
En el capítulo anterior consideramos las doce cosas que pertenecen a la vieja creación, la primera de las cuales era la vida angélica. Pero ahora debemos señalar que aquellos ángeles que no cayeron no estaban incluidos en la vieja creación. Aunque en un tiempo ellos estaban bajo el liderazgo de Satanás, anteriormente príncipe de todos los ángeles, ellos no lo siguieron en su rebelión; por lo tanto, están aparte de la vieja creación. Solamente los ángeles rebeldes que siguieron a Satanás llegaron a ser parte de la vieja creación. La vida angélica, por tanto, como la primera de las doce cosas negativas de la vieja creación, no incluye a esos ángeles buenos. Los ángeles caídos, después de que se rebelaron, vinieron a ser los principados, autoridades, gobernadores y potestades en las regiones celestiales (Ef. 1, 2, 6; Col. 2). Las huestes espirituales de maldad mencionadas en Efesios 6, son los ángeles caídos. La mayoría de los ángeles, quienes no se rebelaron, no fueron incluidos en la vieja creación, la cual fue terminada por la crucifixión de Cristo.
Sin embargo, entre la raza humana no hay una excepción semejante, porque toda la humanidad cayó en la rebelión del diablo. La rebelión de la raza humana comenzó con el primer hombre, Adán, e incluye a todos los descendientes de éste. Hay dos grupos de ángeles, los que nunca se rebelaron y los que se rebelaron, pero en lo que a la raza humana se refiere, sólo hay un grupo. La raza humana caída está representada por Adán y está encabezada por Adán; así que, en Adán, toda la raza humana está incluida en la vieja y caída creación.
Indudablemente Satanás, el líder de los ángeles rebeldes, está incluido en la vieja creación. Satanás usó mal la autoridad que le había sido dada y la utilizó para formar su reino (Mt. 12:26). Según Isaías 14:12-14, Ezequiel 28:13, 14 y Lucas 4:5-7, Satanás, en el mismo principio, fue designado por Dios como cabeza de los ángeles, y como tal, recibió cierta autoridad de parte de Dios. Cuando el Señor Jesús fue tentado en el desierto, reconoció la autoridad dada a Satanás. Durante su gobierno, Satanás formó un reino con un grupo de ángeles que también usaron mal su respectivo poder y autoridad.
Después de que el hombre fue creado, Satanás vino a inducir al hombre a pecar; una vez que el Pecado estuvo en el hombre, muchos frutos fueron producidos, los cuales son llamados pecados. Después de la caída, Satanás utilizó todo lo que el hombre necesita para su subsistencia, como el alimento, el vestido, el matrimonio, la vivienda, etc. Estas necesidades habían sido creadas y ordenadas por Dios para que el hombre pudiera existir, pero Satanás las utilizó para sistematizar a toda la raza humana. Este sistema satánico se llama el mundo.
Debido al pecado, a los pecados y al mundo, la muerte entró en la raza humana; y mediante la caída, Satanás inyectó algo de su propia naturaleza en el cuerpo humano, a fin de corromperlo, haciendo que se transformara en carne. Otro resultado de la caída fue que el hombre, como un todo, sufrió un cambio y llegó a ser el viejo hombre. Además, el alma del hombre, bajo la amenaza e influencia de la carne, llegó a ser el yo. Inicialmente el alma fue creada buena, pero por la caída, llegó a ser el yo.
Satanás era el príncipe de los ángeles y Adán era la cabeza del resto de la creación, pero ambos representantes se rebelaron. Como consecuencia, toda la creación se vio influida y afectada (Ro. 8:20-22 y Col. 1:20) y tuvo la necesidad de ser reconciliada por medio de la redención de Cristo.
Todos estos elementos componen la vieja creación, y, como hemos visto, el hombre caído vino a ser el mismo centro de ella. Todas las cosas negativas de la vieja creación fueron reunidas y concentradas en el hombre. Satanás, con su reino y su sistema mundano, estaba en el hombre, junto con el Pecado, los pecados, la muerte, el yo, la carne y el viejo hombre. Todo lo de la vieja creación, lo cual incluye todas las cosas negativas del universo, fue centralizado en este hombre caído.
Entonces Cristo se encarnó haciéndose un hombre. Cristo se vistió del hombre, pero no de un hombre pequeño y simple, sino del hombre todo-inclusivo de la vieja creación. Es por esto que Cristo se encarnó como hombre, y como hombre fue crucificado en la cruz, en la semejanza de una serpiente. Antes de la cruz, Cristo era un hombre, pero en la cruz era un hombre en la semejanza de una serpiente. Más aún, Cristo fue hecho Pecado en la cruz (2 Co. 5:21). Cuando El estuvo en la cruz, Dios no solamente puso sobre El todos nuestros pecados, sino que, además, lo hizo Pecado. Dios puso sobre Cristo todas las iniquidades y todos los pecados de la raza humana, y al mismo tiempo hizo que Cristo fuera hecho Pecado en la semejanza de Satanás. Puesto que todas las cosas negativas del universo fueron concentradas y centralizadas en el hombre caído, Cristo entró en este hombre y lo llevó a la cruz. Cuando El llevó este hombre a la cruz, llevó también a la cruz todas las cosas negativas del universo. Cuando llevó este hombre a su fin, también llevó a su fin la vieja creación. Los doce elementos negativos de la vieja creación fueron terminados por la muerte todo-inclusiva de Cristo en la cruz. Si tenemos el punto de vista celestial y la percepción espiritual, saltaremos y diremos: “¡Aleluya!”.
Los capítulos finales de Ezequiel nos muestran la edificación de la casa de Dios, el templo de Dios. Si todo el cuadro fuera dibujado en papel, descubriríamos que el altar, el cual tipifica la cruz, está localizado exactamente en el centro de toda la construcción. Tanto la medida vertical del edificio como la horizontal ubican con precisión el altar en el centro del templo de Dios. Esto es muy interesante, dado que tipifica la muerte todo-inclusiva de Cristo, la cual le ha dado fin a toda la vieja creación por medio de la cruz.
Esta muerte todo-inclusiva fue llevada a cabo por el Espíritu eterno. En Hebreos 9:14 dice: “...Cristo ... mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios”. La muerte todo-inclusiva de Cristo ocurrió en el Espíritu eterno. Esta expresión, el Espíritu eterno, se menciona solamente una vez en las Escrituras. Cuando Cristo se encarnó en el hombre, El llegó a ser el centro mismo de toda la creación, lo cual incluye todas las cosas negativas del universo; y cuando Cristo llevó a este hombre caído a la muerte en la cruz, El hizo esto en el Espíritu eterno. El le dio fin a este hombre todo-inclusivo en un Espíritu que es eterno, Uno que no tiene principio y al cual no se le puede dar fin. En otras palabras, la muerte de Cristo le dio fin a todo, menos al Espíritu eterno. Cristo llevó con El a la cruz todas las cosas negativas y allí les dio fin, pero El permanece inmutable porque está en el Espíritu eterno. Si bien todas las cosas fueron terminadas en la cruz, Su Espíritu no podía ser terminado. Por lo tanto, es por este Espíritu que Cristo fue resucitado. Como hombre, Cristo llevó a la muerte todas las cosas negativas. Todas las cosas pasaron aestar en la muerte y fueron terminadas; solamente el Espíritu eterno pasó por la muerte y aún permanece. Fue en este Espíritu y mediante este Espíritu que Cristo fue resucitado.
Romanos 1:4 dice que Cristo fue “...Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos”. ¿Qué significa santidad? ¿Por qué dice “Espíritu de santidad” en vez de “Espíritu Santo”? Santidad simplemente significa separación. Aunque este Espíritu fue a la muerte, El era y todavía es Espíritu de separación. La muerte podía darle fin a todo lo demás, pero no pudo darle fin al Espíritu eterno; El es diferente y está separado de todas las otras cosas. El es el Espíritu de santidad, probado por la resurrección de entre los muertos. Yo puedo poner algunos libros y otros artículos en el recipiente de la basura, pero si pongo allí a un hombre, ¡él se saldrá de un salto! El no estará dispuesto a ser terminado; él es diferente a los libros. Al salirse de un salto, él se separa de los otros artículos; llega a ser un hombre de separación. Del mismo modo, todas las cosas fueron a la cruz —el hombre, Satanás, todo— y se les dio fin; pero solamente al Espíritu eterno, quien también fue a la cruz y entró en la muerte con Cristo, nunca se le podría dar fin. El es el Espíritu de separación. La muerte hizo todo lo que pudo, pero no pudo retener a este Espíritu. Fue mediante este Espíritu diferente, este Espíritu de separación, que Cristo fue resucitado.
Romanos 8:11 dice: “Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros”. ¿Quién levantó de los muertos a Jesús? El mismo Espíritu de separación. ¿Qué Espíritu vivificará nuestros cuerpos mortales? El Espíritu de resurrección que mora en nosotros. Esto significa que la realidad de la resurrección y el principio de la resurrección moran en nosotros. El principio de resurrección es la separación efectuada por este Espíritu eterno, Aquel a quien la muerte no puede darle fin.
Al ver que el principio de resurrección está en el Espíritu eterno de separación, debemos preguntar dónde está este Espíritu hoy en día. Debemos decir: “¡Aleluya, está en mí!” Por lo tanto, este principio de resurrección también está en nosotros. Que el Señor abra nuestros ojos para que veamos el principio de la cruz y el principio de resurrección, a saber: la muerte le dio fin a todo y ahora el Espíritu eterno mora en nosotros. Si viéramos esto, seríamos trascendentes. Diríamos: “¡Aleluya!” No es necesario que roguemos, ni que pidamos, ni que clamemos. Sólo necesitamos decir siempre “aleluya”.
Juan 11:25 nos dice que Cristo mismo es la resurrección. Marta, la hermana de Lázaro, se quejó de que el Señor llegó demasiado tarde. A ella le parecía que la resurrección y la vida eran cuestión de tiempo. Si el Señor hubiera llegado antes, razonaba ella, su hermano no habría muerto. Por el contrario, el Señor le dijo, en efecto, que no era cuestión de tiempo ni de espacio, sino de Cristo. El dijo: “YO SOY la resurrección”. Olvidemos el tiempo y el espacio; dondequiera y cuando quiera que Cristo esté, ahí siempre hay resurrección.
El día de la resurrección, cuando Cristo vino a Sus discípulos, El sopló sobre ellos y dijo: “Recibid el Espíritu Santo”. Este mismo Espíritu que ellos recibieron incluía el principio y la realidad de la resurrección. Sin este Espíritu, los discípulos no tendrían nada que ver con Su resurrección. La resurrección de Cristo está en este Espíritu. Si tenemos este Espíritu, tenemos la realidad de la resurrección; si no tenemos este Espíritu, no tenemos nada que ver con la resurrección. La resurrección es simplemente Cristo mismo, y el principio y la realidad de la resurrección de Cristo es el Espíritu eterno, al cual nunca se le puede dar fin. Este Espíritu eterno, quien no tiene principio ni fin, es el mismo principio y la misma realidad de la resurrección. A todo lo demás que le sea dado muerte será terminado; solamente el Espíritu eterno no puede ser retenido ni terminado por la muerte. Es por esto que después de la resurrección, Cristo como resurrección vino a Sus discípulos y sopló sobre ellos, diciéndoles que recibieran Su aliento como el Espíritu eterno, el Espíritu de separación. Este mismo Espíritu eterno, como el principio y la realidad de la resurrección, entró en los discípulos, y este principio y esta realidad ahora están en nosotros.
Otros dos versículos nos ayudarán a entender esto. En Filipenses 1:19 Pablo habla de “la suministración del Espíritu de Jesucristo”. Parece como si él dijera: “Estoy en la cárcel, pero no tengo ningún temor porque dentro de mí está el principio y la realidad de la resurrección. ¿Qué es esta resurrección que está dentro de mí? Es el Espíritu de Jesús con la suministración abundante, todo-inclusiva y todosuficiente”. Luego, en Filipenses 3:10, él dice: “A fin de conocerle, y el poder de su resurrección”. ¿Qué es el poder de Su resurrección? Es la suministración del Espíritu de Jesús. La suministración abundante, todo-inclusiva y todo-suficiente del Espíritu de Jesús es el poder de Su resurrección. Este poder y esta suministración son nada menos que el Espíritu eterno, el Espíritu de separación. ¡Aún así, este Espíritu está dentro de nosotros hoy día! ¿No es esto suficiente? ¿Qué más podemos pedir? Debemos decir: “¡Aleluya!” Tenemos que darle gracias a El por Su cruz y tenemos también que alabarle por Su Espíritu. Su cruz le ha dado fin a todo lo negativo y ahora Su Espíritu eterno mora en nosotros como el poder de resurrección.
En resumen, no podemos tener una verdadera experiencia de la cruz a menos que estemos en el Espíritu eterno. No importa cuánto sepamos de ella ni cuánto hablemos de ella, si no estamos en el Espíritu eterno no podemos experimentar el poder de la cruz. Cuanto más vivamos y andemos en el Espíritu eterno de separación, más experimentaremos el poder aniquilador de la cruz. Ya no hay necesidad de que nos consideremos muertos; esto es cometer suicidio espiritual. Muchos cristianos tratan diariamente de cometer suicidio espiritual, sin embargo, alabado sea el Señor, ¡nunca han podido tener éxito! Si tan sólo vivimos y andamos en el Espíritu, la dosis todo-inclusiva que está dentro de nosotros, experimentaremos el poder aniquilador de la cruz. Puesto que el principio y la realidad de Su resurrección y de Su muerte están en el Espíritu eterno, entonces la resurrección también incluye la eficacia de Su muerte. En el Espíritu eterno de resurrección se encuentra el factor aniquilador, el poder aniquilador de la cruz.
Así que, una vez más decimos: ¡Alabado sea el Señor! Mientras estemos en el Espíritu todo-inclusivo, la experiencia de la cruz es nuestra y la realidad de la resurrección está dentro de nosotros. No hay necesidad de hacer otra cosa que tomarlo por medio de una fe viva. Si vemos esto, diremos: “¡Aleluya, alabado sea el Señor!” Tenemos la fe que es viviente, y lo tomamos y reclamamos por fe. Entonces el principio de la cruz y el de la resurrección serán reales para nosotros en el Espíritu morador. Ya lo tenemos a El interiormente. Ya no hay necesidad de que pidamos nada, sino de que lo tomemos, lo experimentemos y lo disfrutemos a El. Entonces experimentaremos un verdadero crecimiento en vida. Puedo asegurarles esto. Esta es una visión que necesitamos ver y tomar por fe.