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Mensajes del libro «Economía de Dios, La»
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CAPITULO TRECE

LA CRUZ Y LA VIDA DEL ALMA

  Estos capítulos tratan de los principios básicos de la economía de Dios y su centro. No estamos abordando enseñanzas sin importancia, sino asuntos básicos de la economía de Dios, no sólo como doctrina, sino como experiencia. En Su economía, Dios tiene la intención de dispensarse a Sí mismo en nosotros, lo cual ya ha realizado en el espíritu humano. El Dios Triuno ha sido dispensado en nosotros. Fue con este propósito que Dios nos creó con tres partes: cuerpo, alma y espíritu. Este ser tripartito es el templo de Dios. El templo de Dios consta de tres partes: el atrio, el lugar santo y el Lugar Santísimo, el lugar mismo donde habitan la gloria shekiná de Dios y el Cristo de Dios. Las tres partes de nuestro ser corresponden exactamente con las tres partes del templo: el cuerpo con el atrio, el alma con el lugar santo y el espíritu con el Lugar Santísimo. Hoy día, Dios en Cristo mora en nuestro espíritu, el Lugar Santísimo.

EL DIOS TRIUNO SE EXTIENDE EN EL HOMBRE

  La economía de Dios es dispensarse a Sí mismo en nuestro espíritu, el cual es Su morada, y hacer Su hogar en nuestro espíritu, tomándolo como base para extenderse a todo nuestro ser. Nuestro espíritu es Su hogar, Su morada, Su habitación, el lugar mismo desde el cual El se difunde a través de todo nuestro ser. Por medio de extenderse en nosotros, El satura consigo mismo cada parte de nuestro ser. Primero, El se mezcla totalmente con nuestro espíritu, después, con el alma, y por último, con el cuerpo. El entra en nuestro espíritu para comenzar a mezclarse por medio de regenerar nuestro espíritu. La regeneración consiste en que Dios mismo se mezcla con nuestro espíritu. Después de la regeneración, si nosotros cooperamos con El, si nos ofrecemos a El y le damos la oportunidad, El se difundirá desde nuestro espíritu hacia nuestra alma, a fin de renovar todas las partes de nuestra alma. Esta es Su obra transformadora. Por medio de la transformación, la misma esencia del Dios Triuno se mezcla con nuestra alma, nuestro propio “yo”. Cuando nuestra alma sea transformada a la imagen del Señor, nuestros pensamientos, deseos y decisiones expresarán siempre al Señor.

  Por lo tanto, regenerar nuestro espíritu es el primer paso que Dios da; Su segundo paso es transformar nuestra alma; finalmente, el último paso es transfigurar, o cambiar, nuestro cuerpo cuando el Señor venga por segunda vez. Entonces el Señor impregnará nuestro cuerpo y Su gloria saturará todo nuestro ser. Esta transfiguración es la máxima consumación de que El se mezcle al máximo con nuestro ser. Para ese entonces, la economía de Dios de dispensarse a Sí mismo en nosotros será plenamente realizada. Recuerde estos tres pasos por medio de los cuales Dios se mezcla con nosotros en todo sentido. Este himno expresa la consumación final.

  Cristo la esperanza de gloria es para mí, Me ha regenerado, saturándome está; Viene a cambiar mi cuerpo con vencedor poder, ¡Glorioso como el Suyo el mío ha de ser!

      Coro     ¡El viene, El viene, me viene a glorificar!     Mi cuerpo transfigurará, igual al Suyo será.     ¡El viene, El viene, la redención a dar!     Como esperanza de gloria, nos glorificará.

  Cristo la esperanza de gloria es para mí, Trayendo Dios al hombre, le da Su plenitud; El viene a mezclarme totalmente con Dios, Compartiré Su gloria por siempre, yo.

  Cristo la esperanza de gloria es para mí, El librará de muerte mi cuerpo al redimir; Viene a cambiar mi cuerpo, glorioso lo hará; A la muerte en victoria se tragará.

  Cristo la esperanza de gloria es para mí, Su vida es mi experiencia, pues uno soy con El; El viene a llevarme a gloriosa libertad, Uno con El seré por la eternidad.

  Himno No 95 en 100 Himnos Seleccionados

LAS DOS PARTES QUE PELEAN POR EL ALMA

  Todos conocemos la triste historia. Antes de que el Dios glorioso entrara en nuestro espíritu, Satanás, el enemigo de Dios, entró en nosotros primero. El diablo entró en el cuerpo humano mediante Adán, cuando éste comió del fruto del árbol de la ciencia. En consecuencia, el Pecado personificado mora en los miembros de nuestro cuerpo y allí gobierna como un amo ilegal, forzándonos a hacer cosas que no nos gustan. Este es el pecado mencionado en los capítulos 6, 7 y 8 del libro de Romanos; no es otro que el maligno y pecaminoso de todo el universo. El es el enemigo de Dios. Cuando entró en nuestro cuerpo, nuestro cuerpo fue transmutado, o cambiado, en naturaleza, llegando así a ser la carne. La carne es el cuerpo corrompido, arruinado y dañado, en el cual mora el maligno. Esta carne, por consiguiente, amenaza con dominar el alma.

  Tal como el espíritu humano viene a ser una base desde la cual Dios puede extenderse, así el mismo principio se aplica en cuanto a este cuerpo corrupto. La carne, bajo la posesión de Satanás, viene a ser la base desde la cual él puede hacer su obra diabólica. Satanás toma su lugar en la carne para influir sobre el alma, y luego, a través del alma, pone al espíritu en una condición de muerte. La dirección de la obra satánica siempre empieza en el exterior y sigue hacia el interior. En cambio, la obra divina siempre comienza desde el centro y se extiende hacia la circunferencia. Podemos ilustrarlo de este modo:

 

  El alma no puede resistir a Satanás, quien es mucho más fuerte que el alma humana. Antes de ser salvos nuestra condición era que nuestra alma estaba envenenada por Satanás por medio de la carne. Cuando escuchamos el evangelio y fuimos iluminados en la mente y en la conciencia, llegamos a estar contritos y quebrantados en el espíritu, nos arrepentimos y abrimos nuestro ser al Señor, después de lo cual El gloriosamente entró en nuestro espíritu para ser nuestra vida en el Espíritu Santo. Aunque Satanás, el enemigo, ha tomado la carne como base desde la cual pelear, dirigiéndose hacia adentro, hacia el espíritu, el glorioso Señor usa el espíritu como base desde la cual pelear dirigiéndose hacia afuera, hacia la carne.

  ¡Somos muy complicados porque hemos llegado a ser un campo de batalla! Somos el campo de batalla universal para la batalla universal. Satanás y Dios, Dios y Satanás, pelean el uno contra el otro dentro de nosotros día tras día. Satanás pelea orientado hacia el centro, mientras que Dios pelea hacia la circunferencia. ¿Cuál es nuestra actitud? No podemos ser neutrales; tenemos que tomar partido. En la parte exterior del hombre se encuentra el enemigo de Dios, y en la parte interior se encuentra Dios mismo. Entre los dos, en medio, se encuentra el alma. Satanás está en el cuerpo corrupto, Dios está en el espíritu regenerado, y nosotros estamos en medio, en el alma humana. Somos una persona muy importante. Podemos cambiar toda la situación. Si nos ponemos de parte de Satanás, Dios, en cierto sentido, será derrotado. Por supuesto, Dios nunca puede ser derrotado; pero si nos hiciéramos del lado de Satanás, parecería como si Dios fuera temporalmente derrotado. En cambio, si nos ponemos de parte de Dios, eso será maravilloso, y Satanás será totalmente derrotado.

  ¿De parte de quien estará usted? Este es el problema. Escuche al Señor: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo”. ¡Negar el yo! En otras palabras, entregar el alma a la muerte en la cruz, porque el alma es el yo. Siempre debemos negar el yo, darle muerte, crucificarlo. ¿Qué pasará cuando el alma haya sido crucificada? Cuando al alma se le haya dado muerte, solamente quedarán Dios y Satanás. Al crucificar el alma, le habremos quitado el puente al enemigo.

  Satanás está en la carne porque él es el Pecado encarnado, y el yo está en el alma. El Pecado y la carne están ilegalmente casados; de hecho, celebraron su boda hace mucho tiempo. Todos los problemas que tenemos por dentro se deben al hecho de que el yo está casado con el Pecado y los dos han llegado a ser uno. Sin embargo, cuando fuimos salvos, Dios, Cristo y el Espíritu Santo entraron en nuestro espíritu como la vida divina. En la carne, el cuerpo corrupto, está el Pecado; en el alma, el alma amenazada, está el yo, mientras que en el espíritu humano regenerado está la vida divina, la vida eterna, la cual es la vida y el poder que regulan. Vivir y andar por la vida del alma significa vivir y andar por nosotros mismos, lo cual nos involucra en matrimonio con Satanás. Este matrimonio significa que no somos personas libres, sino que estamos bajo las ataduras del maligno, el Pecado. El maligno que está en la carne se levantará para echarnos mano y derrotarnos, llevándonos bajo su cautiverio, haciendo de nosotros la persona más miserable. Sin embargo, si negamos el alma, el yo, y vivimos y andamos por el espíritu, Cristo como vida regulará y saturará todo nuestro ser.

LA CRUZ TRATA CON EL ALMA

  Después de haber sido regenerados, ya no debemos vivir, ni andar ni actuar por nosotros mismos. Entretanto que vivamos por nosotros mismos estaremos bajo las ataduras de Satanás. Tal vez usted diga: “No creo que yo viva y actúe por mí mismo”. En esto yace la necesidad de discernir el espíritu del alma; entonces se dará cuenta de cuánto está usted en el alma. Usted dice que no está viviendo ni actuando por usted mismo, pero yo preguntaría: “¿Por medio de qué está usted viviendo? ¿Por la carne?” Probablemente usted contestaría: “¡No, no estoy viviendo por la carne!” Entonces, ¿está usted viviendo por el espíritu? Usted diría: “Bueno, lo dudo”. Si usted no está viviendo por la carne ni por el espíritu, ¿por medio de qué está usted viviendo? La respuesta es que usted simplemente está viviendo por el alma. Usted dice: “No quiero cometer ningún pecado, no quiero ser carnal, no quiero cooperar con Satanás. Amo a Dios. Quiero seguir al Señor y andar en el camino del Señor. Quiero, quiero, quiero...” ¡Usted todavía está en el alma! Dígale al Señor dónde está usted. Usted mismo duda mucho que esté en el espíritu. Si no está usted en la carne ni en el espíritu, entonces está en el alma. Alabado sea el Señor, usted no está en Egipto porque ha experimentado la Pascua. Usted ha sido liberado de Egipto, pero aún no ha entrado en la buena tierra de Canaán. Todavía está usted vagando en el desierto del alma.

1) Amor humano

  Ahora llegamos a este asunto: ¿Cómo podemos discernir entre nuestro espíritu y nuestra alma? ¿Cómo podemos saber cuándo estamos en el espíritu y cuándo estamos en el alma, y cómo podemos separar espíritu y alma? Veamos la Palabra del Señor.

  “El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que a ama hijo o hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí. El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará” (Mt. 10:37-39).

  En el texto griego esta palabra “vida” es la misma palabra que se traduce “alma”. En estos versículos, tomar la cruz se refiere a nuestro amor humano por nuestros queridos parientes. El amor humano es algo de nuestra alma y debe ser tratado por la cruz. ¿Cuánto amamos a nuestros queridos parientes? Si queremos saber cómo discernir entre el espíritu y el alma debemos examinar nuestro amor. ¿Cómo amamos a nuestros padres, nuestros hijos, nuestra madre o padre? ¿Cómo amamos a nuestro hermano o hermana? Esto no es la palabra de hombre, sino la Palabra del Señor. El discernimiento entre el espíritu y el alma sólo puede alcanzarse cuando hemos examinado nuestro amor humano y natural. Nuestro amor natural tiene que ser tratado por la cruz. En las Epístolas del Nuevo Testamento el Espíritu Santo dice que el marido debe amar a su mujer y que la mujer debe estar sujeta a su marido, que los padres deben cuidar a los hijos y que los hijos deben honrar y respetar a los padres. Sin embargo, todo esto debe estar en la vida de resurrección. El afecto natural, el amor natural y las relaciones naturales deben ser cortadas por la cruz. Después de haber sido tratados por la cruz, estaremos en el espíritu, lo cual significa que estaremos en la vida de resurrección. Viviremos en la vida de resurrección, no en la vida natural, sino en la vida espiritual. Algo que prueba qué tanto nuestra alma ha sido quebrantada es el grado hasta el cual la cruz haya tratado nuestro amor y afecto naturales. Cuando el amor natural haya sido cortado por la cruz, habremos perdido nuestra alma.

  Además, si hemos de perder nuestra alma mediante tratar nuestro amor natural, debemos aprender a aborrecer.

  “Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo. Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo” (Lc. 14:26, 27).

  Una vez más, la palabra “vida” aquí usada es la misma palabra para “alma” en el texto griego. Además del amor por nuestros queridos parientes, también tenemos amor propio, es decir, amor por el yo o por nuestra alma. Tomar la cruz tiene mucho que ver con este amor propio. “Si alguno viene a mí, y no aborrece...” ¿Aborrecer a quién? ¿A nuestros enemigos? Debemos amar a nuestros enemigos, pero debemos aprender a aborrecer nuestra alma, nuestro yo. Aborrecernos a nosotros mismos tiene cierta relación con perder nuestra alma. Por medio de aborrecernos a nosotros mismos podemos crucificar el yo de nuestra alma.

2) Amor al mundo

  “Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará. Pues ¿qué aprovecha al hombre, si gana todo el mundo, y se destruye o se pierde a sí mismo?” (Lc. 9:23-25).

  “Acordaos de la mujer de Lot. Todo el que procure salvar su vida, la perderá; y todo el que la pierda, la salvará” (Lc. 17:32, 33).

  De nuevo, en todos estos versículos la palabra “vida” en el texto griego es la misma palabra que se traduce como “alma”. Estos pasajes muestran que el alma tiene mucho que ver con el amor al mundo. Renunciar al amor al mundo y a las cosas mundanas significa que debemos tratar con nuestra alma. Cuando el alma es cortada, entonces el amor del mundo es abandonado. Por lo tanto, estas dos cosas, el amor del mundo y el alma están relacionadas entre sí.

  “Acordaos de la mujer de Lot”. ¡Se habla de una mujer, no de un marido! Es la historia de una mujer que amó las cosas mundanas. El Señor dice que seamos cuidadosos. Si usted ama al mundo, perderá su alma. Si amamos las cosas del mundo, perderemos nuestra alma en el sentido negativo, pero si abandonamos el amor al mundo, perderemos nuestra alma en el sentido positivo. Hermanos y hermanas, el amor al mundo es una prueba de dónde está nuestra alma.

3) Vida natural

  “De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto. El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará” (Jn. 12:24, 25).

  Una vez más, esta palabra “vida” significa “alma”. Leyendo y considerando estos dos versículos de una manera cuidadosa y profunda, veremos que el alma tiene mucho que ver con la vida y con la fuerza naturales. Nuestra vida y fuerza naturales tienen que ser tratadas por medio de perder el alma. Cuando a nuestra vida y fuerza naturales se les da muerte, nuestra alma será entonces quebrantada. ¿Cómo puede uno discernir entre el espíritu y el alma? Simplemente por medio de aplicar la cruz a la vida del yo y mediante ponernos a nosotros mismos bajo la muerte. El alma es engañada porque no parece pecaminosa. Por lo tanto, debemos aprender a revisar el alma por medio de aplicar la cruz al yo.

  Supongamos que tenemos comunión con un hermano. ¿Cómo podemos discernir si nuestra comunión es del espíritu o del alma? Mediante ponernos a nosotros mismos en la cruz sabremos claramente si estamos en el espíritu o en el alma. Yo no diría: “No estoy haciendo nada malo. Estoy haciendo algo bueno al tener comunión con un hermano”. ¡Tener comunión es bueno, pero tal clase de comunión tal vez esté totalmente en el alma! Cuando la cruz es aplicada a nosotros, inmediatamente tenemos claro si nuestra comunión está en el espíritu o en el alma. Nunca considere el alma o el espíritu por medio de discernir entre el bien y el mal. Esta clase de consideración solamente nos pondrá en tinieblas. Aparte de la cruz, no hay otro camino para examinar el alma y el espíritu. El único camino para determinar si estamos en el alma o en el espíritu es verificar si ahora estamos en la cruz. ¿Tengo algo que sea de mi propio interés? ¿Soy yo egocéntrico en mis actividades? ¿Ha sido aplicada la cruz a mi propio interés y a mi egocentrismo? Examínese a sí mismo de esta manera. Todas las decisiones y todas las actividades deben ser examinadas por medio de la cruz, no por la norma del bien y del mal. ¿Ha sido el yo crucificado en cada tema de conversación? No analice por medio de razonar así: “¿Estoy en el espíritu o estoy en el alma? Voy a considerar por un momento para ver cuán profundo es mi sentir. Si no es muy profundo, debo estar en el alma. Pero si parece que es profundo, tal vez estoy en el espíritu”. Si analizamos de esta manera, en verdad estaremos preocupados. Podemos tener claridad simplemente por comprobar de una manera: ¿Hemos sido puestos en la cruz? En otras palabras, ¿hemos negado el yo, tomado la cruz y seguido al Señor en el espíritu? Cuando neguemos el yo por medio de tomar la cruz el Señor tendrá en nosotros todo el terreno y será fácil estar de acuerdo con El.

  La enseñanza neotestamentaria da cierto lugar al castigo, pero la cruz ocupa un lugar mucho más grande. Muchas veces el castigo de Dios obra juntamente con la cruz. Pero no espere usted el castigo de Dios. Puesto que sabemos que con Cristo hemos sido crucificados, todo el tiempo debemos aprender a tomar la cruz. Día a día debemos aprender la lección de negar el yo, tomar la cruz y no dar lugar al alma. Si hacemos esto, seremos verdaderamente uno con el Señor en el espíritu, y el Señor tendrá base para poseernos y saturarnos consigo mismo.

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