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Mensajes del libro «Ejercicio del reino a fin de edificar la iglesia, El»
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CAPÍTULO SIETE

EL REINO COMO UN EJERCICIO Y UNA RECOMPENSA

LA META, EL MATERIAL Y EL MÉTODO

  La economía neotestamentaria de Dios tiene como objetivo edificar la iglesia con Cristo por medio del reino. La iglesia es la meta de Dios, Su deseo y destinación. La intención de Dios es edificar la iglesia. Como sabemos, para edificar cualquier cosa necesitamos cierta clase de material. El material para la edificación de la iglesia es Cristo. Además de este material, también necesitamos contar con un método de edificación. En Mateo 16 vemos la meta, el material y también el método. La meta es la iglesia, el material es Cristo y el método es el reino.

  Después que el Señor Jesús les preguntó a Sus discípulos quién pensaban ellos que era, Pedro recibió la revelación de que Él era el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Debido a que no bastaba simplemente con tener una revelación acerca de Cristo, el Señor Jesús añadió: “Y Yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré Mi iglesia” (v. 18). Cuando ponemos juntos el versículo 18 con el 16, recibimos una revelación completa, que es Cristo y la iglesia, el gran misterio de Dios (Ef. 5:32). Cristo es para la iglesia. La revelación de Pedro y su reconocimiento de dicha revelación, son la roca sobre la cual el Señor edifica Su iglesia. Por lo tanto, la iglesia es la meta, y el Cristo que los discípulos revelaron y reconocieron es el material con el cual se edifica la iglesia.

  Aunque los versículos del 16 al 18 nos presentan la meta y el material, no nos dicen cómo debemos edificar. Esto se nos revela en el versículo 19, donde el Señor dijo: “Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y lo que ates en la tierra habrá sido atado en los cielos; y lo que desates en la tierra habrá sido desatado en los cielos”. Usar las llaves del reino es la manera en que edificamos la iglesia. En otras palabras, la manera de edificar la iglesia es por medio del reino.

CRISTO, LA IGLESIA Y EL REINO

  Hoy en día la palabra iglesia se usa con tanta ligereza que prácticamente ha perdido su significado. Muchos cristianos hablan de ir a la iglesia o de pertenecer a cierta iglesia. Pero, debido a la manera en que emplean este término, no tiene ningún peso ni significado. Sin embargo, en el Nuevo Testamento, la palabra iglesia es un término de mucho peso. Antes de Mateo 16, esta palabra no se encuentra en la Biblia. En los Evangelios la palabra iglesia aparece sólo dos veces, en Mateo 16 y en Mateo 18. La iglesia es la única meta que Dios tiene en el universo. Por consiguiente, la iglesia es algo de mucho significado, aun cuando los cristianos la hayan convertido en un término vano.

  Si consideramos la historia del cristianismo, nos daremos cuenta de que el enemigo ha frustrado a los creyentes para que no vean a Cristo y el reino. No son muchos los cristianos que conocen a Cristo como debieran. Como hemos visto, para la edificación de la iglesia necesitamos conocer a Cristo, ya que Cristo es el material de edificación. La iglesia únicamente puede ser edificada con Cristo mismo.

  Los cristianos también han sido frustrados de conocer el reino. Hoy son muy pocos los maestros cristianos que hablan acerca del reino. Si usted examina las publicaciones del cristianismo actual, comprobará que se habla muy poco del reino. Hace cincuenta años, circulaban muchos artículos sobre el reino, y aquellos que participaban en la obra evangélica también hablaban acerca de propagar el reino. Pero hoy en día este término se usa muy raras veces, debido a que el reino se ha convertido en algo extraño a nuestro pensamiento. Esto se debe a la astucia del enemigo. Si se nos frustra de conocer a Cristo y descuidamos el reino, estaremos acabados en lo que se refiere a la iglesia, ya que la iglesia se edifica con Cristo y por medio del reino.

EL EJERCICIO DEL REINO

  Si usted lee cuidadosamente lo que dice el Nuevo Testamento acerca del reino, verá que hoy en día el reino es un ejercicio para nosotros; por ende, hablamos acerca del ejercicio del reino. El Nuevo Testamento también revela claramente que el reino será una recompensa para nosotros en el futuro. Por consiguiente, el reino representa un ejercicio hoy para nosotros, y un galardón en la era venidera. La recompensa positiva del reino es entrar en el gozo del Señor. Tanto el versículo 21 como el 23 de Mateo 25 dicen: “Bien, esclavo bueno y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor”. En la era venidera aquellos que reciban esta recompensa positiva del reino serán reyes juntamente con Cristo. Ya no estaremos participando en un ejercicio, sino que, más bien, reinaremos juntamente con Cristo. Sin embargo, hoy en día no es el tiempo en que debemos reinar, es decir, en que seamos reyes juntamente con Cristo. Esto sucederá en la era venidera. Así que, hoy en día el reino es un ejercicio para nosotros. Por consiguiente, no estamos reinando ahora, sino que estamos ejercitándonos. Es por eso que debemos perder nuestra alma. Reinar no significa perder el alma sino ganarla, y ser pobres en espíritu y padecer por causa de la justicia no equivale a reinar sino a ejercitarnos en el reino.

SER POBRES EN ESPÍRITU

  En Mateo 5:3 no dice: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos será el reino de los cielos”, sino que dice: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. Cuando somos pobres en espíritu, estamos en el ejercicio del reino. Lo mismo se aplica a los que padecen persecución por causa de la justicia. El versículo 10 dice: “Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos”. Cuando somos pobres en nuestro espíritu y cuando padecemos por causa de la justicia, estamos en el reino. Tanto el hecho de ser pobres en espíritu como el hecho de padecer por causa de la justicia equivalen a perder el alma. En cambio, ser orgullosos y considerarnos que somos alguien grandioso equivale a salvar el alma. Ser pobres en espíritu es considerar que no tenemos nada, no sabemos nada ni somos nada. Humanamente, esto equivale a sufrir y perder el alma. Perder el alma de esta manera es la verdadera negación del yo. Aquellos que piensan que ellos lo son todo y lo saben todo, no niegan su yo ni pierden el alma. El reino no es de aquellos que tienen esta clase de actitud. Siempre que seamos así, nos encontramos fuera del reino. Por lo tanto, necesitamos la misericordia y la gracia de Dios para poder decir: “En cuanto a la economía de Dios, yo no sé nada, no tengo nada ni soy nada; soy un don nadie”. Esto es lo que significa ser pobres en espíritu, lo que significa no tener ningún disfrute humano, jactancia ni orgullo. Como hemos mencionado, cada vez que somos pobres en espíritu, de inmediato nos encontramos en el reino. Éste es el ejercicio del reino.

SUFRIR POR CAUSA DE LA JUSTICIA

  Sufrir por causa de la justicia sin duda significa perder el disfrute del alma. Siempre que estamos dispuestos a perder el disfrute del alma hoy por causa de la justicia, estamos en el reino, y el reino es nuestro. En esto también consiste el ejercicio del reino. Esto no tiene que ver con recibir una recompensa ni con experimentar un gozo, ni tampoco es algo de lo cual podemos jactarnos. Hoy en día el mundo entero rechaza a Cristo y al reino y también rechaza a los seguidores de Cristo. Por consiguiente, hoy sufrimos por seguir a Cristo y perdemos el disfrute de nuestras almas. Es debido al reino que estamos dispuestos a perder nuestro disfrute; es debido al reino que estamos dispuestos a negar el yo y a ser pobres en espíritu; y es debido al reino que estamos dispuestos a ser un don nadie, a reconocer que no sabemos nada y a ser un vaso vacío que puede ser lleno de Cristo para la edificación de la iglesia.

  Mateo 5:10 nos habla de padecer por causa de la justicia porque, según la Biblia, el reino en todo aspecto tiene que ver con la justicia. Por lo tanto, padecer por causa de la justicia equivale a padecer por causa del reino. Si padecemos por causa del reino, si estamos dispuestos a perder nuestro disfrute anímico hoy, estaremos en el reino. No habrá necesidad de que entremos en el reino, porque ya estaremos en él. Pero ¿en qué aspecto del reino nos encontramos hoy? No estamos en el aspecto que reina, sino en el aspecto del ejercicio. Repito una vez más que el aspecto reinante del reino está por venir, pero el aspecto del ejercicio está presente hoy.

LA IGLESIA SE EDIFICA MEDIANTE EL REINO

  Ahora debemos ver cómo el reino es el medio por el cual la iglesia es edificada. Según nuestra experiencia en la vida de iglesia, todos nos hemos dado cuenta de que la iglesia no puede ser edificada con aquellos que rehúsan a negarse a sí mismos. Hoy en día no sólo las personas del mundo, sino también los cristianos se pelean unos con otros. En cada sociedad y organización las personas se consideran ser alguien y tener algo. Esto se aplica incluso a los niños del jardín de infancia. ¿Dónde podemos encontrar un lugar donde las personas siempre tienen la actitud de que son nada y no tienen nada, y de que son vasos vacíos? Tales personas las podemos encontrar únicamente en la iglesia. Si no pudiéramos encontrar personas con tal actitud en la iglesia, entonces podríamos poner en tela de juicio si ésa realmente es la iglesia. La iglesia solamente puede ser edificada mediante el reino, el cual, como hemos visto, es un ejercicio hoy. El Evangelio de Mateo revela que dicho ejercicio aniquila cada parte de nuestro ser. Al escuchar esto algunos podrían decir: “Ya es bastante difícil con negar el yo, y ahora usted nos dice que el ejercicio del reino aniquilará cada parte de nuestro ser. No podemos soportar esto”. Hablando humanamente, lo único que puedo decirle es que tiene razón y que me compadezco de ustedes porque yo soy igual.

EL OJO DE LA AGUJA

  En Mateo 19 el Señor nos mostró con un ejemplo lo difícil que es para nosotros entrar en el reino (v. 24). Él dijo que era más fácil que un camello pudiera pasar por el ojo de una aguja que esto. Hablando en términos humanos, nadie puede entrar en el reino. En lo que a nosotros se refiere, esto es imposible. Pero lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios. Dios tiene la manera de introducirnos en el reino. Él no agranda el ojo de la aguja para que sea una puerta amplia por donde pueda pasar un camello, aun con la carga más grande. Más bien, lo que Él hace es reducir el tamaño del camello hasta que éste sea lo suficiente delgado para pasar por el ojo de la aguja. Un hilo fino sí puede pasar por el ojo de una aguja.

  Por lo tanto, a fin de que podamos pasar por el ojo de la aguja, el Señor tiene que hacernos tan finos como el hilo. Somos camellos por naturaleza. Pero Dios sabe cómo hilarnos hasta convertirnos en hilo fino. Aunque he sido cristiano por más de cincuenta años, aún estoy en el ojo de la aguja. En ocasiones he exclamado: “Señor, ya no puedo tolerar que me hiles tanto”. Pero el Señor me dice: “Sé paciente, porque te estoy ayudando. Todavía estás demasiado grueso. Te estoy hilando para hacerte más fino”. Ha habido ocasiones en las que he querido cortarme para escaparme de este proceso de ser hilado. Pero en esas ocasiones el Señor me ha dicho: “No eres tú quién decide. Tal vez quieras cortarte, pero ¿qué usarás para cortarte? Las tijeras no están en tus manos. No te soltaré ni te cortaré. En lugar de ello, te seguiré hilando”. En esto consiste el ejercicio del reino.

LA EXPERIENCIA QUE TENEMOS DE CRISTO

  Hace muchos años recibimos ayuda en cuanto a este asunto del reino; y puesto que nos ayudó, ministramos este asunto a otros. Hubo varias reacciones a lo que ministramos en cuanto al ejercicio del reino y su recompensa. Algunos dijeron que esto era hinduismo y otros dijeron que era semejante a la enseñanza del purgatorio católico. Pero esto no es hinduismo, purgatorio ni tampoco es ascetismo, sino la experiencia que tenemos de Cristo.

LA MENTE DE CRISTO

  Filipenses 2:5 dice: “Haya, pues, en vosotros esta manera de pensar que hubo también en Cristo Jesús”. El modo de pensar de Cristo debe llegar a ser nuestro modo de pensar. Después de que Pablo nos dice que debemos permitir que la manera de pensar de Cristo llegue a ser nuestra, él habla de cómo el Señor Jesús estuvo dispuesto a ser reducido y a humillarse. Esto es lo que queremos decir al usar la palabra hilar. El hilar celestial y divino trajo a Cristo de los cielos a la tierra. Hizo que el gran Cristo llegara a ser el más humilde y pequeño de todos los hombres. Cristo ha sido hilado. Él estuvo dispuesto a ser hilado de esta manera, pues éste era Su manera de pensar.

  Debemos tener en cuenta el contexto de estas palabras que Pablo habló a los filipenses en cuanto a la manera de pensar de Cristo. Al menos hasta cierto punto, los creyentes de Filipos no estaban en el reino. En su concepto, ellos se consideraban mejores y superiores a los demás. Esto era un indicio de que ellos no tenían la mente de Cristo. Por lo tanto, el apóstol Pablo les dijo que debían permitir que la manera de pensar de Cristo llegara a ser la suya. Les dijo que pese a que Cristo era tan elevado y tan grande, Él estuvo dispuesto a humillarse e incluso a morir en la cruz. Cuando Cristo fue crucificado, fue reducido a nada. El enemigo incluso lo retó para que descendiera de la cruz. Los que se burlaban de Él decían que si descendía de la cruz, creerían en Él. ¡Qué provocación más diabólica fue ésa! Así que, en lugar de descender de la cruz, Cristo permaneció allí al menos durante seis horas para ser reducido a nada. Él no expresó ninguna palabra para vindicarse a Sí mismo. Ésta es la manera de pensar de Cristo, y ésta es la única manera de pensar que puede edificar la iglesia. Es sólo cuando tenemos esta mente que somos aptos para la edificación.

ESTAR DISPUESTOS A SER REDUCIDOS A NADA

  Si vemos esta visión y la comparamos con la situación que impera entre los cristianos de hoy, comprenderemos que la edificación de la iglesia es una imposibilidad humana. Quizás usted diga: “Señor, cuando Tú estuviste en la tierra, dijiste que edificarías la iglesia. Pero ya han pasado casi dos mil años y todavía no vemos la edificación. Señor, ¿dónde está Tu edificio?”. Si le hablamos al Señor de esta manera, tal vez Él nos conteste: “Tú no ves la edificación porque son muy pocos los que están dispuestos a ejercitarse en el reino”. Todos amamos al Señor y la iglesia; pero la pregunta es si estamos dispuestos o no a ser reducidos a nada. Como todos sabemos, nuestro espíritu es la profundidad misma de nuestro ser. Así que ser pobres en esta parte de nuestro ser, significa que hemos comprendido que no somos nada. ¿Está usted dispuesto a ser nada?

NECESITAMOS EL EJERCICIO DEL REINO

  Tomemos como ejemplo lavar los platos. A veces yo le ayudo a mi esposa a lavar los platos, y muchas veces, mientras lo hago, he pensado que me gustaría que los jóvenes se enteraran de esto para que vieran que les estoy dando un ejemplo muy bueno. Éste es el yo magnificado. Sé que ésta es la actitud de muchos de los que viven en las casas de hermanos. Mientras lavan los platos, quizás digan: “Señor, Tú sabes que los demás no están dispuestos a lavar los platos. Pero yo los estoy lavando por amor a Ti”. Éste es el horrible yo que se expresa por medio de lavar platos. Cuando usted lava los platos y no piensa ni siente nada al respecto, eso muestra que el yo ha desaparecido. Revela que usted no es nada en cuanto a la tarea de lavar los platos. Sin embargo, siempre que en este asunto pensemos en nosotros mismos, eso será un claro indicio de que el yo está presente. No sólo el yo está presente, sino que además está siendo alimentado. Después de lavar los platos de esta manera, algunos podrían ir a su cuarto y orar, diciendo: “Señor, gracias porque yo fui el único que lavó los platos”. Esta acción de gracias proviene del yo magnificado. Si usted lava los platos de esta manera por varios días, tarde o temprano acabará por enojarse con las personas con las que vive y no volverá a lavar los platos. Esto nos muestra cuánto necesitamos el ejercicio del reino.

LA GRACIA DE DIOS

  Lo que es sembrado en los Evangelios crece en las Epístolas y finalmente es cosechado en Apocalipsis. En las Epístolas tenemos el excelente ejemplo del apóstol Pablo. En 1 Corintios 15:10 él dijo: “Por la gracia de Dios soy lo que soy; y Su gracia para conmigo no ha sido en vano, antes he trabajado mucho más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo”. Fue por la gracia de Dios que Pablo era lo que era, y por esta gracia él laboró más abundantemente que los demás. La gracia de Dios es Dios mismo como nuestro disfrute. Cuando leemos 1 Corintios 15:10 junto con ciertos versículos del libro de Filipenses, vemos que la gracia no es nada menos que el Cristo encarnado, crucificado y resucitado, quien llega a ser el Espíritu vivificante. Por eso en Filipenses 1:19 Pablo dice: “Porque sé que por vuestra petición y la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo, esto resultará en mi salvación”. Ésta es la gracia de Dios. La gracia de Dios es el suministro abundante, inagotable e infinito del Espíritu de Jesucristo. Hoy en día este Espíritu está en nosotros. Es por eso que Pablo pudo decir: “Todo lo puedo en Aquel que me reviste de poder” (4:13). Aquí Pablo parecía decir: “Yo no puedo hacer nada; sin embargo, puedo hacerlo todo en Aquel que me reviste de poder. Aquel que me reviste de poder no está en los cielos, sino que está dentro de mí. En Él yo puedo hacer todas las cosas”.

LLEVAR A CABO NUESTRA SALVACIÓN

  En Filipenses 2:12 Pablo dijo: “Llevad a cabo vuestra salvación con temor y temblor”. Esto no se refiere a la salvación eterna, sino a la salvación del alma, la salvación del reino. Se refiere a la salvación en la que recibiremos la recompensa y entraremos en el gozo del Señor en la era venidera. Esta salvación es la que nos corresponde a nosotros llevar a cabo, mientras que la salvación eterna no exige ninguna labor de parte nuestra. Con respecto a la salvación eterna, nosotros simplemente la recibimos y obtenemos. Sin embargo, aún necesitamos llevar algo a cabo a fin de alcanzar la salvación del alma, la salvación que nos hace aptos para recibir la recompensa del reino. Por nosotros mismos no somos capaces de llevar a cabo esta salvación; pero dentro de nosotros tenemos a una persona que sí puede llevarla a cabo. Esta persona es Dios mismo quien realiza en nosotros el querer como el hacer por Su beneplácito (Fil. 2:13). Dios opera en nuestro interior, y nosotros actuamos conforme a ello. Su operación interna requiere nuestra cooperación. Si estamos dispuestos a cooperar con Él, Él tendrá la base y la oportunidad de operar en nosotros, a fin de que llevemos a cabo nuestra salvación. No necesitamos luchar ni valernos de nuestro propio esfuerzo para llevar a cabo esta salvación.

PREDICAR EL EVANGELIO DEL REINO

  Como sabemos, debemos comer a fin de tener fuerzas. El problema no es el alimento, puesto que éste ya ha sido preparado y ahora está delante de nosotros. Tal vez otros puedan hacer muchas cosas por usted, pero nadie podrá comer por usted. En la economía neotestamentaria de Dios, Él primero nos salva, y luego nos inicia en el ejercicio del reino. Para este ejercicio, necesitamos a Cristo y la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo. Aunque el Espíritu está presente en el interior de todos los verdaderos creyentes, millones de cristianos no tienen hambre. Por esta razón, nosotros, quienes tenemos hambre y estamos comiendo de Cristo, debemos predicar el evangelio del reino. Debemos decirles a los santos que aunque han sido salvos eternamente, aún pueden tener problemas con el Señor cuando regrese a arreglar cuentas con ellos. El Señor examinará la manera en que vivimos, nos comportamos y laboramos después de que fuimos salvos. Esto es muy serio.

  El evangelio del reino es algo que el enemigo ha enterrado completamente. Hoy en día debemos tocar la trompeta de este evangelio. Cuando el Señor regrese, Él establecerá Su reino de justicia. En aquel tiempo, Él nos dará una recompensa positiva o negativa conforme a nuestros hechos. Estos hechos están relacionados con estos tres asuntos: negar el yo, tomar la cruz y perder el alma. La manera en que respondamos a estos tres asuntos será la base sobre la cual el Señor arreglará cuentas con nosotros. Entonces Él decidirá si debemos recibir una recompensa positiva o negativa. Nosotros, que creemos en la Biblia, debemos reconocer que este juicio está por venir.

  El evangelio del reino es para la edificación de la iglesia. Muchos cristianos hoy en día, incluyendo a algunos de los que estamos en el recobro del Señor, pueden ignorar o descuidar este asunto. No basta con hablar de espiritualidad. La pregunta es si tomamos a Cristo o no como nuestro suministro a fin de negar el yo, llevar la cruz y perder nuestra alma. La recompensa del reino en el futuro es un incentivo para que edifiquemos la iglesia. También es una advertencia en relación con la edificación de la iglesia. Si no llevamos una vida crucificada, resucitada y vencedora, una vida que niega el yo, toma la cruz y pierde el alma, debemos estar advertidos del peligro de ser reprobados.

CORRER LA CARRERA Y PROSEGUIR A LA META

  En 1 Corintios 9:24-27 Pablo dijo que él corría la carrera. En este pasaje de la Palabra él nos dice claramente que estaba preocupado por sí mismo. En 1 Corintios 9:27 dice: “Sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo predicado a otros, yo mismo venga a ser reprobado”. Pablo comprendía que aunque predicaba el evangelio del reino a otros, él mismo podía llegar a ser reprobado, es decir, desechado. Algunas versiones dicen “descalificado”. En una carrera algunos son aceptados y otros son descalificados; algunos son aprobados y otros reprobados. Si somos aprobados, recibiremos el premio, que es la corona. Pero si somos reprobados, seremos desechados y no recibiremos la corona.

  En Filipenses 3 Pablo dijo claramente que no consideraba haberlo alcanzado. En los versículos 13 y 14 dijo: “Hermanos, yo mismo no considero haberlo ya asido; pero una cosa hago: olvidando lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta para alcanzar el premio del llamamiento a lo alto, que Dios hace en Cristo Jesús”. La manera en que Pablo proseguía a la meta para alcanzar el premio era al conocer a Cristo, el poder de Su resurrección y la comunión en Sus padecimientos. Él quería conocer cómo Cristo sufrió por el reino, y quería participar en dicho sufrimiento. Pablo comprendía que Cristo había sido hilado hasta ser el hilo fino, y quería ser igual a Él, e incluso ser configurado a Su muerte. Cristo había sido crucificado al grado de ser reducido a nada, y Pablo quería experimentar lo mismo. Pablo comprendía que en sí mismo no podía lograr esto; para ello él tenía que conocer el poder de la resurrección de Cristo. Fue por eso que Pablo dijo que podía hacerlo todo en Aquel que lo revestía de poder. Esta persona resucitada es hoy el Espíritu vivificante. Él es esa abundante suministración en nosotros. Si estamos dispuestos a cooperar con Él y le abrimos nuestro ser, Él nos llenará por completo. El torrente de la abundante suministración del Espíritu nos llenará y nos inundará. De hecho, no tendremos necesidad de nadar, pues el torrente vendrá y nos arrastrará.

  En 2 Timoteo 4:6 Pablo dijo que ya estaba siendo derramado en libación. Los dos versículos siguientes dicen: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Y desde ahora me está guardada la corona de justicia, con la cual me recompensará el Señor, Juez justo, en aquel día”. Observen que en el versículo 8 Pablo no habla de una corona de misericordia, ni de gracia, ni de amor, sino de una corona de justicia. En 2 Timoteo 4:18 él dice: “Y el Señor me librará de toda obra mala, y me salvará para Su reino celestial”. Aquí el apóstol Pablo incluso usa la expresión reino celestial. Esto se refiere a la recompensa del reino. Sin duda alguna, Pablo será uno de los co-reyes con Cristo, es decir, uno que reinará sobre las naciones durante los mil años. Ésa será la recompensa y el disfrute de Pablo.

LA MANERA ESPECIAL EN QUE DISFRUTAREMOS A CRISTO

  Recibir la recompensa del reino es experimentar el disfrute más elevado del Señor de una manera muy especial. Hoy en día disfrutamos a Cristo, y en la eternidad también le disfrutaremos. Pero el Cristo que disfrutamos hoy y que también disfrutaremos en la eternidad es la porción común de todos los creyentes. Después del milenio, Cristo será la porción común de todos Sus creyentes; pero durante el milenio, Él será una porción especial para los vencedores, quienes reinarán juntamente con Él como reyes. Esta porción especial será el premio, la recompensa, dada a Sus seguidores fieles. Ésta es la recompensa del reino, la cual está relacionada completamente con el disfrute. Hoy en día disfrutamos de un maravilloso anticipo de lo dulce que es disfrutar a Cristo. Pero si nos ejercitamos en el reino hoy, disfrutaremos a Cristo como la porción más excelente y especial.

EL GOZO DEL EJERCICIO DEL REINO

  Incluso hoy en día, mientras nos ejercitamos en el reino, estamos disfrutando a Cristo. Aparentemente, no es nada agradable negar el yo, tomar la cruz y perder el alma. Sin embargo, una vez que empezamos a ejercitarnos en el reino, todo esto llega a ser un deleite para nosotros. Una vez que gustemos esto, jamás desearíamos dejarlo. Usted deseará negarse a sí mismo porque el mayor disfrute de Cristo lo experimenta al negar el yo y al perder su alma. Si no me cree, le pido que usted mismo lo compruebe. Algunos dirán: “Esto suena como a hinduismo. Yo no quiero sufrir de esta manera”. Si ésta es su actitud, le resultará difícil orar o sonreír interiormente. La única sonrisa que tendrá será una sonrisa externa y fingida. Aunque diga que es feliz, no se sentirá contento interiormente. Pero aquellos que estén dispuestos a tomar a Cristo como Su vida, al recibir Su abundante suministración, para negar el yo, tomar la cruz y al perder el alma, estarán rebosantes de gozo. ¡Cuánto gozo tendrán! Cuando les llegue el momento de alabar al Señor, estallarán de gozo. ¿Qué prefieren ustedes, tener una sonrisa externa o experimentar un gozo profundo?

  Yo no soy un ángel, sino más bien un ser humano. A veces puedo ofenderme con un hermano. Sin embargo, si no me niego a mí mismo, ni tomo la cruz ni pierdo mi alma cuando me ofenden, estaré salvando mi alma. Siempre que salvo mi alma de esta manera, me es imposible orar y leer la Biblia adecuadamente. Además, tampoco puedo sentarme cómodo ni descansar bien. Pero si, por la misericordia y la gracia del Señor, tomo a Cristo como mi abundante suministración y vivo por Él, ejercitándome en el reino, perderé mi alma, me negaré a mí mismo, tomaré mi cruz y tendré gozo. Éste es el disfrute que tenemos de Cristo.

  Negar el yo, tomar la cruz y perder el alma no es una enseñanza hindú ni una forma de ascetismo; al contrario, es disfrutar a Cristo en lo más profundo de nuestro ser. ¡Cuánto alivio experimentamos y cuán íntimo es esto! ¡Cuán real es la presencia de Cristo! Éste es el disfrute que experimentamos al ejercitarnos en el reino. Esto nos hará aptos para recibir la recompensa del reino, a fin de entrar en el disfrute más elevado de Cristo en Su reino milenario.

  Este tema del ejercicio del reino no debe ser una simple enseñanza para nosotros, sino más bien, nuestra verdadera experiencia hoy por el bien de la edificación de la iglesia. Si continuamos participando en este ejercicio, el reino será nuestro, espontáneamente la iglesia será edificada, seremos hechos aptos para reinar con Cristo en el reino, y recibiremos la recompensa del disfrute de Cristo en la era venidera.

  Como ejercicio, el reino es nuestro hoy, y nosotros estamos en él (Mt. 5:3, 10); como recompensa, el reino será nuestro disfrute en el futuro, y nosotros entraremos en él (v. 20, 18:3). En el ejercicio del reino hoy, estamos bajo el gobierno celestial; pero en la recompensa del reino en la próxima era, reinaremos como reyes sobre las naciones. Por lo tanto, mientras nos ejercitamos en el reino hoy, siendo regidos por los cielos, estamos perdiendo nuestra alma, es decir, estamos perdiendo el disfrute de nuestra alma; pero en la recompensa del reino en el futuro, regiremos las naciones, salvaremos nuestra alma, es decir, hallaremos el disfrute de nuestra alma.

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