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Mensajes del libro «Entrenamiento para ancianos, libro 02: La visión del recobro del Señor»
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Entrenamiento para ancianos, libro 02: La visión del recobro del Señor

PRÓLOGO

  En febrero de 1984 más de trescientos cincuenta hermanos procedentes de seis continentes se reunieron con el hermano Witness Lee en la ciudad de Anaheim, California, a fin de participar por dos semanas de un entrenamiento internacional para ancianos. Los mensajes que fueron impartidos en aquella ocasión constituyen el contenido de los primeros cuatro tomos de la presente colección. El primer libro nos presenta los aspectos esenciales del ministerio del Nuevo Testamento; el segundo nos presenta la visión del recobro del Señor; el tercero trata sobre cómo llevar a cabo esta visión; y el cuarto aborda otros asuntos cruciales relacionados con la manera en que debemos poner en práctica el recobro del Señor.

  Quienes estuvimos en aquellas reuniones fuimos profundamente redargüidos de nuestra necesidad de que el Señor nos ilumine aún más con respecto a la economía de Dios y a lo que constituye la esencia intrínseca del ministerio del Nuevo Testamento, cuya finalidad es que la economía divina sea realizada. Ahora que el recobro del Señor se propaga incesantemente en todo el mundo, estos mensajes resultan más cruciales y urgentemente necesarios que nunca. Tenemos la convicción de que ellos serán de gran ayuda para mantener a todos los santos en el carril central de la economía de Dios, resguardándolos de caer en desviación alguna a fin de que el plan eterno de Dios sea cumplido. Nuestra esperanza y expectativa es que estos mensajes lleguen a ser una visión que rija y regule a todos los que somos partícipes del recobro del Señor. Quiera el Señor que consideremos con mucha oración todos y cada uno de los diversos asuntos presentados en estos libros y que sepamos recibirlos todos ellos por igual.

  Noviembre de 1985 Benson Phillips Irving, Texas

Quien se encarna es el Dios completo

  Estrictamente hablando, la Biblia dice: “En el principio era el Verbo ... y el Verbo era Dios” (Jn. 1:1). Aquí debemos ver que este Dios, quien era el Verbo, no es una parte de Dios ni solamente Dios el Hijo, sino Dios el Hijo y Dios el Padre y Dios el Espíritu, es decir, el Dios completo. El Nuevo Testamento no dice que el Verbo era Dios el Hijo; de hecho, no dice que el Verbo era Dios el Hijo, ni tampoco Dios el Padre ni Dios el Espíritu; más bien, el Nuevo Testamento dice que en el principio era el Verbo y que el Verbo era el Dios completo, esto es, el Dios Triuno: el Padre, el Hijo y el Espíritu.

  Luego, leemos que el Verbo se hizo carne (v. 14). Por tanto, Cristo es el Dios completo —el Padre, el Hijo y el Espíritu— que se ha encarnado. Estrictamente hablando, el Nuevo Testamento no dice que el Verbo se hizo hombre, sino que el Verbo se hizo carne. Conforme al uso que el Nuevo Testamento da a la palabra carne, ésta se refiere al hombre caído (Ro. 3:20). No obstante, es con cierta renuencia que les digo que Cristo se hizo “un hombre caído”, debido a que ello podría ser malinterpretado por ustedes y tal vez piensen equivocadamente que yo dije que Cristo llegó a ser un hombre en quien había pecado. Debemos afirmar categóricamente que Cristo no se contaminó con el pecado al hacerse hombre, pero sí se hizo hombre después que la humanidad ya había caído. Por consiguiente, Él se hizo carne, pero solamente en semejanza de la carne de pecado (8:3).

Ajeno al pecado pero unido a la humanidad pecaminosa

  En la Biblia de estudio Ryrie hay una nota muy clara sobre Juan 1:14 (The Ryrie Study Bible, Moody Press, 1978, pág. 1494) en la cual se declara categóricamente que Cristo se unió a la humanidad pecaminosa, y dice así: “Jesucristo era único, pues aunque Él es Dios desde la eternidad, se ha unido a la humanidad pecaminosa mediante Su encarnación. El Dios-hombre poseía todos los atributos de la deidad (Fil. 2:6) así como los atributos propios de la humanidad (ajeno al pecado), y Él existirá para siempre como Dios-hombre en Su cuerpo resucitado (Hch. 1:11; Ap. 5:6). Únicamente el Dios-hombre podía ser el Salvador apropiado, pues Él debía ser humano a fin de poder sufrir y morir, y debía ser también Dios a fin de que Su muerte fuese eficaz como paga por el pecado”. No he encontrado una afirmación tan enfática al respecto en ninguna otra nota, comentario o exposición bíblica que trate sobre este tema. Luego de afirmar que Cristo se unió a la humanidad pecaminosa, Ryrie añadió la frase: “ajeno al pecado”.

  Es crucial que veamos por qué la Biblia no dice que Cristo, como el Dios Triuno, llegó a ser un hombre. El hecho de afirmar que Cristo se hizo hombre no denota necesariamente que la encarnación se realizó después de que el hombre ya había caído. Sin embargo, conforme al uso de la palabra carne en el Nuevo Testamento, el hecho de que el Verbo se hiciera carne denota que la carne se refiere al hombre caído. Romanos 3:20 confirma esto: “Ya que por las obras de la ley ninguna carne será justificada delante de Él”. En el tiempo en que el Señor Jesús como el Dios Triuno se encarnó para ser un hombre, la humanidad obviamente ya había caído. Cristo no llegó a ser hombre antes de la caída, sino después, cuando el hombre ya vivía totalmente en una condición caída. Por tanto, como dice Ryrie, realmente Él se unió a la humanidad pecaminosa.

  No obstante, debemos entender claramente que en la humanidad del Señor no había pecado. El hecho de que el Señor se haya unido a la humanidad pecaminosa no significa que en Su humanidad hubiera pecado. En Él ciertamente no hay pecado, aunque se hizo carne, lo cual alude al hombre caído en quien sí mora el pecado.

Como la serpiente de bronce, poseyendo la forma del hombre caído pero sin la naturaleza de pecado

  En el mismo Evangelio donde se registra que el Dios Triuno se hizo carne (Jn. 1:14), este Hombre Jesús, el Hijo de Dios, declaró: “Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado”, es decir, levantado en la cruz (3:14). Este versículo indica de manera clara y definida que conforme a la tipología, el Cristo encarnado fue presentado como una serpiente, la serpiente de bronce mencionada en el capítulo 21 de Números, la cual tenía la forma de una serpiente, pero no su naturaleza.

  La serpiente levantada en el asta, mencionada en Números 21, era representativa de las personas que habían sido mordidas por las serpientes (vs. 4-9). A los ojos de Dios, todos los que habían sido mordidos por las serpientes también habían llegado a ser serpientes ellos mismos. Dios, a fin de perdonar, salvar y rescatar a dichas personas, primero tenía que juzgarlas. No obstante, ellas no fueron juzgadas directamente sino a través de un representante y en éste, el cual era la serpiente de bronce. A los ojos de Dios, aquella serpiente levantada en el asta para ser juzgada allí representaba a todos aquellos que habían llegado a ser serpientes; pero la serpiente de bronce solamente poseía la forma de la serpiente, mas no su naturaleza. Por ello, a partir del Evangelio de Juan podemos ver que Aquel que se hizo carne, poseía la forma de un hombre caído, pero no tenía la naturaleza caída.

Vino en la semejanza de carne de pecado

  En Romanos 8:3 Pablo dice claramente que Dios envió a Su Hijo en semejanza de carne de pecado. El asunto principal en este versículo es la carne, pero el término carne aparece aquí limitado por la frase “en semejanza de” y modificado por la frase “de pecado”. La expresión “en semejanza de carne de pecado” es verdaderamente una frase preciosa, una expresión maravillosa. Por un lado, se hace referencia a la carne de pecado; por otro, se habla únicamente de la semejanza de esta carne de pecado. Así pues, al modificarse el término carne con estas dos frases, se da a entender que el Dios Triuno se hizo carne —la cual es el hombre caído— únicamente en cuanto concierne a la semejanza de la carne de pecado, mas no en la naturaleza pecaminosa misma. Debemos entender claramente esta distinción.

El que no conoció pecado, fue hecho pecado

  Además, nuestro Cristo al encarnarse fue hecho pecado, aunque no conoció pecado. En 2 Corintios 5:21 Pablo afirma categóricamente algo que corresponde con lo dicho en Romanos 8:3: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado”. Cristo no conoció pecado, pero Dios lo hizo pecado. Afirmar que Cristo fue hecho pecado, es una expresión mucho más enfática que simplemente decir que Él se hizo carne. Sin embargo, la Palabra dice claramente que Dios lo hizo pecado, y nosotros debemos declarar con toda confianza aquello que la Palabra declara. Mientras Cristo estaba siendo juzgado en la cruz, a los ojos de Dios Él era pecado. Cuando decimos que Dios hizo a Cristo pecado, nos basamos en la propia Palabra de Dios, esto es, en lo dicho por Pablo en 2 Corintios 5:21. Sin embargo, debemos notar también que Pablo modifica tal afirmación mediante la frase: “Al que no conoció pecado”. Decir que alguien que no conoció pecado fue hecho pecado por Dios equivale a expresarse en un lenguaje celestial. ¡Cuánto necesitamos aprender a hablar el lenguaje celestial de la Biblia!

Se encarnó mediante la mezcla de dos esencias

  Este Cristo, quien no conoció pecado pero que fue hecho pecado, era la corporificación misma de la plenitud de la Deidad del Dios Triuno mientras vivió en esta tierra en Su encarnación. Podemos declarar esto basados en Colosenses 2:9, que dice: “Porque en Él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad”. Tal persona fue concebida y nacida de Dios, y en Él se mezcló la esencia divina con la humana. Él nació con estas dos esencias, pues Su nacimiento fue realizado mediante el Espíritu Santo y mediante una virgen (Mt. 1:18-25; Lc. 1:26-35; 2:1-7). Fue por medio del Espíritu Santo que Él recibió la esencia divina y por medio de una virgen humana que recibió la esencia humana. Así pues, esta concepción divina consistió en mezclar dos esencias; estas dos esencias —la divina y la humana— llegaron a mezclarse al ser concebido Jesús.

  Cuando hablamos de mezcla queremos decir que dos elementos se unen uno al otro y se mezclan entre sí, pero que no son despojados de su particular naturaleza; es decir, ambas naturalezas siguen siendo distintas entre sí y al unirse no producen una tercera naturaleza de índole distinta a las anteriores. Por tanto, Aquel nacido para ser un Dios-hombre es tanto el Dios completo como el hombre perfecto, ya que posee ambas naturalezas y dos clases de vida; es decir, Él posee la vida y naturaleza divinas así como la vida y naturaleza humanas, las cuales se han mezclado al hacerse una sola entidad pero sin confusión, sin que ambas naturalezas dejen de ser distintas entre sí y sin que se produzca una tercera naturaleza o elemento. Esta breve definición deberá ayudarnos a estar claros con respecto a la encarnación de Cristo y con respecto a Su Persona, la cual posee dos naturalezas y dos clases de vida.

Experimentó el vivir humano y una muerte todo-inclusiva

  Luego de Su concepción y nacimiento, este Cristo maravilloso vivió en esta tierra por más de treinta y tres años. Después de experimentar plenamente la vida humana, Él pasó por la experiencia de una muerte todo-inclusiva, la cual incluye varios aspectos.

Como el Cordero de Dios

  En primer lugar, Cristo murió como el Cordero de Dios para quitar el pecado (la totalidad del pecado, incluyendo los pecados) del mundo, esto es, de la humanidad (Jn. 1:29).

Como un hombre en la carne

  En segundo lugar, Cristo murió como un hombre en la carne, haciendo que el pecado fuese condenado en la carne por Dios (Ro. 8:3).

Como el postrer Adán

  En tercer lugar, Cristo murió como el postrer Adán (1 Co. 15:45). Adán, la cabeza de toda la humanidad, mediante la caída, llegó a ser —juntamente con todos sus descendientes— un hombre caído en la vieja creación de Dios. Cristo, como el postrer Adán, dio fin al viejo hombre al llevarlo a la cruz para que éste fuera crucificado. Cuando Cristo fue crucificado, nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Él (Ro. 6:6).

Como criatura

  En cuarto lugar, Cristo murió como criatura. Cristo fue el Primogénito, el primero de toda la vieja creación (Col. 1:15b). Como el primero de la vieja creación, llevó también a toda la vieja creación a la cruz para darle fin. Esto se basa en Colosenses 1:20, donde dice que Dios reconcilió consigo todas las cosas por medio de Cristo.

Como Aquel que tenía la forma de una serpiente

  En quinto lugar, Cristo murió como Aquel que tenía la forma de una serpiente (Jn. 3:14), tal como lo tipifica la serpiente de bronce en Números 21:19. En este aspecto, Cristo no sólo murió para ser el sustituto del hombre caído que había sido mordido por la serpiente antigua (Ap. 12:9), sino también para destruir a la serpiente antigua, el diablo, quien tiene el imperio de la muerte (He. 2:14).

Como el Pacificador

  En sexto lugar, Cristo también murió en la cruz como el Pacificador (Ef. 2:14-16). Debido a la caída del hombre, la humanidad llegó a tener muchas ordenanzas, costumbres, hábitos, y muchas diferentes maneras de vivir y de adorar. Son todas estas diferencias que existen entre las personas las que han dividido, confundido y disgregado a la humanidad. Por esta razón, no hay paz entre los hombres. Cristo murió en la cruz como el Pacificador, a fin de abolir todas las ordenanzas y hacer del pueblo escogido y redimido de Dios un solo y nuevo hombre.

Como el grano de trigo

  Además, Cristo murió en la cruz como el grano de trigo, el cual se sembró en el corazón del hombre. Éste es el séptimo aspecto de Su muerte. Él murió como el grano de trigo a fin de liberar la vida divina y vivificar a los redimidos de Dios, produciendo así muchos granos que puedan mezclarse como un solo pan que se ofrece a Dios. Este pan es la iglesia, el Cuerpo de Cristo (1 Co. 10:17).

  Todos debemos percibir esta visión. Cristo murió en la cruz al menos en siete aspectos: como el Cordero de Dios, como un hombre en la carne, como el postrer Adán, como una criatura, como Aquel que tenía la forma de una serpiente, como el Pacificador y como el grano de trigo. Por un lado, Él murió para dar fin a todas las cosas negativas, y por otro, murió para que la vida divina fuese liberada e impartida a fin de producir la iglesia. Todo esto forma parte de nuestra visión.

Llegó a ser el Espíritu vivificante y el Primogénito entre muchos hermanos

  Después de experimentar tal muerte todo-inclusiva, Cristo entró en la resurrección, en la cual llegó a ser el Espíritu vivificante, que es la consumación misma del Dios Triuno. El Espíritu vivificante es el Espíritu que hace germinar, pues dar vida es hacer germinar. Cristo no sólo llegó a ser el Espíritu vivificante para impartir vida en Sus creyentes, sino también, en resurrección, llegó a ser el Hijo primogénito de Dios a fin de producir los muchos hijos de Dios, Sus muchos hermanos (Ro. 8:29). Éste es un aspecto crucial de nuestra visión concerniente a Cristo.

CONCERNIENTE AL ESPÍRITU

El Espíritu de Dios y el Espíritu de Jehová

  En lo que concierne al Espíritu, ya hemos visto que Él es el Espíritu de Dios en la creación (Gn. 1:2), y que también es el Espíritu de Jehová al relacionarse con el hombre (Jue. 3:10). En la creación, es el Espíritu de Dios, y en Su relación con el hombre, es el Espíritu de Jehová.

El Espíritu Santo

  Al comienzo de la economía neotestamentaria de Dios, el Espíritu es el Espíritu Santo. El nacimiento de Juan el Bautista y el nacimiento de Jesús marcan el inicio de la economía neotestamentaria de Dios. En dicho inicio, el Espíritu es el Espíritu Santo, con el cual fue lleno Juan el Bautista, el precursor de la economía neotestamentaria de Dios (Lc. 1:15). Y fue por este Espíritu Santo que Jesucristo el Salvador fue concebido y nació (v. 35; Mt. 1:18, 20). Además, Jesús fue ungido con este Espíritu Santo, para vivir y ministrar a fin de llevar a cabo la parte que le correspondía del ministerio neotestamentario (Lc. 3:22).

El Espíritu

  En la glorificación (la resurrección, según Lucas 24:26) de Jesús, el Espíritu es llamado “el Espíritu” (Jn. 7:39). Hemos visto que en la creación, Él es el Espíritu de Dios; y que en cuanto a Su relación con el hombre, Él es el Espíritu de Jehová; al inicio de la economía neotestamentaria Él es el Espíritu Santo; y en la glorificación de Jesús, Él es el Espíritu. El Espíritu es la consumación del Dios procesado, quien ha pasado por la encarnación, el vivir humano, la muerte y la resurrección. Posteriormente, Él es llamado el Espíritu de Jesús en Hechos 16:7, el Espíritu de Cristo en Romanos 8:9, el Espíritu de Jesucristo en Filipenses 1:19, el Espíritu del Señor en 2 Corintios 3:17, el Espíritu de Dios en Romanos 8:9 y el Espíritu de vida en Romanos 8:2. Después de la glorificación de Jesús, el Espíritu llegó a ser un Espíritu compuesto, tal como lo indican los títulos: el Espíritu de Dios, el Espíritu del Señor, el Espíritu de Jesús, el Espíritu de Cristo, el Espíritu de Jesucristo y el Espíritu de vida. Este Espíritu compuesto y todo-inclusivo está compuesto por la divinidad de Cristo, Su humanidad, Su vivir humano, Su muerte todo-inclusiva con la eficacia de la misma, Su resurrección con el poder de la misma y Su ascensión y la exaltación propia de ésta, que incluye Su entronización, Su coronación con gloria y honor, la autoridad dada a Él como Cabeza, el señorío y el reinado. Así pues, en este Espíritu compuesto se hallan los elementos de la divinidad de Cristo, de Su humanidad, de Su vivir humano, de Su muerte junto con la eficacia de ésta, de Su resurrección junto con el poder de la misma, y de Su ascensión, la cual incluye Su exaltación. Todos estos son los ingredientes del Espíritu compuesto.

  Por tanto, el Espíritu es la consumación del Dios Triuno procesado y, como tal, es todo-inclusivo. Este compuesto incluye a Dios mismo, al hombre, el vivir humano, la muerte de Cristo —una muerte que es todo-inclusiva, que redime, que pone fin a todo lo viejo y que imparte la vida divina a otros— con la eficacia propia de dicha muerte, e incluye además la resurrección que hace germinar con el poder de la misma y la ascensión con la exaltación correspondiente. Él no solamente es la consumación del Dios Triuno procesado, sino también la consumación de todo lo que el Dios Triuno procesado ha conseguido, logrado y obtenido.

Los siete Espíritus

  En el libro de Apocalipsis, el Espíritu llega a ser los siete Espíritus (1:4; 3:1; 4:5; 5:6). En cuanto al aspecto esencial, el Espíritu no es siete, sino uno solo; pero en cuanto al aspecto económico, este Espíritu es siete o séptuplo. A la postre, en relación con la economía de Dios y en cuanto a la función que el Espíritu cumple, este Espíritu llega a ser el Espíritu siete veces intensificado. En esencia, el Espíritu es uno solo, pero en cuanto a la función que desempeña en la economía divina, dicho Espíritu es siete. En Apocalipsis no se nos habla de lo que el Espíritu es en esencia, sino que se tratan asuntos que conciernen a la función que este Espíritu cumple en términos de la economía divina; y en términos de tal economía, el Espíritu ha sido siete veces intensificado. Si carecemos de esta visión, ambos aspectos del Espíritu serán irreconciliables para nosotros, es decir, constituirá una contradicción afirmar que el Espíritu es uno y, a la vez, siete. Pero si tenemos una visión clara con respecto a la diferencia que existe entre el aspecto esencial del Espíritu y Su aspecto económico, entonces seremos capacitados por el Señor para captar y conciliar ambos aspectos de esta verdad.

CONCERNIENTE A LA ECONOMÍA DE DIOS

  Hemos abarcado las cuatro primeras visiones básicas que hemos recibido de parte del Señor durante los últimos sesenta años: nuestra visión concerniente a Dios, al Padre, al Hijo y concerniente al Espíritu. Ahora llegamos a la visión concerniente a la economía de Dios.

La administración que Dios efectúa para llevar a cabo Su plan

  En la economía de Dios hemos visto que Dios tiene un deseo, el cual ha estado en Su corazón desde antes de la fundación del mundo. En segundo lugar, hemos visto el beneplácito de Dios. Así pues, Dios tiene un deseo y un beneplácito. En base a Su beneplácito, Dios concibió un plan; dicho plan fue trazado con un determinado propósito, en función del cual Dios escogió a un grupo de personas a quienes predestinó para filiación. Estos son los cinco aspectos cruciales: el deseo de Dios, Su beneplácito, la elección que Él hace, la predestinación que Él efectúa y Su plan (Ef. 1:4-5, 9, 11; 3:11). Para realizar estas cinco cosas, Dios ciertamente requiere una economía, una administración, a gran escala. Para llevar a cabo Su plan, el cual abarca la predestinación conforme a Su elección, beneplácito y deseo, Dios necesita elaborar un itinerario.

Dios se imparte en Su pueblo escogido

  La economía de Dios consiste en que Él se imparte en Su pueblo escogido, predestinado y redimido, a fin de ser su vida, su suministro de vida y su todo. Hemos invertido mucho tiempo estudiando la palabra griega oikonomía, usada en Efesios 1:10; 3:9 y 1 Timoteo 1:4, que equivale a economía o dispensación. Esta palabra griega está compuesta de los vocablos oikos, que significa casa, y nomos, que significa ley. Si profundizamos en la raíz de esta palabra, descubriremos que se relaciona con repartir o distribuir el alimento en porciones. La raíz de esta palabra también se refiere a la distribución del alimento que es impartido al ganado para apacentarlo. La economía de Dios consiste en que Él se imparte, se distribuye, a nosotros como nuestra vida y suministro de vida.

  En Su economía, Dios se imparte a Su pueblo como su vida, suministro de vida y como su todo. Se infunde en ellos como su fuerza, poder, sabiduría, justicia, santidad, amor, amabilidad, e incluso como sus atributos y virtudes. En esto consiste la economía de Dios. Como resultado de esta economía son producidos muchos creyentes, los cuales llegarán a ser los componentes del Cuerpo del Hijo de Dios con miras a que el Dios Triuno obtenga Su plena expresión. Ésta es nuestra visión en lo concerniente a la economía de Dios.

LA URGENTE NECESIDAD DE HOY

  Hermanos, espero que dediquen el debido tiempo a profundizar en estos cinco asuntos concernientes a nuestra visión de Dios, del Padre, de Cristo, del Espíritu y de la economía de Dios. Todos estos asuntos están completamente basados en versículos de la Biblia, los cuales proveen un fundamento apropiado, y ustedes deberán identificar dichos versículos con la ayuda de los mensajes del Estudio-vida.

  Si yo, a mi edad, estoy en condiciones de hablar sobre todas estas cosas y transmitírselas sin tener que recurrir al uso de notas, ciertamente todos ustedes, quienes son más jóvenes que yo, pueden profundizar en estos asuntos hasta el grado de poder hablar sobre ellos de manera espontánea a fin de comunicar a otros cuál es nuestra visión con respecto a Dios, al Padre, al Hijo, al Espíritu y a la economía de Dios. Les recomiendo que profundicen en estos asuntos. Si lo hacen, adondequiera que vayan podrán hablar sobre ello de manera tal que puedan despertar el interés de las personas. No habrá necesidad de cambiar de tema a fin de captar el interés de quien les escuche, pues cuando ustedes hablen de estos temas lo harán de tal manera que ello despierte, todo el tiempo, el interés de sus oyentes. Cada uno de estos temas es inagotable y necesita ser definido de manera minuciosa. Cuanto más hablen de este tema, más despertarán el interés de los demás, y más aumentará el apetito de ellos, su sed y su hambre. Nuestra gran necesidad es ver el ministerio neotestamentario de Dios y recibir la visión que impera en el recobro del Señor hoy en día. Ciertamente no es necesario retroceder y recurrir a cosas viejas que jamás podrían servir para atender a las necesidades presentes. El recobro del Señor ha recibido una visión especial, la cual se basa en la revelación divina concerniente al ministerio neotestamentario. Quisiera, pues, exhortarles a dedicar el debido tiempo al estudio completo de todo cuanto forma parte de esta visión.

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