
Lectura bíblica: Ef. 3:16-21
En este capítulo consideraremos la segunda oración del apóstol Pablo del libro de Efesios. En los capítulos anteriores, vimos que en la primera oración de Pablo, la clave es nuestro espíritu. Ahora en la segunda oración, la clave es el hombre interior. Tenemos el espíritu para poder ver, para la revelación, y tenemos el hombre interior para la experiencia. Debemos usar nuestro espíritu como un órgano para ver las cosas de la iglesia, pero el hombre interior no es sólo un órgano. El hombre interior es una persona. Mediante esta persona, podemos experimentar a Cristo para que la iglesia llegue a la existencia. Realmente, el hombre interior es simplemente nuestro espíritu con algo añadido. Cuando Cristo como vida entra en nuestro espíritu, éste llega a ser una persona. El hombre interior es nuestra persona regenerada cuya vida es la vida de Dios.
Todos tenemos que ver la diferencia que hay entre el espíritu como un órgano y como el hombre interior. Según 1 Tesalonicenses 5:23, el hombre es de tres partes: espíritu, alma y cuerpo. Nuestra alma es nuestra vida humana. Por eso, en el Nuevo Testamento la misma palabra griega psujé se traduce “alma” en algunos casos (Lc. 12:20; Hch. 2:43) y “vida” en otros (Lc. 12:22-23; Jn. 12:25). Puesto que nuestra vida humana está en nuestra alma, nuestra alma es nuestra persona, nuestro ser y nuestro yo. Por lo tanto, la Biblia se refiere a las personas como almas. En Hechos 7:14, a setenta y cinco personas se les llama setenta y cinco almas. Un alma es una persona porque la vida de un ser humano está en su alma, pero el espíritu por sí solo es meramente un órgano. Así como nuestro cuerpo es un órgano externo que tiene contacto con el mundo exterior y físico, nuestro espíritu es un órgano interior que tiene contacto con el mundo espiritual. Antes de ser salvos, cada uno de nosotros era un alma, un ser, una persona, con dos órganos: el cuerpo como un órgano externo y el espíritu como un órgano interno. Pero ahora Cristo ha entrado en nuestro espíritu como vida, y esta vida no es psujé, la vida del alma, sino la vida divina. Cuando el Nuevo Testamento habla de esta vida, siempre usa la palabra griega zoé (Jn. 1:4; 1 Jn. 1:2; 5:12). Zoé es la vida divina, eterna e increada de Dios, la cual es Cristo mismo. Cristo es nuestra vida en nuestro espíritu (Col. 3:4; Ro. 8:10). Sin esta vida, nuestro espíritu solamente sería un órgano y no una persona. Como los salvos que tenemos a Cristo como vida en nuestro espíritu, nuestro espíritu llega a ser un hombre, una persona, un ser. Ya no es meramente un órgano interior, sino que ahora es un hombre interior. Este es el hombre interior al que se refiere Pablo en Efesios 3:16.
Antes que fuéramos salvos, teníamos solamente una vida, la vida del alma, pero ahora tenemos otra vida, la vida divina que está en nuestro espíritu. Ya que ahora tenemos dos vidas, tenemos un problema. ¿Por cuál de estas vidas viviremos? Si vivimos por la vida del alma, psujé, seremos anímicos, pero si vivimos por la vida divina, zoé, seremos espirituales. Todos debemos desear vivir por la vida que está en nuestro espíritu, por la nueva vida divina, zoé, y no por la vieja vida humana, psujé.
En Efesios 1 nuestro espíritu es revelado como un órgano para que nosotros recibamos la revelación en cuanto a la iglesia. En Efesios 3 nuestro espíritu es una persona, el hombre interior, para que nosotros experimentemos a Cristo para la iglesia. Puesto que el capítulo uno se refiere a nuestra necesidad de ver la revelación espiritual, revela al espíritu como un órgano. El capítulo tres nos muestra que tenemos que vivir conforme a lo que hemos visto. Para esto necesitamos el hombre interior, una persona. Como una persona, debemos vivir por nuestro espíritu y con él debemos experimentar lo que hemos visto.
Necesitamos experimentar una revelación en nuestro espíritu para ver, pero nuestro hombre interior necesita ser fortalecido con poder para poder vivir y experimentar lo que hemos visto. Muchos de nosotros tenemos que admitir que nuestra alma, nuestro hombre exterior, es más fuerte que nuestro espíritu, nuestro hombre interior. Por eso Pablo oró en Efesios 3:16 para que fuéramos fortalecidos “con poder”. “Poder” en este versículo es la misma palabra griega traducida “poder” en 1:19. Necesitamos ser fortalecidos con el poder de resurrección, el poder que lo trasciende todo, el poder sometedor y el poder soberano. Si hay alguna cantidad de amortecimiento a nuestro alrededor que no haya sido conquistado, es difícil que nuestro hombre interior sea fuerte. Por lo tanto, nuestro hombre interior necesita ser fortalecido con el poder de resurrección para conquistar todo amortecimiento. Por eso necesitamos estar desesperados para que el poder de resurrección pueda tragarse toda nuestra muerte. Si alguna cosa de muerte permanece alrededor de nosotros o dentro de nosotros, somos debilitados en nuestro hombre interior.
También necesitamos ser fortalecidos con el poder que lo trasciende todo. Si alguna cosa aún nos reprime y oprime, somos debilitados. Tenemos que estar desesperados y orar diciendo: “Señor, ¿dónde está Tu poder, el cual lo trasciende todo? No debo estar reprimido ni oprimido por nada. No importa mi situación, yo debo trascender sobre todo”.
Luego necesitamos el poder sometedor para poner todas las cosas bajo nuestros pies. Lo más difícil de someter es nuestro carácter. Si nuestro carácter no puede ser sometido, nuestro hombre interior nunca será fortalecido. Lo que más debilita nuestro hombre interior es nuestro carácter. Supongamos que usted se enoja cuatro veces en una sola semana. Cuando llega a la reunión, ¿qué tan fuerte puede estar su hombre interior? Usted estará muy débil y no podrá funcionar en la reunión. Si alguien le preguntara por qué no ejerció su función, quizá diga que no tenía la unción ni el guiar del Señor, pero esas respuestas no son ciertas. La única razón por la cual no lo hizo es porque estaba muy débil en su hombre interior. El hombre interior fue plenamente debilitado por su enojo. Si quiere estar fuerte en su hombre interior, tiene que dominar su enojo, y si puede dominarlo, puede dominar todo. Uno no puede dominar su carácter en sí mismo y por uno mismo. Uno puede someter todas las cosas únicamente con el poder interior dominador de Dios. Uno tiene este poder. Con este poder sometedor y soberano nuestro hombre interior es fortalecido.
Pablo ora en Efesios 3 para que seamos fortalecidos con poder. Este poder es el poder revelado en Efesios 1. Todos tenemos que darnos cuenta de que es con este poder —el poder de la resurrección, el poder que lo trasciende todo, el poder sometedor y el poder soberano— que nuestro hombre interior es fortalecido. Necesitamos ser fortalecidos dentro de nuestro hombre interior con el poder que levantó a Cristo de entre los muertos, que sentó a Cristo a la diestra de Dios en los lugares celestiales, que sometió todas las cosas bajo Sus pies, y que le dio por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia. Hoy nuestro hombre interior es débil porque no estamos desesperados. Necesitamos estar desesperados para experimentar este poder que está dentro de nosotros a fin de que nuestro hombre interior pueda ser fortalecido.
Pablo también ora para que seamos fortalecidos con poder “por Su Espíritu” (Ef. 3:16). Este poder es uno con el Espíritu. Nunca puede separar el poder de Dios del Espíritu. Hablando con propiedad, el Espíritu de Dios es este poder. Necesitamos ser fortalecidos con este poder por Su Espíritu en nuestro espíritu. Aquí Pablo añade la frase: “en el hombre interior” (v. 16). Necesitamos ser fortalecidos con poder por Su Espíritu en el hombre interior. Esta palabra “en” indica trasmisión. Estamos recibiendo la trasmisión de este poder cuádruple, el poder de la resurrección, el poder que lo trasciende todo, el poder sometedor y el poder soberano. En el capítulo uno, este poder es para con nosotros, pero en el capítulo tres, el fortalecimiento es con este poder en nuestro espíritu, en nuestro hombre interior. Este poder para el fortalecimiento no está solamente dentro de nosotros sino también en los cielos y es trasmitido a nosotros. Con la electricidad, cuando apaga el interruptor, el fluir se detiene. Cuando se enciende el interruptor, la corriente de la electricidad fluye. Esta corriente no solamente está en el edificio. También está siendo trasmitida dentro del edificio. El poder de Dios no es solamente algo dentro de nosotros, sino también algo en los cielos que está siendo trasmitido a nosotros. El fortalecimiento, hablando con propiedad, no se origina dentro de nosotros, viene de los cielos, del trono y está siendo trasmitido a nosotros. Este fortalecimiento es algo viviente, que se trasmite y que fluye. Muchas veces tenemos el sentir de que hay algo dentro de nosotros que nos fortalece. Con este fortalecimiento, está el fluir del Espíritu dentro de nosotros. Algo está siendo trasmitido a nosotros e impartido en nosotros por este fluir. Este es el fortalecimiento con poder por Su Espíritu en el hombre interior.
El resultado de este fortalecimiento es “que Cristo haga Su hogar en vuestros corazones” (v. 17). No solamente está Cristo en nuestro espíritu, sino también, como una persona, El debe habitar todo nuestro ser interior, nuestro corazón. El corazón está compuesto de las tres partes del alma: la mente (Mt. 9:4; He. 4:12), la parte emotiva (Jn. 15:6, 22), y la voluntad (Hch. 11:23; He. 4:12) más la conciencia (He. 10:22; 1 Jn. 3:20), una parte del espíritu. El corazón incluye todas nuestras partes internas. Esto quiere decir que cuando seamos fortalecidos en nuestro hombre interior, Cristo tomará posesión de nuestro ser interior entero. Cuando seamos fortalecidos en nuestro hombre interior, en nuestro espíritu, será fácil para Cristo como el Espíritu que mora en nosotros saturar cada parte interna de nuestro ser. Será fácil para Cristo como el Espíritu que mora en nosotros tomar posesión de nuestra mente, nuestra parte emotiva y nuestra voluntad. Entonces Cristo puede establecerse en nuestro ser y hacer Su hogar en nuestros corazones.
Cristo está en nosotros, pero quizá no está establecido en nosotros. Si yo llego a su hogar como invitado, estoy en su hogar, pero no estoy establecido allí. Sólo puedo ir donde se me permita. Yo he visto su hogar, pero no he hecho allí mi hogar. De la misma manera, Cristo está en nosotros, pero no está establecido en nosotros. Eso se debe a que nuestro hombre interior no ha sido fortalecido. Nuestro hombre interior necesita ser fortalecido con el poder cuádruple. Si toda nuestra muerte es tragada, si todos los factores rebeldes son conquistados, si todas las cosas problemáticas son sometidas y si nosotros ejercitamos el poder soberano, seremos muy fuertes en nuestro espíritu, en nuestro hombre interior. Entonces todo nuestro ser se abrirá a Cristo como el Espíritu que mora en nosotros, haciéndole fácil la entrada a nuestra mente, parte emotiva y voluntad, a todas nuestras partes internas, para que tome posesión de todo nuestro ser. El podrá hacer su hogar en nuestros corazones. La vida de la iglesia proviene de Cristo que hace Su hogar en nuestros corazones.
Después de que nuestro hombre interior sea fortalecido y de que Cristo haga Su hogar en nuestros corazones, hay un tercer punto: “Para que seáis llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios” (Ef. 3:19). Cuando nuestro hombre interior es fortalecido, está el camino libre para que Cristo tome plena posesión de todo nuestro ser, haciendo Su hogar en nuestros corazones. Dios en el Hijo, como el Espíritu vivificante, tomará posesión de todo nuestro ser, haciéndonos uno con Dios. Entonces seremos llenos, no de doctrinas ni de conocimiento, sino de todas las riquezas de Cristo hasta la medida de toda la plenitud de Dios. Toda esta plenitud mora en Cristo (Col. 1:19; 2:9). Al morar en nosotros, Cristo imparte la plenitud de Dios a nuestro ser. Con el tiempo, lo que Dios es en Su plenitud será nuestro contenido. Nosotros llegamos a ser un pueblo lleno del Dios Triuno y saturados con las riquezas de Cristo hasta la medida de toda la plenitud de Dios. Este es el resultado de la trasmisión del poder de Dios, y esta es la realidad de la vida de la iglesia.
Después Pablo dice: “A Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o pensamos, según el poder que actúa en nosotros” (Ef. 3:20). De nuevo, este poder es el poder de 1:19. Es el poder que da consumación a las cosas espirituales para la iglesia en nuestro ser interior. La palabra “hacer” de este versículo se refiere al poder interior que le da energía. Si uno actúa en serio con el Señor, si uno está desesperado, algo por dentro le dará energía, pero si es indiferente, el poder interior no operará. Si uno es indiferente en cuanto a las reuniones y si uno es indiferente en cuanto a la carencia de fruto, ¿cómo puede este poder dentro de uno darle energía? Pero si uno ora al Señor en forma desesperada, inmediatamente experimentará la energía interior. Dios puede hacerlo superabundantemente más de todo lo que pedimos o entendemos, pero sólo lo puede hacer conforme al poder que está operando en nosotros. Cuánto este poder pueda hacer para darnos energía depende de cuán desesperados estemos. Todos tenemos este poder en nosotros. Con algunos verdaderamente trabaja, pero con otros no trabaja. Esto se debe a que algunos somos desesperados y otros somos indiferentes. El secreto de la operación de este poder es que necesitamos estar desesperados. Dios necesita nuestra cooperación humana. Si no cooperamos con El, no puede hacer nada. Que el Señor tenga misericordia de nosotros para que, de ahora en adelante, estemos desesperados. Necesitamos tener el sentimiento profundo de que no podemos seguir adelante como cristianos indiferentes. Debemos considerar este asunto uno de vida o muerte. Si nos volvemos desesperados, nos daremos cuenta de que algo por dentro nos está dando energía y que algo desde los cielos está siendo constantemente trasmitido a nuestro ser. Entonces la gloria será para El en la iglesia (v. 21). Hoy no hay mucha gloria para el Señor en la iglesia por causa de nuestra indiferencia. Todos tenemos que darnos cuenta de nuestra necesidad de la operación interior, la energía, de este poder para que sea fortalecido nuestro hombre interior.
Que nosotros nunca nos olvidemos de estas dos oraciones del libro de Efesios. Necesitamos un espíritu de sabiduría y de revelación para ver la iglesia, y necesitamos que nuestro hombre interior sea fortalecido para poder vivir todo lo que hemos visto y experimentarlo. La revelación de la iglesia y la experiencia de Cristo para la iglesia resulta en la vida de iglesia genuina.