, y aprendió a conocer a Dios como el Padre. Durante toda su vida aprendió esta lección específica: Dios es el Padre.

  ¿Qué significa saber que Dios es el Padre? Significa reconocer que todo proviene de Dios. El Señor Jesús dijo: “Mi Padre hasta ahora trabaja, y Yo también trabajo” (Jn. 5:17). El no dijo: “Mi Dios hasta ahora trabaja”, sino: “Mi Padre”. Dios el Padre significa Dios el Creador, el único origen. El Hijo fue enviado por el Padre. “No puede el Hijo hacer nada por Sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente” (v. 19). Esta debe ser nuestra experiencia. Necesitamos recibir gracia de parte de Dios para comprender que no podemos iniciar nada, y de hecho, no nos corresponde hacerlo. Génesis 1 comienza diciendo: “En el principio creó Dios...” En el principio no estábamos nosotros sino Dios. Dios es el Padre, y todo se origina en El.

  El día que Dios le muestre a usted que El es el Padre, será un día bienaventurado. En ese día comprenderá que usted no puede hacer nada y que es incapaz y no tendrá que tratar de evitar hacer esto o aquello. Por el contrario, usted preguntará: “¿Ha iniciado Dios esto?” Esto fue lo que experimentó Abraham, lo cual nos muestra que nunca le cruzó por su mente que llegaría a ser el pueblo de Dios. Abraham no empezó nada; Dios lo inició todo. Fue Dios el que lo trajo del otro lado del río Eufrates (Gn. 12:1-5). Dios lo necesitaba y lo llamó. Abraham nunca concibió semejante obra. ¡Aleluya! Dios lo necesitaba y El mismo hizo la obra.

  Dios es el Padre. Abraham no se ofreció voluntariamente para ir a la tierra que fluye leche y miel, Dios lo llamó primero, y sólo entonces Abraham salió de su lugar y tomó posesión de ella. El no sabía nada al respecto. Cuando fue llamado a salir de donde estaba, no sabía adónde iba (He. 11:8). Abandonó la tierra de sus padres sin saber adónde iba. Así era Abraham. El no tomaba la iniciativa, ya que Dios era el iniciador de todo. Si usted se percata de que Dios es el Padre, no estará tan confiado ni dirá que puede hacer lo que quiera. Solamente dirá: “Si es la voluntad del Señor, haré esto o aquello. Todo lo que diga el Señor, esto haré”. Esto no significa que debemos estar indecisos, sino que debemos estar conscientes de que verdaderamente no sabemos qué hacer hasta que el Padre nos revele Su voluntad.

  Abraham tampoco sabía que iba a engendrar un hijo. Hasta su hijo lo tuvo que recibir de Dios, pues él no podía iniciar nada. Su hijo le fue dado por Dios. Así se describe a Abraham.

  Abraham conoció a Dios como el Padre. Esta clase de conocimiento no es un concepto doctrinal. Este tipo de conocimiento lo conduce a uno a confesar: “Dios, yo no soy el origen. Tú eres el origen de todas las cosas, y también mi propio origen. Sin Ti, yo no tendría comienzo”. Si no tenemos la comprensión que Abraham tenía, no podemos ser el pueblo de Dios. La primera lección que debemos aprender es comprender que no podemos hacer nada y que todo depende de Dios. El es el Padre y el Iniciador de todo.

SEIS

  ¿Qué lección aprendemos de Isaac? Gálatas 4 dice que Isaac es el hijo que había sido prometido (v. 23). En Isaac también reconocemos que todo viene del Padre. La historia de Abraham, Isaac y Jacob, relatada en Génesis 11—50, nos muestra que Isaac era un hombre común y corriente. El no fue como Abraham, ni tampoco como Jacob. Abraham vino del otro lado del río grande; era un pionero. Isaac no fue así, y tampoco fue como Jacob, cuya vida estuvo llena de dificultades y quien sufrió mucho. La vida de Isaac consistió en disfrutar la herencia de su padre. Es cierto que él abrió varios pozos de agua, pero aun éstos habían sido abiertos anteriormente por su padre. “Y volvió a abrir Isaac los pozos de agua que habían abierto en los días de Abraham su padre, y que los filisteos habían cegado después de la muerte de Abraham; y los llamó por los nombres que su padre los había llamado” (Gn. 26:18). La lección que nos enseña Isaac es que no tenemos nada que no hayamos heredado del Padre. Pablo pregunta: “¿Qué tienes que no hayas recibido?” (1 Co. 4:7). En otras palabras, todo lo que tenemos lo hemos recibido, pues viene del Padre. En esto se resume la vida de Isaac.

  Muchas personas no alcanzan la posición de Abraham, porque no pueden estar en la posición de Isaac. No llegan a ser Abraham porque no llegan a ser Isaac. Es imposible tener la experiencia de Abraham sin tener la experiencia de Isaac. Asimismo, es imposible tener la experiencia de Isaac sin tener la experiencia de Abraham. Debemos ver que Dios es el Padre y que todo procede de El, y también que somos los hijos y que todo lo que tenemos viene de El. La vida del Hijo, la cual heredamos, proviene de El. Ante Dios, nosotros solamente somos personas que reciben, pues la salvación, la victoria, la justificación, la santificación, el perdón y la libertad las hemos recibido. Por consiguiente, Isaac representa el principio de recibir. Debemos decir: “¡Aleluya! ¡Aleluya! Todo lo que tenemos viene de Dios”. En la Palabra de Dios vemos que todo lo que El le prometió a Abraham lo prometió a Isaac. Dios no le dio nada adicional a Isaac; le dio a Isaac lo que le había dado a su padre. Esta es nuestra salvación y nuestra liberación.

SIETE

  Examinemos ahora a Jacob. Muchos cristianos comprenden que Dios es el origen de todo y también ven que todo lo que tienen lo han recibido. Pero existe un problema: muchos cristianos no reciben. Sabemos que todo lo que tenemos lo hemos recibido y que si no recibimos nada, sólo nos quedará la vanidad y el vacío. Sin embargo, es posible que no estemos dispuestos a recibir y que sigamos tratando de hacer cosas por nuestra cuenta. ¿Por qué? Porque no vencemos por la ley de vida, sino que procuramos vencer por nuestra propia voluntad. Una de las razones por las cuales obramos así, es que el principio de Jacob todavía permanece en nosotros; la actividad de la carne, el poder del alma, y la vida natural todavía están presentes. Doctrinalmente, sabemos que Dios es el iniciador de todo, pero en la práctica iniciamos muchas cosas. Recordamos una doctrina por dos semanas, pero para la tercera ya la hemos olvidado; luego intentamos de nuevo iniciar algo. Nos comportamos así porque Jacob todavía está presente en nosotros. Si la doctrina de vencer y la enseñanza de la santificación sólo nos dicen que todo viene de Dios y que sólo necesitamos recibir, sin decirnos que la vida natural necesita ser eliminada, dicha doctrina y dicha enseñanza no están completas y no son prácticas. Si una enseñanza no toca la vida del alma, solamente nos alegrará por varios días, y luego todo se acabará. Necesitamos ver que Dios está a la Cabeza de todas las cosas, y que nosotros simplemente recibimos. Al mismo tiempo, necesitamos darnos cuenta de que nuestra vida natural tiene que ser confrontada; sólo entonces veremos la bondad del Hijo y Su sumisión al Padre. Solamente si aceptamos la disciplina del Espíritu Santo y estamos dispuestos a que nuestra vida natural sea quebrantada, recibiremos la promesa del Hijo y seguiremos el camino del Padre. Esto es lo que vemos en la vida de Jacob.

  Jacob se caracterizaba por su astucia. El era una persona excepcionalmente suspicaz que podía engañar a cualquiera. Engañó a su hermano, a su padre y a su tío. El podía inventar cualquier cosa, hacer cualquier cosa y lograr cualquier cosa. El no era como su padre, que simplemente era un hijo, sino que fue a su tío con las manos vacías y regresó lleno de posesiones. Esto es lo que representa Jacob.

  ¿Qué lección aprendemos de Jacob? Abraham nos muestra al Padre, Isaac al Hijo, y Jacob al Espíritu Santo. Esto no significa que Jacob represente al Espíritu Santo, sino que sus experiencias representan la obra del Espíritu Santo. La historia de Jacob tipifica la disciplina del Espíritu Santo. En él vemos a una persona astuta llena de maquinaciones y engaños. Pero al mismo tiempo, vemos una persona a quien el Espíritu Santo quebrantó gradualmente. El tomó por el calcañar a su hermano, pero de todos modos nació el segundo; engañó a su hermano dándole un plato de lentejas por la primogenitura; aún así, fue él quien tuvo que huir de casa, no su hermano. El recibió la bendición de su padre, pero fue él quien tuvo que vagar errante, no su hermano. Cuando fue a la casa de su tío, él quería casarse con Raquel, pero Labán le dio a Lea primero, no a Raquel. Por veinte años, lo consumía el calor de día y la helada de noche (Gn. 31:40). Ciertamente tuvo una vida trajinada y difícil. Todas estas experiencias eran parte del quebrantamiento del Espíritu Santo; fueron las pruebas por las que tuvo que pasar. Aquellos que son capaces de urdir tramas y maquinaciones verán la mano de Dios sobre ellos. La vida natural tiene que brotar cuando uno es sometido a presión. La historia de Jacob es un cuadro del quebrantamiento que produce el Espíritu Santo.

  Algunos hermanos son excepcionalmente sagaces, analíticos, suspicaces, calculadores e ingeniosos. Pero tenemos que recordar que nuestra conducta no se basa en la sabiduría carnal sino en la gracia de Dios (2 Co. 1:12). Jacob experimentó el quebrantamiento continuo del Espíritu Santo y, como resultado, nunca pudo salirse con la suya a pesar de su sagacidad. Aquella noche en Peniel aprendió la lección más grande; esa fue la noche más importante de su vida. El pensaba que podía salirse con la suya en su relación con los demás e incluso con Dios. Pero cuando se enfrentó cara a cara con El, Dios tocó el encaje de su muslo, y quedó cojo (Gn. 32:25). El tendón del encaje del muslo es el más fuerte de todo el cuerpo. Al tocarlo Dios, tocaba la parte más fuerte de su vida natural. ¡Desde ese día, quedó cojo! Antes de quedar cojo, él era Jacob; después de quedar cojo, surgió Israel (v. 28). De ese momento en adelante, ya no era un suplantador sino uno que era suplantado. Antes había engañado a su padre, pero después fue engañado por sus hijos (37:28-35). El astuto Jacob de antes nunca habría dejado que lo engañaran sus hijos, porque él mismo era un engañador; jamás habría confiado en otros. Cuanto más una persona engaña, tanto más desconfía, dado que juzga a los demás según su propio corazón. Pero ahora las cosas eran diferentes. El Jacob de ahora era diferente del Jacob de antes; ya no confiaba en su propia astucia. Esta es la razón por la cual sus propios hijos pudieron engañarlo. Jacob derramó muchas lágrimas y su fuerza natural fue sojuzgada y llegó a Su fin. Esta es la clase de experiencia que nos constituye el pueblo de Dios. Un día Dios lo iluminará y le mostrará cuán malvado y sagaz es usted. Cuando Dios le muestre quién es usted, no se atreverá a levantar el rostro; la luz de Dios le pondrá fin y lo conducirá a admitir que usted está acabado; tampoco se atreverá a servir a Dios, pues sabrá que no es apto para servirle. Desde ese momento, usted no volverá a confiar en sí mismo. Esta es la disciplina del Espíritu Santo.

OCHO

  En conclusión, Abraham nos muestra que todo pertenece a Dios, que no podemos hacer nada por nuestra cuenta. Isaac nos muestra que todo procede de Dios; que a nosotros sólo nos corresponde recibir. Pero si sólo recibimos y no tenemos el quebrantamiento del Espíritu Santo, faltará algo. Esto es lo que nos muestra Jacob. Un día el Señor vendrá a nosotros, nos tocará y desencajará nuestro muslo; juzgará nuestra vida natural. Entonces nosotros nos volveremos humildes y le seguiremos con temor y temblor; no seremos descuidados ni haremos propuestas precipitadamente. Con cuánta facilidad hacemos propuestas y actuamos sin haber orado. Cuán fácil nos es desarrollar una confianza en nosotros mismos independiente de Dios. Dios tiene que tocar nuestra vida natural de manera drástica; El tiene que quebrantarla y mostrarnos que no podemos hacer nada por nosotros mismos. Cuando veamos esto, quedaremos cojos. Estar cojo no significa que uno no puede caminar, sino que al caminar, reconocemos nuestra debilidad e inutilidad. Este es un rasgo común de todos los que conocen a Dios. Dios no conduce una persona a este punto a menos que ella tenga la experiencia de Peniel. Todos los que todavía son ingeniosos, seguros de sí mismos y fuertes no han experimentado el quebrantamiento del Espíritu Santo.

  Que Dios abra nuestros ojos para que veamos la relación que existe entre estas tres clases de experiencias. Las tres son específicas y, aún así, se relacionan en el resultado que producen. No podemos tener una sola, ni solamente dos. Necesitamos entender con claridad las tres experiencias a fin de poder avanzar en el camino de Dios.

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