
Lectura bíblica: 1 Co. 3:6, 9-12a; 14:5, 12; Ef. 2:20-22; 4:12-16
El asunto de la edificación de la iglesia fue revelado por el Señor Jesús en Mateo 16 después que Pedro reconoció que el Señor Jesús era el Cristo, el Hijo del Dios viviente (v. 16). El Señor le dijo: “Yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré Mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella” (v. 18). Después que el asunto de la edificación fue revelado por primera vez por el Señor Jesús, Pedro lo mencionó nuevamente en su predicación a los líderes de los judíos. Él se puso en pie delante de ellos y les dijo que Jesucristo no sólo era el Salvador, sino también la piedra útil para el edificio de Dios (Hch. 4:11-12).
Cristo es revelado en la Biblia al menos como nueve clases de piedras. Él es la roca eterna (Is. 26:4; Mt. 16:18), la piedra de fundamento (Is. 28:16; 1 Co. 3:11), la piedra viva (1 P. 2:4), la piedra del ángulo (v. 6; Hch. 4:11; Ef. 2:20; Sal. 118:22; Is. 26:18), la piedra preciosa (v. 16; 1 P. 2:4, 6-7), la piedra cimera (Zac. 4:7), la roca hendida (Éx. 17:6; 1 Co. 10:4), la piedra que desmenuza (Dn. 2:34-35; Mt. 21:44b) y la piedra de tropiezo (Is. 8:14; Ro. 9:33).
En la antigüedad los judíos construían sus casas principalmente con tres clases de piedras: una piedra de fundamento, una piedra angular y una piedra cimera. Ellos tenían techos planos o azoteas en vez de techos empinados. Las personas piadosas solían usar las azoteas para orar. Por ejemplo, Hechos 10:9b dice: “Pedro subió a la azotea para orar”. El método judío de construcción consistía en usar una roca grande de fundamento, luego en erigir una piedra angular como apoyo, equivalente a las columnas de hoy, y terminar la construcción colocando la piedra cimera como techo. Debemos reconocer que hoy en día la piedra cimera aún no ha sido puesta en el edificio de Dios. Un día Cristo como piedra cimera será puesto sobre el edificio de Dios. Según Zacarías 4:7, en aquel tiempo todo el pueblo exclamará: “¡Gracia, gracia a ella!”.
Como roca hendida, Cristo no sólo es útil para la edificación, sino también para hacer que el agua viva fluya. Él es la roca que fue golpeada y hendida en la cruz para que Su vida eterna fluyera como nuestra agua viva (Jn. 19:34). En contraste, Cristo es la piedra de fundamento, la piedra angular y la piedra cimera no sólo para ser nuestro suministro, sino también para ser el material apto para el edificio de Dios. Por lo tanto, podemos llamarlo el Jesús-Piedra. Este título es totalmente bíblico. Si creemos en el Señor Jesús, debemos ver que Él es el Jesús-Piedra. Él no es de barro, sino sólido y fuerte; Él es la roca.
En Daniel 2:34-35 Cristo es revelado como la piedra que desmenuza, la cual viene a destruir la totalidad del gobierno humano, representado por la imagen humana (vs. 31-33). En Mateo 21:44 en cuanto a esta piedra el Señor Jesús les dijo a las personas: “Sobre quien ella caiga, le hará polvo y como paja le esparcirá”. Cristo es la piedra que desmenuza, no para los creyentes, sino para los gentiles incrédulos. Cristo es también revelado como una piedra de tropiezo y roca de escándalo para los judíos incrédulos (Is. 8:14; Ro. 9:33; 1 P. 2:8).
Hay básicamente tres categorías de personas en la tierra: los judíos, los gentiles y los creyentes en Cristo. Cristo está relacionado con cada una de estas categorías de personas como diferentes clases de piedras. Para los creyentes Cristo es la roca eterna, la piedra de fundamento, la piedra viva, la piedra del ángulo, la piedra preciosa, la piedra cimera y la roca hendida. Éstos son aspectos de Cristo como piedra en un sentido positivo. En el sentido negativo, Cristo será la piedra que desmenuza para los gentiles incrédulos y la piedra de tropiezo para los judíos incrédulos. Por lo tanto, Cristo está relacionado con todas y cada una de las personas de la tierra. Nadie puede decir que Cristo no tiene nada que ver con él o ella.
En Hechos 4 el apóstol Pedro se puso de pie delante de los líderes judíos y testificó que el Cristo a quien él predicaba era el Salvador-Piedra, el cual es útil no solamente para nuestra salvación, sino también para el edificio (vs. 11-12). Cristo es el material apto para el edificio de Dios. Hoy en día este Cristo está forjándose en nuestro ser. Aquel que es la piedra de fundamento, la piedra angular y la piedra cimera está ahora mismo forjándose en nosotros. Según nuestro nacimiento natural no somos de piedra, sino de barro (Gn. 2:7). Para que el barro llegue a ser piedra, el elemento pétreo debe entrar en él. Esto hará que el barro sea transformado en piedra. La transformación requiere que se añada otro elemento al elemento original. La madera petrificada llega a ser piedra, no porque la madera cambie en sí misma, sino porque el elemento de ciertos minerales se forja en la madera. De igual manera, nosotros que somos de barro no necesitamos cambiar nuestra naturaleza de “barro”; antes bien, necesitamos que se nos añada la naturaleza pétrea de Cristo.
Una manera en que el elemento de Cristo puede añadirse a nosotros es que invoquemos el nombre del Señor. No debemos tener en poco el invocar del nombre del Señor Jesús; esto no es algo insignificante. Si usted juega con el invocar del nombre del Señor, puede ser atrapado. Sé de un joven que estaba burlándose de nuestra práctica de invocar el nombre del Señor, y bromeando repetía: “Oh Señor Jesús, oh Señor Jesús”. A la mañana siguiente algo ocurrió; ya no podía fumar y algo en su interior lo instaba a ir a ver a las personas de quiénes se había estado burlando. Él fue inconscientemente atrapado al invocar el nombre del Señor, porque cuando invocó, Jesús entró en él. Una persona puede abrirle la puerta al Señor al invocar de una manera apropiada, y otra puede abrirle la puerta al invocar de manera burlesca; pero de uno u otro modo, mientras la puerta esté abierta, el Señor entrará.
Invocar el nombre del Señor no es algo que se hace en vano, puesto que Jesús es real y presente. Si una persona es real y viviente y está cerca de nosotros, cada vez que invoquemos el nombre de esa persona, ella vendrá a nosotros. Jesús es real y viviente; Él está presente y disponible. Por lo tanto, si invocamos Su nombre, Él vendrá a nosotros y entrará en nosotros. Himnos, #95 dice: “¡Jesús, Jesús, oh mi Señor! / Yo amo repetir / Tu santo nombre por amor, / Mil veces hacia Ti”. Las palabras de este himno no deben parecernos exageradas. Una hermana puede estar aburrida mientras lava los platos en casa. La mejor manera de hacer que esa tarea se convierta en una experiencia agradable es que ella invoque el nombre del Señor mientras trabaja. Cada vez que invocamos el nombre del Señor, gustamos de Él, puesto que Él es viviente y real, y está presente y disponible.
Satanás en su astucia permite que la gente crea en Jesús y ore a Él sin abrir su boca. Aunque podemos creer en Jesús y recibirlo como nuestro Salvador, si no invocamos Su nombre, nos será difícil disfrutarle. Hoy el Señor Jesús está forjándose en nuestro ser por causa del edificio de Dios. Una manera en la que Él puede forjarse en nosotros es que invoquemos Su nombre. Tal vez no estemos muy convencidos de esto, pero si simplemente invocamos el nombre del Señor Jesús por tres minutos, nunca más seremos los mismos. Podemos leer toda la Biblia y seguir siendo iguales, pero si invocamos, diciendo: “¡Oh Señor Jesús!” por tres minutos, no podremos ser los mismos porque Jesús se forjará en nuestro ser.
Una vez que el elemento divino, que es Jesús mismo, entra en nosotros, este elemento no está silencioso. Al contrario, este elemento dinámico y activo, está operando y moviéndose para incomodarnos. Si invocamos al Señor por la noche, a la mañana siguiente algo en nuestro interior empezará a reprendernos, a incomodarnos, a dirigirnos y a restringirnos, y cada vez nos dirá que no. Tal vez estemos pensando en ir al cine, pero algo en nuestro interior nos dirá que no. Si pensamos ir a jugar baloncesto, algo en nuestro interior podría decirnos que no. Quizás cuando vayamos a comprar cierto par de zapatos, algo en nuestro interior nos dirá que no. Ciertamente, todos hemos sido perturbados del mismo modo. Éste es Jesús que nos perturba y se mueve dentro de nosotros. Me agrada sentir esta clase de movimiento y perturbación.
Todo proceso de cocinado implica una especie de “perturbación”. Por ejemplo, preparar la carne metiéndola en un horno caliente, “perturba” la carne. Hoy el Señor nos está “cocinando”, al moverse en nuestro interior para perturbarnos. Día a día, Él nos está perturbando. Incluso hoy yo pasé unos minutos con el Señor que no fueron muy agradables. Estaba pensando en decir algo para complacerme a mí mismo, pero este Jesús que nos perturba me dijo que no en mi interior. Los que estaban conmigo no lo oyeron, pero yo sí lo oí claramente. Él está operando en nuestro interior, y Su operación nos está transformando de forma metabólica. Por lo tanto, no volveremos a ser los mismos. Todos somos trozos de madera natural, pero la corriente celestial está fluyendo diariamente a través de nosotros con el elemento celestial. Finalmente, todos seremos “petrificados” y llegaremos a ser piedras preciosas. Es así como el Señor está edificando Su iglesia hoy.
En Mateo 16:18 el Señor dijo: “Edificaré Mi iglesia”. En Hechos 4:11 Pedro dijo que Cristo es la piedra, el material apto para el edificio de Dios. Luego Pablo vino para decirnos algo más: que no solamente estamos siendo edificados, sino que también estamos edificando. Pablo mismo era un sabio arquitecto (1 Co. 3:10). Tal vez pensemos que Cristo era el Edificador, que el apóstol Pablo era un edificador y que hoy los hermanos que toman la delantera son edificadores, pero que nosotros mismos no somos edificadores. Sin embargo, todo miembro de la iglesia debe ser un edificador. Así que finalmente la iglesia será edificada, no directamente por Cristo o por los apóstoles, sino por cada uno de los miembros pequeños.
Según Efesios 4:16, la edificación de la iglesia como Cuerpo de Cristo es llevada a cabo por todos los miembros del Cuerpo. Este versículo dice: “De quien todo el Cuerpo, bien unido y entrelazado por todas las coyunturas del rico suministro y por la función de cada miembro en su medida, causa el crecimiento del Cuerpo para la edificación de sí mismo en amor”. A partir de la Cabeza, el Cuerpo se edifica a sí mismo mediante la función de cada miembro. Cada uno de nosotros es un miembro. Independientemente de cuán pequeños e insignificantes nos consideremos, mientras estemos en la iglesia, somos parte del Cuerpo. Como parte del Cuerpo que somos, cada uno de nosotros ha recibido una medida para la edificación de la iglesia. Por lo tanto, la iglesia no es edificada directamente por Cristo ni por los apóstoles, sino por todos nosotros.
Es preciso que veamos la manera en que Cristo edifica la iglesia. Por medio de Su muerte, resurrección y ascensión Él produjo a los apóstoles (vs. 8, 11). Ésta fue la parte realizada por Cristo. La parte que corresponde a los apóstoles es equipar y perfeccionar a todos los santos. Los apóstoles nos perfeccionan al alimentarnos. Todos somos como bebés recién nacidos, cuyos órganos están completos pero aún no han desarrollado plenamente su función debido a que son inmaduros. Por consiguiente, necesitamos recibir la alimentación que nos hace crecer. El crecimiento en vida ayudará a que se desarrollen todos nuestros “órganos” espirituales, de modo que ejerzan plenamente su función. Un bebé recién nacido tiene oídos, pero sus oídos no distinguen bien los sonidos; tiene ojos, pero sus ojos no pueden ver claramente; tiene piernas y pies, pero no puede caminar. Sin embargo, al cabo de cierto tiempo, a medida que su madre lo alimente sin cesar, sus ojos empezarán a ver claramente, sus oídos empezarán a discernir los diferentes sonidos y con sus piernas y pies empezará a pararse y después a caminar. Todas estas funciones son el resultado del crecimiento en vida. De la misma manera, los apóstoles nos alimentan para que podamos crecer y así nuestra función espiritual se desarrolle. Cuanto más crezcamos en vida, más se desarrollará nuestra función. Éste es el perfeccionamiento efectuado por los apóstoles. A medida que seamos perfeccionados, todos empezaremos a ejercer nuestra función, y nuestra función edificará el Cuerpo directamente.
No debemos simplemente sentarnos en las reuniones como “miembros que calientan bancas”. Quedarnos sentados hará que estemos muertos y que con el tiempo acabemos yéndonos de la vida de iglesia. Si somos inspirados a ponernos de pie en una reunión para decir algo por el Señor, pero nos quedamos pegados de nuestro asiento, nuestro asiento se habrá convertido en una banca. Hoy algunos santos son miembros activos que ejercen su función. Cada vez que tienen oportunidad, se ponen en pie y dicen algo. Sin embargo, otros son miembros que calientan bancas y se quedan pegados de su asiento. Ellos vienen a escuchar a un hermano dar un mensaje. Cuando se cansan de oír mensajes, vienen a escuchar los testimonios. Cuando les parece un testimonio bueno, dan su aprobación asintiendo con la cabeza; y cuando no les gusta un testimonio, menean la cabeza con un gesto de desagrado. Las iglesias en el recobro del Señor no deben ser así. Esto es una tradición que hemos recibido del cristianismo degradado. No me gusta decirlo, pero las circunstancias me obligan a hacerlo. Debido a que el Señor ha puesto en mí esta carga y me ha dado esta comisión, tengo que ser sincero delante del Señor y delante de los santos. El cristianismo degradado nos ha transmitido muchas prácticas que nos infunden muerte.
Sería muy bueno si todos los santos, sean viejos o jóvenes, se pusieran de pie en las reuniones para hablar por el Señor. Uno podría exclamar: “¡Alabado sea el Señor!”. Luego otro podría declarar: “El Señor Jesús es tan bueno”. Un tercer hermano podría testificar: “Amén, yo puedo testificar que Él es bueno”. De esta manera, centenares de personas, una por una, podrían decir algo. Todos los santos al ejercer su función enviarán a Satanás al lago de fuego. Sin embargo, la situación del cristianismo actual no es así. A los cristianos les gusta mucho hablar fuera del salón de reuniones, pero cuando entran al salón de reuniones, permanecen callados. Tal vez crean que deberían permanecer sentados y callados a fin de ser personas piadosas que se reúnen de una manera decente y ordenada. Sin embargo, esa situación propaga la muerte y los mata. Después que acaba la reunión, todos salen y se pierde el orden cuando todos empiezan a hablar. Algunos incluso pueden criticar al pastor por el sermón que dio. Ésta es la lamentable situación que impera en el cristianismo de hoy. En el recobro del Señor, todos debemos levantarnos para ejercer nuestra función por el bien de la edificación de la iglesia.
Debemos comprender que la salvación tiene por objetivo la edificación de la iglesia. Esta edificación tuvo inicio cuando Cristo, la Cabeza, produjo a los apóstoles mediante Su muerte, resurrección y ascensión. A través de los siglos, Él ha producido un buen número de apóstoles. Los apóstoles entonces vienen a perfeccionarnos, a alimentarnos y a ministrarnos a Cristo a fin de que crezcamos. A medida que crecemos, nuestras funciones se hacen manifiestas. Cada uno de nosotros tiene una función. Mediante la función de todos los miembros de la iglesia, el Cuerpo se edifica directamente. Todos debemos edificar la iglesia de esta manera.
En cada reunión todos estamos siendo edificados, y al mismo tiempo todos estamos edificando. Todos edificamos y somos edificados unos por otros. Incluso decir amén es una manera sencilla de ejercer nuestra función para edificar la iglesia. Cuando decimos amén al compartir de un hermano, lo edificamos mientras habla para edificarnos a nosotros. Si nadie dice amén al hablar de un hermano, él se sentirá desalentado y no querrá hablar de nuevo. Él recibirá muerte. Sin embargo, si muchos santos dicen amén al hablar de un hermano, él se sentirá motivado y anhelará venir a la siguiente reunión para volver a ejercer su función. Esto es edificación; por lo tanto, no es una cosa insignificante.
Cuando nos reunimos, no debemos ser un grupo de cristianos silenciosos. Cuando yo era un joven creyente, me reunía con un grupo de cristianos silenciosos. Nos enseñaron que debíamos estar callados. La gente decía que nuestras reuniones eran tan silenciosas que hasta se podía oír la caída de un alfiler. Permanecer así de silenciosos hace que todo caiga en muerte. En esas reuniones silenciosas un orador muy distinguido daba un buen sermón sobre determinado tema, como la enseñanza de que no sólo debemos amar a nuestro prójimo, sino también a nuestros enemigos (Mt. 5:43-44). Sin embargo, lo único que podíamos decir después era: “El doctor fulano de tal es un verdadero erudito. Su sermón fue muy bueno”. Pero no importa cuán bueno fuera el sermón, nadie recibía ninguna ayuda. Todos seguíamos muertos después que acababa la reunión.
En contraste, en el recobro del Señor un hermano quizás se ponga de pie en una reunión y testifique brevemente, diciendo: “Yo nací en el seno de una familia incrédula. Un día tuve un encuentro con el Señor Jesús, y Él me salvó. ¡Aleluya!”. Si la reunión continúa por una hora, y otros santos ejercen su función de manera similar, todos los santos serán nutridos y se irán vivientes a casa. Al ponerse en pie para hablar de esta manera, incluso el miembro más pequeño podrá edificar a toda la iglesia. A medida que cada miembro edifica, todos decimos amén, y el miembro que edifica es de esa manera también edificado. Es así como somos edificados mientras edificamos. No debemos depender de los predicadores famosos; en vez de ello, simplemente debemos depender de todos los demás miembros. Debemos reunirnos con un espíritu viviente y con el Salvador-Piedra, a quien hemos disfrutado y experimentado, a fin de ejercitar nuestro espíritu y liberar nuestra porción de Cristo usando frases cortas. Si hacemos esto, nuestras reuniones serán vivientes, ricas, alentadoras, fortalecedoras y reconfortantes. Es de esta manera que la iglesia será edificada.
La primera vez que visité cierta localidad, había un número reducido de santos que se reunía en un salón alquilado. Debido a que ningún hermano iba a esa localidad para dar una conferencia ni a quedarse allí por cierto tiempo, cuando visité esa iglesia por segunda vez, no pensé que iba a estar tan viviente como lo estaba. Cuando regresé y vi la situación, me sentí muy animado al ver que la iglesia realmente se edifica a sí misma. Los ángeles no tienen el privilegio de edificar la iglesia; sólo nosotros tenemos el privilegio de poder edificarla. Los santos en esa localidad eran en su mayoría jóvenes, pero cuando escuché sus oraciones y testimonios, en mi interior alabé al Señor y lo adoré, diciendo: “Señor, te doy gracias. Tú has confirmado Tu recobro, Tu comisión y Tu revelación. He aquí una iglesia donde no hay un hermano encargado del ministerio que lleve a cabo la edificación, pero la iglesia está siendo edificada por la función de todos los miembros pequeños”.
Incluso si ejercemos nuestra función sólo un poco, con eso basta. Una hermana mayor quizás se ponga de pie y diga: “No piensen que soy vieja; en el Señor soy más joven que todos ustedes. Yo amo al Señor Jesús; Él es muy bueno conmigo”. Incluso decir algo tan breve edificará a todos los santos. La edificación no tiene que ver con impartir doctrinas, enseñanzas ni con dar un sermón; antes bien, tiene que ver con liberar nuestro espíritu para edificar a otros y alimentarlos con Cristo. Cada vez que liberamos nuestro espíritu, el Espíritu Santo saldrá de nuestro espíritu para transmitir a Cristo a otros, y este Cristo vendrá a ser el alimento, luz, suministro de vida, fortaleza y consuelo de muchos santos. Ésta es la manera apropiada de edificar la iglesia. La iglesia no es edificada directamente por la Cabeza celestial ni por los apóstoles, sino por todos los miembros de una iglesia local que están allí presentes.
Efesios 2:20 dice que estamos siendo edificados, y 4:16 indica que todos estamos edificando. Mientras edificamos a otros, estamos siendo edificados. En realidad, al edificar a otros somos edificados. Mientras somos edificados, edificamos a otros. ¡Esto es maravilloso! La clave, el secreto, para que nosotros edifiquemos y seamos edificados es el ejercicio de nuestro espíritu (2:22). Así como los miembros de un equipo de baloncesto antes de un partido hacen ejercicios de calentamiento a fin de prepararse para jugar, nosotros debemos ejercitarnos en el espíritu y estar listos para participar antes que la reunión empiece. De esta manera, cuando la reunión empiece, cada uno podrá ejercer su función por turno para hablar algo de Cristo unos a otros, así como los jugadores de un equipo de baloncesto se pasan la pelota entre sí. Todos los santos deben venir preparados a la reunión y con una actitud vigilante ejercitándose en el espíritu. Esto redundará en la edificación de la iglesia.
En respuesta a esta palabra, algunos santos podrían preguntarme: “Hermano Lee, ¿y qué de todas las necesidades? Algunas hermanas aman al Señor, pero aun así usan faldas cortas. Otros queridos hermanos todavía tienen el cabello largo. ¿No necesitan estos hermanos escuchar alguna enseñanza para recibir ayuda? Muchas hermanas no hacen caso a sus esposos en casa, y muchos hermanos tratan mal a sus esposas. Usted necesita darnos enseñanzas”. Mi respuesta a estos santos es que mi enseñanza no vale nada; es vana. Sin embargo, cuando los santos regresan a su casa después de estar en una reunión viviente en la cual todos los miembros ejercitaron su espíritu para desempeñar su función y edificarse unos a otros, algo será diferente. Cuando las hermanas que son dominantes estén a punto de hacer caso omiso de sus esposos, algo que ellas recibieron en la reunión las detendrá. Ellas no serán detenidas por mi enseñanza, sino por el Jesús viviente. Es de esta manera que atendemos todas las necesidades que hay entre los santos. Yo he visto esto funcionar en un buen número de ocasiones particulares.
Hace un poco más de un año cierto joven fue salvo y llegó a ser un hermano en la iglesia en mi localidad. Cuando él fue salvo, tenía una barba que llamaba mucho la atención. Este hermano amaba al Señor y amaba la vida de iglesia, pero su barba era una distracción para muchos santos. Sin embargo, recientemente vi que la barba de este hermano había desaparecido totalmente. Él testificó que desde hacía un año el Señor había empezado a instarlo a que se quitara la barba, pero que pensó que eso probablemente era su concepto religioso. Así que, decidió esperar porque no quería ser religioso. Sin embargo, cuanto más esperaba, más era perturbado. Este sentir continuó por más de un año hasta que un día comprendió que esto definitivamente no era algo religioso, sino que era el Señor Jesús. Si ese sentir hubiese sido un concepto religioso, ya se habría ido. El hermano testificó que finalmente un día se dijo a sí mismo: “¿Cómo puede este sentir que me perturba haber estado conmigo todo un año? Esta mañana me perturba aún más. Por lo tanto, tengo que decir amén y quitarme la barba”. Sé de muchos otros testimonios de santos que experimentaron un verdadero cambio, una verdadera transformación. Si el hermano que se rasuró la barba simplemente se pusiera de pie en una reunión con su rostro brillante y resplandeciente, esto edificaría a los santos mucho más que un buen sermón. La edificación de la iglesia efectuada por la función de todos los miembros no es simplemente una doctrina, sino la verdadera manera en que la iglesia está siendo edificada en el recobro del Señor hoy.
Hemos visto la edificación de la iglesia como les fue revelada a Pedro y a Pablo, y ahora llegamos a Juan. El ministerio de Juan es un ministerio remendador. Este ministerio remendador se necesita urgentemente hoy porque la iglesia ha sufrido daño. Debido a que hay muchas “rasgaduras” en esta red celestial, existe la necesidad de remendar. Sin embargo, esta acción de remendar no podría llevarse a cabo eficazmente sólo mediante enseñanzas. Cuanto más tratemos de remendar con enseñanzas, más agujeros haremos. Las enseñanzas nunca remiendan la red, sino que sólo la rasgan. Solamente la vida puede remendar. Por esa razón, Juan escribe en su evangelio: “En el principio era la Palabra” (1:1) y “en Él estaba la vida” (v. 4). El ministerio remendador de Juan nos trae de regreso al principio. En el principio, en Génesis, vemos el árbol de la vida (2:9), y en el ministerio de Juan, en Apocalipsis, volvemos a ver el árbol de la vida (22:2).
Lo que necesitamos hoy en las iglesias es la vida. Nos debe preocupar más la vida que las enseñanzas. Si nos preocupamos principalmente por las enseñanzas, no tardaremos en dividirnos. Permítanme mostrarles con un ejemplo el problema de preocuparnos principalmente por las enseñanzas. En el cristianismo recibimos una enseñanza ortodoxa y fundamental en cuanto a la Trinidad que es según el credo de Nicea, el cual fue formulado en un concilio celebrado unos trescientos años después de Cristo. Este credo dice que creemos que nuestro Dios es triuno: Él es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Esto es correcto. Sin embargo, la enseñanza tradicional acerca de la Trinidad ha embotado a las personas, de modo que subconscientemente creen que hay tres Dioses. La mayoría no admitiría que es así, pero subconscientemente, en lo profundo de su ser, su concepto es triteísta. Como resultado, cuando nosotros enseñamos la Trinidad, esto causa problemas con muchos cristianos.
Cuando el Señor nos levantó en Su recobro, nos mostró mediante nuestra experiencia del Señor que no tenemos tres Dioses sino uno solo. El Señor empezó a mostrarnos que el que Dios sea tres personas es sólo un aspecto de Dios; el otro aspecto es que Dios es uno (Is. 45:5; 1 Ti. 2:5). La Trinidad es tres en uno, o tres-uno. Esto es un misterio divino. Es imposible agotar las profundidades de la Trinidad Divina con nuestra mentalidad humana. Tratar de entender la Trinidad con la mente humana es como tratar de medir el océano con una cuchara. Los cristianos tienen disputas interminables respecto a si Dios es tres o es uno. Sencillamente tenemos que entender que Él es tres en uno. El Padre, el Hijo y el Espíritu son tres, pero Ellos no son tres Dioses, sino un solo Dios.
Sabemos que el Padre, el Hijo y el Espíritu son un solo Dios porque en Mateo 28:19 el Señor Jesús habló de “el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”. En este versículo la palabra nombre aparece en singular. Cuando yo era un joven creyente leí este versículo y me sentí molesto, pues pensaba que había encontrado un error. Según la gramática y la lógica, la palabra nombre en este versículo debería estar en plural; es decir, este versículo debería decir: “En los nombres del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”. Yo pensaba: “¿Cómo pueden tres personas tener un solo nombre? Los traductores o impresores deben de haber cometido un error”. Sin embargo, cuando revisé varias versiones del texto griego, me di cuenta de que sin duda la palabra nombre estaba en singular. Por consiguiente, este versículo menciona tres personas pero un solo nombre. Este nombre es el nombre todo-inclusivo del Dios Triuno. Su nombre es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
En The Principles of Theology, W. H. Griffith Thomas, el famoso escritor de un estudio expositivo de Romanos, dice: “A veces también se objeta el término ‘Persona’. Como todo lenguaje humano, esta palabra no está exenta de que se le acuse de inadecuada e incluso de errónea. Ciertamente no debemos insistir demasiado en ella, pues de lo contrario ello nos inducirá al triteísmo”. Esto es exactamente lo que ha ocurrido en el cristianismo; se ha hecho demasiado hincapié en el término persona. Algunos enseñan que Dios el Padre es una persona, que Dios el Hijo es otra persona y que Dios el Espíritu Santo es otra persona. Esta clase de enseñanza hace que muchos cristianos subconscientemente crean que hay tres Dioses.
Desde el primer siglo hasta hoy los cristianos han sido divididos por las enseñanzas acerca de la Trinidad y la Cristología, el estudio de la Persona de Cristo. Si prestamos demasiada atención a esta clase de enseñanza, esto nos matará. En el recobro del Señor, hemos sido ayudados por el Señor a no dejarnos engañar por la enseñanza de que Dios es tres personas separadas. Según nuestra propia experiencia del Señor, sabemos que hay un solo Dios. Además, en la Biblia encontramos dos versículos que nos revelan que el Dios Triuno a quien experimentamos es uno solo. En primer lugar, tenemos Isaías 9:6, que dice: “Un Hijo nos es dado; / [...] y se llamará Su nombre / [...] Padre Eterno”. Este versículo indica que el Hijo es el Padre, puesto que si Él no fuese el Padre, no podría ser llamado Padre Eterno. El otro versículo es 2 Corintios 3:17, que dice: “El Señor es el Espíritu”. El Señor en este versículo es Cristo, el Hijo de Dios (4:5). No importa si entendemos estos dos versículos o no, debemos recibirlos como son, a saber: la revelación pura de la Palabra de Dios.
Algunos hermanos disidentes han venido a discutir conmigo, diciendo que el Hijo no puede ser el Padre porque en Marcos 1:11 el Padre le habló al Hijo, y en Juan 17 el Hijo le oró al Padre. A veces yo simplemente les contesto y les digo: “Hermanos, yo no sé mucho, pero antes de contestarles, díganme cómo ustedes entienden Isaías 9:6 y 2 Corintios 3:17. Estos dos versículos son la revelación pura de la Palabra de una manera muy clara. No es necesario que tratemos de adivinar su significado ni de interpretarlos. Ellos afirman el hecho sencillo de que el Hijo es llamado el Padre y que el Señor es el Espíritu”. Cuando les contesto de esta manera, los hermanos disidentes se quedan sin respuesta. Entonces les digo: “Hermanos, no debemos discutir acerca de la enseñanza de este misterio. Simplemente debemos aceptar la revelación pura de la Palabra de Dios. No debemos prestar atención a la enseñanza tradicional de ningún credo u organización más que a la revelación pura de la Palabra de Dios”.
A veces les digo a estos hermanos disidentes: “Hermanos, las doctrinas sólo acarrean muchas disputas. Dejemos de discutir. Efesios 4:6 dice que el Padre está en nosotros, Colosenses 1:27 dice que Cristo el Hijo está en nosotros y Juan 14:17 dice que el Espíritu está en nosotros. Estos tres versículos nos dicen que el Padre está en nosotros, que el Hijo está en nosotros y que el Espíritu está en nosotros. ¿Creen ustedes esto o no?”. Nadie dirá que no, sino que todos dirían: “Sí, el Padre está en nosotros, el Hijo está en nosotros y el Espíritu está en nosotros”. Entonces les pregunto: “Según su experiencia, ¿cuántos hay en usted?”. Nadie dirá que tiene tres personas en su interior, sino que todos dirán que, según su experiencia, hay una sola persona. Por lo tanto, nuestra experiencia testifica que los tres del Dios Triuno son uno.
Cuando yo era un joven cristiano, llegué a sentirme molesto porque no sabía a quién dirigir mis oraciones; ¿debía dirigirlas al Padre, al Hijo o al Espíritu? Los hermanos de la Asamblea me habían enseñado que nunca debíamos dirigir nuestras oraciones al Hijo, sino que siempre debíamos orar al Padre en el nombre del Hijo por medio del Espíritu Santo. Después de intentar orar de esta manera por cierto tiempo, me sentí confundido. Me enseñaron que debía orar al Padre celestial, pero según mi experiencia, el Padre ya no era el Padre celestial, sino el Padre que está en mí. Además, cuando oraba de esta manera, no sabía si era el Padre, el Hijo o el Espíritu el que estaba en mí ni dónde estaban los otros dos. Cuando oraba, siempre tenía temor de orar de manera equivocada. Muchas veces espontáneamente oraba: “Oh Señor”, pero entonces inmediatamente me arrepentía y pedía perdón. Entonces empezaba a orar nuevamente: “Oh Padre celestial, te pido en nombre de Tu Hijo, el Señor Jesús, por medio del Espíritu Santo. Gracias, Padre. Oh Señor”. Así que volvía a arrepentirme otra vez por haber orado al Señor, e intentaba de nuevo. Por lo tanto, el disfrute que tenía en mi oración no era agradable ni dulce.
Después de tratar de orar de esta manera por siete años, finalmente fui liberado. Desde entonces ya no me interesa la doctrina en cuanto a cuál de la Trinidad debo orar, sino que simplemente digo: “¡Oh Señor Jesús! Te doy gracias Señor Jesús. Te amo, Señor. ¡Oh Padre celestial, Tú eres tan bueno y bondadoso!”. No puedo explicar esta clase de oración doctrinalmente, pero sé por experiencia que cuando oro de esta manera, tengo una dulce comunión con el Señor. Ya no me perturban las doctrinas muertas. Nuestra experiencia nos dice que no tiene nada de malo orar de esta manera. Debemos regresar al principio, regresar al árbol de la vida. No debe preocuparnos principalmente el poder entender todas las enseñanzas y doctrinas en cuanto a la Trinidad. El Dios Triuno excede grandemente nuestro entendimiento. Sencillamente no podemos entender el misterio de la Trinidad Divina.
A los que dicen que el Padre y el Hijo no pueden ser uno solo, porque el Padre le habló al Hijo y el Hijo oró al Padre en los Evangelios, yo les mostraría Zacarías 2:8-11, que dice: “Así dice Jehová de los ejércitos: Tras la gloria Él me ha enviado [...] Porque ahora agito Mi mano sobre ellos [...] y sabréis que Jehová de los ejércitos me envió [...] porque ahora Yo vengo, y moraré en medio de ti, declara Jehová. Y se unirán muchas naciones a Jehová en aquel día, y serán Mi pueblo; entonces habitaré en medio de ti, y conocerás que Jehová de los ejércitos me envió a ti”. Cuanto más tratamos de entender quién es Aquel que envía y quién es el Enviado en este versículo, más confundidos nos encontraremos. El que habla en el versículo 8, el Enviado, es Jehová de los ejércitos, pero en los versículos del 9 al 11 Él dice: “Jehová de los ejércitos me envió”. Así, Jehová de los ejércitos es tanto Aquel que envía como el Enviado. Esto significa que Aquel que envía es el Enviado. Así como el Señor es Aquel que envía y el Enviado en Zacarías 2, el mismo Señor es el Hijo que ora y el Padre que escucha la oración en Juan 17. Eso es todo lo que podemos decir, y eso es todo lo que podemos entender, pues esto es un misterio.
El recobro del Señor no reconoce ninguno de los terrenos divisivos de las numerosas denominaciones. Esto ofende a muchos. En el cristianismo actual entre las denominaciones cada una considera que las otras están equivocadas, y sin embargo, no quieren ofenderse unas con otras. Pero en el recobro del Señor, el Señor nos ha alumbrado y ha abierto nuestros ojos para que veamos que las denominaciones están equivocadas. No importa lo que los demás digan de nosotros o nos hagan a nosotros, nunca reconoceremos ninguna denominación. Sin embargo, sí reconocemos que todos los creyentes que están en las denominaciones son nuestros queridos hermanos. En 1957 algunos hermanos de Copenhague y de Londres vinieron a visitarnos a Taiwán. A pesar de que estos santos eran nuestros amigos, ellos trataron de condenarnos, haciendo la pregunta: “¿Por qué ustedes afirman ser la iglesia y que todas las denominaciones no lo son? ¿No son ellos hermanos cristianos genuinos?”. Inmediatamente les contesté: “Queridos hermanos, ustedes vinieron desde el mundo occidental, donde todos los cristianos protestantes condenan a la Iglesia Católica y dicen que ella es diabólica y demoníaca. ¿No se dan cuenta de que incluso en la Iglesia Católica hay un buen número de cristianos genuinos?”. Cuando estuve en las Filipinas, conocí a algunos creyentes preciosos que estaban en la Iglesia Católica. Asistí a su servicio dominical y escuché a algunas hermanas orar allí. Aprecié sus oraciones. Así que les dije a nuestros visitantes de Europa: “Ustedes condenan a la Iglesia Católica, pero ustedes saben que allí hay verdaderos creyentes. Simplemente porque hay allí creyentes genuinos, ¿dirían ustedes que la Iglesia Católica es la iglesia apropiada?”. La respuesta era: “¡Por supuesto que no!”. Les dije entonces que mi respuesta con respecto a ellos era la misma. Reconocemos que hay muchos queridos hermanos y hermanas en las denominaciones, pero jamás podemos decir que las denominaciones están bien. Esta postura ofende muchísimo a la gente.
El Señor levantó el recobro en China en 1922. Al cabo de doce años, en 1934, todos los misioneros de China se habían ofendido. Dijeron: “Nosotros fuimos llamados por el Señor. Abandonamos nuestro país, nuestro hogar, nuestra familia y nuestra posición. Sacrificamos todo para venir a este país, y hemos estado laborando noche y día. Hemos gastado las suelas de nuestros zapatos, y hemos ganado a un buen número de creyentes. Entre ellos, los mejores, que son sólo unos pocos, aman al Señor de veras y le buscan. Amamos a estos hermanos; ellos son la fuente de nuestra iglesia. Ahora todos estos mejores creyentes han sido ganados por su proselitismo. Por supuesto, sus reuniones son más vivientes, más elevadas y más ricas que las nuestras; ustedes nos robaron los mejores. Nosotros levantamos un pobre rebaño, pero ustedes formaron otro rebaño y nos robaron las mejores ovejas”. Les dijimos: “Queridos hermanos, nosotros nunca robamos nada. Las ‘ovejas’ son vivientes, y ellas mismas toman sus propias decisiones. No nos culpen por eso. En vez de ello, vayan a sus ovejas y pregúntenles por qué se escaparon de su redil. Nosotros no las robamos; ellas salieron corriendo de su redil. Ahora aunque quisiéramos echarlas, dirían: ‘Aun si ustedes hermanos no siguen este camino, nosotros sí lo seguiremos’”. Muchos santos de las denominaciones que vinieron al recobro del Señor pueden testificar que nadie los robó ni les hizo proselitismo. En vez de ello, fueron atraídos por el Señor en Su recobro.
La razón principal por la que otros nos acusan de herejía y doctrinas erradas es que están molestos porque un buen número de sus mejores miembros se fueron para venir al recobro del Señor. Sin duda alguna, muchas denominaciones están llenas de doctrinas erradas. Aunque nadie dice nada en contra de sus doctrinas erradas, muchos dicen que nosotros somos herejes. El desacuerdo doctrinal no es la razón fundamental de esta oposición; es sólo un pretexto. La razón básica es que nosotros ofendemos a muchos por estar sobre el terreno único de la unidad. Nuestra postura sobre este terreno único indica que hemos renunciado firmemente a todos los terrenos denominacionales, los cuales son divisivos. Nuestra postura sobre el terreno único de manera espontánea e involuntaria condena todos los demás terrenos. No nos gusta hacer esto, pero no tenemos otra forma de reunirnos.
Espero que por medio de esta breve comunión toda esta situación llegue a ser clara para todos nosotros. Debemos pedirle al Señor que nos cubra, preserve y guarde de toda disputa doctrinal. Debemos olvidarnos de cualquier hablar o escrito negativo que venga a nosotros. En el recobro del Señor hoy no nos interesan las disputas doctrinales, sino la revelación pura de la Palabra de Dios, la cual nos trae de regreso a la vida a fin de edificar la iglesia para que se cumpla el propósito de Dios. Aparte de este camino, no tenemos otro, y el Señor tampoco tiene otro camino aparte de éste. Éste es el camino del recobro del Señor, y éste es el camino que lo traerá a Él de regreso. Tenemos que ser fieles a este camino.