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Mensajes del libro «En cuanto al recobro del Señor»
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CAPITULO TRES

EL CONTENIDO DE LA EXPRESION DE DIOS EN CUANTO A SU MODELO

  Lectura bíblica: Ex. 40:17-35; He. 9:2-5

  La Biblia, desde la primera página hasta la última, revela la expresión de Dios. En el mensaje anterior indicamos que, cuando se menciona al hombre por primera vez en la Biblia, se afirma que él fue creado conforme a la imagen de Dios (Gn.1:26-27). Esto muestra que el hombre fue creado con la finalidad de expresar a Dios. Luego, Dios puso al hombre frente a un árbol llamado el árbol de la vida, lo cual revela que la intención de Dios era que el hombre comiera de ese árbol a fin de que disfrutara y participara de la vida divina de Dios.

LA EXPRESION DE DIOS EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

  En Génesis, el primer libro de la Biblia, se destacan nueve personas sobresalientes en el linaje humano. En el primero, Adán, vemos la caída del hombre, es decir, el hombre cayó en Adán. Después de Adán vino Abel, quien nos muestra cómo el hombre fue traído de regreso a Dios conforme al camino divino de salvación. El tercer hombre sobresaliente fue Enós. Muy pocos cristianos saben de Enós, cuyo nombre significa frágil, quebradizo y débil. Debido a que se dio cuenta de que él era una persona débil y frágil, comenzó a invocar el nombre de Jehová, el gran Yo Soy, el que era, es y será. En el Antiguo Testamento Jesús fue llamado Jehová, y Enós fue el primer hombre en la historia que invocó el nombre de esta Persona todo-inclusiva, el gran Yo Soy, y confió en El durante toda su vida. El cuarto hombre notable fue Enoc, quien caminó con Dios y llevó una vida en unión con El. El quinto hombre sobresaliente en el linaje humano fue Noé, quien no sólo caminó con Dios sino que también compartió los mismos intereses con Dios y obró juntamente con El, o sea, que Dios y Noé tenían el mismo interés. Por medio de estos cinco hombres notables podemos ver la posición que el hombre debe mantener.

  En Génesis, vemos también otros cuatro personajes importantes: Abraham, Isaac, Jacob y José. Estos cuatro hombres en realidad conforman una sola persona completa. En el Estudio-vida de Génesis indicamos que las tres generaciones formadas por Abraham, Isaac y Jacob son en realidad tres aspectos de una sola persona completa. No debemos considerar que José es el cuarto aspecto; más bien, él es una extensión de Jacob. En Abraham, el padre, vemos que Dios le llamó a salir del mundo idólatra con el fin de que entrara en la esfera del disfrute pleno de las riquezas de Dios. Abraham fue llamado a salir de Ur de los caldeos y a entrar en Canaán.

  En Isaac, el hijo, vemos una persona que heredó, poseyó y disfrutó todas las riquezas de Dios tipificadas por la buena tierra. Jacob, el nieto de Abraham, representa una persona que fue llamada y seleccionada por Dios con un destino específico, esto es, ser transformado en un príncipe de Dios. Por nacimiento, Jacob era un suplantador, uno que se agarraba del calcañar de otros; sin embargo, fue transformado en príncipe de Dios con el fin de ejercer el gobierno de Dios sobre la tierra. Finalmente José, como una extensión de Jacob o Israel, el príncipe de Dios, reinó sobre el mundo entero y les proveyó alimento. Por consiguiente, al juntar los aspectos de estas cuatro personas, quienes forman en sí una sola persona, vemos la elección, el llamamiento, la redención y la transformación que Dios efectúa para ejercer Su gobierno sobre la tierra. La meta de todo lo que Dios hace, consiste en obtener un hombre que le exprese.

  No obstante, con estos nueve personajes destacados no podemos ver claramente la expresión de Dios, sino hasta que Israel, una persona transformada, fue multiplicada de tal forma que sus descendientes formaron un pueblo. El pueblo de Israel, una persona corporativa, fue usado por Dios para expresarle. Dios rescató a Su pueblo de la tiranía y esclavitud de Egipto y lo condujo hasta el monte Sinaí, donde ellos recibieron la revelación en cuanto a la edificación del tabernáculo de Dios sobre la tierra. Después de que se edificó por completo el tabernáculo, la gloria de Dios descendió de los cielos visiblemente a fin de morar entre los hombres. ¿No es esto maravilloso? Sobre la tierra ahora existía un pueblo entre el cual Dios había obtenido una morada para expresarse en Su gloria expandida. Al final de Exodo, vemos la plenitud de la expresión de Dios.

  Consideremos las inmensas dimensiones del universo. En este universo existe un globo que fomenta toda clase de vida; es apto para la vida vegetal, la vida animal, la vida humana e incluso la vida divina, la cual se expresa por medio de la vida humana. En Exodo vemos que la vida divina vino a morar en Su gloria espléndida entre la vida humana, e incluso era visible a los ojos del hombre. De nuevo digo que al final de Exodo, la expresión de Dios en la tierra estaba completa. La expresión de Dios viajó por el desierto al menos durante treinta y ocho años. Israel fue un pueblo que no vivió dependiendo de lo que producía la tierra. Cuando iban por el desierto, ellos vivían y dependían del maná, de algo proveniente de los cielos. Temprano en la mañana ellos recogían el maná y también bebían del agua viva que brotaba y fluía de la roca que los seguía.

  La morada de Dios se hallaba entre ellos; Dios no sólo moró en aquel tabernáculo, sino que también lo cubrió. En otras palabras, Dios se expresó plenamente en esa morada entre el linaje humano sobre la tierra. Desde Levítico hasta Malaquías hay treinta y siete libros en el Antiguo Testamento. ¿Qué contienen estos libros? En la primera etapa, el contenido es el tabernáculo, y en la segunda etapa, el templo. El tabernáculo era el precursor del templo. El tabernáculo, o sea el templo, fue el tema central de la historia contenida en estos treinta y siete libros. ¿Y qué era el tabernáculo o el templo? Era la expresión de Dios entre el linaje humano sobre la tierra. Es sumamente fácil recordar el Antiguo Testamento: se compone de nueve hombres sobresalientes más el tabernáculo y el templo. Finalmente, estos nueve hombres destacados llegaron a ser la morada de Dios; ésta es la manera de entender la Biblia desde una perspectiva celestial. El Antiguo Testamento presenta estos nueve personajes notables y la morada de Dios. Dicha morada era la expresión de Dios, la cual fue producto de estos nueve hombres sobresalientes.

LA EXPRESION DE DIOS EN EL NUEVO TESTAMENTO

  El Nuevo Testamento no comienza con nueve personajes notables, sino con un hombre singular. Esta persona maravillosa es tanto Dios como hombre. El es el Dios de los cielos quien vino a ser un hombre en la tierra. El trajo los cielos a la tierra, y unió la tierra a los cielos. Ciertamente El fue la escalera que Jacob vio en su sueño (Gn. 28:12); esta escalera es la puerta misma del cielo y también la casa de Dios, Bet-el. Mientras estaba en la tierra, El tabernaculizaba. El tabernáculo, la primera etapa de la morada de Dios, no se estableció en un solo lugar sino que viajaba. Cuando el Señor Jesús estuvo en la tierra, también viajaba, pues iba de Galilea a Judea, de Nazaret a Belén, de Jerusalén a Samaria. El realmente era un tabernáculo movible, la morada de Dios. Como templo de Dios, Jesús fue destruido y después resucitó, obteniendo así un agrandamiento. En Su resurrección El nos resucitó a todos nosotros consigo mismo. No piense que usted fue salvo en el siglo veinte. Usted resucitó en el primer siglo, cuando Cristo fue resucitado. Todos nosotros resucitamos con El y llegamos a ser el templo.

  Las dimensiones del templo fueron mayores que las del tabernáculo. Cuando el Señor Jesús era el tabernáculo de Dios que se movía sobre la tierra, El estaba limitado, ya que sólo viajaba alrededor de un pequeño país, la Tierra Santa. En la eternidad El era el Dios infinito, pero un día llegó a ser un hombre finito. Posteriormente, después de que El resucitó en una manera agrandada, dicho tabernáculo llegó a ser un templo. Este templo hoy, que es la iglesia, abarca todo el globo. En los cuatro Evangelios, Dios se manifestó en el tabernáculo, pero desde Hechos hasta Apocalipsis, Dios se expresó en el templo. Así que, también es fácil recordar el contenido del Nuevo Testamento: vemos a un hombre único, quien era el tabernáculo de Dios, y a la iglesia, la morada de Dios en la tierra, la cual es el agrandamiento de este hombre singular.

EL CONTENIDO DE LA EXPRESION DE DIOS EN CUANTO A SU MODELO

  Los nueve hombres sobresalientes del Antiguo Testamento llegaron a ser la morada de Dios para que El se expresara, pero esto aún no era la realidad sino únicamente un modelo. En el capítulo anterior indicamos que el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento revelan lo mismo. El Antiguo Testamento revela el modelo, mientras que el Nuevo revela la realidad de dicho modelo.

  En Exodo 40:17-33 se describe los detalles de este modelo. En estos diecisiete versículos es repetida una cláusula siete veces: “Como Jehová había mandado a Moisés”. Esto significa que el modelo se componía de siete secciones. Cada vez que se terminaba una sección, se repetía otra vez la misma expresión: “Como Jehová había mandado a Moisés”. La primera etapa fue erigir el tabernáculo, en la cual se asentó el fundamento, no con bloques de concreto sino con cien basas de plata, cada una de las cuales estaba hecha de un talento de plata. Un talento pesa más de cien libras. Es posible que al menos se necesitaron cuatro personas para transportar las basas, lo cual significa que se necesitó aproximadamente unos cuatrocientos hombres para transportarlas. Ellos debieron ser personas maduras, ya que de otro modo, ¿cómo pudieron transportar esas basas de plata que formaban el cimiento?

  Luego, sobre estas basas había cuarenta y ocho tablas, y al frente del tabernáculo, cuatro columnas. Cada una de las cuarenta y ocho tablas que sostenían el tabernáculo descansaba en dos basas, por lo cual se requerían noventa y seis basas para las cuarenta y ocho tablas, y además, había cuatro basas para las cuatro columnas. Las tablas formaban las paredes del tabernáculo. Había una cortina colgada por encima de las tablas, la cual era el cielo raso del tabernáculo, y sobre esa cubierta había tres capas más que conformaban el techo del tabernáculo.

  En la segunda sección vemos que el arca fue colocada dentro del tabernáculo, y se pusieron dentro del arca la urna que contenía el maná, la vara de Aarón que reverdeció y las dos tablas de los Diez Mandamientos, las cuales fueron llamadas las tablas del testimonio. Luego, el arca fue cubierta con una tapa, a la cual se le llama el propiciatorio, y sobre dicha cubierta había dos querubines. El arca fue puesta dentro del tabernáculo, y los velos fueron colgados en su lugar. Esto conforma la segunda sección.

  En la tercera sección, la mesa de los panes de la presencia fue puesta al lado norte del tabernáculo, y sobre ella se puso en orden los panes. En la siguiente sección, el candelero fue situado al lado sur del tabernáculo, enfrente de la mesa de los panes. Luego, el altar del incienso fue puesto en medio de un triángulo formado por la mesa de los panes de la presencia, el candelero y el arca. El incienso aromático era quemado sobre dicho altar para agradar a Dios. En la quinta sección, las cortinas fueron colgadas para cerrar la entrada. Con esto se completó el tabernáculo en su interior.

  En la sexta sección vemos que el altar del holocausto fue colocado al frente del atrio. Finalmente, en la última sección, se puso un lavacro para que los sacerdotes se lavaran las manos y los pies. Todo esto fue hecho conforme a lo que Dios había mandado a Moisés. Una vez que el tabernáculo fue terminado por completo, Dios descendió en Su gloria, primero para cubrir con una nube todo el tabernáculo, y segundo, para entrar en él y llenarlo con Su gloria visible (Ex. 40:34). Dios se manifestó en el tabernáculo, haciéndolo la expresión de Dios entre Su pueblo sobre la tierra.

EL CONTENIDO DEL TABERNACULO

  ¿Cuál es el contenido del tabernáculo? Desde la perspectiva de Dios el tabernáculo fue erigido comenzando por el lado oeste, donde está el arca; pero desde nuestra perspectiva empieza por el lado este, donde está el altar. Cuando entramos en la esfera de la morada de Dios, primero tenemos contacto con el altar, el cual pone fin a nuestro pecado y a nuestros pecados. En él presentamos la ofrenda por el pecado, la cual juzga nuestra naturaleza pecaminosa, o sea el pecado que mora en nosotros. En este altar también ofrecemos la ofrenda por las transgresiones, para que seamos perdonados de nuestros pecados, transgresiones, faltas, ofensas y males. A menos que sea juzgado el pecado que mora en nosotros así como los pecados que hemos cometido, no podemos avanzar para llegar a la presencia de Dios. ¿Dónde está Dios? Dios está en el arca. Primero, usted andaba vagando en el mundo, pero un día escuchó el evangelio y tuvo el deseo de conocer a Dios. Una vez que usted entró en el ámbito de la morada de Dios, tuvo contacto con la cruz, la cual es tipificada por el altar. Usted escuchó el evangelio que proclama que Jesús el Hijo de Dios murió por nuestros pecados, que El es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Allí, en la cruz, en el altar, usted dijo: “Señor Jesús, gracias. Tú eres mi Salvador. Moriste por mí, un pecador, y por mis pecados”. Después de haber hecho tal confesión, usted fue salvo, perdonado, redimido y justificado.

  En el altar no sólo se presenta la ofrenda por el pecado y por las transgresiones, sino también el holocausto y la ofrenda de harina (Ex. 40:29). El holocausto era ofrecido únicamente a Dios; era la comida que satisfacía el hambre de Dios. Usted no es la única persona que quiere comer. El hambre que usted tiene debe recordarle que Dios también tiene hambre. Usted debe servirle comida a Dios, ofreciéndole a Cristo. ¿Qué significa ofrecer a Cristo como comida para Dios? Sabemos hasta cierto grado, en nuestra experiencia cristiana, que cuando nos arrepentimos ante la cruz y recibimos a Cristo como nuestro Salvador y Redentor, le tomamos a El como nuestra ofrenda por las transgresiones y por el pecado.

  Al mismo tiempo, nos damos cuenta de que no podemos agradar a Dios ni satisfacerle por nosotros mismos. Por tanto, decimos: “Señor Jesús, Tú no sólo moriste por mí y por mis pecados, sino que también moriste para satisfacer a Dios. Tú has agradado a Dios por mí”. Esto es ofrecer a Cristo como el holocausto. Pienso que un buen número de personas que han sido salvas han orado de esta manera.

  Exodo 40 no menciona todas las ofrendas, pues únicamente describe el holocausto y la ofrenda de harina (v. 29). Después del holocausto sigue la ofrenda de harina, la cual era la comida de Dios y también de los sacerdotes que le servían. Una vez que fuimos salvos ya no somos más pecadores, sino sacerdotes que sirven a Dios. Fuera del atrio éramos pecadores, pero fuimos salvos cuando entramos al atrio y experimentamos a Cristo en la cruz, o sea en el altar, como nuestra ofrenda por las transgresiones y por el pecado. Inmediatamente, los pecadores se convirtieron en sacerdotes; por tanto, necesitamos alimentarnos de la comida sacerdotal, no de la comida mundana. Debemos comer a Cristo, quien no sólo satisface a Dios, sino también a nosotros. Nosotros le comemos como la ofrenda de harina. Aunque usted quizás no haya recibido esta enseñanza en el pasado, hasta cierta medida sí lo ha experimentado.

  Cuando fuimos salvos en la cruz al recibir a Cristo como nuestra ofrenda por las transgresiones y por el pecado, comprendimos que El es el único que puede satisfacer a Dios y agradarlo; pero a la vez, nos dimos cuenta de que nosotros también estábamos satisfechos. Por eso nos sentimos felices, no sólo porque nuestros pecados han sido perdonados, sino porque además tenemos la ofrenda de harina en nuestro interior. Cristo es la ofrenda de harina, y como tal, nos alimenta y nos fortalece para servir a Dios. Después tenemos la ofrenda de paz, la cual propicia la comunión. La ofrenda de paz es una fiesta asignada para el oferente, para el sacerdote que la ofrece, para todos los que están presentes y para Dios. Esto es muy parecido a la comunión neotestamentaria que tenemos en la mesa del Señor. En cierto sentido, la mesa del Señor es una ofrenda de paz.

  ¿No es esto maravilloso? Sí; sin embargo, es una pena que la mayoría de los cristianos únicamente disfrutan a Cristo como su ofrenda por las transgresiones y como su ofrenda por el pecado. Muchos incluso no saben cuál es la diferencia entre estas dos ofrendas. Esta es la situación lamentable de los cristianos actualmente. Pocos entienden que en el momento cuando ellos creen en Cristo, El es el holocausto que satisface a Dios y también es la ofrenda de harina para que ellos alimenten a Dios y se alimenten a sí mismos. Muy pocos se dan cuenta de lo mucho que necesitan, por un lado, la ofrenda de paz, y por otro, la comunión con los santos en torno a la mesa del Señor para disfrutarlo a El con Dios, delante de El y unos con otros. Muchos cristianos sólo conocen la llamada santa comunión como una clase de ceremonia o sacramento formal.

LA NECESIDAD DE AVANZAR

  Muchos cristianos, después de su conversión en la cruz, aunque disfrutan a Cristo por algún tiempo, poco a poco regresan al mundo. Debido a que no prosiguen ni avanzan, es necesario que haya el recobro del Señor. Proseguir para entrar en el tabernáculo significa entrar en la expresión de Dios; esta experiencia se ha perdido casi por completo entre los cristianos. En tanto que usted permanezca fuera del tabernáculo, Dios no tiene Su expresión. La cruz no expresa a Dios, sino que sólo nos introduce en Su tabernáculo, el cual sí es Su expresión. Son pocos los cristianos que, una vez que han experimentado la cruz, prosiguen y avanzan para entrar en la expresión de Dios; por tanto, dicha expresión se ha perdido casi por completo y existe la necesidad de un recobro. La expresión de Dios debe ser recobrada en nosotros. Esto implica que debemos seguir adelante a partir de la cruz y entrar en el tabernáculo, la expresión misma de Dios.

  Una vez estamos en el tabernáculo y proseguimos, llegaremos a la mesa de los panes de la presencia, donde se encuentra el pan celestial, el pan de vida. En esta mesa hay muchas hileras de panes, lo cual representa a Cristo como nuestra vida y nuestro suministro de vida.

CRISTO COMO NUESTRO SUMINISTRO DE VIDA

  En el altar del atrio podemos disfrutar la ofrenda de harina, pero participar de los panes de la presencia provee mayor gozo. En el altar del atrio no había una mesa, pero sí dentro del tabernáculo. En Juan 6 se presenta que Cristo es el pan de vida (v. 35), el pan que desciende del cielo (v. 50), el pan de Dios (v. 33), el pan vivo (v. 51) y el pan verdadero (v. 32); esto significa que Jesús es el pan que se halla sobre la mesa de los panes de la presencia y que nosotros podemos comerlo. Debemos darnos cuenta de que estos panes no se encuentran en el atrio, sino dentro del tabernáculo, o sea, en la expresión de Dios. A menos que usted esté en la expresión de Dios, no podrá disfrutar a Cristo como el pan de la presencia que está sobre la mesa.

CRISTO COMO LUZ DE VIDA

  Una vez que usted haya sido satisfecho al comer del pan que está sobre la mesa de los panes de la presencia, avanzará. Disfrutar de la vida divina siempre nos conduce a la luz y siempre resulta en luz. Cuando disfrutamos a Cristo, inmediatamente tenemos la luz interior. “En El estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres” (Jn. 1:4). Cuando disfrutamos a Cristo como nuestro suministro de vida, no sólo obtenemos satisfacción, sino también luz. Durante los últimos meses, muchos de nosotros hemos practicado tomar al Señor cada mañana en el altar como nuestra ofrenda por el pecado y por las transgresiones. Esa ofrenda por el pecado y por las transgresiones hace que disfrutemos a Cristo como nuestro suministro de vida diariamente. Cuando lo disfrutamos como nuestro suministro diario, espontáneamente estamos bajo cierta iluminación, y no haremos nada que esté en tinieblas. Por el contrario, viviremos diariamente bajo la luz que proviene de la vida interior. De esta manera, la vida que se halla en nosotros llega a ser nuestra luz interior.

CRISTO COMO EL ARCA

  Bajo el resplandor de esta luz podemos seguir adelante y cruzar el velo hasta llegar al arca, la cual tipifica a Cristo mismo. Dentro del arca se hallan las dos tablas de piedra que contienen los Diez Mandamientos, la urna de oro que contiene el maná escondido y la vara de Aarón que reverdeció en resurrección. Esto significa que dentro del arca se encuentra la ley divina, el maná escondido y la vida que brota en resurrección. ¡En esta arca disfrutamos a Cristo al máximo!

  Seguramente usted ha tenido esta experiencia. Cuando toma a Cristo cada mañana en la cruz como su ofrenda por el pecado y la ofenda por la transgresión, durante el día disfrutará de Cristo en torno a Su mesa. Este disfrute resulta en luz, a fin de que vivamos y andemos en la luz. Dicha iluminación nos conduce al arca, al Cristo profundo; allí disfrutamos a Cristo en la cámara interior, en el Lugar Santísimo. Habrá habido ocasiones en las cuales usted experimentó que su andar y su vivir bajo la luz fueron regidos intrínsecamente por una serie de reglamentos. Es decir, vivía bajo el mandamiento uno, el mandamiento dos, el mandamiento tres, etc. Los Diez Mandamientos estaban en usted como la ley de vida que le regía interiormente. Por una parte, le gusta esa experiencia maravillosa; pero por otra, no le agrada porque se siente muy restringido. Cuando disfrutamos a Cristo de esta manera, somos verdaderamente limitados. Ya no tenemos la libertad de enojarnos y enfadarnos con nuestra esposa, ni somos libres de peinarnos según nuestra preferencia, sino que dentro de nosotros surgen muchos mandamientos, los Diez Mandamientos intrínsecos. A pesar de que en la vida de iglesia no tenemos ni siquiera un reglamento, una vez que usted cruce el velo, entrará en la esfera de los Diez Mandamientos. No piense que esto es demasiado difícil de sobrellevar, porque muy cerca de los Diez Mandamientos que nos rigen como ley de vida, está la urna que contiene el maná escondido que nos abastece. Así que, ser restringidos por los Diez Mandamientos es un disfrute porque podemos disfrutar del maná escondido. Y cuando disfrutamos el maná escondido, algo brota, algo surge de la vara muerta: la vida de resurrección.

CRISTO EN EL ALTAR DEL INCIENSO

  Esta experiencia más profunda nos conducirá al altar del incienso, para unirnos a Cristo y ser uno con El en Su comisión de interceder por la economía de Dios. Allí experimentamos la intercesión del Cristo celestial, lo cual no consiste en orar por un buen trabajo, un buen automóvil o una casa más grande; más bien, es interceder juntamente con Cristo por el mover de Dios en la tierra.

  Debemos experimentar todo el mobiliario del tabernáculo a fin de estar con Cristo en el altar del incienso, donde intercedemos con El y donde El es el incienso aromático que arde y se eleva a Dios. Esto no sólo satisface a Dios sino que le agrada. Satisfacemos a Dios en el altar de las ofrendas situado en el atrio, pero le agradamos en el altar de incienso. En el altar del atrio hay comida, pero en el altar de incienso está el olor aromático de incienso que asciende a Dios para complacerle.

EL DIOS TRIUNO SE MEZCLA CON SU PUEBLO ESCOGIDO

  Este es el contenido de la expresión de Dios. Cuando la situación en la vida de iglesia llegue a ser así, la gloria de Dios cubrirá a la iglesia y la llenará para hacer de ella una expresión gloriosa del Dios Triuno. En esta expresión el propio Dios Triuno se hace uno con Su pueblo escogido. Dicha expresión es una mezcla de lo divino y lo humano. El Dios Triuno se forja en Su pueblo escogido para hacerse uno con ellos y hacerlos uno con El. Por eso vemos que en las tablas del tabernáculo, la madera está unida al oro. La madera está cubierta de oro, lo cual significa que la madera se halla en el oro. Esto muestra que el Dios Triuno se mezcla con Su pueblo redimido.

  Dicha expresión es una morada mutua, donde Dios habita con Su pueblo, y Su pueblo que le sirve habita en El. Esto es semejante a lo que el Señor dijo en Juan 15:4: “Permaneced en Mí, y Yo en vosotros”. Esta es una mezcla, y dicha mezcla de lo divino y lo humano es la expresión de Dios en la tierra. Tal expresión se ha perdido en el cristianismo actual. Por tanto, hoy el Señor desea recobrar la verdadera mezcla de lo divino y lo humano a fin de que Dios pueda obtener Su expresión en la tierra.

NUESTRA EXPERIENCIA SUBJETIVA DE CRISTO

  Si hemos de participar en la expresión de Dios o incluso ser la expresión de Dios, debemos experimentar a Cristo de forma cabal y adecuada. Nuestra experiencia de Cristo en el altar es mayormente objetiva, aunque también incluye algunos aspectos subjetivos ya que allí podemos comer parte de la ofrenda de harina y de la ofrenda de paz. Pero cuando entramos en el tabernáculo y llegamos a la mesa, experimentamos a Cristo de modo subjetivo. En el altar, la experiencia es parcialmente subjetiva y parcialmente objetiva; pero cuando entramos en el tabernáculo y llegamos a la mesa, disfrutamos a Cristo absolutamente de modo subjetivo, ya que le tomamos como nuestro alimento y suministro de vida.

  Después de la mesa llegamos al candelero, donde el resplandor no proviene de afuera sino de adentro; éste es el Cristo que brilla desde nuestro interior. De allí proseguimos al arca. Se podrá observar que nos estamos adentrando más y más en el tabernáculo. No sólo hemos entrado en el tabernáculo, sino que también hemos cruzado el velo. También hemos entrado en el arca, donde tenemos la experiencia más subjetiva; allí experimentamos a Cristo de una manera mucho más profunda. No sólo tenemos luz, sino también la ley de vida que nos rige interiormente. El suministro que obtenemos en nuestra vida interior proviene del maná escondido que se encuentra en la urna de oro. El maná no sólo está en el tabernáculo, sino detrás del velo, dentro del arca de oro y aun dentro de la urna de oro; así que, hay cuatro capas que lo cubren. A fin de disfrutar el maná escondido, tenemos que llegar exactamente a ese lugar. El disfrute que tenemos de Cristo como el maná escondido fue prometido por el Señor a los vencedores (Ap. 21:17). Debemos ser aquellos creyentes que aman y buscan al Señor para que podamos ser los vencedores que disfrutan intrínsecamente de Sus riquezas, con el fin de que brote en nosotros la vida para ejercer Su autoridad.

  En dicho punto, somos uno con El en el altar de la intercesión para interceder por el mover de Dios en la tierra. Intercederemos por el mover del tabernáculo mientras éste viaja a través del desierto hasta entrar en la buena tierra, al lugar donde Dios desea que esté el tabernáculo. Nuestra experiencia de Cristo es la verdadera manera por la cual entramos en la expresión de Dios. Esto es lo que Dios desea recobrar hoy, y esto es lo que los cristianos han perdido a través de los siglos. Dios no tiene la intención de recobrar algunas doctrinas o prácticas. En Su recobro, lo único que le interesa a Dios es recuperar plenamente la expresión de Sí mismo en Su pueblo.

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