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Mensajes del libro «Economía divina, La»
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CAPITULO SEIS

LA ECONOMIA DIVINA: EN LA ENCARNACION Y EL VIVIR HUMANO DE CRISTO, CON EL PADRE; Y EN LA CONCEPCION Y EL MINISTERIO DE JESUS, POR EL ESPIRITU SANTO

  Lectura bíblica: Jn. 1:1, 14, 16-18; 5:43a; 6:46; 7:29; 16:27b; 8:16, 29; 16:32; 14:9-11; 10:30; 6:57a; 5:30b, 36b; 10:37; 14:24b; 10:25b; 7:18; Lc. 1:31-35; Mt. 1:18-23; 3:16-17; 12:28; Lc. 4:14, 18-19; Hch. 10:38; He. 9:14

  Hasta aquí hemos tratado tres puntos principales: la economía divina, la incorporación de Dios y el fluir de Dios. El propósito de la incorporación de Dios y del fluir de Dios es la economía divina. Para que Dios se dispense a Sí mismo en Su pueblo escogido, es necesario que El sea incorporado y también que fluya. En este capítulo queremos ver a continuación cómo Dios ha sido incorporado en Jesús. Jesús como árbol de vida es la incorporación de Dios. Debido a que Dios es Espíritu (Jn. 4:24a), El es misterioso y abstracto. No había manera de que la gente tuviera contacto con El. Pero conforme a Su sabiduría, se incorporó en un hombre llamado Jesús. En la historia de la humanidad existió entre los hombres un hombre que era la incorporación de Dios. Si uno toca a ese hombre, toca a Dios. Si uno recibe a ese hombre, recibe a Dios. Si uno tiene a ese hombre, tiene a Dios. Dios ya no es abstracto, sino que está incorporado en el hombre Jesús. Dios ya no es misterioso sino manifiesto, ya no es invisible sino tangible. Nuestro Dios hoy en día es el Dios incorporado, el Dios manifestado, el Dios tangible, y este Dios tangible es un hombre llamado Jesús.

  El propósito principal del Evangelio de Juan es mostrarnos la incorporación de Dios. Nos da una narración completa de cómo Dios se incorporó en este hombre, Jesús. Juan escribió su Evangelio de una manera sencilla, sin embargo, todos los puntos que se transmiten allí son maravillosos, profundos y misteriosos. La mayoría de los versículos enumerados en la lectura bíblica escrita arriba, no son estudiados por muchos lectores ni maestros de la Biblia. Muchos cristianos, desde su juventud, están familiarizados con Juan 3:16. Pero, ¿cuántos están familiarizado con Juan 6:46 y con 5:30? Muchos versículos del Evangelio de Juan han sido desatendidos y pasados por alto, pero nosotros tenemos que acudir a estos versículos para poder ver la incorporación misma de Dios en este hombre, Jesús.

  La encarnación de Cristo se realizó con el Padre, y Su vivir humano también se llevó a cabo con el Padre. La expresión “Su encarnación” se refiere a Su nacimiento, y “Su vivir humano” se refiere a Su vida mientras estuvo en la tierra. Jesús como la incorporación de Dios nació para vivir en la tierra, y el propósito de Su nacimiento y de Su vida en la tierra era el dispensar de Dios que tiene lugar en la economía divina. El dispensar divino es el factor principal del nacimiento y de la vida de Jesús en la tierra.

  En Su nacimiento, Jesús trajo al Padre consigo. Es posible que muchos de nosotros nunca nos hayamos dado cuenta de que cuando Jesús vino por medio de la encarnación, vino con el Padre. El pequeño niño que nació en el pesebre estaba con el Padre. Además, cuando Jesús vivió en la tierra, El siempre estaba con el Padre; nunca estuvo solo. Cuando viajaba de aldea en aldea, de Judea a Samaria, de Samaria a Galilea, nunca estuvo solo porque el Padre siempre estaba con El. Siempre viajaba con el Padre.

LA ENCARNACION DE CRISTO, CON EL PADRE

  Como Hijo de Dios, Jesús vino en el nombre del Padre (Jn. 5:43a). Supongamos que una persona llamada Sr. Smith tuviera una cuantiosa cuenta bancaria. Si yo voy al banco en el nombre del Sr. Smith, los empleados del banco me llamarán Sr. Smith. En lo que a la cuenta se refiere, el Sr. Smith está allí; pero en cuanto a la persona, soy yo quien está en el banco. Yo estoy allí en el nombre del Sr. Smith. Cuando el Hijo viene en el nombre del Padre, ¿quién es el que viene? Isaías 9:6 dice que nos es dado un Hijo cuyo nombre es Padre eterno. Debido a que yo fui al banco en el nombre del Sr. Smith, soy llamado Sr. Smith. Debido a que el Hijo vino en el nombre del Padre, Su nombre es Padre eterno. No olviden Juan 5:43a donde el Señor Jesús dijo: “Yo he venido en nombre de mi Padre”.

  Juan 1:1 nos dice que el Verbo era Dios, y Juan 1:14 nos dice que el Verbo se hizo carne. Dios se hizo carne, esto es, se hizo hombre, y este Hombre es la incorporación de Dios. Dios ya no es un misterio. Ahora Dios está incorporado porque El se hizo hombre. Tenemos que preguntarnos si este Dios-hombre es el Hijo o el Padre. Al preguntarnos esto tenemos que decir que El es el Hijo con el Padre. Dios se hizo carne, y este Dios es el Hijo con el Padre. Cuando Dios el Hijo se hizo carne, El se hizo carne junto con Dios el Padre. Dios el Hijo con Dios el Padre se hizo carne. Es posible que en el pasado se nos haya dicho que cuando el Hijo vino para nacer como hombre, dejó al Padre en el trono en el cielo. Pero la Biblia nos dice que cuando el Hijo vino, vino con el Padre.

  Juan 6:46 dice: “No que alguno haya visto al Padre, sino aquel que vino de Dios; éste ha visto al Padre”. La preposición griega que se traduce “de” en este versículo es pará, la cual significa “junto con” o “al lado de”. John Nelson Darby señala en su Nueva Traducción que el sentido de pará en este versículo es “de y con”. El Hijo vino de y con el Padre. El vino no sólo del Padre sino también con el Padre. Juan 7:29 dice: “Pero yo le conozco, porque de él procedo, y él me envió”. En Juan 16:27 el Señor Jesús dijo: “Yo salí de Dios”. Otra vez, la palabra “de” en estos versículos es pará, y su sentido es de y con. El Padre envió al Hijo, y el Hijo vino del Padre. Pero también vino con el Padre.

  Juan 6:46; 7:29; y 16:27 nos dicen que cuando el Hijo vino del Padre, vino con el Padre. Cuando el Hijo vino, no vino solo; El no dejó al Padre en los cielos. El día en que Jesús estaba en la casa de Simón el leproso y en que María derramó el ungüento precioso sobre El (Mt. 26:6-7), El era el Hijo con el Padre. Dios estaba incorporado en Jesús, porque Jesús era el Hijo con el Padre. Si El sólo fuera el Hijo y si al venir hubiera dejado al Padre en los cielos, no sería la incorporación de Dios. Pero el Hijo estaba ahí con el Padre como la incorporación misma del Padre, como la incorporación misma de Dios. El es el Hijo, El es el Padre y El es Dios.

EL VIVIR HUMANO DE CRISTO, CON EL PADRE

  Juan 8:16 dice: “Y si yo juzgo, mi juicio es verdadero; porque no soy yo solo, sino yo y el que me envió, el Padre”. El Señor no estaba solo, sino que El y el Padre siempre estaban juntos. En el versículo 29 del mismo capítulo el Señor Jesús dijo: “El que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre”. El Enviador está con Aquel que es enviado. En Juan 16:32 el Señor Jesús dijo: “He aquí la hora viene, y ha venido ya, en que seréis esparcidos cada uno por su lado, y me dejaréis solo; mas no estoy solo, porque el Padre está conmigo”. Aquí hay tres versículos que nos dicen que el Señor Jesús nunca estuvo solo mientras andaba en esta tierra porque el Padre siempre estaba con El. Cuando cerca del mar de Galilea llamó a Pedro y a Juan, el Padre estaba con El. Cuando estaba hablando con la mujer samaritana junto al pozo de Jacob, el Padre estaba con El. El siempre vivió en la tierra con el Padre, y aun vivió como el Padre. Nunca se quedó solo.

  Un día Felipe le dijo al Señor: “Muéstranos al Padre, y nos basta” (14:8). La contestación de Jesús a Felipe fue maravillosa: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí?” (14:9-10a). El Señor le dijo a Felipe que si lo había visto a El, había visto al Padre. Esto se debe a que El estaba en el Padre, y a que el Padre estaba en El; El Padre siempre estaba con El, y El como la incorporación de Dios estaba allí en el nombre de Su Padre. El no solamente era el Hijo, sino también el Padre. Estos asuntos no son meramente doctrinales. El Hijo es la incorporación misma del Dios Triuno como árbol de vida para que el Dios Triuno se dispense a Sí mismo en todos Sus hijos. Así que, cuando tenemos al Hijo, tenemos al Padre (1 Jn. 2:23), y tenemos al propio Dios Triuno.

  En Juan 10:30 el Señor Jesús dijo: “Yo y el Padre uno somos”. Esta es la incorporación del Dios Triuno. En esta incorporación están el Hijo y el Padre, más aún el Dios Triuno, porque Dios quería dispensarse a Sí mismo en Su pueblo escogido. Sin esta incorporación, Dios sería misterioso y abstracto. Nadie podría verlo ni tocarlo. Pero he aquí un hombre que es la incorporación del Dios Triuno. En este hombre está Dios el Hijo y Dios el Padre. Cuando vemos a este hombre vemos a Dios; cuando tocamos a este hombre tocamos a Dios; ahora mismo podemos asir a Dios. ¡Podemos asir al Dios misterioso, abstracto e invisible! ¡Ahora tenemos a Dios! Este Dios ha sido dispensado en nosotros y nunca nos dejará. ¡Alabado sea el Señor por la economía divina!

  En Juan 6:57 el Señor nos dice que el Padre viviente lo envió y que El vivió por el Padre. Mientras estaba en la tierra, el Hijo vivía por causa del Padre; vivía a causa de, mediante y por el Padre. Si el Padre hubiera estado lejos, en los cielos, mientras el Señor estaba en la tierra, habría sido imposible que El viviera por causa del Padre. Pero ya que vino con el Padre y era uno con el Padre, El podía vivir a causa del Padre y por el Padre. Mientras Jesús andaba en la tierra, El vivía no por Sí mismo sino siempre por el Padre. En realidad, El no vivió Su propia vida; El vivió la vida del Padre.

  Juan 5:30 dice: “No puedo yo hacer nada por mí mismo; según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió”. Jesús, el Hijo de Dios, nunca hizo nada por Sí mismo y nunca buscó Su propia voluntad. El buscó la voluntad del Padre e hizo la obra del Padre. Esta maravillosa persona es el Hijo con el Padre. En el 5:36 El dijo: “Mas yo tengo mayor testimonio que el de Juan; porque las obras que el Padre me dio para que cumpliese, las mismas obras que yo hago, dan testimonio de mí, que el Padre me ha enviado”. Jesús no hizo Su propia obra, sino la obra que el Padre le dio para que cumpliese. Juan 10:37 dice: “Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis”. Esto significa que El siempre hizo la obra del Padre. El Hijo nunca hizo Su propia obra.

  Juan 14:24 dice: “El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió”. Juan 10:25 dice: “Jesús les respondió: Os lo he dicho, y no creéis; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ellas dan testimonio de mí”. Jesús no sólo vino en el nombre del Padre sino que también hizo Sus obras en el nombre del Padre. Juan 7:18 dice: “El que habla por su propia cuenta, su propia gloria busca; pero el que busca la gloria del que le envió, éste es verdadero, y no hay en él injusticia”. Este versículo nos dice que el Hijo siempre buscaba la gloria del Padre.

  Con base en los versículos que hemos señalado podemos ver que el Hijo vino en el nombre del Padre, con el Padre, y que vivió en la tierra con el Padre. El Hijo habló la palabra del Padre, hizo la obra del Padre, hizo la voluntad del Padre, y buscó la gloria del Padre. El siempre hizo todo en el nombre del Padre, y el Padre siempre estaba con El. Además, el Padre siempre está en El, y El siempre está en el Padre, así que El y el Padre son uno. Esta es la maravillosa manera en que Dios se incorporó en Jesús. El Hijo y el Padre son uno, pero existe todavía una distinción entre el Hijo y el Padre. El Hijo y el Padre no están separados, puesto que el Hijo vino con el Padre, el Hijo vino en el nombre del Padre, y el Hijo y el Padre moran mutuamente el uno en el otro. Ellos son distintivamente dos, pero estos dos son uno. Lo que la Biblia revela en cuanto al Hijo con el Padre es diferente de la teología tradicional. En el recobro del Señor no queremos seguir ninguna enseñanza tradicional, más bien, queremos regresar a la Palabra pura. Todos estos versículos que hemos abarcado revelan la verdad de que el Hijo vino en el nombre del Padre, que vino con el Padre, y que El como incorporación del Dios Triuno siempre es uno con el Padre para que Dios mismo se dispense en nuestro ser.

LA CONCEPCION Y EL MINISTERIO DE JESUS, POR EL ESPIRITU SANTO

  El Hijo se encarnó y vivió una vida humana para que Dios pudiera dispensarse a Sí mismo en Su pueblo escogido. Cuando el Hijo se encarnó para ser la incorporación de Dios, lo hizo por el Espíritu. Tanto la concepción de Jesús como Su ministerio fueron realizados por el Espíritu Santo. Por un lado, Dios se encarnó. Por otro, Jesús fue concebido en el vientre de una virgen y nació por el Espíritu Santo (Mt. 1:18, 20). Cuando Jesús tenía treinta años, salió a ministrar, a obrar para Dios (Lc. 3:23). El Espíritu descendió sobre El para ungirlo y para darle poder. El ministerio del Señor Jesús para Dios se llevó a cabo también mediante el Espíritu Santo. Dios se hizo hombre para poder dispensarse a Sí mismo en el hombre, y este Dios es triuno: el Padre, el Hijo y el Espíritu. Dios y el hombre llegaron a ser uno. En un sentido El es Dios, y en otro, El también es hombre. Este es uno de los asuntos más complicados del Nuevo Testamento. Pero tenemos que dedicar más tiempo para adentrarnos en este maravilloso misterio de la mezcla de Dios con el hombre para nuestra experiencia y disfrute del Dios Triuno en Su dispensar.

La concepción de Jesús

  La concepción de cualquier persona siempre es efectuado por el padre con la madre. Pero la concepción de Jesús no fue efectuada por un padre humano con una madre humana, sino por el Espíritu Santo con una virgen humana. El Espíritu Santo es Dios, así que en la concepción de Jesús tomaron parte tanto Dios como el hombre. Esta fue la concepción más extraordinaria y especial de toda la historia, una concepción de Dios con el hombre. En la concepción humana, sólo hay una clase de esencia, la esencia humana. Pero la concepción de Jesús constó de la esencia divina y de la esencia humana. Jesús nació de dos elementos: el elemento divino y el elemento humano. Así que, El poseía dos naturalezas, a saber, la naturaleza divina y la naturaleza humana. El era el Dios completo y el hombre perfecto, un Dios-hombre. En El, Dios y el hombre se unieron y llegaron a ser uno.

  Hasta el tiempo en que nació Jesús, nunca había habido tal persona que poseyera dos esencias, dos elementos, dos naturalezas, que fuese tanto Dios como hombre. En Jesús uno puede ver tanto a Dios como al hombre. Dios y el hombre no están separados sino unidos, vinculados, y aun mezclados en la persona de Jesús. Dios y el hombre llegaron a ser una sola persona: nuestro maravilloso Salvador, Jesucristo. Muchos cristianos sólo se dan cuenta de que a la humanidad le nació un Salvador, pero no se dan cuenta de que ese niño que nació en un pesebre es una persona que es tanto Dios como hombre, teniendo las esencias, elementos y naturalezas, tanto divinos como humanos. Isaías 9:6 nos dice que el niño que nos es nacido es llamado Dios fuerte. Según el Evangelio de Lucas, Jesús fue a Jerusalén con Sus padres cuando tenia doce años (2:41-42). Cuando leemos esta narración, debemos tener en cuenta que ese niño de doce años de edad era tanto Dios como hombre. Su constitución, Su composición, constaba de los elementos divino y humano.

El aspecto esencial y el aspecto económico del Espíritu

  Cuando Jesús tenía treinta años empezó a ministrar (Lc. 3:23). En el Antiguo Testamento, un sacerdote debía tener treinta años, la edad de madurez, para poder participar en el servicio de Dios (Nm. 4:3, 35, 39, 43, 47). El Señor Jesús, a la edad de treinta años, salió a ministrar, a servir a Dios, a predicar el evangelio, a llevar a cabo la economía de Dios. En los tiempos de Juan el bautista, Dios ordenó que todos los israelitas fueran bautizados. Jesús como hombre, como israelita, tenía que ser bautizado. El no podía ser una excepción. Después de que Jesús fue bautizado, tres cosas sucedieron: los cielos fueron abiertos, el Espíritu de Dios descendió como paloma sobre El, y el Padre habló en cuanto al Hijo: “Este es mi hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mt. 3:16-17).

  Hemos señalado que el Hijo vino con el Padre y que el Padre estaba en el Hijo. Pero en Mateo 3 está escrito que después de que el Hijo fue bautizado, el Padre habló desde los cielos. El Hijo y el Padre no están separados sino que son uno, y el Hijo y el Padre moran mutuamente el uno en el otro. Pero en Mateo 3 el Hijo está en la tierra y el Padre está en los cielos. ¿Cómo podemos conciliar estos dos asuntos? Además vimos que Jesús fue concebido del Espíritu Santo y que este Espíritu Santo como el elemento divino era el constituyente de Jesús. Jesús ya tenía al Espíritu Santo, no obstante, el Espíritu descendió como paloma sobre El. ¿Cómo podemos resolver este problema?

  Antes de que el Espíritu de Dios descendiera y viniera sobre El, el Señor Jesús ya había nacido del Espíritu (Lc. 1:35; Mt. 1:18, 20), lo cual comprueba que El ya tenía al Espíritu de Dios dentro de Sí. Este aspecto del Espíritu era para que se llevara a cabo Su nacimiento. Ahora, para la realización de Su ministerio, el Espíritu de Dios descendió sobre El, lo cual sirvió para ungir al nuevo Rey y presentarlo al pueblo como cumplimiento de Isaías 61:1; 42:1 y de Salmos 45:7, el cual era ungir al nuevo Rey y presentarlo a Su pueblo.

  La finalidad de Su concepción era que El existiera; la de Su ministerio era que El obrara. Jesús fue concebido y nació del Espíritu Santo para existir; pero para obrar a fin de llevar a cabo el ministerio de Dios, necesitaba un requisito extraordinario. El Espíritu Santo que El recibió en Su concepción era necesario para Su ser, Su existencia, y llegó a ser un elemento de Su persona. El necesitaba la esencia del Espíritu Santo para existir. La esencia divina llegó a ser la constitución del ser de Jesús. Esto es el aspecto esencial. Para Su obra, es decir, para Su ministerio, El necesitaba más del Espíritu Santo; El necesitaba el poder divino del Espíritu Santo, el aprovisionamiento divino. Este es el aspecto económico. La esencia corresponde al aspecto esencial, y el poder corresponde al aspecto económico. En Su aspecto esencial, el Espíritu Santo, siendo la esencia de la persona de Jesús, nunca puede ser separado de Jesús, y en este sentido el Espíritu Santo nunca abandonó a Jesús. En Su aspecto económico, el Espíritu Santo como poder vino sobre El, no con el fin de que El pudiera existir, sino con el fin de darle poder para que obrara para Dios. Este poder puede venir, permanecer o irse. Cuando este poder vino, no añadió nada nuevo al ser de Jesús. Cuando este poder se fue, no indicó que Su ser hubiera sido dañado. Todos necesitamos conocer estos dos aspectos del Espíritu en cuanto a la persona y a la obra de Jesús: el aspecto esencial y el aspecto económico.

  Que nuestro Dios se dispense a Sí mismo en nosotros no es algo simple. Todo aquello que Jesús experimentó, lo debemos experimentar también nosotros. Todos necesitamos nacer del Espíritu Santo. Esto es nuestra regeneración, nuestro nuevo nacimiento, para que tengamos al Espíritu Santo dentro de nosotros. En el aspecto esencial, al ser regenerados, recibimos al Espíritu Santo, pero en el aspecto económico, todavía necesitamos al Espíritu Santo. Al estar hablando, en el aspecto económico necesito al Espíritu Santo como mi poder. El bautismo en el Espíritu Santo es singularmente uno y se realizó sobre el Cuerpo de Cristo hace más de mil novecientos años (1 Co. 12:13). Pero las experiencias del bautismo en el Espíritu Santo son numerosas y son compartidas continuamente por todos los miembros del Cuerpo. Pedro primero recibió el bautismo (Hch. 1:5, 8; 2:4) y después lo experimentó una y otra vez (Hch. 4:8, 31). La finalidad de todo esto es la economía de Dios de dispensarse a Sí mismo en nosotros.

El Dios Tres-uno para nuestra experiencia

  El Hijo vino por medio de la encarnación con el Padre y fue concebido del Espíritu y nació de El. El es la incorporación del Dios Triuno para el dispensar de Sí mismo en Su pueblo. Cuando invocamos el nombre del Señor Jesús, no disfrutamos sólo al Hijo, sin disfrutar al Padre ni al Espíritu. Esto es porque el Hijo vino para ser incorporado, con el Padre y por el Espíritu. Cuando tocamos al Hijo, tocamos al Padre y al Espíritu.

  Juan 14:23 dice: “Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él”. Es posible que nuestro concepto haya sido que cuando nosotros amamos al Señor Jesús, el Señor Jesús viene a nosotros solo. Tal vez nunca hayamos considerado que el Señor Jesús viene a nosotros con el Padre. El Señor nos dice que una vez que lo amamos a El, el Padre y El vendrán a morar con nosotros. Cuando decimos: “Señor Jesús”, el Padre viene con el Hijo. El Padre está siempre con el Hijo, así que cuando invocamos al Hijo y decimos: “Señor Jesús, te amo”, el Padre viene. Todos necesitamos decir: “Señor Jesús, te amo” para experimentar que el Padre viene con el Hijo para hacer morada con nosotros. Además, cuando invocamos el nombre del Hijo, el Padre viene, el Espíritu lo sigue y el Hijo permanece. Tenemos a los tres, pero los tres son uno. El Dios Tres-uno es un misterio maravilloso: tres como uno para nuestra experiencia y en nuestra experiencia.

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