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Mensajes del libro «Economía de Dios y el misterio de la transmisión de la Trinidad Divina, La»
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CAPÍTULO SIETE

LA IMPARTICIÓN DIVINA SEGÚN EL LIBRO DE EFESIOS

LA TRINIDAD DIVINA ES EL ELEMENTO CONSTITUTIVO DEL LIBRO DE EFESIOS

  Efesios es un libro maravilloso acerca de la impartición divina. En toda la Biblia Efesios es el único libro en el que cada capítulo está estructurado con la Trinidad Divina como su elemento básico. Por ejemplo, el capítulo 1 habla acerca de la selección y predestinación del Padre, de la redención efectuada por el Hijo y de la obra del Espíritu de sellarnos y darse en arras a nosotros. Éste es el elemento básico de la estructura de Efesios 1.

La Trinidad Divina en el capítulo 1 lleva a cabo la economía de Dios

  Efesios 1 revela que el Padre nos escogió y predestinó antes de la fundación del mundo conforme a Su plan. En el tiempo el Hijo nos redimió a fin de llevar a cabo lo que el Padre había planeado, y después que el Hijo efectuó la redención, el Espíritu vino para sellarnos y darse en arras a nosotros a fin de aplicar lo que el Hijo logró. Por lo tanto, el Hijo llevó a cabo todo lo que el Padre planeó, y después que el Hijo efectuó la redención, el Espíritu aplica todo lo que el Hijo ha logrado por nosotros. Es así como se estructura el capítulo 1, que nos habla de la realización de la economía de Dios. En otras palabras, la realización de la redención y salvación divinas depende enteramente de la Trinidad Divina, es decir, del Padre, del Hijo y del Espíritu.

La Trinidad Divina en el capítulo 2 nos guía al Dios Triuno

  En el capítulo 2 la Trinidad Divina no se menciona de manera tan clara y específica como en el capítulo 1, pero en 2:18 se alude a la Trinidad Divina: “Porque por medio de Él los unos y los otros tenemos acceso en un mismo Espíritu al Padre”. Esto nos muestra que el Padre como fuente es Aquel que predestina y planea. ¿Cómo tenemos acceso al Padre? Primeramente por medio del Hijo, quien, al efectuar la redención, llegó a ser el medio por el cual tenemos acceso al Padre. En segundo lugar, para tener acceso al Padre necesitamos estar en el Espíritu. Si tenemos los medios, pero no somos guiados, aún no podemos llegar a la meta. Por lo tanto, este versículo nos muestra de forma concisa y precisa que tenemos acceso al Padre por medio del Hijo, quien efectuó la redención, y en el Espíritu, quien nos sella y nos guía; es decir, por medio del Hijo tenemos acceso en un mismo Espíritu al Padre. Como resultado nosotros, seres humanos creados, caídos y redimidos, hemos sido unidos al Dios Triuno. En otras palabras, hemos sido forjados en Él.

LA IGLESIA, LA EXPRESIÓN CORPORATIVA DE DIOS

  Efesios capítulo 1 nos habla mucho del Dios Triuno. El pensamiento central es que el Dios Triuno se ha forjado en nuestro ser al escogernos, predestinarnos, redimirnos, sellarnos y darse en arras a nosotros. El capítulo 2 dice que por medio del Hijo y en el Espíritu tenemos acceso al Padre, es decir, entramos en el Padre. Por lo tanto, el capítulo 1 revela que Dios ha entrado en nosotros, mientras que el capítulo 2 nos dice que hemos entrado en el Padre. Por medio de este ir y venir, el Dios Triuno se ha forjado en nosotros y nosotros en Él. Así pues, tenemos la economía de Dios, la impartición de Dios y la unión de Dios con nosotros, lo cual da por resultado que se produzca el Cuerpo, la iglesia. La iglesia es el resultado de que Dios entre en nosotros y de que nosotros regresemos a Él. Mediante esta ida y venida la iglesia, la expresión corporativa de Dios, es producida.

  Ésta es una verdad fundamental en el recobro del Señor: el Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu— se ha forjado en nuestro ser mediante la predestinación del Padre, la redención del Hijo y la obra del Espíritu de sellarnos y de darse en arras a nosotros. Puesto que fuimos redimidos y tenemos al Dios Triuno en nosotros, por medio del Hijo tenemos acceso en el Espíritu al Padre. Por medio de este ir y venir, el Dios Triuno ha entrado en nuestro ser, y nosotros también hemos entrado en Él, dando por resultado que sea producida una expresión corporativa, la cual es la iglesia, el Cuerpo de Cristo.

La oración de Pablo en Efesios 3

  En el capítulo 3 vemos que entre el Dios Triuno y nosotros hay una relación y una unión muy profundas, así como también una transmisión, impartición y mezcla muy profundas. Los versículos del 14 al 19 dicen: “Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra, para que os dé, conforme a las riquezas de Su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por Su Espíritu; para que Cristo haga Su hogar en vuestros corazones por medio de la fe, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de aprehender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la altura y la profundidad, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios”. En estos pocos versículos el énfasis recae en el Padre, el Espíritu y Cristo. En el capítulo 1 el énfasis recae en el Padre, el Hijo y el Espíritu; en el capítulo 2, recae en el Hijo, el Espíritu y el Padre; y en el capítulo 3, recae en el Padre, el Espíritu y Cristo (el Hijo). Tanto la secuencia como el énfasis se revelan claramente en estos capítulos.

  En el capítulo 3 el Padre es la fuente; Él es quien inicia, dirige y administra. Pablo, reconociendo que el Padre es Aquel que inicia, dirige y administra, oró a Él. Al hacerlo, siguió el camino correcto y encontró la puerta correcta; es decir, se acercó al Iniciador, Director y Administrador, y de una manera solemne se arrodilló ante Él para orar. Esto es muy significativo.

  Todos sabemos que podemos orar en cualquier momento, en cualquier lugar y en cualquier posición. Podemos orar mientras estamos de pie, acostados, inclinados o en cualquier posición que nos guste. Sin embargo, entre todas las diferentes posiciones, la más solemne es doblar nuestras rodillas. Simplemente arrodillarse no denota nada especial, pero doblar nuestras rodillas es arrodillarse con solemnidad. En la Biblia, cuando el pueblo de Dios ora a Él, la postura más solemne que escogen es doblar sus rodillas. Doblar nuestras rodillas significa que nos humillamos completamente delante de Dios y oramos de una manera solemne.

Rogar al Padre conforme a Su gloria

  ¿Qué fue aquello que Pablo pidió cuando oró de esta manera tan solemne? Podemos ver que él le pidió al Padre que hiciera algo conforme a Su gloria. ¡Esto es algo sumamente grande! Yo he estado reuniéndome con la iglesia y con los santos por casi sesenta años y he escuchado muchísimas oraciones, pero jamás he escuchado una oración en la que se le pida a Dios que obre conforme a Su gloria. Hoy cada vez que nos reunimos, oramos; casi todas las veces que nos congregamos, oramos. Más aún, alentamos a todos a que oren individualmente. Sin embargo, ¿alguna vez hemos orado diciendo: “Señor, te pido que levantes los grupos pequeños conforme a Tu gloria. Señor, establece las reuniones de hogar conforme a Tu gloria”?

  La mayoría de las veces que oramos, le pedimos al Señor que haga algo conforme a Su gracia. A veces somos un tanto humildes y le pedimos que obre conforme a Su misericordia; otras veces nos sentimos muy cerca de Él, y le pedimos que obre conforme a Su gran amor. Otras veces queremos decir algo que suene bonito, así que le pedimos que obre según Su santidad; otras veces vemos algo que es desagradable y nos sentimos enojados, y le pedimos que obre según Su justicia y equidad; y en otras ocasiones prestamos atención al poder, y le pedimos al Señor que obre según Su poder. Probablemente hemos orado al Señor de todas estas diferentes maneras, pero ¿alguna vez hemos pedido algo conforme a Su gloria? Me temo que no. Es aún muy dudoso que haya alguien que ore de esta manera en la tierra hoy. La razón es que el hombre no tiene un conocimiento adecuado de la gloria de Dios.

  Según la Biblia, la gloria de Dios es Dios expresado en Su vida y Su naturaleza divinas. Por ejemplo, una flor es glorificada cuando florece. De la misma manera, cuando Dios es expresado, Él es glorificado. En este sentido, lo que Pablo quiso decir cuando oró “conforme a Su gloria” era: “¡Padre, te pido que obres conforme a Tu intención de ser expresado!”. Así pues, la oración de Pablo está relacionada con la impartición y la mezcla del Dios Triuno con el propósito de que se produzca una expresión corporativa de Él mismo. Esta expresión corporativa es la gloria del Padre, y fue conforme a esta gloria que Pablo oró a Dios.

La glorificación del Señor equivale a al hecho de llevar mucho fruto

  La gloria de Dios es sin duda un tema excelente. Durante Sus treinta años de vivir humano y Sus tres años y medio de ministerio, el Señor dio muchos mensajes que eran profundos y excelentes. Entre ellos, hay dos que son muy impresionantes y preciosos. Uno se encuentra en Mateo 5—7, la enseñanza dada en el monte en cuanto a la verdad del reino; y el otro se halla en Juan 14—16, que son las palabras que el Señor habló a Sus discípulos la noche en que fue traicionado, y tratan acerca del misterio de la unión del Dios Triuno con Sus creyentes. Antes de dar este largo y último mensaje, Él ya había hablado de la gloria en varias ocasiones. Por ejemplo, en Juan 12:23 Él dijo: “Ha llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado”, y en el versículo 28 oró, diciendo: “Padre, glorifica Tu nombre”. Por lo tanto, al hablar y al orar, Él ya había hecho referencia a la gloria.

  Después de esto, en el capítulo 13, antes que Judas saliera, el Señor dijo que Judas lo iba a traicionar, y le dio el bocado. La mayoría de los lectores de la Biblia no entienden esto. Ellos creen que el que el Señor mojara el bocado y se lo diera a Judas era una señal con que les daba a entender a Sus discípulos que Judas era quien lo iba a traicionar. Sin embargo, esto no es lo que el Señor quería hacer. La intención del Señor era enviar a Judas para que lo traicionara; puesto que el Señor también le dijo: “Lo que vas a hacer, hazlo pronto”. Es como si el Señor dijera: “¿Vas a traicionarme? Ha llegado la hora; ve y traicióname”. ¿Cuál era la hora que había llegado? En 12:23 el Señor dijo: “Ha llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado”. Había llegado la hora de que esto ocurriera; así que el Señor le pidió a Judas que hiciera lo que iba a hacer. Por lo tanto, Judas, habiendo tomado el bocado, salió. Inmediatamente después de esto, el Señor dijo: “Ahora es glorificado el Hijo del Hombre, y Dios es glorificado en Él. Si Dios es glorificado en Él, Dios también le glorificará en Sí mismo, y en seguida le glorificará” (13:31-32). Lo que el Señor quería decir era que Judas iba a traicionarlo y que Él estaba muy contento por ello porque como resultado de ello Él sería glorificado.

  Esto nos permite ver claramente qué es la gloria. De hecho, podemos afirmar que el tema de Juan 12 y 13 es la revelación de la glorificación de Cristo efectuada por Dios con Su gloria y el resultado de la glorificación de Cristo mediante Su muerte y Su resurrección, a saber: un grano de trigo que produce muchos granos (12:24). Para el Señor, la gloria es que Él mismo fuera sembrado en la tierra en calidad de grano de trigo como resultado de la traición de Judas. Cuando los hombres mataron al Señor y lo sepultaron, ellos sembraron al Señor en la tierra. Sin embargo, cuando el Señor fue sembrado como un grano de trigo, ése no fue Su final. Siendo ese grano que fue sembrado en la tierra, el Señor murió, pero como resultado llevó mucho fruto; este “mucho fruto” es Su gloria. La vida de Dios, el elemento de Dios y todo lo de Dios que originalmente estaba en el Hijo ahora se expresa al llegar el Hijo a ser los muchos granos. Esto es la gloria.

  Después que Judas salió, el Señor dijo: “Ahora es glorificado el Hijo del Hombre” (13:31). Después de esto, Él dio el mensaje que se encuentra en los capítulos del 14 al 16 de Juan. Después de hablar estas palabras, al comienzo del capítulo 17, Él oró y dijo: “Padre, la hora ha llegado; glorifica a Tu Hijo, para que Tu Hijo te glorifique a Ti” (v. 1). Al orar de esta manera, lo que quería decir era: “Oh Padre, te pido que cumplas esto. Permite que me arresten, me cuelguen en la cruz, me sepulten, pues sólo así podré ser resucitado y glorificado, y Tú también podrás ser glorificado”. Ésta es la manera en que el Padre glorifica al Hijo para que el Hijo lo glorifique a Él.

Quitar los velos que impiden que la gloria sea expresada

  Esta gloria se expresó plenamente en el Señor Jesús, pero aún no ha sido plenamente expresada por medio de nosotros hoy. Dios ya se forjó en nosotros, y desea que nosotros le expresemos en nuestro vivir. Sin embargo, lamentablemente Él ha quedado “encarcelado” en nosotros y no tiene posibilidad alguna de salir. Nuestro yo, nuestro hombre natural, nuestra carne, nuestro temperamento, nuestra manera de ser, nuestros hábitos, nuestras opiniones, nuestra perspicacia y nuestras preferencias se han convertido en factores que impiden que la gloria divina sea liberada. Nuestros pecados, nuestras transgresiones y nuestras codicias no son los únicos obstáculos que impiden que se exprese la gloria divina, sino que aun las camisas y corbatas inapropiadas de los hermanos y los peinados inapropiados de las hermanas y la manera en que ellas se arreglan impiden que esta gloria se exprese.

  No es una exageración decir esto. Yo conozco muy bien la historia de los jóvenes. Por ejemplo, cuando las hermanas entran en la tienda de departamentos, quedan completamente desarmadas y son derrotadas. Sin necesidad de hablar de cómo eran en el pasado, aun después de ser salvas ellas todavía compran muchas cosas que el Señor no quiere que compren. Aunque ellas saben claramente que el Señor no quiere que compren esas cosas, aun así le dan al Señor muchas explicaciones, como por ejemplo: “Es que está en promoción”; “Voy a lamentarlo después si no lo compro”; y “se va a agotar el producto”. Finalmente, ellas lo compran todo. Todos tenemos que confesar que demasiadas veces nos negamos a hacer lo que el Señor quiere que hagamos; en lugar de ello, hacemos todo lo que el Señor nos prohíbe hacer. Si esto es lo que sucede, ¿cómo puede ser glorificado el Señor desde nuestro interior? ¿Cómo puede Él expresarse por medio de nosotros?

  Quiero que sepan que los que tienen negocios anuncian sus productos para echarse al bolsillo el dinero de otros. Por lo tanto, cuando las hermanas van de compras, ellas deben comprar únicamente según su necesidad y la dirección del Señor. No deben dejarse influenciar por los anuncios. Cada vez que actuamos conforme a nuestros propios deseos y no conforme a la dirección del Señor, somos cubiertos por capas de velos. Cada vez somos cubiertos por una nueva capa, hasta que los velos capa tras capa llegan a ser algo tan grueso que la gloria que está en nuestro interior no tiene forma alguna de ser expresada. ¿Cuántas veces hoy —sin necesidad de hablar del pasado ni de toda nuestra historia desde que hemos sido salvos— nos dispusimos hacer algo, grande o pequeño, que sabíamos claramente que el Señor no quería que hiciéramos? ¿Y cuántas veces supimos claramente que el Señor quería que hiciéramos algo, pero no quisimos hacerlo? Si en un solo día hemos sido cubiertos por tantas capas de velos, ¿cómo puede el Señor expresarse por medio de nosotros?

  En vista de nuestra condición, Pablo le pidió al Padre que obrara conforme a Su gloria. Esto significa que le pidió al Padre que quitara los velos capa tras capa de nuestro interior. Muchos lectores de la Biblia reconocen que Pablo tenía un nivel académico muy elevado en el griego. Cuando él escribió el libro de Efesios, hizo uso del idioma griego al máximo. Pablo oró al Padre “conforme a las riquezas de Su gloria”. En griego esto significa que la gloria del Padre no es pobre, sino muy rica e insondable. Él le pidió al Padre que obrara conforme a las riquezas de Su gloria para que el Dios Triuno pueda expresarse por medio de nosotros.

Ser fortalecidos con poder por Su Espíritu

  Además, Pablo le pidió al Padre que nos diera el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por Su Espíritu. Nuestro hombre interior es nuestro espíritu regenerado, el cual tiene la vida de Dios como su vida y en el cual mora el Espíritu Santo. Este espíritu también es nuestra nueva persona.

  En síntesis, nuestro hombre interior es nuestro espíritu regenerado. Considere cuánto tiempo permanece usted en su espíritu cada día. Los psicólogos clasifican a los seres humanos, según su modo de ser, en introvertidos o extrovertidos. Una persona introvertida es alguien a quien no le interesan las cosas que están fuera de él, sino lo que está en su interior; por ello, no le gusta hablar ni tiene mucho que decir. En cambio, una persona extrovertida es alguien a quien le interesan más las cosas que están fuera de ella que lo que está en su interior; es por eso que le gusta conversar y tiene mucho que decir. En realidad, el “hombre interior” del cual la Biblia habla es el verdadero “hombre introvertido”. En el sentido bíblico, una persona es “extrovertida” independientemente de si habla mucho o poco; es sólo cuando se vuelve a su espíritu que verdaderamente es una persona “introvertida”. Muchas veces se requiere la fuerza conjunta de nueve bueyes y dos tigres para que nos volvamos a nuestro espíritu. A veces ni siquiera en las reuniones estamos en nuestro espíritu, y por lo general nos tardamos media hora en volvernos a nuestro espíritu.

  Efesios 3:16 es un versículo muy profundo y difícil de entender. Pablo oró para que nosotros fuéramos fortalecidos en el hombre interior y no permaneciéramos en el hombre exterior. Cuando usted habla interminablemente, definitivamente está en su hombre exterior; no obstante, aun cuando está sentado meditabundo sin orar y sin tener comunión, usted está en su mente y, por tanto, aún está en su hombre exterior, no en su hombre interior. Es difícil comprender la diferencia que existe entre el hombre exterior y el hombre interior, y muchas veces los confundimos.

  Por esta razón, Pablo le pidió al Padre que nos diera el ser fortalecidos, y específicamente pidió que fuéramos fortalecidos en nuestro hombre interior. Cuando somos débiles, obviamente estamos en nuestro hombre exterior. En las reuniones una vez que empezamos a criticar, juzgar y menospreciar a otros, eso demuestra que somos débiles. Sin embargo, aun si no criticamos, juzgamos ni menospreciamos a otros, simplemente estar sentados en la reunión sin ejercer nuestra función y sin tener la fuerza para orar ni invocar al Señor también muestra que somos débiles. En esos momentos realmente necesitamos que el Espíritu nos fortalezca. ¿Quién dirige al Espíritu para que nos fortalezca? Es el Padre, pues es Él quien inicia, dirige y administra, logrando que el Espíritu nos estimule y avive el fuego que hay en nosotros.

  Todos hemos tenido la experiencia de estar débiles la mayor parte del tiempo. Aunque sabemos que el Señor no quiere que compremos cierto artículo, aun así lo compramos. Cuando tomamos un artículo en la tienda de departamentos, y el Señor nos dice que lo dejemos donde estaba, sencillamente no podemos hacerlo. Lo más extraño es que tenemos la fuerza para tomar el artículo, pero no tenemos la fuerza de devolverlo a su lugar; somos fuertes para tomarlo, pero somos débiles para soltarlo. Sin embargo, a veces tenemos otra clase de experiencia. Mientras estamos luchando, de repente sentimos que nos viene una fuerza, de tal modo que podemos soltar el artículo y dejarlo sin decir nada. Creo que éste es el efecto de la oración de Pablo. No sólo eso, sino que muchas veces cuando usted va a discutir con su cónyuge o con otro creyente, empieza a decir algo y de repente tiene que detenerse. Esto se debe a que usted ha sido fortalecido en su espíritu. Entonces usted va a su cuarto y ora, diciendo: “Señor, perdóname porque por poco actúo conforme a mi carne. Te doy gracias por ser misericordioso conmigo y por guardarme”. Éste es el Espíritu que lo fortalece interiormente. Una vez que usted es fortalecido, puede entrar en el hombre interior.

Cristo hace Su hogar en nuestros corazones por medio de la fe para que seamos arraigados y cimentados en amor

  Pablo usó repetidas veces las palabras para que en Efesios 3 así como a fin de que; las usó un total de cuatro veces en los versículos del 16 al 19. La primera vez que usó estas palabras ocurre en el versículo 16 cuando oró para que el Padre nos diera “el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por Su Espíritu”. La segunda vez, en el versículo 17a, él dijo: “Para que Cristo haga Su hogar en vuestros corazones por medio de la fe”. Luego en los versículos 17b-19a, él dijo: “A fin de que [...] seáis plenamente capaces de aprehender [...] y de conocer el amor de Cristo”. Finalmente, en el versículo 19b, dijo: “Para que seáis llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios”. En estos versículos las palabras para que o a fin de que indican cierto resultado, es decir, lo que sigue la segunda mención de estas palabras es el resultado de la primera mención, y que lo que sigue la tercera mención es el resultado de la segunda mención, y así sucesivamente.

  El versículo 17 dice: “Para que Cristo haga Su hogar en vuestros corazones por medio de la fe, a fin de que, arraigados y cimentados en amor”. Éste es el resultado de que seamos fortalecidos en nuestro hombre interior (v. 16). ¿Qué significa que Cristo haga Su hogar? Hacer hogar tiene un significado más profundo que quedarse en cierto lugar; no simplemente significa quedarse en algún lugar, sino establecerse allí. Cristo está en usted, pero Él puede ser semejante a un huésped que simplemente se sienta en una silla, se recuesta contra la pared o está de pie en un rincón. Sin embargo, una vez que todo su ser es fortalecido en su espíritu, Él obtiene la base y el derecho para establecerse y hacer Su hogar en usted. Por ejemplo, supongamos que yo me mudo a una nueva casa, pero el dueño original se niega a desocupar la casa. En ese caso, no sabré dónde poner mis muebles; lo mejor que puedo hacer es ponerlos en la sala. Solamente cuando la casa esté desocupada podré desempacar y poner todo en orden, con lo cual podré hacer hogar y establecerme allí.

  ¿Se ha establecido Cristo y ha hecho Su hogar en nosotros? A veces Él se siente en casa en nosotros pero otras veces no, porque a menudo luchamos con Él. Cuando estamos gozosos, tal vez oremos: “Señor, te amo”. Sin embargo, no debemos pensar que hemos orado bien y que eso es suficiente, porque cuando luchamos con Él, es posible que ya no lo amemos. A veces cuando luchamos con el Señor, podemos incluso arrinconarlo. Aunque Él regresa nuevamente unos días más tarde, no tenemos paz en nuestro espíritu porque siempre tenemos esta clase de lucha interior. Antes de ser salvos, aparentemente teníamos paz todo el tiempo. Si queríamos reprender a alguien, simplemente lo hacíamos y nos sentíamos contentos de hacerlo; nos sentíamos libres obrar según los dictados de nuestro corazón. Pero después que llegamos a ser cristianos, aun el pensamiento de culpar a otros, mucho menos reprenderlos, nos hace perder la paz interior, porque esto interrumpe el que el Señor haga Su hogar en nosotros. Una vez que no le permitimos hacer Su hogar en nosotros, Él no tiene paz, y nosotros tampoco tenemos paz.

  En Mateo 11:28 el Señor Jesús dijo: “Venid a Mí todos los que trabajáis arduamente y estáis cargados, y Yo os haré descansar”. Cuando era joven, antes de ser salvo, ya había escuchado predicaciones sobre este versículo, y también me encantaba predicarlo a la gente. Ahora cuando pienso en ello, me doy cuenta de que simplemente no sabía de lo que estaba hablando. La única manera en que usted verdaderamente recibe este descanso del Señor es que permita que Él haga Su hogar en usted. Si no le permite al Señor hacer Su hogar en usted, no le será posible hallar descanso. El descanso que el Señor le da consiste en que Él haga Su hogar en usted. Si usted permite que Él se establezca en su interior pacíficamente, será bendecido. Sin embargo, hoy entre miles y millones de cristianos, es difícil encontrar a uno o a dos que estén dispuestos a permitirle al Señor hacer Su hogar y establecerse en ellos.

  A fin de permitir que el Señor haga Su hogar y se establezca en nosotros, necesitamos fe y amor (1 Ti. 1:14). Por medio de la fe aprehendemos a Cristo, y por medio del amor le disfrutamos. Sin embargo, ni la fe ni el amor son de nosotros; ambos provienen de Cristo. Por esta razón, necesitamos ser fortalecidos en nuestro hombre interior. De este modo, Su fe llega a ser nuestra fe, de modo que nos capacita para creer en Él, y Su amor llega a ser nuestro amor, de modo que nos capacita para amarlo a Él. Cuando somos arraigados y cimentados en el amor de Cristo, podemos crecer en vida y ser edificados en Su vida.

Aprehender la anchura, la longitud, la altura y la profundidad de Cristo

  Pablo continuó diciendo que una vez que el Señor ha hecho Su hogar en nuestros corazones, nosotros llegamos a ser “plenamente capaces de aprehender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la altura y la profundidad” (Ef. 3:18). Aquí la anchura, la longitud, la altura y la profundidad se refieren a la anchura, la longitud, la altura y la profundidad del universo. ¿Quién puede decir qué tan ancha es la anchura, qué tan larga es la longitud, qué tan alta es la altura y qué tan profunda es la profundidad del universo? Todos sabemos que muchísimos sistemas solares conforman una galaxia y que muchas galaxias componen el universo. El universo es ilimitado, y su anchura, longitud, altura y profundidad también son ilimitadas. Estas dimensiones son las dimensiones de Cristo; Cristo es esta persona tan ilimitada. Cuando Cristo hace Su hogar en nuestros corazones para nuestra experiencia y disfrute, nosotros encontramos que este Cristo, en quien creemos y a quien disfrutamos, conocemos y experimentamos, es ilimitado e inescrutable.

Conocer en nuestra experiencia el amor de Cristo que excede a todo conocimiento

  El versículo 19a dice: “Y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento”. Según el contexto, esto significa que debido a que el Señor está haciendo Su hogar en nosotros, podemos experimentarlo como Aquel que es inescrutable. Entonces inmediatamente podemos conocer también Su amor, es decir, conocemos que Su amor excede el conocimiento y entendimiento humanos. Es muy extraño que por un lado, el amor de Cristo exceda el entendimiento humano, pero, por otro, nosotros podamos conocerlo. El hombre no puede conocer ni entender este amor, pero los que permitimos que el Señor haga Su hogar en nosotros podemos conocerlo y experimentarlo. Según nuestro intelecto, el amor de Cristo excede a todo conocimiento, y nuestra mente jamás puede entenderlo; pero según nuestra experiencia en nuestro espíritu, sí podemos conocerlo.

  Una vez que experimentamos que Cristo haga Su hogar en nosotros, podemos conocer cuán grande es el amor de Cristo. El hecho de que el Dios Triuno haga Su morada y resida en nosotros y llegue a ser nuestra vida, nuestra naturaleza y nuestro contenido revela la grandeza del amor de Cristo. ¡Qué amor tan maravilloso es éste! ¡Cuán grande es este amor! Éste no es simplemente el amor que Él manifestó al morir en la cruz por nosotros, sino también el amor que Él nos muestra al entrar en nosotros. ¡Cuán excelentes son los cielos, y cuán hermosa es la tierra! Sin embargo, el Señor no está satisfecho con ellos; en vez de ello, Él anhela morar en nosotros, hacernos Su hogar, a fin de ser nuestra vida y naturaleza y llegar a ser nuestro contenido. ¿Alcanzamos a imaginarnos cuán grande es este amor?

  A través de los siglos muy pocos cristianos han aprehendido el amor de Cristo a tal grado. La mayoría de los cristianos conocen solamente el amor que el Señor manifestó al morir por ellos en la cruz; pero no conocen Su amor al hacer Su hogar en ellos. Él nos ama al grado en que no sólo murió por nosotros, sino que incluso nos considera Su morada. ¿Quiénes somos nosotros? ¡Cuán faltos de belleza somos! Sin embargo, Él viene a hacer Su hogar en nosotros, a ser nuestra vida, nuestra naturaleza y nuestro contenido, y a vivir y a actuar en nosotros. Por lo tanto, es sólo cuando permitamos que Cristo haga Su hogar en nosotros que podremos entender el grado al cual el Señor nos ama y que conoceremos Su amor que excede a todo conocimiento.

Ser llenos hasta la medida de la plenitud del Dios Triuno

  El versículo 19b dice: “Para que seáis llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios”. En los versículos anteriores Pablo se refirió al misterio de la Trinidad Divina: él oró para que el Padre nos diera el ser fortalecidos con poder en nuestro hombre interior por Su Espíritu, para que Cristo el Hijo pudiera hacer Su hogar en nuestros corazones y para que nosotros fuésemos llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios, esto es, hasta expresar todas las riquezas de Dios. Esto no es solamente la plenitud del Padre, ni del Hijo, ni del Espíritu, sino la plenitud de Dios, la plenitud de la Trinidad Divina. ¡Cuán maravilloso es esto! ¡Cuán glorioso es! Éste es un bosquejo de Efesios 3, un capítulo repleto de la impartición, transmisión, unión y mezcla divinas, y que al final nos muestra el cumplimiento de la economía de Dios y la realización de una expresión corporativa.

EL DIOS TRIUNO EN EFESIOS 4

  En el capítulo 4 vemos al Espíritu, al Señor y al Padre. En el capítulo 1 vemos al Padre, al Hijo y al Espíritu; en el capítulo 2 vemos al Hijo, al Espíritu y al Padre; en el capítulo 3 vemos al Padre, al Espíritu y al Hijo; y en el capítulo 4 vemos al Espíritu, al Hijo y al Padre. En 4:3-6 Pablo menciona siete “unos”: un Cuerpo, un Espíritu, una esperanza, un Señor, una fe, un bautismo y un solo Dios y Padre de todos. Este pasaje indica que el Hijo viene del Padre para que nosotros creamos en Él, le recibamos y entremos en Él, lo cual da por resultado que lleguemos a ser Su Cuerpo. Aquel que mora en este Cuerpo es el Espíritu, quien es la máxima manifestación del Dios Triuno: el Padre, el Hijo y el Espíritu. Por lo tanto, la máxima manifestación del Padre, del Hijo y del Espíritu mora en una habitación corporativa, que es el Cuerpo como expresión del Dios Triuno.

  Ahora vemos que la impartición de la Trinidad Divina da por resultado el Cuerpo, en el cual mora el Espíritu, quien es la máxima manifestación del Padre, del Hijo y del Espíritu. Además, al final el Cuerpo es la expresión del Padre, del Hijo y del Espíritu. En resumen, la economía del Dios Triuno consiste en que Él se imparta y transmita a nosotros, Sus creyentes, y que continuamente se una a nosotros y se mezcle con nosotros a fin de que lleguemos a ser Su único Cuerpo como Su expresión corporativa.

LA EXPRESIÓN CORPORATIVA DEL DIOS TRIUNO

  Todos los que servimos al Señor debemos ver este asunto. En todos nuestros mensajes, palabras, verdades y predicación, debemos tomar esto como el punto de partida, el contenido y el destino. Debemos mostrarles a las personas que el Dios Triuno, según Su economía, está forjándose en nosotros —impartiéndose a nosotros y uniéndose y mezclándose con nosotros— para producir un solo Cuerpo, en el cual se incluye la humanidad, la divinidad, la encarnación, el vivir humano, la muerte, la resurrección y la ascensión.

  Esto es un misterio y también es el conjunto de muchas cosas. En Juan 15 este misterio es la vid verdadera y universal; además, en los capítulos 21 y 22 de Apocalipsis, el último libro escrito por Juan, el conjunto, la totalidad, es la Nueva Jerusalén. En Juan 15 vemos la vid verdadera y universal; y en Apocalipsis 21—22 la vid verdadera y universal es la Nueva Jerusalén. El Dios Triuno está produciendo un organismo mediante Su impartición, transmisión, unión y mezcla a fin de expresarse a Sí mismo y así llevar a cabo Su economía eterna.

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