
Lectura bíblica: Jn. 4:23-24; 3:6; 1 P. 2:2; Ef. 3:16; 4:13-14, 22-24; 2 Co. 4:16b; Col. 3:9-11
En este capítulo necesitamos aprender algo en cuanto a la veracidad. Según Juan 4:23-24, necesitamos ser aquellos que adoran a Dios, el Padre, tanto en espíritu como con veracidad. Aunque quizá sepamos cómo estar en el espíritu, quizá no tengamos mucha realidad. La veracidad es simplemente Cristo como nuestra experiencia. Cuanto más experimentemos a Cristo, más veracidad tendremos. Poco a poco, tenemos que ganar más veracidad.
Todas las cosas positivas del Antiguo Testamento eran sólo una “sombra de lo que ha de venir; más el cuerpo es de Cristo” (Col. 2:16-17). Todas las cosas de la ley ceremonial eran sombras. El cuerpo, la substancia sólida, la realidad, de las sombras es Cristo. Cristo es la realidad (Jn. 14:6). Cuando venimos a adorar a Dios, tenemos que venir con Cristo como nuestra realidad. En tiempos antiguos los hijos de Israel venían a adorar a Dios con diversas clases de ofrendas (Dt. 12:5-7; Lv. 1—5). Todas aquellas ofrendas eran tipos de Cristo. Moisés escribió cuatro largos libros en cuanto a la adoración de Dios: Exodo, Levítico, Números y Deuteronomio. En esos libros Moisés no les dijo a los israelitas cómo arrodillarse, cómo inclinarse, ni cómo postrarse. No les dijo cómo estar callados, cómo cantar una canción, un himno o un salmo, ni tampoco cómo alabar. Con esos libros, Moisés les dio instrucciones precisas y detalladas de cómo relacionarse con las ofrendas. Les enseñó cómo traer las ofrendas y cómo matar los sacrificios. También les enseñó cómo ofrecer los sacrificios. Les dijo cuál parte de los sacrificios tenían que quemar, cuál parte podían guardar, cuál parte podían disfrutar, cuál parte tenían que compartir con otros, y aun cuál parte tenían que disfrutar con otros en presencia de Dios. Adorar a Dios es un asunto de cómo uno se relaciona con las ofrendas.
Hoy en casi todo el cristianismo, la gente adora en una forma callada, formal y organizada. Este es el concepto natural, humano y religioso de adorar. De los libros escritos por Moisés, podemos ver que la adoración que Dios desea no concuerda con este concepto religioso. La adoración genuina es plena y absolutamente un asunto de cómo relacionarse con las ofrendas. Tenemos que adorar a Dios con las ofrendas, y todas las ofrendas son tipos de los diferentes aspectos de Cristo. Todos debemos aprender cómo relacionarnos con Cristo.
En los tiempos antiguos cuando un israelita venía a adorar a Dios, debía tener una ofrenda (Dt. 16:16). De la misma manera, nosotros debemos tener algo de Cristo para llevarle a Dios (1 Co. 14:26). Tener algo de Cristo depende de nuestras experiencias diarias, nuestro laborar diario en Cristo. Cada israelita recibió una porción de la buena tierra. Tenía que laborar en esa tierra para poder tener algún producto, y tenía que guardar la mejor parte de su cosecha para la adoración de Dios. El diez por ciento del producto de la tierra, el diezmo, tenía que ser apartado para la adoración de Dios (Dt. 14:22-23). Luego cuando llegaba el tiempo de la fiesta, todos traían sus ofrendas a Dios. Ponían todas esas ofrendas juntas, las ofrecían a Dios, y las disfrutaban juntos, en la presencia de Dios. Cómo se relacionaban con las ofrendas y cómo las disfrutaban significaba todo. Eso es un cuadro claro que nos muestra que la adoración verdadera y genuina, no es más que manejar a Cristo, ofrecer Cristo a Dios, y compartir Cristo con otros.
Tener a Cristo como nuestra ofrenda depende de nuestras experiencias diarias. Si no ha estado experimentando a Cristo en su vida diaria, seguramente estará muerto y silencioso. Eso se debe a que no ha ganado nada de Cristo en su vida diaria. Como no ha ganado nada de Cristo, llega a la reunión con sus manos vacías, sin nada en su espíritu. No tiene nada de Cristo para compartir con otros, para agradar a Dios, ni para glorificar al Padre. Así que, sólo puede ser un adorador religioso, sentado y callado. Si uno labora en Cristo cada día, experimentándole y disfrutándole, seguramente ganará algo de Cristo. Debe ganar a Cristo día a día poco a poco. Esta mañana ganamos un poquito de Cristo, esta noche un poquito, mañana en la mañana un poquito, mañana en la noche un poquito más. Día a día algo de Cristo es ganado por usted. Entonces usted vendrá a la reunión de la iglesia con el rico suministro de Cristo en su espíritu. Tendrá algo de Cristo que compartir con otros. No podrá mantenerse silencioso porque algo está rebosando desde el interior. Está lleno y desbordante. Usted puede decir: “¡Oh, aleluya! Estoy tan lleno de Cristo. Hermanos, anoche Cristo fue tan dulce para mí”. Esta es la verdadera adoración que Dios desea. Dios no puede estar satisfecho con su condición callada en las reuniones de la iglesia. Dios sólo puede estar satisfecho con Su amado Hijo, Cristo. Debemos tener algo de Cristo para traer a la reunión, para ofrecer a Dios y para compartir con otros. La mejor adoración es compartir Cristo con otros.
Puedo testificar que Cristo es mi ofrenda de paz para Dios. El es mi paz; El es su paz; y El es la paz que está entre nosotros. Sin Cristo, yo no puedo estar en paz con los hermanos. ¿Cómo podemos ser uno? Sin Cristo, peleamos unos con otros, pero Cristo es nuestro pacificador. “El mismo es nuestra paz” (Ef. 2:14). Con Cristo, no hay problemas. El ha neutralizado toda diferencia entre nosotros. No hay lugar para las diferencias naturales, religiosas ni culturales en la iglesia, el nuevo hombre. Sólo Cristo está aquí. En el nuevo hombre, “no hay judío ni griego, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro, escita, esclavo ni libre; sino que Cristo es el todo, y en todos” (Col. 3:11). Ahora podemos compartir Cristo como nuestra paz con todos los santos. Compartir esta clase de experiencia genuina de Cristo es la verdadera adoración. La verdadera adoración a Dios es relacionarnos con Cristo.
En Colosenses 3:11 dice que en el nuevo hombre no hay persona natural, sino que Cristo es el todo y en todos. Sin embargo, el nuevo hombre empieza con el nuevo nacimiento en nuestro espíritu (Jn. 3:6). Necesitamos ver el desarrollo de nuestro nuevo nacimiento para el nuevo hombre donde Cristo es el todo y en todos.
El hombre es de tres partes: espíritu, alma y cuerpo (1 Ts. 5:23). La vida humana del hombre está en el alma. La vida en el alma es nuestro ser, nuestra persona, nuestro yo. Antes de ser salvo, el hombre es un alma (Hch. 7:14), una persona, con dos órganos: el cuerpo como un órgano externo que tiene contacto con el mundo exterior y físico, y el espíritu como un órgano interior que tiene contacto con Dios y el mundo espiritual. Cuando creímos en el Señor Jesús y le recibimos, El entró en nuestro espíritu como vida. Ahora en nuestro espíritu tenemos otra clase de vida, la vida divina de Dios. Anteriormente teníamos solamente la vida humana en nuestra alma, pero ahora tenemos la vida divina en nuestro espíritu. Como resultado, nuestro espíritu ahora es una persona. Anteriormente era solamente un órgano porque no tenía vida, pero ahora también es una persona con una vida. Al nacer de nuevo, nos volvimos otra persona. Anteriormente éramos personas anímicas con la vida humana natural; pero ahora tenemos la vida divina eterna, increada en nuestro espíritu. Al ser regenerados, fuimos convertidos en otra persona. Anteriormente, nuestra persona era el alma, pero ahora nuestra persona es nuestro espíritu. Ahora debemos vivir, no por nuestra alma, sino por nuestro espíritu. Necesitamos darnos cuenta de que tenemos un espíritu y también necesitamos darnos cuenta de que nuestro espíritu es nuestra persona.
Juan 3 nos habla del nuevo nacimiento de nuestro espíritu: “Lo que es nacido del Espíritu espíritu es” (v. 6). Después 1 Pedro 2:2 habla de los niños recién nacidos. “Desead, como niños recién nacidos, la leche de la palabra dada sin engaño, para que por ella crezcáis”. Primero, nacimos de nuevo; segundo, tenemos que crecer. Este crecimiento tiene lugar en nuestro espíritu. El crecimiento de los recién nacidos no implica que adquieran mucho conocimiento en sus mentes. Crecer significa que el mismo Cristo dentro de nuestro espíritu se aumente. El aumento de Cristo en nuestro espíritu es nuestro verdadero crecimiento en vida.
Cristo está en nuestro espíritu, pero para crecer tenemos que disfrutarle. Tenemos que comer a Cristo, beber a Cristo e inhalarle. Tenemos que tomar a Cristo una y otra vez. Día tras día y poco a poco Cristo se aumentará en nosotros. Con algunos este crecimiento quizá se haya detenido. Aunque quizá hayan nacido de nuevo hace más de veinticinco años, la cantidad de Cristo dentro de ellos quizá sea la misma que cuando primeramente fueron salvos. Tal vez hayan adquirido mucho conocimiento en el alma. Quizá hayan aprendido todas las enseñanzas bíblicas y todas las regulaciones del cristianismo. Incluso quizá hayan aprendido a cantar los himnos en una forma maravillosa. Sin embargo, han ganado todas esas cosas en su alma. Donde está Cristo, en el espíritu, quizá no haya habido ningún aumento. Quizá sean bebés viejos, o sea, personas que han sido cristianas por muchos años pero que han crecido muy poco en vida.
Quizá algunos se jacten de que han sido salvos por muchos años, que han aprendido todas las enseñanzas del cristianismo, y que han oído a muchos buenos oradores famosos cristianos, pero ¿cuánto de Cristo han ganado? Aunque un hermano joven haya sido salvo por sólo pocos años, quizá haya ganado más de Cristo que lo que ellos hayan ganado. Quizá ellos tengan mucho conocimiento en su alma, pero han ganado muy poco de Cristo en su espíritu. Nuestra única necesidad es ganar a Cristo en nuestro espíritu.
Es maravilloso nacer de nuevo, pero después de nuestro nuevo nacimiento, necesitamos crecer. Crecer simplemente significa que Cristo es añadido y forjado en nosotros. Anteriormente éramos personas en el alma, pero ahora debemos ser personas que están en el espíritu. Nuestra alma, la persona anterior, ya fue “crucificada con Cristo” (Gá. 2:20). Tenemos que tomar este hecho y ponerlo en práctica. Debemos darnos cuenta de que nuestra persona anterior fue crucificada, y que ya no debemos vivir más en esa persona, por esa persona ni con esa persona. Tenemos que negar a nuestra persona anterior la cual la Biblia llama “el viejo hombre” (Ro. 6:6; Ef. 4:22; Col. 3:9) y “el hombre exterior” (2 Co. 4:16), y tenemos que vivir por nuestra nueva persona, “el hombre interior” (Ef. 3:16). Tenemos que darnos cuenta de que ahora somos otra persona, la nueva persona en nuestro espíritu con Cristo como la vida. Nuestra persona, nuestro espíritu, y la vida de Cristo ahora son uno. Esta nueva persona, nuestro espíritu más Cristo como la vida, incluso es nuestra personalidad. Ahora nuestra personalidad no está en el alma sino en el espíritu. Nosotros ya no debemos vivir en la vieja persona, ni debemos permitir que ella tome ninguna acción. Tenemos que vivir por la nueva persona.
¿Cómo aplicamos esto en nuestro diario vivir? Supongamos que un hermano quiere ir a una tienda por departamentos para comprar algo. El no debe comprobar si es la voluntad del Señor. Lo primero que tiene que comprobar es si su ida es iniciada por su alma o por su espíritu. ¿Es iniciada por su persona anterior o por su presente persona, por el viejo hombre o por el nuevo hombre, por el hombre anímico o por el hombre interior? Tiene que ser iniciada por su nueva persona. Quizá sea fácil para nosotros aprender esta doctrina, pero en la mayor parte de nuestro vivir, quizá aún estemos absolutamente en nuestro viejo hombre. Ir a las tiendas a comprar algo no es malo ni maligno, pero quizá todavía sea una actividad de nuestra persona anterior. Aunque somos cristianos de nombre, quizá todavía estemos viviendo en nuestra vieja persona. Quizá hagamos las cosas según nuestra consideración de si una cosa está correcta o incorrecta, bien o mal, y no según el principio de si es algo de la vieja persona o algo de la nueva persona. Nosotros, los renacidos, quizá raras veces vivamos en nuestra nueva persona.
Dios no tiene la intención de pedirle que usted sea un buen hombre. El tiene la intención de que viva en la nueva persona. No importa si compra algo o no, si va de compras o no. Lo que importa es quién va, la persona anterior o la presente, la persona del alma o la persona del espíritu. Si la persona del alma va, Cristo no está allí, pero si la persona del espíritu va, Cristo va, porque en el espíritu usted es uno con Cristo. La nueva persona es Cristo, quien es la vida en su espíritu.
Cuando estos dos, Cristo como la vida y su espíritu, se unen, usted tiene la personalidad de su nueva persona. Necesita ver que no solamente fue salvo sino también que renació para ser otra persona. Anteriormente, era una clase de persona, pero usted ha sido regenerado para ser una persona absolutamente diferente. Antes era una persona que vivía en su alma. No significa mucho si esa persona fuera buena o mala. Quizá usted nació amable, apacible, paciente, bondadoso, lento y callado. La gente siempre considera que esta clase de persona es muy buena. Incluso quizá sea difícil que se enoje. A todos nos gustaría esta clase de persona. Por otro lado, quizá yo haya nacido violento, rudo, duro y de fuerte temperamento, sin ninguna paciencia. A nadie le gustaría. Pero ya sea que haya nacido bueno o malo no significa nada, porque todos necesitamos renacer. Si usted nació malo, necesita renacer; aun si nació bueno, de todos modos necesita renacer. No importa nuestra raza, nacionalidad o disposición natural, todos tenemos que renacer. En este renacimiento, somos todos iguales.
Después de nuestro renacimiento, ya no debemos vivir por la vieja persona sino absolutamente por la nueva persona. El problema es que, aun después de nuestro renacimiento, todavía vivimos por nuestra vieja persona. Siempre estamos considerando si una cosa está bien o mal. Si es correcta, la hacemos. Si está mal, no la hacemos. Así que, analizamos un cristiano según su comportamiento y no por su persona. Así es la norma hoy en el cristianismo, pero eso está mal. Nuestra norma debe considerar la persona, y no el comportamiento. No importa si una cosa está correcta o incorrecta, buena o mala, solamente nos debe preocupar una cosa: ¿quién la va a hacer? ¿Nuestra vieja persona la va a hacer o nuestra nueva persona? No es un asunto de qué se va a hacer, sino de quién la va a hacer. El verdadero aspecto subjetivo de la obra de la cruz consiste en crucificar a nuestra vieja persona. Ya no soy yo, la vieja persona, sino Cristo, la nueva persona (Gá. 2:20). No es asunto de corregir ni mejorar el comportamiento. Es asunto de cambiar nuestro ser de la vieja persona a la nueva persona.
Que el Señor abra nuestros ojos para que veamos que la vida de la iglesia está en esta nueva persona y no en ninguna otra cosa. A pesar de cuán bueno, paciente, humilde, bondadoso y gentil sea, mientras esté en la vieja persona, no puede experimentar la vida de la iglesia. Quizá sea una persona muy fácil de tratar pero de todos modos si está en la vieja persona, usted ya termina con la vida de la iglesia y la vida de la iglesia ha terminado con usted. La vida de la iglesia está exclusivamente en la nueva persona. Hay una nueva persona dentro en cada uno de nosotros. Todas estas nuevas personas congregadas juntas equivalen a la iglesia. ¿Qué es la iglesia? La iglesia es la adición, la suma total, de todas las nuevas personas dentro de nosotros. La vida de la iglesia está en nuestro espíritu. Por eso, necesitamos crecer y tenemos que crecer. Al nacer de nuevo, llegamos a ser niños recién nacidos. Ahora necesitamos crecer, no sólo en función, sino en una persona, en nuestro hombre interior. Toda nuestra persona que está en el espíritu necesita crecer.
Por eso Efesios 3 dice que necesitamos ser fortalecidos con poder en nuestro hombre interior (v. 16). Nuestro hombre interior es nuestro espíritu, pero está débil porque está falto del poder, el poder de la resurrección, el poder que lo trasciende todo, el poder sometedor y el poder soberano. Para crecer necesitamos ser fortalecidos y somos fortalecidos mediante lo siguiente: alimentarnos de Cristo, beberle, respirarle y ser interiormente llenos de El. Cuanto más nos alimentemos de Cristo, bebamos de Cristo, respiremos a Cristo, y seamos llenos interiormente de Cristo, más somos fortalecidos. Cuanto más somos fortalecidos, más somos habilitados con el poder de la resurrección de Cristo. Ninguna muerte puede prevalecer contra nosotros. Todo el amortecimiento a nuestro alrededor y dentro de nosotros es conquistado por el poder de la resurrección. Cuando somos habilitados, también somos trascendentes, sometedores y dominadores. Este fortalecimiento es el aumento de Cristo dentro de nosotros, el crecimiento de nuestro hombre interior. Por este fortalecimiento nuestro hombre interior, nuestra nueva persona, está creciendo cada día.
Todos necesitamos un cambio de concepto. Necesitamos la revelación celestial para que abandonemos todos los conceptos erróneos que hemos coleccionado de nuestro trasfondo. Todos tenemos que darnos cuenta de una cosa: como aquellos que hemos renacido, no debemos vivir más en nuestra vieja persona. Tenemos que negar y renunciar a esa vieja persona, y tenemos que darnos cuenta de que ahora tenemos una nueva persona, que es nuestro espíritu que tiene a Cristo como su vida. Tenemos que vivir y hacerlo todo por esta nueva persona. No nos debe importar si una cosa está correcta o incorrecta, buena o mala. Sólo nos debe importar una cosa: ¿cuál persona lo está haciendo, la vieja persona o la nueva persona? Siempre debemos preguntarnos esto. Si sentimos que estamos débiles o vacíos en nuestro nuevo hombre, nuestra nueva persona, necesitamos ser desesperados y orar: “Señor, ten misericordia de mí. Mira mi situación. Estoy tan vacío, tan débil en mi nueva persona”. Necesitamos tratar con el Señor. Entonces seremos fortalecidos.
Si sabemos cómo tratar desesperadamente con Cristo, cómo alimentarnos de Cristo al orar-leer la Palabra, cómo beber de El al invocar Su nombre, y cómo respirarle día tras día, seremos uno con El en nuestro espíritu. Esto nos hará crecer día tras día en nuestra nueva persona. Hoy no podemos ver ni darnos cuenta de que nuestra nueva persona está creciendo, pero un día ya no seremos “recién nacidos” y llegaremos “a un hombre de plena madurez” (Ef. 4:13-14). Esa plena madurez será la acumulación de Cristo como la realidad de nosotros a través de todas las experiencias que tenemos de El. No significa meramente que experimentemos a Cristo un poquito como nuestra paciencia, nuestra fortaleza, o nuestra vida. Más bien, todo el día viviremos por la nueva persona. Si queremos visitar a un hermano, tenemos que ver si esto viene de nuestra vieja persona, el yo, o de nuestra nueva persona, nuestro espíritu. Debemos averiguar esto y tener la respuesta apropiada. Entonces debemos ir, no en nuestra vieja persona sino en la nueva persona. Incluso si una madre va a hablar con sus hijos, debe averiguar si su vieja persona o su nueva persona va a hablar. Todos hemos nacido de nuevo, pero ¿estamos viviendo por la vieja persona o la nueva persona? Solamente viviendo en la nueva persona podemos tener a Cristo como nuestra realidad. Todo el día debemos vivir en la nueva persona. Incluso para estudiar las lecciones en la escuela, se necesita averiguar esto. En la escuela se tiene que ejercitar la mente, pero la nueva persona, y no la vieja persona, es la que debe usar la mente. Cuando se estudien las lecciones, se tiene que averiguar: ¿cuál persona va a estudiar? Si se estudia en la nueva persona, la mente trabajará para uno como un órgano bajo el control de la nueva persona. Si se va a vestir, no averigüe qué clase de ropa va a usar. Primeramente, tiene que averiguar quién se va a vestir, la vieja persona o la nueva persona. Nosotros somos los cristianos recién nacidos, pero la mayoría del tiempo vivimos por nuestra vieja persona y no por la nueva persona, nuestro espíritu.
Todos debemos ver que, en la vida de la iglesia, todos los miembros necesitan vivir por la nueva persona. No debemos vivir según un estándar moral elevado ni un estándar inmoral. No debemos vivir por ningún estándar de comportamiento sino por una persona. Por eso 2 Corintios 4:16 dice que nuestro hombre exterior, la vieja persona, se va desgastando, pero el hombre interior, la nueva persona, se está renovando de día en día. El hombre exterior tiene que disminuirse, pero el hombre interior necesita aumentarse. Nosotros realmente tenemos dos personas dentro de nosotros, una es vieja y la otra es nueva. La vieja tiene que ser consumida, pero la nueva necesita aumentarse. Nuestro problema consiste en que no nos damos cuenta de esto y seguimos viviendo por la vieja persona y no por la nueva. Necesitamos una revelación para que tengamos un cambio de la vieja persona a la nueva. Entonces seremos renovados en el espíritu de nuestra mente y nos pondremos el nuevo hombre (Ef. 4:23-24), la vida de iglesia corporativa. El apóstol Pablo dice que tenemos que despojarnos del viejo hombre, el viejo hombre corporativo, y ponernos el nuevo hombre (Ef. 4:22, 24). Todos tenemos que quitarnos la vieja vida comunal, la vida social mundana y tenemos que ponernos la nueva vida comunal, la vida de la iglesia. Nos ponemos la vida de la iglesia poco a poco. Podemos participar en la vida de la iglesia y al mismo tiempo tener algo que ver con la vida social mundana. Mientras estamos siendo renovados en el espíritu de nuestra mente, gradualmente nos estamos quitando la vieja vida comunal, y la nueva vida de la iglesia esta poniéndose. Esto es lo que necesitamos hoy en la vida de la iglesia. Con el tiempo, al nacer de nuevo y al crecer nuestra nueva persona, llegaremos a la meta, el nuevo hombre, “donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro, escita, esclavo ni libre; sino que Cristo es el todo, y en todos” (Col. 3:11). Esta es la vida de la iglesia.
Después de nuestro nuevo nacimiento, debemos crecer, no en una forma doctrinal sino en nuestra experiencia. Todos necesitamos crecer en Cristo y vivir por nuestra nueva persona. No nos debe importar nuestro comportamiento exterior, sino solamente el cambio interior de la vieja persona a la nueva persona. Debemos vivir y hacer todas las cosas, grandes y pequeñas, por la nueva persona y en ella. Si hacemos esto, seremos habilitados, y tendremos un verdadero aumento de Cristo y el crecimiento en vida. Entonces la vida comunal vieja será dejada, y la nueva vida de la iglesia será adoptada. Con el tiempo, tendremos el pleno crecimiento con Cristo como nuestro todo en todo. Entonces estaremos en la vida de la iglesia apropiada, adorando a Dios no solamente en espíritu sino también con veracidad. Experimentaremos la realidad de Cristo como nuestra vida, y creceremos hasta llegar al varón perfecto (Ef. 4:13). Un día el Señor llevará a todas las iglesias locales hasta este punto. El está esperando esto. Probablemente ese será el día de Su regreso.