
La mejor manera de ser debidamente impresionados con un libro de la Biblia así como conservarlo en la memoria, es tener siempre presente una visión panorámica de este libro. Una vez que usted ha sido impresionado con dicha vista panorámica, este libro permanecerá con usted. En este capítulo procuraremos obtener una visión panorámica del libro de Marcos y del libro de Romanos.
Debo decirles honestamente que en el curso de mi vida cristiana, nunca amé el Evangelio de Marcos hasta que me vi obligado a redactar las notas correspondientes a dicho libro para el entrenamiento de invierno de 1983. Por lo menos una de mis antiguas Biblias en chino tenía bosquejos para casi todos los libros del Nuevo Testamento. Sin embargo, esta Biblia no tenía un bosquejo para el libro de Marcos. Yo no había redactado un bosquejo basado en este libro porque consideraba que no valía la pena. Antes de prepararme para el entrenamiento de invierno de 1983, lo único que podía decir sobre el bosquejo para el Evangelio de Marcos era que al inicio del evangelio de Jesucristo, el Hijo de Dios, Juan el Bautista había salido a predicar (1:1-4), y que al final del libro vemos que los discípulos salieron a predicar el evangelio a toda la creación (16:15, 20). Aun cuando carecía de todo incentivo para redactar este bosquejo e, incluso, no tenía mucho que decir al respecto, me vi obligado a escribir algo que concordará con los escritos sobre los otros libros. Por tanto, el Señor me ayudó. Después de realizar tal redacción, pude percibir claramente un panorama completo de todo el libro de Marcos. He sido profundamente impresionado con esta visión panorámica, especialmente después de haber redactado las notas, el bosquejo, los bosquejos de los mensajes y, más aún, después de haber dado una serie de mensajes en los que hablé sobre estos dieciséis capítulos en el entrenamiento respectivo. Estoy seguro que no me será fácil olvidar aquello con lo cual fui tan profundamente impresionado.
Marcos nos presenta un cuadro completo de la manera en que Jesús, el esclavo de Dios, sirve a un pecador. No digo “pecadores” porque las diversas secciones de este libro deben ser consideradas en su conjunto como un caso colectivo. No debemos considerar a la suegra de Pedro de manera individual, como el caso aislado de una persona enferma de fiebre. En realidad, ella forma parte de la persona enferma a la que Jesús atiende. Tampoco debemos considerar al leproso que Jesús sanó como un caso aislado. Él también forma parte de esta persona enferma. En otras palabras, el Evangelio de Marcos nos muestra un solo enfermo que padecía de fiebre (1:29-31), de lepra (vs. 40-45), de parálisis (2:1-12) y de flujo de sangre (5:25-34). Así pues, se trata de una misma enfermedad con cuatro diferentes manifestaciones. En todo el libro de Marcos no encontraremos una quinta enfermedad. Quizás usted quiera saber cómo considerar el caso del hombre que tenía seca una mano (3:1). En este caso en particular no es toda la persona la que está enferma, sino que solamente uno de sus miembros padece tal enfermedad. Por ejemplo, en el caso del ciego, sus ojos están enfermos; en el caso del sordo, sus oídos son los que están enfermos; y en el caso del mudo, es su boca la que padece tal enfermedad. Sin embargo, en cuanto concierne al ser completo, a toda la persona, del enfermo, éste padece únicamente de cuatro enfermedades según Marcos: fiebre, lepra, parálisis y el flujo de sangre, una hemorragia constante.
Después de que se nos relata cómo fue sanada tal persona en su totalidad, en el capítulo 7 se pone al descubierto el verdadero ser, el corazón, de dicha persona (vs. 1-23). En este capítulo se considera que el corazón de esta persona es inmundo y que está completamente contaminado, pues en él no hay nada bueno ni puro. Aquí vemos el interior, la verdadera situación y condición en la que se encuentra esta persona, una persona caída y enferma. Aquel que está enfermo de fiebre, lepra, parálisis y de flujo de sangre, es una persona corrupta, inmunda y contaminada en su corazón. Luego, vemos que esta persona es lavada internamente. Después de esto vemos algunos casos de alimentación: primero se nos relata la alimentación de los niños y de los perrillos (7:27). Además, se nos relatan dos casos en los que se alimenta milagrosamente a las personas: la alimentación de los cinco mil (6:30-44) y la alimentación de los cuatro mil (8:1-9). Tenemos que ver que en este Evangelio hay por lo menos tres casos de alimentación. La alimentación en miniatura es la alimentación de los perrillos. A los ojos de Dios, la mujer sirofenicia era considerada un perrillo. Los gentiles incrédulos son considerados perros salvajes, mientras que los gentiles que han sido elegidos son los perrillos, los perros domésticos. Deberíamos alabar al Señor debido a que no somos los perros salvajes, los perros callejeros, sino que somos perrillos que están debajo de la mesa servida para los hijos, los judíos. Ciertamente no podemos compararnos con los judíos, pero ¡alabado sea el Señor! aun así somos los perrillos que comen las migajas que los hijos dejan caer debajo de la mesa. Antes de esta alimentación en miniatura vemos la alimentación de los cinco mil, y después de esto tenemos la confirmación de esta alimentación con el relato de la alimentación de los cuatro mil.
Al contemplar la vista panorámica del Evangelio de Marcos, no debiéramos considerar a Pedro, Jacobo y Juan como individuos aislados; más bien, debemos considerarlos como parte de una misma persona. Esta persona es la misma que fue sanada de su fiebre, limpiada de su lepra, recobrada de su parálisis y rescatada de su flujo de sangre. El ser mismo de esta persona fue puesto al descubierto, y ella fue alimentada. Ésta es la clase de persona que después podrá subir al monte de la transfiguración (9:2-13). Una persona enferma con fiebre o de lepra no podría subir a ese monte. Únicamente aquel que ha experimentado este proceso maravilloso es apto para subir al monte de la transfiguración.
Esta persona fue sanada de todas sus enfermedades, fue lavada por dentro y fue alimentada. Ahora bien, esta persona ha sido sanada, vivificada y limpiada por dentro, pero todavía está sorda, muda y ciega. En tales circunstancias, esta persona requiere de un oído capaz de escuchar a fin de poder recibir las palabras celestiales (7:31-37). Esto tiene como finalidad que esta persona ya no vuelva a hablar tonterías. Esta persona dice cosas sin sentido debido a que nunca oye (v. 32). Ella necesita que sus oídos sean sanados a fin de poder oír claramente. Después, necesita que su voz le sea restaurada a fin de poder hablar con propiedad y necesita que sus ojos sean sanados a fin de poder ver. Fue en el monte de la transfiguración que empezó a manifestarse la necesidad de sanidad para el órgano auditivo, el órgano del habla y el órgano de la vista. Cuando usted fue sanado de las enfermedades generales, fue vivificado y fue alimentado, usted pudo subir juntamente con el Señor al monte de la transfiguración. Pero ahora es menester que usted vea y que preste atención a las palabras celestiales. Ahora es menester que usted se dé cuenta de que Cristo es único y que, como tal, Él es el único reemplazo para todo; inclusive, Él es Aquel que lo reemplaza a usted mismo. No proponga construir tres enramadas a manera de tabernáculo tal como lo hizo Pedro en el monte de la transfiguración. No es que exista un tabernáculo para la ley, otro para los profetas, otro para la cristiandad u otro para la cultura humana. Tenemos que escuchar sólo a Cristo, y para escucharle requerimos oídos que oigan. No debemos prestar atención a la cultura, ni tampoco atender a los profetas, ni escuchar a la ley, ni prestar oído a Moisés o Elías, ni escuchar a nadie más; únicamente escúchele a Él. Entonces, a partir de Marcos 9, el Señor comenzó a revelar quién es el Cristo, qué es lo que Cristo haría, qué habría de experimentar y dónde habría de estar (vs. 30-32; 10:32-34). Ésta es la enseñanza básica contenida desde el capítulo 9 hasta el final del libro.
A partir de Marcos 9, Jesús llevó a Sus discípulos con Él a fin de introducirlos en Sí mismo, en Su muerte y en Su resurrección. Para ser conducido al interior mismo de Cristo usted necesariamente deberá pasar por Su muerte y resurrección. Sólo entonces usted le alcanzará. Esto nos permite ver cuán maravilloso es este libro.
En los primeros capítulos del Evangelio de Marcos podría parecer que el Señor Jesús no tomó consigo a Pedro, Jacobo y Juan. Pero en los últimos cuatro o cinco capítulos es evidente que el Señor sí los tomó consigo. Ellos estuvieron con Él dondequiera que fue y en todo cuanto hacía. Incluso los errores de Pedro y sus carencias no impidieron que el Señor lo tomara consigo hasta que el Señor Jesús lo llevó consigo a la cruz. ¿Se dan ustedes cuenta de que cuando Jesús murió en la cruz, Pedro estaba allí? Al ir a la cruz, Jesús llevó consigo a Pedro. Probablemente Pedro no se dio cuenta de esto, pero él fue llevado allí (Gá. 2:20). Jesús introdujo a Pedro y a los otros discípulos en Su muerte, en la sepultura, en Su resurrección y en Su ascensión. Por tanto, Pedro y los demás discípulos llegaron a estar absolutamente en Jesucristo. Sólo entonces ellos estaban en capacidad de llevar a cabo la comisión que Jesús les encomendó. Ahora todos ellos podían hacer lo que Jesús hizo en el primer capítulo. En el capítulo 1 solamente existía un solo Jesús, mientras que en el capítulo 16, Jesús se ha reproducido en muchos.
He aquí, pues, un cuadro completo de una persona enferma de fiebre, lepra, parálisis y flujo de sangre. Tal persona estaba moribunda, pero fue vivificada, fue sanada de todas sus enfermedades, fue lavada interiormente, fue alimentada y subió al monte junto con Jesús. Sin embargo, dicha persona todavía necesitaba escuchar, hablar y ver, por lo cual Jesús sanó todos los órganos relacionados con estas funciones (7:31-37; 8:22-26; 9:14-29; 10:46-52). Ahora esta persona comenzó a escuchar la voz que le hablaba desde los cielos, comenzó a hablar con propiedad y comenzó a percibir la visión. Jesús introdujo a esta persona en Su muerte (15:16-41) y en Su resurrección (16:1-18), y esta persona ascendió a los cielos en Jesucristo (v. 19). Entonces, esta persona colectiva descendió para predicar el evangelio de la misma manera que Jesús (v. 20). Ésta es la visión panorámica de todo el libro de Marcos. No se trata meramente de una historia o un relato, sino que en esto reside el significado divino del Evangelio de Marcos.
Ahora volvamos a considerar aquellas cuatro enfermedades. Tenemos que darnos cuenta de que no hay una sola persona que sea normal. Todos están enfermos de fiebre. Podríamos decir que todos tienen una temperatura de ciento cinco grados. Cuando una esposa se enoja con su esposo o viceversa, es como si la temperatura de ellos ascendiera a ciento diez grados. Así pues, todo descendiente de Adán es anormal, padece de fiebre. Asimismo, todos están leprosos; son inmundos. Además, todos están paralizados y no pueden andar; delante de Dios, nadie es capaz de hacer nada. Por último, todos padecen de flujo de sangre, están muriendo y la vida se les escurre entre las manos. ¿No era ésta su condición?
No podemos ser plenamente representados por solamente uno de estos casos. El Señor Jesús necesitó de cuatro evangelios, y nosotros también necesitamos de cuatro “evangelios”. Claro, nuestros “evangelios” son evangelios de índole más bien negativa. Así como el Señor Jesús tiene cuatro facetas, nosotros también: una faceta muestra nuestra condición anormal, la otra muestra que somos inmundos y estamos contaminados, la tercera faceta manifiesta que estamos paralizados, que no podemos andar ni hacer nada, y una cuarta faceta es que la vida se nos escurre entre las manos. En lugar de ser personas vivientes, somos personas moribundas. El caso de la mujer que padecía de flujo de sangre se fusiona con el caso de la niña que murió a los doce años de edad (5:21-43). Su muerte ocurrió al final del duodécimo año de la enfermedad de flujo de sangre que aquejaba a la mujer. Esto indica que el flujo de sangre tiene como resultado la muerte. Nosotros éramos personas anormales, sucias, inmundas, paralizadas y moribundas. Sin embargo, el Salvador-Esclavo, el Esclavo de Dios, vino a servirnos. Él nos sanó y nos salvó de nuestra condición de enfermos. Entonces fuimos sanados de todas nuestras enfermedades, fuimos lavados en nuestro interior y fuimos alimentados por el Señor. Llegamos a ser personas agradables como Pedro, Jacobo y Juan. Todos nosotros fuimos hechos aptos para subir al monte, pero subimos allí ciegos, sordos y sin poder hablar. Fuimos sanados y vivificados, pero todavía no podíamos ver, hablar ni escuchar. Necesitábamos más sanidad, la sanidad de ciertos órganos específicos. En tales circunstancias, Jesús se transfiguró delante de tales personas y Cristo les fue revelado debido a que, para entonces, tanto los órganos auditivos como los órganos oculares de esas personas habían sido sanados. Ellos ya podían oír y podían ver, así que el Señor trajo a esta persona colectiva hasta la cruz y la introdujo en resurrección y ascensión.
Esto no es una mera alegoría. Es imposible presentar una alegoría tan precisa y correcta. En realidad, lo único que hemos hecho ha sido poner juntas las piezas del rompecabezas a fin de contemplar el cuadro completo del Salvador-Esclavo que sirve a los pecadores caídos con Su salvación todo-inclusiva. Necesitamos tal visión panorámica de todos y cada uno de los libros de la Biblia.
La visión panorámica de la Epístola a los Romanos consta principalmente de cuatro estaciones. Es menester que ustedes recuerden estas cuatro estaciones y sean impresionados con las mismas. Romanos se compone de dieciséis capítulos divididos en cuatro secciones de cuatro capítulos cada una. Los primeros cuatro capítulos terminan con la palabra justificación (Ro. 4:25); ésta es la estación en la que se aborda el tema de la justificación. Del capítulo 5 al 8 tenemos la sección que aborda el tema de la santificación. La tercera sección, del capítulo 9 al 12, trata sobre el Cuerpo de Cristo. Finalmente, la cuarta sección es la estación que culmina con las iglesias locales, pues éstas son mencionadas en el capítulo 16 (vs. 1, 4-5). Si usted posee una visión panorámica de estas cuatro estaciones, podrá ver que el libro de Romanos nos muestra la condición caída en la que se encuentra un pecador que será hecho hijo de Dios a fin de que sea un miembro orgánico del Cuerpo de Cristo, el cual se expresa mediante las iglesias locales. Esta aseveración abarca todo el libro de Romanos, del capítulo 1 al capítulo 16, con sus cuatro estaciones principales.
La primera sección abarca desde la etapa que trata sobre la condición caída del pecador y la condenación de Dios que es según la ley, hasta la etapa en la que se nos habla de la redención efectuada por Cristo para redimirnos de la condenación de Dios; finalmente, esta redención nos trae la justificación de Dios mediante nuestra fe en el Redentor. Ésta es la primera sección del libro de Romanos.
La segunda sección del libro de Romanos comienza con el capítulo 5. Como uno que ha sido justificado en el capítulo 5, usted tiene que darse cuenta de que primero estaba en Adán, pero que ahora ha sido trasladado de Adán a Cristo. Usted ya no está en Adán, sino en Cristo. Además, por estar en Cristo, usted es partícipe de una unión en la que se halla plenamente identificado con la muerte y resurrección de Cristo, y ahora usted está inmerso en Su muerte y resurrección (6:4-5). Debido a que usted ya no es una persona natural en Adán, sino una persona resucitada en Cristo, ya no debe vivir en la vieja carne (Ro. 7). Ahora usted tiene que vivir en el Espíritu y conforme al Espíritu (8:2, 4, 6, 13). Por tanto, usted no solamente ha sido santificado en cuanto a posición, sino también en cuanto a su manera de ser. Usted no es justificado por Dios meramente de una manera externa, pues esto sólo implicaría cambiar en cuanto a nuestra condición externa. Usted ha sido trasladado de Adán a Cristo; y en Cristo, mediante Su muerte y resurrección, usted está siendo transformado. Esta transformación es la santificación de nuestra manera de ser, una santificación subjetiva para nosotros. Mediante esta santificación somos plenamente conformados a la imagen del Hijo primogénito de Dios como Sus muchos hermanos, los muchos hijos de Dios (8:29). Ustedes una vez fueron pecadores en Adán, pero ahora están aquí, en Cristo, y son hijos de Dios y hermanos de Cristo, a fin de ser conformados a Su imagen. Ésta es la santificación de nuestra manera de ser, una santificación subjetiva para nosotros, la cual, de hecho, consiste en la transformación así como en la designación correspondiente. Así, todos somos designados como hijos de Dios y miembros que componen el Cuerpo de Cristo.
La tercera estación del libro de Romanos nos introduce en el Cuerpo de Cristo. Esta sección comienza en el capítulo 9 y nos muestra que todo se debe a la misericordia de Dios, la cual se manifestó al escogernos (vs. 11, 16). Ello no depende de nosotros. Nosotros hemos sido redimidos, justificados, trasladados al interior de Cristo, y aquí en Cristo estamos siendo transformados, santificados y plenamente designados como hijos de Dios a fin de ser miembros de Cristo y, así, conformar Su Cuerpo e, incluso, ser conformados a Su imagen. Todo esto depende de la misericordia de Dios, de Su elección misericordiosa. Damos gracias al Señor por habernos elegido; le agradecemos, pues esto no depende de nosotros. Después, en el capítulo 10, vemos que el Señor nos eligió para ser vasos de misericordia preparados de antemano para gloria (9:23), y como tales, tenemos que invocar el nombre del Señor para disfrutar de Sus riquezas (10:12). Él es rico para con todos los que invocan Su nombre. Esto es muy significativo. Nosotros fuimos elegidos por Su misericordia, pero ahora tenemos que disfrutar del Señor invocando Su nombre. Tenemos que ser personas que constantemente le invocan. Tenemos que invocar el nombre del Señor a fin de disfrutar de todas Sus riquezas. En el capítulo 11 nuevamente podemos percibir la misericordia de Dios: porque de Él, y por Él y para Él, son todas las cosas (v. 36). Todo depende de Él, y ahora nosotros, los gentiles, somos las ramas del olivo silvestre que han sido injertadas en el verdadero olivo (v. 17). Esto ciertamente procede de Él, es por medio de Él y es para Él. Esto es algo hecho íntegramente por Dios mismo, es obra de Dios; no es algo que nosotros podamos hacer. En estas secciones se nos indica que lo único que podemos hacer es simplemente invocar el nombre del Señor. Uno primero cree en Él y, después, le invoca. Finalmente esto lo conduce a uno a la estación del Cuerpo de Cristo.
Tenemos que ser profundamente impresionados con esta sección: todo depende absolutamente de la misericordia de Dios y todo es realizado por Él. Él tendrá misericordia de quien tenga misericordia. Su compasión será manifestada en aquel de quien Él tenga compasión. Así también, todo procede de Él, por medio de Él y es para Él. Esto nos da a entender que todo es realizado por Él. Hemos sido injertados en el verdadero olivo, y aquí en el árbol disfrutamos de toda la savia procedente de la raíz de la grosura del olivo. La savia procedente de la raíz hace referencia a las riquezas de Cristo, las cuales disfrutamos al invocar Su nombre. Por medio de todo esto llegamos a la estación que corresponde al Cuerpo de Cristo.
Desde el capítulo 13 hasta el capítulo 16 se nos muestra cómo vivir en este Cuerpo; en otras palabras, se nos muestra cómo llevar la vida de iglesia. Para llevar la vida de iglesia tenemos que vivir según lo que se nos muestra en el capítulo 13. Según el capítulo 13 tenemos que mantener una buena relación, una relación apropiada, con el gobierno (vs. 1-7), tenemos que amar a los demás (vs. 8-10) y tenemos que despertar de nuestro sueño a fin de ser personas llenas de vida que velan y esperan, pues se acerca el día (vs. 11-14). Tenemos que vivir de este modo. Después, en el capítulo 14 se nos muestra que para llevar la vida de iglesia, tenemos que recibir a todos los santos (v. 1). Debemos ser muy cuidadosos al respecto. Éste es un factor decisivo, el cual determinará si nuestra asamblea es sectaria o no. Todo depende de cómo recibamos a los santos. Tenemos que recibir a los creyentes sin ninguna clase de división. Esto quiere decir que tenemos que recibir a todos los santos: tenemos que recibir a todo aquel que ha sido recibido por Dios. No debiéramos decir que no nos gusta cierto hermano debido a que no se conforma a nuestras preferencias. Si no recibimos a cierto hermano y lo mantenemos fuera del local de la iglesia debido a que “no es nuestra clase de cristiano”, esto es ser sectario. Tenemos que recibir a los que son débiles en la fe.
Según Romanos 14 hay algunos creyentes que son tan débiles que no se atreven a tocar lo sacrificado a los ídolos. Un ídolo no es nada, y las cosas sacrificadas a los ídolos nada son. No obstante, un creyente más débil tal vez no pueda comer de estas cosas debido a lo débil de su conciencia. Quizás esta persona todavía prefiera ceñirse a una dieta religiosa y se rehúse a comer aquello que la ley consideraba inmundo. Es posible que esta persona se rehúse incluso a tocar aquello que fue sacrificado a los ídolos y no quiera quebrantar el día de reposo. No obstante, independientemente de cuán débil sea este creyente, ustedes tienen que darse cuenta de que siempre y cuando esta persona sea un verdadero hermano, usted tiene que recibirlo. Él es su hermano más débil. No lo acuse. En todo caso, usted debería echarle la culpa al Padre que lo engendró. Ya que el Padre lo aceptó, ¿quién es usted para excluirlo? Si usted lo excluye, eso hace de usted una persona sectaria y hace de aquellos con quienes usted se reúne una secta.
El capítulo 14 también nos dice que la vida de iglesia es la práctica del reino de Dios. El reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo (véase Romanos 14:17 y la nota 1 en la Versión Recobro). La vida de iglesia como práctica del reino hoy se orienta en tres direcciones: una es con respecto a uno mismo, la otra es con respecto a los demás y la tercera es con respecto a Dios. El reino de Dios consiste en aplicar la justicia a uno mismo, en tener paz para con los demás y en manifestar gozo delante de Dios en nuestro espíritu. Una vida de iglesia que sea la práctica del reino de Dios se orienta en estas tres direcciones. El capítulo 15 va más allá y nos dice que tenemos que recibir a todos los creyentes según Cristo (v. 7). Tenemos que ser lo que Cristo es y hacer lo que Cristo hace. Después, se nos muestra que toda la iglesia será santificada y ofrecida a Dios para Su satisfacción (v. 16). Finalmente, en el capítulo 16 podemos ver que la iglesia local apropiada es expresión del Cuerpo de Cristo. En Romanos 16 vemos las iglesias locales y vemos a los santos que viven en la iglesia viviente. Si usted vive en Cencrea, tiene que ser un miembro de la iglesia que está allí (v. 1). Si usted vive en Roma, tiene que ser un miembro de la iglesia que está en Roma (v. 5). Otras iglesias son asimismo mencionadas en el capítulo 16 (vs. 4, 16).
La presente comunión debe servir para darnos una clara visión panorámica del libro de Romanos. El Evangelio de Juan y Apocalipsis son también muy buenos ejemplos de otros libros de los cuales debemos tener una visión panorámica. Tenemos que adquirir una visión panorámica de todos los libros del Nuevo Testamento.