
Lectura bíblica: Ef. 1:17-23
En Efesios 1, el apóstol Pablo oró pidiendo una sola cosa, es decir, que nos fuese dado un espíritu de sabiduría y de revelación. Este espíritu no es el Espíritu Santo sino nuestro espíritu humano. Por siglos, el cristianismo ha errado el blanco de la economía de Dios (1 Ti. 1:4-6) simplemente debido a que han descuidado este asunto básico, el espíritu humano. Algunos quizá hablen a menudo del Espíritu Santo, pero lo hacen en forma objetiva como si el Espíritu fuera algo muy lejos de nosotros. El apóstol Pablo sabía que el problema no está relacionado con el Espíritu Santo sino con el descuido del espíritu humano. Hoy en día muchos descuidan su espíritu, y algunos incluso no se dan cuenta de que tienen un espíritu humano.
Déjenme ilustrarlo de esta manera. Supongamos que usted sabe todo acerca del helado, pero no se da cuenta de que tiene boca. No hay problema con el helado. El problema es que usted no sabe que tiene boca con la cual puede recibir el helado y disfrutarlo. Esta quizá parezca una ilustración infantil, pero esa es la situación de hoy en el cristianismo. Quizá ellos hablen mucho del Espíritu Santo, del bautismo del Espíritu Santo y de los dones del Espíritu Santo, pero no se dan cuenta del órgano con el cual debemos tener contacto con el Espíritu Santo y recibirlo. Si queremos recibir aire, necesitamos usar nuestros pulmones. Si queremos escuchar algo, tenemos que usar nuestros oídos. Debemos usar el órgano correcto. Dios creó a propósito un solo órgano con el cual podemos recibirle y tener contacto con El, a saber, nuestro espíritu (Jn. 4:24; Ro. 1:9).
Tal vez sepamos acerca de nuestro espíritu, pero es posible que aún no sepamos que necesitamos ejercitar nuestro espíritu. Quizá ejercitemos nuestra mentalidad demasiado y descuidemos nuestro espíritu. Cuando alguien escucha a los jóvenes que gritan e invocan el nombre del Señor, quizá se molesten. Tal vez piensen: “No me gusta esta clase de iglesia”. Con el tiempo, se alejarán de las reuniones por su mente razonadora. Sin embargo, debemos darnos cuenta de que la iglesia está relacionada con nuestro espíritu, no con nuestra mente. Solamente al ejercitar nuestro espíritu discernimos los asuntos claramente en la iglesia.
Aunque la iglesia es un gran tema en la Biblia, la epístola del apóstol Pablo en cuanto a la iglesia es muy corta, pues sólo tiene seis capítulos. Si queremos conocer la iglesia, lo principal no es ejercitar nuestra mente para saber las enseñanzas, sino ejercitar nuestro espíritu. Así que, Pablo oró por todos nosotros, para que Dios, el Padre de gloria, nos diera un espíritu de sabiduría y de revelación (Ef. 1:17). Para la iglesia, necesitamos tal espíritu, y todos nosotros tenemos un espíritu, pero tenemos que ejercitarlo. Necesitamos usar nuestro espíritu. Si usted está en su mente, nunca podrá conocer claramente la iglesia. La mente no es el órgano que uno debe usar si quiere conocer la iglesia. Sin embargo, si usted se ejercita para meterse en su espíritu y permanecer allí, verá la iglesia. La iglesia es algo exclusivamente relacionado con el espíritu.
Una hermana una vez me dijo que yo hablaba demasiado acerca de la vida de la iglesia y me preguntó si alguna vez he hablado acerca de la vida familiar. Cuando dijo eso, me di cuenta en lo profundo de mi ser de que estaba en su mente. Puesto que estaba en la mente, la vida familiar lo era todo para ella. Si ella hubiera cambiado su posición volviéndose de su mente a su espíritu, habría tenido contacto con el Señor Jesús. Habría visto la vida de la iglesia. La vida de la iglesia no está en nuestra mente. No debemos ejercitar nuestra mente si queremos entender la iglesia. La vida de la iglesia está en nuestro espíritu. Necesitamos un espíritu de sabiduría y de revelación, no meramente para entender la iglesia, sino para ver la iglesia.
Algunos cristianos me han preguntado: “¿Por qué usted no está de acuerdo con las denominaciones? ¿Significa esto que solamente usted está correcto y todos los demás están equivocados?” Nosotros en el recobro del Señor nunca debemos ser tan tontos como para argumentar con la gente. Podemos animarles para que se vuelvan a su espíritu y esperar en la presencia del Señor y ver lo que el Señor les habla en su espíritu. Simplemente ayúdeles para que se vuelvan a su espíritu. Tenemos que estar en el espíritu si queremos conocer algo de la iglesia y ver algo de ella. Solamente con nuestro espíritu podemos conocer la iglesia.
Pablo ora por un espíritu de sabiduría y de revelación (1:17). La sabiduría es la capacidad de conocer y entender las cosas. Por ejemplo, si usted me diera una cámara, quizá no sepa cómo ponerle el rollo ni cómo tomar una foto. Quizá ni siquiera me doy cuenta de que tengo que quitarle la cubierta al lente. Simplemente no tengo la sabiduría para saber y entender cómo funciona una cámara. La sabiduría equivale a conocer y entender algo, pero la revelación significa ver algo. Supongamos que hay una fábrica grande con muchas máquinas. Quizá tengamos la sabiduría para saber cómo operar todas las máquinas, pero si la fábrica no está abierta para nosotros, no podemos ver nada. Por otro lado, si la fábrica está abierta, podemos ver todo, pero si no entendemos las máquinas, que las veamos significa muy poco. Necesitamos tanto la sabiduría como la revelación. Nuestro espíritu es un espíritu de sabiduría y de revelación. Debemos volvernos a nuestro espíritu para obtener la sabiduría a fin de saber y entender las cosas de la iglesia y también de recibir la revelación para ver las cosas de la iglesia.
Primero, debemos tener la base y el fundamento apropiados de estar en el espíritu. Después Pablo ora para que “sepáis cuál es la esperanza a que El os ha llamado” (v. 18). Como hemos sido llamados por Dios, ahora tenemos una esperanza maravillosa. El concepto de Pablo es que esta esperanza es nuestro destino y también nuestra destinación. Todos necesitamos ver la esperanza, el destino y la destinación a la que Dios nos ha llamado.
La esperanza a que Dios nos ha llamado no consiste en que vayamos al cielo. Aunque este pensamiento tradicional lo tienen muchos cristianos, es supersticioso y está completamente fuera del hilo de la revelación de la Biblia. En el Nuevo Testamento e incluso en toda la Biblia, simplemente no se puede encontrar un versículo donde Dios diga claramente que cuando morimos, nos iremos al cielo.
A través de los siglos, muchos han tenido el concepto de que la casa del Padre en Juan 14 se refiere a una mansión en los cielos a la cual los creyentes van después de morir. Algunas versiones traducen Juan 14:2 como sigue: “En la casa de mi Padre hay muchas mansiones”. Pero si buscamos en el texto griego, encontraremos que en el mismo capítulo, la palabra traducida mansiones en el versículo 2 es la misma que se traduce morada en el versículo 23: “El que me ama ... y vendremos a él, y haremos morada con él”. La única diferencia que existe entre estas dos citas es que en el versículo 2 la palabra está en plural, y en el versículo 23 está en singular. Según el griego, no es mansiones en Juan 14:2, sino moradas: “En la casa de Mi Padre muchas moradas hay”.
Cuando era joven, oí a un respetable maestro de la Biblia decir: “Juan 14 nos dice que el Señor Jesús se fue a prepararnos mansiones en los cielos. Después que las haya preparado, regresará para llevarnos allí. Como no ha regresado todavía, esto quiere decir que todavía El no ha terminado las mansiones. El Señor Jesús mismo ha estado edificando estas mansiones por más de mil novecientos años y aún no ha terminado. Consideren cuán maravillosas serán esas mansiones”. En ese tiempo, fui realmente capturado, y dije: “Señor, gracias. No me importa en qué clase de choza pobre viva hoy. Tú me estás preparando una gran mansión maravillosa, magnífica, tan esplendorosa en los cielos, pero todavía no está terminada”. Creí esta clase de enseñanza por muchos años. Luego un día, después de casi veinte años, el Señor me abrió los ojos y vi la verdad en cuanto a todas estas cosas, y arrojé a un lado todas esas enseñanzas tradicionales y supersticiosas.
Las palabras del Señor: “Voy, pues, a preparar lugar para vosotros” (14:2), no quieren decir que El fue a los cielos a edificar una gran mansión para nosotros. La intención de Dios en el Evangelio de Juan no es edificar una mansión física en los cielos y después llevarnos allá. Esto está absolutamente en contra del concepto de ese libro. El concepto principal del Evangelio de Juan consiste en Jesús como la Palabra quien era Dios. Después se hizo carne para morir en la cruz por nosotros para que pudiéramos ser redimidos. En Su resurrección, se forjó a Sí mismo en Su pueblo redimido para que pudiera ser regenerado, nacido de Dios. Como resultado, Dios puede estar en nosotros y nosotros podemos estar en Dios. La intención de Dios es morar en nosotros y que nosotros moraríamos en El (Jn. 14:20; 1 Jn. 4:13). Mientras estamos en el Señor y el Señor en nosotros, no debe importarnos si las moradas están en los cielos o en la tierra. Nosotros no somos para los cielos; somos para el Señor. Los cielos no son nuestra morada, pero el Señor Jesús sí. Nosotros moramos en El, y El mora en nosotros.
No debemos confiar en las enseñanzas tradicionales y muchas veces supersticiosas que hemos recibido en el pasado. No es tan sencillo entender e interpretar la Biblia. Necesitamos preguntarnos qué quiere decir: “En la casa de mi Padre” en este libro. En el Evangelio de Juan, esta expresión se usa dos veces: en 14:2 y también en 2:16. En el capítulo dos el Señor Jesús dijo: “No hagáis de la casa de Mi Padre casa de mercado”. Aquí el término casa de Mi Padre se refiere al templo de Dios. Luego en el versículo 19 el Señor dijo: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré”. Juan nos dice que el Señor quería decir que Su cuerpo era el templo (v. 21). Los judíos trataron de matarle, de destruir Su cuerpo en la cruz, pero en tres días El levantó Su cuerpo. Ahora en la resurrección este cuerpo no es solamente el propio cuerpo físico del Señor sino también Su Cuerpo místico, la iglesia. En Juan 2 la casa del Padre es el templo de Dios, y el templo de Dios es el Cuerpo de Cristo, la iglesia, producida mediante la muerte y resurrección del Señor. Si en el capítulo dos la expresión “casa de Mi Padre” denota la iglesia, no sería lógico que denotara los cielos en el capítulo catorce del mismo libro.
En 14:2 el Señor dijo: “En la casa de Mi Padre muchas moradas hay ... voy, pues, a preparar lugar para vosotros”. Con estas palabras, el Señor revela que en la iglesia hay muchas moradas. Además, Su ida para prepararnos un lugar fue Su ida mediante Su muerte y resurrección. Mediante Su muerte en la cruz, El cumplió la redención para quitar cada obstáculo que hay entre Dios y el hombre, lo cual nos abrió el camino para que tuviéramos una posición, un lugar, en Dios. Mediante Su resurrección, El se transfiguró de la carne al Espíritu para poder regenerar a Su pueblo redimido, para entrar y morar en ellos. Como resultado de pasar El por la muerte y la resurrección, nosotros llegamos a ser Sus moradas. Dios mora en nosotros, y nosotros moramos en Dios. En el capítulo quince, este morar mutuo es claramente revelado por las palabras del Señor: “Permaneced en Mí, y Yo en vosotros” (v. 4). La palabra griega traducida “permaneced” en este versículo es la raíz de las palabras traducidas “moradas” y “morada” en 14:2 y 23. El verbo morar (Gr. méno), es la raíz del sustantivo, morada (Gr. moné). El capítulo catorce habla del sustantivo, el lugar, la morada. Después el capítulo quince se refiere al verbo, la acción, el permanecer. Antes de poder morar, se necesitan las moradas. Las moradas son preparadas al ir el Señor en el capítulo catorce. Después el morar mutuo es revelado en el capítulo quince.
En Juan 14:3, el Señor Jesús dijo: “Y si me voy y os preparo lugar, vendré otra vez, y os tomaré a Mí mismo, para que donde Yo estoy, vosotros también estéis”. La explicación de “donde Yo estoy” en este versículo es provisto en el versículo 10: “Yo estoy en el Padre”. Por lo tanto, el Señor reveló a Sus discípulos que ellos estarían también donde El estaba, o sea, en el Padre. Mientras el Señor estaba hablando estas palabras, estaba entre Sus discípulos, pero en aquel entonces no les era posible estar en el Padre. El tenía que ir, para consumar la obra de la redención mediante Su muerte en la cruz, para quitar el pecado. También necesitaba resucitar, para abrir el camino a fin de que Sus discípulos pudieran ser introducidos en el Padre y el Padre pudiera ser introducido en ellos. La obra del Señor no es meramente la de llevarnos a los cielos. La obra de la muerte y resurrección del Señor tiene como fin introducirnos en Dios y a Dios en nosotros.
En el versículo 20 el Señor dijo: “En aquel día vosotros conoceréis que Yo estoy en Mi Padre, y vosotros en Mí, y Yo en vosotros”. En aquel día, el día de la resurrección, los discípulos sabrían que El está en el Padre. Ciertamente si El está en el Padre, ellos estarían en el Padre porque donde El está, ellos también estarán (v. 3). Ya que El está en el Padre y los discípulos están en El, espontáneamente ellos también están en el Padre. Puesto que el Padre está en El y El estará en ellos, el Padre también estará en ellos. Además, el versículo 23 dice: “...vendremos [el Señor y Su Padre] a él, y haremos morada con él”. Esta morada es una de las muchas moradas del versículo 2. Es una morada mutua donde el Dios Triuno mora en los creyentes y los creyentes moran en El. Tenemos que abandonar el concepto falso, leudado y no bíblico de ir a una mansión celestial física. Lo que nos debe importar es Cristo y la morada mutua, la iglesia.
Tenemos una esperanza como resultado de haber sido llamados por Dios. Esta esperanza consiste en que seamos transformados y transfigurados, totalmente conformados a la imagen de Cristo. Cuando nos miramos a nosotros mismos, nos damos cuenta de que tenemos muchas grietas. Físicamente, yo tengo muchas arrugas y manchas. Pero un día, todos seremos igual que Cristo, no sólo interior y espiritualmente, sino incluso exterior y físicamente. Seremos absolutamente igual que Cristo en Su gloria (1 Jn. 3:2; Col. 3:4). Hoy Cristo en nosotros es nuestra esperanza de gloria (Col. 1:27). Pero un día, todas mis arrugas y manchas se irán. ¡No puedo decirles cuán maravillosos, hermosos y gloriosos seremos! Hoy, puesto que todavía estamos bajo la corrupción, gemimos dentro de nosotros mismos (Ro. 8:23), y esperamos con anhelo aquel día de gloria cuando seremos liberados de la esclavitud de la corrupción a la libertad de la gloria de los hijos de Dios (v. 21). Seremos liberados del gemir para disfrutar la libertad de la gloria. Esta es nuestra esperanza, nuestro destino y también nuestra destinación. Día tras día, vamos marchando hacia esa destinación. Nuestra esperanza consiste en que un día lleguemos. Esa destinación no es los cielos, sino la libertad de la gloria de los hijos de Dios. Cuando todos seamos plenamente conformados a la imagen de Cristo, estaremos en la gloria. Hoy, estoy plenamente contento de estar en la vida de la iglesia. En la iglesia, estamos en camino a la gloria, y esa gloria es la esperanza de nuestro llamado.
El segundo asunto que Pablo ora una segunda vez para que conozcamos “las riquezas de la gloria de Su herencia en los santos” (Ef. 1:18). Hemos visto que la herencia de Dios en los santos es el Cristo que ha sido forjado en ellos. Realmente, el Cristo que ha sido forjado en nosotros es la iglesia, así que, la iglesia es la herencia de Dios. Este asunto es muy profundo. No piensen que la iglesia es una organización, un grupo de gente religiosa o una entidad social o religiosa. La iglesia es simplemente Cristo forjado en nosotros de manera corporativa.
El apóstol ora la tercera vez para que veamos “la supereminente grandeza de Su poder para con nosotros los que creemos” (v. 19). Debemos prestar atención a la corta frase para con nosotros, de este versículo. Este gran poder no es algo que no está relacionado con nosotros. Este poder es para con nosotros. Este gran poder se dirige continuamente hacia nosotros los que creemos. Nosotros somos el objeto de ese poder.
No debemos olvidar los cuatro puntos que constituyen este poder. Primero, es el poder que levantó a Jesús de entre los muertos (v. 20), el poder de la resurrección. Segundo, es el poder que sentó a Cristo a la diestra de Dios (vs. 20-21), el poder que lo trasciende todo. No puede ser retenido, suprimido ni oprimido; lo trasciende todo. Tercero, este poder sujeta todas las cosas bajo los pies de Cristo (v. 22). Este es el poder sometedor. Cuarto, es el poder que le puso a Cristo como Cabeza sobre todas las cosas (v. 22). Este es el poder soberano que rige sobre todo. Tenemos que conocer este poder en todos sus aspectos. Este gran poder es el poder de la resurrección que lo trasciende, subyuga y domina todo, y éste es el poder que produce la iglesia.
En el versículo 19, este gran poder es “para con nosotros los que creemos”. Para recibir el poder de Dios, no hay otra condición que la de creer en el Señor Jesús. Si cree en el Señor Jesús, este poder es para con usted e incluso está en usted. Luego el versículo 22 dice que a Cristo se le ha puesto como Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia. Esta palabra “a” indica una trasmisión. Aquí tenemos una trasmisión divina de todo el poder que Dios ha forjado en Cristo dentro de la iglesia. Aunque quizá veamos esto, puede ser para nosotros meramente una doctrina. Necesitamos también ver cómo aplicarlo.
Para experimentar este poder, primero tenemos que darnos cuenta de que ya está en nosotros. Es exactamente como la electricidad que ha sido instalada en un edificio. Pero con la mayoría de nosotros, nuestro “amperaje” es muy bajo. Nuestra capacidad para recibir la trasmisión de este poder es muy pequeña. Este poder ha sido instalado en nosotros, pero como nuestra capacidad es muy pequeña, muchas veces en nuestra experiencia “el fusible se quema”, y el poder no trabaja. Todos debemos acudir al Señor para que nuestra capacidad pueda ser agrandada y así podamos experimentar el poder que está dentro de nosotros.
Para experimentar este poder interior, primero usted necesita tener un deseo profundo de salir completamente de la muerte. Si no puede tolerar la muerte que tiene por dentro, se dará cuenta del poder de la resurrección. Muchos cristianos son indiferentes para con la muerte. Mientras puedan venir y sentarse tranquilamente para oír cantar el coro y al pastor dar un buen sermón, están contentos. Quizá amen al Señor y le teman. Quizá traten de no hacer nada pecaminoso y de no ser mundanos. Tal vez ahorren dinero para la ofrenda y algunas veces quizá oren por la iglesia. Sin embargo, a ellos no les importa si las reuniones de la iglesia son vivas o muertas. Con respecto a la muerte, son completamente indiferentes. Alguien que es así de indiferente nunca podría darse cuenta del poder de la resurrección. Si actuamos en serio con el Señor y si odiamos la muerte y estamos desesperados por ser liberados de cualquier cosa muerta, amortecida o mortífera, veremos el poder que es “para con nosotros”. Si estamos genuinamente apesadumbrados de que nuestra ciudad está tan muerta, que no hay casi nadie que ame al Señor ni que apoye Su testimonio, y si estamos desesperados con el Señor, entonces el poder de la resurrección se manifestará.
Mientras hay alguna cantidad de muerte entre nosotros, la iglesia está carente. La muerte es una reducción de la iglesia. Cuanto más muerte haya entre nosotros, menos iglesia tenemos. Cuanto menos muerte, más iglesia hay. Supongamos que nos reunimos, pero todos estamos en una condición muerta. Esa no es la iglesia. Esa es sólo una comunidad religiosa. La iglesia es algo tan viviente y poderosa que se traga toda la muerte. La iglesia es algo que está en el poder de la resurrección.
Algunos quizá digan que para tener poder se necesita el llamado “bautismo del Espíritu Santo”. He visto a muchos que dicen que han experimentado tal “bautismo”. Hablaban en lenguas, pero no había poder en ellos. En la China continental, nadie ha sido tan prevaleciente en la predicación del evangelio como el Dr. John Sung, pero él nunca habló en lenguas y estaba absolutamente en contra del movimiento de hablar en lenguas. El se oponía fuertemente al hablar en lenguas, pero era muy prevaleciente y poderoso en el evangelio.
También en la isla de Taiwán, todos los misioneros, incluso aquellos que se nos oponían, tenían que admitir a nuestros hermanos que ninguna obra del evangelio en aquella isla podía compararse con la obra entre “el pequeño rebaño”, como nos llamaban. Pero entre nosotros nunca animaríamos a la gente a que hablara en lenguas, aunque tampoco nos oponemos a ello. El poder de la resurrección no está en el hablar en lenguas. El poder está aquí dentro de nosotros, pero tenemos que estar desesperados. Entonces el poder de la resurrección se manifestará.
La iglesia no sólo está en resurrección, sino que también es trascendente. Si alguna cosa continúa suprimiéndonos o enredándonos, no estamos en la realidad de la iglesia. La iglesia es sumamente trascendente. Tenemos que darnos cuenta de que todos nuestros problemas son oportunidades para que experimentemos el poder de Dios que lo trasciende todo. En medio de nuestros problemas, debemos decir: “¡Aleluya! En los más profundo de mi ser está el poder que lo trasciende todo, el cual sentó a Cristo a la diestra de Dios, por encima de todo”. Nuestras esposas quizá se nos opongan, o nuestros esposos quizá nos molesten, pero nosotros estamos sentados en los lugares celestiales, trascendentes (Ef. 2:6). Todas las cosas son nuestras, incluso la vida o la muerte (1 Co. 3:21-22). Todas las cosas son para la iglesia. Necesitamos todas las situaciones problemáticas para que el poder de Dios que lo trasciende todo sea manifestado.
Como cristianos, quizá tratemos de no cometer errores. A veces, quizá hayamos estado temiendo y temblando, acudiendo al Señor y orando: “Señor, sálvame de cometer cualquier error”. Pero a pesar de cuánto usted ore de esa manera, comete un error. Parece que el Señor no oyó su oración ni la contestó. Sin embargo, El sí oyó su oración y la contestó. El sabía que usted tenía que cometer ese error grande. El Señor en Su soberanía nos permitirá cometer algunos errores.
Hoy en la iglesia, hay muchos hermanos y hermanas jóvenes que se han casado recientemente. Cada hermano que ama al Señor, acude al Señor para que una buena hermana sea su esposa. Cada hermana que ama al Señor también ora para que el Señor le prepare un buen hermano. Con el tiempo, cada hermano consigue una buena esposa, y cada hermana consigue un buen esposo. Cada hermana es exactamente lo que el hermano necesita, y cada esposo es exactamente lo que la esposa necesita. El Señor nunca ha cometido un error. Sin embargo, con el tiempo la luna de miel se termina, y las esposas y los esposos se empiezan a “moler” el uno al otro. Después los hijos que tenemos ayudan en el proceso del moler por el cual necesitamos pasar. Como los muchos granos de trigo, necesitamos ser machacados y molidos para que se haga el pan, el Cuerpo de Cristo (1 Co. 10:17). Si ciertas personas y situaciones nos están moliendo y nos quejamos, eso quiere decir que no trascendemos. Como todos estamos bajo la piedra del molino, necesitamos el poder que lo trasciende todo. Este poder está dentro de nosotros. Si experimentamos el poder de Dios que trasciende en todas nuestras circunstancias, la vida de la iglesia se manifestará.
Efesios 1:22 dice que Dios “sometió todas las cosas bajo Sus pies”. Este es el poder sometedor de Dios. Todas las cosas han sido sometidas bajo los pies de Cristo, y hoy debe ser lo mismo con la iglesia. Solamente necesitamos estar desesperados y orar: “Señor, todas las cosas tienen que estar debajo de mí. Tú eres el poder sometedor y Tú estás dentro de mí”. Cuanto más las cosas sean sometidas bajo nuestros pies, más la iglesia llegará a existir. La vida de la iglesia quizá no se manifieste tanto en su localidad porque muchas cosas aún no han sido sometidas. Quizá algunas personas estén dominadas por malos hábitos o incluso sucios hábitos. Otros quizá estén dominados por la forma moderna de vestirse. En su modo de vestir quizá sigan la corriente del siglo, el curso presente del mundo. ¿Cómo podemos tener la vida apropiada de la iglesia si nosotros estamos dominados por muchas cosas? Pablo dijo: “Todas las cosas me son lícitas, mas no todas son provechosas; todas las cosas me son lícitas, mas yo no me dejaré dominar de ninguna ... Todo es lícito, pero no todo es provechoso” (1 Co. 6:12; 10:23). Esto muestra que Pablo tenía la verdadera libertad y no se dejaba dominar por ninguna. No debemos tener regulaciones externas en la vida de la iglesia, pero necesitamos el poder sometedor para vivir una vida sometida. Entonces cuando otros estén entre nosotros, se darán cuenta de que somos aquellos que experimentan el poder sometedor de Dios. Nada de la corriente de este siglo modernista nos dominará. Al contrario, todas esas cosas estarán bajo nuestros pies. Si verdaderamente experimentamos el poder sometedor de Dios, la vida de la iglesia se manifestará. El poder de Dios es para la iglesia, y este poder resulta en la iglesia y la produce.
Luego el cuarto punto del poder de Dios es el poder soberano. Cristo es la Cabeza y nosotros somos Su Cuerpo. Somos uno con la Cabeza. El rige todas las cosas, y nosotros participamos de esto. Cuando todas las cosas están bajo el gobierno de la Cabeza y Su Cuerpo, la iglesia es manifestada.
Ahora que hemos visto el poder que produce la iglesia, nuestra necesidad es estar desesperados. Debemos orar: “Señor, estoy desesperado por ser salvo de cualquier cosa de muerte y de cualquier cosa que me reprima, subyugue o domine”. Entonces veremos el poder que está dentro de nosotros. La palabra dínamo es una forma españolizada de la palabra griega traducida “poder” en Efesios 1:19. Un dínamo es un generador. Debemos darnos cuenta de que dentro de nosotros hay un generador, un dínamo. Es dinámico y poderoso, pero necesita nuestra cooperación. Nuestra capacidad tiene que ser agrandada al ser desesperados nosotros. Entonces veremos la manifestación de la iglesia en nuestra localidad.