
Lectura bíblica: 1 Ti. 1:3-7; 3:15-16; 4:6-8; 2 Ti. 1:7; 4:22
La Biblia incluye muchos asuntos, pero entre todos ellos hay un asunto central, el meollo. Al considerar la Biblia en su conjunto, si lo hacemos basados en nuestra mentalidad y sin el debido ejercicio del espíritu, es probable que nos resulte muy difícil identificar este meollo o pensamiento central.
Podemos comparar esto con la vida biológica que anima nuestro cuerpo. Ciertamente podemos localizar las distintas partes de nuestro cuerpo, como la piel, la carne, los huesos y los músculos, pero no podemos ubicar dónde se halla nuestra vida. No importa qué instrumento usemos para ello, jamás podremos ver dicha vida con nuestros ojos. En términos humanos, esta vida no puede ser vista. Sin embargo, esto no quiere decir que tal vida humana no exista. Por el contrario, todos sabemos que la vida biológica, la vida humana, es absolutamente real. Si no fuera así, no podríamos hablar ni movernos. Podemos tener delante de nuestros ojos todas las partes tangibles del cuerpo humano, pero la capacidad de movernos no pertenece a la esfera de lo físico y visible, sino que es una realidad invisible. Sucede lo mismo con la Biblia, y a ello se debe que tantos estudiosos no vean lo que constituye el meollo de la Biblia. Todo lo que ellos logran captar es mucha historia y un poco de ciencia. Hay también quienes sólo ven en la Biblia una serie de doctrinas, narraciones y profecías, tales como la profecía de la gran imagen con la cabeza de oro presentada en Daniel. Pero todo cuanto concierne al misterio de Dios y Su economía sólo puede sernos revelado en nuestro espíritu. Al ejercitar nuestro espíritu, todas estas cosas surgen claramente en nuestro ser como una visión.
Habiendo recorrido el sendero de la vida cristiana durante más de cincuenta años, he tenido muchas experiencias. Agradezco a Dios que por Su misericordia, Su gracia me ha guardado en Su presencia. Pero puedo testificar que poseer una visión clara es un factor determinante por el cual he sido resguardado todo este tiempo. Una visión clara tiene el poder de resguardarnos. La Biblia trata sobre muchos asuntos, y el cristianismo tiene una historia que abarca unos dos mil años. La religión cristiana ha producido muchos libros en los que se han vertido miles de opiniones y conceptos. A nosotros que estamos en el recobro del Señor, tarde o temprano habrá de afectarnos alguna de estas opiniones. Por ejemplo, supongamos que usted entabla una amistad con un maestro cristiano. Es probable que dicha persona converse afablemente con usted y le pregunte, por ejemplo, si usted sabe algo sobre las setenta semanas mencionadas en Daniel 9. Tal vez usted esté muy interesado en dicho tema y quiera escucharlo, pero ello hará que usted caiga en una trampa; dicha trampa le habrá sido tendida por un orador muy elocuente que con una presentación atildada habrá despertado en usted extraordinario interés en el asunto de las setenta semanas. Hace cincuenta años yo escuché muchos mensajes sobre las setenta semanas. Además, escuché muchos otros mensajes sobre los 1,260 días, los 1,290 días y los 1,335 días. Todos estos asuntos se encuentran en el libro de Daniel. Esto ciertamente está en la Biblia, en la Palabra santa, pero al escucharlos podemos caer en la trampa de querer obtener más conocimiento.
Las dos epístolas a Timoteo deben ser consideradas en su conjunto. Los versículos citados en el encabezado de este capítulo, constituyen el meollo o pensamiento central de estos dos libros. En estos versículos aparece nuevamente el término misterio, pero en este caso se refiere al misterio de la piedad. En realidad, no hay otro misterio, sino que se trata del mismo misterio, a saber, el misterio del universo, el misterio de Dios y el misterio de Cristo. Todos estos son diferentes aspectos de un mismo misterio, el cual es llamado el misterio de la piedad en estas dos epístolas. Aquí la palabra piedad en realidad significa asemejarse a Dios, parecerse a Dios o ser semejante a Dios; es decir, poseer la semejanza divina, expresar a Dios y manifestarlo. La piedad aquí se refiere a la manifestación de Dios. Por tanto, el misterio de la piedad implica que Dios mismo se manifiesta y expresa. En 1 Timoteo dice que la piedad es Dios “manifestado en la carne” (3:16). Es decir, el misterio de la piedad es Dios manifestado en seres humanos. El misterio de Dios y el misterio de Cristo es Dios mismo que se manifiesta en la humanidad. Dios manifestado en la humanidad es el misterio de la piedad. ¡Es tanto lo que se halla implícito en esta sola palabra!
Otro término que encontramos en las epístolas a Timoteo es la palabra economía, la cual es mencionada en 1 Timoteo 1:4. En dicho pasaje se nos advierte que enseñar cosas diferentes únicamente acarrea disputas en lugar de promover la economía de Dios, la cual es una economía mediante la cual Dios se imparte en Su pueblo escogido. El apóstol Pablo nos advierte en estos dos libros, que entre los así llamados cristianos hay muchas otras enseñanzas. Él incluso le encargó a Timoteo, su joven colaborador, que mandara a algunos que no enseñasen cosas diferentes. Enseñar cosas diferentes no significa necesariamente enseñar doctrinas erróneas ni enseñar herejías, sino enseñar otras cosas que no son la economía de Dios, es decir, que no corresponden con la enseñanza recibida acerca de la economía de Dios.
Si leemos 1 Timoteo nos daremos cuenta de que estas cosas diferentes incluían la ley de Moisés. Algunos enseñaban la ley, y otros enseñaban genealogías, en torno a las cuales se desarrolla la historia del Antiguo Testamento. Tanto la ley de Moisés como la historia del Antiguo Testamento se hallan en la Biblia. Ambas forman parte del oráculo santo y no son erróneas en sí mismas. La ley de Moisés se hallaba establecida sobre tres columnas o pilares: una de ellas era la circuncisión, otra era el día de reposo, el sábado, y la tercera era la santa dieta levítica. Todo varón israelita debía ser circuncidado al octavo día, lo cual se hacía una vez y para siempre. Además, cada siete días debía guardar el día de reposo, el sábado. Y no sólo esto, sino que todos los días de su vida tenía que ceñirse a la dieta santa, tres veces al día. Todas estas prácticas pertenecían al Antiguo Testamento, pero en el Nuevo Testamento estos tres pilares fueron abolidos. Primero, vemos que el propio Señor Jesús abolió ese pilar del judaísmo que era el sábado, el día de reposo (Mt. 12:1-8). Segundo, vemos que Pablo, con toda franqueza y confianza, consideró abolida la circuncisión (Gá. 5:6; 6:15). Y finalmente, podemos ver en Hechos 10 que también el pilar de la dieta santa había sido abolido. Si bien todas estas cosas ciertamente se hallan en la Biblia, ninguna de ellas forma parte del meollo o pensamiento central de la misma.
El meollo de la Biblia es el siguiente: el misterio del universo es Dios, el misterio de Dios es Cristo, y el misterio de Cristo es la iglesia. Este Dios es triuno y se imparte en nuestro ser a fin de que lleguemos a ser miembros del Cuerpo de Cristo, el cual es la iglesia; y nosotros somos seres tripartitos, que poseemos un espíritu humano, el cual es un receptor cuya función consiste en recibir al Dios Triuno. Cada día —mañana y noche— podemos beber a este Dios Triuno a fin de llevar la vida de iglesia. Pablo le encargó a Timoteo que mandara a algunos que no enseñaran cosas diferentes, sino que hablaran una misma cosa. Esta única cosa es Cristo y la iglesia, los misterios de la economía de Dios.
Ciertamente en la Biblia, incluso en 1 y 2 Timoteo, podemos encontrar otras enseñanzas además de la enseñanza de la economía de Dios. Muchas doctrinas, tales como la enseñanza relativa a las setenta semanas y los siete últimos años que se mencionan en el libro de Daniel, ciertamente pueden acarrear disputas y una serie de preguntas. Si caemos en tales discusiones, habremos caído en una trampa; de hecho, ésta es la razón por la cual muchos cristianos se han dividido.
¿En qué consiste el recobro del Señor? Éste consiste en traernos de regreso a los comienzos, a aquellos orígenes en donde no tienen cabida los cuestionamientos ni las divisiones. En los comienzos, todos los apóstoles hablaban una misma cosa. Pedro, Juan y Pablo hablaban una misma cosa. Tenemos que ser recobrados y retornar a los orígenes a fin de hablar una misma cosa, esto es, Cristo y la iglesia. Lo que nos importa es Cristo y la iglesia. Lo que nos importa es beber del Espíritu cada día y a cada hora. Lo que nos importa es presentar un testimonio vivo ante nuestros suegros, primos, vecinos, colegas y compañeros de escuela. Lo que nos importa es predicar el evangelio completo de Dios a los pecadores, llevar la vida de iglesia apropiada y tomar a Cristo como nuestra vida y nuestra persona. Sólo estas cosas debieran ser importantes para nosotros. No nos debemos interesar tanto por los diez cuernos en Apocalipsis, ni por los diez dedos de la imagen en Daniel. Estos asuntos ciertamente se mencionan en la Biblia, pero no nos interesan tanto, pues ellos no constituyen el meollo de la Biblia. Lo único que realmente nos importa es Cristo y la iglesia como misterios de la economía de Dios.
En el primer capítulo de este libro, Pablo le encargó a Timoteo que mandara a algunos que no enseñaran cosas diferentes (1 Ti. 1:3). Él le advirtió que algunos se habían desviado de la meta, que habían errado el blanco (v. 6). ¿Cuál es la meta? La iglesia. Podemos decir que la meta es Cristo, la iglesia y la Nueva Jerusalén. Estos tres son realmente lo mismo. Nos encontramos en el carril central, conduciendo hacia la meta, pero hay muchas distracciones en el camino. Algunos han perdido de vista esta meta al asumir que son maestros capaces de enseñar a las personas esta o aquella doctrina. Pablo nos exhorta a no ser distraídos por esta clase de doctrinas y nos insta a mantenernos en el carril central. El carril central es el misterio de Dios y el misterio de Cristo. El carril central es Cristo y la iglesia. El carril central consiste en que el Dios Triuno es el Espíritu compuesto, que nosotros tenemos un espíritu regenerado que se ha mezclado con el Espíritu divino, y que podemos disfrutarle en nuestro espíritu como nuestro todo a fin de llevar, en términos concretos y en nuestra práctica actual, la correspondiente vida de iglesia. Únicamente esta visión, una visión clara, podrá mantenernos todo el tiempo en este carril central.
Pablo continúa diciendo que tenemos que ejercitarnos para la piedad (1 Ti. 4:7). Aquí el término ejercítate es la traducción de un término griego que alude a todas las clases de ejercicios que se practicaban en los juegos olímpicos. En la antigüedad, en los juegos olímpicos se practicaban toda clase de ejercicios físicos. Pero nosotros, los cristianos, practicamos otra clase de ejercicio, pues nos ejercitamos para la piedad. Ejercitarnos para la piedad significa ejercitar nuestro espíritu a fin de hacer realidad el misterio de la piedad. Para probar que al hablar de ejercitarnos para la piedad Pablo se refería al ejercicio de nuestro espíritu, hemos de remitirnos a 2 Timoteo 1:7, donde dice que Dios nos ha dado espíritu de poder, de amor y de cordura; tal espíritu posee una voluntad férrea, una parte emotiva afectuosa y una mente sobria. Es necesario que todos nosotros nos ejercitemos para la piedad. Tenemos que ejercitar nuestro espíritu debido a que el misterio de la piedad se halla en nuestro espíritu, según lo dice 2 Timoteo 4:22: “El Señor esté con tu espíritu”. El propio Señor Jesús es este misterio, ¡y este misterio está en nuestro espíritu! Si hemos de ser la expresión de este misterio, si hemos de ser la manifestación práctica de este misterio, entonces es imprescindible que todos nosotros ejercitemos nuestro espíritu.
¿En qué consiste ejercitarse para la piedad y cómo podemos ejercitarnos para la piedad? Supongamos que algunos hermanos, jóvenes y solteros, comparten una misma vivienda, y entre ellos hay uno cuya conversación empieza a girar en torno a temas mundanos; en cuanto este hermano empiece a sostener tal clase de conversaciones, los otros hermanos deberán ejercitar su espíritu a fin de no participar en dicha conversación. Si ellos se unen a esa conversación, caerán en una trampa. Pero si en lugar de ello claman: “¡Oh, Señor Jesús!”, habrán ejercitado su espíritu. Esto es ejercitarse para la piedad, lo cual ciertamente ayudará a aquel hermano a volverse a su espíritu.
Podemos dar otro ejemplo basándonos en la relación entre un esposo y su esposa. Todos sabemos que casi toda pareja ha tenido una discusión alguna vez. Todos los esposos son expertos en argumentar, y todas las esposas son especialistas en discutir. En toda discusión entre esposos, ninguno de los dos da su brazo a torcer. Cuanto más hablan, más tienen que decir. Cuanto más discuten, más argumentos tienen. Aprendamos a ejercitarnos para la piedad. Supongamos que después de la reunión, un esposo llega a su casa y su querida esposa inesperadamente se empieza a enojar con él. Él no debe preguntarle: “¿Por qué te enojas?”, pues ello no sería ejercitarse para la piedad; más bien, sería ejercitarse para discutir. ¡Él no debe ejercitar su lengua, sino su espíritu! De este modo se ejercitará para la piedad, y después de un rato, su esposa estará contenta.
Si los ancianos en las iglesias no saben cómo ejercitarse para la piedad, seguramente se enfrentarán con muchas cuestiones que les harán estar descontentos con los santos. Hay muchas ocasiones en las que los ancianos podrían sentirse ofendidos por los demás. En la vida de iglesia ninguna otra función trae tantos problemas, ni es tan agobiante, como la función que desempeñan los ancianos. Ser anciano no es nada fácil; antes bien, es una tarea muy ardua. Los ancianos de la iglesia tienen que aprender a ejercitarse para la piedad. Si un anciano le dice a otro que él no está de acuerdo con lo que éste último dijo, y éste último no se ejercita para la piedad, entonces el primer anciano tiene que ejercitar su espíritu; de otro modo, seguramente discutirán y pelearán entre sí, con lo cual el espíritu de ellos será afectado por la muerte. Como consecuencia de ello, tarde o temprano la vida de iglesia en dicha localidad sufrirá también los efectos de tal muerte. Así pues, por causa de la vida de iglesia, es indispensable que todos los ancianos aprendan a ejercitarse para la piedad.
Antes de decir cualquier cosa, debemos ejercitar nuestro espíritu. Antes de hablar, tenemos que ejercitarnos para la piedad. Entonces nuestro espíritu nos guiará, y todo lo que digamos estará en la esfera de la piedad. Todo lo que digamos será Dios manifestado en la carne. Esto es ejercitarnos para la piedad. Tenemos que aprender esta lección. En todas las cosas tenemos que ejercitarnos para la piedad. Antes de ir de compras tenemos que ejercitar nuestro espíritu para la piedad. Hemos visto claramente que poseemos un espíritu mezclado. Por tanto, nuestra manera de conducirnos, todo cuanto hagamos en nuestra vida diaria y aun la totalidad de nuestro ser, deberá estar en conformidad con nuestro espíritu. Éste es el primer aspecto.
El otro aspecto es aún más práctico. Antes de hacer cualquier cosa, debemos ejercitarnos para la piedad. Incluso antes de ponernos la corbata, debemos ejercitarnos para la piedad. Pero en la práctica, no basta con andar en conformidad con nuestro espíritu. Tenemos que ejercitarnos para la piedad. Y la manera más eficaz y prevaleciente de lograrlo es al invocar el nombre del Señor. Les aseguro, basado en mi experiencia, que esto tiene gran eficacia. Debemos practicar esto en nuestra vida diaria. Incluso mientras nos peinamos, debemos decir: “¡Oh, Señor Jesús! Te necesito aun mientras me peino”. Si lo hacemos, cierto aspecto de la piedad será manifestado en la manera en que nos peinamos. La piedad es Dios manifestado en la humanidad, y esto sólo se logra si nos ejercitamos debidamente. Esto es algo concreto que podemos practicar en nuestra vida diaria. Si todos nos ejercitamos para la piedad de esta manera, seremos un verdadero testimonio; tendremos una vida de iglesia armoniosa y prevaleciente.
No debemos ser distraídos con doctrinas; más bien, debemos mantenernos en el carril central, el cual está conformado por Cristo y la iglesia, el misterio de Dios, el misterio de Cristo y el Dios Triuno que se imparte en nuestro ser, en nuestro espíritu regenerado. Esto es lo único importante para nosotros. Todo el día nos ocupamos de beber de este Dios Triuno en nuestro espíritu, y todo cuanto hacemos lo hacemos ejercitándonos para la piedad. Ésta es la manera concreta en la que expresamos a Cristo en nuestra vida diaria para llevar la vida de iglesia. Éste será nuestro testimonio práctico, la armonía prevaleciente en nuestra vida de iglesia, y esto avergonzará al enemigo. Además, esto será una gloria para nuestro Cristo. Más aún, esto hará posible el advenimiento del reino y propiciará el retorno del Señor, con lo cual proclamaremos al universo entero que esta manera de vivir no es una religión, sino que es la manera práctica y concreta en la que nosotros, los que amamos a Cristo, le expresamos en nuestro vivir. Esta clase de vida de iglesia es lo que el Señor busca hoy.
Nuestro encargo, la comisión que nos ha sido encomendada y nuestra misión, consiste en hacer realidad —en las principales ciudades del mundo— tal vida de iglesia en la tierra hoy. Sin embargo, no abrigamos la expectativa de reunir un gran número ni de generar un movimiento de masas. Lo que sí esperamos es que en las principales ciudades haya un buen número de creyentes que amen al Señor Jesús y que vivan por Cristo de esta manera práctica y concreta, es decir, ejercitándose para la piedad. Tales personas manifestarán a Dios en todo aspecto de sus vidas, en todos los aspectos de su diario andar. La verdadera piedad se manifestará en todos los aspectos de su vida diaria.
Debemos dedicar el debido tiempo a tener comunión y orar; ello nos permitirá ser iluminados y recibir las advertencias eternas. Jamás debiéramos dejar que otras enseñanzas nos tengan cautivos o distraídos. Lo único que nos importa es el misterio de Dios, la economía de Dios, Cristo y la iglesia, y el Dios Triuno que es constantemente impartido a nuestro ser. Lo único que nos importa es beber de este Dios Triuno. Lo único que nos importa es ejercitarnos para la piedad. Hermanos y hermanas, esto es lo que el Señor busca hoy. Éste es el verdadero recobro que el Señor quiere realizar. El recobro pleno del Señor hoy, consiste en llevar una vida de iglesia que sea apropiada, en la cual vivimos por Cristo y nos ejercitamos para la piedad.