
La intención de Dios es edificar la iglesia con Cristo mismo. Cristo es el único material apto para la edificación de la iglesia. Sin embargo, Dios sabía en Su soberanía que Su pueblo escogido no tendría suficiente deseo de buscar más de Cristo. Ésta es la verdadera situación entre los cristianos de hoy. A pesar de que muchos han recibido a Cristo como Su Salvador y ya son salvos, no buscan más de Cristo. Sin embargo, puesto que el deseo de Dios es edificar la iglesia con Cristo, Él tiene que ser forjado en nuestro ser. Por consiguiente, necesitamos ser saturados y empapados de Cristo a fin de llegar a ser parte de Cristo. Una vez que seamos saturados, empapados e impregnados de Cristo, cada uno de nosotros será una parte de Cristo; y cuando se juntan todas estas partes, ellas constituirán la iglesia.
Pese a que hay millones de cristianos que han sido verdaderamente salvos, muchos no han ido más allá de haber recibido a Cristo como su Salvador. No les interesa el Cristo subjetivo, sino que lo dejan en el cielo como un Salvador objetivo, en el cual ellos creen y al cual adoran. Así que no buscan de Cristo ni avanzan para alcanzar a Cristo ni para ganarlo.
Este asunto de ganar a Cristo se revela plenamente en Filipenses 3. En el versículo 8 el apóstol Pablo dijo: “Ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo”. Incluso Pablo sentía que carecía de Cristo, es decir, que no tenía lo suficiente de Cristo. A pesar de haber experimentado a Cristo a tal grado, él añadió que proseguía para ganar más de Cristo.
Quisiera pedirles que consideren cuántos cristianos de hoy están tan resueltos a buscar de Cristo. ¿Cuántos cristianos tienen hambre y sed de Cristo? Dudo que entre nosotros haya muchos que vayan en pos de Cristo de esta manera. Les digo con franqueza que en estos días me he preguntado a mí mismo cuánta hambre tengo yo de Cristo. Me he dicho a mí mismo: “¿Tienes hambre de Cristo? Tú llevas más de cuarenta y cinco años en el ministerio, y llevas mucho tiempo en la vida de iglesia. ¿Tienes tanta hambre de Cristo como la que mostró el apóstol Pablo en Filipenses 3?”. Tengo que confesarle y decirle al Señor: “Señor, ten misericordia de mí, pues no tengo tanta hambre ni tanto deseo de buscarte”. Filipenses 3 revela cuánta hambre tenía Pablo de Cristo. En los versículos 10 y 11 él dijo: “A fin de conocerle, y el poder de Su resurrección, y la comunión en Sus padecimientos, configurándome a Su muerte, si en alguna manera llegase a la superresurrección de entre los muertos”. Aquí vemos que Pablo tenía muchísima hambre de Cristo. ¿Cuántos cristianos hoy en día tienen esa misma hambre de ganar a Cristo?
Es importante que hoy comprendamos quién es Cristo. Cristo es el Dios Triuno quien pasó por el proceso de encarnación, vivir humano, crucifixión, resurrección y ascensión, y llegó a ser el Espíritu vivificante. Este Espíritu está con nosotros ahora mismo. Todas las cosas positivas se incluyen en este Espíritu vivificante. En Él encontramos redención, perdón, justificación, justicia, santidad, vida, luz y poder. En el Espíritu vivificante se encuentran Dios, el hombre y todas las cosas positivas del universo.
Dios primeramente desea que nosotros recibamos a Cristo. Una vez que lo recibimos, somos redimidos, justificados, reconciliados, perdonados, lavados, regenerados y salvos. Después de que somos salvos, Dios desea que tengamos hambre de Cristo. Debemos poder decir: “¡Oh, deseo ganar más de Cristo! Tengo que ser una persona que tiene hambre de Cristo a fin de que Cristo sea mi suministro de vida, y yo pueda ser lleno, saturado, impregnado y empapado de Él. Así llegaré a ser una parte de Cristo”. Es de esta manera que la iglesia es edificada con Cristo.
La razón por la cual muy pocos cristianos tienen hambre de Cristo es que el evangelio del reino jamás ha sido predicado como es debido. Lo que hemos escuchado es únicamente el evangelio de la gracia, no el evangelio del reino. Todos hemos oído el evangelio de la gracia en cuanto a la salvación eterna; hemos creído este evangelio, y hemos recibido la salvación eterna. Pero quizás nunca antes hayamos oído una predicación adecuada acerca del evangelio del reino. Por lo tanto, todos nosotros, incluyéndome a mí mismo, necesitamos recibir una seria advertencia.
En la biografía de George Whitefield se nos dice que un día mientras predicaba sobre el infierno, alguien de la congregación saltó al pasillo y empezó a gritar diciendo que estaba cayendo al infierno. Esto nos muestra cuán eficaz era la predicación de Whitefield en cuanto al infierno. Hoy en día necesitamos algunos predicadores que proclamen el castigo del reino con la misma eficacia. Necesitamos advertir a los creyentes del peligro de ser echados a las tinieblas de afuera donde será el llanto y el crujir de dientes. Debemos predicar la advertencia que nos da el evangelio del reino a fin de despertar a los creyentes para que conozcan del castigo dispensacional. Este tipo de predicación nos constriñe a buscar más de Cristo.
Un buen evangelista siempre predica el evangelio desde dos ángulos. El primero consiste en advertirle a las personas que si no se arrepienten y creen en el Señor Jesús, serán echadas al infierno donde sufrirán el castigo del fuego eterno. Hay que hablarles a las personas acerca del juicio del Dios justo. El otro ángulo es decirles a las personas cómo Cristo ya lo hizo todo para salvarlas y que ellas simplemente necesitan recibirlo. El mismo principio se aplica con respecto a la predicación del evangelio del reino. Debemos advertirles a todos los cristianos que un día Cristo regresará para arreglar cuentas con ellos. En aquel tiempo ellos recibirán una recompensa o un castigo, es decir, entrarán en el resplandeciente disfrute con Cristo o serán echados a las tinieblas de afuera. Miles de incrédulos y pecadores han sido constreñidos a creer por temor de ir al infierno. De igual manera, tenemos que constreñir a los cristianos para que busquen a Cristo por temor del juicio venidero.
La promesa de la recompensa del reino es también un gran incentivo para que busquemos de Cristo. La esperanza de recibir esta recompensa nos motiva a ganarlo a Él. Una vez que seamos constreñidos a buscar de Cristo y nos sintamos motivados a ganarlo, tendremos hambre de Cristo. Desearemos de todo corazón ganar a Cristo, a fin de alcanzar la superresurrección de entre los muertos.
Una vez que seamos constreñidos y motivados a buscar de Cristo, no estaremos ociosos con relación a Cristo, ni tampoco seremos indiferentes. Debo confesarles que siento una pesada carga con respecto a este asunto. Me preocupa que ni siquiera muchos de nosotros nos sintamos motivados a buscar de Cristo con tanta desesperación. Es preciso que veamos cuán crucial es la situación, pues recibiremos un castigo o una recompensa. Por consiguiente, debemos decir: “Señor, estoy desesperado. Tengo que buscarte, pues seré castigado o recompensado”. Esto no es simplemente cuestión de conocer la verdad acerca del reino, sino de estar desesperados para ganar a Cristo.
¿Está usted buscando de Cristo? ¿Está usted ganando cada vez más de Él? Si no es así, no se disculpe. No diga: “Señor, no puedo hacerlo. No puedo llegar a la norma de la constitución que nos presentaste en Mateo 5, 6 y 7. Señor, Tú sabes que nadie puede lograrlo. ¿Cómo podría lograrlo yo? Señor, por favor, discúlpame”. Tal vez usted pueda disculparse hoy, pero no podrá hacerlo cuando tenga que comparecer delante del Señor en Su tribunal. Para entonces no se aceptará ninguna disculpa; y si usted trata de disculparse, el Señor le dirá: “¿No me presenté a ti? Yo soy la gracia que todo lo provee. ¿Pero tenías tú suficiente hambre para buscar de Mí?”. ¿Qué dirá usted? Tendrá que quedarse callado.
Debido a que son muy pocos los cristianos que tienen hambre del Cristo que experimentamos de modo subjetivo, es imposible que la iglesia sea edificada con ellos. ¿Dónde puede uno encontrar cristianos que se nieguen a sí mismos y pierdan la vida de su alma? Es difícil encontrar ni siquiera uno. Ellos en su mayoría permanecen en un grupo particular mientras estén allí contentos. Pero cuando dejan de estarlo, se van a otro lugar. Esto indica que no se niegan a sí mismos ni pierden el alma; en lugar de ello, están llenos de excusas. Pero ¿qué podemos decir de nosotros? ¿Estamos dando excusas o se nos está obligando a buscar de Cristo? Debemos decirle al Señor que estamos escasos de Él y que estamos desesperados por ganarle.
Agradezco al Señor por haber establecido un modelo en el Nuevo Testamento con el apóstol Pablo (1 Ti. 1:16). Pablo tenía tanta hambre de Cristo que con el tiempo llegó a estar completamente saturado de Cristo. Por esta razón, en Filipenses, Pablo parecía decir: “Con tal de que pueda expresar a Cristo, no me importan las circunstancias. Para mí, el vivir es Cristo. Yo estoy contento de poder expresar a Cristo en cualquier entorno”. Pablo era alguien que se entregaba a buscar de Cristo de forma absoluta. Él tenía una intensa hambre de Cristo e hizo todo lo posible por ganar a Cristo, experimentarlo y ser saturado de Él. Por lo tanto, basado en su experiencia, él pudo decir que era Dios quien realizaba en él el querer como el hacer por Su beneplácito (Fil. 2:13). También dijo: “Todo lo puedo en Aquel que me reviste de poder” (4:13). Luego, al final de su vida, Pablo tuvo la confianza de decir: “El Señor me librará de toda obra mala, y me salvará para Su reino celestial” (2 Ti. 4:18). Sin duda alguna, Pablo estaba saturado de Cristo. Él ciertamente era alguien que había sido completamente edificado en el Cuerpo de Cristo y que estaba inmerso en el ejercicio del reino.
Hace poco un hermano testificó en una reunión que la constitución del reino de los cielos presentada en Mateo 5, 6 y 7 es una descripción de la vida de Cristo. Aprecio mucho estas palabras. Todos los ejercicios y requisitos del reino son una descripción de la vida de Cristo. Todo ello nos habla de lo mucho que la vida de Cristo puede hacer en nosotros. Los requisitos de la constitución del reino y el ejercicio propio del reino revelan las maravillas que la vida de Cristo puede lograr en nosotros. Por lo tanto, no tenemos excusa. Su gracia nos lo provee todo. Si Cristo no se hubiese encarnado, ni hubiese sido crucificado, ni hubiese resucitado y ascendido, tendríamos excusa. Pero ahora, después de haberse encarnado, haber sido crucificado y haber resucitado y ascendido, Cristo es el propio Espíritu vivificante y todo-inclusivo que mora en nosotros. La única pregunta es si tenemos o no tenemos hambre de Él y si le buscamos o no. No nos demos excusas por no negarnos a nosotros mismos, por no tomar la cruz y por no perder nuestra alma. Ninguno de nosotros debe tener excusas; más bien, debemos decir: “Señor, no tengo excusa. Me siento obligado a buscarte y motivado a ganarte. Señor, deseo ser lleno de Ti, saturado de Ti y empapado de Ti, a fin de ser una parte de Ti”.
Si somos llenos, saturados y empapados de Cristo, espontáneamente nos ejercitaremos en el reino. Al leer las epístolas de Pablo, vemos que él era alguien que continuamente se negaba a sí mismo. Su vida también era una en la que llevaba la cruz y perdía el alma. Esto no lo hacía por ascetismo, sino por medio del Espíritu vivificante y todo-inclusivo que vivía en él. Pablo disfrutaba a Cristo como el Espíritu vivificante a lo sumo; él tenía hambre de Él y continuamente lo disfrutaba. El disfrute que tenía Pablo de Cristo espontáneamente lo introdujo en el ejercicio del reino. Esto hizo posible que él cumpliera los requisitos de la constitución del reino de los cielos.
Pablo se mantenía en el ejercicio del reino por causa de la iglesia. Sólo existe una sola clase de personas con las cuales la iglesia puede ser edificada: aquellas que se ejercitan en el reino. Si delante del Señor tomamos en serio la edificación de la iglesia, debemos tener hambre de ser saturados de Cristo como el Espíritu vivificante y todo-inclusivo. Al ser saturados del Espíritu vivificante, somos introducidos en el ejercicio del reino. Entonces, tenemos la vida del reino.
El ejercicio que es propio del reino es la realidad de la vida de iglesia hoy. En gran medida, lo que tenemos sigue siendo una apariencia, pues aún estamos carentes de realidad. La realidad de la vida de iglesia es el ejercicio del reino, y el verdadero ejercicio del reino viene como resultado de disfrutar a Cristo como es debido. Es mediante este disfrute y ejercicio que somos juntamente edificados como iglesia. Y es así que Cristo edifica Su iglesia consigo mismo por medio del reino.
Mateo 5:3 dice: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”, y Mateo 5:10 dice: “Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos”. Si somos pobres en espíritu y padecemos persecución por causa de la justicia, el reino será nuestro y estaremos en él hoy. Pero ¿en qué aspecto del reino estaremos, en el aspecto de la recompensa o en el aspecto del ejercicio? Estaremos en el aspecto del ejercicio del reino. Mateo 5:20 dice: “Porque os digo que si vuestra justicia no supera a la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos”; y Mateo 7:21 dice: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de Mi Padre que está en los cielos”. Estos dos versículos se refieren a entrar en el reino de los cielos en el futuro. Por un lado, el reino es nuestro y ya estamos en él; pero por otro, el reino está por venir y un día entraremos en él. Con respecto al ejercicio del reino, ya estamos en el reino hoy. Pero con respecto a la recompensa del reino, entraremos en el reino en el futuro.
Después de decir que sólo aquellos que hagan la voluntad del Padre entrarán en el reino de los cielos, el Señor dijo: “Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en Tu nombre, y en Tu nombre echamos fuera demonios, y en Tu nombre hicimos muchas obras poderosas? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de Mí, hacedores de iniquidad” (Mt. 7:22-23). Aquí el Señor pareciera decir: “Apartaos de Mí, vosotros inicuos. Todo lo que hicisteis fue iniquidad. Vosotros no estuvisteis haciendo la voluntad de Dios, ni tuviste hambre de Mí”. Esto nos muestra que lo que cuenta no es lo que hagamos, o sea, nuestra labor, sino que disfrutemos a Cristo. Ésta es la voluntad de Dios. La voluntad de Dios es que nosotros disfrutemos a Cristo y seamos edificados, a fin de que la iglesia pueda existir en la tierra.
Hemos visto que, por un lado, en el presente estamos ejercitándonos en el reino y que, por otro, en el futuro recibiremos la recompensa del reino. Este hecho debe servirnos de advertencia y también de incentivo. Debe obligarnos, atraernos y motivarnos a buscar de Cristo. Sin embargo, es posible que aún no tengamos suficiente apetito. Tal vez todavía no tengamos hambre de Cristo, ni tomemos con seriedad esta advertencia y este incentivo. En vez de ello, puede ser que seamos indiferentes o negligentes. Así que necesitamos decir: “Señor, ten misericordia de mí. Tengo hambre de Ti, y deseo ganar más y más de Ti. Deseo ganarte de modo que pueda llegar a la superresurrección de entre los muertos”. Esta resurrección de entre los muertos, de la cual Pablo habló en Filipenses 3, es la recompensa del reino. Espero que todos despertemos y comprendamos que esto no es un asunto insignificante.
En este mensaje han escuchado que hay una advertencia y incentivo. Si ustedes los aceptan o no, y si tendrán hambre de Cristo y lo busquen o no, es vuestra responsabilidad.