
Lectura bíblica: Ex. 17:6; Sal. 46:4; 65:9a; 36:8; Ez. 47:5, 9; Jn. 4:14; 7:37-39; Ap. 21:6; 22:1-2, 17
Hemos visto que después que Dios creó al hombre, lo puso en un huerto. En ese huerto, hay dos cosas notables: el árbol de vida y un río que fluye. El árbol y el río tienen como finalidad el dispensar de Dios. Dios creó al hombre a Su propia imagen y con un espíritu humano, sin embargo en ese tiempo el hombre no tenía la vida de Dios. El hombre solamente había sido creado por Dios y era un recipiente vacío, listo para contener a Dios. Así que, el hombre fue puesto frente al árbol de vida para que Dios se dispensara en el hombre. El hombre debía recibir a Dios como su contenido. Dios como la vida tenia el deseo de entrar en el hombre para ser el contenido del hombre. Por lo tanto, el Nuevo Testamento nos dice que si no tenemos a Dios (el Hijo), no tenemos la vida (1 Jn. 5:12). Nuestra vida humana no es larga. No es una vida que dure para siempre, sino una vida temporal. La vida imperecedera, la vida eterna, es Dios mismo. Los seres humanos necesitamos tener como nuestro contenido la vida imperecedera y eterna de Dios. Este Dios que es vida quiere dispensarse a Sí mismo como la vida divina en el hombre.
Dios y la vida son abstractos, así que este Dios abstracto que es vida necesitaba una incorporación. Esta incorporación de la vida divina es el árbol de vida, el cual es una representación de Jesús como la incorporación de Dios para ser vida para nosotros. Un día Dios vino en la carne, y el nombre de este Dios-hombre era Jesús. El hombre Jesús era la incorporación de Dios como vida, así que Juan dice que en El, en Jesús, en la incorporación de Dios, estaba la vida (Jn. 1:4). Jesús también nos dijo que El era la vida (Jn. 14:6), y que El vino para que tuviéramos vida, y para que la tuviéramos en abundancia (Jn. 10:10). Además, El nos dijo que El es el pan de vida para ser nuestro suministro y que nosotros podemos recibirle por medio de comerle (Jn. 6:35, 57). Finalmente, en el Evangelio de Juan, Jesús es revelado como la vid, la cual es el árbol de la vida (Jn. 15:1). Por medio de recibirle, por medio de comerle, llegamos a ser parte de El; llegamos a ser pámpanos de esta gran vid.
En 1958 fui invitado a Inglaterra y permanecí allí como por un mes. Un día, un amigo me llevó a ver la llamada gran vid de la reina. La reina de Inglaterra tiene una gran vid en un invernadero. Alguien me preguntó si jamás yo había visto una vid tan grande. Contesté que ver esa vid no me sorprendía porque yo había visto una más grande. Es posible que la vid de la reina mida 30 metros de largo, pero la vid que yo he visto es tan larga que rodea todo el globo terrestre. La vid que yo había visto es Jesús con todos Sus pámpanos. Los millones y millones de creyentes son los pámpanos de esta vid grande y larga que rodea el globo terrestre. ¡Qué gran vid! Todos los hermanos y las hermanas de las iglesias son los pámpanos verdes de la gran vid. Hemos llegado a ser los pámpanos de Cristo porque lo hemos recibido a El, hemos comido de El y todavía estamos comiendo. Estamos comiendo de Jesús todos los días, y estamos creciendo por medio de El. Cuando lleguemos a ser la Nueva Jerusalén, el árbol de la vida no será algo nuevo para nosotros porque ya habremos comido y disfrutado de este árbol. Hemos visto que el árbol de vida es el punto central de toda la Biblia. Este árbol de vida, la incorporación misma de Dios como vida para nosotros, es para la economía de Dios a fin de que El se dispense en el pueblo que El creó, escogió y redimió. Espero que todos tengamos una visión clara del árbol de la vida como incorporación de la vida divina, el cual tiene como fin que Dios se dispense a Sí mismo en nosotros.
En este capítulo queremos ver la segunda cosa crucial en el huerto: el río que fluye. El árbol es la incorporación, y el río es el fluir. Dios es abstracto y misterioso. Cualquier cosa misteriosa y abstracta requiere una incorporación. Aun nuestra vida humana necesita que un cuerpo sea su incorporación. La vida humana está incorporada en nuestro cuerpo, pero este cuerpo requiere un fluir. Debemos preguntarnos cuál es el fluir de nuestra vida humana. En primer lugar, la corriente de la sangre dentro de nosotros es el fluir de nuestra vida humana. Que la corriente de sangre se detenga, significa muerte. En segundo lugar, nuestra respiración también es el fluir de nuestra vida humana. Si dejamos de respirar, morimos. Nuestra vida fluye interiormente por medio de la sangre, y exteriormente por medio de nuestra respiración. Nosotros respiramos todo el día, y nuestra sangre circula todo el día. Para que estemos sanos tenemos que respirar y nuestra sangre tiene que circular libremente. El árbol de la vida es la incorporación de la vida, pero para que esta vida pueda entrar en nosotros, es necesario que fluya. Si esta vida no fluye, no puede entrar en nosotros.
La vida vacuna está incorporada en la vaca, así que una vaca es la incorporación de la vida vacuna. Pero, ¿cómo puede entrar en nosotros esta vida vacuna? La vida de la vaca necesita un fluir, y ese fluir es la leche. Podemos recibir la vida de la vaca por medio de beber la leche. Cuando un granjero ordeña una vaca, de la vaca fluye algo, y este fluir es “un río de leche”. La leche de la vaca es el río, el fluir. A muchos niños les gusta beber leche de vaca. El río de la vaca es la leche.
Cuando los hijos de Israel viajaban por el desierto, no tenían agua. Entonces Dios le dijo a Moisés que golpeara la roca, y de esta roca hendida fluyó agua viva para que el pueblo bebiera (Ex. 17:6). En 1 Corintios 10 Pablo nos dijo que la roca era Cristo que seguía a los hijos de Israel en el desierto (v. 4). Esa roca era la incorporación de Dios, tal como lo era el árbol de la vida. Dios estaba incorporado en esa roca, pero ¿cómo podía esa roca entrar en la gente? La roca tenía que fluir, así que el agua viva fluyó de la roca para que todo el pueblo bebiera. Cuando ellos bebían de la roca, bebían de Dios. El agua que fluía de la roca era el fluir de la vida divina, tal como la leche es el fluir de la vida vacuna.
Cada vez que bebamos leche tenemos que darnos cuenta de que esta leche es la vida vacuna que fluye. La leche de la vaca es el fluir de la vida vacuna. Mi madre trabajaba para un pastor estadounidense. Cuando los niños íbamos a la casa de nuestro pastor, yo percibía un olor a vaca. Un día le pregunté a mi madre por qué yo percibía un olor a vaca cuando iba a la casa del pastor. Mi madre contestó: “¿No te das cuenta de que los estadounidenses beben leche de vaca? Cuanto más beben leche de vaca, más huelen a vaca”. Si nosotros bebemos la “leche de Jesús” todos los días, finalmente oleremos como Jesús. La leche de Jesús es el río de la vida divina. La leche y la vaca son uno. La leche y la vaca no son dos cosas, sino una sola cosa en dos etapas. Cuando la vaca fluye, llega a ser leche. La leche contenida en un vaso es el fluir de la vaca. Así que, cuando bebemos leche, bebemos de la vaca. En el huerto estaba el árbol de vida como la incorporación de la vida divina, pero esta vida tiene que fluir hasta entrar en nosotros para el dispensar de Dios. Junto con el árbol está un río que fluye, lo cual indica que la vida divina fluye para que nosotros la bebamos. Cuando bebemos de este río, la vida divina es dispensada en nuestro ser.
El árbol de la vida y el río de vida son para que se dispense Dios. Dios como la vida divina misma desea dispensarse en nosotros. Tenemos que entender la Biblia, no meramente conforme a la letra, sino conforme a la luz divina, para que podamos ver este maravilloso cuadro del árbol de vida con el río de vida, el cual describe que Dios está incorporado y que Dios fluye de Sí mismo y entra en nosotros para dispensarse a Sí mismo en nuestro ser.
En Juan 6 el Señor Jesús le dijo a la gente que El era el pan de vida para que la gente comiera (vs. 48, 57). Muchos de los judíos no pudieron entender esto. Dijeron que esta palabra era dura (6:60). Luego el Señor Jesús dijo a los discípulos: “El Espíritu es el que da vida” (Jn. 6:63). No es la carne la que da vida, sino que es el Espíritu el que da vida. Esto equivale a decir que no es la vaca grande, la que da la vida vacuna, sino la leche de la vaca. Es imposible que un niño pequeño se coma una vaca grande. Para que un bebé disfrute una vaca grande, necesita beber la leche de la vaca. De la vaca fluye leche, y esta leche nutre al bebé. La carne para nada aprovecha; el Espíritu es el que da vida. Jesús es la incorporación de Dios, y el Espíritu es el fluir de Dios. Junto con el árbol está el río, y junto con Jesús está el Espíritu.
En Juan 7 el Señor Jesús dijo que los que tuvieran sed viniesen a El y bebieran. Si nosotros bebemos de El, de nuestro interior fluirán ríos de agua viva. El versículo 39 nos dice que El dijo esto “del Espíritu”. El Espíritu fluirá de Jesús para que Sus creyentes lo beban. Cuando bebemos del Espíritu, disfrutamos el río, y ríos de agua viva fluirán de lo más profundo de nuestro ser. En Exodo vemos la roca hendida de la cual salía agua viva (17:6). Luego, Salmos 46:4 nos dice que hay un río que alegra la ciudad de Dios. La ciudad de Dios en los Salmos representa la iglesia. Hay un río que alegra a la iglesia. Lo que nos alegra en la iglesia es el río. El río es el fluir de Jesús, así como la leche es el fluir de la vaca. Todos nosotros somos como recién nacidos que beben del río de leche (1 P. 2:2). Este río nos alegra. Alabado sea el Señor porque hay un río que alegra la ciudad de Dios. El Salmo 65:9a indica que este río es el río de Dios. El río en Génesis 2 es el río de Dios.
En un sentido positivo, Dios es como una gran vaca. El es el origen de la vida, y la leche celestial procede de esta gran vaca llegando a ser un río de leche. Este es el río de la vaca. De la misma manera, el río de nuestro Dios está lleno del agua de vida para satisfacernos, para apagar nuestra sed y para alegrarnos. Cuando bebemos de este río, algunas veces enloquecemos de disfrute. El Salmo 36:8 dice que bebemos del torrente de las delicias de Dios. En Ezequiel 47, del templo de Dios salían aguas (v. 1), las cuales finalmente llegaron a ser un río profundo (v. 5). A dondequiera que llegaba el río, todo vivía (v. 9). El fluir de este río hacía que todo viviera. Cuando este río llega a cierta región, hace que esa región sea viviente; hace que ciudad tras ciudad en esa región sea viviente. ¡Alabado sea el Señor por este río que lleva vida a dondequiera que va!
En el Evangelio de Juan, el Señor Jesús le dijo a la mujer samaritana: “El que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna” (4:14). Luego, el Señor nos dijo que el que bebiera de El, de lo más profundo de su ser fluirían ríos de agua viva (7:38). Los “ríos de agua viva” son las diversas corrientes de los diferentes aspectos de la vida (cfr. Ro. 15:30; 1 Ts. 1:6; 2 Ts. 2:13; Gá. 5:22-23) del único “río de agua de vida” (Ap. 22:1), el cual es el “Espíritu de vida” de Dios (Ro. 8:2).
Al final del Nuevo Testamento se revela que en la Nueva Jerusalén hay un río de agua de vida (Ap. 22:1). Ese río es la consumación de todos los ríos mencionados en la Biblia. El río empezó en Génesis 2 y tiene su consumación en Apocalipsis 22. Este río es el río de Dios el cual fluye transmitiendo la vida divina. Este río es el Espíritu. La fuente de vida es Dios el Padre, el manantial es el Hijo, quien es la incorporación de la vida, la incorporación de la fuente, y el Espíritu es el fluir de vida como el río que llega a nosotros. Esto es Dios dispensándose en nosotros. Cuando bebemos del río divino, recibimos el fluir, el manantial y la fuente, es decir, al Dios Triuno. De esta forma el Dios Triuno se dispensa a Sí mismo como vida en nuestro ser.
Nosotros estamos bebiendo del río que fluye del manantial, y este manantial es la incorporación misma de la fuente. Dios el Padre está incorporado en el Hijo, el Hijo fluye mediante el Espíritu, y el Espíritu llega a nosotros como el agua viva para nuestro disfrute. Esto es Dios dispensándose a Sí mismo en nuestro ser para hacernos igual que El. El Padre divino tiene muchos hijos divinos en una sola familia divina. Esto es la vida de la iglesia, la cual es el resultado del dispensar del Dios Triuno mismo como vida en nuestro ser, en Su economía divina. ¡Alabado sea el Señor por tal economía divina! ¡Alabado sea el Señor por el árbol de vida! ¡Alabado sea el Señor porque el río fluye!