
Lectura bíblica: 1 Ti. 2:1-3, 8-14; 2 Ti. 2:22; 1 Ti. 1:3-4; 4:6-7; 2 Ti. 4:4; 3:16; 1 Ti. 1:10; 4:6; 6:3; 2 Ti. 1:13; 4:3; Tit. 1:9; 2:1
Las dos epístolas dirigidas a Timoteo hablan particularmente sobre la oración y sobre recibir la palabra de Dios para el ejercicio de nuestro espíritu. En 1 Timoteo 2:1-3 se nos dice: “Exhorto ante todo, a que se hagan peticiones, oraciones, intercesiones y acciones de gracias, por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que llevemos una vida tranquila y sosegada en toda piedad y dignidad. Porque esto es bueno y aceptable delante de Dios nuestro Salvador”. El versículo 1 habla de las diversas clases de oración, incluyendo las oraciones generales así como las oraciones más específicas en las que se hacen peticiones por necesidades particulares. Estas oraciones se deben hacer no solamente por cierta categoría de personas, sino por todos los hombres. El versículo 2 da a entender que esta oración que hacemos por todos los hombres guarda relación con la piedad. A fin de ejercitar nuestro espíritu, tenemos que orar de muchas maneras. Efesios 6:18 dice: “Con toda oración y petición orando en todo tiempo en el espíritu, y para ello velando con toda perseverancia y petición por todos los santos”. La oración y petición se tienen que hacer en el espíritu. Al orar mediante todas estas clases de oración, verdaderamente ejercitamos nuestro espíritu y ejercemos el verdadero sacerdocio.
A continuación, 1 Timoteo 2:8 dice: “Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar, levantando manos santas, sin ira ni contienda”. A veces no podemos levantar nuestras manos en oración debido a que éstas no son santas, separadas para Dios. A fin de tener manos santas se requiere que ejercitemos nuestro espíritu. La ira se halla en la parte emotiva y la contienda se halla en la mente. A fin de orar sin ira ni contienda tenemos que ejercitar nuestro espíritu, y no nuestras emociones o mente naturales. Sin embargo, a veces ejercitamos nuestra mente y nuestra parte emotiva mucho más que nuestro espíritu. Siempre que contendemos, cuestionamos y disputamos, ejercitamos nuestra mente. Si negamos nuestra mente natural, no seremos perturbados por nuestros razonamientos. Dejaremos de estar preocupados por cuestionamientos, y lo único que nos interesará será orar en todo lugar.
Tales cuestionamientos proceden de Satanás, la serpiente (Gn. 3:1). Cuando una serpiente se levanta para atacar, podríamos decir que ella toma la forma de un signo de interrogación. Satanás, la serpiente, hace surgir tales cuestionamientos en la mente. La primera vez que la serpiente entró en contacto con los seres humanos fue para incitar la mente de Eva en Génesis 3. Él le sugirió algo a Eva, esto hizo que ella ejercitara su mente. Por este motivo, el apóstol Pablo no permitía que las mujeres enseñaran con autoridad en la iglesia. En 1 Timoteo 2:8 Pablo nos dice simplemente que su deseo es que los hombres oren en todo lugar. Sin embargo, en los versículos siguientes él también da instrucciones acera de que las mujeres deben orar, pero al hacerlo incluye algunos requerimientos adicionales. El versículo 11 al 14 continúa: “La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción; no permito a la mujer enseñar, ni ejercer autoridad sobre el hombre, sino estar en silencio. Porque Adán fue formado primero, después Eva; y Adán no fue engañado, sino que la mujer, siendo engañada, incurrió en transgresión”. Eva fue engañada porque ella ejercitó su mente de manera inapropiada. Debido a que enseñar requiere del ejercicio apropiado de nuestra mente, es mejor que las hermanas simplemente se dediquen a orar. Las hermanas no poseen la posición requerida para enseñar, pues para ello se requiere del ejercicio de la mente; en lugar de ello, ellas tienen la posición de orar, lo cual implica el ejercicio del espíritu.
Varios libros del Nuevo Testamento contienen enseñanzas con respecto a la oración, pero las epístolas dirigidas a Timoteo son únicas al mostrarnos el aspecto práctico en cuanto a la oración y nos proveen instrucciones prácticas al respecto. En 2 Timoteo 2:22 se nos dice: “Huye de las pasiones juveniles, y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón puro invocan al Señor”. Este versículo no nos anima a seguir con aquellos que estudian la Biblia meramente para aprender doctrinas. Más bien, tenemos que reunirnos no solamente para recibir enseñanzas o solamente para estudiar, sino para invocar al Señor de corazón puro. Orar al invocar el nombre del Señor es el ejercicio verdadero del espíritu. Para poder orar con toda clase de oración, intercesión, peticiones y acciones de gracias en beneficio de todos los hombres, orar en todo lugar levantando manos santas, y orar sin ira en nuestra parte emotiva así como sin contienda en nuestra mente, es necesario que ejercitemos nuestro espíritu.
Tenemos que practicar la oración que es conforme a las instrucciones dadas en 1 y 2 Timoteo. Si un hermano nos habla inspirado por los razonamientos en su mente, no debiéramos contestar con una respuesta, argumento o sugerencia. Más bien, debiéramos simplemente decirle: “Hermano, oremos”. No debiéramos ejercitar nuestra mente natural para referirnos a lo dicho por él; más bien, debemos ejercitar nuestro espíritu para llevar tales asuntos al Señor en oración. Nuestro único recurso debiera ser contactar al Señor al ejercitar nuestro espíritu. Entonces, debemos seguir lo que le complace al Señor junto con aquellos que de corazón puro le invocan. A fin de ejercitar nuestro espíritu para ministrar como sacerdotes, tenemos que aprender a orar de este modo. Anhelo ver el día en que ningún hermano tenga interés en discutir, debatir, argüir o, incluso, meramente estudiar. Más bien, ya sea en sus hogares, en el salón de reuniones o en cualquier lugar, que a ellos sólo les interese orar. Si todos practicamos esta clase de oración, entre nosotros se producirá el verdadero sacerdocio. Entonces veremos el mover del Señor de una manera poderosa y prevaleciente. El Señor está recobrando el sacerdocio de la oración por medio del ejercicio del espíritu.
No debiéramos ejercitar nuestra mente natural para discutir, debatir, argüir, cuestionar o dudar. Asimismo, tampoco debiéramos estar llenos de ira en nuestra parte emotiva. Debemos hacer una sola cosa: orar con toda clase de oraciones, peticiones, intercesiones y acciones de gracias, no solamente por una determinada categoría de personas, sino por todos los hombres. Solemos ser demasiado indiferentes con respecto a muchas cosas. ¿Cuántas veces hemos orado por el presidente de nuestra nación, por el gobernador de nuestro estado y por la situación mundial? Tenemos que orar para que tengamos la oportunidad de llevar una vida tranquila y apacible en toda piedad. Sin embargo, no les animo a orar principalmente por ciertas cosas. Los animo a que ejerciten su espíritu. Siempre que nos reunimos, no debiéramos hablar demasiado. A veces, hablar así simplemente da lugar a los chismes. Debemos olvidarnos de todo lo demás y simplemente orar. Si nos encontramos hablando sobre otras personas y familias, de inmediato debemos decir: “No hablemos más. Oremos por ellos”. Si estamos preocupados por cierto hermano o hermana, debemos orar en lugar de simplemente hablar de ellos. Tenemos que aprender a orar. Anhelo ver el día en que sobre esta tierra haya una iglesia en la que los queridos santos no den lugar al chisme ni a conversaciones vanas, sino que simplemente oren.
Hoy en día hay demasiadas conversaciones naturales entre los hijos del Señor. Alguien podría preguntar: “¿Cómo están las cosas por Taiwán?”, o “¿cómo está tal hermano?” o “¿cómo están su esposa y su suegra?”. Después de hacer todas estas preguntas, puede ser que dicha persona proceda a propagar la información obtenida. Nadie puede repetir lo que escuchó con exactitud. Esta persona omitirá algo o añadirá algo, con lo cual, a la postre, estará propagando rumores. Entonces, la muerte fluirá. Hablar de este modo trae muerte al espíritu de los santos y de la iglesia. Todos tenemos que aprender la lección de detener nuestro hablar. Nuestra boca fue creada por Dios, no para hablar de estas cosas, sino para orar.
Los chismes son parecidos a los mitos. En 1 y 2 Timoteo, Pablo usó la palabra mitos varias veces. En 1 Timoteo 1:3-4 se nos dice: “Como te exhorté, al irme a Macedonia, a que te quedases en Éfeso, para que mandases a algunos que no enseñen cosas diferentes, ni presten atención a mitos y genealogías interminables, que acarrean disputas más bien que la economía de Dios que se funda en la fe”. Los versículos 6 y 7 del capítulo 4 dicen: “Si expones estas cosas a los hermanos, serás buen ministro de Cristo Jesús, nutrido con las palabras de la fe y de la buena enseñanza que has seguido fielmente. Desecha los mitos profanos y de viejas. Ejercítate para la piedad”. En 2 Timoteo 4:4 se nos dice: “Apartarán de la verdad el oído y se volverán a los mitos”. Tenemos que aprender a rechazar todo chisme, mito y cuento. Estas cosas únicamente hacen que ejercitemos nuestra mente natural y caída.
Debemos recibir estas palabras no como otra enseñanza más, sino como una comunión amorosa. Anhelo ver que en el recobro del Señor la iglesia no sea un grupo de habladores, sino un grupo de personas que oran. Siempre que nos reunamos debemos dejar atrás todas nuestras conversaciones y entregarnos completamente a la oración. Debemos decir: “Hermanos y hermanas, oremos”. Debemos orar en todo tiempo en el espíritu por todos los hombres con toda clase de oraciones, peticiones, intercesiones y acciones de gracias; y debemos hacer esto con todos aquellos que de corazón puro invocan al Señor. Ésta es la manera apropiada de ejercitar nuestro espíritu.
En todos los libros del Nuevo Testamento no encontramos una porción tan única como la hallada en 2 Timoteo 3:16. Este versículo dice: “Toda la Escritura es dada por el aliento de Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia”. Todas las palabras contenidas en la Biblia son el aliento divino de Dios. Esto guarda relación con el Espíritu en nuestro espíritu. Debido a que la Palabra de Dios no es meramente para ser enseñada, no podemos aprehenderla de manera cabal por medio del ejercicio de nuestra mente. La mente no es suficiente. Tenemos que ejercitar nuestro espíritu si hemos de aprehender la Palabra, debido a que ella es el aliento espiritual, el aliento mismo de Dios. Cuando leemos la Palabra, tenemos que aprender a inhalarla, no solamente a entenderla. Es un concepto equivocado que cuando leemos la Palabra principalmente tenemos que entenderla. La palabra de Dios es alimento y bebida espiritual (Mt. 4:4; 1 P. 2:2; Jer. 15:16; Sal. 119:103; Job 23:12; Jn. 6:63). No es necesario entender la comida, todo lo que tenemos que hacer es comerla. La Biblia no es principalmente para que nosotros la entendamos. Ésta es para que nosotros la inhalemos.
En 1 Timoteo 1:10 se hace referencia a todo aquello que “se oponga a la sana enseñanza”. Toda cosa sana o saludable guarda relación con la vida. Podemos comparar la sana enseñanza con “los alimentos naturales o saludables” de hoy en día. Los alimentos naturales no tienen como finalidad ser comprendidos por nuestra mente, sino que ellos contribuyen a la salud de nuestra vida física. Del mismo modo, las sanas enseñanzas de la Biblia no tienen como finalidad primordial alimentar nuestra mente, sino que más bien nutrir nuestro espíritu. El versículo 6 del capítulo 4 dice: “Si expones estas cosas a los hermanos, serás buen ministro de Cristo Jesús, nutrido con las palabras de la fe y de la buena enseñanza que has seguido fielmente”. Somos nutridos con las palabras de la fe, no somos meramente enseñados por ellas. Existe una gran diferencia entre ser meramente enseñado por la palabra y ser nutrido por ella. A muchos cristianos solamente se les enseña la palabra sin que se les nutra. Tenemos que aprender a ser nutridos por la palabra de Dios. La palabra tiene que ser sana enseñanza para nosotros, no meramente “doctrinas sólidas” dirigidas a la mente. Las sanas enseñanzas tienen como finalidad nuestra salud espiritual.
El versículo 3 del capítulo 6 dice: “Si alguno enseña cosas diferentes, y no se conforma a las sanas palabras, las de nuestro Señor Jesucristo, y a la enseñanza que es conforme a la piedad”. Las palabras vivas y sanas, las palabras que son buenas para nuestra salud espiritual, son las palabras de nuestro Señor Jesucristo y la enseñanza que es conforme a la piedad. Esto se relaciona con la vida, y no con el conocimiento. En el cristianismo actual, hay muchos que hablan sobre doctrinas sólidas. No es incorrecto hablar de este modo, pero tampoco es correcto del todo. Necesitamos de la palabra que es saludable para la vida, no solamente sólida para nuestra mente.
En 2 Timoteo 1:13 se nos dice: “Retén la forma de las sanas palabras que de mí oíste, en la fe y el amor que son en Cristo Jesús”, y 4:3 dice: “Vendrá tiempo cuando no soportarán la sana enseñanza, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias”. Aquellos que tienen comezón de oír simplemente quieren escuchar; ellos no procuran la sana palabra, aquella que nutre la vida espiritual y es buena para la salud espiritual. Tito 1:9 dice: “Retenedor de la palabra fiel, la cual es conforme a la enseñanza de los apóstoles, para que también pueda exhortar con sana enseñanza y convencer a los que se oponen”, y 2:1 dice: “Habla lo que está de acuerdo con la sana enseñanza”. En las epístolas dirigidas a Timoteo y Tito, las cuales constan entre los últimos escritos del apóstol Pablo, él recalca las sanas palabras y la sana enseñanza. Esto se debe a que durante el tiempo de Pablo abundaban personas que enseñaban cosas que parecían ser buenas pero que no eran saludables y no ministraban vida a las personas. Esto nos advierte que debemos tener cuidado con nuestro hablar. Aquello que decimos tiene que ser saludable, debe ministrar vida a los demás y debe estar lleno de nutrimento espiritual. Los mensajes que damos podrían impartir conocimiento sin nutrimento. Ellos podrían ser sólidos, mas no saludables. Lo que necesitamos es la sana palabra.
A fin de tener las sanas enseñanzas, tenemos que aprender a ejercitar nuestro espíritu. Si ejercitamos nuestra mente al escuchar un mensaje, es posible que admiremos dicho mensaje como palabras elocuentes con ilustraciones interesantes dados por un buen orador. Sin embargo, si ejercitamos nuestro espíritu, tal vez podamos discernir que tal elocuencia y tales ilustraciones son palabras mundanas carentes de vida. Es posible que haya otro hermano cuyo hablar no sea tan elocuente y use palabras menos refinadas, pero tenemos el sentir de que en su hablar encontramos la vida que nos nutre y nos ministra. Esta segunda manera de hablar no es meramente una “enseñanza sólida”, sino que es una sana palabra. Si venimos a las reuniones en busca de sanas enseñanzas, tenemos que ejercitar nuestro espíritu, no meramente nuestra mente.
Podemos discernir y apreciar un mensaje tanto en nuestra mente como en nuestro espíritu. Si discernimos un mensaje en nuestro espíritu, no nos importará si éste es elocuente o no. Lo único que nos importará es que dicho mensaje nos ministra vida y nutrimento. A veces las personas aprecian un mensaje simplemente porque ellas están en su mente. Estas personas aprecian un buen orador que da un mensaje bueno y elocuente. Sin embargo, es posible que ese mensaje no ministre vida. Podría ser “sólida”, mas no saludable. En contraste con esto, con frecuencia hemos tenido la experiencia de que algún hermano ha ministrado con poca elocuencia, pero en su hablar pudimos percibir la vida, el nutrimento y algo saludable.
Debemos procurar la sana palabra contenida en la Biblia, no meramente enseñanzas doctrinales sólidas. A fin de obtener algo saludable de la Biblia, tenemos que aprender a ejercitar nuestro espíritu. Siempre que leemos la Biblia, debemos orar aquello que hemos leído y entendido, recibiendo así la palabra de Dios por medio de toda oración (Ef. 6:17-18). Orar como aquí se describe es ejercitar nuestro espíritu a fin de tocar la palabra de Dios. Si hacemos esto, recibiremos no solamente algo para nuestra mente, sino también la sana palabra para nutrir nuestro espíritu. Como vimos en los mensajes anteriores, a fin de ejercitar nuestro espíritu, primero tenemos que tomar medidas con respecto a todas nuestras partes internas: nuestra mente, parte emotiva, voluntad, corazón y conciencia. En segundo lugar, tenemos que orar con peticiones, oraciones, intercesiones y acciones de gracias a Dios, orando por todos los hombres en todo lugar sin ira ni contienda y con todos los que de corazón puro invocan al Señor. En tercer lugar, tenemos que recibir apropiadamente la palabra de Dios a fin de ingerirla como alimento saludable. Tenemos que aprender a ejercitar nuestro espíritu a fin de recibir algo saludable para nuestro espíritu cada vez que leamos un libro espiritual, escuchemos algún mensaje o acudamos directamente a la Palabra de Dios. Tenemos que aprender a recibir una sana palabra, una palabra que está llena de nutrimento y no meramente recibir una palabra sólida o correcta. A lo largo de todo el día tenemos necesidad de la sana palabra, del mismo modo en que nuestro cuerpo físico necesita de alimentos saludables.
Hoy en día muchos cristianos reciben únicamente enseñanzas doctrinales, no el alimento saludable contenido en la palabra. Según los médicos, el mejor modo de llevar una vida física larga es haciendo ejercicio al caminar y comer apropiadamente. Todos los días tenemos que ser nutridos con la palabra como nuestro alimento saludable y hacer ejercicio por medio de nuestro “caminar” espiritual (1 Ti. 4:6-7). Es indispensable que tomemos medidas con respecto a las partes internas de nuestro ser, que oremos y que recibamos la sana y nutritiva palabra de Dios. Ésta es la manera correcta de ejercitar nuestro espíritu. De esto se nos habla, de una manera clara, definida y cabal, en las dos epístolas dirigidas a Timoteo.