
Debemos recordar que la economía de Dios y el centro de Su economía es dispensarse a Sí mismo a nosotros. Fuimos hechos de tres partes: el cuerpo exteriormente, el espíritu interiormente, y el alma en medio del cuerpo y del espíritu. La intención de Dios es dispensarse a Sí mismo en el espíritu del hombre, y después forjarse a Sí mismo en el alma del hombre.
Antes de que Dios pudiera cumplir Su intención, Satanás, el enemigo de Dios, se forjó a sí mismo dentro del cuerpo del hombre. De ahí que, en los miembros del cuerpo se encuentra el Pecado, el Pecado personificado. Como rey ilegal, pude gobernarnos y forzarnos a hacer cosas en contra de nuestra voluntad. Satanás mismo, como la naturaleza maligna y como la ley de pecado, mora en nosotros para corromper nuestro cuerpo. La carne es el cuerpo envenenado por Satanás, y en nosotros, esto es, en nuestra carne, no mora el bien (Ro. 7:18). Nuestra carne sirve a la ley del pecado en contra de nuestra mente y en contra de nuestra voluntad (Ro. 7:15, 20).
Satanás entró en nuestro cuerpo, como la ley del pecado; pero, alabado sea el Señor, cuando fuimos salvos, el Dios Triuno entró en nosotros para morar en nuestro espíritu como nuestra vida. Cristo como nuestra vida está en nuestro espíritu. ¿Entonces qué es lo que hay en nuestra alma? El yo. Nuestro yo está en nuestra alma. ¿Hemos sido impresionados del hecho de que estos tres seres —Adán, Satanás y Dios— están en nosotros hoy en día? Somos seres muy complicados. El hombre, Adán, está en nosotros; el diablo, Satanás, está en nosotros; y el Señor de vida, Dios mismo, está en nosotros. Por lo tanto hemos llegado a ser un pequeño huerto de Edén. Adán, el cual representa a la raza humana, el árbol de vida, el cual representa a Dios, y el árbol de la ciencia, el cual representa a Satanás, son los tres partidos que se encuentran en el huerto de Edén; ahora todos éstos están en nosotros. Adán, el yo, está en nuestra alma; Satanás, el diablo, está en nuestro cuerpo; y Dios, el Dios Triuno, está en nuestro espíritu. Pero somos más que un pequeño huerto; somos un gran campo de batalla. Satanás está dentro de nosotros peleando contra Dios, y Dios está en nosotros peleando contra Satanás. Satanás toma nuestro cuerpo, el cual es la carne, como la base para sus batallas; Dios toma nuestro espíritu como la base para Su guerra.
Gálatas 5:17 dice: “Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu”. En el texto griego interlineal la palabra “espíritu” está escrita con minúscula. Esto significa que el deseo de nuestra carne es contra el espíritu, y que el deseo de nuestro espíritu es contra la carne. Estas dos partes son contrarias una a la otra, así que no podemos hacer las cosas que deseamos. La carne corrupta pelea contra el espíritu, y el espíritu pelea contra la carne. Estos dos partidos siempre están peleando uno con otro. Satanás como Pecado está en nuestra carne, y el Dios Triuno como vida está en nuestro espíritu, y día tras día hay una terrible guerra espiritual entre ellos, la cual tiene lugar en el campo de batalla de nuestra alma.
Como hemos visto, el alma tiene tres partes: la mente, la emoción y la voluntad. La mente como el órgano del alma que tiene la capacidad de pensar representa el yo. Lo que pensamos y lo que consideramos siempre precede a lo que hacemos; por lo tanto, nuestra alma representa nuestro yo. Es por esto que Romanos 7, 8 y 12 tratan con el asunto de la mente. Romanos 7 nos dice que la mente respalda la ley de Dios. Mi mente desea guardar la ley de Dios, y por sí misma desea servir a Dios (Ro. 7:25); pero mi mente como representante de mí mismo es muy débil. Yo mismo soy muy débil. Cada vez que determino hacer algo bueno, hay algo más fuerte que yo, más fuerte que mi mente; esto es el pecaminoso que está en la carne. Cada vez que ejercito mi mente para hacer la voluntad de Dios y guardar la ley de Dios, el maligno, el cual está en mis miembros se levanta en contra de mí, me derrota y me lleva cautivo (Ro. 7:23). Mi mente, la cual representa a mi yo, no puede guardar la ley de Dios; si mi mente trata de hacer la voluntad de Dios por sí misma, siempre es derrotada.
La mente que se menciona en Romanos 7 es una mente independiente que trata de hacer el bien por sí misma; así que el apóstol nos lleva al capítulo 8 y nos dice de qué manera la mente debe ser dependiente. Si la mente independiente trata de hacer las cosas con su propio poder, será derrotada. ¿En qué aspecto, entonces, debe la mente ser dependiente? Romanos 8:6 dice: “Porque la mente puesta en la carne es muerte, pero la mente puesta en el espíritu es vida y paz” (gr.). Hay dos posibilidades para la mente: puede depender de la carne o puede depender del espíritu. Si depende de la carne, el resultado será la muerte; pero si depende del espíritu, habrá vida y paz. ¿Hemos visto la diferencia que existe entre la mente independiente, la cual se menciona en el capítulo 7 y la mente dependiente que se menciona en el capítulo 8? Una mente independiente será derrotada, pero una mente que dependa del espíritu será victoriosa. Puesto que hay dos partidos dentro de nosotros —Satanás en nuestros miembros y el Dios Triuno en nuestro espíritu— ya no podemos ser en realidad independientes; así que nunca debemos tratar de serlo. Si lo hacemos, indudablemente seremos derrotados. Si intentamos derrotar al enemigo, a la larga él nos derrotará. Por lo tanto, hagámonos dependientes de otro, del Dios Triuno, el cual está en nuestro espíritu. La clave para ser victoriosos, es que siempre pongamos nuestra mente en el espíritu.
Todos debemos ser impresionados con este cuadro tan claro: Satanás está en nosotros, Cristo está en nosotros, y el yo está en medio. El enemigo nos tienta a que hagamos el bien por nuestros propios esfuerzos, y la respuesta común es la siguiente: “Yo amo al Señor y pertenezco al Señor, así que quiero hacer el bien para agradarle”. ¡Esta es la tentación! Cuando somos independientes y nos determinamos a hacer el bien por nuestra propia fuerza, somos tentados e indudablemente seremos derrotados. Tal vez podamos hacer el bien hoy, mañana y hasta por tres días, pero ciertamente no podemos mantener esto por tres días y medio. La lección que necesitamos aprender es que nunca seamos independientes y que no tratemos de hacer las cosas por nuestras propias fuerzas, sino que siempre dependamos del Señor. Cada vez que seamos tentados a hacer el bien por nuestros propios esfuerzos, más nos vale que le digamos al enemigo: “¡No, Satanás, no! No puedo tomar tal camino y no lo haré. Yo no sé nada acerca de hacer el bien; sólo sé una cosa: depender de mi Señor. No me alejaré de la dependencia que tengo de El”. De esta manera seremos victoriosos y tendremos vida y paz. Es realmente muy sencillo. El Dios Triuno se ha dispensado a Sí mismo en nuestro espíritu como nuestra vida y como nuestro todo; así que debemos aprender a nunca hacer nada de manera independiente o con nuestra propia fuerza.
Antes que dejemos de hablar acerca de estos dos capítulos de Romanos, debemos ver algo acerca de las leyes. Ya hemos visto que el Pecado está en la carne, y que con el Pecado también hay una ley, la ley maligna del pecado. Todos sabemos qué es una ley. Si tomo un libro y lo arrojo al aire, inevitablemente caerá a la tierra. Esta es la ley de la gravedad. Pero permítame hacer algo en contra de esta ley, como levantar un libro con mi mano y sostenerlo en esta posición por dos o tres horas. Puedo sostenerlo por un rato pero finalmente tendré que soltarlo. ¿Por qué? Porque mi propio esfuerzo no puede prevalecer en contra de la ley de la gravedad. Nuestro esfuerzo personal no puede estar en contra de la ley natural. En las mañanas tal vez nos digamos: “Debo ser paciente. No debo enojarme. Tengo que perseverar todo el día”. Tal vez seamos pacientes incluso por dos días, pero al tercer día nos enojaremos mucho. Enojarse es la ley del pecado; no enojarnos es nuestro propio esfuerzo. Ser orgulloso también es una ley que opera dentro de nosotros. Ninguno de nosotros se ha llegado a graduar de la escuela del orgullo. Incluso un niño pequeño sabe cómo ser orgulloso. Los padres nunca les han enseñado a sus hijos a que sean orgullosos, ¿cómo es posible que ellos puedan ser orgullosos? Esto viene por “naturaleza” y esa “naturaleza” pecaminosa es la ley, la ley del pecado dentro de nosotros.
Volvamos al ejemplo del libro sostenido en el aire. Sería insensato que yo me esforzara por mantener ese libro en el aire, cuando veo que hay una mesa enfrente de mí. La mesa representa otra ley, la ley de un apoyo sólido, la cual está en contra de la ley de la gravedad. Puedo poner el libro sobre la mesa y exclamar: “¡Aleluya!” Lo puedo dejar allí y estar en paz. El libro está perfectamente a salvo sobre la mesa, puesto que la ley de un soporte sólido vence la ley de la gravedad. ¿Quién es el verdadero apoyo? Es Cristo, la Roca. ¿Dónde está El? El está en nuestro espíritu. Por lo tanto, podemos poner nuestra mente en el espíritu, y dejar el “libro” sobre la Mesa. Olvídese de su esfuerzo. Nunca decida usted hacer el bien. Nunca diga: “Oh, antes yo era tan cruel con mi esposo (o esposa, o alguien más); ahora, he decidido ser amable”. Tal vez seamos amables por un día o dos, pero esto no puede durar por más tiempo. Nunca trate de tomar alguna resolución. Esto no sirve de nada. Dentro de nosotros está Cristo, la Roca eterna. El está en nosotros como la “mesa”, como nuestra Roca. Simplemente debemos poner nuestras mentes en El todo el tiempo, dejar que nuestro ser esté en la Roca e irnos a dormir. Esta es la manera de ser victorioso y de ser liberado. Cuando ponemos nuestra mente en el espíritu, simplemente nos entregamos a Cristo. Cuando confiamos en El, simplemente le decimos a El: “Señor, aquí estoy, sin esperanza y sin ayuda. De ahora en adelante nunca me propondré a hacer algo. Te entrego mi mente. Pongo mi mente en Ti”. Al hacer esto, nos entregamos al Señor. De esta manera el Señor tendrá la base y la oportunidad para difundirse El mismo a través de nosotros y saturarnos consigo mismo. ¡Qué maravilloso!
Ahora pasamos de Romanos 8 a Romanos 12. Los capítulos 9, 10 y 11 son capítulos entre paréntesis; así que el capítulo 12 es la continuación del capítulo 8. En el capítulo 7 la mente era independiente, pero en el capítulo 8 la mente es dependiente, depende del espíritu. La mente que se menciona en el capítulo 7 representa al yo independiente luchando por su propio esfuerzo, lo cual siempre resulta en derrota. La mente que se menciona en el capítulo 8 representa al yo dependiente, el cual descansa en el Señor Jesús. Esto da la oportunidad al Señor para saturar todo nuestro ser con El mismo, haciendo que seamos miembros vivientes de Su Cuerpo. Después somos llevados al capítulo 12. El capítulo 12 trata con tres cosas para tener la apropiada vida de la iglesia: el cuerpo, la mente, la cual es la parte principal del alma, y el espíritu.
Una vez que confiamos en Cristo y que El toma posesión de todo nuestro ser, nuestro cuerpo es liberado de la mano usurpadora del enemigo. Cuando vivíamos independientemente, Satanás podía tomar posesión de nuestro cuerpo y forzarnos a hacer cosas en contra de nuestra voluntad. Ahora, mientras confiamos en Cristo, el Fuerte, El libera nuestro cuerpo de la mano usurpadora del enemigo. ¿Entonces cuál es el siguiente paso? Debemos presentar nuestro cuerpo al Señor (Ro. 12:1). Esto es algo que muchos queridos hermanos y hermanas cristianos no han hecho todavía. Debemos presentar nuestro cuerpo a El absolutamente, diciendo: “Señor, te agradezco que mi cuerpo, el cual antes era un cuerpo de pecado, y un cuerpo bajo el poder de la muerte, ahora ha sido liberado y avivado. Presento este cuerpo a Ti, para Tu Cuerpo. Si mantengo mi cuerpo en mis manos, Tu Cuerpo no podrá ser completado”. Si vamos a hacer real el Cuerpo de Cristo, debemos absoluta y prácticamente presentar nuestro cuerpo a Cristo.
En estos días, mientras he viajado de costa a costa, he conocido a muchos cristianos que hablan acerca de la vida del Cuerpo. Pero, ¿qué de nuestro cuerpo? Hablamos mucho acerca del Cuerpo de Cristo, pero ¿qué estamos haciendo con nuestro cuerpo? ¿Lo estamos guardando todavía en nuestras manos? Mientras nuestro cuerpo esté en nuestras manos, no hay posibilidad de que nosotros hagamos real el Cuerpo de Cristo. En Romanos 12 se nos dice que si deseamos tener la vida de la iglesia, debemos presentar al Señor nuestro cuerpo liberado. Puesto que ya no es nuestro cuerpo, debe ser presentado al Señor como sacrificio vivo.
Hermanos, ¿venimos a las reuniones con nuestro corazón o con nuestro cuerpo? Muchos cristianos dicen: “¡Yo sí tengo corazón para la vida de la iglesia!” Sí, tal vez ellos tengan corazón para la vida de la iglesia, sin embargo, su cuerpo no es para la vida de la iglesia. Su cuerpo lo dejan en casa. Debemos ser capaces de decir: “No solamente tengo corazón para la vida de la iglesia, sino que también tengo un cuerpo para la vida de la iglesia”. ¿Es nuestro corazón para la vida de la iglesia y nuestro cuerpo para nuestra vida privada? Si éste es el caso, ¿cómo podemos llevar a cabo la vida de la iglesia? Podemos hablar muy bien acerca de esto, todo es “Aleluya” y todos están en los “lugares celestiales”. Pero en realidad todo está en el “aire” y en el corazón. Si queremos tener la vida del Cuerpo de Cristo, resueltamente debemos presentar nuestro cuerpo al Señor. “Señor, anteriormente mi cuerpo estaba bajo la mano usurpadora del enemigo. Ahora te doy gracias, porque Tú has liberado mi cuerpo. Aquí lo tienes. “¡En realidad ya no es mi cuerpo, sino Tu sacrificio!” De esta manera podremos tener la vida de la iglesia.
Después de que presentemos nuestro cuerpo al Señor, la segunda cosa para la realización de la vida de la iglesia debe tener lugar rápidamente. Debemos ser transformados por medio de la renovación de nuestro entendimiento (Ro. 12:2). Anteriormente, nuestra mente siempre trataba hacer algo para Dios por sí misma; ahora confía en Cristo. Esta mente, la cual depende del Señor debe ser renovada, iluminada y reeducada.
Aquí tenemos un ejemplo verdadero. Un hermano que verdaderamente ama al Señor y la vida de la iglesia, resueltamente ofreció su cuerpo como sacrificio al Señor y a la iglesia. Pero después de que él se presentó a sí mismo, llegó a ser un gran problema para la iglesia. Cuando él era indiferente a la vida de la iglesia, la iglesia estaba en paz; pero ahora, cuando su cuerpo viene a la iglesia, su mente también viene, y su mente todavía no ha sido renovada. Las cosas viejas del cristianismo todavía no han sido borradas ni hechas a un lado. Cuando él todavía no había presentado su cuerpo, era indiferente con respecto a la iglesia. El decía: “Si tengo tiempo y me siento bien, iré a las reuniones; si no, simplemente no iré”. Pero ahora él ama más al Señor, así que él se ha presentado al Señor y a la iglesia. El se ha puesto completamente en la iglesia. Pero mientras su cuerpo viene, la mente problemática también viene, trayendo consigo muchas opiniones, enseñanzas, pensamientos, y varias consideraciones, los cuales causan muchos problemas a la vida de la iglesia.
Después de que el cuerpo es presentado, la mente debe ser renovada. Cuando participamos a fondo en los aspectos prácticos de la vida de la iglesia, debemos tener una mente purificada, renovada y reeducada. Para tener la mente renovada y reeducada, debemos abandonar todos nuestros viejos pensamientos e ideas naturales, así como todas las enseñanzas y consideraciones del cristianismo tradicional. Esto es lo que significa ser transformados por medio de la renovación de nuestra mente. De esta manera es factible tener la vida de la iglesia; de otra manera, la mente será el mayor problema y la fuente más grande de conflictos en la iglesia. Algunos queridos han traído consigo muchos problemas desde que llegaron a la iglesia. Antes de que ellos llegaran, la iglesia tenía mucha paz y estaba en unidad, pero desde que ellos llegaron, su mente ha creado problemas a la iglesia. Ellos piensan: “Mi corazón es bueno”; pero en realidad sus mentes son terribles. Hay muchas cosas viejas que deben ser quitadas para que sus mentes puedan ser transformadas.
En primer lugar, el cuerpo debe ser presentado; luego, la mente, la cual representa al alma, debe ser renovada; y finalmente, el espíritu debe estar encendido, ardiendo fervientemente. Debemos ser fervientes en espíritu (Ro. 12:11). Tal vez un querido hermano haya presentado su cuerpo al Señor y a la iglesia, y es posible que su mente haya sido completamente renovada, puesto que todas las cosas viejas han sido abandonadas; pero probablemente él esté frío en el espíritu. El ya no es más un problema, sin embargo ha llegado a ser una carga. Cada vez que él viene a la reunión, se sienta y permanece frío como una tumba. El siempre es calmado y nunca pone problema, sin embargo, ahora la iglesia debe llevarlo como una carga. Cuando se comparten responsabilidades en la reunión de ancianos o de diáconos, él simplemente permanece allí sentado. Su actitud es: “Yo soy totalmente uno con ustedes y soy para la iglesia. No tengo ningún problema; todo lo que ustedes digan, hermanos, me parece muy bien”. Supongamos que cuando los hermanos responsables se reunieran fueran todos como ese hermano. ¿Quién llevaría la carga? Todos estos hermanos llegarían a ser una carga ellos mismos, y nadie llevaría la carga de la iglesia. Por un lado, no debemos causar problemas, pero por el otro debemos ser personas inquietas. En otras palabras, no debemos tener desacuerdos, ni llevar la contraria a los hermanos, pero sí debemos estar encendidos. Debemos estar encendidos y ser fervientes. Debemos ser fervientes en nuestro espíritu.
Tal vez parezca que la vida cristiana es individual y privada, pero realmente no es así; es una vida corporativa, una vida de cuerpo. Usted solo no es el Cuerpo; usted es un miembro y necesita a otros como miembros a fin de llevar a cabo la vida de la iglesia. Cuando dejamos de tratar de hacer el bien por nosotros mismos y aprendemos a depender de Cristo y a vivir por El, llegamos a ser miembros vivientes y preparados para ser miembros activos de Su Cuerpo. Finalmente, debemos hacer real la vida de la iglesia por medio de presentar completamente nuestros cuerpos al Señor, de tener nuestra mente renovada, y de tener nuestro espíritu encendido. Cuando el cuerpo sea presentado, el alma transformada y el espíritu encendido, tendremos la vida de la iglesia. Seremos un miembro viviente y activo, no un miembro problemático, frío o muerto. No seremos un miembro que no funciona, sino un miembro agresivo y prevaleciente que funciona. Tendremos la realidad de la vida de la iglesia.