
Lectura bíblica: 1 Jn. 1:2-3, 5-7; Jn. 1:3; Ef. 4:18-19
En este mensaje queremos ver las tres capacidades particulares de la vida divina: la comunión de vida, la luz de vida y el sentir de vida.
Cada vida tiene una naturaleza, y en la naturaleza de cada una hay capacidades o habilidades particulares. Un perro tiene la capacidad, la habilidad, de ladrar. La capacidad de ladrar se encuentra en la naturaleza del perro. Como seres humanos, nosotros podemos hablar, oír, ver y entender. Éstas son algunas de las capacidades innatas de la vida humana. Estas capacidades se encuentran en la naturaleza de la vida humana.
La vida divina también tiene muchas capacidades. Estas capacidades son las habilidades que existen en la naturaleza de la vida divina. De entre estas muchas capacidades, la comunión de vida, la luz de vida y el sentir de vida son muy específicas y básicas. En los escritos de Juan (1 Jn. 1:3, 5; Jn. 8:12) se habla acerca de la comunión de vida y la luz de vida. En 1 Juan 1:1-2 dice: “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida (y la vida fue manifestada, y hemos visto y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó)”. El Verbo de vida que se menciona en el versículo 1 es el Hijo de Dios, quien es la vida eterna que se menciona en el versículo 2.
Los apóstoles ministraban la vida eterna a los creyentes. Esta vida eterna es el Hijo de Dios. Luego, los creyentes recibían esta vida y eran introducidos en la comunión de vida. La comunión acompaña a la vida divina porque la comunión es una de las capacidades que hay en la naturaleza de la vida divina. Cuando creímos en el Señor Jesús y fuimos regenerados, la vida divina entró en nuestro ser. Esta vida divina es Dios, Cristo y el Espíritu. Dentro de esta vida divina hay una capacidad que se llama comunión. Esta comunión fluye verticalmente, de Dios a nosotros, y también fluye horizontalmente, de un creyente a otro. La comunión de vida es una de las primeras capacidades que tiene la vida divina. Después de recibir a Cristo y de ser regenerado, a un creyente le gusta ver a otros cristianos. Siempre que un cristiano se encuentra con otros cristianos, le alegra hablar con ellos. Esta experiencia es un ejemplo de la capacidad de comunión que existe en la vida divina.
Según 1 Juan 1:5-7, la comunión de vida nos introduce en la presencia de Dios. Yo he tenido muchas experiencias de esto. En ciertas ocasiones, mientras hablo de varias cosas con mi esposa, siento que debo ir a mi despacho, ponerme en contacto con el Señor y tener comunión con Él. Cuando obedezco este sentir, soy introducido en la presencia del Señor. En otras ocasiones, tal vez esté con mis parientes. Debido a que tengo una familia grande, muchas veces mi esposa y yo participamos de pláticas corteses con nuestros parientes que han venido a visitarnos. Después de aproximadamente diez minutos de una conversación así, les digo a mis parientes que sigan hablando con mi esposa y me excuso para ir a mi despacho. Al entrar en mi despacho, primero me siento, me quedo callado por un tiempo y luego comienzo a orar para ser introducido en la presencia del Señor. Esto es comunión.
La comunión inmediatamente me introduce en la luz, porque Aquel con quien tengo contacto también es luz (1 Jn. 1:5). Puesto que Él es luz, Su presencia también es luz. Si yo permaneciera con mis parientes, separado de Él, no sería iluminado. Por esta razón, me retiro para reunirme con el Señor y pasar algún tiempo con Él. Cuando hago esto, inmediatamente soy iluminado. En una experiencia que tuve recientemente vi bajo la luz que las palabras que le había dicho a mi esposa la noche anterior no las había dicho en el Espíritu. Mi actitud y el tono de mi voz no estuvieron en el Espíritu; por lo tanto, estuve equivocado.
Tal experiencia espontáneamente produjo en mí un sentir de que tenía que pedir perdón al Señor. Oré diciendo: “Señor, perdóname. Frecuentemente he orado diciendo que quiero andar, vivir y hacerlo todo en el Espíritu y conforme al Espíritu. Pero anoche le dije algo a mi esposa que ahora, según mi sentir profundo, me parece no haberlo dicho en el Espíritu. Señor, perdóname”. Luego sentí, además, que tenía que disculparme con mi esposa y pedirle perdón. A veces he discutido con tales sentimientos y he tratado de justificar mi conducta, pero el sentir persiste hasta que pido perdón.
El primer capítulo de 1 Juan hace notar estos tres asuntos cruciales: la vida divina (v. 2), la comunión (v. 3) y la luz (vs. 5-7). El versículo 7 dice: “Si andamos en luz, como Él está en luz, tenemos comunión unos con otros”. En realidad, la luz está muy relacionada con el sentir interior. Andamos en luz por medio del sentir interior de vida.
Efesios 4:18-19 dice: “Teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos a la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón; los cuales, después que perdieron toda sensibilidad, se entregaron a la lascivia para cometer con avidez toda clase de impureza”. Dos frases muy importantes que se encuentran en estos versículos son “ajenos a la vida de Dios” (v. 18) y “perdieron toda sensibilidad” (v. 19). La sensibilidad que se menciona en el versículo 19 es la sensibilidad de la conciencia, la cual es el sentir de nuestro espíritu. Este sentir que está en nuestro espíritu es fortalecido por la presencia de la vida divina. Estar ajenos a la vida de Dios significa dejar de prestar atención al sentir interior. Nuestra obediencia al sentir interior llega a ser nuestro andar. El sentir en sí es básico, y el andar es secundario. Pero nuestra obediencia al sentir llega a ser nuestro andar. Cuando me di cuenta de que no estaba en el Espíritu al hablar con mi esposa, mi confesión al Señor y la disculpa que ofrecí a mi esposa fueron mi andar. Mi andar procedió de la sensibilidad de vida, del sentir de vida.
No siempre vivimos por la vida divina, en la comunión de vida y en la luz de vida. En nuestra vida diaria, es posible que simplemente respondamos a las regulaciones exteriores o a otras personas que nos observan, pero tenemos que darnos cuenta de que el Señor nos observa más atentamente que nadie. Durante los años he aprendido a adaptar mi carácter a las regulaciones interiores de la vida divina. Hasta cierto punto, he sido entrenado en cuanto al carácter; así que ahora me es muy difícil vivir desordenadamente. El treinta por ciento de nuestro carácter lo recibimos por nacimiento y el setenta por ciento de nuestro carácter se forma por hábito. Así que, el carácter se compone de nuestra naturaleza y de nuestros hábitos. Si tomáramos un muchacho chino nacido de padres chinos y lo pusiéramos en el hogar de una familia norteamericana y lo dejáramos para ser criado allí varios años, maduraría con un carácter norteamericano.
Durante los años he notado que muchas personas tienen cierto aspecto en su carácter que les hace exagerar al hablar. Una vez en Shanghái, hace muchos años, una hermana vino a mí diciendo que la lluvia estaba goteando en el salón a través de un gran agujero. Le pregunté dos o tres veces acerca del tamaño del agujero. Cada vez que le pregunté, el tamaño del agujero disminuyó. Finalmente, quedó claro que ese “gran” agujero en realidad era un pequeño agujero. El primer informe que la hermana había dado acerca del agujero en el salón había sido impreciso y exagerado.
Nuestro carácter puede estropear, destruir y anular nuestra utilidad para el Señor. En 1965 visité las Filipinas y llevé conmigo a un hermano norteamericano, quien era en aquel entonces uno de mis colaboradores. Al llegar, lo presenté a los santos como uno de mis colaboradores jóvenes. Por lo que les dije, los santos lo respetaban mucho. Le dieron un cuarto muy bueno que estaba junto al mío. Una de las mañanas durante nuestra estancia, algunas hermanas entraron en su cuarto para limpiarlo. Encontraron que uno de los calcetines del hermano estaba en un vaso sobre un mueble y que el otro estaba en su almohada. Cuando me contaron esto, entré en el cuarto y lo encontré exactamente como las hermanas habían dicho. La utilidad de este hermano para el Señor fue anulada por su carácter.
Amo mucho a los Estados Unidos, pero encuentro un gran defecto en la sociedad norteamericana: los hombres y las mujeres no tienen el conocimiento y el sentir adecuado acerca de su masculinidad y su feminidad. Ésta es la razón por la cual hay mucha fornicación en este país. Deuteronomio 22:5 prohíbe que una mujer se ponga ropa de hombre y que un hombre se vista con ropa de mujer. Por esta razón, no me gusta ver a las hermanas usar pantalones. Que una mujer se ponga ropa de hombre y que un hombre se vista con ropa de mujer es una abominación a los ojos del Señor. Como mujeres, las hermanas deben ser femeninas en su actitud, en su voz y en su manera de saludar a otros. También deben mantener una distancia adecuada entre ellas y los hermanos. De la misma manera, los hermanos deben guardar una distancia adecuada entre ellos y las hermanas. Cuando una hermana se me acerca después de una reunión, yo mantengo la práctica de guardar entre nosotros un poco de distancia. Siempre estoy consciente de que todavía estamos en la carne y que debo comportarme apropiadamente.
Si usted vive una vida conforme a la vida divina en la comunión de vida, la luz de vida y el sentir de vida, estará consciente de las restricciones que hay en la vida divina. Si vive en la comunión de vida, ésta lo introducirá en la luz. Bajo tal luz, verá que necesita ser corregido. Tal vez tenga que cambiar la manera en que cuida su pelo. Si usted es una mujer, puede ser que su pelo sea demasiado corto; si usted es un hombre, quizás su pelo sea demasiado largo. La vida divina lo corregirá en todo. Debe aprender a vivir en la vida divina, esto es, en la comunión de vida, en la luz de vida y en el sentir de vida.