
Con respecto a Dios, debemos ver dos aspectos: lo que Dios es, y lo que Él hace. En primer lugar, Dios es, y, en segundo lugar, Él actúa o hace ciertas cosas. Jesús de Nazaret vino con estos dos aspectos de Dios. Sin embargo, él no vino primeramente para expresar lo que Dios es, sino para llevar a cabo lo que Dios deseaba que hiciera para la realización de Su propósito. Eso significa que Jesús no vino primeramente como el Hijo de Dios, sino como el Cristo. Por esta razón, en Mateo 16:16 Pedro dijo que Jesús era el Cristo, y luego añadió diciendo que Él también era el Hijo del Dios viviente.
Antes de empezar a hablar de la función que cumple el Ungido, debemos ver que el Hijo del Dios viviente es la corporificación de lo que Dios es. Todo lo que Dios es ha sido corporificado en el Hijo. Por lo tanto, el Hijo es la esencia, la sustancia, de lo que Dios es. Esto es para dar vida. El Padre es la fuente de la vida, y el Hijo es la impartición de la vida. Esto significa que el Padre es la persona escondida y que el Hijo es la persona expresada. El Hijo es la expresión del Padre a fin de ser la impartición de vida. Por consiguiente, si tenemos al hijo, tenemos la vida. Como dice 1 Juan 5:12: “El que tiene al Hijo, tiene la vida”.
Ahora debemos ver cómo el Hijo puede impartirse a nosotros como vida. Esto lo lleva a cabo el Cristo. Tal vez usted nunca se dio cuenta de que cuando el Ungido fue crucificado, Él estaba allí desempeñando Su función. Daniel 9:26 dice que se le quitaría la vida al Mesías. Esto era Su función. Mientras la vida le era quitada al Ungido, Él estaba cumpliendo Su función. No sólo Su muerte era parte de Su función, sino que también lo eran Su resurrección y Su ascensión. Por lo tanto, el Ungido estaba desempeñando Su función al ser crucificado, resucitado y al ascender, todo ello con fin de que el Hijo pudiera impartirse en nosotros como vida. Él es el Cristo, el Ungido de Dios, a fin de cumplir el propósito de Dios. El propósito de Dios es impartir lo que Él es en nosotros como vida. Esto únicamente se efectúa mediante la función que cumple el Cristo, el Ungido de Dios. Gracias a la función que realizó el Ungido, el Hijo del Dios viviente fue impartido en nosotros, y ahora poseemos vida.
En Mateo 16 Pedro recibió la revelación acerca de Cristo y el Hijo del Dios viviente. Sin embargo, no fue sino hasta el día de la resurrección que Pedro recibió al Hijo del Dios viviente como vida. Ese día, el Ungido de Dios cumplió Su función mediante Su crucifixión y Su resurrección para impartirse como el Hijo de Dios en Pedro. En el Día de Pentecostés el Ungido vino a ser la experiencia de Pedro. En el Día de la resurrección, Pedro recibió al Hijo de Dios como vida; y en el Día de Pentecostés, él obtuvo a Cristo para llevar a cabo su función. En otras palabras, en el día de la resurrección, Pedro llegó a ser un hijo de Dios al recibir al Hijo de Dios; luego, en el Día de Pentecostés, él fue ungido y llegó a ser parte del Ungido, parte del Cristo corporativo.
La iglesia está compuesta por muchos Barjonas, por muchos hijos de hombres naturales, quienes han recibido a Cristo como el Hijo de Dios y quienes han sido adheridos al Ungido. Por un lado, estos Barjonas tienen en su interior al Hijo de Dios como vida; y por otro, ellos han sido adheridos al Ungido para ser parte del Cristo corporativo. Esto es la iglesia.
En el pasado vimos cuatro aspectos de la iglesia: primeramente, vimos que la iglesia es la reunión de los que Dios ha llamado; segundo, que ella es la casa, la familia, de Dios; tercero, que ella es el Cuerpo de Cristo; y cuarto, que ella es el nuevo hombre. Sin embargo, no importa cuán claramente entendamos estos aspectos de la iglesia, aún necesitamos conocer cuál es el elemento constitutivo de la iglesia y cómo se forma su constitución intrínseca. La constitución intrínseca de la iglesia se forma primeramente con el elemento del Hijo del Dios viviente y luego con el elemento de Cristo. ¿Ha llegado a ser formada su constitución de esta manera, o todavía sigue siendo un Simón, un hijo de Jonás? Recuerde que en el día de la resurrección, el Hijo del Dios viviente fue constituido en Simón Barjona, el hijo de un hombre natural. Así pues, el Hijo del Dios viviente fue forjado en un hombre de carne y sangre. Como el hijo de Jonás, Pedro no tenía el elemento del Hijo de Dios. El Hijo de Dios no fue parte de su elemento constitutivo sino hasta el día de la resurrección, cuando Él se forjó en Pedro por medio de la muerte y la resurrección de Cristo. Por esta razón, en 1 Pedro 1:3 Pedro dice que nosotros fuimos regenerados mediante la resurrección de Cristo. Por medio de la resurrección de Cristo, el Hijo del Dios viviente se forjó en la constitución de Pedro. Un nuevo elemento, un elemento divino y celestial, le fue añadido. Éste fue el primer paso.
El segundo paso ocurrió cincuenta días después. En el Día de Pentecostés, Pedro fue constituido aún más con el Cristo ascendido, quien descendió sobre él. En el día de la resurrección, el Hijo de Dios se forjó en él; y en el Día de Pentecostés, el Cristo se derramó sobre él. De este modo, desde el Día de Pentecostés, Pedro llegó a tener a Cristo como su elemento constitutivo tanto por dentro como por fuera. Desde ese día en adelante, él ya no era Simón ni Barjona, pues había llegado a ser Pedro, una piedra.
La iglesia es un grupo de hijos de carne y sangre en cuya constitución se ha forjado el Hijo de Dios, internamente, y Cristo, externamente. Interiormente tenemos la vida, y externamente tenemos la capacidad que nos permite ejercer nuestra función. Interiormente estamos llenos del agua viva, y externamente estamos cubiertos de aceite. Por consiguiente, la iglesia es una nueva constitución.
Como hemos visto, todo lo que Dios es, está corporificado en el Hijo y todo lo que Dios hace está relacionado con Cristo, el Ungido. El plan de Dios, Sus actividades y la realización de Su voluntad están relacionados con Cristo. Todo lo que Dios es —vida, luz, santidad, justicia, amor, bondad— está corporificado en el Hijo. Cuando vemos una visión de esto, recibimos al Hijo y tenemos vida. También somos adheridos a Cristo, el Ungido, y llegamos a ser parte del Cristo corporativo, el Cuerpo, la iglesia. Tal iglesia es el reino. El reino está compuesto por los muchos hijos de Jonás que han sido transformados. Simón no era parte del reino, pero Pedro sí lo era. El hijo de carne y sangre no es parte del reino, pero el hijo del Dios viviente sí lo es. ¿Es usted un hijo de Jonás o un hijo de Dios? ¿Es usted parte de Jonás o parte del Ungido? Si usted es un hijo del Dios viviente y si es parte del Ungido, está en el reino.
Como iglesia, nosotros asumimos una posición defensiva, pero como el reino, asumimos una posición ofensiva. El Señor dijo: “Sobre esta roca edificaré Mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella” (Mt. 16:18). En este versículo las puertas del Hades asumen una posición ofensiva, y la iglesia asume una posición defensiva. Pero cuando somos el reino, asumimos una posición ofensiva, pues atamos y desatamos. Siempre que somos hijos de carne y sangre, somos comida para Satanás, pues él se alimenta de carne. Cuando somos hijos de Jonás, no podemos cerrar las puertas del Hades. En cambio, cuando somos Pedros, no Simones, y estamos constituidos del Hijo de Dios y del Cristo, ya no somos comida para Satanás, sino más bien, somos aquellos que cierran las puertas del Hades y bloquean el poder de las tinieblas. Si somos la iglesia contra la cual el poder de las tinieblas no puede prevalecer, entonces somos el reino. En lugar de esperar a que las puertas del Hades nos ataquen, nosotros atamos las puertas y las cerramos, y podemos ordenarle a Satanás que huya. Hoy en día somos ambos, la iglesia y el reino.
En Mateo 16:28 el Señor dijo: “De cierto os digo: Hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte, hasta que hayan visto al Hijo del Hombre viniendo en Su reino”. Luego en 17:1 y 2 el Señor se transfiguró en el monte delante de Pedro, Jacobo y Juan. Esto indica que Su transfiguración era Su venida en Su reino. Antes de transfigurarse, no había reino, pues Él era aún un nazareno, un hombre natural. Pero cuando fue transfigurado y entró en otra esfera, la esfera de la transfiguración, dicha esfera llegó a ser el reino. Por lo tanto, el reino es la transfiguración de Jesús.
Debemos aplicar este principio a nosotros mismos. Cuando somos hombres naturales, somos hijos de Jonás, y no somos parte del reino. Pero cuando somos transformados en Pedros, tenemos las llaves del reino, las cuales fueron dadas no a Simón sino a Pedro. Las llaves del reino no le fueron dadas al hombre natural, sino a aquel que había sido reconstituido y transformado. Cuando Simón fue transformado en Pedro, inmediatamente recibió las llaves del reino.
Antes del capítulo 16, el Señor Jesús no les había hablado a Sus discípulos acerca de Su crucifixión y Su resurrección. Fue sólo después de que ellos vieron a Cristo y la iglesia que Él les reveló Su cruz y Su resurrección. Aparte de la crucifixión y la resurrección de Cristo, es imposible que ningún hijo de Jonás sea reconstituido; al contrario, todo hombre natural permanecerá igual. Un hijo de Jonás puede ser transformado y reconstituido únicamente por medio de la crucifixión y la resurrección de Cristo. Fue por medio de la muerte y la resurrección que Simón Barjona llegó a ser Pedro.
Es preciso que entendamos cómo somos trasladados de un hijo de Jonás a Pedro. El Señor Jesús, quien es la roca, fue herido y el agua viva fluyó de Él. Hemos señalado que el hecho de que la roca fuera hendida alude a la crucifixión de Cristo y que el hecho de que el agua viva fluyera se refiere a Su resurrección. Cuando el Señor apareció a Sus discípulos el día de Su resurrección, la marca de la herida aún se podía ver en Su costado (Jn. 20:20). Cuando Cristo fue hendido, no sólo el velo fue quitado, sino que además el agua viva fue liberada. El agua viva hoy sigue fluyendo del costado del Señor. Hoy en día Cristo es el Espíritu vivificante en resurrección (1 Co. 15:45). Puesto que es el Espíritu, nosotros podemos beber de Él. El día en que empezamos a beber de Él, fuimos trasladados, pues pasamos de ser un Simón a ser un Pedro. Más aún, a medida que seguimos bebiendo de Él fuimos firmemente fundados sobre la roca, que es el Cristo crucificado y resucitado.
Por un lado, Cristo es el agua que fluye; por otro, Él es la roca. Conforme al principio de la primera mención, el significado de la roca en el Antiguo Testamento es el hecho de que ésta fue hendida para que el agua pudiera fluir. Finalmente, esta roca hendida de la cual fluye agua llega a ser la piedra de fundamento para el edificio de Dios. Hoy en día casi todos los cristianos saben que Cristo es la roca sobre la cual se edifica la iglesia y que Él es el fundamento de la iglesia (1 Co. 3:11). Sin embargo, no muchos conocen el significado de que Cristo sea la roca y el fundamento. El significado es que primeramente la roca es hendida para que el agua viva pueda fluir; luego, a medida que nosotros bebemos de esta agua que fluye, la roca hendida se convierte en nuestro fundamento, y nosotros somos firmemente fundados sobre ella. Al beber del agua de la roca hendida, somos trasladados de ser un Simón a un Pedro y somos fundados sobre el Cristo crucificado y resucitado. Dentro de nosotros el agua fluye, y debajo de nuestros pies tenemos la roca sólida.
Ser fundados sobre la roca no se tiene que ver principalmente con el hecho de hacernos cristianos para luego reunirnos con otros cristianos. Eso es lo que es una organización. Repito, Cristo fue hendido para que fluyera la esencia de Dios como el agua viva que es nuestra vida. Hoy en día Él es el Cristo hendido y resucitado. Cuando vemos esta visión, respondemos a Él y le bebemos. Yo hice esto hace más de cincuenta años, aunque en ese entonces no entendí el significado de lo que había hecho. Pero al recordar mi experiencia de cuando fui salvo, me doy cuenta ahora de que bebí bastante de Cristo y fui refrescado en mi interior. Además, fui trasladado, pues pasé de ser un Simón a un Pedro. Aunque todavía había mucho barro en mí, este traslado definitivamente había ocurrido. Más aún, en aquel entonces fui firmemente establecido sobre la roca. Antes de ser salvo, era como un madero que flotaba a la deriva; pero después que recibí al Señor, fui puesto sobre la roca hendida que fluía, es decir, sobre el Cristo crucificado y resucitado.
Cuando somos trasladados y puestos sobre el fundamento, llegamos a ser la iglesia y dejamos de ser comida para Satanás. Debido a que nuestro elemento constitutivo ha cambiado, Satanás ya no puede comernos. Y si tratara de comernos, diría: “¡No quiero comerme esto! Antes me parecía delicioso, pero ya no”. Muchas veces le he dicho a Satanás: “Satanás, tú ya no me quieres a mí, ni yo tampoco te quiero a ti. Te ordeno que te vayas”. Cuando ésta es nuestra condición, no somos solamente la iglesia, la cual asume una posición defensiva, sino que también somos el reino, el cual asume una posición ofensiva.
¿Es usted un Simón o un Pedro? Si es un Pedro, entonces un día usted vio al Cristo, al Hijo del Dios viviente, y reaccionó a lo que vio. Usted no podía negar lo que había visto. Unos reaccionaron orando, otros llorando y otros confesando lo pecaminosos que eran. Nuestra reacción depende de lo que vemos. Su reacción fue la manera en que usted bebió a Cristo. Al beber de Él, usted lo recibió. En otras palabras, mediante su reacción, o sea, por medio del beber, el Hijo del Dios viviente entró en usted. Él nunca lo dejará, aunque habrá momentos en los que usted piense en que desearía que Él se fuera. Al beber de Él, el Hijo del Dios viviente se forjará en nuestro ser, y nosotros seremos firmemente fundados sobre el Cristo crucificado y resucitado. Éste es el elemento constitutivo de la iglesia. Cuando somos tal iglesia, espontáneamente somos el reino.
El reino es tanto la transfiguración de Jesús como la transformación de muchos hijos de Jonás en Pedros. Todos estos hijos de Jonás han sido reconstituidos para llegar a ser no sólo la iglesia, la cual asume una posición defensiva, sino también el reino, el cual asume una posición ofensiva. El Señor fue hendido en Su crucifixión e hizo que fluyera el agua viva en Su resurrección. Cuando vimos esta visión, reaccionamos y le bebimos.
Si usted nunca ha visto nada, no tendrá ninguna reacción. Por ejemplo, cuando usted va manejando por la carretera, usted reacciona al paisaje. El objetivo de este ministerio es lograr que usted reaccione. Cuanto más usted reaccione, mejor, puesto que usted bebe al reaccionar. Cada vez que reaccionamos, bebemos, lo cual nos lleva a experimentar más el traslado y la transformación. Tal vez a algunos no les importe asistir a las reuniones de la iglesia. Los que se quedan en casa y no van a las reuniones son como aquellos que nunca viajan a ninguna parte. Debido a que se quedan en casa, no ven nada nuevo y, por ende, no manifiestan ninguna reacción. Debemos tomar el camino nuevo. Entonces tendremos una reacción tras otra. Importa mucho el hecho de si venimos o no a las reuniones, pues en las reuniones vemos cosas que nos llevan a reaccionar; y cada vez que reaccionamos, bebemos. Al beber, somos transformados.
¿Han visto ustedes que todo lo que Dios es está corporificado en el Hijo? Si ven esto, tendrán una reacción. ¿Han visto que todo lo que Dios hace está relacionado con Cristo, el Ungido? Si ven esto, también reaccionarán. ¿Han visto que en el día de la resurrección Pedro recibió al Hijo de Dios y que en el Día de Pentecostés él fue adherido al Ungido? Todo el que vea esto tendrá una fuerte reacción y experimentará un cambio. Después de haber visto esto, no les resultará fácil seguir siendo los mismos. Debemos tener más reacciones a fin de experimentar más el traslado de Simón a Pedro. Este traslado es para la iglesia y el reino.