
Como ya dijimos, la así llamada teología del cristianismo actual no consiste en una sola escuela teológica; la teología cristiana comprende por lo menos cuatro corrientes teológicas principales. La teología católica es una escuela teológica importante, la cual podríamos llamar teología sacramental. Después, existe la teología reformada, que se basa mayormente en las enseñanzas de Juan Calvino. Esta clase de teología está estrechamente vinculada a la Reforma, tal como se inició bajo el liderazgo de Martín Lutero. Luego, podemos ver la teología dispensacional, que es la teología de la Asamblea de los Hermanos. La Asamblea de los Hermanos concuerda con Calvino en lo referido a la predestinación, pero no concuerda completamente con la teología reformada. Por último, tenemos lo que llamaría la teología secular, la cual no es enseñada en los seminarios teológicos ni en los institutos bíblicos sino en las facultades de teología de las universidades seculares. A mi parecer, su enseñanza teológica es de índole secular. Incluso algunas facultades de teología no están dedicadas únicamente a la teología, sino que, más bien, se desenvuelven en el ámbito literario al estudiar la Biblia. Podríamos llamar a esta clase de teología, la teología académica. Todos los libros de teología que han sido publicados y que están disponibles hoy en día pertenecen a una de estas cuatro principales escuelas teológicas. Actualmente, en los Estados Unidos, podemos detectar todas estas clases de teologías con sus respectivos seguidores.
Incluso entre las publicaciones cristianas hoy en día la situación es muy confusa. Es difícil decir cuál de estas escuelas teológicas es fundamentalista. Algunos dicen ser fundamentalistas e incluso usan el término “doctrina ortodoxa”, pero para otros la doctrina ortodoxa la conforman únicamente las enseñanzas impartidas directamente por el Señor Jesús a Sus discípulos mientras estuvo en la tierra. Si éste fuera el caso, sin embargo, más de la mitad de los libros del Nuevo Testamento tendrían que ser eliminados. Catorce de los veintisiete libros del Nuevo Testamento fueron escritos por Pablo, quien no estaba entre los doce mientras el Señor Jesús estuvo en la tierra durante los tres años y medio de Su ministerio terrenal. Esta clase de pensamiento sobre la doctrina ortodoxa es completamente errado. Hace algunos años, en cierta conferencia, un grupo de cristianos enarboló una pancarta en la que declaraban: “No seguimos a Pablo, seguimos a Cristo”. Asimismo, hace algunos años se celebró una conferencia en Chicago en la que se hizo un llamado a retornar a los primeros concilios celebrados por la iglesia antes de que se estableciera el sistema del papado.
Si procuramos ayudar a los creyentes en el recobro del Señor haciendo uso de estos libros, existen dos peligros. En primer lugar, sin habérnoslo propuesto, llevamos al recobro del Señor de regreso a los viejos libros que el recobro del Señor ya tomó en cuenta. Desde los tiempos del hermano Nee y pasando por nuestros sesenta años de historia, hemos revisado todos esos libros. No quiero decir que desde los días del hermano Nee hayamos podido leer todo libro; eso es imposible. Sin embargo, principalmente gracias a la labor del hermano Nee, que consistió en revisar miles de libros espirituales y estudios expositivos de la Biblia, el recobro del Señor ha revisado todos aquellos escritos antiguos. Además, el hermano Nee también tuvo comunión conmigo con respecto a sus investigaciones, y yo aprendí mucho de él. Ciertamente, siento un gran aprecio por el hermano Nee. En toda mi vida cristiana jamás conocí a alguien que tuviese un discernimiento espiritual tan agudo como el suyo. Él verdaderamente sabía seleccionar su material de lectura, y entre los libros que leía, sabía escoger rápidamente los que eran útiles. Por eso puedo afirmar que el recobro del Señor ha revisado todos esos escritos antiguos si los consideramos como un todo colectivo. Aunque yo no estudié en un instituto bíblico ni en una escuela teológica, puedo hacer un análisis de la así llamada teología del cristianismo actual. Muchos de esos escritos antiguos son muy buenos, pero algunos no son tan buenos e inducen al error, nos distraen de la meta, nos impiden seguir avanzando e, incluso, algunos de ellos destruyen nuestra fe.
En segundo lugar, existe el peligro de hacer retroceder al recobro del Señor en lugar de hacerlo avanzar. Desde que empezamos a revisar estos libros, el Señor comenzó a mostrarnos nuevas cosas. La historia nos muestra que el recobro del Señor no comenzó con Martín Lutero, sino que en realidad comenzó en el siglo XIV. Desde entonces, el Señor ha venido recobrando la verdad de manera continua a lo largo del tiempo, y este proceso no llegó a su fin con Lutero ni con ninguna otra persona. No obstante, el problema estriba en que los seguidores de algunos de estos hermanos que fueron fieles al Señor, si bien recibieron cierta luz a través de ellos, se estancaron en aquello que habían recibido. Los seguidores de Lutero se estancaron en la fe luterana, y los seguidores de John Wesley se estancaron en la fe metodista. Incluso los seguidores de la Asamblea de los Hermanos se estancaron en las enseñanzas de Darby, pero el Señor no quiso detenerse y jamás se ha estancado. Él siguió avanzando más y más. El hermano Nee me dijo que en su época el Señor no podía avanzar en Europa ni en los Estados Unidos, por lo cual se vio obligado a ir a China, “a tierras paganas”. El hermano Nee consideraba que en aquella época, en lo concerniente al recobro del Señor, China era “tierra virgen”. Me dijo que el Señor estaba obligado a venir a tierra virgen para llevar adelante Su recobro. No cabe ninguna duda al respecto, pues cuando estuve con el hermano Nee lo que vi era algo completamente nuevo. Lo que vi no era algo nuevo en la Biblia, sino algo nuevo para nosotros en términos de lo que se había descubierto y de lo que había sido recobrado de las verdades contenidas en la Biblia. Incluso en los últimos veintidós años en los Estados Unidos han habido un número de recobros y descubrimientos cruciales con respecto a las verdades bíblicas. El recobro del Señor avanza y no retrocede.
El salón de reuniones en la ciudad de Anaheim fue diseñado originalmente para acomodar una gran biblioteca en el primer piso. Yo pensaba llenar esta biblioteca con todos los libros clásicos cristianos, desde los escritos de los padres de la iglesia hasta los libros más recientes. Además, me había propuesto contar con tres o más lectores, los cuales leerían todo lo que estos libros tienen que decir con respecto a ciertos temas principales, tales como el Dios Triuno, por ejemplo. Ellos leerían estos libros, harían anotaciones y, de ser necesario, fotocopiarían ciertos párrafos. Esto permitiría que toda vez que escribiéramos algo para alguna publicación no tendríamos que dedicar tiempo excesivo a consultar aquellos libros, sino que bastaría con que acudiéramos a nuestro cuaderno. Esto podría ahorrarnos mucho tiempo al escribir sobre tales temas. Entonces se divulgó la noticia de que entre nosotros se había suscitado cierta tendencia. Los santos pensaron que estábamos retornando a las antiguas doctrinas e incluso hubo algunos que me dijeron: “Esto es muy bueno, pues demuestra a las personas que no solamente tenemos los escritos de Witness Lee, sino también los escritos del cristianismo”. Cuando escuché esto, de inmediato decidí detener todo cuanto había planeado al respecto. Incluso había comprado una colección de escritos en latín en microficha, la cual era bastante cara, y hasta hice construir una mesa especial donde se leerían las microfichas; pero después que tomé esta decisión, devolví dicha colección. La razón por la cual me detuve fue porque vi que existía el peligro de hacer retroceder al recobro. Entonces, no avanzaríamos, sino que retrocederíamos. Sin embargo, gradualmente, fuimos coleccionando los libros de consulta necesarios, y adquirimos así todo lo que era necesario.
También indiqué enfáticamente que debíamos exhortar a nuestros jóvenes a aprender los lenguajes bíblicos: el hebreo y el griego. De ser posible, ellos debían aprender también el lenguaje teológico del latín. Hice tal exhortación porque sabía que, a la larga, el recobro del Señor necesita obtener el conocimiento básico de las verdades bíblicas. A fin de adquirir tal conocimiento básico de manera cabal y completa, nuestros jóvenes tienen que aprender el hebreo para estudiar el Antiguo Testamento, el griego para estudiar el Nuevo Testamento y el latín para estudiar los primeros escritos teológicos. Mi exhortación en el sentido de que debemos estudiar estos lenguajes fue también, en cierta medida, mal entendida. Además, hubo quienes pensaron que yo quería que ellos regresaran a los libros de tiempos antiguos, por lo cual comenzaron a coleccionarlos.
Hubo dos jóvenes que me manifestaron su entusiasmo por estudiar estos libros antiguos. Ellos me pidieron que les diera una lista de todos los libros de consulta y estudios expositivos que debían estudiar. De inmediato les respondí que no les daría esa lista. Les aconsejé, más bien, que se esforzaran al máximo por aprender primero el griego y después, si les era posible, el hebreo. No incluí el latín pues no es tan importante. También les dije que si ellos eran serios en lo relacionado con el Señor y Su verdad, tenían que dedicar unos cinco años al estudio de todo lo que el recobro del Señor había publicado. Les dije que debían dedicar dos horas diarias a estudiar el Estudio-vida y la Versión Recobro, incluyendo las notas de pie de página y las referencias paralelas de esta última. Finalmente, les aconsejé que volvieran a verme después de haber terminado tales estudios y les daría una lista de buenos libros de consulta. Les dije esto debido a que, para entonces, ellos habrían sido debidamente educados y se habría formado en ellos un fundamento firme en cuanto a la verdad. Entonces, ellos poseerían el mejor de los discernimientos. Ellos podrían leer aquellos libros de consulta e inmediatamente discernir si son de alguna ayuda o, más bien, representan un estorbo.
De hecho, tenemos que darnos cuenta de que en los escritos teológicos más antiguos es posible encontrar diferentes terminologías y expresiones, pero no encontramos nada nuevo en cuanto concierne a la verdad. En los últimos sesenta años, por la misericordia del Señor, hemos captado todos los elementos básicos relativos a los asuntos divinos y espirituales. Después que usted tenga una buena base en lo concerniente a las verdades básicas de la revelación divina, usted habrá sido plenamente establecido. Entonces podrá remontarse al pasado a fin de ver lo contenido en los libros antiguos. Los elementos positivos de estos libros reforzarán y confirmarán lo que usted ya ha visto y enriquecerán su vocabulario de tal modo que usted pueda mostrarles a las personas lo que es correcto. Entonces, usted ya no podrá ser inducido al error.
Si regresamos a lo viejo sin la debida consideración, corremos el riesgo de abrir la puerta para que todos los santos retrocedan a lo viejo. Si no somos el recobro del Señor, ciertamente será necesario recurrir a todo lo viejo, pues, de otro modo, no poseeríamos nada. Los seminarios de hoy en día enseñan a sus estudiantes a leer las viejas publicaciones. Ellos estudian la historia de la iglesia, la historia de la teología y los escritos de los padres de la iglesia. Ellos obtienen títulos en teología, hebreo, griego, historia de la iglesia y otras especialidades. Los seminarios otorgan doctorados, pero todos esos títulos son referidos a las viejas cosas. En realidad, lo que tales instituciones hacen es impedir que el Señor avance. Las enseñanzas teológicas de hoy simplemente impiden que el Señor avance en Su obra de recobro. No digo que todos los libros publicados en el pasado sean malos; algunos de ellos probablemente sean buenos, pero son viejos. Algunos de ustedes se graduaron de un seminario y pueden testificar que allí no recibieron nada avanzado ni mejorado. Todo lo que recibieron era viejo.
Leer los libros antiguos de otros requiere una medida significativa de discernimiento apropiado. Desde que vine a los Estados Unidos, en mis mensajes rara vez hice referencia a otros escritos. Hice esto a propósito. Sin embargo, tuve suficiente paz, y todavía la tengo, como para remitirlos a libros como The Spirit of Christ [El Espíritu de Cristo] de Andrew Murray, por ejemplo. Cuando estaba escribiendo las notas para el libro de Lucas, pedí a mis ayudantes que acudieran a Dean Alford en relación con cierto punto. Hice uso de Dean Alford con mucha frecuencia, pero una de sus interpretaciones sobre cierto pasaje es totalmente errónea. Esto nos muestra que es imprescindible que ejerzamos el discernimiento apropiado al leer los escritos teológicos de otros autores.
El primer año de mi estudio de la Biblia y de los así llamados temas teológicos fue el año 1925. Los libros que recibí primero procedían principalmente de la teología reformada. Tenía gran interés y me sentía muy urgido por conocer las siete parábolas relatadas en Mateo 13. Coleccioné los libros que los teólogos reformistas habían traducido al idioma chino. Sus enseñanzas teológicas me decían que la levadura a la que se hace referencia en Mateo 13:33 era algo muy bueno, pues afirmaban que ella representaba la influencia ejercida por el cristianismo, la influencia ejercida por las verdades bíblicas o la introducción del evangelio. A la postre dicho evangelio ejercería influencia en el mundo entero, y el mundo se convertiría en un lugar utópico. Ellos también afirmaban que el gran árbol descrito en Mateo 13:31-32 era un elemento muy positivo. Yo reflexionaba sobre tales enseñanzas.
Un año después, comencé a frecuentar la Asamblea de los Hermanos. Ellos me enseñaron justamente lo opuesto. Al comienzo, me preguntaba quién estaría en lo correcto. Los libros de teología reformada habían sido traducidos al chino por los misioneros y fueron publicados por la principal casa de publicaciones cristiana que había en Shanghai; sin embargo, la congregación local de la Asamblea de los Hermanos a la cual yo asistía, era muy pequeña. Había allí un viejo hermano británico que enseñaba todo el tiempo. Así pues, tenía que sopesar ambas enseñanzas para decidir cuál de ellas debía aceptar.
Yo pasé por esta etapa en la que, por un tiempo, recibí interpretaciones de la Biblia y conceptos aparentemente bíblicos que eran erróneos; así pues, esto me sirvió para aprender algo. No me gusta ver que el recobro del Señor retroceda y sea llevado de regreso a los viejos escritos. Tampoco me gusta ver que las nuevas generaciones retrocedan y sean llevadas de regreso a lo viejo, de modo que su ser sea ocupado con esas cosas. Tenemos que darnos cuenta de que únicamente tenemos una sola vida que vivir. Incluso si usted tuviera dos o tres vidas, no podría leer todos los libros cristianos que se han publicado. No me agrada ver que las personas sean dirigidas erróneamente a leer algo que les va hacer perder el tiempo.
Por la misericordia del Señor, ha habido una especie de labor experimental realizada por el hermano Nee y nosotros. Ello nos ha permitido captar los elementos más básicos y necesarios concernientes a los asuntos celestiales, espirituales y divinos. Hemos publicado todas estas cosas no en un formato académico, sino en uno que pueda ser entendido por los “legos”; de hecho, un formato así era el usado por Juan en su Evangelio.
Mi carga es brindar el mejor de los cuidados a nuestros jóvenes. No debemos exponerlos al peligro de que su ser sea ocupado por las cosas erróneas. Nosotros tenemos un sistema puro de publicaciones en el que se hallan comprendidos todos los aspectos más importantes relativos a los asuntos celestiales, espirituales y divinos. Estas publicaciones son muy adecuadas para todos los santos más jóvenes, pues les permite echar buenos cimientos y contar con una base firme y estable. Luego, ellos podrán seguir avanzando, no para aprender más cosas procedentes de los viejos libros, sino para revisar los viejos libros y ser confirmados en cuanto a sus creencias.
Es arriesgado y peligroso que nosotros, sin reflexión alguna, dirijamos a los jóvenes a leer los libros antiguos; esto no es seguro. Nuestros jóvenes pueden, más bien, hacer uso de ciertos libros de consulta, tales como los diccionarios, glosarios y concordancias. Casi todos los diccionarios tienen aportes positivos. Sin embargo, ningún diccionario es completo y no hay dos parecidos; así pues, ustedes jamás deberían sentirse satisfechos con consultar un solo diccionario. Tienen que usar más de un diccionario. Cuando ustedes investiguen una palabra, no se sientan satisfechos con la definición que le da un solo diccionario; tienen que consultar otros diccionarios. Estos son los únicos instrumentos de consulta que recomendaría para el uso de los jóvenes: los diccionarios, los diccionarios de idiomas y la concordancia de la Biblia. Ustedes deben usar todos estos libros de consulta comparándolos unos con otros. Esto sí les será de ayuda.
Esto no quiere decir que seamos excluyentes o estrechos. Pero sí quiere decir que no permitiremos que ustedes sufran perjuicio o daño alguno. Tengo que reiterarles que a fin de comprender la tipología bíblica, tienen que aprender primero ciertos principios, lo cual será una salvaguardia para ustedes. Asimismo, a fin de poder interpretar las profecías es imprescindible que ustedes conozcan los principios de interpretación fundamentales, y sólo entonces serán salvaguardados. A fin de interpretar cualquier versículo de la Biblia, ustedes tienen que ceñirse al principio básico acatado por todo maestro competente de la Biblia. Este principio único y fundamental consiste en que es necesaria la Biblia entera para interpretar cualquier versículo. En primer lugar, ustedes deben conocer el contexto de ese versículo, luego deben conocer el contexto de ese libro, y finalmente deberán tener una visión panorámica de toda la Biblia. Entonces ustedes serán salvaguardados al interpretar cualquier versículo.
Sin embargo, afirmar esto es fácil. Aquellos que declaran que el Padre mencionado en Isaías 9:6 es el Padre de la eternidad y no el Padre en la Deidad, también podrían afirmar lo mismo. Es decir, ellos también podrían decir que para interpretar la Biblia uno tiene que prestar atención al contexto del versículo, al contexto del libro y al contexto representado por toda la Biblia. Pero, en realidad, cuando ellos interpretan Isaías 9:6, no aplican este principio.
Al interpretar o explicar cualquier pasaje bíblico —incluso un solo versículo de la Biblia—, si no aplicamos este principio básico, no estaremos a salvo de cometer errores, incluso errores garrafales. Me gustaría poder dedicar un poco más de tiempo para mostrarles de qué manera yo tomé en cuenta este principio fundamental al realizar un estudio adicional de Isaías 9:6, tal como detallo a continuación.
Puesto que este versículo está escrito en la manera poética que es propia del hebreo, y la poesía hebrea con frecuencia se vale de expresiones en pares, podemos percatarnos de que las primeras dos cláusulas: “un niño nos es nacido, hijo nos es dado”, forman el primer par. Si simplemente dijéramos que un niño nos es nacido, no sabríamos si es un varón o una mujer. La segunda mitad del primer par: “hijo nos es dado”, define el género del niño. Las expresiones nacido y dado también forman un par mediante el cual se nos indica que haber nacido implica haber sido dado. No obstante, aquí hay un sutil contraste. No podríamos afirmar que haber nacido es simplemente ser dado, ni tampoco que ser dado sea simplemente haber nacido. Existe, pues, un contraste que debe ser tomado en cuenta. De la misma manera hijo difiere de simplemente niño. La expresión un hijo es más rica en significado que la expresión un niño. Un hijo puede ser un niño, pero un niño no es necesariamente un hijo. Así pues, un niño nos es nacido, pero es un hijo el que nos es dado, lo cual concuerda con Juan 3:16 donde se nos dice que Dios nos dio a Su Hijo unigénito.
El hijo en este versículo tiene dos significados principales. El primero es que el hijo es nacido de una virgen humana (Is. 7:14; Mt. 1:23); el segundo, que el hijo es también el Hijo del Altísimo. El ángel Gabriel le dijo a María, en Lucas 1:32, que Aquel concebido en su vientre sería llamado Hijo del Altísimo. En este sentido, el hijo no nacería, sino que nos sería dado; pero el hecho de ser dado está en directa relación con el hecho de haber nacido. El hijo en calidad de hijo de María, y en tanto poseedor de la naturaleza humana, “nos es nacido”; y el hijo en calidad de Hijo del Altísimo, y en tanto poseedor de la naturaleza divina, “nos es dado” en virtud de que el hijo de María naciera. Este Hijo maravilloso no solamente nació de una fuente humana, sino que nos fue dado procedente de una fuente divina. Él es tanto humano como divino. Éste es el Mesías que Dios prometió a Israel (Jn. 1:41, 45), el cual es Jehová mismo, quien —en virtud de haber nacido de una virgen humana (Is. 7:14)— es el hombre llamado Jesús, es decir, Jehová el Salvador (Mt. 1:21-23), a fin de ser el Cristo en la economía neotestamentaria de Dios (v. 16). Como tal, Su nombre es: “Admirable Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz”. Según la composición en el hebreo, Admirable Consejero [la versión Reina Valera 1960 pone una coma entre Admirable y Consejero, la cual debería omitirse] y Dios fuerte deberían conformar un solo par, mientras que Padre etern o y Príncipe de paz deberían conformar otro par. Este maravilloso Mesías, en calidad de niño nacido a los hijos de Israel y de hijo dado a ellos, es un Consejero, incluso un Admirable Consejero para ellos, el cual les da admirables consejos todo el tiempo y realiza todo cuanto ellos necesitan. Además, para ellos Él es Dios, incluso Dios fuerte, el cual puede llevar a cabo cualquier cosa que les haya aconsejado en calidad de Consejero. Él también es su Padre, el origen de ellos desde la eternidad, quien los cría y cuida todo el tiempo desde la eternidad pasada y por todas las generaciones. Él es también un Príncipe para ellos, quien es su paz, les da paz y los conduce a la paz.
La expresión Padre eterno no denota el Padre de la eternidad, sino al Padre que es eterno, y Príncipe de paz no denota al Príncipe de la paz, sino al Príncipe que es paz. El Mesías, el cual es Admirable Consejero y Dios fuerte para Su pueblo Israel, no es el Padre de la eternidad, sino Padre eterno para los Suyos. Conforme al contexto de Isaías 9:6, todo aquello que el Mesías es, lo es para Su pueblo. Él es el Admirable Consejero de Su pueblo, el Dios fuerte de Su pueblo, el Príncipe que es paz a Su pueblo y el Padre eterno para Su pueblo, no el Padre de la eternidad. Esto concuerda con el contexto del libro de Isaías y, más específicamente, con Isaías 63:16 y 64:8. Afirmar que la expresión Padre eterno significa Padre de la eternidad, o que ello indica que Él es el origen de toda creación, simplemente no coincide con el contexto tanto de este versículo, Isaías 9:6, como de todo el libro de Isaías. Tal clase de interpretación es como un objeto extraño incrustado en un cuerpo vivo. Todo cuanto se declara en Isaías 9:6 está en directa relación con Israel, el pueblo del Mesías, y no con la creación en general. Así pues, el Padre eterno mencionado en este versículo debe necesariamente ser el Hijo a fin de poder ser el Padre eterno de Su pueblo.
Espero que esto les muestre que no es tan fácil interpretar la Biblia, especialmente un versículo como Isaías 9:6. No recurran a los libros antiguos de manera superficial ni depositen su fe en aquello que ustedes puedan captar en esos libros meramente en virtud de su actual discernimiento.
La Palabra santa de Dios es rica y profunda. Se requieren más descubrimientos y visiones con relación a nuestra búsqueda de las verdades contenidas en las santas Escrituras. Quisiera compartir con ustedes uno de mis descubrimientos adicionales.
Cuando el hermano Nee me pidió que permaneciera con él por unos meses en Shanghai a fin de empezar a laborar junto a él, así lo hice. Mientras estuve allí, el hermano Nee hizo varias cosas con el propósito de ponerme a prueba y saber dónde me encontraba yo, qué era y cuánto podía hacer. Una de las pruebas estuvo relacionada con una reunión de evangelismo especial que la iglesia en Shanghai decidió celebrar. Yo estaba feliz con esta decisión, pues quería escuchar al hermano Nee predicar el evangelio. En aquel tiempo, me alojaba en los altos del salón de reuniones y estaba lleno de expectativa por escuchar al hermano Nee predicar el evangelio aquella noche. Menos de treinta minutos antes de la cena, un hermano golpeó mi puerta y me entregó una nota de parte del hermano Nee. La nota simplemente decía: “Witness, por favor dé el mensaje esta noche”. Yo no tenía la menor idea de que se me iba a pedir dar el mensaje, y la reunión se celebraría poco después de la cena. El hermano Nee no me dijo que quería que yo predicase sino hasta el último minuto. Yo no sabía qué era lo que el Señor quería que predicara. Pero al final, sentí la carga de predicar sobre Juan 16:8-11. Estos versículos nos dicen que cuando el Espíritu venga, “convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no creen en Mí; de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado”. Cuando surgió en mí tal apremio, me sentí contento y fortalecido. Ello me dio confianza.
Aquella noche, le dije a las personas que el pecado se relaciona con Adán (Ro. 5:12). Nosotros nacimos del pecado en Adán, y mientras permanezcamos en Adán, somos pecaminosos. La justicia se relaciona con el Cristo resucitado. En Juan 16:10 el Señor dice que el Espíritu convencerá al mundo de justicia pues Él va al Padre. Esto apunta a Su resurrección y ascensión, lo cual nos da a entender que la redención ha sido plenamente lograda. Por tanto, si creemos en Él, Él es justicia para nosotros (1 Co. 1:30) y somos justificados en Él (Ro. 3:24; 4:25). Si creemos en Él, seremos trasladados de Adán, donde nos encontrábamos en nuestra condición pecaminosa, a Cristo, donde tenemos una posición de justicia. Que el Espíritu convenza al mundo de juicio, hace referencia a Satanás. Satanás ha sido juzgado y será eternamente juzgado. Así pues, si no nos arrepentimos del pecado en Adán y no creemos en Cristo, el Hijo de Dios, permaneceremos en pecado y seremos partícipes del juicio efectuado sobre Satanás por la eternidad (Mt. 25:41). Por tanto, el pecado, la justicia y el juicio en realidad se refieren a tres personas: Adán, Cristo y Satanás. Estos son los aspectos principales del evangelio. Nosotros nacimos en Adán, y ahora tenemos que creer en Cristo para ser trasladados de Adán a Cristo. Si no lo hacemos, seremos partícipes del juicio eterno reservado para Satanás.
Cuando me puse de pie para dar el mensaje, pude notar que el hermano Nee no estaba allí. Un largo tiempo después, mientras caminábamos y conversábamos juntos, él me contó que mientras yo predicaba aquella noche sobre Juan 16, él estaba de pie escuchándome del otro lado de la puerta más cercana a mí. Apenas la puerta nos separaba, y él me dijo que había prestado atención a mi mensaje. También me dijo que en China no habían muchos maestros cristianos que conocieran la Biblia de este modo, y me alentó a proseguir en el cometido de predicar y enseñar la verdad. En aquella ocasión, tal experiencia verdaderamente constituyó un descubrimiento adicional y una visión adicional con respecto a que, en Juan 16, el pecado, la justicia y el juicio se refieren a Adán, Cristo y Satanás. Esto tuvo lugar en 1934.