En el orden de nuestros tratos con el Señor, debemos comenzar con el corazón debido a que es la entrada y la salida de todo nuestro ser. En segundo lugar, debemos tratar con la conciencia, y en tercer lugar, con nuestra comunión con el Señor. Mediante una conciencia pura, una conciencia sin ofensa, tendremos una comunión transparente con el Señor. La intuición, o la unción, es lo siguiente y siempre se basa en el rociamiento de la sangre. Incluso los tipos del Antiguo Testamento establecen este principio. La sangre siempre precede a la unción: el rociamiento de la sangre trata con las cosas negativas, y la unción del Espíritu Santo introduce lo positivo, aplicándonos el propio elemento, esencia o substancia de Dios mismo. La sangre quita todo lo que es negativo, y la unción introduce todo lo que Dios es. Dios mismo es aplicado a nosotros por medio de la unción. Por medio de esta unción que está dentro de nuestro espíritu tenemos un sentir directo de Dios mediante la función de la intuición. Conforme a nuestra experiencia cristiana, éste es el orden correcto: el corazón, la conciencia, la comunión y la intuición. Todo trato comienza en nuestro corazón y continúa con nuestro espíritu. Ahora debemos proseguir con el asunto de tratar con el alma.
Junto con la intuición de nuestro espíritu necesitamos la mente. La intuición da el sentir del conocimiento interior. Sin embargo, ¡tener el sentir de las cosas espirituales es una cosa, y entenderlas es otra! Las cosas de Dios se sienten en el espíritu, pero se entienden en la mente. Muchas veces, dentro de nuestro espíritu sabemos algo de Dios, pero no lo entendemos debido al problema de nuestra mente. A veces transcurren dos o tres semanas o hasta meses antes de que podamos entender lo que sentimos en nuestro espíritu. Estamos conscientes de algo, pero no nos es posible interpretarlo. Necesitamos el entendimiento de nuestra mente para interpretar lo que está en nuestro espíritu. Las cosas de Dios son percibidas por la función de la intuición de nuestro espíritu, pero son entendidas por la función del entendimiento de nuestro intelecto.
Por esta razón se nos dice en Romanos 12:2 que necesitamos la renovación del entendimiento. Pero este versículo primero dice que no debemos conformarnos a este siglo. La palabra “siglo” en griego equivale a la palabra “moderno” en español. El siglo es la corriente actual o moderna del mundo. La historia del mundo se divide en edades sucesivas, tales como el primer siglo, el segundo siglo y así sucesivamente. Podríamos decir que cada siglo es una edad. Sin las edades, el mundo no podría existir. La edad de hoy es la parte del sistema del mundo que actualmente nos rodea; así que, conformarnos a este siglo significa ser modernos, siguiendo la corriente actual del mundo.
A continuación este versículo dice: “...sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento”. Si estamos ocupados por las cosas de este siglo, nuestra mente no puede ser renovada. A esto se debe que muchos cristianos que son verdaderamente salvos no pueden entender las cosas espirituales. Han llegado a ser muy modernos. Tenemos que renunciar a esta edad moderna. Si estamos conformados a este siglo no podemos ser transformados por medio de la renovación de la mente.
Puesto que la mente es parte del alma, es en el alma donde ocurre la transformación. Hemos sido regenerados en el espíritu, pero ahora el problema es el alma. No hay duda en cuanto a nuestra regeneración, porque el Señor está en nosotros como vida eterna y el Espíritu Santo mora en nuestro espíritu. El Espíritu Santo ha vivificado y regenerado nuestro espíritu con Cristo como vida. Pero, ¿qué de nuestra alma? ¿Qué de nuestra mente, voluntad y emoción? En nuestro espíritu somos totalmente diferentes de la gente del mundo, pero me temo que en nuestra mente, voluntad y emoción somos exactamente iguales. La regeneración ha sido efectuada en nuestro espíritu, pero después de la regeneración todavía necesitamos la transformación del alma.
Usemos algunos ejemplos. ¿Qué podemos decir de nuestro modo de vestir? Muchos de los que han sido salvos son como la gente del mundo en su consideración de las modas. Se visten en conformidad con esta era moderna. Creen que siempre y cuando algo no sea pecaminoso, está perfectamente correcto; pero esto es meramente el pensamiento humano y el concepto natural. Si fueran transformados por la renovación de la mente, sus pensamientos en cuanto a su modo de vestir cambiarían.
¿Y en cuanto a nuestros gastos? ¿Ha cambiado el modo en que gastamos dinero? Conozco el caso de muchos cristianos. Después de haber sido salvos continúan gastando su dinero casi del mismo modo que lo hacen los que están en el mundo. No serán transformados en su modo de gastar dinero sino hasta que amen más al Señor y le den más terreno para obrar en ellos.
Del mismo modo, hay muchos hermanos jóvenes que están estudiando en la universidad y que, acerca de sus estudios y grados académicos, piensan del mismo modo que los jóvenes mundanos. Pero si le dieran más terreno al Señor y fueran transformados en el alma por medio de la renovación de su entendimiento, su mente sería cambiada en cuanto a estos asuntos. Esto no significa que ellos abandonarían sus estudios, sino que sus conceptos y su modo de pensar al respecto, serían totalmente diferentes. Tendrían otro punto de vista desde el cual evaluar sus estudios y grados académicos.
Debería haber un cambio en nuestro modo de pensar en cuanto a casi todo. ¿Qué es este cambio en nuestro modo de pensar? Es la transformación de nuestra alma por medio de la renovación de nuestra mente. Tenemos a Cristo como vida en nuestro espíritu, pero ahora necesitamos que Cristo se extienda a las partes interiores del alma y las sature con El mismo. Esto transformará nuestra alma a Su misma imagen. Entonces la imagen de Cristo será reflejada en nuestros pensamientos. Nuestra mente renovada expresará la gloriosa imagen de Cristo en todo lo que pensemos y consideremos. Entonces el entendimiento de nuestra mente será espiritual. Para la mente será muy fácil entender lo que sentimos en nuestro espíritu.
La traducción adecuada de Romanos 8:6 es: “Poner la mente en el espíritu es vida y paz” o “La mente puesta en el espíritu es vida y paz”. En Romanos 7 la mente intenta actuar por su propio esfuerzo independiente, de modo que siempre es vencida. En cambio, en Romanos 8 la mente coopera con el espíritu y es puesta en el espíritu. La mente ha encontrado otra ley que es más poderosa y fuerte que la ley del pecado mencionada en el capítulo 7. Esta nueva ley es la ley de vida del Cristo que mora en nuestro espíritu. Ya nunca más la mente intenta actuar independientemente, sino que se pone en el espíritu, el cual está habitado por el Espíritu Santo. La mente es puesta en el espíritu, no en la carne. Una cosa es renovar la mente, y otra poner la mente en el espíritu y estar firme y cooperar con el espíritu. Cuanto más nuestra mente coopere con el espíritu, más estará bajo el control de nuestro espíritu.
Debido a que nuestra mente coopera con el espíritu, el espíritu la gobernará, la saturará y llegará a ser “el espíritu de nuestra mente”. Romanos 8:6 dice: “El espíritu de la mente” pero Efesios 4:23 dice: “El espíritu de vuestra mente”. Cuando el espíritu satura y controla la mente, el espíritu llega a ser el espíritu de la mente. Consideremos el contexto de Efesios 4:23. El versículo 22 establece que debemos despojarnos del viejo hombre, y el versículo 24 dice que debemos vestirnos del nuevo hombre. Esta es la obra de la cruz y de la resurrección. El despojarse del viejo hombre es obra de la cruz y el vestirse del nuevo hombre es la obra de la resurrección. Entre la obra de la cruz y la obra de la resurrección se encuentra el versículo 23: “Renovaos en el espíritu de vuestra mente”. La renovación de la mente incluye la obra de la cruz y la resurrección. Significa que nuestra mente natural debe ser puesta en la cruz, y renovada en resurrección. La muerte en la cruz no es el fin, sino un proceso que lleva a un fin, el cual es la resurrección. Cuanto más muramos por obra de la cruz, más seremos resucitados. No sólo se dará fin a las cosas negativas, sino que se abrirá paso a las cosas positivas. La muerte de la mente natural conduce a una mente resucitada. Entonces tendremos, en resurrección, una mente renovada. Esta mente renovada está en el espíritu y bajo el control del espíritu; ha sido llenada con el espíritu y está llena del espíritu. Por lo tanto, el espíritu llega a ser el espíritu de la mente. Así que nuestra mente no sólo será una mente renovada, sino también una mente espiritual con entendimiento espiritual. Es fácil para esta mente espiritual interpretar las cosas espirituales que nuestra intuición percibe.
Supongamos que nuestra mente renovada entiende lo que percibimos por medio de la intuición. Luego, la cuestión es nuestra disposición para obedecer lo que entendemos. Es posible que entendamos, pero tal vez digamos: “¡No!” Obedecer con la voluntad es otro problema. En realidad, si no tenemos una voluntad obediente es difícil entender lo que hay en la intuición. El Señor es muy sabio; El nunca hace nada de una manera despilfarradora. Si El sabe que no estamos dispuestos a obedecer, no es necesario que recibamos el entendimiento. Simplemente nos dejará en tinieblas. ¿Por qué habría El de permitir que entendiéramos si no vamos a obedecer? El entendimiento debe estar respaldado por una voluntad obediente, dispuesta a obedecer al Señor (Jn. 7:17). Cuando estemos dispuestos a obedecer podremos entender.
Por ejemplo, algunos han venido a mí con preguntas, pero sin deseo de escuchar y entender. Me he dado cuenta de que sería una pérdida de tiempo hablar con ellos. Algunas veces he preguntado: “¿De verdad hablan en serio? ¿Obedecerían si les contesto su pregunta?” Generalmente la respuesta de ellos ha sido: “Bueno, tal vez, pero quizás no quiera yo hacerlo. Sólo quiero considerar y averiguar qué es qué”. La voluntad debe ser totalmente sumisa, y no sólo debe ser sumisa, sino que debe estar en armonía con la voluntad de Dios (Lc. 22:42, Stg. 4:7, Fil. 2:13).
Cuando Dios nos creó nos dio libre albedrío. El nunca nos obliga a hacer nada, sino que siempre nos da la posibilidad de escoger. Aunque El es grande y sabio, aún así nunca nos obligará. Si El tuviera que hacer uso de la fuerza significaría que es verdaderamente pequeño. Satanás no sólo obliga a la gente, sino que hasta los seduce. Pero Dios nunca haría eso. Dios, en efecto, dice: “Si quieres, hazlo; si no quieres, no lo hagas. Si me amas, simplemente hazlo. Si no me amas, olvídalo. Sigue tu camino”. Por lo tanto, es necesario ejercer nuestra voluntad; de otro modo, es difícil que Dios haga algo. Para ejercer nuestra voluntad debemos hacer que nuestra voluntad sea sumisa y que esté dispuesta a obedecer siempre. No solamente debemos someternos a la voluntad de Dios, sino también hacer que nuestra voluntad esté en armonía con la de El.
Cuando nuestra voluntad sea tratada hasta ese grado, será transformada; será saturada de Cristo como nuestra vida por medio de que el Espíritu Santo se extienda. Otros podrán sentir el sabor y la propia imagen de Cristo en nuestra voluntad. Cada decisión que tomemos será una expresión de Cristo. Esto no es una suposición ni solamente una doctrina. A veces, cuando nos encontramos con algunos queridos hermanos en el Señor, sentimos el sabor de Cristo en todo lo que ellos dicen, en todo lo que ellos escogen, en todo lo que ellos deciden. Esto simplemente prueba que ellos han sido saturados con Cristo por medio de ser transformados en su voluntad y en su mente.
Lo último que debemos tratar del alma es nuestra problemática emoción. Como todos sabemos, casi todos nuestros problemas están relacionados con la emoción. La emoción debe estar bajo el control del Espíritu Santo. A esto se debe que en Mateo 10:37-39 se nos exhorte a amar al Señor más que a ninguna otra cosa. No debemos amar lo que el Señor no permite. La regulación de nuestro amor bajo el control del Señor es el lado negativo. Pero también debemos conocer el lado positivo, que consiste en que siempre debemos estar dispuestos a usar nuestra emoción conforme a lo que al Señor le agrada. Muchísimas veces nuestras emociones tienen el permiso del Señor, pero no Su complacencia. El permite que amemos algo, pero no está complacido con ello.
En una ocasión una hermana se dio cuenta de que estaba en esa situación. Ella sabía que el Señor había permitido que su emoción hiciera ciertas cosas, pero se dio cuenta de que el Señor no estaba contento. Ella acudió de nuevo al Señor y le dijo: “Señor, aunque Tú has permitido esto, no lo haré. ¡Comprendo que no estás contento!” Esto está muy bien. Ella recibió una dulce comunión y quedó llena de paz y gozo. Aprendió la lección de que su emoción estuviera totalmente bajo el control del Señor y de Su complacencia. A veces podemos obtener el permiso del Señor para amar algo, pero no obtenemos Su gozo. Cuanto más amemos aquello, menos tendremos el gozo. Por último, aquello llega a ser un sufrimiento, no un disfrute. Esto prueba que estamos mal en cuanto a nuestra emoción. Todos debemos aprender a tratar con nuestra emoción conforme a la complacencia y gozo del Señor. Si en aquello que estamos buscando no sentimos el gozo del Señor, no debemos amar eso.
Muchas personas han escuchado mensajes acerca de Mateo 10:37-39, en los cuales se les exhorta a no amar a sus padres, a sus hermanos o a sus hermanas más que al Señor; sin embargo, no pueden comprender lo que esto significa. Esto simplemente significa que todo lo que ellos amen debe estar bajo el control del Señor con Su complacencia. El Señor no es insignificante, ni tampoco cruel, mas debemos aprender que todo lo que aborrezcamos o amemos, todo lo que nos guste o nos disguste, debe ser hecho con el permiso del Señor y con Su gozo. Debemos usar nuestra emoción conforme a la emoción del Señor. Cuando nuestra emoción no está bajo la emoción de El, estamos equivocados, y nunca tendremos Su gozo. Cuanto más vayamos por nuestro propio camino, más perderemos nuestro gozo; no podremos tener la dulce, tierna y profunda comunión con el Señor. Aunque nadie pueda condenarnos diciéndonos que estamos equivocados, y aunque podamos proclamar delante de otros que hemos obtenido el permiso del Señor, con todo nos daremos cuenta de que tal permiso no cuenta con Su gozo.
Si nuestra emoción es guardada bajo el gobierno del Señor con Su complacencia y gozo, será saturada con el espíritu. Entonces seremos transformados, de una etapa de gloria a otra, a la misma imagen del Señor.
Por medio de tratar con el corazón, la conciencia, la comunión, la intuición, la mente, la voluntad y la emoción, seremos maduros y estaremos plenamente crecidos; tendremos la estatura del Señor. Todo lo que tendremos que hacer para entonces, será esperar la venida del Señor para que transfigure nuestro cuerpo. Si nuestra alma está transformada, aun desde ahora la fuerza y el poder espirituales saturarán nuestro cuerpo débil y mortal cuando sea necesario. No solamente habremos sido regenerados en el espíritu y transformados en el alma, sino que también la vida divina saturará nuestro cuerpo mortal en situaciones de debilidad física. Finalmente, cuando el Señor venga, el cuerpo será transfigurado y todo nuestro ser —espíritu, alma y cuerpo— tendrá la gloriosa imagen del Señor. Esto será la aplicación máxima de la redención del Señor, la cual es aplicada en tres etapas: (1) la regeneración del espíritu, (2) la transformación del alma y (3) la transfiguración del cuerpo. Por ahora estamos en el proceso de la transformación.
Es necesario que el alma sea tratada en todo esto: la mente, la voluntad y la emoción. Que el Señor nos ayude a poner esto en práctica. Esto es lo que los hijos de Dios necesitan hoy día. El Señor ha dado todas las enseñanzas y todos los dones con este propósito. Solamente por este proceso podemos llegar a ser los materiales adecuados para la edificación de la Iglesia.