
Este libro se compone de mensajes dados por el hermano Witness Lee en Nueva York, del 11 al 13 de octubre de 1963. Los mensajes escritos no fueron revisados por el orador.
Además de esto, si queremos estar listos y dispuestos para que el Espíritu nos llene, debemos orar (Hch. 1:14). Cuando oramos por esto, debemos olvidarnos de nuestras circunstancias, recuerdos y de cualquier otro pensamiento que esté en nuestra mente. En lugar de ello, debemos atender al sentir, sentimiento o percepción que tengamos en la parte más recóndita de nuestro ser. Este sentir es la unción del Espíritu Santo en nosotros (1 Jn. 2:20, 27). Cuando oramos por esto, debemos atender a este sentir y expresar lo que sentimos en la parte más recóndita de nuestro ser. No debemos permitir que nuestras necesidades o circunstancias nos perturben; en lugar de ello, debemos acudir al Señor y atender al sentir que percibimos en la parte más recóndita de nuestro ser.
Por ejemplo, supongamos que la esposa de un hermano está gravemente enferma. Si usted fuera ese hermano, y acudiera al Señor en oración, ¿podría olvidarse de la enfermedad de su esposa? No sería fácil. Ciertamente la enfermedad de su esposa estaría en su mente. Sin embargo, si queremos aprender a orar, debemos ejercitarnos para olvidarnos de todo cuando acudimos al Señor. Incluso si su esposa está gravemente enferma, debe olvidarse de ello y atender a ese sentir profundo. No debe orar conforme a las circunstancias, a las necesidades, a las cosas que se acuerda ni conforme a lo que otros le hayan pedido que ore; en vez de ello, debe orar según lo que usted percibe en la parte más recóndita de su ser.
Cuando usted acuda al Señor de esta manera, aun cuando no pueda olvidarse de la enfermedad de su esposa, es posible que tenga un sentir profundo de que debe orar por otra cosa, y se arrodille y clame, diciendo: “Señor, soy tan pecador. Señor, he estado tratando mal a mi esposa”. Usted simplemente se olvidará de la enfermedad de su esposa y expresará lo que siente en la parte más recóndita de su ser. Al orar de esta manera, usted ejercita su espíritu para liberar al Espíritu que mora en su espíritu. Incluso es posible que su esposa sea sanada por esta clase de oración. Con esto no estoy diciendo que si su esposa está enferma usted no deba orar por ella pidiendo que sea sanada; más bien, lo que quiero decir es que cuando usted acuda al Señor, debe atender al sentir profundo que está en su interior, es decir, debe expresar lo que siente en la parte más recóndita de su ser.
Si acudimos al Señor y oramos de esta manera, lo primero que el Espíritu Santo hará es purgarnos y purificarnos. Si nos olvidamos de nuestras circunstancias, de las peticiones que otros nos han encargado hacer, e incluso de nuestros propios pensamientos, y simplemente oramos según el sentir interior, el Espíritu Santo nos purgará y purificará. Podemos decirle al Señor: “Señor, soy pecador y me siento sucio en muchos aspectos. Mis motivos son los equivocados y mis intenciones no son puras. Siempre ando buscando algo para mi propio provecho”. Ésta es una verdadera oración. Si oramos de esta manera, podemos estar seguros de que estamos en el espíritu. Cuanto más oremos conforme a nuestro sentir más profundo, más estaremos en el espíritu, y más el Espíritu nos llenará. Finalmente, seremos llenos del Espíritu.
Nuestro problema hoy en día no tiene que ver con enseñanzas ni con el conocimiento, sino con el ejercicio de nuestro espíritu. ¿Cuántas veces durante el día ejercitamos nuestro espíritu para liberar al Espíritu Santo? Me temo que entre nosotros haya muchos que ni siquiera saben cómo ejercitar su espíritu. Aunque sabemos ejercitar nuestras piernas y nuestros pies para andar o correr, no sabemos ejercitar ni usar nuestro espíritu. La mejor manera de ejercitar nuestras piernas y nuestros pies es caminar o correr, y la mejor manera de ejercitar nuestro espíritu es orar. Sin embargo, cuando oramos, a menudo ejercitamos nuestra mente en vez de ejercitar nuestro espíritu. Por tanto, a fin de ejercitar nuestro espíritu, debemos olvidarnos de nuestros pensamientos y de nuestras circunstancias externas, y atender al sentir en nuestro interior.
A veces mientras oramos, simultáneamente reflexionamos y pensamos sobre diferentes cosas en nuestra mente. Aparentemente, estamos orando; pero interiormente, nos encontramos completamente en nuestra mente y no en nuestro espíritu. Ésta no es la verdadera oración; más bien, se trata de algo un poco artificial. Una oración artificial es una oración en la cual no prestamos atención al sentir interior, sino que simplemente oramos según lo que pensamos y consideramos en nuestra mente. La verdadera oración sucede cuando no prestamos atención a nuestras circunstancias ni a lo que nos rodea, sino que simplemente expresamos lo que está en nuestro espíritu, orando desde la parte más recóndita de nuestro ser. Muchas veces cuando otros oran, podemos percibir que sus oraciones provienen de la mente y no del espíritu. No percibimos la unción por dentro; no hay eco en nosotros. Sin embargo, en otras ocasiones escuchamos a alguien orar, y en nuestro interior hay cierta unción o reacción. Esta clase de oración conmueve la parte más recóndita de nuestro ser porque ella emana del espíritu, y no de la mente.
Debemos aprender a hacer verdaderas oraciones, oraciones que procedan de la parte más recóndita de nuestro ser. Algunos dirán que en lo profundo de su ser no tienen ningún sentir o que no perciben el mover ni la inspiración del Espíritu Santo. Esto puede ser cierto, pero ello no significa que debamos esperar a que nos venga la inspiración del Espíritu. Cuando queremos poner en marcha un carro, no esperamos a que el carro se encienda solo; simplemente nosotros lo encendemos. De la misma manera, no debemos esperar a que el Espíritu nos inspire. El Espíritu, al igual que el carro, está esperando que nosotros hagamos algo. Es nuestra responsabilidad ejercitar nuestro espíritu para que sea liberado el Espíritu.
Si ejercitamos y liberamos nuestro espíritu, el Espíritu que está en nuestro espíritu será liberado. Sin embargo, a fin de liberar nuestro espíritu, debemos abrir nuestro ser. Muchas veces estamos cerrados debido a nuestros sentimientos. Quizás hayamos tenido problemas con nuestra esposa, o hayamos recibido malas noticias durante el día, por lo cual nos sentimos descontentos. En consecuencia, cuando venimos a la reunión, venimos tristes y oprimidos. Venimos a la reunión con un espíritu atado por nuestros sentimientos, y nos convertimos en una carga en la reunión. Si todos los hermanos vienen a la reunión con esta clase de espíritu, la atmósfera de la reunión se sentirá muy pesada, y nadie querrá quedarse en la reunión. Por tanto, debemos aprender a permitir que nuestros sentimientos sean quebrantados, es decir, debemos aprender a olvidarnos de nuestros sentimientos. Debemos aprender a no hacer caso a nuestros sentimientos, sino a nuestro espíritu. Si permitimos que nuestros sentimientos sean quebrantados y aprendemos a liberar nuestro espíritu, el Espíritu que está en nuestro espíritu automáticamente será liberado.
Eso no significa que debamos condenar nuestros sentimientos. De hecho, cuanto más espiritual una persona es, más emotivo será. El Espíritu no puede llenar a nadie que sea impasible; por tanto, no debemos tener temor de ser emotivos. Sin embargo, no está bien que seamos emotivos simplemente en nosotros mismos. Es correcto que seamos emotivos en el espíritu. Tal vez estas palabras suenen contradictorias; pues, por un lado, debemos aprender a negarnos a nuestros sentimientos y, por otro, debemos aprender a ser emotivos. Sin embargo, creo que ustedes pueden entender lo que les digo.
Algunas personas están atadas no por su parte emotiva, sino por su mente. Cuando vienen a las reuniones, vienen con muchos pensamientos y consideraciones, los cuales esclavizan su espíritu. Por tanto, tales personas deben ser quebrantadas para que aprendan a ejercitar su espíritu y para que el Espíritu en su interior pueda ser liberado. Entonces habrá una corriente, un fluir, que refrescará, fortalecerá y renovará a otros, y dicha corriente traerá vida a la reunión. Si tan sólo unos pocos santos vienen a la reunión con un espíritu liberado, negándose a su mente, parte emotiva y voluntad, y ejercitando su espíritu, los demás santos también se sentirán motivados a liberar su espíritu.
Nuestras reuniones necesitan ser vivientes y llenas del Espíritu Santo que opera, arde y fluye libremente. Esta clase de reunión satisfará muchas de las necesidades de las personas. Es posible que algunos de nosotros menospreciemos a los hermanos y hermanas que no vienen a las reuniones. Por supuesto, no es apropiado que estos santos descuiden las reuniones; sin embargo, no debemos menospreciarlos. En lugar de ello, debemos preguntar por qué ellos han dejado de asistir a las reuniones y, por otro lado, examinar cuál es la condición de nuestras reuniones. Si nuestras reuniones no son vivientes, fervientes, refrescantes, ni brindan satisfacción ni ningún suministro a las personas, los santos que son fríos o se han descarriado no vendrán, debido a que no reciben ninguna ayuda en dichas reuniones. Sin embargo, si las reuniones son fervientes, vivientes y refrescantes, las personas se sentirán atraídas, y quienes vengan recibirán la ayuda que necesitan.
La vitalidad de las reuniones depende de que ejercitemos el espíritu. Si queremos tener una reunión viviente, todos debemos aprender a ejercitar nuestro espíritu. Al venir a la reunión, debemos ser como los miembros de un equipo de básquetbol; no debemos venir simplemente para sentarnos, sino ejercitarnos y “pasar la pelota”. Sin embargo, muchas veces cuando venimos a las reuniones, simplemente nos quedamos allí sentados, y escuchamos, observamos y criticamos en nuestro interior. Esta clase de actitud trae muerte. En lugar de ello, nuestra actitud debe ser: “Yo vine a la reunión para ejercitar mi espíritu. No me importa si otros vienen o no; yo vine aquí para ‘jugar con la pelota’”.
Todos debemos ejercitar nuestro espíritu, y seguirnos unos a otros y cooperar unos con otros, así como lo hacen los jugadores de un equipo. Esto liberará el Espíritu, liberará a otros, y también será de gran ayuda para todos.
Por lo general pensamos que en las reuniones debemos aconsejar a las personas, amonestarlas y darles advertencias. Sin embargo, nada de esto sirve si el Espíritu Santo no se está moviendo. Pero si el Espíritu se mueve tan sólo un poco en las reuniones, las personas serán subyugadas, convencidas, encontrarán salida a sus situaciones y resolverán sus problemas. En cierto sentido, no necesitamos enseñanzas ni conocimiento. Hoy en día los cristianos tenemos mucho conocimiento, pero no mucha realidad. Por ejemplo, sabemos que debemos amar a los demás, pero no amamos verdaderamente. Esto se debe a que no estamos en la corriente del Espíritu ni le damos al Espíritu la oportunidad de moverse en nosotros. Lo que necesitamos es la corriente, el mover y el fluir del Espíritu por medio de nosotros y desde nuestro interior. Las enseñanzas son útiles, pero únicamente cuando son dadas en el fluir y en la corriente del Espíritu Santo. Si no está presente el fluir del Espíritu Santo, las enseñanzas serán enseñanzas muertas e inútiles.
No hay necesidad de ser formales en la reunión. La formalidad en las reuniones trae muerte y mata las reuniones. Cuando nuestras reuniones son demasiado formales, los que asistan a la reunión sentirán que algo los ata. A veces cuando los santos vienen a la reunión temprano, simplemente esperan y miran el reloj, hasta que uno de los hermanos responsables se pone en pie y empieza formalmente la reunión. Sin embargo, si todos venimos con un espíritu liberado, negándonos a nuestra mente, parte emotiva y voluntad, empezaremos a orar sin importarnos qué hora es. Simplemente oraremos para liberar nuestro espíritu, y entonces el Espíritu Santo será liberado. Si más santos llegan a la reunión, sus espíritus serán también liberados, y empezarán a arder porque ya hay algo ardiendo en la reunión. Quizás ni siquiera habrá necesidad de que alguien pida que se cante un himno o se comparta un mensaje. No estoy diciendo que no deba haber ningún orden. Debe haber un orden apropiado, pero eso no significa que debamos ser formales. Una cosa es que la reunión tenga un orden apropiado, y otra, que sea formal. Si simplemente liberamos nuestro espíritu y le damos al Espíritu Santo la oportunidad de ser liberado, el Espíritu podrá operar libremente en la reunión, y los espíritus de los santos serán fortalecidos, refrescados, renovados, nutridos y satisfechos.
Esto es lo que está en mi corazón. Nuestras reuniones necesitan que el Espíritu sea liberado. Debemos vencer todas las barreras y todas las ataduras de nuestros sentimientos, de nuestra mente, de nuestra voluntad y de nuestros formalismos. Todos debemos ejercitar nuestro espíritu para vencer y conquistar esta situación. Cuando vayamos a la reunión, simplemente debemos liberar nuestro espíritu. Si el Espíritu es liberado en nuestras reuniones, éstas siempre serán ricas; las personas se sentirán atraídas a las reuniones, y el número de los asistentes aumentará continuamente. Cada uno de nosotros debe tener esta carga y asumir esta responsabilidad. La responsabilidad no recae en una sola persona, sino en todos. Si no asumimos esta responsabilidad, no tendrá ningún sentido que nos reunamos porque el propósito de reunirnos es ejercitar nuestro espíritu para que el Espíritu sea liberado y para que el Señor sea exaltado, magnificado, exhibido y glorificado. Cuando el Espíritu está atado y oprimido, el Señor se ve muy limitado e impedido. El diablo, el enemigo de Dios, es la fuente de la muerte, y su deseo es traer muerte a las reuniones. Él se siente muy contento cuando hay muerte en las reuniones. Por consiguiente, debemos pelear la batalla contra el diablo. Debemos decirle al Señor: “Señor, no estamos de acuerdo con que haya muerte en las reuniones. No estamos de acuerdo con que la muerte prevalezca en nuestras reuniones”. Debemos pelear la batalla con la ayuda del Espíritu.
Pregunta: ¿Debemos ejercitar nuestra mente para pensar antes de empezar a orar?
Respuesta: Muchas veces cuando acudimos al Señor, estamos pensando en algo. Sin embargo, no es necesario pensar en algo antes de acudir al Señor en oración. Cuando acudimos al Señor, debemos olvidarnos de todo y simplemente contactarlo y tratar con Él de una manera real. Debemos aprender a olvidarnos de todo, excepto de que estamos contactando al Señor en el espíritu. Entonces cuando vengamos a la reunión, debemos ser activos, positivos y vivientes, y debemos liberar nuestro espíritu. Cuando nuestro espíritu sea liberado, el Espíritu Santo en nosotros automáticamente será liberado, y una corriente fluirá en la reunión. Esto será de gran ayuda para los asistentes. Es así como debe ser una reunión cristiana.
Pregunta: ¿En qué se diferencia lo que usted dice respecto a ser llenos del Espíritu Santo y lo que la gente experimenta en el movimiento pentecostal?
Respuesta: Este asunto es completamente diferente de la experiencia que se tiene en el movimiento pentecostal. De hecho, a las personas que están en el movimiento pentecostal no les interesa el Espíritu Santo, sino que, más bien, se preocupan por fabricar y crear cierta clase de atmósfera en sus reuniones, lo cual está errado. Por consiguiente, no debemos justificar la manera en que se reúnen los pentecostales. Sin embargo, tampoco debemos justificar las así llamadas reuniones fundamentalistas, las cuales son completamente muertas. No debemos ser de aquellos que critican al movimiento pentecostal, pero que no dicen nada para condenar la condición de las reuniones fundamentalistas. Las reuniones pentecostales se encuentran en un extremo, y las reuniones fundamentalistas se encuentran en el otro extremo. Muchas reuniones fundamentalistas son muertas; no hay casi nada en ellas, excepto muerte. No debemos adoptar ese estilo de reunión ni tampoco la manera en que se reúnen los pentecostales.
A los ojos de Dios, la muerte es mucho más contaminante que el pecado. Hay muchos tipos en el Antiguo Testamento que confirman esto (Lv. 11:39; 17:15; Nm. 19:11, 13). Cada vez que alguien del Antiguo Testamento tocaba un cuerpo muerto, tenía que mantenerse lejos del santuario del Señor por cierto número de días. Sin embargo, aunque la muerte es más contaminante que el pecado, por lo general somos más sensibles al pecado que a la muerte. Por ello, cuando cometemos un pecado, de inmediato sentimos que estamos mal; pero cuando traemos muerte a las reuniones, no tenemos el mismo sentir. Debemos comprender que Dios aborrece la muerte y que la muerte es el último enemigo que el Señor tendrá que vencer (1 Co. 15:26).
No estamos de acuerdo con la manera en que los pentecostales controlan, fabrican y crean una atmósfera de manera natural. Sin embargo, debemos condenar aún más la muerte de las reuniones fundamentalistas. No queremos seguir ninguno de estos caminos; más bien, queremos seguir al Espíritu Santo. El Espíritu Santo es viviente, activo y opera todo el tiempo. Por consiguiente, cuando vengamos a la reunión, debemos ejercitar nuestro espíritu para cooperar con Él.
Los que están en el movimiento pentecostal no se preocupan por el sentimiento de los demás cuando se reúnen. Ellos simplemente actúan conforme a lo que más les agrada y no tienen en cuenta lo que otros puedan pensar. Esto perjudica la reunión. Cuando nos reunimos, debemos olvidarnos de todo y ejercitar nuestro espíritu. Sin embargo, cuando ejercitemos nuestro espíritu y nos ocupemos del Espíritu Santo, el Espíritu Santo automáticamente nos guiará a que seamos considerados con los demás. Esto no significa que debamos permanecer callados en la reunión; al contrario, debemos ejercitarnos aún más en considerar a otros. Debemos ser flexibles a fin de tener una reunión cristiana apropiada.
Según la manera en que se reúnen los creyentes fundamentalistas, cuando asistimos a la reunión, debemos esperar a que sea la hora exacta para empezar la reunión. Esto es demasiado formal y tradicional. Creo que cuando los cristianos se reunían en los días de los apóstoles, ellos también escogían cierta hora para reunirse, pero sus reuniones no eran tan formales. Creo que ellos se reunían de una manera viviente. Así que, no es necesario que esperemos a que sea la hora exacta para empezar la reunión. Simplemente debemos venir y ejercitar nuestro espíritu. Si llegamos temprano, no debemos sentarnos y esperar a que la reunión empiece; más bien, debemos ejercitar nuestro espíritu, y entonces la reunión comenzará de manera espontánea y no de una manera formal. Por ejemplo, si se supone que la reunión debe empezar a las ocho, debemos llegar quince minutos más temprano para que podamos ejercitar nuestro espíritu y ayudar a otros a hacer lo mismo. Entonces la reunión será viviente y no será tan formal ni muerta.
Pregunta: ¿Debemos ejercitar nuestro espíritu orando audiblemente, o debemos ejercitar nuestro espíritu en nuestro interior?
Respuesta: En las reuniones es mejor orar audiblemente. Sin embargo, esto no es un legalismo. Quizás usted sienta que debe orar silenciosamente, o que debe orar audiblemente para que otros lo puedan escuchar. No debemos tener legalismos en cuanto a la manera de ejercitar nuestro espíritu.
Por muchos años he considerado y estudiado la manera en que los cristianos deben reunirse. Hace varios años llegué a la conclusión de que lo que la gente comúnmente llama el estilo de reunión fundamentalista es completamente tradicional y que el estilo de reunión pentecostal es del todo extremista. Hace treinta años pasé mucho tiempo con los que están en el movimiento pentecostal para estudiar su estilo de reunión. Descubrí que ellos eran muy extremistas y que esto causa daño y perjuicio al espíritu. Ese estilo de reunión no edifica.
En los primeros días de los apóstoles, los cristianos no se reunían al estilo pentecostal ni al estilo fundamentalista, sino de una manera flexible. No había formalismos ni preceptos; sin embargo, las reuniones eran apropiadas, ordenadas, vivientes y libres. No había un programa ni formalismos ni ataduras, ni se hacía nada de manera forzada, es decir, no se hacía un despliegue de emociones; en vez de ello, los creyentes se reunían y ejercitaban su espíritu. Las reuniones eran muy vivientes; todos tenían libertad de liberar su espíritu, cantando un himno, orando, leyendo algún versículo o dando un breve testimonio. Estoy convencido de que era de esta manera que los primeros cristianos se reunían y que éste es el proceder apropiado. Si ponemos en práctica esta manera de reunirnos, la condición de nuestras reuniones se elevará.
La próxima vez que vayamos a una reunión, debemos ir con el solo propósito de ejercitar nuestro espíritu para adorar y exhibir al Señor. Debemos olvidarnos de la hora en que supuestamente debe empezar la reunión y sencillamente ejercitar nuestro espíritu. Si tenemos el sentir de orar silenciosamente, debemos hacerlo así. Si otros tienen el sentir de orar audiblemente, o incluso en voz alta, debemos ejercitarnos para no dejar que eso nos moleste. Ésta es la manera apropiada de reunirnos. Incluso debemos familiarizarnos con muchos himnos para que no haya necesidad de que alguien pida, de manera formal, que se cante un himno. Si todos sabemos el coro, alguien puede dirigir a los demás a cantarlo en el momento apropiado. Esto romperá las barreras y preparará el camino para que el Espíritu Santo pueda avanzar y moverse libremente. En dicha situación todo se hace de manera ordenada y con un buen comportamiento, y al mismo tiempo de una manera muy viviente.
Debemos tener un fuego ardiendo en nuestras reuniones, para que cuando la gente venga, pueda arder y hacer arder a otros. No debemos tener una reunión en la cual las personas simplemente vengan, se sienten y miren o escuchen algo. Esto no edifica. Debemos tener una reunión en la cual el Espíritu Santo sea liberado y en la cual nosotros podamos ser liberados. Esta clase de reunión refrescará, renovará, liberará y satisfará tanto a otros como a nosotros mismos. Esto es lo que el Señor necesita, y también es lo que nosotros necesitamos.
Hoy en día cuando asisto a las reuniones, no me centro en enseñanzas, porque lo que necesito es algo vivo. Cuando usted me invita a cenar, lo que me interesa no es el menú sino el alimento y la bebida que me sirve. Lo único que debe preocuparnos es dar a otros algo de comer y de beber. Siempre que nos reunamos, nuestra reunión debe ser viviente, debe ser una reunión en la cual el Espíritu Santo se mueva y sea liberado. Esta clase de reunión conducirá a otros al Señor. Los incrédulos serán salvos, los creyentes serán edificados, nutridos, fortalecidos, liberados e iluminados, y el Espíritu será liberado. El Espíritu es muy rico; Él suplirá toda necesidad, aunque no se imparta ninguna enseñanza formal. Debemos creer más en lo que el Espíritu Santo puede hacer, que en lo que pueden hacer las enseñanzas doctrinales.