
Lectura bíblica: Juan 12: 24-26
El evangelio de Juan revela que Dios en Cristo como el Espíritu llega a ser nuestro disfrute y nuestro todo. Dios se expresa y está corporificado en Su Hijo, quien es la Palabra. Cuando expresamos un pensamiento usando palabras, ese pensamiento toma cuerpo. Nuestras palabras expresan nuestros conceptos y son la corporificación concreta de nuestros pensamientos abstractos. Dios mismo, quien desea ser nuestro disfrute y nuestro todo, está corporificado y se expresa en el Hijo. El Hijo, el Verbo hecho carne, era la manifestación de Dios en la tierra por treinta y tres años y medio, luego fue crucificado y resucitó; mediante Su muerte y resurrección, fue transformado de la carne al Espíritu. El fue hecho el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45b), y este Espíritu que da vida es el aliento de vida que ha sido soplado en nosotros.
Podemos disfrutar, experimentar y recibir la realidad de todas las riquezas de Cristo al tener contacto con el Espíritu vivificante que mora en nosotros. La Palabra es la definición y revelación de las riquezas de Cristo. Podemos conocer y entender estas riquezas por la Palabra, pero aun no podemos hacerlas reales; sólo podemos tener la realidad de las riquezas de Cristo en la Palabra por medio del Espíritu. La Palabra nos revela estas riquezas para que las conozcamos, pero en el Espíritu podemos hacerlas reales y experimentarlas. Por lo tanto, primero debemos aprender cómo leer y comprender la Palabra. Luego debemos aprender cómo obtener la realidad de las riquezas de Cristo por medio del Espíritu. Si tenemos la Palabra únicamente, sólo podemos recibir el conocimiento de las riquezas de Cristo en nuestra mente; sin embargo, obtenemos la realidad de ellas y las experimentamos al tener contacto con el Espíritu.
Hoy día Cristo no sólo es la Palabra sino también el Espíritu; El es la Palabra para que lo entendamos y el Espíritu para que lo disfrutemos, lo experimentemos y obtengamos la realidad. Por tanto, todo lo que está en la Palabra es hecho real para nosotros en el Espíritu. Debemos aprender cómo leer la Palabra y cómo contactar el Espíritu. Por la Palabra podemos conocer cuáles son las riquezas de Cristo, y por el Espíritu podemos obtener la realidad y experimentar todas las riquezas de Cristo que se revelan en la Palabra.
El evangelio de Juan revela que Dios está corporificado y se expresa en Cristo, quien es hecho real a nosotros como el Espíritu a fin de que participemos de El y lo disfrutemos. Ahora veamos la manera de disfrutar al Cristo que se revela en Juan. Juan 3:6 habla de nuestro espíritu regenerado: “Lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”. Si deseamos participar de esta Persona maravillosa y disfrutarla, es necesario que nuestro espíritu sea regenerado. Esta es la etapa inicial. Juan no sólo nos muestra que Dios en Cristo como el Espíritu llega a ser nuestro deleite, sino que también nos dice cuál órgano debemos usar para disfrutarlo, y este órgano es nuestro espíritu regenerado.
Juan 4:23-24 dice claramente que Dios es Espíritu y que debemos adorarlo en nuestro espíritu. Todo lo que El es, está en el Espíritu porque El es Espíritu. Aunque Dios abarca tantos aspectos, sólo tiene una substancia. Dios es luz pero la substancia de esta luz es Espíritu. Dios es vida pero la substancia de esta vida es Espíritu. Si queremos contactarlo, adorarlo, disfrutarlo y experimentarlo, debemos hacerlo en nuestro espíritu. Primero, nuestro espíritu debe ser regenerado, luego, debemos ejercitar nuestro espíritu para tener contacto con Dios.
Juan 4:14 dice que cuando bebemos de Cristo como el agua viva, El llega a ser en nosotros un manantial de agua que salta para vida eterna. En nosotros, es decir, en nuestro espíritu, Cristo fluye como el manantial de agua viva. Juan 7:38 dice que del interior de aquellos que beban a Cristo correrán ríos de agua viva. Nuestro interior se refiere a nuestro espíritu humano, por lo tanto, el evangelio de Juan revela que el espíritu humano es el órgano por medio del cual podemos disfrutar a este Cristo tan rico.
Ahora debemos examinar cómo el evangelio de Juan menciona el alma con relación al disfrute que tenemos de Cristo. Juan 12:25 dice: “El que ama la vida de su alma la perderá; y el que la aborrece en este mundo, para vida eterna la guardará”. Tenemos que aborrecer la vida de nuestra alma, es decir, debemos perderla. Esto nos revela la gran diferencia que existe entre el espíritu y el alma, y también nos deja ver la manera de disfrutar al Dios Triuno. Es necesario que nuestro espíritu sea regenerado y debemos ejercitarlo para tener contacto con el Señor, pero tenemos que perder el alma, o sea, debemos negarla. Usamos nuestro espíritu y negamos nuestra alma.
Perder nuestra alma, es decir, negarla, significa experimentar la cruz. Podemos ver la obra de la cruz en 12:24, donde el Señor dijo: “De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto”. El grano de trigo que muere en la tierra nos presenta un cuadro de cómo la cruz opera para hacernos morir. El versículo 25 revela la experiencia de la cruz al decirnos que debemos perder y aborrecer la vida de nuestra alma. El versículo 26 continúa: “Si alguno me sirve, sígame; y donde Yo esté, allí también estará Mi servidor”. Esto significa que debemos seguir al Señor hasta la cruz. El Señor fue crucificado en la cruz y es necesario que nosotros seamos crucificados allí también. Nosotros, los muchos granos, también tenemos que morir para perder la vida de nuestra alma a fin de disfrutar la vida eterna en resurrección. Esto es lo que significa seguir al Señor a fin de servirlo y andar con El; este camino nos conduce a perder nuestra vida del alma y a vivir en Su resurrección. La manera de experimentar a Cristo es tomar la cruz ejercitando nuestro espíritu y negando nuestra alma.
El evangelio de Juan muestra cómo Dios se procesó a fin de entrar en el hombre. El Padre es la fuente. Un día se expresó en el Hijo, quien se encarnó y vivió como hombre en la tierra. El Hijo es la corporificación y la expresión del Padre. El pasó tres años y medio revelándose a Sus discípulos, pero durante ese tiempo ellos no podían experimentarlo ni hacerlo real en su interior. Luego, por medio de Su muerte y resurrección, Cristo se transfiguró en el Espíritu vivificante y como tal, El se infundió en el espíritu de Sus discípulos al soplar en ellos. Ahora ellos tenían a esta Persona maravillosa en su espíritu, y por consiguiente, era necesario que negaran su alma y ejercitaran su espíritu para tener contacto con El.
Todos debemos aprender la lección de siempre negar nuestra alma, nuestro yo, y prestar atención a nuestro espíritu, la parte más recóndita de nuestro ser, ejercitándolo para tocar al Señor. Por una parte debemos negarnos, y por otra, debemos ejercitar nuestro espíritu. Supongamos que me encuentro en oscuridad y me falta claridad con respecto a cierto asunto. La Palabra dice que Cristo es la luz (Jn. 8:12), pero ¿de qué manera puedo experimentarlo como la luz? En primer lugar, debo perder mi alma al negar mis pensamientos, mis gustos y mis decisiones, luego debo ejercitar mi espíritu para tocar al Señor. Si hago esto, experimentaré la iluminación interior de Cristo como la luz.
Además debemos experimentar a Cristo como la puerta (Jn. 10:9) para salir del redil de la religión y entrar en El a fin de disfrutarlo como el rico pasto. Bajo la providencia de Dios, el Señor usó algo de nuestro trasfondo con el objetivo de guardarnos para el propósito de Dios. En la eternidad pasada, antes de la fundación del mundo, Dios nos escogió y nos predestinó (Ef. 1:4-5). Incluso el momento y el lugar donde nacimos fue predeterminado por Dios. Hechos 17:26 dice: “Y de uno solo ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los linderos de su habitación”. Algunos años atrás me sentí inspirado después de leer este versículo y escribí en mi Biblia una nota al margen que decía: “Señor, Te alabo y Te doy gracias porque vivo en una época en la cual el evangelio pudo llegar al lugar donde nací”. Comprendí que el Señor me había elegido y predestinado, porque si hubiese nacido muchos años antes o en un lugar diferente de la China, no me habría sido posible recibir el evangelio. Alabo y agradezco al Señor que nací en el siglo veinte en una determinada provincia costeña de la China.
Aconteció que me encontraba en el redil de una denominación, y fui guardado en él con miras al propósito de Dios hasta que finalmente entré a disfrutar del pasto de Dios. Las ovejas deben mantenerse en el redil durante el invierno o durante la noche hasta que el pasto esté disponible. Los primeros discípulos fueron guardados en el redil del judaismo hasta que Cristo como el pasto estuviera disponible, y después, El fue la puerta para que salieran de este redil. Dios utiliza diversas circunstancias para guardar y proteger a Sus escogidos hasta que conozcan a Cristo; luego, ellos experimentan a Cristo como la puerta para salir del redil y entrar en El a disfrutarlo como el pasto.
Muchos tuvimos esta experiencia, ya que negamos a nuestro yo y ejercitamos nuestro espíritu para tener contacto con el Señor como nuestra puerta. Quizá algunos dijeron: “Señor, Te amo. Me entrego a Tí y estoy dispuesto a abandonarlo todo para seguirte”. Esto significa que tocamos al Señor y negamos nuestro yo. Estábamos dispuestos a seguir al Señor a cualquier precio, y por lo tanto, nos pusimos en la muerte para ocuparnos únicamente de nuestro espíritu, el cual es la parte más recóndita de nuestro interior. Luego salimos del redil y entramos en el rebaño a fin de disfrutar al Señor como nuestro pasto. La única manera de disfrutar al Señor es negar nuestra alma y ocuparnos del sentir interior en nuestro espíritu. Entonces podremos experimentar al Señor en todo lo que necesitamos. A fin de disfrutar al Señor como el pasto, debemos negar diariamente nuestra alma y ocuparnos del sentir interior de nuestro espíritu para ir en pos del Señor subjetivamente.
Siempre existe algo que compite con Cristo. En Juan 12 el Señor afirmó que caería en la tierra como el grano de trigo para morir. Cuando dijo estas palabras, se encontraba bajo cierta clase de tentación ya que en ese momento el pueblo lo alababa y salía a recibirle, clamando: “¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor, el Rey de Israel!” (v. 13). Sus discípulos le dijeron que aun los griegos lo procuraban pero el Señor les respondió que debía morir. El mejor momento para morir es cuando la gente nos da la bienvenida; no debemos dejarnos tentar por la bienvenida del mundo.
Juan 12 presenta la gloria que el Señor recibía por parte de todo el pueblo y también la muerte que le esperaba. Si preferimos la gloria, no perdemos la vida de nuestra alma ni negamos nuestro yo. Esto implicaría que hemos escogido nuestro propio camino y descuidado el sentir interior. Pero el Señor Jesús obedeció dicho sentir y dijo que había venido para ser un grano de trigo, no para ser exaltado sino para morir. Después este grano se multiplicaría en muchos granos por la impartición de la vida, y el único grano llegó a ser muchos. Esto nos muestra que la manera de disfrutar a Cristo es por medio de la resurrección y mediante la muerte. Por un lado, necesitamos negarnos para pasar por la muerte; por el otro, necesitamos ocuparnos del espíritu en nuestro interior, el cual está en resurrección. La manera de disfrutar y experimentar a Cristo es permanecer en nuestro espíritu al negar el alma.