
Lectura bíblica: Ap. 5:8; 8:3-4; Ro. 8:26; Sal. 27:4, 8
Apocalipsis 5:8 dice: “Y cuando hubo tomado el libro, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero; todos tenían arpas, y copas de oro llenas de incienso, las cuales son las oraciones de los santos”. Las copas son las oraciones de los santos y dentro de ellas está el incienso. Esto quiere decir que en las oraciones de los santos se encuentra algo semejante al incienso, algo muy dulce y agradable a Dios. Las oraciones de los santos son el recipiente y el incienso es el contenido.
Apocalipsis 8:3 y 4 dice: “Otro Angel vino entonces y se paró ante el altar, con un incensario de oro; y se le dio mucho incienso para que lo ofreciese junto con las oraciones de todos los santos, sobre el altar de oro que estaba delante del trono. Y de la mano del Angel subió a la presencia de Dios el humo del incienso con las oraciones de los santos”.
Romanos 8:26 dice: “Además, de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles”. Aunque no sepamos qué hemos de orar, muchas veces el Espíritu intercede con nosotros y en nosotros con gemidos indecibles.
El salmo 27:4 dice: “Una cosa he demandado a Jehová, ésta buscaré; que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura de Jehová, y para inquirir en su templo”. La frase la casa de Jehová tiene dos significados: en 1 Timoteo 3:15 dice que la iglesia hoy es la casa de Dios, y en Efesios 2:22 dice que nuestro espíritu humano también es la morada de Dios.
En el versículo 8 del salmo 27 dice: “Mi corazón ha dicho de ti: Buscad mi rostro. Tu rostro buscaré, oh Jehová”. Una versión más literal de este versículo sería: “Respecto a ti ha dicho mi corazón: Buscad Mi rostro. Tu rostro, Señor, buscaré”. Esto demuestra que el corazón del salmista dijo algo por el Señor, es decir, su corazón clamó: “Buscad Mi rostro”. En su corazón había un clamor y una declaración de que tenía que buscar el rostro del Señor; luego, su respuesta fue: “Tu rostro, Señor, buscaré”.
En este capítulo deseamos tener un poco más de comunión en cuanto al disfrute íntimo de Cristo que podemos experimentar. Existen muchas maneras de hacer una misma cosa, sin embargo siempre buscamos hallar la mejor, y la mejor manera de orar es combinar nuestra lectura de la Palabra con oración. Aunque debemos leer la Palabra a fin de disfrutar al Señor, no debemos ser guiados por nuestra mente al acercarnos a ella. Mientras leemos, espontáneamente entenderemos algo; luego, podemos considerar lo que hemos leído, y después, convertir en oración aquello que hemos entendido y examinado. Es menester orar ejercitando nuestro espíritu.
No debemos ejercitar nuestra mente para componer una oración, más bien, debemos aprender a orar con frases y oraciones entrecortadas. Cuando hablamos de forma íntima con alguien de confianza, no tratamos de hacer una composición formal, no obstante, muchos no oramos ni le hablamos al Señor de manera íntima. Al contrario, hacemos una composición formal, lo cual anula nuestro espíritu y nos lleva a ejercitar nuestra mente. Debemos aprender a orar de modo espontáneo usando palabras y frases, pero sin hacer una composición formal. Aprendamos a ser espontáneos con el Señor: mientras oramos, leemos la Palabra, y mientras leemos la Palabra, oramos. De tal modo, nuestra lectura y oración van entremezcladas; esta es la manera de usar la Palabra a fin de disfrutar a Cristo.
Cristo es nuestra vida y nuestro todo para que lo disfrutemos. Por una parte, el Señor es la Palabra y está en la Palabra; por otra, el Señor es el Espíritu y está en el Espíritu. Además, la Palabra es el Espíritu. Juan 1:1 revela que Cristo era el Verbo en el principio; Juan 6:63 muestra que la Palabra es el Espíritu; y en Efesios 6:17 vemos que el Espíritu es la Palabra. En nuestras manos tenemos la Palabra, y en nuestro espíritu, al Espíritu. Por estos dos medios tenemos contacto con Cristo y lo disfrutamos. La vida cristiana no es una vida religiosa sino una vida en la que disfrutamos continuamente a Cristo.
Tanto nuestro andar cristiano a diario como todas las virtudes de la vida cristiana apropiada proceden del disfrute que tenemos de Cristo. Efesios 5 y 6 hablan de que las esposas se sometan a sus maridos, los esposos amen a sus esposas, los hijos honren a sus padres, los padres se preocupen por sus hijos, los esclavos sirvan fielmente a sus amos y los amos traten bien a sus esclavos. Esta vida humana apropiada se produce al ser llenos de Cristo (Ef. 5:18), lo cual es el disfrute que tenemos de Cristo. Incluso la lucha espiritual que encontramos al final de la epístola proviene de nuestro disfrute de Cristo.
En primer lugar, podemos deleitarnos en Cristo usando la Palabra de una manera apropiada, es decir, en la manera de vida. Si queremos disfrutar a Cristo, debemos saber cómo usar la Palabra. Si no sabemos hacerlo, jamás disfrutaremos a Cristo adecuadamente. También debemos aprender a orar; orar equivale a beber de Cristo quien es el Espíritu (1 Co. 12:13) e inhalarlo como tal (Jn. 20:22; Lm. 3:55-56). Todos debemos aprender a usar la Palabra apropiadamente y a orar, de modo que inhalemos a Cristo como el Espíritu. Al orar, colaboramos con Cristo y le damos la oportunidad y el fundamento para que produzca algo por medio de nosotros. Por tanto, podemos decir que existen dos maneras de disfrutar a Cristo: una es leer la Palabra; la otra, orar. Nuestra lectura de la Palabra debe ir entremezclada con la oración.
A fin de aprender a disfrutar a Cristo en la oración, es preciso dejar a un lado nuestra vieja manera de orar; tampoco debemos gastar tiempo pidiendo por nuestros asuntos de negocios o preocupaciones personales. En vez, oremos para alabar a Cristo, adorarlo, agradecerle, contemplar Su hermosura e inhalarlo. Muchas veces, tenemos que orar con gemidos, diciendo: “Oh Señor, oh Señor...” Esta es la mejor oración. La verdadera oración no es la que sale de nosotros cuando le pedimos al Señor que haga algo por nosotros. La oración genuina es el Espíritu, Cristo mismo, quien opera y se mueve en nuestro interior para que abramos nuestro ser a El con el objetivo de exhalarlo e inhalarlo (ver Himnos, #119). Debemos darle vía libre de salida y entrada para que pueda expresar algo de Sí mismo en nosotros.
La oración no consiste en ocuparnos de muchos asuntos. Orar equivale a respirar el aire espiritual, que es el Señor mismo. Tenemos que aprender a respirar al Señor como nuestro aire espiritual cada día, aun varias veces al día. Mientras conducimos el auto o estamos en la cocina, podemos respirarlo invocando desde lo más profundo de nuestro ser: “¡Oh, Señor!”. Esta es la mejor oración.
El Apocalipsis muestra que las oraciones de los santos son las copas, o el incensario, que contienen a Cristo. Cristo, el verdadero incienso, debe estar presente en nuestra oración. Debemos quemar el incienso diariamente, ofreciendo oraciones llenas de Cristo que asciendan a Dios. Cristo está en nosotros y la oración debe servir de incensario, copa o recipiente para contener al incienso, el cual es el Cristo que mora en nosotros. Aunque tengamos a Cristo en nosotros, si no oramos, no lo tenemos en calidad de incienso que asciende a Dios. La oración apropiada no es la que gira en torno a nuestras necesidades prácticas, sino aquella que expresa a Cristo. Oramos para expresar a Cristo, es decir, para darle la oportunidad al Cristo que mora en nosotros de ascender a Dios como el incienso, y ser expresado en nuestra oración.
En Mateo 6:31 al 33 dice: “No os preocupéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos? o ¿qué beberemos? O ¿con qué nos vestiremos? Porque los gentiles buscan con afán todas estas cosas. Vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente Su reino y Su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”. Incluso podemos decirle al Señor: “Señor, no hay necesidad de orar por tantas cosas. En Mateo 6:31 al 33 dice que Tú ya conoces lo que necesito”. Si estamos ansiosos con respecto a nuestras necesidades personales, podemos recordarle al Señor que nos alimente y nos cuide conforme a Su Palabra. Simplemente debemos buscar al Señor, Su reino y Su justicia. El Señor no sólo nos suplirá todo lo que necesitamos sino que aun lo añadirá. Por lo tanto, aprendamos a orar y a buscar sólo al Señor para contemplar Su hermosura.
Luego podemos aprender a inquirir del Señor, lo cual significa pedirle al Señor que nos dirija con respecto a qué debemos orar. No ore según su propio pensamiento, más bien, pídale al Señor que le muestre lo que El desea que usted ore. Quizá tenga que preguntarle algunas veces: “Señor, ¿puedo orar por cierto amigo? ¿puedo orar por la predicación del evangelio?”
Tenemos un buen ejemplo de ésto en Génesis 18, cuando el Señor vino con dos ángeles a visitar a Abraham. La Biblia afirma que Abraham era el amigo de Dios (2 Cr. 20:27; Is. 41:8 Stg. 2:23). El relato de Génesis 18 muestra que existía una amistad íntima entre Abraham y Dios. Abraham recibió, hospedó y sirvió a Jehová como a un amigo (vs. 1-8), y tuvieron un disfrute mutuo. Después, Jehová le preguntó a Abraham: “¿Dónde está Sara tu mujer?” (v. 9), y luego le dijo que su esposa tendría un hijo (v. 10). En Génesis 18, Abraham no le había pedido un hijo a Dios; en vez de eso, había dejado que Jehová le dijera algo. No permitamos que tantos asuntos se entrometan en nuestra comunión con el Señor. Contemplémoslo y dejemos que El nos disfrute mientras nos deleitamos en El. Incluso, podemos permitir que nos pregunte, tal como lo hizo con Abraham: “¿Dónde está tu mujer?”, y dejar que después nos diga algo.
Después de esta comunión, Jehová y los dos ángeles comenzaron a despedirse de Abraham. En el versículo 16 dice: “Y los varones se levantaron de allí, y miraron hacia Sodoma; y Abraham iba con ellos acompañándolos”. Otra versión dice: “Abraham iba con ellos para despedirlos”. Esto nos muestra que Abraham los escoltaba y trataba a Dios como a un amigo íntimo. Era como si dijese: “Señor, ¿ya Te vas? Siento mucho que se marchen; aún no estoy dispuesto a dejarlos. Permítanme acompañarlos un trecho”. Esta actitud por parte de Abraham de acompañar al Señor hizo surgir la carga de intercesión.
El versículo 17 dice: “Y Jehová dijo: ¿Encubriré yo a Abraham lo que voy a hacer?” El versículo 17 viene inmediatamente después del versículo 16 en el que Abraham acompañaba a Jehová. Si Abraham hubiera dicho: “Hasta luego, Señor” y no los hubiera acompañado cierta distancia, el Señor no habría tenido más comunión con él. El Señor no pudo encubrirle a su amigo íntimo lo que estaba por hacer, sino más bien tuvo que dejárselo saber.
Entonces el Señor le contó a Abraham que iba a juzgar a Sodoma. En realidad, en ese momento el Señor tenía una verdadera preocupación por Lot y necesitaba que alguien orase por él. El Señor siempre necesita de alguien que interceda para poder obrar en favor de otros. Por medio de esta comunión con el Señor, Abraham vino a conocer la intención de El. Debido a que eran amigos íntimos, no era necesario mencionar a Lot por nombre.
En los versículos 22 y 23 dice: “Y se apartaron de allí los varones, y fueron hacia Sodoma; pero Abraham estaba aún delante de Jehová. Y se acercó Abraham y dijo: ¿Destruirás también al justo con el impío?” Aunque los dos ángeles se habían ido a Sodoma, Abraham no estaba dispuesto a despedirse de Jehová; al contrario, se quedó para tener comunión más íntima con El. Abraham comenzó a interceder preguntándole al Señor si destruiría al justo con el injusto, lo cual significa que él estaba orando por Lot. Esto indica que la carga de intercesión proviene del contacto que tenemos con el Señor. Primero, El nos revela Su corazón y conocemos Su deseo; entonces, Su deseo llega a ser nuestra carga, la cual regresa al Señor como nuestra intercesión.
El Señor deseaba en Su corazón salvar a Lot de Sodoma, pero necesitaba que alguien orara por él. Si no hubiese nadie que intercediera por Lot, el Señor no podía actuar; en esto consiste el principio de la encarnación. Es necesaria la encarnación para que se produzca la nueva creación y para que se lleve a cabo nuestra salvación por obra de la gracia. Esto quiere decir que siempre existe la necesidad de que alguien coopere con el Señor a fin de que El tenga la base para hacer algo. Génesis 19:29 muestra que cuando el Señor destruyó a Sodoma, salvó a Lot como respuesta a la intercesión de Abraham.
Después de que Abraham tuvo una comunión completa con el Señor, Génesis dice: “Y Jehová se fue, luego que acabó de hablar a Abraham; y Abraham volvió a su lugar” (18:33). Al leer Génesis 18 podemos ver que Abraham habló, pero en el versículo 33 dice que Jehová se fue luego que acabó de hablarle a Abraham. Esto muestra que la mejor oración no es que nosotros le hablemos al Señor, sino que El nos hable. Permitamos que El termine de hablarnos, entonces podemos decir amén a Sus palabras. Debemos preguntarnos al terminar nuestra oración y después de decir amén: “¿Fuimos nosotros quienes terminamos de hablar o el Señor?”
Hablando estrictamente, la oración apropiada es aquella en la que el Señor habla por medio del que ora. Esta es la razón por la cual debemos aprender a orar para contemplar Su hermosura e inhalarlo con el fin de expresarlo. Si no sabemos por qué orar, podemos gemir, diciendo: “Oh Señor, no sé cómo orar ni qué pedir. Oh Señor...” Entonces tendremos la mejor oración.
Es menester poner en práctica la comunión que hemos tenido en este capítulo. Primero debemos aprender a leer y orar la Palabra. También debemos orar para contemplar al Señor y para respirarlo como nuestro aire espiritual. Quizá podemos tomar diez o quince minutos en la mañana para leer y orar la Palabra. Después tomemos un tiempo adicional, tal vez cinco minutos, sólo para orar. Debemos abrirnos al Señor, mirarlo y buscar Su rostro para contemplarlo, adorarlo, alabarlo y darle gracias. Si tenemos algún sentir interior que no podemos expresar, gimamos en Su presencia. Al practicar esta clase de oración viva e íntima, seremos nutridos, refrescados y fortalecidos con el Señor no sólo en la mañana sino también durante todo el día.
Debemos aprender a orar de esta forma todo el tiempo. Primera de Tesalonisenses 5:17 nos manda que debemos orar sin cesar. Orar de esta forma equivale a respirar espiritualmente. No importa qué hagamos, podemos orar respirando espiritualmente. Debemos respirar sin cesar, no importa qué estemos haciendo; sólo entonces disfrutaremos de continuo a Cristo.