
Lectura bíblica: Jn. 1:1, 14a, 29; 3:14; 12:24, 28, 31-33; 19:34; Ro. 8:3; 6:6; 1 Co. 15:45b; 2 Co. 5:21; He. 2:14; 9:26b, 28a, 14; Col. 1:15, 20; Ef. 2:15-16; Mr. 15:25, 33-34; 1 Jn. 1:7
Hemos visto que la encarnación, el vivir humano, la concepción y el ministerio de Cristo están relacionados a la economía de Dios. El hombre Jesús era una composición del Dios Triuno, la incorporación de todo el Dios Triuno. El estaba con el Padre, y El estaba totalmente constituido por el Espíritu Santo. El era la incorporación del Dios Triuno, la propia incorporación de la vida como el árbol de la vida para que nosotros comamos, a fin de que Dios se dispense a Sí mismo en nosotros, quienes comemos de El. En este capítulo queremos tener comunión en cuanto a otro asunto crucial, excelente y maravilloso del Nuevo Testamento: la muerte todo-inclusiva de Cristo. La muerte de Cristo no fue una muerte común sino una muerte todo-inclusiva debido a que Cristo mismo es todo-inclusivo. Siendo El todo-inclusivo, El sufrió una muerte todo-inclusiva.
Tal vez nos preguntemos por qué hubo la necesidad de tal muerte todo-inclusiva. Cuando Cristo vino con el Padre y por el Espíritu había muchas cosas negativas en el universo. La intención de Dios es dispensarse a Sí mismo en el hombre, pero el hombre estaba ocupado, rodeado y hasta siendo utilizado por las cosas negativas.
Hay por lo menos ocho cosas negativas en el universo con las cuales Cristo necesitaba tratar en la cruz. La primera de estas cosas negativas es Satanás, el diablo, el enemigo de Dios, el adversario de Dios. El hombre fue creado por Dios y Dios tenía la intención de dispensarse a Sí mismo en el hombre. Pero el hombre fue capturado, poseído y usurpado por Satanás. Satanás tomó al hombre como su cautivo y ahora mantiene al hombre bajo su mano usurpadora. Junto con Satanás, existe otra cosa negativa: el mundo. El mundo es un sistema y una organización satánicos que ocupa al pueblo de Dios. La tercera cosa negativa es el pecado. En el universo y en la tierra, dentro de los hombres y entre ellos, hay algo personificado, algo vivo, y algo poderoso y muy maligno. Esto es el pecado. La cuarta cosa negativa es la carne. Nuestra carne es maligna, horrible, corrompida, fea y está en rebelión contra Dios. La quinta cosa negativa es el viejo hombre. No importa cuán jóvenes seamos, somos parte del viejo hombre. La vieja creación es otra cosa negativa que Cristo tuvo que tratar por medio de Su muerte. Todas las cosas del universo se han hecho viejas. En toda la creación puede verse la corrupción; todo se está muriendo o decayendo. En séptimo lugar, en la tierra entre la humanidad no hay unidad, no hay paz. Existe una organización llamada las Naciones Unidas, pero las naciones están completamente desunidas. Las naciones del mundo están peleando unas contra otras, y esta división proviene de Babel. La última cosa negativa, la cual es el último enemigo (1 Co. 15:26), es la muerte. Como gente que Dios hizo para Su propio propósito, todos estábamos ocupados, rodeados y poseídos por estas ocho cosas. Para que Dios se dispensara a Sí mismo en el hombre, seguramente tenía que limpiar y librar el universo de estas ocho cosas.
El único medio por el cual Dios podía quitar estas ocho cosas era la maravillosa muerte de Cristo. Esta persona maravillosa, Jesucristo, la propia incorporación de Dios, murió para quitar del universo todas estas cosas negativas. Mediante Su muerte, El quitó todas estas cosas negativas, y es por esto que Su muerte es todo-inclusiva. Su muerte destruyó a Satanás, juzgó al mundo, condenó al pecado, crucificó la carne, crucificó al viejo hombre, terminó la vieja creación, y abolió todas las ordenanzas que causaban divisiones entre la raza humana. Su muerte hasta destruyó la muerte. ¡Aleluya por tal muerte todo-inclusiva!
Ahora necesitamos ver quién murió en la cruz. Puede ser que comprendamos que Jesucristo como nuestro Redentor y Salvador murió en la cruz, pero debemos adentrarnos más para darnos cuenta de que El murió en la cruz como el Dios-hombre. Su constitución es divina y humana. El es una constitución viva de dos esencias y de dos elementos con dos naturalezas, de modo que El era el Dios-hombre. Como tal, El murió en la cruz.
En el primer siglo, mientras el apóstol Juan aún vivía, hubo una gran herejía inventada por Cerintio, la cual decía que cuando Jesús murió en la cruz, Cristo lo abandonó. Eso habría significado que cuando Jesús murió en la cruz, El era pura y meramente un hombre sin la esencia divina ni el elemento divino. Juan hace frente a esta herejía en 1 Juan 2:22, donde dice: “¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? Este es anticristo, el que niega al Padre y al Hijo”. La esencia divina era parte de la constitución de Cristo. Uno puede quitarle sus pertenencias a una persona, pero no puede quitarle su naturaleza humana, ya que es parte intrínseca de su ser. Jesús está constituido con la esencia divina y la esencia humana, y estas esencias nunca le podrían ser quitadas ya que son parte intrínseca de Su ser divino y humano. No debemos olvidar que Aquel que murió en la cruz por nosotros era tanto Dios como hombre: el Dios-hombre. Este Dios-hombre murió en la cruz en siete maravillosos aspectos.
Primero, El murió en la cruz como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn. 1:29). Como el Cordero de Dios El quitó el pecado del mundo, incluyendo todos los pecados (1 Co. 15:3).
Juan 3:14 nos dice que Jesús también murió en la cruz como una serpiente: “Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado”. El Cordero de Dios es una figura retórica, y la serpiente también. Cuando el Señor Jesús murió en la cruz, ante los ojos de Dios El tenía la forma de una serpiente. Esto se debe a que todos los pecadores hemos llegado a ser serpientes. Todos nosotros hemos sido envenenados por la serpiente antigua, Satanás. Cuando los hijos de Israel pecaron contra Dios, fueron mordidos por serpientes (Nm. 21:4-9). Dios le dijo a Moisés que levantara una serpiente de bronce a favor de ellos para el juicio de Dios, a fin de que mirando a la serpiente de bronce todos vivieran. Como descendientes de Adán, hemos sido envenenados por la serpiente antigua, y la naturaleza de la serpiente está dentro de nosotros.
Mateo 16:23 nos dice que el Señor Jesús reprendió a Pedro, diciéndole: “¡Quítate de delante de mí, Satanás!” Pedro no era un hombre malo; estaba tratando de mostrarle amor al Señor Jesús. Después de que el Señor les dijo a los discípulos que El tenía que pasar por el sufrimiento, la crucifixión y la resurrección, Pedro “comenzó a reconvenirle, diciendo: Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca” (v. 22). Aun cuando Pedro amaba al Señor Jesús, él era una serpiente. El Señor lo reprendió llamándolo Satanás. No sólo cuando hacemos cosas malas somos como Satanás, sino también cuando hacemos cosas buenas. Satanás es aquel que se rebeló contra Dios, y esta naturaleza rebelde de Satanás está en nuestra naturaleza caída. Cuando hacemos cosas malas, estamos contra Dios. Cuando hacemos cosas buenas, también es posible que estemos en rebelión contra Dios. No es asunto del bien o del mal, sino de nuestra naturaleza. Conforme a nuestra naturaleza caída, todos somos serpientes.
La serpiente que Moisés levantó en el desierto era una serpiente de bronce. Tenía la forma de la serpiente sin el veneno de la serpiente. En Romanos 8:3 Pablo nos dijo que Dios envió a Su propio Hijo “en semejanza de carne de pecado”. La carne de pecado es la serpiente. Todos tenemos la carne de pecado, y todavía vivimos en la carne de pecado. Ante los ojos de Dios esta carne de pecado es una serpiente, porque en la naturaleza de la carne de pecado está la naturaleza maligna de Satanás. Así que, Satanás es la serpiente, y nuestra carne de pecado también es la serpiente.
Como Dios, el Señor Jesús se hizo carne. Se unió a la humanidad caída y pecaminosa, sin embargo, El no tenía pecado (He. 4:15). Por la Palabra, nos damos cuenta de que la carne no es algo bueno sino algo malo. Juan dice que Dios se hizo carne (Jn. 1:1, 14), pero Romanos 8:3 nos dice que Jesús sólo tenía la semejanza de la carne de pecado. El Hijo de Dios de verdad se hizo carne; no obstante, El sólo tenia la semejanza de la carne y no tuvo participación en el pecado de la carne (2 Co. 5:21; He. 4:15). Esto es exactamente lo mismo que en el caso de la serpiente de bronce que Moisés levantó a favor de los israelitas pecaminosos, la cual tenía la forma, la semejanza, de una verdadera serpiente, pero no tenía veneno. Jesús murió en la cruz como la serpiente de bronce para condenar al pecado en la carne (Ro. 8:3). Por medio de Su muerte en la cruz, la carne de pecado fue condenada, la serpiente antigua, Satanás, fue destruida, el poder de la muerte fue juzgado, y aun la muerte misma fue destruida. El mundo también fue destruido en la cruz. Su muerte en la cruz como el Cordero de Dios quitó el pecado así como los pecados. Su muerte en la cruz como serpiente fue para juzgar la carne de pecado, para destruir la serpiente antigua, Satanás, para condenar al mundo, y para destruir el poder de la muerte. Ante los ojos de Dios El era pecado. En 2 Corintios 5:21 nos dice que Dios lo hizo pecado por nosotros. Dios condenó al pecado en la carne de Jesús.
El Señor Jesús también murió en la cruz como el postrer Adán (1 Co. 15:45b). Después de El, Adán dejó de existir. Como el postrer Adán, El dio fin a Adán. Adán fue terminado en El porque El era el fin de Adán. Como el postrer Adán, como hombre de la vieja creación, El murió en la cruz por nosotros en la vieja creación, crucificando nuestro viejo hombre en la cruz (Ro. 6:6). Como Dios mismo El se hizo carne, y esa carne era el viejo hombre, no el nuevo hombre. El hombre fue creado por Dios y era muy bueno ante los ojos de Dios (Gn. 1:27, 31), pero debido a la caída el hombre se hizo viejo. El viejo hombre es la carne. Cuando Cristo murió en la cruz, El crucificó al viejo hombre.
El también murió en la cruz como el Primogénito de toda creación (Col. 1:15). El es el Primogénito de todas las criaturas, de modo que Su muerte puede reconciliar con Dios a toda la creación (Col. 1:20).
Efesios 2:14-16 nos dice que Cristo murió en la cruz como el Pacificador para abolir todas las separaciones entre la raza humana. Es por esto que hoy día en la vida de la iglesia no tenemos ninguna separación. Todas las diferentes razas ahora son uno en Cristo. Nosotros no necesitamos la Organización de las Naciones Unidas. La Organización de las Naciones Unidas no funciona para derribar las paredes de separación, pero la vida de la iglesia sí funciona. En la vida de la iglesia hay gente de todos colores, razas y países quienes están disfrutando de la unidad divina. Cristo murió en la cruz como el Pacificador, y ahora nosotros gozamos de unidad y paz en la vida de la iglesia.
Hasta aquí hemos visto que el Señor Jesús murió en la cruz como el Cordero, como un hombre en la carne, como la serpiente de bronce, como el postrer Adán, como el Primogénito de toda creación, y como el Pacificador. No diga usted que yo soy el que enseña estas cosas, más bien diga que la Biblia las enseña. Usando los versículos de la lectura bíblica, uno puede presentar la muerte de Cristo en la cruz en estos seis aspectos.
El último aspecto de Cristo en Su muerte en la cruz se encuentra en Juan 12:24: “De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto”. Aquí el Señor Jesús se compara a un grano de trigo. Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, sigue siendo un solo grano. Pero si muere, crece y llega a ser muchos granos. Los anteriores seis aspectos de la muerte de Cristo tienen que ver con quitar las cosas negativas del universo. El último aspecto está completamente en el lado positivo para liberar la vida divina. Su muerte en la cruz como un grano de trigo liberó la vida divina desde Su interior para impartir, dispensar, esta vida en todos Sus creyentes. El murió en los primeros seis aspectos para limpiar el universo y para limpiar el camino a fin de impartir, dispensar, la vida divina en usted y en mí.
Este grano de trigo es un grano de la vida eterna. Si El hubiera muerto en la cruz sólo como hombre y no como Dios, no podría ser tal grano de trigo. El murió en la cruz como el Dios-hombre. Este hombre era la cáscara del grano y Dios era la vida interior dentro del grano. Así que, el Dios-hombre es un grano de trigo que tiene tanto la cáscara por fuera como la vida por dentro. El murió como el grano de vida para liberar la vida divina desde Su interior a fin de dispensar a Dios como la vida divina en todos nosotros. Así que, Su muerte todo-inclusiva tiene como fin principal que Dios se imparta a Sí mismo en Su pueblo redimido.
Hemos visto que cuando Jesús fue concebido y nació del Espíritu Santo, El estaba constituido de manera esencial con la esencia divina. Esta esencia, como parte de Su constitución, nunca puede ser separada de El. El fue a la cruz como tal persona constituida de la esencia divina y de la esencia humana. A los doce años de edad, El era una persona con tal constitución; a los treinta años, El tenía tal constitución; y cuando fue a la cruz para morir, El todavía tenía tal constitución. Fue el Dios-hombre el que murió en la cruz. Esto corresponde con el aspecto esencial. Pero en cuanto al aspecto económico, cuando El tenía treinta años de edad, después de Su bautismo, el Padre habló desde los cielos y el Espíritu descendió sobre El (Mt. 3:16-17). Eso no correspondía al aspecto esencial, sino al económico. Cuando El fue a la cruz, lo hizo de manera esencial con la esencia divina y con la esencia humana.
El estuvo clavado en la cruz por seis horas. Marcos 15:25 nos dice que fue a la tercera hora, que son las 9 a.m., cuando ellos lo crucificaron. El estuvo en la cruz desde las 9 a.m. hasta las 3 p.m. (Mr. 15:33). Estas seis horas se dividen en dos períodos. El primer período fue de las 9 a.m. hasta el mediodía. En esas tres horas el hombre lo persiguió, se burló de El y lo ridiculizó. Ese fue Su martirio, no Su redención. El hombre lo clavó en la cruz, y por las primeras tres horas, El sufrió el martirio. Al mediodía, a la hora sexta, “hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena” (Mr. 15:33). Al mediodía todo el universo se llenó de tinieblas, lo cual fue una señal de que Dios había venido a juzgarlo (Is. 53:4b, 10). En las tres últimas horas de Su crucifixión, ante los ojos de Dios este Dios-hombre era el Cordero, la serpiente, un hombre en la carne, el postrer Adán, el Primogénito de toda creación y el Pacificador. Fue en estas tres horas que Dios condenó al pecado en la carne, destruyó la serpiente, y juzgó el poder de la muerte. Fue durante este período de tiempo que Dios lo abandonó económicamente, así que a la hora novena Jesús clamó: “Dios mío. Dios mío, ¿Por qué me has desamparado?” (Mr. 15:34). En cuanto al aspecto esencial, la esencia divina nunca podía dejar a este Dios-hombre. La esencia divina había sido constituida dentro de Su ser y era parte de Su constitución. Pero económicamente Dios lo abandonó. Después de Su bautismo, mientras El estaba de pie en el agua, el Espíritu descendió como paloma sobre El, no esencialmente sino económicamente. De la misma manera, Dios abandonó económicamente a Jesús en las tres últimas horas en la cruz mientras Dios lo estaba juzgando como pecado y como la serpiente de bronce.
Aquel que estaba muriendo en la cruz como nuestro substituto era el Dios-hombre. El que derramó Su sangre para el perdón de nuestros pecados fue el Dios-hombre. En 1 Juan 1:7 dice: “La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado”. Sólo decir la sangre de Jesucristo no es adecuado. En 1 Juan 1:7 se refiere a la sangre de Jesucristo Su Hijo, la sangre de Jesús, el Hijo de Dios. Como nuestro substituto para redimirnos, Jesús murió en la cruz como hombre. Sólo la sangre de hombre puede redimir al hombre. Jesús era un hombre, y Su sangre era genuina sangre humana. Pero si El sólo fuera hombre, la eficacia de Su sangre sería limitada. El solamente hubiera podido morir por una sola persona y no por millones y millones de personas. ¿Cómo puede la sangre del hombre Jesús redimir a millones de personas? Porque no sólo era hombre, sino que era el Dios-hombre. El hombre es limitado, pero Dios es eterno. En tiempo y espacio no hay límite con respecto a Dios. Como el Dios-hombre, El derramó la sangre genuina de hombre para redimir al hombre, y, sin embargo, esta sangre era la propia sangre de Dios (Hch. 20:28) para asegurar que la eficacia de Su redención fuera ilimitada y eterna. La eficacia eterna de Su sangre está asegurada por la esencia divina.
Hebreos 9:14 nos dice que en Su muerte El se ofreció a Sí mismo a Dios mediante el Espíritu eterno. Como el Dios-hombre El se ofreció a Sí mismo a Dios, pero lo hizo mediante el Espíritu eterno. Esto corresponde al aspecto económico. Cuando El empezó a ministrar, necesitaba el poder del Espíritu, así que el Espíritu descendió sobre El económicamente. Ahora El iba a la muerte. Para tan grande comisión El necesitaba el poder del Espíritu eterno para ofrecerse a Sí mismo como una ofrenda para Dios.
Juan 19:34 nos dice que del costado traspasado del Señor salieron dos sustancias: sangre y agua. La sangre es para quitar nuestros pecados a fin de redimirnos, y el agua es para dispensar la vida divina en nosotros a fin de impartirnos vida. Debemos alabar al Señor por la sangre y el agua. Todas las cosas negativas han sido eliminadas, y Dios se ha dispensado en nosotros como la vida eterna. La sangre fue tipificada por la sangre del Cordero de la Pascua (Ex. 12:7, 22; Ap. 12:11), y el agua fue tipificada por el agua que salió de la roca herida (Ex. 17:6; 1 Co. 10:4). La sangre formó un manantial para la purificación del pecado (Zac. 13:1), y el agua llegó a ser el manantial de la vida (Sal. 36:9; Ap. 21:6). Tomando como base la sangre limpiadora podemos disfrutar la vida eterna como el agua viva. Gracias al Señor por Su maravillosa muerte todo-inclusiva.