En el capítulo diecisiete vimos que la vida divina, la cual hemos recibido, resulta en la comunión de vida, o en el fluir de vida, y este fluir de vida produce el sentir interior, la conciencia profunda de la vida. Ahora consideremos la diferencia que existe entre el alma y el espíritu.
Tenga presente que el tabernáculo, o el templo, tiene tres partes: el atrio, el lugar santo, y el Lugar Santísimo. Recuerde que el Nuevo Testamento categóricamente declara que somos el templo de Dios. Por lo tanto, el tabernáculo, o el templo, no solamente es un tipo de Cristo, sino también de los cristianos. El ser humano está constituido de tres partes: el cuerpo, el alma y el espíritu (1 Ts. 5:23). Estas tres partes corresponden con las tres partes del tabernáculo: el cuerpo con el atrio, el alma con el lugar santo, y el espíritu con el Lugar Santísimo.
En el tipo del tabernáculo, la presencia de Dios o la gloria shekiná de Dios y el arca, la cual era un tipo de Cristo, estaban en el Lugar Santísimo. Cristo en nuestro espíritu es la aplicación neotestamentaria, o sea, el cumplimiento de este tipo. Hoy en día, El está en la parte más profunda de nuestro ser, la cual ahora es el Lugar Santísimo.
Esta es la razón por la cual el libro de Hebreos trata con este asunto. El capítulo 4 versículo 12, como ya hemos visto, establece la necesidad de separar el espíritu y el alma. En otras palabras, necesitamos discernir el alma del espíritu a fin de hacer real en nuestra experiencia al Cristo viviente, quien mora en nuestro espíritu. Esto concuerda con las enseñanzas de todo el Nuevo Testamento. Los cuatro Evangelios nos exhortan a que neguemos y renunciemos a nuestra alma, y las Epístolas nos animan a que andemos conforme al espíritu y a que vivamos en el espíritu humano. Es en el espíritu humano que el Señor Jesús, como el Espíritu divino mora (2 Ti. 4:22). Por lo tanto, discernimos el espíritu humano del alma por medio de negar el alma y de seguir al Señor en nuestro espíritu.
Consideremos un problema en la aplicación de este principio. Una vez una hermana vino a mí diciendo: “Si no estamos en el Lugar Santísimo, significa que todavía estamos en el cuerpo o en el alma. Así que, ¿cómo podemos ejercitar el espíritu? Parece muy lógico. Si todavía estamos en el cuerpo o en el alma y no hemos entrado en el espíritu, ¿cómo podríamos ejercitar el espíritu? No podemos contestar esta pregunta por medio de algún proceso mental. Sin embargo, que todavía estemos viviendo en el cuerpo o en el alma no significa que estemos completamente cortados del espíritu. Cuando ejercitamos nuestras manos o nuestros pies, ¿significa eso que nuestras manos o nuestros pies están cortados de la cabeza? Somos un ser completo: cuerpo, alma y espíritu. No podemos cortar este ser en tres partes. Le dije a esta hermana que incluso cuando ella se arrepintió y creyó en el Señor Jesús, su arrepentimiento fue un ejercicio del espíritu. Un verdadero arrepentimiento requiere un espíritu contrito. Si el arrepentimiento sólo ocurre en nuestra mente, no es un arrepentimiento profundo y verdadero. Esto debe ser llevado a cabo profundamente dentro de nuestro espíritu. Cuando recibimos al Señor Jesús, ejercitamos nuestro espíritu, aunque no sabíamos nada del término espíritu. Cada etapa en nuestra experiencia del Señor es algo que ocurre en nuestro espíritu.
Cuando recibimos al Señor Jesús como nuestro Salvador, vinimos a la cruz, donde fuimos redimidos. En el tipo del tabernáculo, la cruz era tipificada por el altar que estaba localizado en el atrio. Nos arrepentimos y recibimos al Señor Jesús en la cruz. En el momento en que fuimos salvos hubo un verdadero ejercicio de nuestro espíritu. Debido a que ejercitamos nuestro espíritu tocamos a Dios, sentimos a Dios y tuvimos un contacto vivo con Dios.
Pero quizás después de eso no vivimos por el espíritu, ni siquiera por el alma, sino según las maneras del mundo. Sí, fuimos salvos en la cruz, lo cual significa que pasamos por el altar que estaba en el atrio; pero no vivimos de ahí en adelante por el espíritu, ni siquiera por el alma, sino según las maneras mundanas.
Tal vez usted pregunte cuáles son las maneras del mundo. Permítame explicarlo con el ejemplo de un hermano llamado Sun, quien inicialmente era un juez en un juzgado. Una vez él fue llevado a la reunión evangelística, donde yo estaba predicando. Después de la reunión, este incrédulo vino a mí con una pregunta mundana y dijo: “Señor Lee, por favor dígame ¿es Dios masculino o femenino?” Pues simplemente le hablé un poquito acerca de Dios y de Cristo. Luego él me dijo que estaba verdaderamente “impresionado” por mi predicación, pero que no sabía cómo creer. Le dije que simplemente abriera su ser para que recibiera a Cristo, porque Cristo es Espíritu y El está en cualquier lugar. Yo dije: “Vaya usted a su casa y cierre usted la puerta; arrodíllese, confiese sus pecados, y abra usted su ser a Cristo. Dígale que usted cree que El murió por usted, y que usted lo recibe como su Salvador”. El prometió que lo haría.
Esa noche mientras estaba con su familia, la cual no sabía nada acerca del cristianismo, él de repente cerró la puerta de su habitación. Su esposa y su hijo le preguntaron qué era lo que iba a hacer, a lo cual él contestó que tenía unos asuntos especiales que atender, y que por lo tanto tenía que cerrar la puerta. El se arrodilló y oró. Su esposa y su hijo, espiando por la ventana, se preguntaban por qué estaría arrodillado, y se rieron de él. Después de que él oró, pensó que algo repentino le sucedería, sin embargo no ocurrió nada. Al día siguiente, después del desayuno él tenía que ir al juzgado para encargarse de un caso, y mientras iba en camino, de repente, algo sucedió. El me dijo que todo el universo había cambiado. ¡Cuán maravillosos eran el cielo y la tierra! Incluso los pequeños gatos y perros, a los cuales anteriormente él menospreciaba, ahora le eran agradables. El estaba tan gozoso que comenzó a reírse. El se preguntó: “¿Qué es esto?” Cuando entró en la corte y comenzó a tratar el caso que tenía pendiente, él no pudo controlar su risa; incluso después de que resolvió el caso, regresó a casa riéndose más y más. Su esposa le preguntó: “¿Qué te pasa? ¿Ganaste mucho dinero? ¿Qué es lo que hace que estés tan gozoso y feliz?” El contestó: “No sé. ¡Simplemente estoy gozoso! Todo en el universo ha cambiado”. Al día siguiente él se encontró con un hermano joven, quien le ayudó a darse cuenta de que él realmente era salvo.
Sin embargo después, aunque él ya era salvo, continuó actuando y viviendo de una manera mundana, mirando las cosas de la misma manera que la gente mundana las mira. El todavía estaba en el atrio bajo el sol; todos sus sentidos eran iguales que antes. Al tercer día lo llevaron de nuevo a la reunión de la iglesia. Yo estaba feliz de verlo otra vez allí. Después de la reunión me dijo: “Señor Lee usted es muy buen orador y muy elocuente. ¿De qué escuela se graduó?” Sus comentarios revelaban la manera mundana en que él veía las cosas. Luego él conversó conmigo acerca de muchos asuntos con respecto a la iglesia. El dijo: “¿Cómo es que usted puede atraer a tanta gente? ¿Qué métodos usa usted? ¿Publica usted anuncios o usa alguna clase de propaganda como un partido político?” Esta es una manera completamente mundana de ver las cosas. Luego él me preguntó: “Señor Lee, me gustaría ser cristiano. Por favor dígame qué debo hacer. ¿Necesito llenar algunos formularios o firmar algunos documentos?” Por supuesto, le ayudé para que entendiera esto de manera correcta. Pero luego el me preguntó: “Supongamos que llegara a ser un miembro de su iglesia, ¿qué cantidad de dinero debo aportar anualmente? ¿Y qué debo hacer con mi familia? ¿Controlará su iglesia a toda mi familia? ¿Impondrá usted muchos reglamentos a mi esposa y a mi hijo?” ¿Qué significa esto? Esta es la manera mundana. Esta persona era realmente salva, pero todas estas cosas demostraban que él todavía estaba en el atrio, todavía estaba en Egipto. El había experimentado la Pascua, pero todavía no había cruzado el Mar Rojo. Todavía estaba en el mundo físico.
Sigamos usando al mismo hermano como ejemplo. El fue salvo en 1938. Al siguiente año no sucedió nada. El era realmente salvo, pero todavía estaba completamente en el mundo. Por tres años no sucedió nada. Luego en 1941, él fue avivado; algo lo revolucionó. Un día, mientras él estaba orando, dejó todas las cosas mundanas. El dijo: “Señor, hago a un lado mi conocimiento, mi empleo de juez, mi familia, y todas las cosas relacionadas con el mundo. ¡Oh Señor, de ahora en adelante te amo! Fui salvo hace tres años; pero ahora sé que debo deshacerme de todas las cosas mundanas”. El se despojó del mundo.
Al hacer esto, este hermano cruzó el primer velo, es decir pasó del atrio y entró en el lugar santo. Desde ese mismo día, él descubrió la manera de tener comunión con Cristo y la manera de tomar a Cristo como su maná diario por medio de leer la Biblia. La Biblia llegó a ser muy preciosa y dulce para él. Cada día él disfrutaba de tomar como alimento algo de la Biblia. Desde ese día él no sólo disfrutó el pan de la proposición, sino que también fue iluminado por la luz que estaba dentro de él. Luego también, él tenía el gozo de la oración. El me dijo: “Hermano Lee (él nunca más me volvió a llamar Señor Lee), cada vez que cierro los ojos y oro, tengo la sensación de que estoy en los cielos”. ¿Qué es esto? Es el olor fragante del incienso. El sentía la presencia de Dios, debido a que él tenía la experiencia de Cristo como su diario maná, como la luz interior, y como el olor fragante de resurrección.
En este momento debemos ver claramente en qué lugar fue experimentado esto. El entró del atrio al lugar santo por medio de pasar el primer velo. El no cruzó el segundo velo. Primeramente, sus pecados fueron tratados en el altar de la cruz; pero el mundo y las cosas del mundo todavía estaban en él. Tres años después, por medio de cruzar el primer velo, él se deshizo del mundo y de las cosas mundanas, y entró en el lugar santo. Día tras día él comenzó a experimentar a Cristo como su vida, como su alimento, como su luz y como su olor fragante de resurrección.
Sin embargo, él todavía no estaba en el Lugar Santísimo. Los pecados y las cosas mundanas se habían ido, pero todavía quedaba una cosa: la carne. Por consiguiente, todavía quedaba otro velo de separación. Recientemente por correspondencia del lejano oriente, me enteré que este hermano durante los dos últimos años, ha estado experimentando el quebrantamiento del hombre exterior. ¡El quebrantamiento del hombre exterior es la rotura del segundo velo! Es la rotura o el quebrantamiento, de la carne. Las cartas muestran que por medio de esta experiencia, él está recibiendo el verdadero discernimiento del espíritu. El no sólo puede discernir su propio espíritu, sino también el espíritu de otros, debido a que ahora él está más en el espíritu.
Cuando entramos en el atrio, mediante la salvación, nuestros pecados fueron tratados. Cuando entramos al lugar santo, al mundo se le dio muerte. Sin embargo, si todavía no hemos entrado en el Lugar Santísimo, el yo todavía permanece. Día tras día podemos disfrutar a Cristo como el maravilloso maná, como la luz celestial, y como el olor grato de resurrección; sin embargo, esto es todavía algo más bien superficial, ya que en el lugar santo todo es exhibido abiertamente. El pan de la proposición, no es el maná escondido, la luz no es la ley escondida, y el incienso no es la vara escondida de resurrección. Cuando asistimos a la reunión, todos pueden ver que estamos exhibiendo el maná, que la luz está brillando, y que el olor grato del incienso quemado se está propagando. Si éste es el caso, no debemos pensar que somos muy profundos. Muchas veces cuando venimos a las reuniones con el olor grato del incienso quemado, algunos tal vez comenten: “¡Qué buen hermano! ¡Qué hermana tan dulce! Cada vez que ellos abren su boca, todos perciben el olor grato de Cristo”.
Sin embargo, éste no es el maná escondido, ni la ley escondida, ni la vara escondida que reverdeció. Con todo, estas buenas experiencias del lugar santo, no deben ser rechazadas. Al contrario, debemos respetarlas. Alabado sea el Señor, muchos están disfrutando a Cristo como su maná diario. Día tras día ellos también están disfrutando a Cristo como su luz y como su olor grato en resurrección. Pero debemos darnos cuenta que esto no es la meta; ésta no es la tierra de Canaán. Esto solamente es el desierto donde se encuentra la Roca viva, de la cual fluye el agua viva, y donde Cristo está suministrándonos el maná diario. Participar del maná del cielo y del agua viva que fluye de la roca, no indica que estamos en la meta de Dios. Solamente prueba que no estamos en Egipto, es decir, en el mundo. En otras palabras, estamos en el lugar santo, pero no en el Lugar Santísimo. Este lugar es santo, pero no es santísimo. Debemos seguir adelante para disfrutar lo mejor. Estar meramente fuera de Egipto no es suficiente, esto es solamente el aspecto negativo. Hay algo que es mucho más positivo. Necesitamos entrar en la buena tierra, la cual es tipo del Cristo todo-inclusivo en nuestro espíritu. Ni el cordero de la Pascua en Egipto, ni el maná diario en el desierto pueden compararse con la buena tierra de Canaán. La buena tierra de Canaán no solamente incluye un aspecto o una parte de Cristo, sino al Cristo todo-inclusivo.
De nuevo debemos señalar que cuando fuimos salvos ejercitamos nuestro espíritu. No hay duda acerca de esto. Ahora en el lugar santo, día tras día leemos las Escrituras, tenemos contacto con Cristo, y experimentamos el resplandor de la luz. Todo esto debe ser experimentado por medio de ejercitar nuestro espíritu, aunque tal vez seamos una persona en el alma, en vez de una persona en el espíritu. Quizás leamos las Escrituras en las mañanas por medio de ejercitar nuestro espíritu y así nos alimentemos de Cristo como nuestro maná diario. Pero en lo que a nosotros mismos se refiere, todavía no estamos en el espíritu; todavía estamos en el alma. Finalmente, algún día nos daremos cuenta de que el yo debe ser tratado y quebrantado. Cuando nos demos cuenta de que ya hemos sido crucificados, aplicaremos la cruz a nosotros mismos; y cuando nos demos cuenta, por nuestra experiencia, de que el yo ha sido sepultado, nosotros como personas seremos trasladados al espíritu. Entonces, no solamente ejercitaremos nuestro espíritu para tener contacto con el Señor, sino que todo nuestro ser estará en el espíritu. Así que hay tres puntos estratégicos que necesitamos pasar: el altar, el primer velo y el segundo velo. En el altar son tratados nuestros pecados; en el primer velo es tratado el mundo; y en el segundo velo, somos tratados nosotros mismos, es decir, la vida del alma, el hombre natural, el hombre exterior, la carne, el yo. Finalmente de esta manera llegamos a ser una persona en el espíritu. Esto está más allá del hecho de sólo ejercitar nuestro espíritu para experimentar algo del Señor.
Ahora veamos algo de la geografía y de la historia de los hijos de Israel. En Egipto, el pueblo de Israel participó de la Pascua, la cual trató con los pecados de ellos. Ellos fueron salvos cuando sus pecados fueron tratados por medio del Cordero de la Pascua, sin embargo las fuerzas egipcias, Faraón y su ejército, todavía los tenía esclavizados. Así que, ellos tenían que cruzar el Mar Rojo. De esta manera las fuerzas mundanas fueron sepultadas en las aguas del Mar Rojo. El ejército de Faraón incluye a las multitudes y a todas las cosas mundanas. Para algunas personas, un par de anteojos es un soldado del ejército egipcio, debido a que para ellos ésta es una cosa mundana. ¡Para otros, el asunto de vestirse no solamente es un soldado, sino una división de soldados del ejército egipcio! Muchas cosas mundanas nos atan y nos controlan bajo su tiranía. Pero cuando el pueblo de Israel cruzó el Mar Rojo, el mundo entero fue tratado. Todo el ejército egipcio fue sepultado bajo las aguas del Mar Rojo. Las aguas del Mar Rojo tipifican el primer aspecto de la eficacia de la muerte de Cristo. Todas las cosas mundanas son tratadas y sepultadas en la muerte de Cristo.
Más tarde, después de que el pueblo de Israel había salido de Egipto, ellos empezaron a vagar en el desierto, y diariamente disfrutaban el maná, que era algo celestial de Cristo. Ellos siempre podían testificar a otros cuánto disfrutaban a Cristo, pero al mismo tiempo ellos estaban vagando en el desierto. Un día, ellos cruzaron el Río Jordán, y en el agua del Río Jordán fueron sepultadas doce piedras, las cuales representan al viejo pueblo de Israel. Bajo las aguas del Mar Rojo fueron sepultadas las fuerzas egipcias, pero bajo las aguas del Río Jordán fueron sepultados el yo y el viejo hombre de los israelitas. Después de esto ellos entraron al tercer lugar, la tierra de Canaán y disfrutaron sus riquezas todo-inclusivas.
Cuando el pueblo de Israel estaba en Egipto, estaba en el atrio. Cuando ellos entraron al desierto, estaban en el lugar santo. Finalmente, cuando entraron en la tierra de Canaán, estaban en el Lugar Santísimo. El Mar Rojo corresponde al primer velo, y el Río Jordán corresponde al segundo velo. Es muy claro que estas dos aguas tipifican los dos aspectos de la cruz de Cristo. El primer aspecto de la cruz trata con las cosas mundanas relacionadas con nosotros, y el segundo aspecto trata con el yo en nuestra alma. En otras palabras, es la cruz lo que rasga los dos velos. Debemos pasar a través de los dos velos, así como los israelitas tuvieron que pasar a través de las dos aguas.
Ahora necesitamos examinarnos y definir dónde estamos. ¿Estamos en Egipto? ¿Estamos en el desierto? o ¿Estamos en Canaán? En otras palabras, ¿estamos en el atrio? ¿Estamos en el lugar santo? o ¿Estamos en el Lugar Santísimo? ¿Estamos en la atmósfera mundana con todo lo que está bajo el sol? Los que están en el atrio no tienen la luz del lugar santo; solamente tienen el sol. Todas las cosas mundanas están bajo el sol. ¿Somos cristianos que creen en el Señor Jesús, que lo aceptan a El como Salvador y que creen que El murió en la cruz por los pecados de todos nosotros; sin embargo, todavía tenemos puntos de vista mundanos y vivimos en la atmósfera mundana? O, ¿estamos en el lugar santo disfrutando a Cristo día tras día como nuestro maná, como nuestra luz celestial y como nuestro olor grato de resurrección?
O, ¿tenemos una experiencia más profunda que ésta? En el Lugar Santísimo podemos disfrutar a Cristo como el escondido; no como a Aarón, en el atrio, sino como a Melquisedec, en el Lugar Santísimo celestial. Aquí podemos disfrutar a Cristo como el maná escondido, como la ley escondida, y como la escondida autoridad de resurrección para gobernar sobre todas las cosas. Aquí todo está escondido, debido a que aquí Cristo es experimentado de una manera más profunda. Que el Señor nos conceda la gracia para que sepamos dónde estamos y para que sepamos adónde debemos ir.