
Lectura bíblica: Jn. 3:5-6; 1:13; 1 P. 1:23; Jac. 1:18; 1 P. 1:3; Jn. 1:12; He. 2:10; 2 P. 1:4; Ro. 8:30c
En el Antiguo Testamento hay seis puntos principales relacionados con el pensamiento de que Dios sea la vida del hombre. En primer lugar, que Dios creara las cosas vivientes indica que Dios es el Dios de vida. En segundo lugar, que Dios creara al hombre a Su imagen indica que Dios quiere que el hombre tenga a Dios como su vida para que el hombre pueda expresar a Dios. En tercer lugar, que Dios pusiera al hombre delante del árbol de la vida indica que Dios desea que el hombre lo tome a Él, quien es representado por el árbol de la vida, como la vida del hombre. En cuarto lugar, que Satanás tentara al hombre a que tomara del árbol del conocimiento indica que Satanás quiere impedirle al hombre que tome a Dios como su vida. En quinto lugar, que Dios, por medio de los querubines y la espada de fuego, prohibiera al hombre caído que tomara del árbol de la vida indica que la gloria de Dios (representada por los querubines), Su santidad (representada por el fuego) y Su justicia (representada por la espada) no permiten que el hombre pecador abuse de la vida de Dios. En sexto lugar, por medio de la redención de Cristo, tipificada por la propiciación efectuada con los sacrificios, los santos del Antiguo Testamento tenían el derecho de participar de Dios como fuente de vida para su satisfacción y disfrute. Éstos son los seis puntos principales en el Antiguo Testamento en cuanto al asunto de la vida divina en su relación con nosotros.
En el Nuevo Testamento, el pensamiento de que Dios sea la vida del hombre empieza con la encarnación. Dios vino a ser encarnado para que el hombre lo recibiera como gracia y realidad, las cuales son Dios mismo para ser la vida del hombre como la porción eterna del hombre (4, Jn. 1:14, 16). Dios vino para alcanzar al hombre. La jornada que hizo para llegar al hombre, Su venida, incluye seis pasos, y el destino de Su jornada es el espíritu del hombre. En primer lugar, Él vino como vida, para que el hombre tuviera la vida divina, y para que la tuviera en abundancia (14:6a; 11:25a; 10:10b; 1 Jn. 5:11-12). En segundo lugar, Él puso Su propia vida humana por el hombre y la volvió a tomar para liberar Su vida divina a fin de poder impartirla en Sus creyentes (Jn. 10:11, 15b, 17-18a, 28a). Cristo puso Su vida por nosotros, o sea, murió en la cruz por nuestra redención. La redención de Cristo atravesó todos los obstáculos, así como un túnel atraviesa una montaña. A fin de impartir Su vida divina en nuestro espíritu, Cristo murió por nuestra redención.
En el tercer paso de Su venida, Cristo fue levantado en la cruz en forma de serpiente para que Sus creyentes tuvieran la vida eterna de Dios: la vida increada e indestructible (Jn. 3:14-15; He. 7:16). En este aspecto de Su muerte, Cristo murió no sólo en forma de hombre, sino también en forma de serpiente (Jn. 3:14; Nm. 21:8-9). A los ojos de Dios, todos los hombres caídos son serpientes (Mt. 12:34), porque todos tienen la naturaleza serpentina dentro de ellos. Exteriormente, quizá parezcamos ser damas y caballeros, pero interiormente somos serpentinos. Debido a que somos serpientes, Cristo murió en la cruz en forma de serpiente. Debido a que como hombres caídos tenemos el veneno del pecado dentro de nosotros, somos verdaderas serpientes. Pero Cristo, como la serpiente de bronce, tenía sólo la forma de la serpiente porque Él no tenía el veneno del pecado dentro de Él (Ro. 8:3; 2 Co. 5:21; He. 4:15). Cristo vino en forma de la serpiente para resolver el problema de nuestra naturaleza serpentina a fin de poder impartirse como vida en nosotros. Así que, Su muerte en la cruz en forma de serpiente fue un paso adicional que Dios, en Su venida, efectuó para llegar a ser nuestra vida.
Por medio de Su muerte en la cruz, Cristo efectuó la redención de Dios, lo cual es representado por el derramamiento de Su sangre, y liberó Su vida divina, que es representado por el fluir del agua que salió de Él (Jn. 19:34). Esto es el cuarto paso de Su venida. En el quinto paso de Su venida, Cristo, como el postrer Adán, llegó a ser el Espíritu vivificante y que imparte vida (1 Co. 15:45), mediante Su resurrección. Ahora, todo el que en Él crea puede tener la vida divina y eterna (Jn. 3:16, 36a; 20:31). Esto es el sexto paso de Su venida.
Para que Dios llegara al destino de nuestro espíritu, muchos pasos fueron necesarios. El Dios todopoderoso que estaba en los cielos descendió de Su morada celestial y pasó por muchos problemas, obstáculos y estorbos para alcanzar nuestro espíritu. Él dio Su vida en Su naturaleza humana, muriendo en forma de serpiente para tomar medidas con nuestra naturaleza serpentina. Él efectuó la redención, que resolvió todos los problemas: Satanás, el mundo, la naturaleza pecaminosa, el yo, el viejo hombre, el pecado y los pecados. La redención efectuada por Cristo fue como la construcción de una autopista moderna. Las autopistas de los Estados Unidos fueron construidas enderezando las curvas, allanando las colinas y tendiendo puentes sobre las brechas y los ríos. La redención de Cristo ha tendido puentes sobre todas las brechas, allanado todas las colinas y enderezado todas las curvas. El derramamiento de la sangre de Cristo ha efectuado una redención eterna para nosotros (He. 9:12).
Además del derramamiento de Su sangre, de Él fluyó agua (Jn. 19:34). El fluir del agua que salió de Él indica la liberación de Su vida divina por medio de Su muerte y resurrección. En resurrección Cristo fue hecho el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Aquel que fue encarnado, que vivió una vida humana en la tierra, que fue crucificado y sepultado, que fue al Hades, y que salió de la muerte y fue librado de la muerte, del Hades y de la tumba, llegó a ser el Espíritu vivificante. Como el Espíritu vivificante, Él ahora puede entrar en el hombre.
El proceso por el cual Cristo llegó a ser el Espíritu vivificante puede ser asemejado al proceso por el cual un melón se convierte en jugo. Hace algunos años, en Taiwán, llevé a la casa un melón grande para mis hijos. En broma les pedí que me dijeran cómo podrían hacer que ese melón tan grande se introdujera en ellos. Estaban perplejos por causa de mi pregunta y no pudieron decirme cómo ese melón grande podría entrar en ellos. Finalmente, corté el melón grande en rebanadas pequeñas. Debido a que el melón estaba cortado en rebanadas pequeñas, mis hijos podían comerlo fácilmente. Aunque mis hijos disfrutaron de las rebanadas, yo fui más allá y exprimí las rebanadas hasta que salió el jugo. Entonces, todos pudieron beber el jugo. Esto hizo que todos estuvieran contentos. Finalmente, todo el melón fue procesado y poco después desapareció en los estómagos de mis hijos. En muy pocas horas, el melón grande llegó a cada parte de su ser.
De una manera similar, Dios ha sido procesado para poder alcanzar el espíritu del hombre. Todos los pasos de la venida de Dios son los procesos necesarios para que Él llegara a ser el “jugo” del cual el hombre puede beber. Cristo fue “cortado en rebanadas” en la cruz y “exprimido” por medio de la muerte y la resurrección hasta que llegó a ser “jugo”. Como el Espíritu vivificante, Él es parecido al jugo del melón. Ahora podemos beber de Él. El Nuevo Testamento da un mandato fuerte a los creyentes de que beban de Cristo. En Juan 7:37, el Señor Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: “Si alguno tiene sed, venga a Mí y beba”, y en Apocalipsis 22:17 el Espíritu y la novia dicen: “El que tiene sed, venga [...] tome del agua de la vida gratuitamente”. Como el Espíritu, el Señor está listo para que todos nosotros bebamos de Él. Cuando creemos en el Señor Jesús, ejercitando nuestro espíritu para invocar Su nombre, Él llega a nuestro espíritu. ¡Cuán maravilloso! Éste es el paso inicial con el cual Dios llega a ser la vida del hombre según se ve en el Nuevo Testamento.
Después de que Dios vino en la encarnación para que lo podamos tener como vida, Dios en Cristo como el Espíritu entra en los creyentes en Cristo para ser su vida al regenerarlos (Jn. 3:5-6; 1:13). La frase Dios en Cristo como el Espíritu indica al Dios Triuno. El término Dios está relacionado con Dios el Padre, Cristo con Dios el Hijo, y el Espíritu con Dios el Espíritu. El Dios Triuno entra en los creyentes como el Espíritu, porque el Espíritu hoy es la consumación del Dios Triuno. Por lo tanto, cuando el Espíritu viene, los Tres de la Trinidad Divina vienen. El Dios Triuno entra en los creyentes en Cristo. A fin de que el Dios Triuno pueda entrar en nosotros, nosotros tenemos que ser aquellos que están en Cristo. Fuera de Cristo no hay posibilidad de que Dios entre en nosotros. En Cristo tenemos la posición correcta y la debida capacidad para que Dios entre en nosotros para ser nuestra vida.
Dios entra en nosotros para ser nuestra vida porque nuestra necesidad primordial es vida. Si Él entrara en nosotros para primero ser nuestro alimento, esto no sería apropiado. El alimento es el suministro de vida. Sin embargo, nuestra necesidad primordial es vida. Cristo, como corporificación de Dios y Espíritu vivificante, entra en nosotros al regenerarnos. El hecho de que Él nos regenere es más significativo e importante que el hecho de que Él sea nuestro suministro de vida. El Dios Triuno procesado y consumado entra en nosotros para regenerarnos. De esta manera tenemos un nacimiento nuevo. Este nacimiento nuevo no es nada insignificante. Toda vida depende de un nacimiento. Sin tener un nacimiento, no hay comienzo de vida. Nosotros tuvimos un comienzo en Adán, pero ahora tenemos un nuevo comienzo en Cristo. Nuestro primer nacimiento, el nacimiento humano, fue un poco pobre, pero nuestro segundo nacimiento, nuestro nacimiento divino, fue maravilloso.
El Dios Triuno, después de ser consumado, viene a nosotros para ser el factor y elemento generador. Dios nos ha regenerado. La regeneración no es sólo que se nos ponga una vida nueva en nosotros. La regeneración significa que una vida ha entrado en nosotros para hacer germinar, para generar, a fin de cambiar nuestro ser y darnos un nuevo comienzo. En otras palabras, una vida ha entrado en nosotros, la cual nos ha dado un nuevo comienzo de un tipo de ser diferente. Anteriormente, éramos un tipo de ser. Ahora, por medio de la regeneración tenemos el comienzo de un nuevo ser. Ésta es la manera en que Dios entra en nosotros.
Dios entra en nosotros para regenerarnos mediante la palabra viva de Dios (1 P. 1:23; Jac. 1:18). En 1 Pedro 1:23 dice que hemos sido “regenerados, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios, la cual vive y permanece para siempre”. De joven cuando leí este versículo, estaba preocupado porque mi experiencia de la regeneración no parecía concordar con lo que se revela allí. Me parecía que cuando yo fui regenerado, no había recibido ninguna palabra ni versículo alguno de la Biblia. Sólo había escuchado un mensaje con respecto a Dios basado en lo que se narra en el libro de Éxodo. Desde mi regeneración, he consultado con muchos otros creyentes, y sólo unos pocos han tenido la experiencia de ser regenerados por medio de un versículo de la Biblia en particular. Una de estas personas era un joven que había sido salvo con la ayuda de un hermano que usó Juan 3:16. El hermano ayudó al joven a que leyera Juan 3:16. Primero, lo leyeron juntos tal como estaba en el Nuevo Testamento. Luego el hermano le pidió al joven que lo leyera sustituyendo “al mundo” por “a mí”. Así que, él leyó: “Porque de tal manera amó Dios a mí”. Mediante este tipo de lectura, el joven fue salvo. Sin embargo, muchos de nosotros fuimos salvos de manera general escuchando un mensaje.
En 1 Pedro 1:23, la palabra viva de Dios se refiere al mensaje del evangelio que oímos cuando fuimos salvos. El pensamiento central del evangelio de Dios es que Dios se hizo un hombre llamado Jesucristo, que murió por nuestros pecados y por nosotros, que resucitó de entre los muertos, y que llegó a ser nuestro Salvador viviente. Al oír tal evangelio, creímos y fuimos regenerados. Este evangelio es la palabra viviente por la cual fuimos regenerados.
En el Día de Pentecostés, Pedro se puso de pie y dio un mensaje a más de tres mil personas (Hch. 2:1, 14, 41). En su mensaje él habló de la encarnación, la muerte de Cristo, Su resurrección y Su ascensión. Su mensaje fue la palabra viva de Dios, y por medio de ella tres mil fueron regenerados. El centro y la realidad del mensaje de Pedro fue el Cristo resucitado, incluyendo todas las etapas por las cuales Él pasó, desde Su encarnación hasta que llegó a ser el Espíritu vivificante. Ésa era la palabra viva de Dios.
En 1 Pedro 1:3 dice: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según Su grande misericordia nos ha regenerado para una esperanza viva, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos”. En los escritos del apóstol Pedro hay muchas riquezas ocultas. En 1:3 Pedro dijo que fuimos regenerados mediante la resurrección de Cristo. Pero en el versículo 23 del mismo capítulo, Pedro dijo que fuimos regenerados por medio la palabra viva de Dios. Parece que hay dos maneras de ser regenerados: mediante la resurrección de Cristo y por la palabra viva. Aunque parecen ser dos medios distintos, en realidad son uno solo. La resurrección de Cristo se transmite en la palabra. La palabra viviente que nos regenera es la palabra que transmite la resurrección de Cristo. La resurrección de Cristo es un hecho que se revela en el versículo 3. Mediante el hecho maravilloso de la resurrección de Cristo, todos fuimos regenerados por Dios. Fuimos regenerados por Dios mediante la resurrección de Cristo; pero ¿cómo conocemos el hecho de la resurrección de Cristo? Lo conocemos por medio de la palabra viva de Dios, por medio de la palabra del evangelio. En la predicación del evangelio, lo principal que debemos decir a la gente es que hoy en día Cristo ha resucitado y que Él es el Salvador en resurrección.
La resurrección de Cristo es el hecho, y la palabra viva de Dios es la descripción de aquel hecho. Estas dos en realidad son una misma cosa. Sin la resurrección de Cristo, el evangelio no tiene contenido. Pero sin la predicación del evangelio, es decir, sin que se hable la palabra viva que transmite la resurrección de Cristo, nadie sabría acerca de esta resurrección. Por lo tanto, debemos salir para alcanzar a la gente, para hablar con la gente, para decirles acerca de la resurrección de Cristo. Cuanto más prediquemos, más personas serán regeneradas.
La regeneración hace que los creyentes sean hijos de Dios e hijos maduros de Dios (Jn. 1:12; He. 2:10). La vida en sí, sin la acción de la regeneración, no nos hace hijos de Dios. La vida debe pasar por la acción de la regeneración para poder hacernos hijos de Dios. La regeneración por la vida divina nos hace hijos de Dios. Primero somos hijos de Dios; luego llegamos a ser los hijos maduros de Dios (He. 2:10).
Fue para que pudiéramos ser participantes de la naturaleza divina que fuimos hechos hijos de Dios e hijos maduros de Dios a fin de que seamos glorificados con la gloria divina (2 P. 1:4; Ro. 8:30c; He. 2:10). Cada día debemos participar de la naturaleza divina. Cuando participamos de la carne de res, participamos de la naturaleza de la vaca. Si todos los días participamos de la carne de res, con el tiempo no sólo nuestra piel, sino también nuestra ropa comenzará a emitir el olor de la vaca. Asimismo, si todos los días comemos salmón, todo nuestro cuerpo emitirá el olor del salmón. Nuestra participación de la naturaleza divina debe ser constante. Ser participantes implica más que participar esporádicamente. Debemos participar de la naturaleza divina cada minuto. Debemos comer, beber y aun respirar la naturaleza divina. En nuestra vida humana respiramos más frecuentemente de lo que bebemos, y bebemos más frecuentemente de lo que comemos. En nuestra vida cristiana, debemos respirar, beber y comer la naturaleza divina.
Participamos constantemente de la naturaleza divina de modo que podamos ser glorificados. Simplemente mejorarnos no nos relaciona con otro elemento. Sin embargo, para ser glorificados, debemos estar relacionados con el elemento de la gloria de Dios, con el elemento de la naturaleza glorificadora de Dios. Cuando el metal se calienta al rojo, como en la soldadura, éste es “glorificado”. El elemento de la electricidad entra en el metal y lo calienta. Así que, podemos decir que la electricidad glorifica el metal.
Al participar de la naturaleza divina de Dios, somos glorificados con la gloria divina. Fuimos regenerados por medio de la resurrección de Cristo para una esperanza viva (1 P. 1:3). Esta esperanza es para nuestra glorificación venidera. Hemos sido justificados y seremos glorificados (Ro. 8:30c). Ya que ahora estamos en camino a la gloria, Hebreos 2:10 nos dice que Dios nos lleva a nosotros, Sus muchos hijos, a la gloria.
Cuando yo era un cristiano joven, me enseñaron que la glorificación era la eliminación de nuestros defectos físicos. Teniendo tal entendimiento, yo pensaba que el que una persona lisiada fuera introducida en la gloria del Señor significaba que cuando el Señor regrese se le quitaría su invalidez. Y mantuve este concepto por mucho tiempo. Con el tiempo, me di cuenta de que éste no era el entendimiento adecuado de ser glorificado. Cuando recibimos la vida divina y fuimos regenerados, llegamos a ser seres nuevos. Este nuevo ser es un ser que participa de la naturaleza divina. Día tras día debemos participar de la naturaleza divina, y esta naturaleza divina es la gloria. Finalmente, esta naturaleza divina nos glorificará y nos hará resplandecer con el elemento de Dios.
La regeneración incluye nuestra glorificación venidera. Por eso es correcto decir que nuestra regeneración todavía no ha sido completada. Hemos tenido un comienzo y ahora estamos en el camino. Queda una gran parte de nuestro ser que todavía no ha sido regenerada. Tal vez pensemos que el proceso que experimentamos después de nuestra regeneración inicial debe ser llamado santificación o transformación. Esto es cierto, pero en Romanos 8:30 Pablo sólo mencionó la justificación y la glorificación. Éstos sólo son dos de los pasos del largo proceso desde la regeneración hasta la glorificación. Parece que Pablo pasó por alto la santificación, la transformación y la conformación. En realidad, los pasos de la santificación, la transformación y la conformación están incluidos en el último paso, la glorificación, porque estos pasos llegan a su consumación en la glorificación. La regeneración comienza con la justificación y llega a su consumación en la glorificación.
Aunque hemos sido regenerados, puede ser que todavía nos enojemos. Que nos enojemos indica que todavía no hemos sido totalmente regenerados. Cuando nos enojamos, tal vez nos preguntemos si hemos sido regenerados en lo más mínimo. Sí, hemos sido regenerados, pero no totalmente. Hemos sido regenerados, pero no estaremos completamente regenerados sino hasta que hayamos sido glorificados.