
Lectura bíblica: Ap. 21:23; 22:5; Jn. 1:4; 8:12; 1 Jn. 1:5; Ap. 21:11; 22:2, 14; Gn. 2:9; Ap. 22:1, 14, 17
El quinto aspecto de la aplicación de la Nueva Jerusalén a los creyentes es el disfrute triuno. Este es el aspecto más crucial de la aplicación de la Nueva Jerusalén. Según el registro de Apocalipsis 21 y 22, el énfasis principal de la aplicación de la Nueva Jerusalén a nosotros es el aspecto del disfrute triuno. El disfrute de la Nueva Jerusalén es el disfrute del Dios Triuno, la Deidad misma de la Trinidad. Los aspectos de nuestro disfrute triuno son la luz divina (Ap. 21:23a; 22:5), el río divino (Ap. 22:1) y el árbol divino (Ap. 22:2a, 14; Gn. 2:9).
Cualquier paisaje hermoso necesita luz, un río, y árboles. La tierra vive por estas tres cosas. Si no hubiese luz, agua, ni árboles, no habría vida. Además, nosotros mismos vivimos por la luz, por el agua y por la comida. Estas tres son cosas necesarias para la tierra y para nosotros los seres humanos. De la misma manera, la Nueva Jerusalén vivirá por Dios como luz, por Dios como agua y por Dios como comida.
La luz representa a Dios el Padre. Primera Juan 1:5 nos dice que Dios es luz, y según el contexto de este versículo, el título Dios se refiere principalmente a Dios el Padre. Mientras que el amor es la naturaleza de la esencia intrínseca de Dios, la luz es la naturaleza de la expresión exterior de Dios. En la Nueva Jerusalén, la luz representa a Dios mismo, el cual ilumina toda la ciudad para Su expresión. Apocalipsis 21:23 nos dice que la ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna. Esto indica que el sol y la luna todavía estarán en el cielo nuevo y en la tierra nueva. El hecho de que en la Nueva Jerusalén el árbol de la vida produzca su fruto cada mes también indica que la luna todavía estará en el cielo nuevo y en la tierra nueva, para dividir los doce meses. El sol también estará allí para separar la noche del día en períodos de doce horas cada uno. Isaías 30:26 nos dice que en los días venideros “la luz de la luna será como la luz del sol, y la luz del sol siete veces mayor”. Sin embargo, en la Nueva Jerusalén no habrá necesidad de sol ni de luna. La luz en la ciudad será Dios mismo como la luz de la vida (Jn. 1:4; 8:12). Puesto que tal luz divina iluminará la santa ciudad, ésta no tiene necesidad de ninguna otra clase de luz, ya sea creada por Dios o hecha por el hombre (Ap. 22:5). La luz creada por Dios y la luz hecha por el hombre no serán necesarias en la Nueva Jerusalén debido a que tendremos a Dios, quien es mucho más brillante que el sol y la luna y aun más brillante que las lámparas hechas por el hombre.
Dios como la luz divina, la luz de la vida, está contenido en el Cordero como la lámpara (Ap. 21:23b). La luz eléctrica siempre necesita un foco o una lámpara para que la contenga; de otro modo, existe la posibilidad de que una persona se electrocute. En la Nueva Jerusalén, el Cordero redentor es la lámpara, y Dios está dentro de El como la luz. Esto indica que si el Cristo redentor no contuviera la luz divina, la luz divina nos “mataría”. Sin embargo, con el Cristo redentor como la lámpara, la luz divina no nos mata; al contrario nos ilumina. Por medio de la redención de Cristo el matar llega a ser una especie de iluminación. Primera Timoteo 6:16 nos dice que Dios habita en luz inaccesible. Sin embargo, en Cristo Dios llega a ser accesible. Fuera de Cristo el resplandor de Dios produce una especie de muerte, pero, dentro de Cristo el resplandor de Dios es una especie de iluminación. Desde el día en que fuimos salvos comenzamos a disfrutar a Dios como luz divina en el Cristo redentor, iluminándonos todo el tiempo. Aun hoy debemos disfrutar a Dios de esta manera.
Hoy en día nosotros los cristianos realmente tenemos a Dios mismo dentro de Cristo como nuestra luz. No necesitamos filosofía, es decir, la luz hecha por el hombre, y tampoco enseñanzas éticas, tales como las de Confucio. No necesitamos ninguna clase de enseñanza religiosa debido a que tenemos a Dios mismo dentro de nosotros. ¿Necesita usted que alguien le diga que ame a sus padres? ¿No tiene una luz divina brillando dentro de usted todo el día, mostrándole que debe honrar a sus padres? No obstante, debemos darnos cuenta de que Pablo todavía nos dice que honremos a nuestro padre y a nuestra madre (Ef. 6:2). Si todos los cristianos tienen a Dios como luz dentro de ellos, ¿por qué con todo y eso el Nuevo Testamento enseña muchas cosas? Desde Efesios 5:22 hasta Efesios 6:9, Pablo revela la clase de vivir que se necesita para las relaciones éticas. El habla acerca de la relación entre la esposa y el esposo, entre los hijos y los padres, y entre los esclavos y los amos. Estas exhortaciones no se dan en el primer capítulo de Efesios, sino en los dos últimos capítulos. Antes de darnos esta clase de enseñanza, Pablo dice en Efesios 5:14: “Por lo cual dice: Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo”. El Nuevo Testamento no nos revela primero la enseñanza, sino la luz divina. Debido a que todavía estamos en la vieja creación, necesitamos tal enseñanza. Cuando lleguemos a la Nueva Jerusalén, sin embargo, no habrá nada viejo ni tampoco habrá enseñanza allí. Si todo el tiempo prestáramos atención a la nueva creación y a la unción interior, no habría necesidad de la enseñanza. No obstante, debido a que estamos en la vieja creación, muchas veces necesitamos algo de enseñanza para que se nos recuerde que debemos despertar de nuestro sueño.
Según el principio básico de la nueva creación, tenemos a Dios dentro de nosotros como luz. En El no hay ningunas tinieblas (1 Jn. 1:5). Al tener comunión con Dios, no se necesita ninguna otra clase de luz. Siempre y cuando lo tengamos a El, El es la luz misma para nosotros y no necesitamos ninguna clase de enseñanza ni doctrina. Siempre y cuando tengamos el mismo Dios que es luz para nosotros en nuestra comunión con El, no es necesaria ninguna otra cosa.
En la Nueva Jerusalén, el oro simboliza la naturaleza divina de Dios, y la luz representa Su resplandor divino. Este resplandor está en el Cordero redentor, quien es la lámpara que sostiene la luz divina para nuestro beneficio, a fin de que disfrutemos a Dios como el que resplandece en el Cristo redentor. Apocalipsis 21:11 indica que Dios como luz resplandece a través de la Nueva Jerusalén. Este versículo nos dice que “su fulgor era semejante al de una piedra preciosísima, como piedra de jaspe, diáfana como el cristal”. En este versículo la palabra que se tradujo como “fulgor”, en griego significa “luminaria” o “portador de luz”. Todo el muro de la Nueva Jerusalén está edificado con jaspe (Ap. 21:18), y la luz de la Nueva Jerusalén es semejante a piedra de jaspe, teniendo la apariencia de Dios (Ap. 4:3) para expresar a Dios por medio del resplandor de la ciudad. Dios en el Cordero redentor es la luz, y toda la ciudad es una luminaria, una gran portadora de luz. Esto quiere decir que Dios como la luz divina resplandece dentro y a través del Cristo redentor, y este resplandor ilumina toda la ciudad. Entonces toda la ciudad llega a ser una portadora de luz. Este portar de la luz de Dios llega a ser una expresión, y esta expresión es la meta de Dios. Esta es la razón por la que Apocalipsis 21:11 también nos dice que la santa ciudad tiene la gloria de Dios. La gloria es Dios expresado. En la Nueva Jerusalén, Dios es luz, y Su resplandor es Su gloria. El resplandor es el salir de la luz, así que, cuando Dios resplandece en la ciudad, Dios es expresado en gloria, primero en Cristo y a través de Cristo, y luego en la ciudad y a través de los santos. Dios es la luz, Cristo es la lámpara que lo contiene, y el muro de la ciudad sostiene la luz divina para expresar a Dios.
Necesitamos aplicar este cuadro a nuestra vida diaria. Hoy en día, Dios en el Cristo redentor resplandece dentro de nosotros, y estamos siendo transformados para ser transparentes. En nuestra vieja creación somos opacos, pero en nuestra nueva creación somos transparentes. Segunda Corintios 3:18 dice que estamos siendo transformados en Su imagen, de un grado de gloria a otro grado de gloria. Finalmente tendremos la apariencia de jaspe y expresaremos plenamente al “Dios de jaspe” (Ap. 4:3).
Es posible que cierto hermano sea una persona muy buena, pero que todavía sea opaco y no transparente, debido a que el permanece mucho en la vieja creación. Debido a esto, no ha ocurrido mucha transformación en su ser. Sin embargo, es posible que cuando uno esté con otro hermano, sienta uno que, con respecto a él, todo es transparente, ya que él ha experimentado mucha transformación en vida. Muchas veces cuando usted acude a cierto hermano, no puede usted recibir nada de luz. Sin embargo, tal vez al acudir a otro hermano, sea introducido usted en la luz. Aun antes de que él comience a hablarle, usted está en la luz. Cuando usted está en su propio hogar, usted está en la oscuridad. Pero cuando usted acude a este querido santo, este hecho significa luz para usted. Cuando usted acude a él, todo es claro, la oscuridad se desvanece y hay luz. La opacidad se acaba y todo es transparente. Todos necesitamos ser transformados hasta tal punto que estemos llenos de luz y seamos transparentes.
En la Biblia las tinieblas son una especie de castigo. Dios castigó a los egipcios con densas tinieblas por tres días (Ex. 10:22), y en el futuro Dios castigará al Anticristo y a su reino con tinieblas (Ap. 16:10). Parte del disfrute en la Nueva Jerusalén es que allí no habrá noche. La ciudad estará llena de luz, y esta luz es Dios el Padre. El no solamente será la naturaleza de la Nueva Jerusalén, sino también la luz resplandeciente como un disfrute para toda la ciudad. El primer disfrute en la Nueva Jerusalén es Dios como nuestra luz. Hoy en día nuestra experiencia es la misma. Cuando se nos deja en tinieblas, lo que experimentamos es un verdadero castigo. Sin embargo, cuando abrimos todo nuestro ser a El, estamos en la luz, y la luz es Dios mismo disfrutado por nosotros en nuestra vida diaria. Este es el primer aspecto del disfrute triuno.
El segundo aspecto del disfrute triuno es el río de agua de vida (Ap. 22:1). Este río representa al Espíritu como la consumación del Dios Triuno. Juan 7:38-39 indica que los ríos de agua viva representan al Espíritu. En Apocalipsis 22:1 está el trono de Dios (el Padre) y del Cordero (el Hijo), del cual fluye el río de agua de vida (el Espíritu). Dios, el Cordero y el agua de vida representan a la Trinidad. El río es el fluir del Dios Triuno y el consumado salir de Dios. Cuando Dios fluye, llega a ser el río de agua de vida. Cuando el Dios Triuno llega a usted El es el agua viva. (Véanse las notas 2-5 en Ap. 22:1, de la Versión Recobro.)
Este río que fluye es la consumación máxima y final del Dios Triuno que llega a usted. Dios en el Cordero en el trono llega a toda la ciudad como el río que fluye. Hoy en día Dios llega a nosotros por medio de ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45b). Dios el Padre hizo un plan eterno (Ef. 3:11), El envió al Hijo y el Hijo vino con El (Jn. 8:29) para realizar Su plan en la cruz. Mientras estaba llevando a cabo en la cruz el plan de Dios, de Su costado salió sangre y agua (Jn. 19:34). Esto fue tipificado en el Antiguo Testamento por la roca hendida de la cual fluyó el agua viva (Ex. 17:6). El agua representa la consumación máxima y final del Dios Triuno llegando a Su pueblo redimido. En Apocalipsis 22, Dios en el Cordero fluye como agua viva para llegar a Su pueblo redimido.
Apocalipsis 22:1 dice: “Después me mostró un río limpio de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero en medio de la calle de la ciudad” (lit.). Muchos cristianos no han prestado suficiente atención a esta última frase: “en medio de la calle de la ciudad”. El río fluye del trono, pero fluye en medio de la calle. Apocalipsis 21:21 nos dice que la calle de la ciudad es de oro puro. Sin la calle, el río no puede fluir. Si no hay calle, no hay río. La calle en la Nueva Jerusalén es el cauce mismo de este río que fluye. Que la calle sea de oro indica que el camino en la Nueva Jerusalén es la naturaleza divina de Dios. El camino cristiano de la vida cristiana es la naturaleza divina de Dios. Nosotros debemos vestirnos, comportarnos, hablar con otros, y tratar con nuestro cónyuge según la naturaleza divina de Dios. La “carretera” de nuestra vida cristiana es la naturaleza divina de Dios, la cual es la calle de toda la ciudad.
Si la calle esta allí, en medio de la calle fluye el río. Según nuestra experiencia, si no nos comportamos ni vivimos según la naturaleza divina de Dios, sentimos que nos hemos secado por dentro y no sentimos dentro de nosotros el fluir de vida. Pero cuando vivimos, nos comportamos y actuamos según la naturaleza divina de Dios, tenemos dentro de nosotros el fluir del agua de vida. Si usted no camina en la naturaleza divina, o sea, en la calle divina, usted se secará debido a que no hay cauce para el fluir de la calle. Se necesita un cauce para que el río fluya en y a través de nuestro ser interior. Esto corresponde con nuestra experiencia diaria.
La luz de la Nueva Jerusalén es Dios el Padre, y el río es Dios el Espíritu. Este Espíritu solamente puede fluir en medio de la naturaleza divina. No puede fluir en la naturaleza humana. Obviamente, Dios el Espíritu no puede fluir en nada pecaminoso. Además, El ni siquiera puede fluir en naturaleza humana y natural de usted. El sólo puede fluir en la naturaleza divina. Cuando usted vive la naturaleza divina, y tiene su vida cotidiana en la naturaleza divina, esa naturaleza divina llega a ser un cauce excelente para que el Espíritu Santo fluya a través de usted. Esto es un asunto crucial. Es posible que algunas veces usted se pregunte dónde está el fluir de vida dentro de usted. Tal vez sienta que cada día usted es un cristiano “seco”. La razón por la cual usted está seco es debido a que no sabe cómo llevar una vida según la naturaleza divina. Usted debe tomar la decisión que de ahora en adelante como hijo de Dios que posee Su naturaleza divina, vivirá, se comportará, y hará todo según esta naturaleza divina. Si usted hace esto, inmediatamente tendrá el sentir de que ya no está seco, sino de que un río fluye dentro de usted.
Para que Dios el Padre sea nuestra luz, necesitamos al Cristo redentor, y para que Dios el Espíritu sea nuestro río, necesitamos la naturaleza divina. La luz divina está contenida en el Cristo redentor, y el río divino fluye en la naturaleza divina. Sin el Cristo redentor usted no puede tomar ni disfrutar a Dios como la luz resplandeciente. Sin la naturaleza divina, no hay manera para que el Espíritu Santo fluya en usted. Usted necesita tanto al Cristo redentor como la naturaleza divina. Alabado sea el Señor que somos los que participan de la naturaleza divina y que también tenemos al Cristo redentor. Tenemos el derecho y privilegio plenos de disfrutar la luz divina y de reclamar el fluir divino. La luz divina, es decir, Dios el Padre, y el fluir divino, es decir, Dios el Espíritu, son nuestra porción incluso hoy en día. Debemos aplicar lo que Dios el Padre es como la luz divina que está en el Cristo redentor, y debemos aplicar lo que Dios el Espíritu es como el río que fluye en la naturaleza divina. Esta clase de revelación es mucho más alta que cualquier clase de enseñanza ética. Por la misericordia del Señor, estamos aquí bajo esta revelación. Este río fluye en la calle divina, y la calle baja en espiral por la montaña de oro hasta llegar a las doce puertas. Esto significa que el río satura la Nueva Jerusalén, llevando consigo el árbol de la vida junto con su fruto para nutrir la ciudad (Ap. 22:2a, 14).
Por dondequiera que vaya el río divino, crece el árbol de la vida (Ap. 22:2). El árbol de la vida representa a Dios mismo en Cristo como el suministro de vida para nosotros (Gn. 2:9; Jn. 1:4; 14:6). Dios el Padre es la luz divina, Dios el Espíritu es el río divino, y Dios el Hijo es el árbol divino, la corporificación misma del Dios Triuno como vida. Después de que Dios creó al hombre, El preparó un huerto y puso allí al hombre que había formado. Había muchos árboles allí, y entre esos árboles resaltaba uno en particular: el árbol de vida (Gn. 2:9). Este árbol es la corporificación misma de la vida. Según la revelación divina, en todo el universo sólo Dios mismo es vida. Este Dios que es vida está absolutamente corporificado en Cristo (Col. 2:9). Cristo es el árbol de la vida y en este árbol de la vida se encuentra el disfrute pleno de todas las riquezas de la vida. Apocalipsis 22:2 nos dice que el árbol de la vida produce su fruto cada mes. Cada mes hay una cosecha. El árbol de la vida produce doce frutos para que sean nuestro suministro de vida. Esto muestra que hoy en día nuestro Dios Triuno corporificado en Cristo es nuestro disfrute. Los frutos del árbol de la vida, como nuestro suministro de vida, serán el alimento de los redimidos de Dios por la eternidad. Estos frutos serán siempre frescos, producidos cada mes, doce frutos al año.
El árbol de la vida fue hecho inaccesible al hombre caído por la gloria, la justicia, y la santidad de Dios, hasta que la muerte de Cristo satisfizo todos los requisitos divinos. Por medio de la muerte de Cristo, el árbol de la vida es accesible otra vez, y está disponible para todos los pecadores que crean en El y que lo tomen como su Salvador y su vida. Entonces ellos, siendo los que creen en Cristo, tienen el privilegio de beber de Su Espíritu, el agua de vida. En Apocalipsis 22:14 hay una promesa con respecto al árbol de la vida, y en Apocalipsis 22:17 hay un llamamiento al agua de la vida. Hemos respondido al llamamiento y ahora estamos disfrutando la promesa.
Todos necesitamos disfrutar diariamente a Dios el Padre como la luz, a Dios el Espíritu como el río, y a Dios el Hijo como el árbol. Cuando uno disfruta al Dios Triuno de esta manera, uno llega a ser “el paisaje más hermoso”. Cuando una hermana ve a su esposo disfrutando a Dios el Padre como la luz, a Dios el Espíritu como el río que fluye, y a Dios el Hijo como el árbol de la vida, ella puede ver que su esposo es un “hermoso paisaje”. La luz está con él, el río está fluyendo en él, y el árbol está creciendo en él. Si no hay luz ni río ni árbol, no hay nada más que desolación. En algunos hogares cristianos que he visitado, he visto esta desolación. No pude ver la luz ni el río ni el árbol. Sin embargo, frecuentemente, al entrar en la casa de un santo, me di cuenta completamente de que la luz estaba allí, el río estaba fluyendo, y Cristo estaba creciendo allí.
Muchas veces al visitar alguna iglesia, puedo ver que está llena de luz, llena del río que fluye y llena del árbol de la vida. Si éste es el caso, la iglesia está llena de hermosos paisajes. Es bella, confortable y disfrutable. Si la iglesia en cierta localidad no es disfrutable, es debido a que la luz es muy pálida, y ni el río ni el árbol están allí. Es posible que exista una especie de desolación en alguna iglesia en particular. Sin embargo, nuestra esperanza es que cada iglesia en el recobro del Señor esté llena de un hermoso paisaje que tenga estas tres cosas divinas: la luz divina que resplandece, el río divino que fluye, y el árbol divino que crece. La luz divina resplandece para iluminarnos, el río fluye para saturarnos y para suministrarnos, y el árbol crece para ser nuestro suministro de vida y para satisfacer cada una de nuestras necesidades. Hoy en día podemos disfrutar tal Dios Triuno y este Dios Triuno será nuestro disfruté triuno, en plenitud, en la Nueva Jerusalén.