
En este mensaje abordaremos el asunto de la salvación del alma. Jacobo 1:21 habla acerca de la salvación del alma, y 1 Corintios 5:5 habla acerca de la salvación del espíritu. Hay otros versículos que también hablan de la salvación del alma. Por ejemplo, 1 Pedro 1:9 dice: “Obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas”. Jacobo 1:21 nos dice que recibamos “con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar nuestras almas”. Algunos cristianos piensan que la salvación del espíritu equivale a la salvación del alma. Sin embargo, según el Nuevo Testamento, nuestro espíritu y nuestra alma son dos cosas diferentes. En 1 Tesalonicenses 5:23 se nos revela claramente que somos hombres tripartitos compuestos de tres partes: espíritu, alma y cuerpo. Por consiguiente, estas tres partes son diferentes la una de la otra.
Debido a que el hombre es un ser tripartito, la salvación de Dios según se revela en la Biblia consta de tres aspectos. Primeramente, Dios salva nuestro espíritu por medio de la regeneración. Luego, Él transforma nuestra alma para que ésta sea salva. Por último, Romanos 8 dice que nuestro cuerpo será redimido, es decir, transfigurado. Por lo tanto, la salvación de Dios es una salvación completa que abarca todo nuestro ser, espíritu, alma y cuerpo. Con respecto a la salvación de Dios hay tres aspectos, que son la salvación de nuestro espíritu, nuestra alma y nuestro cuerpo.
Muchos cristianos entienden claramente que la regeneración consiste en salvar el espíritu. Además, todos los verdaderos cristianos creen que cuando el Señor Jesús regrese, nuestro cuerpo será cambiado. Sin embargo, no son muchos los cristianos que tienen claridad con respecto a la salvación del alma, o a los versículos que hablan de este asunto (Mt. 16:25; He. 10:29; Jac. 1:21). Cuando era joven, me sentía muy confundido cuando leía estos versículos. Me decía a mí mismo: “Ya he recibido la salvación; ¿por qué tengo que esperar para recibir la salvación del alma?”. Conforme al Nuevo Testamento, todos hemos recibido la salvación en nuestro espíritu. Cuando creímos en el Señor Jesús y fuimos lavados con Su sangre, fuimos regenerados por el Espíritu Santo y fuimos salvos. Aunque la salvación de nuestro espíritu ya es nuestra, aún nos hace falta experimentar otra clase de salvación, la salvación del alma, para lo cual debemos esperar hasta que el Señor venga. Esta salvación no se obtiene simplemente por medio del creer, pues debe llevarse a cabo mediante la obra de la palabra implantada. La palabra viva de Dios es implantada en nuestro ser para producir algo. En el transcurso de los años, la luz fue intensificándose cada vez más en cuanto al asunto de la salvación del alma, y pudimos diferenciar los aspectos de la salvación de Dios que corresponden a las tres partes de nuestro ser. Nuestro espíritu ha caído; es por ello que necesitamos la salvación de nuestro espíritu. Nuestra alma fue arruinada; es por ello que necesitamos la salvación para nuestra alma arruinada. Más aún, nuestro cuerpo fue corrompido y quedó sujeto a la muerte; por lo tanto, necesitamos la salvación para nuestro cuerpo corrupto y moribundo.
El libro de Génesis revela que Dios creó al hombre con el propósito de expresarse a Sí mismo a través del hombre. A fin de lograr este propósito, Dios creó al hombre con tres partes, una de las cuales es el espíritu humano, el órgano mediante el cual podemos contactar a Dios y recibirlo en nuestro ser. Así como Dios creó el estómago para recibir el alimento y digerirlo, también creó nuestro espíritu para contactar, recibir e incluso digerir a Dios. Cuando el Señor Jesús, Dios encarnado, vino, Él dijo que era el pan de vida y que todo aquel que le comiera viviría por causa de Él (Jn. 6:48, 57). Así pues, el propio Dios encarnado se comparó a Sí mismo con el alimento. El alimento no es para que lo guardemos en un armario o en la nevera, sino para que lo comamos y digiramos. El hecho de que el Señor Jesús se comparara con el alimento, el pan de vida, nos muestra que necesitamos comerlo y digerirlo. ¿Le molesta a usted el pensamiento de que el hombre puede digerir a Dios? Digerir a Dios es algo muy positivo, pues la intención de Dios es forjarse a Sí mismo en nuestro ser. La única manera en que algo que está fuera de nosotros puede forjarse en nuestro ser es que lo comamos y digiramos. Por esta razón, Dios nos creó con un espíritu como órgano para que pudiéramos recibirlo y digerirlo, es decir, para que pudiéramos tomarlo como nuestro suministro de vida.
Juan 4:24 dice que Dios es Espíritu y que los que le adoran deben adorarlo en espíritu. Esto significa que debemos contactar a Dios. Cuando le contactamos, Él viene a nosotros no sólo como nuestra vida, sino también como nuestro suministro de vida. El Señor es tanto la vida como el pan de vida. En Juan 11:25 el Señor dijo que Él era la vida, y en Juan 6 dijo que Él era el pan de vida. Después que recibimos la vida, debemos recibir el suministro de vida. Si un bebé no recibe alimento después de que nace, morirá. Así que, primeramente Cristo llega a ser nuestra vida, e inmediatamente después, el propio Cristo que es nuestra vida llega a ser nuestro suministro de vida. Esto no tiene que ver con nuestra mente sino con nuestro espíritu.
Cristo es nuestra vida y nuestro suministro de vida a fin de que podamos expresar a Dios. Dios no puede expresarse por medio del hombre de una manera objetiva. Si Él permaneciera en los cielos y no entrara en nosotros ni se forjara en nuestro ser, no podría expresarse por medio de nosotros. Dios tenía que encontrar la manera de entrar en nosotros y forjarse en nuestro ser. Sólo así nuestro ser podría expresar a Dios y no a nosotros mismos. Por esta razón, el Dios objetivo, el Dios que estaba muy lejos de nosotros, llegó a ser el Dios que mora en nuestro mismo ser de modo subjetivo. Él no sólo está en nosotros, sino que además está forjándose en nuestro ser. Por este motivo, el apóstol Pablo pudo decir: “Porque para mí el vivir es Cristo” (Fil. 1:21). Pablo no dijo: “Porque para mí el vivir es Saulo de Tarso, un judío instruido”, sino que dijo: “Porque para mí el vivir es Cristo”, porque el propio Dios que está en Cristo había entrado en Pablo y se había forjado en su ser. Pablo no se expresaba a sí mismo, sino que expresaba a Cristo, quien se había forjado en él. Éste es el propósito de Dios, y es la razón por la cual Él nos creó con un espíritu y un alma.
Conforme a la Biblia, nuestra alma es nuestro ser, nuestro carácter, nuestra persona. Como personas que somos, Dios no tiene la intención de que nos expresemos a nosotros mismos; más bien, Su intención es que nosotros lo expresemos a Él. En nuestra vida cotidiana y en nuestro comportamiento no debemos expresarnos a nosotros mismos, sino a Dios. Pero a fin de expresar a Dios, primero tenemos que ejercitar nuestro espíritu y recibirlo en nuestro ser. Luego, en nuestro ser, en nuestra persona y en nuestro carácter, debemos llevar la clase de vida que lo expresa a Él. Entonces las personas dirán: “Esta persona no expresa el estilo de vida americano; expresa a Dios”. Para recibir a Dios, necesitamos un espíritu; y para vivirlo a Él y expresarlo, necesitamos una personalidad, que es nuestra alma.
Algunos tal vez piensen que sólo aquellos que son fuertes pueden expresar a Dios, pero que los que no lo son, no pueden expresarlo. Otros podrían pensar que los inteligentes pueden expresar a Dios, pero los que no son muy brillantes no. Sin embargo, los que no son muy brillantes pueden expresar a Dios aún más que los sabios. He conocido a muchos creyentes muy inteligentes que en lugar de expresar a Dios, expresaban su inteligencia. Pero también he conocido a algunas personas del campo con muy poca educación que verdaderamente expresaban a Dios porque vivían a Dios y lo expresaban por medio de su personalidad.
Hemos visto que tenemos un espíritu para recibir a Dios y un alma para vivir a Dios. Quizás usted se pregunte cuál es la función que cumple nuestro cuerpo. Sin nuestro cuerpo seríamos un fantasma. Como seres humanos que somos, necesitamos un cuerpo físico, un cuerpo tangible. Al tener un cuerpo somos normales. Por lo tanto, Dios nos creó con un espíritu para que le recibiéramos, con un alma para que le expresáramos y con un cuerpo que pudiera contener nuestra persona de una manera normal. Con este propósito, Dios tenía que crearnos con estas tres partes.
En Génesis 1 vemos la creación de Dios, en Génesis 2 vemos claramente que la intención que Dios tenía al crear al hombre era que éste le recibiera como el árbol de la vida. Sin embargo, en Génesis 3 el tentador vino para estimular el disfrute del alma, y tentó a Eva con el fruto que la haría como Dios. El propósito de esta tentación era despertar el alma. Cuando el alma actúa de manera egoísta, se convierte en el yo. Es absolutamente correcto tener un alma. Pero cuando el alma desea algo para sí misma, se vuelve egoísta. El alma fue creada por Dios para que ésta lo expresara a Él, no para que tuviera su propio disfrute o preferencias. El hermano Nee publicó un libro titulado: El primer pecado del hombre. El primer pecado que el hombre cometió no fue cometer adulterio, robar ni matar, sino que tomó algo para satisfacer sus propias preferencias. Haber tomado el fruto no tenía nada de malo; pero tomar el fruto para satisfacer las preferencias del alma fue una acción del yo. Por consiguiente, el primer pecado que el hombre cometió fue hacer algo para su beneficio personal, a fin de satisfacer el yo.
Les repito una vez más que el alma fue creada para expresar a Dios. Pero cuando el alma hace algo para satisfacerse a sí misma, se vuelve egoísta. Ésta es la razón por la cual debemos negarnos a nosotros mismos. Negarnos a nosotros mismos significa renunciar a los deseos, preferencias y gustos del alma. Siempre que el alma desee hacer algo para complacerse sí misma, debemos negarnos a nuestra alma. La causa de la caída del hombre fue el deseo del alma de tener algo para su propia satisfacción. Al tomar del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal, el hombre cayó y su alma fue arruinada. El alma que Dios creó con el propósito de que ésta lo expresara a Él, fue arruinada por el deseo del yo. Debido a esto, el espíritu fue contaminado, amortecido y perdió su función. Además, el cuerpo entró en la muerte. Éste es un cuadro completo del hombre caído: el alma fue arruinada, el espíritu amortecido y el cuerpo quedó sujeto a la muerte.
Es debido a que estamos en tal condición caída que necesitamos la salvación de Dios. Damos gracias al Señor porque Él vino para ser nuestro Salvador. Él se vistió de nuestra naturaleza y llegó a ser el Cordero de Dios que quitó el pecado del mundo (Jn. 1:29). Por medio de Su obra redentora, nuestros pecados fueron perdonados. Ahora Dios puede contactarnos e introducirnos en Su presencia. Fuimos llamados, nos arrepentimos, creímos en el Señor Jesús, fuimos lavados y el Espíritu de Dios entró en nuestro espíritu. Por lo tanto, nacimos de nuevo y nuestro espíritu, que estaba amortecido, fue avivado. En esto consiste la salvación de nuestro espíritu.
Una vez que recibamos esta salvación jamás la perderemos. Esto lo confirma 1 Corintios 5:5, un versículo que nos habla acerca de un hermano pecaminoso. Pese a que este hermano había sido regenerado, cayó en un pecado terrible. Por esta razón, Pablo lo entregó a Satanás para que su carne fuera destruida (probablemente mediante una enfermedad), a fin de que su espíritu fuera salvo en el día del Señor Jesús. Esto muestra que una vez que recibimos la salvación en nuestro espíritu, no es posible perderla.
Sin embargo, no sucede lo mismo con respecto a la salvación de nuestra alma. Nuestro espíritu ya fue salvo en esta era, y jamás perderemos esta salvación. No obstante, aún falta por decidirse si nuestra alma será salva al regreso del Señor. A diferencia de la salvación de nuestro espíritu, la salvación del alma no es simplemente una cuestión de ejercitar fe. Al confesar nuestros pecados, creer en el Señor Jesús e invocar Su nombre, nosotros somos regenerados y experimentamos la salvación de nuestro espíritu; sin embargo, la salvación del alma requiere un largo proceso.
Cuando Dios creó al hombre, Su intención era que éste le recibiera y expresara. Recibir a Dios y expresarle deben ser un gozo y una diversión para el hombre. La felicidad y el entretenimiento del hombre deben ser Dios mismo. Al decir esto, no hablamos de un Dios objetivo, sino de un Dios que se experimenta de modo subjetivo. Recibir a Dios en nuestro ser y expresarle en nuestro vivir representa un gozo para el hombre. No debemos criticar a otros por buscar entretenimiento, pues Dios creó al hombre con la necesidad de esparcimiento. Todos los días sentimos hambre porque fuimos creados con la necesidad de comer. Es imposible llenar nuestro estómago una vez y no volver a tener hambre. No, debemos comer cada día. Dios nos creó de esta manera. Según este mismo principio, Dios creó al hombre con la necesidad de divertirse. Pero nuestra diversión debe ser Dios mismo. Debido a que el hombre perdió a Dios, procura divertirse yendo al cine, al teatro y a distintos eventos deportivos. Pero aún no ha encontrado con Dios mismo la manera de ser satisfecho en su necesidad de entretenimiento. Sólo Dios puede satisfacer nuestra necesidad de entretenimiento.
La finalidad de toda diversión que la gente busca aparte de Dios, es la satisfacción del alma. Cuando las personas escuchan música o disfrutan de ciertos deportes, se sienten contentos. A muchos en Hong Kong les gusta jugar mah-jong. Para ellos, ése es el mejor entretenimiento y disfrute. Cualquier creyente que todavía juegue mah-jong está salvando su alma. Todo el que haya sido regenerado en su espíritu y siga jugando mah-jong perderá su alma cuando el Señor regrese. Para tal creyente, abstenerse de jugar mah-jong representa un sufrimiento para su alma; no obstante, necesita perder su alma particularmente en este asunto, pues si no la pierde ahora, la perderá cuando el Señor regrese. El Señor le dirá: “Debido a que salvaste tanto tu alma, ahora debes perderla”. Ahora podemos entender que cuando la Biblia nos habla de perder el alma, se refiere a que el alma pierda su disfrute; mientras que, salvar el alma es preservarla para que ella obtenga su disfrute.
Si el hombre hubiera expresado a Dios en la tierra, Dios habría recobrado la tierra, y tanto el hombre como Dios habrían disfrutado la tierra. Dios se habría sentido feliz, y nosotros también. Pero el hombre no cooperó con Dios y, como consecuencia, Dios no pudo recobrar la tierra. En efecto, Él mismo ha sido rechazado por la tierra. Cuando Él vino en la carne, fue rechazado. En la era presente, la era de la iglesia, es la era del rechazo que le da el mundo a Cristo. Debido a que Cristo es rechazado, hoy Él no encuentra ningún gozo en la tierra. Nosotros, por ser Sus seguidores, participamos de Su destino. Nuestro destino como seguidores del Señor Jesús no es ser bienvenidos por el mundo, sino rechazados. Por lo tanto, en esta era no debemos proporcionarle disfrute a nuestra alma, sino más bien, permitir que pierda su disfrute. Cuando el Señor Jesús regrese, ése será el momento en que Él disfrutará la tierra. Satanás será atado, Cristo recobrará la tierra y toda la tierra estará bajo Su reinado. En aquel entonces, Cristo disfrutará la tierra, y todos Sus seguidores participarán de este disfrute. A esto se refiere Mateo 25:21 y 23, los cuales dicen: “Bien, esclavo bueno y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor”. Esto ocurrirá durante el milenio cuando el Señor Jesús reclamará su derecho sobre la tierra y la disfrutará. Al recuperar la tierra, el Señor podrá disfrutarla. Entonces Él les dirá a Sus seguidores, Sus compañeros, que entren en Su gozo. Esto será la salvación de nuestras almas. Por consiguiente, si queremos participar de este disfrute en la era venidera, tenemos que pagar en esta era el precio de perder nuestra alma. Debemos decir: “Señor, por causa de Ti no quiero tener tanto placer ni diversión”.
Después de hablarnos de la necesidad de negar el yo, de tomar la cruz y de perder la vida del alma, el Señor se refirió al mundo cuando dijo: “Porque ¿qué aprovechará al hombre, si gana todo el mundo, y pierde la vida de su alma? ¿O qué dará el hombre a cambio de la vida de su alma?” (Mt. 16:26). Los hombres aman al mundo simplemente porque les proporciona deleite para su alma. Por eso les encantan la ropa fina, los carros lujosos y las diversiones mundanas. Pero por causa del Señor, del evangelio y de Su testimonio, debemos estar dispuestos a perder el disfrute del alma en esta era. ¿Está usted dispuesto a perder el disfrute de su alma por causa del Señor? La razón por la cual las personas aman el mundo es que quieren conservar el disfrute de su alma. En todo el mundo impera el disfrute del alma. La razón por la cual las personas estudian para obtener un diploma es poder vivir mejor, y vivir mejor implica poder disfrutar más. Otros trabajan duro para obtener un ascenso en sus trabajos, a fin de ganar más dinero para el disfrute del alma. Cuando el Señor Jesús vino, Él perdió Su alma, es decir, Él renunció a todo lo que le proporcionaba disfrute a Su alma. Él perdió el disfrute de Su alma en esta era a fin ganar Su alma en la era venidera. Como hemos visto, en la era venidera, el Señor Jesús disfrutará toda la tierra. En aquel tiempo, Él nos invitará a nosotros, Sus compañeros, a compartir este disfrute. Por tanto, debemos esperar pacientemente el disfrute venidero. Si usted permite que su alma disfrute hoy, se perderá el disfrute venidero. Es posible que algunos, al oír esto, digan: “Mi economía es práctica. A mí lo que me preocupa es el presente, no el futuro”. La decisión es suya. Si usted prefiere disfrutar hoy, tiene la libertad de hacerlo. No obstante, si salva su alma en esta era, tenga por seguro que la perderá cuando el Señor regrese. Él le dirá que por haber permitido que su alma disfrute tanto, ahora es el momento de perderla. ¿Qué decidirá usted? ¿Perder su alma hoy y ganarla mañana, o ganarla hoy y perderla mañana? Aun si pudiésemos ganar todo el mundo, no valdría la pena a costa de perder nuestra alma.
Debemos preocuparnos porque el Señor obtenga placer y satisfacción, y todos debemos creer lo que el Señor nos dice. Fue al creer en Su palabra que fuimos salvos. Él no sólo nos dice que si creemos en Él, nuestros pecados serán perdonados, seremos limpiados y tendremos vida eterna, sino que también nos dice que no vale la pena ganar todo el mundo a cambio de perder nuestra alma. Debemos ser sabios, no insensatos. No seamos miopes diciendo: “No me preocupa el día de mañana; sólo me importa el día de hoy”. Debemos permitir que la palabra del Señor nos alumbre. En la era venidera, ganar el alma tendrá mucho valor. Aun si fuera nuestro todo el mundo, no podríamos comprar con ello la salvación de nuestra alma. A fin de ganar el alma en la era venidera, vale la pena que perdamos la vida del alma en esta era. Con tal de que tengamos lo necesario para nuestra subsistencia —alimento, vestido, vivienda y transporte— debemos estar contentos. Es suficiente con que podamos subsistir y vivir en la tierra por causa del testimonio del Señor, amándolo, teniendo contacto con Él, recibiéndole, digiriéndole y manifestándolo en nuestro vivir para Su expresión. Debemos contentarnos con esto y no ir en pos de otras cosas. Debemos poder decir que no nos interesa el alimento, el vestido, los carros ni las casas. Vivimos en Él y confiamos en que Él se ocupará de nuestras necesidades. Pero no debemos preocuparnos por el disfrute, el entretenimiento ni la diversión de hoy, sino más bien, preocuparnos por que Él obtenga lo que le place y satisface. Así que, por causa del Señor, debemos estar dispuestos a dejar muchas diversiones y placeres. Lo único que debe importarnos es tener lo necesario para vivir a fin de ser Su expresión. Esto es lo que significa perder el alma por causa del Señor. Si hacemos esto, Él nos dirá a Su regreso: “Bien, esclavo bueno y fiel; entra en el gozo de tu Señor”. Esto es lo que significa ganar o salvar el alma. Si perdemos nuestra alma hoy por causa de Él, en el futuro Él nos recompensará con la salvación de nuestra alma. Pero si salvamos nuestra alma hoy, la perderemos en la era venidera y sufriremos alguna especie de castigo. Así pues, si hemos de salvar o no nuestra alma en el futuro, ello dependerá de si la salvamos o perdemos hoy.
Como hijos de Dios y santos en el Señor, debemos amarnos los unos a los otros. Supongamos que usted tiene una buena cuenta de ahorros en el banco y otro hermano es muy pobre y necesita ayuda. Conforme a la soberanía del Señor, usted se entera de la necesidad de ese hermano. El Señor puede poner en usted la carga de darle a este hermano una gran cantidad de dinero, pero es posible que no esté dispuesto a hacerlo, pues no quiere perder el placer de tener cierta cantidad de dinero en su cuenta bancaria. Así que, en lugar de darle al hermano la cantidad de dinero que el Señor quiere que le dé, usted empieza a razonar con el Señor, tratando de rebajar la cantidad. Si hace esto, estará salvando su alma. Esto sucedió una vez en China. El Señor puso en un hermano la carga de darle a otro hermano cierta cantidad de dinero. Pero el enemigo lo tentó a rebajar la cantidad. Cuando el hermano fue iluminado y vio las tácticas del enemigo, dijo: “Satanás, si vuelves a hablarme sobre esto, lo entregaré todo. Estoy contento de no tener nada en mi cuenta bancaria”. Perder el placer de tener una cuenta bancaria grande es perder nuestra alma.
También podemos salvar o perder nuestra alma al comprar un traje. Comprarse un traje nuevo puede proporcionarle disfrute a su alma. ¿Salvará usted su alma al comprarse un traje costoso, o la perderá comprando uno que es adecuado pero menos costoso? Si usted está dispuesto a comprar el traje menos costoso, podrá ahorrar un poco de dinero para el Señor. Aun en este pequeño asunto usted estará perdiendo su alma.
Cuando perdemos nuestra alma y su disfrute, estaremos pasando por el proceso de la transformación. Supongamos que un hermano no le hace caso al Señor al comprar un traje y únicamente se preocupa por satisfacer su disfrute anímico. Tal persona no puede ser transformada en su manera de ser, en su voluntad ni en su parte emotiva. Sin embargo, si presta atención al Señor y compra un traje conforme a la dirección del Espíritu, su alma será transformada. Perder el alma hoy, de hecho redunda en la transformación de nuestra alma. Pero salvar nuestra alma hoy estorba la obra de transformación. Si perdemos nuestra alma en todo lo relacionado con nuestra vida diaria, seremos gradualmente transformados. Entonces cuando el Señor regrese, Él dirá: “Bien, esclavo bueno; entra en Mi gozo”. En ese momento su alma habrá sido completamente transformada. Usted habrá sido preparado, perfeccionado y hecho apto para entrar en el disfrute del Señor porque a través de los años su alma habrá sido transformada por haber estado dispuesto a perderla. Pero si usted no está dispuesto a perder su alma en esta era, su alma no será transformada.
Jacobo 1:21 dice: “Por lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas”. Si estamos dispuestos a perder nuestra alma, la palabra será implantada en nuestro ser. La palabra que hemos escuchado en la Biblia o en mensajes será implantada en nosotros y llevará a cabo la obra de transformación en nuestra alma. Como resultado, seremos recompensados con la salvación de nuestra alma cuando el Señor Jesús regrese. Al perder nuestra alma en toda clase de situaciones, la palabra será implantada en nuestro ser y transformará nuestra alma. Esto nos preparará para cuando el Señor Jesús regrese. Seremos transformados y hechos aptos para ser los compañeros del Señor en Su reinado en el reino venidero. En esto consiste la salvación del alma.
En 2 Pedro 1:11 dice: “Porque de esta manera os será suministrada rica y abundante entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo”. Todos necesitamos obtener una rica entrada en el reino eterno del Señor. Podemos obtener esta entrada si hoy perdemos nuestra alma. Cuanto más perdamos el disfrute de nuestra alma, más rica será la entrada que obtendremos.
Hemos visto que aunque hemos sido salvos en nuestro espíritu, aún necesitamos experimentar la salvación de nuestra alma. Ahora es cuando tenemos la oportunidad de perder nuestra alma a fin de ganarla cuando el Señor regrese. Debemos perder todo aquello que le proporcione felicidad a nuestra alma. Al perder nuestra alma, todo nuestro ser será transformado diaria y gradualmente. Entonces estaremos en la posición de ser recompensados con la salvación del alma en el futuro. Externamente nosotros salvaremos nuestra alma al regreso del Señor, e internamente seremos hechos aptos para participar en el gozo del Señor en la era venidera.