
Hay muchos más detalles importantes que considerar acerca del espíritu y del alma, pero ahora nuestra atención debe enfocarse en la edificación de la morada de Dios. Se ha dado mucho énfasis al tabernáculo, la morada de Dios. Hemos visto que se compone del atrio y de las dos partes de la tienda del tabernáculo, a saber, el lugar santo y el Lugar Santísimo. Revisemos brevemente el contenido de estos tres lugares.
En el atrio se encuentra el altar, que tipifica la cruz de Cristo, y el lavacro, que tipifica la obra limpiadora del Espíritu Santo.
El lugar santo contiene la mesa del pan de la presencia, el candelero y el altar del incienso. Estos tres muebles tipifican los varios aspectos de Cristo como nuestra vida. La mesa del pan de la presencia revela a Cristo como nuestro diario suministro de vida; El es nuestro pan verdadero de vida. El candelero tipifica a Cristo como la luz de vida. El suministro de vida que disfrutamos llega a ser la luz, la cual resplandece dentro de nosotros. Lo siguiente, el altar del incienso, tipifica la fragancia de la resurrección de Cristo.
El Lugar Santísimo contiene una sola cosa: el arca, tipo de Cristo mismo. Hay tres cosas dentro del arca: el maná escondido, el cual es la vida interior y el suministro interior de vida; la ley escondida, la cual es la iluminación interna que hay dentro de nosotros; y la vara escondida que reverdeció, la cual es el poder y la autoridad interiores de la resurrección. El maná escondido, la ley escondida y la autoridad escondida están en resurrección y son mucho más profundas que las tres cosas correspondientes que se encuentran en el lugar santo.
Todas estas cosas son el contenido del tabernáculo, la morada de Dios. Las experiencias nuestras de estas ocho cosas que están en el atrio, el lugar santo y el Lugar Santísimo son el verdadero contenido del verdadero edificio de Dios, la Iglesia. Si queremos ser el edificio que es la morada de Dios, debemos experimentar lo que Cristo ha realizado mediante Su cruz y experimentar la purificación del Espíritu Santo. También debemos experimentar adecuadamente a Cristo como nuestra vida, nuestra luz y nuestra fragancia de resurrección. Además, debemos tener verdaderas experiencias de Cristo mismo como el maná escondido, la ley escondida y la autoridad escondida. Experimentar a Cristo en todos estos aspectos constituye el verdadero contenido del edificio de Dios y provee los materiales mismos para la edificación.
En estos últimos años la gente ha estado hablando mucho acerca de la Iglesia neotestamentaria. Sin embargo, la iglesia neotestamentaria no es una Iglesia que tiene cierto modelo, sino una que tiene la vida y las experiencias de Cristo. Supongamos que decimos: “Hagamos un modelo de hombre según tal persona”. Así que hacemos un brazo de cera, una cabeza de mármol, un torso de madera y las piernas y los pies de barro. Una vez que estas partes se juntan a la medida y forma exactas y se pintan con el color preciso, podemos tener el verdadero modelo de aquel hombre pero no tenemos la realidad de aquel hombre. El hombre genuino no ha sido manufacturado conforme a un modelo, sino que ha nacido y ha sido madurado por el crecimiento de la vida. Este hombre primero nació de una madre viviente y después creció por medio de recibir nutrición diaria. Por último, ha llegado a ser un hombre que tiene cierta apariencia. Si así no hubiera sido, tal vez se tendría el modelo, pero no al hombre.
En una ocasión, estando en Pittsburgh, le dije a un amigo: “Olvidemos el modelo y pongamos toda nuestra atención a la vida. Por ejemplo, usted tiene un hijo muy simpático. Usted no le pone mucha atención a su apariencia. Usted no trata de moldearlo de una manera en particular día tras día. Primero, él nace de su madre y luego usted lo nutre con leche y con alimentos para niño. Entonces el pequeño crece poco a poco, tomando cierta configuración y apariencia. Esa apariencia resulta de su nacimiento y su crecimiento de vida”. Del mismo modo que no podemos darle forma a su hijo, tampoco podemos formar una Iglesia neotestamentaria. Si tratamos de formarla, lo único que tendríamos sería un modelo sin vida. Es posible que formemos una iglesia según un modelo, pero no podemos formar una iglesia que tenga vida.
Durante estos últimos años continuamente he estado rogando y suplicando a la gente: “¡No formen nada!” Cualquier cosa que formemos no es la verdadera Iglesia. Ni una sola persona viva en la tierra ha sido formada a lo largo de los últimos seis mil años; cada una ha tenido un nacimiento y el respectivo crecimiento de vida. La Iglesia es el Cuerpo de Cristo, y no hay mano humana que pueda formarla. Podemos formar muchas cosas, pero no podemos formar un Cuerpo viviente que esté compuesto de miembros vivientes. En el Nuevo Testamento nunca se nos manda ni instruye que formemos la Iglesia; sin embargo, se nos exhorta a que experimentemos a Cristo, a que ministremos Cristo a otros y a que produzcamos muchos hijos por nacimiento espiritual. La verdadera Iglesia, el Cuerpo de Cristo, sólo se produce por nacimiento y por crecimiento de vida. Es por esto que nosotros enfatizamos el principio de que el tabernáculo se produce de las experiencias de sus constituyentes.
Con base en este principio, veamos cuáles son los principales materiales del tabernáculo. En primer lugar se encuentra “la cortina de separación” del atrio (Ex. 27:9-19; 38:9-20). Se le llama “separación” porque es como la cerca que rodea su propiedad, separando y guardando a su propiedad de todo lo que está afuera. La pared de separación del atrio está hecha principalmente de tres cosas: 1) las basas de bronce, 2) las columnas y 3) las cortinas hechas de lino fino torcido. La base de las paredes de separación consiste en unas basas de bronce. Hay veinte basas en el lado norte, otras veinte en el lado sur, diez en el lado occidental, en la parte posterior, y diez al frente (Ex. 27); en total, sesenta basas de bronce. En cada una de estas basas se yergue una columna, y todas ellas están conectadas y unidas por eslabones. Las cortinas colgadas de las columnas son hechas de lino fino, torcido con dos hilos. Por lo tanto, las tres cosas principales son las basas de bronce, las columnas y las cortinas de lino fino torcido.
Las basas que forman la base de la pared de separación son del mismo material que el de los otros dos muebles que se ven en el atrio: el altar de bronce y el lavacro de bronce. El significado espiritual de esto es que las basas de bronce resultan de tener la experiencia del altar y el lavacro. Tanto el altar como el lavacro están hechos de bronce; por lo tanto, todas las basas de separación están hechas de bronce. En el atrio están el altar de bronce, el lavacro de bronce y las basas de bronce. La primera impresión que la gente recibía al entrar en el atrio era que la base de la cortina de separación era de bronce, el mismo material del cual el altar y el lavacro estaban hechos. Esto significa que las experiencias de la cruz y el limpiar del Espíritu Santo son la base misma para la pared de separación del edificio de Dios.
Sabemos que el bronce tipifica el juicio divino de Dios. Todo lo que tenemos, todo lo que somos y todo lo que hacemos debe ser puesto en el altar para ser juzgado. El altar, es decir, la cruz, es primeramente un lugar de juicio; Dios juzgó todas las cosas en la cruz. El bronce usado para recubrir este altar, conforme a Números 16, provenía de los incensarios de bronce de los 250 rebeldes. Cuando éstos que se rebelaron contra Dios y Moisés fueron juzgados con fuego, Dios le dijo a Moisés que recogiera todos los incensarios de bronce que les pertenecían y que hiciera una cubierta para el altar, como memorial. Este fue un memorial del juicio de Dios sobre los rebeldes (Nm. 16:38). Para llevar a cabo la edificación de la Iglesia, todo lo que tenemos, todo lo que podemos hacer y todo lo que somos, debe ser juzgado por la cruz de Cristo. Esto es la base de dicha separación formada por basas para el edificio de Dios.
Es posible que hayamos visto claramente el principio de separación, pero que no podamos aplicarlo. Supongamos que soy un hermano que fue salvo en el cristianismo de hoy en día. Por la predicación del Evangelio escuché que yo era pecador, que Cristo me amó y que El murió por mí en la cruz. Como resultado, reconocí que yo era pecador. Entonces oré: “Dios mío, perdóname porque soy pecador. Te agradezco que Tú has dado a Tu Hijo, el Señor Jesús, para que muriera por mí en la cruz. Te alabo porque El es mi Salvador y porque mis pecados me son perdonados. ¡Aleluya! Tengo gozo y paz dentro de mí”. Luego, por supuesto, fui ante un pastor, quien era un buen amigo mío, y le permití que me bautizara. Después de ser bautizado, llegué a ser un “miembro” de su iglesia. Un día el Señor me abrió los ojos para que viera por qué El me había salvado. El me salvó con el propósito de que fuera yo edificado juntamente con otros para llegar a ser la morada de Dios. Después de escuchar a un grupo de creyentes de mi localidad hablar acerca de la vida del Cuerpo y de la edificación de la iglesia, yo estuve dispuesto a ser edificado juntamente con ellos en la vida del Cuerpo. Por último, el Espíritu Santo me dijo: “¿Has venido para ser edificado? ¿Has venido para hacer real la vida de la iglesia? ¡Entonces primero debes ir a la cruz! Todo lo que puedes hacer, todo lo que eres y todo lo que tienes debe ser juzgado en la cruz”. Entonces debo confesar y arrepentirme, diciendo: “Señor, nada de mí es aceptable a Ti, y nada es bueno para Tu edificio. Todo tiene que ser juzgado”. Si no paso por el juicio de la cruz, es imposible que sea yo edificado con otros; no hay base, no hay fundamento. Si yo entro en la iglesia orgullosamente, es posible que sea yo organizado, pero es imposible que sea edificado en la iglesia. El fundamento, tal como es visto en las basas de separación del edificio de Dios, proviene de experimentar el altar de bronce. Por tanto, el fundamento sólido de la edificación de la morada de Dios proviene de experimentar la cruz. No hay otro camino. Todo debe ser puesto en el altar y ser quemado y juzgado. A la entrada principal de la iglesia está la cruz. Si hemos de entrar en la iglesia, debemos ponernos a nosotros mismos en el altar de la cruz.
Cuando todo nuestro ser y nuestras acciones son puestas en la cruz, podemos testificar cuán sucios, cuán mundanos y cuán pecaminosos somos. Nos damos cuenta de que no sólo necesitamos la redención de Cristo, sino también la purificación del Espíritu Santo. Un día, conforme a mi sentir interior, sentí como si hubiera saltado al interior del lavacro. Oré: “¡Señor, límpiame! ¡Soy pecaminoso, soy mundano! ¡Cada parte de mi ser está sucia! Necesito la limpieza del Espíritu Santo!” Mediante esta carga al orar, experimenté la cruz y el lavacro. En la cruz damos muerte a todo lo nuestro y en el lavacro ponemos todo bajo el poder purificador del Espíritu Santo. Esto no sólo nos purifica, sino que también nos limpia. Entonces vendremos humildemente a la iglesia mediante Su misericordia, mediante Su redención y mediante Su purificación. Después de que un hermano experimenta el altar y el lavacro, y después de que es purificado de todo orgullo y autojustificación, tiene la base, las basas de bronce, sobre las cuales la columna es levantada.
La Escritura no nos dice de qué material eran las columnas, pero dice que los capiteles y las molduras que ceñían las columnas, y que los capiteles que las revestían, eran de plata. La plata tipifica la redención. Esto significa que para el edificio de Dios somos unidos, juntados y cubiertos por nada menos que la redención del Señor. Si hemos de poner en práctica la vida de la iglesia, tenemos que comprender que es por medio de la redención que somos unidos, y que bajo tal redención estamos cubiertos para que seamos apartados para el edificio de Dios.
De las columnas cuelgan también las cortinas de lino fino torcido, dando a la gente testimonio de que la iglesia es muy pura y limpia en conducta y comportamiento. Esta es la línea de separación. Si el tabernáculo es levantado con la línea de separación en derredor suyo, uno puede ver desde lejos el blanco lino demarcándolo. Este es el testimonio de la Iglesia a un mundo que está en tinieblas. Todo el mundo es negro, pero he aquí algo erigido que testifica que la iglesia es limpia, pura y blanca. Un testimonio como éste sólo puede provenir del juicio del altar y de la limpieza del lavacro, lo cual da como resultado un comportamiento puro y una conducta sin mancha ante el mundo. Esto representa la cortina de lino fino y torcido que cuelga de las columnas, las cuales a su vez están apoyadas en las basas de bronce. Esta es la línea de separación que testifica que la Iglesia se ha purificado del mundo. Por fuera de esta línea todo es negro, pero por dentro de ella todo es blanco.
Aunque esto es bueno, es tan sólo la experiencia del atrio. Hay una buena cantidad de cosas en el atrio: bronce, plata y lino blanco. Pero no hay nada de oro, el cual es tipo de la naturaleza divina. Esto significa que cuando estamos en el atrio, nada de la naturaleza divina ha sido forjado en nosotros, que pudiera ser expresado. Sólo se tiene el juicio y la purga de las cosas negativas. En otras palabras, un hermano que era orgulloso cuando vino a nosotros, ahora es muy humilde y parece que no tiene justicia propia, ni vanagloria, ni orgullo. Pero esto solamente es algo que corresponde a la conducta humana y a su purificación. No hay nada de Dios forjado en él que pudiera ser expresado, no hay oro manifestado. Es bueno por fuera, pero es sólo el atrio, no el edificio. Esto aún está al aire libre, no tiene albergue, ni cubierta, ni edificio. Necesitamos que algo divino se mezcle con nuestra naturaleza: necesitamos el mezclar de la divinidad con la humanidad. Por lo tanto, debemos proseguir desde el atrio al lugar santo y aun hasta el Lugar Santísimo.
Si por la misericordia y la gracia del Señor entramos en el lugar santo y en el Lugar Santísimo, casi dondequiera veremos oro: una mesa de oro, un candelero de oro, un altar del incienso también de oro, el arca de oro y las tablas de oro. Todo lo que rodea es de oro, el contenido es de oro y cada uno de los utensilios es de oro. ¿Qué significa esto? Alabado sea el Señor, la madera de las tablas (Ex. 26:15) representa la humanidad, la naturaleza humana; y el oro que recubre las tablas representa la divinidad, la naturaleza divina. ¡Ahora la divinidad y la humanidad se han hecho uno! Ahora es madera, y también, es oro. En el lugar santo y en el Lugar Santísimo la divinidad se ha mezclado con la humanidad. Tal es la razón por la cual se les llama lugar santo y Lugar Santísimo, porque todo lo que es santo debe ser de Dios. En el atrio somos justos, pero no somos santos. En el atrio cada aspecto de nuestro comportamiento y conducta es justo, porque es juzgado en la cruz y purificado en el lavacro. Ahí hay justicia, pero no santidad, que es la naturaleza divina forjada en el hombre. No es sino hasta que entramos en el lugar santo y en el Lugar Santísimo que vemos que todo está recubierto de oro. Casi todo, casi cada parte, tiene el elemento de madera, pero está recubierto de oro. Vemos ahí lo humano, pero está mezclado con la naturaleza divina.
A menos que entremos en el lugar santo y en el Lugar Santísimo y tengamos algo divino forjado en nosotros, es imposible que seamos tablas edificadas como morada de Dios. La Iglesia es edificada con el mezclar de Dios y el hombre. El mezclar de Dios mismo con nosotros viene a ser el propio material para la edificación del Cuerpo de Cristo. No importa cuánto hayamos sido purificados, sólo podemos ser el lino blanco; no podemos ser las tablas para la edificación del tabernáculo. Pero cuanto más seamos revestidos de oro, más llegamos a ser materiales para el edificio de Dios. Es por esto que debemos entrar en el espíritu, ejercitar nuestro espíritu, andar según el espíritu y siempre ser mezclados con el Señor en el espíritu. Es por este mezclar de la divinidad con la humanidad que nosotros llegamos a ser materiales para la edificación de la casa de Dios.
Las tablas recubiertas de oro del lugar santo y del Lugar Santísimo están apoyadas en basas de plata, lo cual significa que la redención de Cristo es la base y fundamento para la edificación de la casa de Dios. Pero, ¿de dónde proviene el oro usado para las tablas? Proviene de experimentar la mesa de oro, el candelero de oro, el altar de oro del incienso y el arca de oro. Cuanto más experimentamos a Cristo como nuestra vida, como nuestra luz y como nuestra fragancia de resurrección, y cuanto más disfrutemos de una manera profunda a Cristo mismo, más es forjada en nosotros la naturaleza divina. El oro que recubre las tablas proviene de la experiencia misma del contenido del lugar santo y del Lugar Santísimo. La divinidad que está mezclada con nuestra humanidad solamente proviene de experimentar a Cristo como nuestra vida, como nuestra luz y nuestra fragancia de resurrección, y aun de nuestra experiencia más profunda de Cristo mismo. Esto forma los materiales para el edificio de Dios. Diariamente debemos experimentar a Cristo como nuestro maná, como nuestra luz, como nuestra fragancia de resurrección, y debemos experimentar a Cristo mismo de la manera más profunda a fin de obtener el mezclar divino.
A fin de ser edificados, hay por lo menos otras tres cosas que debemos ver claramente. En primer lugar, cada tabla mide codo y medio de ancho (Ex. 26:16). Debemos darnos cuenta de que nosotros sólo medimos un codo y medio y nada más. Hay cuarenta y ocho tablas en el tabernáculo, las cuales están arregladas en pares, y cada par mide tres codos de ancho. La razón por la cual cada tabla mide solamente un codo y medio de ancho, es que cada una es sólo la mitad del tamaño total y, por ende, necesita ser acoplada con otra tabla. Debemos darnos cuenta de que sólo somos una mitad. Cuando el Señor Jesús envió a Sus discípulos, los envió de dos en dos. Pedro necesitaba a Juan, y Juan necesitaba a Pedro. Sólo somos una mitad y necesitamos que otra mitad nos complete. Nunca debemos actuar ni laborar de manera independiente o individual. Todo nuestro servicio y función en la iglesia debe ser realizado de una manera corporativa. Dos tablas deben ponerse juntas. No somos una entidad completa; necesitamos otra mitad. ¿Quién es su otra mitad? Debemos comprender que ninguno de nosotros mide tres codos por sí solo, sino simplemente codo y medio. No podemos andar solos, no podemos servir individualmente, no podemos funcionar ni obrar de manera independiente. Debemos ser miembros coordinados en el edificio de Dios.
Además, cada tabla tiene dos espigas, dos partes adicionales que penetran en las basas (Ex. 26:19). ¿Por qué hay dos espigas para cada tabla, en vez de una? Es claro. Una espiga permitiría que la tabla girara, pero dos espigas la sostienen firmemente en su lugar. Dos significa confirmación. Es como una persona, con dos pies. Si un hombre se para en un solo pie, es fácil que gire o que caiga, pero con una postura en dos pies no es tan fácil caerse y es difícil dar vueltas. No queremos tener muchos hermanos que “dan vueltas”. Por la mañana alguien puede estar orientado en una dirección y por la tarde en la dirección opuesta. Para la mañana siguiente ya se ha dado la vuelta hacia otra dirección: siempre está dando vueltas. Si no sabemos dónde está, nunca podemos encontrarlo. Siempre está girando en una sola espiga. En el caso de estos hermanos y hermanas inestables no puede haber edificación. Deben estabilizarse. Sin importar lo que pase, ellos deben estar firmes hasta la muerte. Cuando una persona está dispuesta a sacrificar su vida, entonces es posible la edificación de la iglesia. Es necesario que otros nos complementen y nosotros necesitamos continuamente su confirmación.
Además de lo anterior, tenemos las barras de oro y los anillos de oro que conectan y unen todas las tablas entre sí. Los anillos representan al Espíritu Santo. Recibimos al Espíritu Santo como anillos al mismo principio de nuestra vida cristiana, cuando fuimos regenerados (Lc. 15:22 y Gn. 24:47). Los anillos sostienen a las barras, las cuales también tipifican al Espíritu Santo, pero con la naturaleza humana: dentro de las barras de oro se encuentra la madera de acacia. Como ya hemos visto, después de la resurrección y ascensión del Señor, el Espíritu Santo descendió del cielo poseyendo la naturaleza divina y la naturaleza humana; así que El es ahora el Espíritu de Jesús. Es este maravilloso Espíritu Santo que posee las naturalezas divina y humana el que nos entrelaza y une. Entonces todas las tablas llegan a ser como si fueran una. Supongamos que todo el oro fuera quitado de las tablas, los anillos y las barras. Entonces, ya sin el oro, todas las tablas vienen a ser piezas desconectadas e individuales. La unidad no está en la madera, sino en el oro. Si el oro es hecho a un lado, no hay elemento que una, y las tablas quedan sólo como piezas separadas e individuales. Mediante este cuadro podemos ver que la unión, la unidad, y la edificación no están en la madera sino exclusivamente en el oro. Esto significa que la edificación de la Iglesia no se realiza en la naturaleza humana, sino en la naturaleza divina. Es en la naturaleza divina que todos somos juntamente edificados. Es la naturaleza divina lo que nos une, nos unifica y nos mantiene juntos como uno.
Usted y yo debemos aprender, en primer lugar, que sólo somos una mitad; en segundo lugar, nunca debemos actuar de manera independiente e individual, sin la confirmación de otros; finalmente, debemos actuar, vivir y servir en la naturaleza divina. Es en la naturaleza divina que nosotros, las tablas, somos unidos como uno. Entonces tendremos el edificio de Dios. Una vez más debemos repetir que todo esto proviene de experimentar a Cristo como el pan de la presencia, como la lámpara, como la fragancia de la resurrección y como la misma arca, que incluye el maná escondido, la ley escondida y la vara escondida. ¡Qué importante es esto! Que el Señor nos impresione de una manera total, profunda y cabal con este cuadro. Esta es la manera correcta de que seamos edificados como morada de Dios. La Iglesia no es un asunto de seguir un modelo, sino de tener la verdadera experiencia de Cristo como nuestra vida y nuestro todo; por lo tanto, la única manera en que la Iglesia es edificada entre nosotros, es experimentar a Cristo en el espíritu.