
Lectura bíblica: Gá. 2:20a; Ro. 6:6a; Gá. 5:24; Ro. 8:13b; 2 Co. 4:10; 1 Co. 6:7b
En la economía neotestamentaria de Dios, Cristo llevó a cabo tres cosas nuevas que permanecen como hitos históricos en el universo. Estos hitos en el cumplimiento de la economía neotestamentaria de Dios son la encarnación, la crucifixión y la resurrección. Primero, Él realizó la encarnación para producirse como Emanuel (Mt. 1:23). Luego cumplió la crucifixión, lo cual condujo a que Él llegara a ser el Espíritu vivificante en resurrección (1 Co. 15:45). Cristo como el Renuevo de Jehová (Is. 4:2) era la extensión de la divinidad a la humanidad para ser nuestro Emanuel. La encarnación tuvo lugar hace dos mil años, pero según la manera en que Dios cuenta el tiempo, sólo han sido dos días (2 P. 3:8). Antes de la encarnación, Dios estaba en Su divinidad durante un periodo indeterminable. Después de crear al hombre, Dios permaneció meramente en divinidad por aproximadamente otros cuatro mil años. Luego, por medio de la encarnación, Dios se extendió a la humanidad. La encarnación fue algo nuevo; es uno de los hitos históricos de los siglos. Antes de la encarnación, Dios sólo estaba en la divinidad, pero en Su encarnación un Dios-hombre fue producido. Esto fue algo nuevo. Hoy en día estamos en la era de la encarnación y disfrutamos a Emanuel como el resultado, o sea, la consumación, de la encarnación.
El segundo logro de Cristo en la economía neotestamentaria de Dios es la crucifixión. Según el Antiguo Testamento, los judíos llevaban a cabo la pena de muerte apedreando al culpable (Lv. 20:2, 27; 24:23; Dt. 13:10; 17:5), y no crucificándolo. La crucifixión era una práctica pagana (Esd. 6:11) que el Imperio Romano adoptó exclusivamente para la ejecución de esclavos y de los criminales más abominables. La crucifixión de Cristo fue prefigurada en Deuteronomio 21. Los versículos 22 y 23 predicen que un hombre considerado digno de muerte sería colgado en un madero. La palabra madero que se usa en estos versículos tipifica la cruz de Cristo (1 P. 2:24). Pablo claramente confirmó este entendimiento en Gálatas 3 cuando dijo: “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: ‘Maldito todo el que es colgado en un madero’)” (v. 13). La cruz de Cristo también fue tipificada por la manera en que se sacrificaba el cordero pascual. Según la tradición, lo ataban a una cruz hecha de madera y lo mataban. Así pues, la crucifixión de Cristo fue un cumplimiento de la profecía en Deuteronomio 21:23 y del tipo en Éxodo 12.
La encarnación, la crucifixión y la resurrección son hitos históricos en el cumplimiento de la economía neotestamentaria de Dios. ¡Qué gran bendición es vivir en la era de la encarnación, la crucifixión y la resurrección! Muchos profetas y hombres justos, incluyendo a Abraham, desearon ver y entender las cosas de esta era, pero no las percibieron (Mt. 13:17). En la historia del universo, la encarnación, la crucifixión y la resurrección son de máxima importancia. En resurrección, Cristo hizo germinar la nueva creación impartiéndose a Sí mismo en la vieja creación. El que se hizo Emanuel por medio de la encarnación, llegó a ser el Espíritu vivificante en resurrección. Entre estos tres hitos históricos, Pablo estimó en mucho la crucifixión de Cristo (Ro. 6:6a; Gá. 2:20; 6:14; 1 Co. 1:23-24; 2:2).
En nuestra experiencia debemos aprender a disfrutar a Cristo como Emanuel mediante el Espíritu vivificante y también debemos aprender a aplicar la cruz. Hace setenta años, muchas verdades espirituales cruciales y profundas fueron llevadas a China por medio de algunos misioneros europeos, tal como la hermana M. E. Barber. El hermano Watchman Nee captó estas verdades profundas, tales como la muerte subjetiva de Cristo y los principios de vida relacionados con Cristo en resurrección, y las propagó por toda China. Durante esos mismos años, yo fui salvo y comencé a leer muchos de sus escritos. Recibí mucha bendición leyendo estas publicaciones. Pero en aquel entonces, aunque recibí mucha bendición de esos escritos, mis ojos todavía no estaban muy abiertos. Pero hoy le doy gracias al Señor porque Él ha abierto mis ojos con respecto a la experiencia de la cruz de Cristo.
Cuando algunos hermanos en China comenzaron a escuchar las verdades más profundas con respecto a la crucifixión de Cristo, empezaron a decir que querían crucificarse. El hermano Nee corrigió este entendimiento equivocado diciendo que nadie podía crucificarse a sí mismo. Él dijo que la gente podía suicidarse por muchos métodos diferentes, pero que la crucifixión no era uno de ésos. La crucifixión requiere la ayuda de otra persona. Él señaló que en Gálatas 2 Pablo no dijo que él se había crucificado. Pablo dijo que había sido crucificado con Cristo (v. 20). Otra persona lo crucificó. Por la corrección del hermano Nee, aprendí mucho.
Más tarde, descubrí que la experiencia de la crucifixión tenía otro aspecto. Gálatas 5:24 dice: “Los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y concupiscencias”. Este versículo indica que debemos crucificar nuestra carne con sus pasiones y concupiscencias. No podemos crucificarnos “a nosotros mismos”, pero debemos crucificar nuestra “carne”. Crucificarnos a nosotros mismos es una cosa, pero crucificar nuestra carne con sus pasiones y concupiscencias es otra. Nuestro yo, nuestra persona, fue crucificado por Dios en la cruz con Cristo. Hemos sido crucificados, pero aún vivimos. Mientras vivimos, nuestra carne está muy activa. Es posible que la carne de los jóvenes sea más activa y agresiva que la de los santos mayores y que la carne de los mayores sea más sutil que la de los jóvenes. Pero sin importar nuestra edad, la carne debe ser crucificada.
La cruz se encuentra dondequiera que esté el Espíritu vivificante. En realidad, en nuestra experiencia el Espíritu incluye la cruz. Cuando estamos llenos del Espíritu, también estamos llenos de la cruz. El Espíritu siempre crucifica (Ro. 8:13). Él es el portador de la crucifixión, porque con Él encontramos la realidad de la cruz. Si no está el Espíritu, no está la cruz. De igual manera, sin la cruz, no tenemos al Espíritu. Después de que Cristo fue lleno del Espíritu (Lc. 4:1, 14), Él llevó la cruz. El Espíritu y la crucifixión de Cristo nunca pueden estar separados. Estos dos son uno.
El Espíritu incluye la cruz y el Espíritu también es la realidad de la resurrección. Si estamos llenos del Espíritu, estamos en resurrección y también estamos bajo la muerte de Cristo. Hoy en día en nuestra experiencia la muerte de Cristo y también Su resurrección se encuentran con el Espíritu. Si tenemos al Espíritu, tenemos a Emanuel y al Espíritu vivificante en resurrección por medio de la cruz.
A fin de llevar la cruz de una manera práctica, primero debemos darnos cuenta de que hemos sido crucificados con Cristo (Gá. 2:20a; Ro. 6:6a). Hace dos mil años, antes de que naciéramos, fuimos crucificados en un monte llamado Gólgota en las afueras de Jerusalén (Mt. 27:33).
Hace dos mil años fuimos crucificados, pero hoy aún vivimos. Por lo tanto, debemos crucificar por nuestra propia cuenta la carne con sus pasiones y concupiscencias (Gá. 5:24). La muerte de Cristo en la cruz estableció la base para que pudiéramos crucificar la carne. Tomando por base ese fundamento, debemos crucificar nuestros miembros terrenales (Col. 3:5). La totalidad, el agregado, de nuestros miembros se llama la carne con sus pasiones y concupiscencias. Cada momento tenemos que crucificar la carne.
Si un hermano dice algo que le glorifica a usted o que le ofende, inmediatamente usted tendrá una reacción o una respuesta. Una palabra que le glorifica tal vez haga que usted se glorifique a sí mismo, o una palabra que le ofende quizá lo haga enojar o lo haga sentirse triste. Usted debe aprender a matar su carne siempre que escuche algo acerca de usted, ya sea bueno o malo. La experiencia adecuada de la cruz haría que no respondiera al oír algo bueno o malo acerca de usted. En Gálatas 5:24 Pablo indica que un cristiano verdadero debe crucificar su carne. Debemos aplicar la cruz, a cada minuto, a nuestra carne con sus pasiones y concupiscencias.
Llevar la cruz de modo práctico es hacer morir, por el Espíritu, los hábitos de nuestro cuerpo (Ro. 8:13b). Hacer morir los hábitos del cuerpo no sólo es hacer morir lo malo, sino también lo bueno. Debemos hacer morir no sólo la carne con sus pasiones y concupiscencias, sino también el cuerpo con sus hábitos. Siempre debemos hacer morir la actividad de nuestro cuerpo.
Crucificar nuestra actividad es llevar en el cuerpo la muerte de Jesús (2 Co. 4:10). El verdadero significado de llevar la cruz se encuentra en Gálatas 5:24, Romanos 8:13b y 2 Corintios 4:10. Llevar la cruz significa reconocer que hemos sido crucificados con Cristo. Con base en este hecho, tenemos que crucificar la carne, haciendo morir los hábitos del cuerpo.
El hecho de llevar la cruz se expresa en estar dispuestos a sufrir agravios o a ser defraudados (1 Co. 6:7b). En todo y con toda clase de persona, incluyendo a nuestras esposas, esposos, padres, hijos, parientes, hermanos, hermanas y compañeros de habitación, debemos estar dispuestos a sufrir agravios o a ser defraudados. Estar dispuestos a sufrir agravios o a ser defraudados equivale a estar dispuestos a sufrir pérdida, a aprender la lección de la cruz, a guardar la virtud de Cristo a cierto costo. Nuestra experiencia común es que reaccionamos cuando otros nos agravian, especialmente cuando cometen errores a costa nuestra.
En mayo de 1935, varios colaboradores permanecieron con el hermano Nee para estudiar el libro de Cantar de los cantares. Me quedé en un cuarto con otro hermano a quien ya conocía bien. El cuarto donde estábamos no tenía baño; así que era necesario acarrear agua para bañarnos. Cada vez que yo llevaba al cuarto una palangana de agua, tenía que pasar por su cama para llegar a la mía. El espacio junto a su cama era estrecho y cada vez que yo pasaba con agua se me caían algunas gotas en su cama. Después de derramar el agua en su cama, yo no tenía paz, así que le pedía perdón. Puesto que yo derramaba agua muchas veces durante el día, le pedía disculpas una, dos y frecuentemente tres veces al día. Una vez, cuando comencé a pedirle perdón, él me dijo: “Lo peor es cometer un error y no pedir perdón. Es bueno pedir disculpas cuando uno se equivoca. Pero lo mejor es no cometer error alguno”. Esta palabra me hizo sentir mucha vergüenza, pero también indicó que mi compañero de cuarto no estaba dispuesto a llevar la cruz. Él reaccionó a mis repetidas disculpas porque no estaba dispuesto a sufrir agravio. Necesitamos aplicar el principio de no reaccionar, sino de vivir bajo la sombra de la cruz.
En 1 Corintios 6 Pablo aplicó la cruz con dos preguntas: “¿Por qué no sufrís más bien el agravio? ¿Por qué no sufrís más bien el ser defraudados?”. Si usted no está dispuesto a sufrir agravios o a ser defraudado, esto significa que no está dispuesto a llevar la cruz. No estar dispuestos a sufrir agravios o a ser defraudados en las cosas pequeñas es una indicación de no estar dispuestos a llevar la cruz. Nosotros los cristianos no debemos comportarnos meramente conforme a la norma de moralidad, sino conforme a la norma de la crucifixión. Es posible que yo esté totalmente correcto según la norma de moralidad, pero también es posible que sea yo una persona que vive mucho en la carne, sin tener experiencia alguna de la crucifixión.
Podemos usar como ejemplo de ser defraudado la experiencia de recibir un pago menor de lo debido. Digamos que alguien le debe $27.25. Si sólo le paga $26.25, usted ha sufrido un fraude de un dólar. Si usted reacciona, la reacción indica que no está dispuesto a ser defraudado. Después de recibir $26.25, tal vez espera uno o dos días, aguardando el pago del dólar. Cuando vea que el dólar no vendrá, puede ser que vaya a la persona para demandar el pago. Según las normas de moralidad, usted tiene razón. Pero según la norma de la crucifixión, usted lo perdió todo porque no estuvo dispuesto a ser crucificado. Si yo fuera una persona dispuesta a ser crucificado, nunca pensaría en el dólar. Dejaría de esperar el pago del dólar, no por el ejercicio de mi paciencia, sino al poner mi persona junto con mi carne en la cruz. Como resultado, no me acordaría del dólar ni mencionaría a nadie el incidente. Esto muestra que el nivel de nuestras virtudes como cristianos es mucho más alto que el de la gente en general. Éste es un ejemplo de llevar la cruz en una manera muy fina.
Llevar la cruz de una manera fina es “vivir bajo la sombra de la cruz”. La segunda estrofa de Himnos, #297 expresa esta experiencia:
Para que se forme Cristo, Yo no debo más vivir. Bajo de la cruz viviendo, Mi alma tiene que morir.
Muerte vida trae, Muerte vida trae, Surge vida de la muerte, Muerte vida trae.
En la economía neotestamentaria de Dios, Cristo llevó a cabo la encarnación para ser Emanuel. Él también cumplió la crucifixión para darnos fin y la resurrección para hacernos germinar. En resurrección Él llegó a ser el Espíritu vivificante. Hoy en día debemos experimentarlo como Emanuel mediante el Espíritu vivificante al hacer morir todo lo relacionado con nosotros. Esto es experimentar la cruz de una manera fina.
Habiendo recibido esta visión de la experiencia de la cruz, podemos darnos cuenta de que entre nosotros la vida de iglesia todavía carece de mucho. Nadie puede hacer esto por sí solo. Por esto es que debemos contactar al Señor y tener comunión con Él, al ser avivados cada mañana en nuestro espíritu. Debemos tocar al Señor y ser llenos de Él. Entonces en nuestra experiencia Él mismo, como Emanuel y como el Espíritu vivificante, será para nosotros la realidad de la cruz y de la resurrección. El Espíritu llegará a ser nuestra experiencia de la cruz y de la resurrección. En realidad, en nuestra experiencia no hay distancia entre la cruz y el Espíritu. La cruz va con el Espíritu, y el Espíritu lleva la cruz. Recibir el Espíritu culmina en la cruz. No obstante, para experimentar esto, debemos ser personas que en resurrección tienen contacto con el Señor todo el tiempo.