
Debemos tener una visión clara de toda la Biblia. La Biblia, compuesta por sesenta y seis libros, constituye la revelación divina. La conclusión de este gran libro es la Nueva Jerusalén. En este gran libro están revelados la economía de Dios, Su propósito eterno, Su plan eterno, junto con Su divino propósito, el cual es el más elevado en el universo. La conclusión de este propósito, de este plan, de esta economía, es la Nueva Jerusalén.
Debemos ver que ninguno de los sesenta y seis libros de la Biblia presenta una conclusión adecuada. Génesis no la tiene, pues concluye con un hombre muerto que es puesto en un ataúd y es sepultado en Egipto (50:26). ¿Podría ser ésta una conclusión satisfactoria? Luego, el libro de Éxodo concluye con algo glorioso, que contrasta notablemente con la conclusión presentada en Génesis, a saber: un tabernáculo lleno de la gloria de Dios (40:34). Aunque esta conclusión es gloriosa, aún no es adecuada. Mateo concluye con una comisión, en la que el Señor encarga a los discípulos a ir y hacer discípulos a las naciones y bautizarlos en el Dios Triuno (28:19-20). Una vez más, ésta no es una conclusión adecuada. El libro de Juan concluye hablándonos de la pesca (21:1-4), y en Hechos no vemos conclusión alguna. El último versículo de Hechos dice que Pablo estaba “proclamando el reino de Dios y enseñando acerca del Señor Jesucristo con toda confianza y sin impedimento” (28:31). Tan sólo uno de los sesenta y seis libros de la Biblia, Apocalipsis, presenta la conclusión de la Biblia, ya que todos sus libros culminan únicamente con una sola cosa: la Nueva Jerusalén. Así pues, la Nueva Jerusalén es la conclusión total de los sesenta y seis libros de toda la Biblia, esto es, la conclusión total de la Biblia.
La Nueva Jerusalén no sólo es la conclusión de toda la Biblia, sino también la consumación de todos los asuntos que la Biblia contiene. El Dios Triuno, Su economía, la redención efectuada por Cristo, la salvación que Dios efectúa, los creyentes, la iglesia y el reino, todos tienen su consumación en la Nueva Jerusalén. Es imprescindible que veamos que la Nueva Jerusalén es la máxima consumación de todos los temas, asuntos, ítems, personas y cosas contenidas en las Sagradas Escrituras. Como tal, ella constituye un asunto extremadamente importante.
Basados en estos pocos asuntos que acabo de mencionar, podemos darnos cuenta de que la Nueva Jerusalén jamás podría ser una mansión física donde los redimidos de Dios se alojen por la eternidad. Tal afirmación es excesivamente deficiente; tal conclusión podría ser digna de un libro para niños, pero no corresponde con todo cuanto revelan las Sagradas Escrituras. Ciertamente las Sagradas Escrituras, en calidad de revelación completa de un gran Dios que tiene un propósito tan elevado, jamás concluiría de esta manera. Únicamente una entidad como la Nueva Jerusalén podría constituir tanto la consumación del Dios Triuno y Su economía como la consumación de la maravillosa iglesia y el admirable reino. El significado de esta consumación debe estar a la par de todos estos asuntos. Si tomamos en cuenta toda la revelación divina contenida en la Biblia, no podemos sino inferir, de manera lógica, que es absolutamente imposible que la Nueva Jerusalén sea simplemente una morada física; más bien, es menester que en nosotros cause una profunda impresión el hecho de que la Nueva Jerusalén es la consumación de todos los asuntos divinos que la Biblia contiene. Aunque esta consumación ocupa poco más de un capítulo de la Biblia, ella comprende todos los asuntos básicos, intrínsecos, esenciales y genuinos de toda la revelación divina. Tenemos que ver esto.
A fin de comprender apropiadamente lo que es la Nueva Jerusalén, quisiera presentarles seis razones por las cuales ésta jamás podría ser una mansión física.
Primero, tenemos que percatarnos de que el primer versículo de Apocalipsis nos muestra la manera en que este libro fue escrito: “La revelación de Jesucristo, que Dios le dio, para mostrar a Sus esclavos las cosas que deben suceder pronto; y la declaró en señales” (Ap. 1:1). Este versículo indica que el Señor Jesús nos dio a conocer, por medio de señales, la revelación que había sido dada por Dios. Sería de mucha ayuda que encerremos en un círculo, marquemos o subrayemos la palabra señales que aparece en este versículo. El Señor Jesús nos dio a conocer esta revelación por medio de señales, y la palabra señales es crucial para interpretar todo el libro de Apocalipsis. El libro de Apocalipsis es un libro de señales. En este libro, cada número constituye una señal. El número siete es una señal, al igual que el número cuatro, el doce y el diez. Los candeleros (1:11-13, 20) son señales; el Cordero que fue inmolado (5:6) es una señal; el León (5:5) es una señal; las siete estrellas (1:16, 20) son señales. En 4:3 vemos que Aquel que estaba sentado en el trono era semejante a piedra de jaspe; el jaspe es también una señal. En 12:1, la mujer universal que tenía una corona de doce estrellas, vestida del sol, con la luna debajo de sus pies, constituye una gran señal. Esta maravillosa mujer, ¿podría ser simplemente una mujer individual? Tal interpretación no sería lógica. Asimismo, en Apocalipsis 12, vemos al gran dragón escarlata (v. 3), el cual también es una señal. Del mismo modo, el hijo varón mencionado en el versículo 5 es una señal. Luego, en el siguiente capítulo, el capítulo 13, vemos la bestia que sale del mar Mediterráneo (vs. 1-2). Esta bestia representa al César venidero del Imperio Romano que vendrá; ésta es una señal que corresponde a un hombre (v. 18). En Apocalipsis 14:15, la cosecha también es una señal, pues ella representa al pueblo viviente de Dios. Las primicias de Apocalipsis 14:4 también son una señal, pues ella representa a los vencedores vivientes entre el pueblo viviente de Dios. El número ciento cuarenta y cuatro mil también es una señal (v. 1). El mar de vidrio en 15:2 es otra señal. Luego, en el capítulo 17 vemos la gran ramera (v. 1), Babilonia la Grande (v. 5). Esta entidad ciertamente no es la ciudad física de Babilonia, la cual es Bagdad, en el Irak de hoy; más bien, la gran Babilonia, el misterio, es una señal presentada en Apocalipsis 17. En el capítulo 19 vemos una novia, la esposa del Cordero, la cual está vestida de justicia (vs. 7-8). ¿Cree usted que cuando el Señor Jesús regrese, literalmente se casará con una mujer? Interpretar las señales presentadas en la Biblia de esta manera, es cometer un serio error. Espero que podamos ver todas las señales que este libro contiene. Entonces, ¿cuál es la última señal de este libro de señales? La última señal que este libro presenta, cuya revelación nos es comunicada principalmente mediante señales, es la Nueva Jerusalén.
La segunda razón por la cual no podemos decir que la Nueva Jerusalén es una mansión física o una ciudad física que sirva de habitación de los redimidos de Dios, radica en que esto carece de toda lógica. La Nueva Jerusalén, la santa ciudad, es una montaña de oro (Ap. 21:16, 18). Esta montaña mide doce mil estadios en cada una de sus tres dimensiones, las cuales son su longitud, su anchura y su altura (v. 16). Doce mil estadios equivale a unos dos mil ciento sesenta kilómetros, aproximadamente la distancia que hay entre Nueva York y Dallas. Esta alta montaña tiene solamente una calle que desciende en espiral hasta alcanzar las doce puertas que están a los cuatro lados de la ciudad. Si ésta fuera verdaderamente una ciudad física, deberíamos preguntarnos: ¿cómo podrían caber en ella todos los redimidos de Dios de todos los siglos? ¿Cómo podría vivir tanta gente en una ciudad que tiene una sola calle en espiral? ¿Cómo viajaría la gente en una ciudad que tiene una sola calle?
Hemos visto que Apocalipsis es un libro de señales. Si alguien afirma que la última señal, la Nueva Jerusalén, es una ciudad física y material, entonces ¿qué diremos de los candeleros, que son la primera señal? ¿Y qué de las siete estrellas del capítulo 1? ¿Son éstas estrellas verdaderas? ¿Y qué acerca del Cordero? ¿Creen ustedes que Cristo como el Cordero de Dios es un verdadero cordero con cuatro patas y una pequeña cola? El León de la tribu de Judá, ¿es un verdadero león como los que están el zoológico? No es lógico interpretar de esta manera las señales que se hallan contenidas en este libro. La Nueva Jerusalén ciertamente es una señal; no es una ciudad material y física. La gran Babilonia también es una señal, que representa a la iglesia falsa. La gran Babilonia y la Nueva Jerusalén son dos señales que se encuentran al final de Apocalipsis. Una ciudad es una señal que corresponde a la iglesia falsa, y la otra, la santa ciudad, representa la máxima consumación de la iglesia pura. La gran Babilonia es llamada la gran ramera, y la Nueva Jerusalén es llamada la esposa del Cordero. Ya que Apocalipsis es un libro de señales, la Nueva Jerusalén no puede ser una excepción, sino que tiene que ser una señal.
La tercera razón por la cual la Nueva Jerusalén no puede ser una mansión física es porque el propio libro de Apocalipsis nos dice que esta ciudad es la esposa del Cordero (21:9). Conforme al contenido de toda la Biblia, existe un romance divino entre Dios el Creador, el Redentor, quien es el varón de esta pareja, y Su pueblo redimido, quien es la mujer. Ésta es una revelación básica contenida en la Biblia. En el Antiguo Testamento Dios le dijo a Su pueblo redimido, Israel, que Él era Su marido y que ellos eran Su esposa (Is. 54:5; Jer. 3:14; 31:32; Os. 2:19). Cuando el Señor Jesús vino, Juan el Bautista les dijo a Sus discípulos que Cristo era el Novio, quien vendría a tomar a la novia, que es la iglesia (Jn. 3:29). Luego, Pablo dijo en Efesios 5 que la iglesia es tipificada por la esposa y que Cristo es tipificado por el esposo (vs. 24-25). Por tanto, Cristo es el esposo, y la iglesia es la esposa. Pablo también dijo que él nos ha presentado como una virgen a un solo esposo (2 Co. 11:2), el cual es Cristo. Además, Apocalipsis 19:7 dice: “Han llegado las bodas del Cordero, y Su esposa se ha preparado”. Esta esposa constituye la suma total de todos los santos vencedores, desde los tiempos de Abel hasta que el Señor regrese. Así pues, la suma total de todos los vencedores del Antiguo y del Nuevo Testamento, quienes estarán listos para las bodas del Cordero, constituyen la esposa presentada en Apocalipsis 19:7. La Nueva Jerusalén es la consumación de la pareja de Dios, la cual está conformada por la totalidad de Su pueblo redimido y perfeccionado. En la Biblia, comenzando con Adán y Eva (Efesios 5 indica que ellos son un tipo de Cristo y la iglesia), y hasta el final del libro de Apocalipsis, hay muchos pasajes bíblicos que revelan que Cristo es el marido universal y que Su pueblo redimido y perfeccionado es Su pareja universal. Esta revelación requiere de una consumación, la cual es la Nueva Jerusalén como la esposa del Redentor, el Cordero, Cristo, la corporificación del Dios Triuno.
La cuarta razón por la que la Nueva Jerusalén no puede ser una mansión física, es porque Apocalipsis dice que la Nueva Jerusalén es el tabernáculo de Dios (21:3) y que también es el templo de Dios (v. 22). Juan dijo que en la ciudad no vio templo alguno, porque el Señor Dios Todopoderoso, y el Cordero, es el templo de ella. En tipología, el tabernáculo del Antiguo Testamento no era únicamente la morada de Dios, sino también la de los sacerdotes que le servían, quienes moraban juntamente con Dios en el tabernáculo. Así que, el tabernáculo es el lugar donde Dios y Sus siervos moran. Apocalipsis 22:3 dice que todos los santos redimidos y perfeccionados serán los esclavos de Dios, quienes le servirán por la eternidad. Por tanto, todos ellos habitarán en el tabernáculo juntamente con Dios. Conforme a la tipología, el tabernáculo era un precursor del templo e introdujo el templo. Juan no vio en la ciudad templo alguno, pero Dios y el Cordero eran el templo, lo cual indica que Dios y el Cordero llegaron a ser la morada de los esclavos y servidores de Dios. Esto corresponde con Salmos 90:1, que dice: “Señor, Tú nos has sido morada de generación en generación”. Por tanto, el tabernáculo es la morada de Dios y de los que le sirven; y este mismo Dios, quien habita en el tabernáculo, a la vez es el templo, la morada de aquellos que le sirven. Nuevamente debemos darnos cuenta de cuán errado es el concepto según el cual la Nueva Jerusalén constituye una gran mansión física en la que habitarán los hijos de Dios. Apocalipsis dice que el propio Dios, Dios y el Cordero, serán para nosotros, Sus siervos y esclavos, el templo en el que hemos de morar. En la eternidad, nuestra morada será Dios mismo. Debemos enfatizar esto categóricamente. En la eternidad, Dios y el Cordero serán el templo en el cual morará Su pueblo, esto es, aquellos que le sirven. No moraremos en una gran mansión, sino en Dios. ¡Aleluya! Él es nuestro templo, y nosotros somos Su tabernáculo. Él mora en nosotros, nosotros moramos en Él, y este mutuo morar es la Nueva Jerusalén, la cual para Dios es el tabernáculo y para nosotros es el templo.
Debemos ver que toda la Biblia es una historia del tabernáculo y del templo. Comenzando en Éxodo 25 vemos el tabernáculo, que llegó a ocupar un lugar central en la historia del Antiguo Testamento. Posteriormente, este tabernáculo fue traído a la buena tierra, donde luego fue reemplazado por el templo, el cual entonces ocupó un lugar central en la historia antiguotestamentaria hasta los tiempos que corresponden al libro de Malaquías. Así pues, el Antiguo Testamento es la historia del tabernáculo y del templo. En el Nuevo Testamento, inicialmente el tabernáculo fue el propio Señor Jesús, como vemos en Juan 1:14, y Él fue también el templo, según Juan 2:19-22. En Juan 2 Él indicó que, en Su resurrección, este templo sería agrandado hasta convertirse en un templo corporativo, el cual es la iglesia (1 Co. 3:16; Ef. 2:21). Por tanto, el tabernáculo y el templo también ocupan un lugar central en la historia del Nuevo Testamento. Toda la Biblia es un libro que trata del tabernáculo y del templo; esto requiere una consumación, la cual es la Nueva Jerusalén, la misma que será el tabernáculo eterno para Dios y el templo eterno para nosotros. Ésta es la consumación del tabernáculo y el templo en la Biblia.
Ahora llegamos a la quinta razón. La Biblia es un libro que trata sobre la obra de edificación que Dios realiza. Primero, Dios le mandó a Noé que construyera el arca. Después, vemos que en el Antiguo Testamento Abraham esperaba con anhelo una ciudad y que sus descendientes, los hijos de Israel, edificaron un tabernáculo. Posteriormente, ellos entraron en la buena tierra y edificaron un templo. En el Nuevo Testamento, el Señor declaró que Él edificaría Su iglesia (Mt. 16:18). En Juan 2:19 Él también les dijo a los judíos que si destruían “este templo”, refiriéndose al templo de Su cuerpo, Él lo levantaría en tres días. Incluso Pedro reprendió a los judíos al señalar que ellos, los edificadores, habían rechazado a Cristo, quien es cabeza del ángulo del edificio de Dios (Hch. 4:11). Además, Pablo dijo que nosotros somos la casa de Dios (1 Ti. 3:15) y el edificio de Dios (1 Co. 3:9). Pablo, como perito arquitecto, puso el fundamento, y nosotros tenemos que edificar sobre dicho fundamento teniendo cuidado de no edificar con madera, heno ni hojarasca, sino con oro, plata y piedras preciosas (vs. 10-12). Luego Pedro, en su primera epístola, dijo que Cristo es la piedra viva con la cual se edifica el edificio de Dios, y que nosotros, como Él, somos piedras vivas a fin de ser edificados conjuntamente hasta ser una casa espiritual (1 P. 2:4-5). Así pues, podemos ver que el edificio de Dios es un tema preponderante en toda la Biblia, y dicho edificio alcanza su consumación en la Nueva Jerusalén.
Ahora veamos cuál es la última razón por la cual la Nueva Jerusalén no debe ser interpretada como una mansión física. Nuestro Dios es el gran Dios Triuno: el Padre, el Hijo y el Espíritu. El Padre tiene un plan eterno y una economía maravillosa; el Hijo cumplió esta economía al encarnarse, vivir sobre esta tierra y sufrir una muerte todo-inclusiva, para luego entrar en resurrección y ascensión. Los logros del Hijo fueron excelentes, maravillosos y muy significativos. Luego, el Espíritu vino para aplicar todo lo que el Hijo había logrado a nuestro favor. El Espíritu operó para regenerarnos y ahora está operando en nuestro interior a fin de transformarnos, redimir nuestro cuerpo, transfigurarnos y hacernos semejantes a Cristo. Mediante todo esto, la iglesia es producida y edificada; y como resultado habrá un reino por medio del cual los vencedores del pueblo escogido de Dios gobernarán el mundo juntamente con Cristo. El gran Dios Triuno, junto con todos Sus logros y operaciones realizadas a lo largo de las eras, ciertamente requiere una consumación maravillosa. ¿Podría una ciudad física, un lugar habitable, ser la consumación de todos estos logros? De ninguna manera. La consumación de todo lo que Dios es y de todo lo que Él ha logrado y obtenido, es la Nueva Jerusalén. Estas seis razones demuestran por qué la Nueva Jerusalén no puede ser una mansión física o una ciudad material para que los redimidos de Dios se alojen en ella.
Si alguien se rehúsa a captar esta visión, ¿de qué manera respondería a nuestras preguntas concernientes a la Nueva Jerusalén como una señal que representa a la esposa, que es la consumación de todas las mujeres de la Biblia, y que tipifica la pareja de Dios; y de qué manera respondería a las cuestiones concernientes al tabernáculo de Dios como la consumación de todos los tabernáculos y templos contenidos en toda la Biblia? ¿Cómo se podría responder a la pregunta concerniente a que la obra de edificación presentada en la Biblia requiere una consumación y cómo dilucidar el hecho de que el gran Dios, con Su gran economía y Sus grandes logros, deberá alcanzar Su máxima consumación? Sin la Nueva Jerusalén, no habría consumación para todas estas cosas. ¿Acaso podríamos explicar cómo es que una ciudad física llegaría a ser la habitación de billones de redimidos de Dios? No creo que haya nadie que pueda responder a estas preguntas. Ciertamente espero que estas preguntas, así como la comunión que hemos tenido, sean lo suficientemente convincentes para que todos seamos subyugados por las mismas. Tenemos, pues, que llegar a esta conclusión ineludible: que la Nueva Jerusalén, como conclusión de toda la Biblia, constituye la máxima consumación de la gran economía que Dios planeó y de todos Sus grandes logros.
Esta consumación es una composición viviente de todos aquellos que Dios ha escogido, redimido, regenerado, transformado y glorificado. Esta composición viviente, constituida de tantas personas vivientes y maravillosas, es la consumación de toda la Biblia y consiste en un mutuo residir, un mutuo morar, un mutuo habitar. Dios mora en Su pueblo redimido, y Su pueblo redimido mora en Él. Por conformar tal composición viviente, el pueblo redimido por Dios será el tabernáculo en el cual Dios more, y Dios y el Cordero será el templo en el que este pueblo more. Ciertamente ésta es una conclusión maravillosa, llena de sentido y significado.
Ahora debemos ver los contenidos de la Nueva Jerusalén. Desde el trono de Dios y del Cordero, en el centro mismo de la ciudad, fluye un río de agua de vida, y en este río crece el árbol de la vida. Además, la ciudad entera es iluminada por la luz de la vida. Estos tres ítems constituyen la esencia intrínseca del Dios Triuno. La esencia intrínseca del Dios Triuno es la vida divina. Esta vida divina será el río (Ap. 22:1), el árbol (v. 2) y la luz (v. 5). Beberemos del río, comeremos del árbol y viviremos en la luz. Estos tres ítems son la esencia básica e intrínseca del Dios Triuno. La luz denota principalmente al Padre. Apocalipsis dice que en la Nueva Jerusalén no hay necesidad de luz de lámpara, ni de luz de sol, porque el Señor Dios será su luz y Cristo el Cordero será su lámpara (21:23). El árbol de la vida hace referencia a Dios el Hijo, y el río de agua de vida denota a Dios el Espíritu. Ésta es la Trinidad Divina en términos de Su esencia divina para nuestro vivir y disfrute por la eternidad.
Así pues, la esencia básica e intrínseca de la Nueva Jerusalén es la vida divina, en la que Dios el Padre es la luz, Dios el Hijo es el árbol y Dios el Espíritu es el río. La luz es para que andemos en ella; el árbol, para que nos alimentemos de él; y el río, para que lo bebamos. Así viviremos y disfrutaremos de la esencia intrínseca del Dios Triuno por la eternidad; Él morará en nosotros, y nosotros en Él. En Juan 15 vemos este mutuo morar en pequeña escala, pues allí el Señor dice: “Permaneced en Mí, y Yo en vosotros” (v. 4). Este mutuo morar descrito en Juan 15 se expandirá y desarrollará hasta llegar a ser la Nueva Jerusalén, la cual será la consumación del mutuo y divino morar. Nosotros permaneceremos en Él y Él permanecerá en nosotros por la eternidad. Nosotros le serviremos a Él y Él será servido por nosotros, y esto será el reino eterno, la esfera eterna de la vida divina.
Ésta es la consumación de toda la Biblia, de todo lo que Dios es, y de todo lo que Dios ha cumplido, logrado y obtenido. Ésta es nuestra visión. Ésta es la escatología típica, genuina, apropiada y única. ¡Alabado sea el Señor por tal escatología! El Dios Triuno junto con todos Sus escogidos y redimidos formarán parte de esta consumación única.