
Lectura bíblica: 1 Co. 1:18, 22-24; 2:2; 15:21-22; Ro. 6:6; Gá. 2:19-20; 2 Co. 4:10-11
En 1 Corintios 1:18 Pablo dice: “Porque la palabra de la cruz es necedad para los que perecen; mas para los que se salvan, esto es, para nosotros, es poder de Dios”. Luego en los versículos 22-24 él dice: “Porque los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos tropezadero, y para los gentiles necedad; mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios y sabiduría de Dios”. Estos versículos nos muestran la centralidad y la universalidad de la muerte y la resurrección de Cristo en la economía de Dios. Por esta razón, en 1 Corintios 2:2 Pablo dijo: “Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado”.
La cruz de Cristo es la centralidad y la universalidad del camino de la vida cristiana (1 Co. 1:18, 22-24; 2:2). El camino de la vida cristiana es el camino de la cruz. La cruz de Cristo es la centralidad y la universalidad de nuestra manera de vivir la vida cristiana. La manera de vivir la vida cristiana está compuesta de la muerte de Cristo y constituida de la misma.
Todos los descendientes de Adán viven para morir. Con el tiempo, todos llegan a la tumba. Los incrédulos mueren y entran en una tumba física, pero los creyentes mueren al entrar en la cruz. La cruz es la “tumba” de los creyentes. Los incrédulos mueren simplemente para morir, pero nosotros los creyentes morimos para resucitar. La tumba física donde los incrédulos entran sólo tiene una abertura, la entrada. Pero la tumba de la cruz donde entran los creyentes tiene dos aberturas: la entrada y la salida. Nosotros entramos por una abertura y salimos por otra. Así que, la cruz es una escala entre nuestro origen y nuestro destino. Si alguien viaja por avión de Los Ángeles a Taipéi, tal vez se detenga en Hawái. Hawái sería una escala entre Los Ángeles y Taipéi. Un pasajero del avión que se detiene en Hawái sería llamado pasajero en tránsito. Nosotros los creyentes somos “pasajeros en tránsito”. Entramos en la tumba de la cruz por medio de la muerte y salimos en resurrección. La cruz es nuestro lugar de tránsito. Entrar en la tumba de la cruz es morir, y salir de la tumba de la cruz es resucitar. Así que, la cruz, que es la muerte de Cristo, es la centralidad y la universalidad de la manera para nosotros llevar nuestra vida cristiana.
La muerte de Adán es el camino a la muerte; y la muerte de Cristo es el camino a la vida (1 Co. 15:21-22). Si morimos en Adán, entramos en la muerte, pero si morimos con Cristo, entramos en la vida. Entre los hombres, hay dos clases de muerte. Una es la muerte de Adán, y la otra es la muerte de Cristo. Debido a que estábamos en Adán, nuestro destino era morir. Pero al creer en el Señor Jesús, fuimos trasladados de Adán a Cristo. Hoy en día no tenemos nada que ver con Adán, porque ahora estamos en Cristo. Ahora la muerte de Cristo es nuestro lugar de tránsito por el cual entramos en resurrección.
Hoy en día vivimos para morir. Morir es entrar en la cruz, pero la cruz no es nuestro destino. La cruz sólo es una escala por la cual entramos en resurrección. Un creyente vive para morir, es decir, vive para entrar en la muerte de Cristo, la cual es la cruz. Luego la cruz viene a ser una escala para entrar en la esfera de resurrección. La cruz es el centro. Por un lado de la cruz, vivimos para morir. Por el otro lado, morimos para vivir. Ésta es la vida cristiana, y toda nuestra obra en el evangelio es parte de nuestro vivir hasta la muerte.
La cruz de Cristo es central y universal. Es la centralidad de la manera de vivir la vida cristiana. Necesitamos vivir bajo la cruz desde el principio de nuestra vida cristiana hasta su fin. Esto es lo que significa vivir para morir. Después de ser crucificados, morimos para vivir. Todo el día, desde la mañana hasta la tarde, día tras día, durante toda nuestra vida cristiana, vivimos para morir y morimos para vivir.
Nosotros los cristianos hemos sido crucificados con Cristo para vivir por Él, en Él y con Él (Gá. 2:19-20). Hace dos mil años fuimos crucificados con Cristo, pero también somos crucificados hoy. Cada vez que tenemos un problema con otros hermanos y hermanas, en ese mismo momento debemos darnos cuenta de que estamos crucificados con Cristo. En ese momento vivimos para morir. Cuando tenemos la comprensión de que hemos sido crucificados, el resultado es que vivimos por Él, en Él y con Él. Primero, entramos en Su muerte por medio de la cruz de Cristo. En segundo lugar, salimos de Su muerte y entramos en Su resurrección. Cuando vivimos en resurrección, morimos para vivir, pero todavía vivimos para morir. Luego, al morir en la muerte de Cristo, entramos de nuevo en resurrección para vivir por Él, en Él y con Él. Así que, hay un ciclo. Vivimos para morir y morimos para vivir.
Nosotros los cristianos vivimos para morir a fin de vivir a Cristo (2 Co. 4:10-11). Vivir para morir significa que hemos sido crucificados con Cristo. Ya que hemos sido crucificados con Cristo, ahora vivimos para morir a fin de vivir por Él, en Él y con Él. Vivir por Él, en Él y con Él simplemente significa vivirlo a Él. Vivir a Cristo significa vivir por Él, y no por uno mismo. Usted aún vive, pero ya no vive por sí solo, sino por otro. Usted vive en Él y con Él. Usted está en tránsito en Su muerte y Su resurrección. Usted vive, pero no por sí solo, sino por Él. Usted vive, pero no en usted mismo, sino en Él. Usted vive, pero no con usted mismo, sino con Él. Esto es lo que significa vivir a Cristo.
Vivimos en resurrección, no por nosotros mismos, sino por Cristo, quien nos reemplaza. Hemos sido “despedidos”, es decir, quitados de nuestro puesto anterior y reemplazados por Cristo. Estamos en tránsito en la muerte y resurrección de Cristo. Siempre estamos en tránsito, pasando de la muerte a la resurrección; estamos viviendo para morir. Vivir para morir es pasar por la muerte. Morir para vivir es permanecer en resurrección. Luego, mientras permanecemos en resurrección, vivimos para morir. La clave de esta experiencia de vivir para morir y morir para vivir es la cruz.
Conforme a la revelación divina de la santa Palabra, la economía de Dios es obtener la nueva creación a partir de la vieja creación. La manera en que Dios obtiene la nueva creación primeramente es al hacer morir la vieja creación, es decir, darle fin. Luego Dios se “inyecta”, o sea, se imparte a esta vieja creación que se le ha dado fin, para obtener la nueva creación. Sin inyectar el elemento divino a Su creación, Dios no tiene manera de producir la nueva creación a partir de la vieja creación. Como cristianos, somos la nueva creación de Dios (2 Co. 5:17). Por un lado de la cruz, éramos la vieja creación, pero por el otro, somos la nueva creación. Por un lado de la cruz, se le ha dado fin a la vieja creación. Por el otro lado, el elemento divino ha entrado para dar vida a la vieja creación, haciéndola así la nueva creación. La vieja creación, después de darle fin y recibir la inyección del elemento divino, salió de la muerte y entró en resurrección como nueva creación, teniendo por dentro el elemento divino. La vieja creación no tiene la vida y la naturaleza divinas, pero la nueva creación, es decir, los creyentes nacidos de nuevo de Dios, sí las tiene (Jn. 1:13; 3:15; 2 P. 1:4). La nueva creación está en una nueva condición, teniendo por dentro el elemento divino.
El punto de tránsito, la escala, es la cruz de Cristo. La muerte de Cristo, junto con Su resurrección, es un gran centro de tránsito. Hoy en día todavía estamos de tránsito pasando por la muerte y la resurrección de Cristo. Todo el día morimos para vivir y vivimos para morir. La cruz es el centro de nuestra vida diaria. Cada día y cada momento tenemos que ir a la cruz y permanecer en la cruz. Frecuentemente dejamos el lugar de tránsito, pero debemos volver una y otra vez. Vivimos para morir y morimos para vivir. Vivir para morir es entrar en la muerte, y morir para vivir es salir de la muerte y entrar en resurrección.
Como parte de la vieja creación de Dios, hemos sido crucificados. Ahora, como cristianos, estamos de tránsito en la muerte de Cristo. Así que, vivimos para morir en la muerte de Cristo. Pero la muerte de Cristo no nos deja en la muerte; Su muerte nos introduce en la resurrección. Por lo tanto, morimos para vivir. Somos introducidos en un ciclo de vivir para morir y de morir para vivir. En la muerte de Cristo vivimos para morir, y en Su resurrección morimos para vivir. Cristo mismo nació para morir. Luego salió de la muerte en resurrección. Él murió a fin de vivir. Como cristianos seguimos el mismo camino. Nosotros fuimos regenerados para morir, y esta muerte nos introduce en la resurrección. De esta manera, vivimos para morir y morimos para vivir.