
Lectura bíblica: 1 Ti. 4:7-8; 3:16; 2 Ti. 4:22; 1:7; 1 Ti. 1:3-5; 3:9; 2 Ti. 1:3
En 1 Timoteo 4:7 y 8 se nos dice: “Desecha los mitos profanos y de viejas. Ejercítate para la piedad; porque el ejercicio corporal para poco es provechoso, pero la piedad para todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente, y de la venidera”. Estos versículos nos hablan de dos clases de ejercicios: el ejercicio corporal y el ejercicio para la piedad. Esta segunda clase de ejercicio no se refiere al cuerpo ni al alma. Más bien, es el ejercicio de nuestro espíritu humano. Como vimos en el capítulo anterior, la piedad es Dios manifestado en la carne (3:16). Es Dios manifestado desde nuestro interior. En 2 Timoteo 4:22 se nos dice en qué parte de nuestro ser Dios mora. Este versículo dice: “El Señor esté con tu espíritu”. Aquí, el Señor, se refiere a Dios más muchos otros elementos, entre las cuales están la encarnación, la crucifixión para efectuar la redención, la resurrección y la ascensión. Este Señor, quien es Dios con todos estos elementos, ha entrado en nuestro espíritu. Los versículos anteriores nos muestran que ejercitarse para la piedad es ejercitar nuestro espíritu humano. Al ejercitar nuestro espíritu contactamos al Señor a fin de que Él tenga la manera de manifestarse en nosotros.
Tanto el primer capítulo de 1 Timoteo como el de 2 Timoteo nos hablan de las partes internas de nuestro ser en relación con el ejercicio de nuestro espíritu. En 2 Timoteo 1:7 se nos dice: “No nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de cordura”. En este versículo se hallan implícitas las tres partes de nuestra alma: nuestra voluntad, parte emotiva y mente. Un espíritu de poder es un espíritu que cuenta con una voluntad apropiada, un espíritu de amor es un espíritu con una parte emotiva apropiada, y un espíritu de cordura es un espíritu que tiene una mente clara, sobria y sensata. Dios no nos ha dado un espíritu débil, sino un espíritu poderoso, amoroso y sobrio. Al decirnos esto, la intención de Pablo no era meramente decirnos algo sobre nuestro espíritu, sino que él procuraba conseguir que nosotros usáramos nuestro espíritu.
Nuestro espíritu está completamente envuelto, rodeado, por las tres partes de nuestra alma. Por tanto, para ejercitar el espíritu es indispensable que contemos con una voluntad subyugada y sumisa, una parte emotiva apropiada, y una mente sobria y sensata. Si todas estas partes de nuestra alma se encuentran bajo el control de nuestro espíritu, tendremos un espíritu poderoso, amoroso y sobrio, y lo podremos liberar. De otro modo, nuestra alma impedirá que nuestro espíritu sea liberado. Cuando las partes de nuestra alma están bajo el control del espíritu, ellas se convierten en la vía libre por la cual el espíritu puede salir y ser liberado.
Tomar medidas con respeto a nuestras partes internas para que podamos ejercitar el espíritu podría compararse al proceso de purificación al que se somete una corriente de agua. Un manantial de agua puede ser puro y limpio, pero si fluye por conductos sulfurosos o salados, el agua se habrá mezclado con el azufre y la sal. A fin de purificar la corriente de agua, será necesario limpiar aquellos conductos. Estrictamente hablando, los problemas relacionados con el ejercicio de nuestro espíritu son problemas relativos a nuestra voluntad, a nuestra parte emotiva o a nuestra mente. No hay nada malo con nuestro espíritu. Según todo el Nuevo Testamento, Dios se reservó para Sí nuestro espíritu y no permitió que Su enemigo entrase en él. (La expresión “contaminación [...] de espíritu” en 2 Corintios 7:1 no se refiere a nuestro espíritu humano, sino a contaminarse con cosas del mundo espiritual, tales como ídolos). Dios permitió que el maligno, Satanás, dañase el cuerpo y el alma, esto causó que el espíritu estuviera como muerto al estar bajo la influencia del cuerpo pecaminoso y el alma caída. Sin embargo, las Escrituras no nos dicen que Satanás toma posesión del espíritu humano directamente. Dios ha fijado ciertos límites a fin de preservar nuestro espíritu humano. Por tanto, tomar medidas con respecto a nuestro espíritu está relacionado, en primer lugar, con tomar medidas con respecto a nuestras partes internas, las cuales rodean nuestro espíritu.
El conducto por el cual nuestro espíritu humano debe pasar es nuestra alma con sus diversas partes. Si nuestra mente, voluntad y parte emotiva no son las apropiadas, nuestro espíritu tampoco podrá manifestar una condición apropiada. Por tanto, es indispensable que tomemos medidas en cuanto a todas las partes que conforman nuestra alma. Nuestra voluntad tiene que ser subyugada, nuestra parte emotiva tiene que ser equilibrada y nuestra mente tiene que estar despejada. Si nuestra voluntad es sumisa, nuestra parte emotiva es equilibrada y nuestra mente es clara y sobria; entonces nuestro espíritu será poderoso, amoroso, sobrio y fácil de liberar.
Las dos epístolas dirigidas a Timoteo nos hablan principalmente de una sola cosa: nuestra necesidad de ejercitarnos para la piedad, lo cual equivale a ejercitar nuestro espíritu humano con miras a la manifestación de Dios en nosotros. La idea central de estos dos libros es que ya seamos ancianos, diáconos o alguien que participa en el servicio en la iglesia, tenemos que ejercitar nuestro espíritu a fin de que Dios en Cristo como el Espíritu pueda ser manifestado en nosotros.
En 1 Timoteo 1:3-5 se nos habla de un corazón puro y una buena conciencia. Estos versículos dicen: “Como te exhorté, al irme a Macedonia, a que te quedases en Éfeso, para que mandases a algunos que no enseñen cosas diferentes, ni presten atención a mitos y genealogías interminables, que acarrean disputas más bien que la economía de Dios que se funda en la fe. Pues el propósito de esta orden es el amor nacido de un corazón puro, una buena conciencia y una fe no fingida”. Las diferentes enseñanzas, mitos y genealogías acarrean disputas en la mente. Esto es, hacen que las personas ejerciten sus mentes para cuestionar la economía de Dios en lugar de centrarse en ella. Por tanto, con miras a ejercitarnos para la piedad que es según la economía de Dios, la cual es el misterio de la piedad, Dios manifestado en la carne, es imprescindible que tengamos un corazón puro y una buena conciencia.
La conciencia es la parte principal de nuestro espíritu. Debemos tener una buena conciencia. Cuando nuestra conciencia nos condena, no somos capaces de ejercitar apropiadamente nuestro espíritu. Además, es necesario que tengamos una conciencia pura (3:9; 2 Ti. 1:3). Puede ser que nuestra conciencia sea buena, debido a que ha sido limpiada de todo lo pecaminoso, sucio o maligno, pero puede que no sea pura debido a que tenemos un motivo que sea para nuestro propio beneficio. Una conciencia pura es una conciencia que está en un corazón que lo único que le importa es Dios. Como dijimos en el capítulo anterior, es posible que un hermano sea una buena persona a la cual no se le puede atribuir falta moral alguna. Sin embargo, al considerarlo desde otro ángulo, puede que él no sea una persona pura. Si bien él tiene una buena conciencia, su conciencia no es pura, pues no le interesa únicamente Dios, sino que procura algo más además de Dios mismo; cosas tales como alguna obra en el campo misionero, una congregación propia, una posición, su propia gloria, su propia honra y obtener el respeto de los demás. A la obra que este hermano realiza ciertamente no se le puede atribuir ninguna falta o defecto moral, pero él mismo carece de pureza a causa de que tiene otro motivo. Si no tenemos una conciencia pura, una conciencia absolutamente centrada en Dios, nos será difícil servir a Dios. A fin de servir a Dios, es imprescindible que tengamos una conciencia pura. En 2 Timoteo 1:3 Pablo dijo: “Doy gracias a Dios, al cual sirvo desde mis antepasados con una conciencia pura”. Que Pablo hiciera tal declaración implica que él buscaba únicamente a Dios. Necesitamos esta clase de conciencia pura.
En 1 Timoteo 1:5 también se nos habla de un corazón puro. El corazón está compuesto por la mente, la parte emotiva, la voluntad y la conciencia (Mt. 9:4; He. 4:12; 6, Jn. 16:22; Hch. 11:23; He. 10:22). Esto quiere decir que nuestra mente, nuestra parte emotiva, nuestra voluntad y nuestra conciencia deben ser puras. Cada parte de nuestro ser debe ser pura. Hoy en día hay muchos cristianos a quienes les gusta estudiar la Biblia según sus enseñanzas doctrinales; no obstante, con respecto a estas enseñanzas, ellos tienen muchas opiniones y conceptos que difieren entre sí. Esto es indicio de que su mente, parte emotiva y voluntad no son puras; es decir, que ellos no tienen un corazón puro. Puesto que su corazón no es puro, su conciencia tampoco es pura. A fin de tener una conciencia pura, debemos tener una mente, una parte emotiva y una voluntad que sean puras.
Un corazón puro es un corazón que sea sencilla y solamente para el Señor. Esto quiere decir que nuestra mente no considera nada que no sea el Señor, que nuestra parte emotiva no ama nada que no sea el Señor y que nuestra voluntad escoge sólo al Señor. Así, en nuestra mente, parte emotiva y voluntad, no estamos dedicados a ninguna otra cosa que no sea el Señor y únicamente le buscamos a Él. En esto consiste tener un corazón puro y una conciencia pura. Nuestra mente, ¿está plena y enteramente dedicada a Dios? Nuestra parte emotiva, ¿ama con toda sencillez e integridad al Señor? Nuestra voluntad, ¿está enteramente dedicada a Dios? Si nos examinamos a nosotros mismos, tendremos que reconocer que no somos puros. En nuestra mente todavía hay mucho “tráfico” en muchas direcciones. Asimismo, en nuestra parte emotiva, amamos al Señor, pero también amamos muchas otras cosas. De manera similar, en nuestra voluntad es posible que estemos dedicados al Señor por la mañana, pero al mediodía estemos dedicados a algo diferente y al anochecer a algo totalmente distinto. Esto quiere decir que no somos puros en nuestra mente, en nuestra parte emotiva ni en nuestra voluntad; esto es, no tenemos un corazón puro.
Cuando todas nuestras partes internas son puras, entonces nuestro corazón es puro y nuestra conciencia también es pura. Una conciencia pura es vital para que ejercitemos el espíritu. Si no tenemos una buena conciencia, si alguna condenación pesa sobre nuestra conciencia, entonces nuestro espíritu estará como muerto. Si sentimos alguna condenación, no importa cuánto seamos alentados por otros a ejercitar nuestro espíritu, no podremos hacerlo. Sin embargo, es posible que tengamos una buena conciencia, mas no una conciencia pura; así pues, nuevamente, nuestro espíritu no podrá ser un espíritu fuerte. Es posible que en nuestra conciencia tengamos el testimonio de que no somos puros y sencillos para el Señor. Lo que buscamos no es algo malo, pero no es el propio Señor. Esta clase de condenación no es una condenación áspera y tosca, sino más bien, un sentimiento profundo, fino y tierno que nos hace notar que no estamos dedicados al Señor de manera íntegra y pura. Incluso esta clase de condenación debilita nuestro espíritu. Podríamos decir a los demás que estamos completamente en lo correcto, pero no seremos capaces de decirle esto a nuestra conciencia. Cuanto más argumentamos que estamos en lo correcto, más nos molesta nuestra conciencia. La manera sabia de proceder es no discutir con nuestra conciencia.
Es necesario que seamos puros en todas nuestras partes internas: en nuestra conciencia, nuestro corazón, nuestra mente, parte emotiva y voluntad. Si tomamos medidas con respecto a estas partes internas, tendremos una conciencia pura en un corazón puro con una voluntad pura, una parte emotiva pura y una mente pura. Entonces podremos ejercitar nuestro espíritu. De lo contrario, nos será muy difícil ejercitar nuestro espíritu. A fin de ejercitar nuestro espíritu, se requiere preparación. Es menester que tengamos un espíritu de poder en nuestra voluntad, de amor en nuestra parte emotiva y de cordura y sensatez en nuestra mente. Estas tres partes internas deben ser regidas por nuestro espíritu. Entonces nuestro corazón será puro y nuestra conciencia será transparente y clara como el cristal. Esto hará que nos sea fácil ejercitar nuestro espíritu y que éste tenga una vía libre para ser liberado.