
Este libro se compone de mensajes dados por el hermano Witness Lee para un entrenamiento celebrado en la ciudad de Altadena, California, durante el verano de 1963. Los mensajes no fueron revisados por el orador.
En las Escrituras, la primera edificación dispuesta por Dios fue el arca de Noé (Gn. 6:14-16). El arca tipifica a Cristo el Redentor, quien llega a ser nuestro Salvador. Él trae consigo redención, liberación, salvación, seguridad y protección. ¿Por qué, entonces, el arca debía ser una edificación? Es posible que nos hayamos percatado de que el arca de Noé tipifica a Cristo, pero probablemente no sepamos por qué era necesario que fuese una edificación. Detrás de ello se encuentra el pensamiento divino que muchos han pasado por alto.
Erigir un edificio simplemente significa unir diversos materiales. Cristo, el Redentor y Salvador, es una edificación. Él no solamente es Dios, sino también un Dios-hombre; Él es Dios y el hombre conjuntamente edificados. En el principio, Cristo era únicamente Dios. Juan 1:1 dice que en el principio era el Verbo, y el Verbo era Dios. Sin embargo, el versículo 14 dice que el Verbo se hizo carne. El Verbo, quien es Dios mismo, se mezcló con la humanidad. Esto constituyó una edificación. El versículo 14 dice que cuando Cristo, el Verbo de Dios, se hizo carne, Él fijó tabernáculo entre nosotros. El Señor encarnado es, pues, un tabernáculo, una edificación en la que el material divino se mezcla con el material humano. En Cristo está tanto la divinidad como la humanidad. Sus dos naturalezas son los materiales que se han entremezclado a fin de ser edificados conjuntamente como una sola entidad. Cristo el Salvador, quien es Dios encarnado, es la edificación, la mezcla, de la divinidad y la humanidad, es decir, el edificio compuesto de Dios y el hombre.
Antes de ser salvos, únicamente formábamos parte de la creación de Dios; no formábamos parte de Su edificio. En el mejor de los casos, sólo formábamos parte de los materiales requeridos para dicha edificación. Sin embargo, ahora que somos salvos, Dios se ha mezclado con nosotros. Él ha mezclado la naturaleza divina con la naturaleza humana, haciendo de nosotros un edificio divino.
Los números tres y cinco aparecen con frecuencia en relación con la edificación del arca. El arca tenía trescientos codos de longitud, cincuenta codos de ancho y treinta codos de alto. Además, tenía tres pisos, no dos ni cuatro, y tenía una sola ventana o tragaluz. El número tres hace alusión al Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu—, mientras que cinco es el número que denota responsabilidad, de la misma manera que los cinco dedos que tenemos en cada mano asumen la responsabilidad de hacer muchas cosas. El número cinco está compuesto de cuatro más uno. El número uno representa al único Dios, mientras que cuatro es el número que denota a las criaturas, tal como los cuatro seres vivientes mencionados en Apocalipsis 4:6-8. Así pues, cuatro más uno significa el Creador añadido a las criaturas para llegar a ser una edificación. Cristo es Dios mismo mezclado con la creación, es decir, el “uno” mezclado con el “cuatro”. Cristo es el verdadero “cinco”, y como tal, Él es el Dios-hombre, Dios mezclado con la humanidad, quien se hace responsable por nosotros delante de Dios. Además, en este Cristo, el arca, están los “tres pisos”: el Padre, el Hijo y el Espíritu.
Los números tres y cinco aparecen también muchas veces con relación a la edificación del tabernáculo relatada en el libro de Éxodo (25:8-9). Muchos de los componentes del tabernáculo medían tres y cinco. Así como el arca tenía tres pisos, el tabernáculo también tenía tres partes: el atrio, el Lugar Santo y el Lugar Santísimo. Las tablas del tabernáculo medían un codo y medio de ancho, por lo cual, al emparejarse dos tablas, medían un total de tres codos de ancho. La altura de estas tablas era de diez codos, y cada tabla estaba dividida en dos mitades de cinco codos de altura cada una, al igual que los Diez Mandamientos también estaban escritos sobre dos tablas con cinco mandamientos en cada una.
En el Lugar Santo encontramos tres muebles: la mesa de los panes de la proposición, el candelero y el altar del incienso. Asimismo, el arca del testimonio guardaba en su interior tres cosas. Hay muchos otros aspectos relacionados con el tabernáculo en los que vemos los números tres y cinco. Nuevamente, el número tres representa al Dios Triuno, mientras que el número cinco representa la adición de Dios a Sus criaturas; por tanto, el edificio de Dios es la mezcla de Dios con Sus criaturas.
En relación con esto, también podemos mencionar diversos aspectos en cuanto a la edificación del templo (1 R. 6:1). El templo es un cuadro completo de la mezcla de Dios con Sus criaturas. Nuevamente, en el templo vemos el atrio, el Lugar Santo y el Lugar Santísimo. Estos representan los tres “pisos” del Dios Triuno. Cuando Cristo el Señor se encarnó, Él afirmó ser el templo. Por un lado, al encarnarse, Él era el tabernáculo; pero, por otro, en Juan 2:19 Él dijo: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré”. El cuerpo del Señor era un templo, la casa de Dios, que el pueblo judío derribó, pero el Señor se levantó nuevamente después de tres días. Ésta es una prueba más de que el Señor mismo es una edificación.
El principio según el cual el Señor es una edificación es que Dios se mezcla con la humanidad, y este mismo principio rige toda obra edificadora que Dios realiza. Por tanto, la iglesia es también la mezcla divina de Dios mismo con la humanidad. La iglesia no pertenece a la vieja creación. La iglesia es el edificio de Dios, el cual está compuesto por Dios mismo como el material divino que se ha mezclado con el material humano, el hombre. En este sentido, la iglesia puede ser considerada un híbrido. Un híbrido es una mezcla de dos vidas y naturalezas que llegan a constituir una sola entidad. La mezcla de un ciruelo y un durazno, por ejemplo, es una planta híbrida. La iglesia es un híbrido divino por ser la mezcla de Dios con el hombre.
Tal vez hablemos mucho sobre la edificación de la iglesia; sin embargo, tenemos que percatarnos de que tal edificación consiste en mezclar a Dios con el hombre. Cuanto más nos mezclemos con Dios, más seremos edificados juntamente como una sola entidad. Si Dios no está presente, resulta imposible que seres humanos sean juntamente edificados como una sola entidad. Aun si esto fuera posible, tal edificación no sería el edificio de Dios, sino una simple edificación o agrupación humana. La iglesia, por ser el edificio de Dios, no es una mera combinación o composición humana, sino que es la mezcla de Dios y la humanidad.
Después de la iglesia, la siguiente etapa en cuanto al edificio de Dios es la Nueva Jerusalén (Ap. 21:2). El arca de Noé, el tabernáculo, el templo, Cristo, la iglesia y la Nueva Jerusalén, todos forman parte de la obra edificadora de Dios. Sin embargo, todas estas entidades constituyen diferentes aspectos de un mismo edificio, y no diferentes edificios. De hecho, en la Nueva Jerusalén podemos hallar elementos relacionados con el arca de Noé, con el tabernáculo erigido por Moisés y con el templo levantado por Salomón en la vieja Jerusalén. Ciertamente podemos ver a Cristo como la casa y el templo de Dios, y también podemos ver la iglesia. Por tanto, la Nueva Jerusalén es la suprema expresión del edificio de Dios y su consumación.
En la Nueva Jerusalén se encuentran inscritos los nombres de las doce tribus de Israel y los nombres de los doce apóstoles del Cordero (vs. 12, 14). Las doce tribus de Israel representan a los santos de la era antiguotestamentaria, mientras que los doce apóstoles representan a los santos de la era neotestamentaria. Esto nos muestra que la Nueva Jerusalén es una entidad viviente compuesta por todos los santos que vivieron tanto en la época del Antiguo Testamento como en la época del Nuevo Testamento.
Además, Dios es la luz de la Nueva Jerusalén, y Cristo es la lámpara (v. 23). Dios está en Cristo, y a partir de Dios que está en Cristo fluye el Espíritu como el río de agua de vida (22:1). Dios el Padre es la luz, Dios el Hijo es la lámpara y Dios el Espíritu es el río de agua viva. Desde el centro, esto es, desde el trono de Dios y del Redentor, el Dios Triuno fluye a toda la ciudad para que se produzca la mezcla de Dios con Sus criaturas. Éste es el verdadero significado del edificio de Dios. Por tanto, la Nueva Jerusalén es una entidad viviente compuesta por todos los redimidos a lo largo de todas las generaciones, cuyo centro es Dios en Cristo mediante el Espíritu Santo. Así pues, se trata de un hombre universal y corporativo que se ha mezclado con Dios a fin de llegar a ser el Cuerpo viviente de Cristo y una ciudad edificada.
La Nueva Jerusalén es un cuadro completo de la mezcla del Dios Triuno con Sus criaturas redimidas, es decir, de la mezcla de la divinidad con la humanidad. Ahora, Dios ya no es meramente un Dios que está fuera del hombre, sino que Él es el Dios que está dentro del hombre.
Además de este único edificio, no existe otro edificio de Dios. Dios únicamente tiene un edificio en el universo. ¿Por qué, pues, el Señor habló en Juan 14:2 de “muchas moradas”? En 2:16, el Señor claramente indicó que la casa del Padre es el templo. Entonces, ¿qué es la casa del Padre mencionada en 14:2? Este versículo dice: “En la casa de Mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, Yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros”. ¿Cómo podemos hacer concordar este versículo con el edificio de Dios? Cuando algunos predican el evangelio, les dicen a las personas que si ellas no creen en Jesús, se irán al infierno, pero que si creen, irán a una mansión celestial, o a ciertas instalaciones en los cielos. ¿Acaso deberíamos creer que hoy, mientras Dios edifica Su iglesia, Él también está construyendo mansiones en los cielos? Muchas veces se me ha condenado por predicar que no hay “mansiones celestiales”. Al predicar así, no obstante, mi propósito no es predicar en contra de las mansiones celestiales, sino, más bien, ayudar a los hijos de Dios a conocer en qué consiste el verdadero edificio de Dios. El verdadero edificio de Dios no es un palacio en los cielos, sino la mezcla de Sí mismo con Su criatura, el hombre.
Algunos himnos contienen el pensamiento de que Dios es un Dios que está en los cielos y que, un día, nosotros también iremos a los cielos. No piensen que yo no creo que los cielos existen. Ciertamente creo que los cielos existen y que hay un Dios en los cielos, pero los cielos, donde está ahora Dios, no son la eterna morada de Dios. Podemos demostrar esto con lo que Apocalipsis 21:2 dice: “Y vi la santa ciudad, la Nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una novia ataviada para su marido”. En la eternidad Dios morará en la Nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo. Quizá tengamos el concepto de que iremos a los cielos, pero el hecho es que Dios descenderá de allí. La morada de Dios en la eternidad es Su edificio divino, la Nueva Jerusalén, la mezcla de la divinidad con la humanidad.
Debemos cambiar nuestra manera de pensar. Si examinamos dónde se origina el concepto de “las mansiones celestiales”, descubriremos que procede de las enseñanzas del catolicismo romano y se basa en supersticiones. Ciertamente creemos en un paraíso preparado por Dios, pero tenemos que comprender y tener presente que el pensamiento divino, tal como es presentado a lo largo de las Escrituras, no da lugar a la idea de que Dios está buscando una morada física. Una morada física jamás podría satisfacer a Dios. El pensamiento divino, que ocupa un lugar central en las Escrituras, es que Dios está buscando obtener un edificio divino, el cual consiste en la mezcla de Sí mismo con la humanidad. Él está buscando una entidad viviente compuesta por personas vivas, las cuales han sido redimidas por Él y se han mezclado con Él.
Después de Su obra de creación, Dios comenzó la obra de producir el edificio divino, la cual sigue llevándose a cabo. Incluso en nuestros días, Dios sigue realizando la obra de producir el edificio divino, la cual consiste en mezclarse con el hombre. Predicamos el evangelio no solamente para ganar almas o para salvarlas del infierno, sino para ministrar a Dios al hombre mediante el Espíritu a fin de que Dios pueda mezclarse con el hombre. De esta manera, obtenemos los materiales necesarios para el edificio divino. Asimismo, ministramos a Cristo a los santos a fin de que ellos puedan mezclarse con Cristo y, así, ser edificados juntamente con Él. Éste es el pensamiento central y fundamental que rige todo cuanto hacemos.
Si mediante mi ministerio no he sido capaz de ayudar a las personas a que se mezclen más y más con Cristo, entonces mi ministerio habrá sido un completo fracaso. El éxito de un ministerio estriba en ministrar a Cristo a las personas, ayudándolas, así, a mezclarse con Cristo. Quizá antes de recibir dicho ministerio hayamos poseído apenas un poco de Cristo, pero después de recibirlo, obtenemos mucho más de Él. Este ministerio nos ministra a Cristo mismo y hace que crezcamos más en Cristo y que nos mezclemos con Él continuamente. Esto lleva a cabo la obra de edificación, la cual consiste en la mezcla divina de Dios con el hombre.
Mezclarse con Dios día a día es un asunto profundo, central y fundamental. Los esposos deben amar a sus esposas, y las esposas deben sujetarse a sus esposos; no obstante, el hecho de que los esposos meramente amen a sus esposas no significa mucho. El auténtico amor, aquel que es verdaderamente valioso a los ojos de Dios, es el amor que resulta de la mezcla de Cristo con los esposos. Si Cristo está mezclado con el amor de una persona, allí vemos el edificio divino. Algunas personas dicen que las mujeres japonesas son muy sumisas a sus maridos. Sin embargo, la sujeción de una esposa a su marido no tiene mucho valor de por sí; más bien, la sujeción de las esposas debería ser producto de la mezcla de Cristo con ellas. Si hay algo de Cristo mezclado con la sumisión de una esposa, allí hay algo del edificio divino. Tanto el amor de los esposos como la sumisión de las esposas deberían ser producto de la mezcla de Dios con el hombre, es decir, el edificio divino.
No olviden que después de que Dios terminó Su obra de creación, la obra de edificación que Él está realizando hoy consiste en mezclarse con el hombre. En todas nuestras experiencias espirituales, Dios tiene que mezclarse con nosotros, lo cual constituye el edificio divino. No basta con ser personas humildes, amorosas y sumisas, sino que en todo ello tiene que realizarse la obra divina de edificación, la cual consiste en que Dios se mezcle con nosotros. Por todo lo dicho, ahora podemos comprender qué es el edificio de Dios, la casa de Dios y la morada de Dios. La morada de Dios no es otra cosa que la mezcla de Dios con el hombre. En esto también consiste la edificación de la iglesia. Que la gracia de Dios nos permita ver cada vez más claramente, que la mezcla de Dios con el hombre es, de hecho, el verdadero edificio divino.