
Prácticamente todos los maestros cristianos han examinado Mateo 16:21-28 sin tener en cuenta los versículos del 16 al 19 del mismo capítulo. Consideran que los versículos del 16 al 19 son una sección que trata sobre Cristo, la iglesia y el reino. Según mi conocimiento, nadie ha relacionado estos versículos con los versículos que vienen después. Debido a esto, muchos han tenido un velo que les ha impedido ver que los versículos del 21 al 28 nos dan a conocer la manera en que se edifica la iglesia. Hace años vimos la revelación en cuanto a Cristo y la iglesia y la profecía de que Cristo edificaría Su iglesia. Sin embargo, sólo hace poco llegamos a ver la manera en que se edifica la iglesia. En los versículos del 21 al 26 encontramos las llaves que hacen posible la edificación de la iglesia. La manera práctica y concreta para que la iglesia sea edificada entre nosotros se halla en estos versículos.
En estos versículos no sólo se mencionan la muerte y la resurrección de Cristo, sino también las tres llaves que debemos usar: negar el yo, llevar la cruz y perder la vida del alma. Si usamos estas tres llaves, inmediata y espontáneamente estaremos en el camino correcto para edificar la iglesia. En el pasado no conocíamos la manera práctica y concreta de edificar la iglesia, pero ahora hemos visto las tres llaves; debemos negar el yo, tomar la cruz y perder la vida del alma. Como hemos dicho anteriormente, tomar la cruz no tiene que ver con el sufrimiento, sino con el hecho de aceptar la voluntad de Dios. Es aceptar a la iglesia y a cada creyente como la voluntad de Dios. Cada creyente de Cristo es la voluntad de Dios para usted. Además, la iglesia es la voluntad de Dios. Por consiguiente, tanto la iglesia como todos los creyentes son una cruz para nosotros. Debemos tomar esta cruz y llevarla. En los mensajes anteriores ya hablamos de las dos primeras llaves. En este mensaje hablaremos de la tercera llave.
El versículo 25 dice: “Porque el que quiera salvar la vida de su alma, la perderá; y el que la pierda por causa de Mí, la hallará”. Este versículo empieza con la palabra porque, lo cual indica que es una explicación de los versículos anteriores. La palabra griega traducida “la vida de su alma” o “su vida” es psujé, que significa alma. Aunque es correcto traducir esta palabra como “la vida de su alma”, también podría traducirse “su alma”. De hecho, esta traducción es preferible en este caso. Si la traducimos de esta manera, el versículo 25 nos estaría hablando acerca de salvar y de perder el alma. Hay una diferencia entre el alma y la vida del alma. El alma es nuestro ser natural, mientras que la vida del alma es nuestra vida humana. Estas dos son inseparables.
Lucas 9:25 dice: “Pues ¿qué aprovecha al hombre, si gana todo el mundo, y se pierde o se malogra él mismo?”. Este versículo no habla del alma ni de la vida del alma, sino del yo. Cuando comparamos este versículo con Mateo 16:26, vemos que el alma equivale al yo, y que el yo equivale al alma. Sin embargo, aún hay una diferencia entre el alma y el yo. Según el contexto de Mateo 16, el yo mencionado en el versículo 24 es la corporificación y expresión del alma mencionada en el versículo 25. Más aún, el yo se expresa principalmente a través de nuestra mente. Es por eso que el versículo 23 habla de poner la mente en las cosas de los hombres y no en las cosas de Dios. Por consiguiente, en los versículos 23, 24 y 25 tenemos respectivamente la mente, el yo y el alma. El alma está corporificada en el yo, y el yo se expresa a través de la mente.
En el versículo 25 la palabra alma alude al disfrute. Si usted tiene en cuenta el contexto de los versículos del 25 al 27, verá que el Señor se está refiriendo al disfrute del alma. Entonces, salvar el alma es permitir que el alma disfrute. Así que, el yo es la expresión del alma, y el alma misma es el disfrute. Por consiguiente, perder el alma significa perder el disfrute del alma, y salvar el alma significa tener el disfrute del alma.
Puesto que somos hombres tripartitos, tenemos tres clases de disfrute: el disfrute físico, el disfrute espiritual y el disfrute psicológico. El disfrute físico incluye el disfrute de la buena comida y el disfrute de un lugar placentero para descansar. El disfrute espiritual incluye el disfrute de la presencia de Dios, de la bendición de Dios, del hablar de Dios y de la gracia de Dios. En medio del disfrute físico y el disfrute espiritual, tenemos el disfrute psicológico, que incluye cosas tales como el disfrute de música agradable, la satisfacción de ser elogiados y el placer de estar con nuestros amigos más íntimos.
¿Cuál de estas tres clases de disfrute piensan ustedes que es el más elevado? Según el Nuevo Testamento, tanto el disfrute físico como el disfrute espiritual son para el disfrute del alma. Esto se debe a que Dios no creó al hombre como un cuerpo ni como un espíritu, sino como un alma. En Mateo 11:29 el Señor Jesús dijo que si tomábamos Su yugo sobre nosotros y aprendíamos de Él, hallaríamos descanso para nuestras almas. Sin embargo, esta clase de descanso debe estar respaldado por el descanso del espíritu. Si nuestro espíritu no descansa en el Señor, nuestra alma no podrá hallar descanso. El descanso anímico debe estar respaldado por el descanso espiritual. Aquellos que asisten a los clubes nocturnos podrán sentirse satisfechos de una manera carnal y anímica, pero no tendrán el respaldo de la satisfacción espiritual. Debido a que no cuentan con este respaldo, su satisfacción carnal y pecaminosa es vana. Sin embargo, el descanso que disfrutamos en nuestra alma perdura porque cuenta con el respaldo del descanso que experimentamos en el espíritu, con el respaldo de estar satisfechos espiritualmente.
El mayor disfrute no es el disfrute físico ni el disfrute espiritual, sino el disfrute anímico. El disfrute físico tiene como finalidad el disfrute del alma, y el disfrute espiritual le provee respaldo al disfrute del alma. Como seres humanos, todos procuramos disfrutar. No hay nadie sobre la tierra que no busque esto. Incluso los niños tienen el deseo de disfrutar. El disfrute de los niños tiene lugar primordialmente en su alma; el disfrute anímico es lo que rige todas sus acciones y su comportamiento. El comportamiento de los niños es sincero porque ellos no fingen nada. Sin embargo, a medida que crecemos, nuestro comportamiento deja de ser genuino y sincero porque aprendemos a actuar. El disfrute auténtico es el disfrute anímico. Por lo tanto, en Mateo 16 el Señor estaba hablando del disfrute anímico.
El Señor dijo que el que quisiera salvar su alma la perdería, y que el que la perdiera por causa de Él la hallaría. Nosotros recibiremos una recompensa tanto por perder el alma como por salvarla. El versículo 27 dice: “Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de Su Padre con Sus ángeles, y entonces recompensará a cada uno conforme a sus hechos”. Si negamos nuestro yo, tomamos la cruz y perdemos el alma, recibiremos una clase de recompensa; pero si salvamos el alma, recibiremos otra clase de recompensa. De una manera u otra, cuando el Señor venga, seremos recompensados.
Sin embargo, esta recompensa no se aplica estrictamente al futuro, pues el versículo 28 dice: “De cierto os digo: Hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte, hasta que hayan visto al Hijo del Hombre viniendo en Su reino”. El Señor vendrá de dos maneras: cuando Él venga en el futuro y cuando venga en Su transfiguración. La transfiguración del Señor en el monte fue una forma de la venida del reino. En ambos tipos de venida hay una recompensa conforme a nuestros hechos, esto es, si nos negamos a nosotros mismos, tomamos la cruz y perdemos el alma.
Debemos entender este asunto de salvar o perder el alma a la luz de nuestra experiencia. También debemos recordar que el tema de la segunda mitad de Mateo 16 es la edificación de la iglesia y que no debemos considerar los versículos del 21 al 28 aparte de los versículos del 16 al 19, puesto que estos versículos tratan acerca de la manera en que la iglesia es edificada. Supongamos que los hermanos que viven en una casa de hermanos han visto la visión en cuanto a Cristo y la edificación de la iglesia. Ellos saben que el Señor desea recobrar la vida de iglesia por el bien de Su economía. Sin embargo, es posible que la manera en que ellos viven en la casa no sea muy positiva ni alentadora, y no haya nadie que esté dispuesto a lavar los platos. Debido a esta situación tan desalentadora, quizás algunos hermanos piensen en irse de aquella casa. Sin embargo, si lo hacen, estarán salvando sus almas para seguir un camino que les sea más fácil y cómodo. De hecho, es posible que un hermano se mude a otra casa, donde, después de unas cuantas semanas, descubra que la situación allí es la misma. Supongamos que después él se muda a una iglesia de otro lugar del país y, tratando de encubrir la verdadera razón por la cual se muda, diga que está buscando una mejor vida de iglesia. Al mudarse, él estará salvando su alma. Cuando llegue a esa nueva localidad y se mude a la casa de hermanos allí, dicho hermano encontrará que la situación allí es aun peor que la anterior. A estas alturas, es posible que se sienta decepcionado de la vida de iglesia y decida abandonar la iglesia del todo. Si hace esto, estará salvando su alma a lo sumo. Esto nos muestra que complacer el yo equivale a salvar el alma.
Ahora debemos ver lo que significa perder el alma. En el proceso de edificación de la iglesia, no debemos salvar nuestra alma; al contrario, debemos perderla continuamente. No se mude de una casa de hermanos a otra procurando encontrar una mejor situación, y así llevar una vida más fácil. Cada hermano es la voluntad de Dios, y usted debe sobrellevar a cada uno como una cruz. Si los demás no lavan los platos, entonces lávelos usted. Pero si usted se tiene lástima de usted mismo por ser el único que lava los platos, esto le abrirá la puerta a Satanás para salir de usted. Él lo tentará a irse de esa casa de hermanos. Cuando esta tentación venga, usted entonces tiene que usar la tercera llave, la llave de perder el alma. Si la usa, dirá: “¡Alabado sea el Señor! Mañana lavaré aún más platos. Satanás, no me hables más. Cuanto más me hables, más platos lavaré. Yo estoy dispuesto a perder la vida de mi alma a lo sumo”. Poco tiempo después de perder el alma, sucederá una transfiguración en la iglesia, y en dicha transfiguración usted recibirá una recompensa, pues en la vida de iglesia y en todas las reuniones usted tendrá el mayor disfrute de la presencia del Señor. Pero aquellos que han estado salvando su alma recibirán una recompensa negativa durante este periodo de transfiguración.
Los intereses del Señor hoy se centran en la edificación de la iglesia. Pero ¿cómo podemos nosotros, seres humanos caídos, ser juntamente edificados? Incluso es difícil que haya edificación entre el esposo y la esposa, o entre los padres y los hijos. Todos queremos disfrute para nosotros mismos y reaccionamos en contra de todo lo que vaya en contra de este sentir de disfrute. Sin embargo, si no perdemos el alma, será imposible que la iglesia sea edificada. Si alguien lo llega a ofender, probablemente usted no esté dispuesto a perdonarlo sencillamente porque se deleita en condenarlo. Puesto que perdonarlo no le proporciona ningún placer, a usted no le interesa perdonarlo. Esto no sólo se aplica en la iglesia, sino también entre los esposos. Hermanas, cuando sus esposos las ofendan, es posible que ustedes se deleiten en retener esa ofensa. Retener la ofensa y rehusar perdonar les proporciona a ustedes un placer psicológico. Esto es salvar el alma. Si usted salva su alma de esta manera, no podrá tener una buena vida familiar. Si deseamos tener una buena vida familiar, tenemos que perder nuestra alma. Debemos perder nuestro disfrute anímico. Si está dispuesto a perder su disfrute anímico, será recompensado un día cuando el Señor venga a su familia. En ese momento, el Señor salvará su alma. Puesto que usted estuvo dispuesto a perderla, cuando el Señor venga, Él la salvará y hará que usted experimente gran gozo. Por causa de la edificación de la iglesia, la necesidad crucial que tenemos es que todos aprendamos a perder nuestra alma. No trate de retener ningún disfrute para su alma; antes bien, piérdalo por amor al Señor.
Cuando el Señor habló acerca de perder el alma, no habló del sufrimiento. No debemos pensar que si perdemos el alma, sufriremos. Si usted ha tenido alguna experiencia al respecto, estará de acuerdo en que aparentemente perder el alma nos causa sufrimiento, pero en realidad es un verdadero gozo. Si una hermana pierde su alma al perdonar a su esposo, esto será un gozo para ella y para su familia, lo cual redundará en una buena vida familiar. En principio, sucede lo mismo con la edificación de la iglesia; perder el disfrute anímico es un gozo porque esto redunda en la edificación de la iglesia. Si estamos dispuestos a perder nuestra alma de una manera práctica, otros serán alimentados y edificados por nosotros. Esto no es un sufrimiento, sino un gozo.
Hebreos 12:2 dice que el Señor, por el gozo puesto delante de Él, sufrió la cruz. El Señor no fue a la cruz con lágrimas en los ojos; al contrario, fue gozosamente. Ir a la cruz fue la manera en que Él perdió Su alma. Sin embargo, debido a que vio el resultado de antemano, no sintió lástima de Sí mismo, pues sabía que por medio de Su muerte muchos granos serían producidos (Jn. 12:24).
Nuestra necesidad hoy en día es que todos aprendamos a perder nuestra alma. En la vida de iglesia no debemos insistir en conservar ningún disfrute para nuestra alma. Sin embargo, esto no significa que los que están en las casas de hermanos deban trabajar como esclavos. Los padres de algunos de los hermanos pueden malentender esto. Si usted tiene la gracia, comprenderá que perder el alma no es una forma de esclavitud. Mientras usted lava los platos en la casa de hermanos, usted estará contento y dispuesto a perder el disfrute de su alma para satisfacer a otros.
El factor fundamental que permite que seamos juntamente edificados es perder la vida del alma. No solamente es cuestión de negarnos a nosotros mismos o llevar la cruz, sino de perder la vida de nuestra alma. Así pues, necesitamos perder todo disfrute anímico hoy por causa del Señor, por causa de la iglesia y por causa de los santos. Si usted está dispuesto a perder la vida su alma por causa de los demás, los que estén con usted serán iluminados, nutridos y satisfechos. Es de esta manera que la iglesia es edificada. Si todos los santos estuvieran dispuestos a perder la vida de su alma, ¡cuán maravillosa sería la situación entre nosotros! En tal caso, nadie se ofendería y no habría nada que perdonar. Si somos esta clase de personas, nuestra recompensa será una transfiguración prevaleciente. Pero si no estamos dispuestos a perder nuestra alma, no participaremos en tal transfiguración. Al contrario, para nosotros la vida de iglesia será las tinieblas mismas y, durante el tiempo de la transfiguración, nuestra recompensa será el sufrimiento. En lugar de estar gozosos, estaremos en tinieblas. Ésta es la recompensa negativa que recibiremos por no haber estado dispuestos a perder el alma.
Estar dispuestos a perder nuestra alma por causa del Señor, hará que la iglesia experimente una transfiguración. En otras palabras, esto traerá un avivamiento. Todo avivamiento genuino representa la venida de Cristo, es decir, es Cristo quien viene trayendo Su galardón (por supuesto, no es Su segunda venida de manera física). Así pues, el Señor da una recompensa positiva a los que son fieles y una recompensa negativa a los que no lo son. Yo he visto esto en la vida de iglesia. Cada vez que vino un avivamiento, una transfiguración, algunos disfrutaban mientras otros crujían los dientes sumidos en tinieblas.
¡Cuánto agradezco al Señor por mostrarnos estas tres llaves, las llaves de negarnos a nosotros mismos, llevar la cruz y perder el alma! Si nos negamos a nosotros mismos, no tendremos opiniones. Cuando estuve laborando con el hermano Nee en China, me di cuenta de que el Señor lo había puesto a él en el liderazgo. Por esta razón, yo hacía todo lo que nos pedía hacer. Sin embargo, eso no significa que a veces no tuviera una mejor manera de hacer las cosas. Hasta donde puedo darme cuenta, nos habríamos ahorrado mucho tiempo si hubiéramos hecho las cosas a mi manera. Sin embargo, no dije nada simplemente porque no quería que el hermano Nee sintiera que yo estaba en desacuerdo con él. Así que, en lugar de tomarme el tiempo necesario para explicarle lo que a mí me parecía mejor, me negué a mí mismo, desistí de mi idea e hice las cosas como lo proponía el hermano Nee. En realidad, esto no sólo nos ahorró tiempo, sino que además nos salvó del sentimiento de disensión. Todos somos humanos. Si decimos cosas que son contrarias del uno al otro, nos será difícil evitar un sentimiento de disensión. Este sentimiento es muy sutil, pues puede dar lugar a fricciones entre nosotros.
En 1934 el hermano Nee condujo una conferencia en Hang-zhou. En esta conferencia, conocí a cierto colaborador a quien el hermano Nee conocía muy bien. Con respecto a él, el hermano Nee dijo: “Este hermano es muy bueno; siempre que uno le dice que vaya hacia el occidente, él va al oriente”. Sin embargo, el hermano Nee no lo criticó. Al principio, no entendí sus palabras, aunque sí me llamó la atención lo que dijo. Con el tiempo, supe que este hermano era exactamente como el hermano Nee lo había descrito. En aquellos días todos estábamos aprendiendo a negar el yo. Si hubiésemos insistido en que este hermano fuera en cierta dirección, esto habría significado que no nos estábamos negando a nosotros mismos. Así que tuvimos que negarnos a nosotros mismos para sortear esa situación. Sabíamos que si le decíamos que fuera al occidente, él iría al oriente. Por consiguiente, cuando queríamos que fuera al occidente, le decíamos que fuera al oriente. Así, él iba al occidente.
Debido a que existen situaciones similares entre nosotros hoy en día, todos los ancianos deben aprender a ser flexibles. También deben llegar a conocer bien las diferentes maneras de ser de los santos. La manera de aprender esto es que neguemos el yo. Aunque un hermano siempre actúe de manera contraria a lo que decimos, con todo, él sigue siendo nuestro hermano. Él es la voluntad de Dios para nosotros, y debemos negar el yo y tomarlo como una cruz. Mientras ponemos nuestro empeño en esto, debemos a la vez perder nuestro disfrute anímico.
Los esposos y las esposas discuten entre sí porque esto les proporciona disfrute. La razón por la cual un esposo no está dispuesto a perder una disputa con su esposa es que él no está dispuesto a perder la vida de su alma. Pero si este hermano pierde la vida de su alma escogiendo perder tal disputa con su esposa, el Señor le recompensará viniendo a él en cierto momento para salvar su alma. Éste será el momento en que su alma verdaderamente se regocijará. Esto nos muestra que la vida familiar se edifica cuando perdemos el alma. Es imposible tener una buena vida familiar si no estamos dispuestos a perder la vida de nuestra alma; así pues, por el bien de su familia, usted tiene que perder su disfrute. Entonces el Señor lo recompensará de manera positiva haciendo que ocurra una transfiguración en su familia.
Esto mismo se aplica a la vida de iglesia. En la iglesia todos debemos aprender a perder la vida de nuestra alma, es decir, a perder nuestro disfrute anímico. Si perdemos nuestra alma, ocurrirá una transfiguración. Entonces, en la transfiguración del Señor seremos recompensados de manera positiva, y el Señor salvará nuestra alma. Si ustedes examinan su propia experiencia, se darán cuenta de cuán cierto es esto que les digo.
Sin la tercera llave, que es perder el alma, las dos primeras llaves no funcionarán muy bien. Por lo tanto, en la vida de iglesia necesitamos esta última llave, la llave de perder el alma. En cada aspecto de la vida de iglesia necesitamos perder nuestra alma. Si perdemos nuestro disfrute anímico, no discutiremos con los hermanos. Por consiguiente, perder el alma es la manera en que la iglesia puede ser edificada. Al usar estas tres llaves, se cerrarán las puertas del Hades y se abrirán las puertas de los cielos. Cuando el Hades se cierre y los cielos sean abiertos, disfrutaremos de una excelente vida de iglesia. Esta excelente vida de iglesia es el reino en la actualidad. Ésta es la manera de edificar la iglesia.