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Mensajes del libro «Economía de Dios, La»
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CAPITULO DIECISIETE

LA COMUNION DE VIDA Y EL SENTIR DE VIDA

  “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida (porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó); lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo. Estas cosas os escribimos, para que vuestro gozo sea cumplido. Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él. Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad; pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Jn. 1:1-7).

  En este breve pasaje se encuentra primero la vida eterna. De esta vida eterna proviene la comunión divina, y esta comunión divina introduce la luz, la cual es Dios mismo. Así que aquí tenemos la vida, la comunión y la luz.

  Romanos 8:6 dice: “La mente puesta en la carne es muerte, pero la mente puesta en el espíritu es vida y paz” (gr.). Este versículo habla de muerte así como de vida y paz. Debemos darnos cuenta de que tanto la muerte como la vida y la paz, como se mencionan aquí, las podemos sentir muy dentro de nosotros. De otro modo, ¿cómo podríamos saber que tenemos esta muerte o que tenemos la vida y la paz? Sabemos que tenemos muerte o que tenemos vida y paz por medio del sentir en nuestro interior. La palabra “sentir” no aparece en este versículo, pero es obvio que cuando ponemos la mente en la carne reconocemos la muerte al sentirla, y, por otro lado, cuando ponemos la mente en el espíritu, reconocemos la vida y la paz también al sentirlas. Por lo tanto, en este versículo se encuentra el sentir interior de vida. Aparentemente este versículo no tiene nada que ver con 1 Juan, pero en la realidad del espíritu, sí está muy relacionado con el primer capítulo de 1 Juan. En el capítulo uno de 1 Juan tenemos la comunión de vida, y en Romanos 8:6 tenemos el sentir de vida.

  En el capítulo anterior vimos que la ley de vida y la unción figuran entre las riquezas de la resurrección. También tenemos a Dios mismo, la vida divina, la cual es Cristo en el Espíritu, y la naturaleza divina, como nuestras riquezas. Estos son los cinco principales elementos de las riquezas que hay en la resurrección, y, puesto que estamos en la nueva creación, tenemos la posición y el pleno derecho de disfrutarlos. Basados en que somos parte de la nueva creación, podemos experimentar la resurrección, la cual incluye a Dios como nuestra porción, a Cristo como nuestra vida, y también incluye la naturaleza divina, la ley de vida y la unción interior. ¡Considere qué ricas son estas cosas! Ya sea que nos demos cuenta o no, día tras día estamos disfrutando estos cinco constituyentes de las riquezas de la resurrección. Aun como hijos de Dios recién nacidos, disfrutamos estas riquezas y vivimos por estas riquezas cada día.

LA COMUNION DE VIDA

  A partir de las riquezas de Dios mismo, de la vida divina, de la naturaleza divina, de la ley de vida y de la unción interior resultan otras dos cosas: la comunión de vida y el sentir de vida. Estas dos cosas son producto de las riquezas de la resurrección. La vida eterna trae consigo una comunión divina. Cuando tenemos a Cristo como vida en el Espíritu, tenemos comunión con esa vida. La comunión de vida es precisamente como la circulación de la sangre. La sangre de nuestro cuerpo es la vida de nuestro cuerpo: si nuestro cuerpo no contuviera sangre, no habría vida, porque la vida está en la sangre. También tenemos la circulación de la sangre en nuestro cuerpo, y por medio de la corriente sanguínea, todos los elementos negativos son eliminados de nuestro cuerpo y a cada parte de nuestro cuerpo se le transmite nutrición. Día tras día la corriente sanguínea está eliminando los productos de desecho y transportando el suministro nutritivo a cada miembro del cuerpo. La corriente sanguínea continuamente cumple con estas dos funciones. Por el lado negativo, limpia los miembros del cuerpo y se lleva el desperdicio; por el lado positivo, suministra salud al cuerpo.

  Entonces, ¿qué es la comunión de vida? Así como la sangre es la vida, también nuestra sangre espiritual es Cristo en el Espíritu como nuestra vida. Con Cristo, nuestra sangre espiritual, como nuestra vida, tenemos la corriente de vida. Cristo como nuestra vida siempre está fluyendo dentro de nosotros, tal como la corriente sanguínea siempre fluye en el cuerpo, y este fluir de vida es la comunión de vida. Es por este fluir de vida, es decir, por esta comunión de vida, que todas las riquezas de Cristo son transportadas hasta nosotros. El continuo fluir de las riquezas de Cristo satisface, por el lado positivo, nuestras necesidades de nutrición y, por el lado negativo, nuestras necesidades de limpieza y purificación. Sólo la profesión médica puede decirnos cuánta nutrición y purificación efectúa diariamente la corriente sanguínea. De modo que, la comunión de vida es la corriente de la vida eterna, la cual es Cristo.

  Consideremos la bombilla eléctrica como ejemplo. La corriente eléctrica que va al foco es registrada en el medidor. Si la corriente se detiene en el medidor, no habrá luz en el foco. Todas la funciones de la electricidad dependen de la corriente eléctrica. Cuando la corriente eléctrica se interrumpe, cesa la función del foco de iluminar.

  Antes de ser salvos, cuando éramos incrédulos, no teníamos esta corriente que fluye. Recuerdo muy bien mi propia experiencia. Antes de ser salvo, dentro de mí no fluía el sentir de vida. Pero después de ser salvo, cuanto más amaba al Señor, cuanto más le tocaba, cuanto más vivía para El, más experimentaba dentro de mí algo que fluía, fluía y fluía. Esto es la corriente de vida, es decir, la comunión de vida. La vida eterna, la cual es el Hijo de Dios, es muy real y sólida. Puede aun ser oída y vista, tocada y palpada, declarada y predicada (1 Jn. 1:1-3). Puesto que hemos recibido esta vida, tenemos la comunión, la corriente, de vida. Por medio de esta comunión de vida es muy fácil que seamos introducidos en la presencia de Dios.

EL SENTIR DE VIDA

  ¿Cómo podemos saber cuándo estamos en la presencia de Dios? Dios es luz, y cuando estamos en la presencia de Dios, podemos sentir la luz. No sólo sentimos el fluir interior, sino también el brillar interior que solamente recibimos a través de la comunión de vida. Esto no es una doctrina, sino una explicación de nuestra experiencia. Si no podemos decir “amén” a estas experiencias, me temo que hay algo incorrecto en nosotros. Esto es exactamente lo que deberíamos haber experimentado desde el día en que fuimos salvos, aunque no hayamos podido explicárnoslo. Permítaseme repetir: en nuestro interior algo se mueve y fluye, y cuando estamos en el fluir, simplemente estamos en la presencia de Dios. Entonces tenemos el resplandor dentro de nosotros y todo está en la luz. Todas las cosas se nos aclaran: ya sea que esto esté bien o mal, que aquello sea o no la voluntad de Dios, o si esto otro está relacionado con la muerte o con la vida. El sentir interior aclara todas la cosas.

  Este sentir de vida, por consiguiente, está muy relacionado con la comunión de vida. La comunión de vida nos ayuda a comprender el sentir de vida por medio de introducirnos en la presencia de Dios, donde podemos disfrutar el resplandor de Dios como luz. Este brillar nos aclara todas las cosas. Penetra en cada rincón y en cada senda de nuestro ser, proveyendo en nosotros un sentir muy tierno y agudo. Este sentir detecta inmediatamente hasta el más insignificante error. Cuanto más tenemos el fluir de vida, más estamos en la presencia de Dios y más brillar experimentamos. Cuanto más experimentemos este brillar, más real será en nosotros un sentir agudo y tierno. Es por medio de este sentir que podemos conocer a Dios, Su voluntad y Su camino. Este sentir examina y prueba todo.

  Además, este sentir interior de vida depende del grado de nuestra relación interior con el Señor. Cuando ponemos nuestra mente en la carne, tal como hemos señalado en Romanos 8:6, simplemente ponemos el yo en la carne. Poner la mente en la carne significa que nuestro yo coopera con la carne, y si cooperamos con la carne, nuestra relación con Dios es, por supuesto, incorrecta. Recuerde los tres círculos concéntricos que muestran las tres partes del hombre. La carne es el cuerpo (el círculo exterior), el cual ha sufrido un cambio en su naturaleza por la corrupción de Satanás. La mente está en el alma (el círculo de en medio), y representa nuestro ser humano, el yo. El Dios Triuno mora en el espíritu (el círculo central). La mente, localizada entre la carne y el espíritu, tiene la posibilidad de moverse en cualquier dirección. Nunca debemos olvidar Romanos 8:6; es uno de los versículos más importantes de las Escrituras. En cierto sentido, es incluso más importante que Juan 3:16. Si sólo recordamos Juan 3:16 y olvidamos Romanos 8:6, somos cristianos a duras penas salvos; nunca podríamos ser cristianos victoriosos. Juan 3:16 es adecuado para que recibamos vida eterna, pero Romanos 8:6 hace ver cómo ser un cristiano victorioso.

  Poner nuestra mente —es decir, poner el yo— en la carne es muerte. Poner nuestra mente, o sea, nuestro yo, en el espíritu es vida y paz. He aquí la clave para la muerte o la vida. La mente es bastante neutral, está en la cerca. Se puede tornar hacia la carne o se puede tornar hacia el espíritu. Debemos repetir una vez más la historia del huerto del Edén. El libre albedrío puede escoger de las dos opciones. Escoger el árbol de la ciencia significa muerte, pero escoger el árbol de la vida significa vida. Estamos entre estas dos cosas; somos neutrales ante la vida y la muerte. El resultado depende de nuestra opción, de nuestra actitud. El Pecado personificado, que representa a Satanás, está en la carne; después de que somos salvos, el Dios Triuno está en nuestro espíritu; el yo está en la mente. La clave de estar en la vida o en la muerte depende de que cooperemos con el espíritu o con la carne. Cuando cooperamos con la carne, tenemos muerte; cuando cooperamos con el espíritu, somos participantes de Dios, quien es vida.

(1) Percibiendo el sabor de la muerte

  ¿Cómo podemos saber que tenemos muerte? Lo sabemos por medio de percibirla. La muerte nos da cierta clase de sentir interior. Uno de ellos es el vacío. Experimentamos la muerte cuando nos sentimos vacíos por dentro. Otro sentir de muerte nos da un sentir de oscuridad. Cuando dentro de nosotros experimentamos oscuridad, tenemos muerte. La muerte también nos da un sentir de intranquilidad, lo cual incluye inquietud y desasosiego. Es una sensación de que nada nos tranquiliza en nuestro interior, una sensación de que en nuestro interior todo está en fricción: no hay paz, no hay reposo, no hay consuelo, no hay calma. Otro sentir de muerte es la debilidad. A menudo decimos: “Ya no puedo soportarlo”. Esto indica que estamos muy débiles. No tenemos resistencia, ni fuerza ni solidez para enfrentar nuestras frustraciones. Por último, la muerte nos da el sentir de depresión, opresión o represión: ¡todas estas presiones! Debido a que estamos débiles, es fácil que nos deprimamos. ¿Por qué? Porque nuestra mente está puesta en la carne, lo cual resulta en muerte. El vacío, la oscuridad, la intranquilidad, la debilidad y la depresión son degustaciones del sentir de muerte. Conocemos la muerte en nuestro interior cuando sentimos el vacío, la oscuridad, la intranquilidad, la debilidad y la depresión. Este tipo de sentir prueba que estamos en la carne y que estamos del lado de la carne.

  Sin embargo, este sentir de muerte en realidad proviene del sentir de vida. Supongamos que una persona está en verdad muerta, que es un cadáver. No tendría ninguna sensación de vacío, oscuridad, intranquilidad, y así sucesivamente, debido a que no tiene vida. Pero si tiene vida interior, aunque tal vida estuviera enferma y débil, con todo tendrá cierto sentir de vacío y oscuridad. Puede sentir todas estas cosas porque todavía es una persona con vida. Como tal persona, tiene contacto con la muerte, y es la vida que está por dentro la que le da el sentir de muerte. Una de las funciones y propósitos del sentir de vida es percibir el sabor de la muerte.

(2) Percibiendo el sabor de vida y paz

  El sentir de muerte, sin embargo, es solamente algo negativo. Por el lado positivo tenemos el sentir de vida y paz. ¿Cuál es el sentir, el sabor, de vida y paz? Antes que nada, en contraste con el vacío tenemos satisfacción y plenitud. Sentimos que estamos satisfechos con el Señor. Estamos satisfechos en Su presencia, no estamos sedientos ni hambrientos. En segundo lugar, experimentamos luz, lo contrario de oscuridad. Junto con nuestra satisfacción interior tenemos dentro de nosotros la luz brillando. Cada esquina y cada sendero de nuestro ser está lleno de luz. Cada parte es transparente; nada es opaco. Luego, en contraste con la intranquilidad, tenemos paz, la cual calma todas nuestras preocupaciones. Paz más reposo, paz más consuelo, paz más sosiego es el sentir que hay en nuestro interior. No hay sentir de fricción ni de controversia. La fortaleza, en contraste con la debilidad, es otro sabor del sentir de vida. Sentimos en plenitud la fortaleza y el poder de la vida. Dentro de nosotros hay una dínamo viviente; y tal parece que no solamente hubiera un motor, sino cuatro. A veces sentimos el poder de un millón de caballos de fuerza. ¡Oh, hay dentro de nosotros un verdadero fortalecimiento que vence toda nuestra debilidad! No nos importa si nuestra esposa pone mala cara. Si nuestras esposas nos hicieran un escándalo, diríamos: “¡Aleluya!” No nos molestaríamos ni perderíamos la paciencia porque estamos fuertes. No estamos flacos y débiles. Estamos robustos y llenos de poder. ¡Nada nos pone de cabeza! ¡Alabado sea el Señor! Este es el sentir interior de vida y paz. Por último, en contraste con la depresión, tenemos libertad. Mediante el fluir de vida no solamente somos liberados, sino que trascendemos por encima de toda opresión. Nada puede reprimirnos. Cuanto más surja la depresión, más estamos en los lugares celestiales.

  Así es como percibimos vida y paz. Las percibimos simplemente mediante sentirlas, y las sentimos porque tenemos vida. Esta vida que está dentro de nosotros es una vida que fluye. Por medio del fluir de vida somos vivientes y estamos en la presencia de Dios. Por lo tanto, tenemos el profundo sentir interior de que hemos sido satisfechos, iluminados, fortalecidos, consolados, elevados, liberados y de que estamos en una posición trascendente. Cuanto más estemos en la comunión de vida, más del sentir de vida percibiremos; y cuanto más del sentir de vida percibiremos, más disfrutaremos la incrementada comunión de vida. Estos dos siempre se experimentan en ciclos, es decir: a más comunión de vida, más sentir de vida; a más sentir de vida, más comunión de vida. ¡Esto es maravilloso! ¡Alabado sea el Señor!

  La comunión y el sentir de vida son productos secundarios de la resurrección. Las principales riquezas de la resurrección son Dios mismo, Cristo como vida, la naturaleza divina, la ley de vida y la unción del Espíritu Santo. De estas riquezas resultan las cosas secundarias pero prácticas, a saber, la comunión de vida y el sentir de vida.

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