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Mensajes del libro «Economía de Dios, La»
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CAPITULO DIECINUEVE

EL CRISTO ESCONDIDO EN NUESTRO ESPIRITU

  El tabernáculo, o el templo, como hemos visto, consta de tres partes: el atrio, el lugar santo y el Lugar Santísimo. En el interior del atrio, el tabernáculo se divide en dos partes: el lugar santo y el Lugar Santísimo. Antes de ver lo que hay en el Lugar Santísimo debemos ver lo que hay en el atrio y en el lugar santo.

EL ATRIO

  En el atrio se encuentran dos cosas: el altar y el lavacro. Todos los que estudian la Biblia concuerdan en que el altar tipifica la cruz de Cristo y que el lavacro tipifica la obra del Espíritu Santo. ¿Hemos nosotros experimentado el altar y el lavacro? En la cruz, Cristo fue ofrecido como nuestra ofrenda por el pecado. El murió por nuestros pecados, y hasta fue hecho pecado en la cruz por causa nuestra; así que El es nuestra Pascua. La Pascua significa que El, el mismo Cordero de Dios, llevó nuestros pecados y murió en la cruz. Primera Corintios 5:7 claramente establece que Cristo es nuestra Pascua. El día que creímos que El murió por nuestros pecados fue el día de nuestra Pascua. Fue ese día cuando nosotros disfrutamos a Cristo como nuestro Cordero pascual.

  Después de que experimentamos el altar de la cruz, el Espíritu Santo comienza a obrar inmediatamente, como es representado por el lavacro. El lavacro es un lugar para que la gente se lave y se purifique. Después de haber recibido a Cristo como nuestra Pascua, el Espíritu Santo comienza Su obra limpiadora por dentro y por fuera. Cuando el pueblo de Israel entraba en el tabernáculo, tenía que pasar el altar en el cual estaba la ofrenda por el pecado y la ofrenda por las transgresiones; pero ellos también tenían que lavarse los pies y las manos en el lavacro para quitarse toda la suciedad terrenal. Desde que somos salvos, el Espíritu Santo nos limpia de toda la suciedad terrenal de nuestro andar diario. Si hemos tenido estas experiencias, significa que hemos sido salvos y que ya no estamos fuera del atrio. Una vez que estamos dentro del atrio, estamos en el límite y dominio de Dios. En otras palabras, estamos en el reino de Dios, porque hemos sido regenerados, redimidos, perdonados y ahora estamos limpios por la obra del Espíritu Santo. A menos que hayamos experimentado tanto el altar como el lavacro, no podemos ser jamás un verdadero hijo de Dios. Aunque tal vez hayamos entrado externamente en el cristianismo, si no experimentamos estas dos cosas todavía estamos fuera del reino de Dios.

EL LUGAR SANTO

  Pero eso no es todo; esto es sólo el “ABC” de la vida cristiana. Debemos proseguir más allá. Hemos pasado la puerta principal del tabernáculo, pero todavía hay otro velo o puerta que debemos pasar. Desde el atrio, es decir, desde el lugar al cual llegamos por medio de creer en el Señor, debemos entrar al lugar santo.

  Lo primero que se ve en el lugar santo es la mesa del pan de la presencia, una mesa sobre la cual el pan era exhibido. El pan tipifica a Cristo como nuestro alimento porque El es el Pan de Vida (Jn. 6:35). Cristo es el suministro para nuestra vida. El es nuestro maná diario que nos nutre para que vivamos ante Dios. La mesa del pan de la presencia no contiene sólo una pieza de pan; es una mesa que contiene una gran cantidad de pan. Esto significa que podemos experimentar un abundante suministro de vida, tal como el maná que caía del cielo. Cada mañana había un abundante suministro de maná. Puesto que ya experimentamos a Cristo como nuestra Pascua y la obra de limpieza del Espíritu Santo, ¿hemos seguido adelante a experimentar a Cristo como nuestro maná diario? Si lo hemos hecho, conocemos la mesa del pan de la presencia de una manera viviente.

  Después de la mesa del pan de la presencia, la segunda cosa es el candelabro o candelero. Esto significa que Cristo es la luz así como la vida. Juan 1:4 dice que la vida está en Cristo y que la vida es la misma luz de los hombres. Juan 8:12 también establece que esta luz es la luz de la vida. Si podemos disfrutar y experimentar a Cristo como vida, El ciertamente llegará a ser nuestra luz. Cuando nos alimentamos de Cristo, podemos sentir cómo el brillar interior nos ilumina. Después de que hemos recibido a Cristo como nuestra Pascua y que hemos sido limpiados por la obra del Espíritu Santo, y después de que sabemos cómo alimentarnos de Cristo como nuestro diario maná de vida, podemos sentir el brillar interior.

  Después de la mesa del pan de la presencia y del candelero, lo tercero es el altar del incienso. Esto lo experimentamos cuando percibimos un aroma, un olor fragante. Este olor fragante, el cual es Cristo en resurrección, se esparce y asciende hacia Dios. Cuando disfrutamos a Cristo como nuestro alimento y permanecemos en Su luz de vida, estamos en la resurrección. Hay dentro de nosotros algo que se esparce y asciende hacia Dios. Esto no puede ser confirmado por conocimiento ni por doctrina, sino que debe ser verificado por nuestra experiencia. ¿Hemos tenido experiencias como éstas? Aunque es posible que no hayamos tenido suficientes experiencias como éstas, el asunto principal en estos momentos es que sí las hemos tenido. ¡Puedo testificar que es maravilloso! Hace treinta y tres años yo estaba a diario y hasta a cada hora en este lugar santo. Cristo era mi maná diario y yo estaba lleno de El y lleno de luz. Yo estaba muy satisfecho con Dios y El estaba muy satisfecho conmigo, y dentro de mí algo de Cristo se esparcía y ascendía hacia Dios como olor fragante.

EL ARCA EN EL LUGAR SANTISIMO

  ¿Y acaso es esto todo? Esto es santo, pero no es lo más santo. Es bueno, pero no es lo mejor. Por lo tanto, de nuevo debemos seguir adelante a fin de entrar en el Lugar Santísimo. El primer velo debe ser cruzado, pero el segundo velo debe ser rasgado. Este velo es la carne (He. 10:20), la cual debe ser quebrantada antes de que podamos entrar en el Lugar Santísimo.

  Solamente hay una cosa en el Lugar Santísimo: el arca. Todos los que estudian la Biblia están de acuerdo en que el arca tipifica a Cristo. Aunque podemos disfrutar a Cristo como nuestro alimento, como nuestra luz y como nuestro olor fragante para con Dios, con todo y eso, Cristo mismo está en el Lugar Santísimo. Cristo como alimento, como luz y como olor fragante son las tres cosas que están en el lugar santo, pero ahora es necesario tocar a Cristo mismo. No debemos solamente tocar a Cristo como alguna cosa, sino que debemos tocar a Cristo mismo. Esto es más profundo. Debemos tener contacto con Cristo mismo. Ya hemos experimentado a Cristo como nuestra Pascua y hemos experimentado el lavamiento del Espíritu Santo; luego hemos experimentado a Cristo como vida, como luz y como olor fragante; ahora debemos tener contacto con Cristo mismo. Muy pocos cristianos han entrado en el Lugar Santísimo a fin de tocar el arca, la cual es Cristo mismo.

  Ahora tengamos en cuenta el contenido del arca. Es muy significativo ver el maná en el arca; no es el maná que está al descubierto, sino el maná escondido; no el maná exhibido, sino el maná que está en el lugar secreto. Sin duda, el maná escondido corresponde al pan de la presencia. Sin embargo, la diferencia es ésta: el pan de la presencia es exhibido, pero el maná del arca está escondido. El pan de la presencia se exhibe sobre la mesa, pero el maná del arca está escondido en una vasija de oro. Y no sólo el maná está escondido en la vasija de oro, sino que esta vasija está escondida en el arca. ¡Este maná está doblemente escondido! En el desierto el pueblo de Israel disfrutaba el maná, pero el maná que ellos disfrutaban era el maná público; era el maná que había caído a la tierra, no el maná escondido en los cielos. El maná escondido es Cristo mismo.

  Necesitamos experimentar a este Cristo tan profundo, un Cristo que está en el lugar secreto, un Cristo en los lugares celestiales. Este es el Cristo que se menciona en Hebreos 7, según el orden de Melquisedec, no según el orden de Aarón. Aarón está en el atrio, ofreciendo sacrificios en el altar; Melquisedec está en el trono de la gracia en los lugares celestiales. Tal vez experimentemos a Cristo como nuestro alimento, pero este disfrute está solamente en el lugar santo, y todo lo que experimentemos es inmediatamente conocido por mucha gente. Algunas veces la noticia de nuestra “gloriosa” experiencia se extiende por toda la nación. Esto no es otra cosa que la experiencia del pan de la presencia que está al descubierto. Debemos proseguir más profundamente en el lugar secreto del Todopoderoso a fin de tocar al mismo Cristo celestial.

  En el arca también se encuentra la ley, la ley que regula e ilumina. La ley corresponde al candelero del lugar santo. La ley es el testimonio de Dios, y, tanto en el Nuevo Testamento como en el Antiguo, el candelero también es el testimonio de Dios. Aunque la ley corresponde al candelero, el principio sigue siendo el mismo: el candelero brilla abiertamente, pero la ley es una luz escondida, interior y profunda. Muchas veces los hermanos y las hermanas sólo tienen la luz del candelero. ¡Cómo brilla la luz de ellos! En cierto sentido eso es bueno, pero en otro sentido todavía son superficiales; todo está exhibido en la superficie. Necesitan que Cristo llegue a ser su ley interior. Aquellos que tienen a Cristo como su ley viviente escondida dentro de ellos no muestran mucho exteriormente, pero interiormente conocen a Cristo de una manera más profunda.

  En tercer lugar, en el arca se encuentra la vara que reverdeció. La vara, junto con sus retoños, tipifica al Cristo resucitado. Esto corresponde con el olor del incienso, y ambos, la vara que retoñó y el olor del incienso, representan al Cristo resucitado; pero una vez más, la diferencia consiste en que el incienso está abiertamente expresado, mientras que la vara reverdecida es experimentada de una manera escondida y profunda.

  Hemos visto tres cosas en el Lugar Santo: Cristo como alimento, Cristo como vida y Cristo como olor fragante. Pero las tres cosas que están en el arca en el Lugar Santísimo son más profundas. El pan de la presencia exhibe algo, el candelero brilla y el incienso seesparce: todos ellos son desplegados exteriormente. Sin embargo, las tres cosas que se encuentran en el arca están profunda e interiormente escondidas.

SEGUIR ADELANTE AHONDANDONOS EN CRISTO

  Ahora vemos claramente que el lugar santo representa, por un lado, el desierto y por otro, el alma. En los tiempos antiguos los israelitas originalmente estaban en Egipto. Puesto que fue en Egipto que ellos experimentaron la Pascua, Egipto fue su atrio. Después de la Pascua ellos fueron sacados de Egipto e introducidos en el desierto. En otras palabras, pasaron del atrio al lugar santo.

  Mientras que para los israelitas el lugar santo corresponde al desierto, para los creyentes corintios y hebreos corresponde al alma humana. Por ejemplo, los creyentes que estaban en Corinto habían experimentado a Cristo como su Pascua (1 Co. 5:7), y luego, en su experiencia, habían entrado en el desierto, donde disfrutaban a Cristo como su maná y su agua viva (1 Co. 10:1-5). También ellos estaban en el desierto, tal como los israelitas en la antigüedad, pero para los corintios el desierto era el alma. Leyendo cuidadosamente 1 Corintios, vemos que ellos vivían en el alma y eran carnales. Es verdad que ellos disfrutaban a Cristo como su alimento y como su luz y que tenían muchas experiencias maravillosas de Cristo, pero disfrutaban a Cristo en sus propias almas. La carne, el velo que separa al Lugar Santísimo del lugar santo, no había sido rota. El alma de cada uno de ellos no había sido tratada, así que no estaban en el espíritu, el cual es el Lugar Santísimo. Habían disfrutado algo de Cristo pero no a Cristo mismo.

  Los israelitas en el desierto también tipifican a los cristianos hebreos (He. 3:6-8). Tanto a los cristianos hebreos como a los corintios el apóstol Pablo les hizo ver que el pueblo de Israel era un ejemplo de la propia condición de ellos. El capítulo cuatro de Hebreos indica que entrar en el descanso es entrar en el Lugar Santísimo y tocar el trono de la gracia, donde Cristo nuestro Sumo Sacerdote está ahora. Los cristianos hebreos disfrutaban algo de Cristo mediante las enseñanzas. Primera Corintios trata con el asunto de los dones, mientras que Hebreos trata con el asunto de las doctrinas. Los creyentes corintios estaban en el alma disfrutando los dones y los cristianos hebreos también estaban en el alma disfrutando las doctrinas; por lo tanto, no podían entender las cosas profundas. Puesto que los corintios y los hebreos eran muy aficionados a los dones o a las doctrinas elementales, tenían que tolerar el desierto en su alma.

  Es por esto que el apóstol Pablo les rogaba a los creyentes corintios que conocieran el espíritu y que fueran hombres espirituales en vez de hombres que vivían en el alma (1 Co. 2:11-15). También hizo lo mismo en Hebreos 4:12; les dijo que deberían separar o discernir al espíritu del alma. En estos dos libros el principio es el mismo. En el Nuevo Testamento sólo estos dos libros se refieren a la historia de Israel en el desierto. La razón de esto es que los corintios eran “almáticos” en sus dones y los hebreos eran almáticos en sus doctrinas. Hoy en día muchos cristianos son almáticos en sus dones y muchos otros son almáticos en sus doctrinas. Sin duda, las doctrinas ayudaron a los cristianos hebreos y los dones ayudaron a los corintios. Pero todos ellos estaban en el alma, que es el lugar santo, y no en el espíritu, el Lugar Santísimo, en donde ellos podrían tocar y experimentar a Cristo mismo. Si hemos de tener contacto con El en nuestro espíritu, debemos abandonar nuestra alma. No debemos permanecer en el alma. Si permanecemos en el alma, estamos vagando en el desierto.

  Tal vez usted diga: “Bueno, ¿por qué es eso tan importante? Aún así disfruto algo de Cristo. ¿Por qué dice usted que estas doctrinas son solamente elementales? Mediante ellas yo conozco algo de Cristo y disfruto algo de El. Usted dice que estos dones han sido enfatizados demasiado. Entonces, ¿por qué yo todavía disfruto algo de Cristo mediante los dones?” Vea el cuadro representado en el desierto. Los israelitas vagaron en el desierto por más de treinta y ocho años, y día tras día durante todo ese tiempo participaron del maná. ¡Dios es tan misericordioso! El no es un Dios pequeño, sino un Dios cuya generosidad es inmensa. Aun cuando ellos estaban mal, El aún les concedía algo. Sin embargo, aunque el maná caía diariamente de los cielos, no justificaba que el pueblo de Israel vagara en el desierto. Por el contrario, eso demostraba qué infantiles y carnales eran ellos al disfrutar nada más que el maná durante treinta y ocho años. No había nada de malo en comer el maná por un breve tiempo; pero ellos debían haberlo dejado pronto para disfrutar el producto de Canaán.

  La lección que esto nos da es simple: es permisible tener los dones por un breve tiempo, pero insistir en tener siempre los dones prueba que somos infantiles. Debemos avanzar, y aun proseguir. Los dones no son nuestra porción; Cristo es la porción que Dios nos ha asignado. Antes de que el apóstol Pablo tratara con el asunto de los dones en 1 Corintios, señaló que Cristo mismo es nuestra porción. No hemos sido llamados a tener comunión en los dones, sino a tener comunión en Cristo (1 Co. 1:9). Dios no hizo a los dones nuestra sabiduría, sino que hizo a Cristo nuestra sabiduría. Es mediante Cristo que nosotros somos justificados, santificados y redimidos (1 Co. 1:30). Debemos estar agradecidos con Dios por Sus dones, pero éstos sólo son una ayuda por un breve tiempo. Sin duda Israel debió haber estado agradecido con Dios por el maná diario; sin embargo, el maná sólo era una provisión temporal hasta que ellos llegaran a la tierra. Ellos no debieron haber permanecido en el desierto con el maná diario durante treinta y ocho años. Gloria sea a Dios por Su sabiduría y Su misericordia, y alabado sea Dios por Sus dones, porque cuando vagamos en el desierto, en verdad necesitamos el maná diario y los dones para que nos sirvan de ayuda. Pero esto no justifica que continuemos en ese rumbo por un largo período de tiempo. Por el contrario, tal vez compruebe que todavía somos jóvenes y hasta infantiles. Si prosiguiéramos, ya no habría necesidad de que disfrutáramos el maná; podríamos comenzar inmediatamente a disfrutar el producto de la buena tierra de Canaán. Disfrutar el producto de la buena tierra prueba que estamos en el descanso y en el espíritu. De otro modo, somos como Israel, permaneciendo en el desierto de nuestra alma. Si no estamos en el espíritu, la cruz debe tratar con nuestra carne y nuestra alma.

  Los capítulos 4, 5 y 6 de Hebreos nos exhortan a seguir adelante y el capítulo 9 de 1 Corintios nos exhorta a correr la carrera. Debemos seguir adelante para entrar en el espíritu a fin de tocar a Cristo mismo y experimentar al Cristo más profundo como el maná escondido, como la ley interior y como la vara secreta que reverdeció. El escritor de 1 Corintios advirtió a los creyentes corintios que se corrigieran y limitaran con respecto a los dones. Ellos tenían que aprender a usar los dones de una manera apropiada (1 Co. 14). Si leemos 1 Corintios de una manera cuidadosa y objetiva, veremos que la intención del escritor no es animar, sino corregir a los creyentes en cuanto a la práctica de los dones. A fin de correr la carrera de una manera apropiada, debemos conocer las cosas profundas de Cristo en el espíritu.

  Ahora todos nosotros debemos verificar dónde estamos. ¿Estamos en el altar o el lavacro? ¡Quizá estamos fuera de la puerta principal! ¿Hemos experimentado estas dos cosas en el atrio y hemos avanzado a la mesa del pan de la presencia, a la luz y al olor fragante? ¿O hemos pasado ya el lugar santo y estamos ahora en el Lugar Santísimo? Si es así, estamos en el espíritu, tocando y experimentando a Cristo mismo de la manera más profunda. Que el Señor tenga misericordia de nosotros para que sepamos dónde estamos.

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