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Mensajes del libro «Entrenamiento para ancianos, libro 05: Comunión con respecto al mover actual del Señor»
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CAPÍTULO CINCO

LA MUTUALIDAD Y EL HABLAR REQUERIDO PARA LAS REUNIONES DE LA IGLESIA

  En el Nuevo Testamento, dos de los libros en los que se describe la manera cristiana de reunirse son Hechos y 1 Corintios. Hechos 2:46 dice: “Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan de casa en casa, comían juntos con alegría y sencillez de corazón”. Hechos 5:42 dice: “Y todos los días, en el templo y de casa en casa, no cesaban de enseñar y anunciar el evangelio de Jesús, el Cristo”. Los creyentes tenían como práctica enseñar y predicar de casa en casa. Después, en 1 Corintios 14 se describe la manera en que los cristianos se congregan cuando “toda la iglesia se reúne en un solo lugar” (v. 23); en el versículo 26 de este mismo capítulo Pablo dice: “Cuando os reunís, cada uno de vosotros tiene salmo, tiene enseñanza, tiene revelación, tiene lengua, tiene interpretación. Hágase todo para edificación”.

LA MANERA DE REUNIRSE SEGÚN FUE INVENTADA, ORDENADA Y CREADA POR DIOS

  Recientemente dediqué cierto tiempo a revisar el Nuevo Testamento en relación con la manera en que se reunían los creyentes. Al hacer esa revisión, descubrí que en los primeros días, la manera de reunirse inventada y dispuesta por el Espíritu para los creyentes estuvo basada en dos principios o factores: la mutualidad y el hablar. La mutualidad y el hablar son los principios o factores básicos mediante los cuales, o con los cuales, nosotros debemos reunirnos. Una reunión de la iglesia en la que no haya mutualidad ni tampoco un hablar mutuo, es una reunión que va por rumbo equivocado.

  En Hechos, en cuanto los tres mil fueron añadidos a la iglesia, comenzaron a reunirse. Por un lado, ellos se reunían en un lugar público como el templo; por otro, se reunían en los hogares. De hecho, la expresión usada en Hechos no es simplemente que ellos se reunían “en los hogares”, sino “de casa en casa”. Esto indica que ellos se reunían en todas las casas. Ellos no seleccionaron algunos hogares que consideraban apropiados o buenos para reunirse; más bien, se reunían de casa en casa sin preferencias particulares.

  La reunión que celebraban en el templo no correspondía a la manera cristiana de reunirse. La manera cristiana de reunirse era de casa en casa. Esta práctica era por completo algo nuevo; no era algo que se practicaba en la religión judía. En la religión judía, su práctica consistía en celebrar grandes reuniones. El día de Pentecostés, Pedro hizo uso del templo debido a que resultaba conveniente para predicar el evangelio y enseñar la Palabra. Mediante tal reunión en público muchos fueron traídos a la vida de iglesia. Sin embargo, una vez que ellos se convirtieron en creyentes de Cristo y fueron bautizados, comenzaron a reunirse de la manera iniciada, inventada y ordenada por el Espíritu. Para entonces, estos creyentes estaban llenos del Espíritu, así que todo cuanto hacían procedía del Espíritu. Debemos considerar esta manera de reunirse de casa en casa como algo inventado y ordenado por el Espíritu. En esta manera de reunirse había la mutualidad y el hablar, incluso había mutualidad en el hablar.

  Los ciento veinte no tenían manera de cuidar de las reuniones celebradas en las casas de esas tres mil personas. Estoy convencido que seguramente hubieron de ochocientas a mil casas. ¿Cómo podrían ciento veinte personas cuidar de tantas reuniones pequeñas? Sin duda alguna, todos los recién convertidos y bautizados se congregaban por sí mismos y participaban hablando la palabra en sus reuniones. Ellos apenas habían escuchado ese único mensaje dado por Pedro. ¿Creen acaso que ellos continuaban hablando sobre la ley después de haber sido bautizados el día de Pentecostés? No pienso que ellos hablaban en estas reuniones conforme a lo dicho en el Antiguo Testamento. Ellos llegaron a ser una nueva clase de persona. Tal vez ellos hayan hecho referencia al Antiguo Testamento, pero con toda certeza hablaban sobre lo que Pedro les dijo aquel día. Si bien Pedro, al hablar, hizo referencia al Antiguo Testamento, el Antiguo Testamento no era su mensaje; más bien, él les habló a los nuevos creyentes del Cristo crucificado, resucitado y ascendido. El tema principal de lo dicho por Pedro era que Cristo se encarnó, llevó una vida humana en esta tierra, fue crucificado, resucitó y ascendió. Debido a lo que estas tres mil personas escucharon aquel día, se convirtieron en creyentes de Cristo. Cuando ellos se reunieron aquella misma noche, con toda certeza hablaron de lo mismo que Pedro les habló, y continuaron hablando de casa en casa y de día en día. Repito, estos recién convertidos llegaron a ser personas totalmente nuevas. Aun cuando traían consigo el bagaje de su religión judía y de la manera judía de reunirse en grandes congregaciones, debido a que fueron bautizados y creyeron, sus conceptos fueron totalmente renovados. Como resultado de ello, se reunían en sus hogares y comenzaron a hablar de las cosas que habían escuchado en las grandes reuniones.

  Hoy en día en los Estados Unidos existe una fuerte influencia de parte del cristianismo, la cual afecta a todas las personas. Algunos pueden ser salvos mediante nuestra predicación del evangelio y quizás nosotros los bauticemos inmediatamente. Si ellos fuesen a retornar esa misma noche a fin de participar de la reunión de la mesa del Señor, seguramente traerían consigo el pensamiento preocupante de que tiene que haber un pastor o una persona que se encargue de hablar y que ellos solamente vienen a asistir a un “servicio” religioso. Este concepto anula la función que a ellos les corresponde. Si nuestra práctica se desarrolla conforme a tal concepto, de modo que al hacer uso de la palabra no lo hacemos conforme al principio de mutualidad, entonces, lejos de aprender a hablar en las reuniones, los nuevos creyentes simplemente se reafirmarán permanentemente en su práctica de no tomar la palabra en las reuniones. Un cierto número de nosotros hemos tomado la palabra en el recobro y nuestro hablar verdaderamente a ido en desmedro de la función que deben desempeñar todos los santos, especialmente los nuevos creyentes. En un buen sentido, al tomar la palabra hemos conseguido ayudar a las personas, pero en otro sentido, en un sentido más amplio e importante, nuestro hablar realmente ha anulado la función que le corresponde a tantos creyentes.

  En el movimiento pentecostal se habla mucho durante sus reuniones, pero ¿qué clase de hablar es éste? ¿Se imparte acaso la palabra de sabiduría concerniente a las cosas profundas de Dios, o se imparte la palabra de conocimiento concerniente a Cristo tal como lo hizo el apóstol Pablo (1 Co. 12:8)? De ninguna manera. Lo que anhelamos que se practique en el recobro del Señor es el auténtico hablar de la Palabra divina. A la Palabra siempre le sigue el Espíritu. Génesis 1 dice primero que Dios creó los cielos y la tierra, y que después, el Espíritu de Dios se cernía sobre las aguas (vs. 1-2). Fue entonces que Dios dio una palabra al decir: “Sea la luz; y fue la luz” (v. 3). En la vieja creación, Dios, el Espíritu y la Palabra operaron conjuntamente a fin de producir la creación. Ocurre lo mismo en el Nuevo Testamento. Dios, el Espíritu y la Palabra operan conjuntamente a fin de producir la nueva creación. Tenemos que predicar la Palabra, proclamarla. Cuando la Palabra es proclamada, el Espíritu la respalda, el Espíritu le da seguimiento y el Espíritu opera. En nuestras reuniones, no debemos proclamar la Palabra divina de manera individual, sino según el principio de mutualidad. Lo que debe prevalecer es tal mutualidad, no el individualismo. Tenemos que “matar” todo individualismo. La manera individualista de proceder es la senda tradicional, la cual corresponde al cristianismo que ha caído en degradación.

  La manera de reunirse inventada y ordenada por Dios se caracteriza por el hecho de que se lleva a cabo en mutualidad y porque todos hablan. Ésta es la manera de reunirse creada por Dios. Nadie puede mejorar lo que Dios creó. Todos los años vemos que el diseño de los automóviles es mejorado, pero ¿quién podría mejorar la manera en que Dios diseñó al hombre? Debido a que el hombre es creación de Dios, nadie puede mejorar Su diseño. Lo mismo sucede con los cielos y la tierra. Nadie puede mejorarlos, pues fue Dios quien los creó. Esto también es cierto con respecto a todos los principios y leyes naturales que fueron creados y dispuestos por Dios. Nadie puede cambiarlos. Los hombres únicamente pueden desdeñar tales principios o no darles la debida importancia, pero jamás podrán alterarlos.

  Reunirse según el principio de mutualidad y de que todos hablen, corresponde a lo ordenado por Dios. Nadie puede mejorar esta manera de reunirse. Ésta es la mejor manera de reunirse, pero el cristianismo degradado ha desechado esta práctica. Ahora nosotros, los que somos partícipes del recobro del Señor, tenemos que recobrar esto a cualquier precio. Tenemos que anular todo individualismo en nuestras reuniones.

  Vimos este asunto hace más de cincuenta años. El hermano Nee nos alentó a poner en práctica esta manera de proceder, pero nosotros, de algún modo, neutralizamos tal práctica. No teníamos un solo orador; pero en lugar de ello, teníamos tres o cuatro oradores. El principio de mutualidad únicamente se aplicaba entre esas tres o cuatro personas. La mayoría todavía seguía “desempleada”. Las funciones propias de los que se reunían con nosotros fueron aniquiladas a causa de nuestra práctica. Ahora, tenemos que regresar por completo a la manera de reunirse inventada y ordenada por Dios a fin de poner fin a la manera tradicional de reunirse. Tenemos que promover la manera de reunirse que fue ordenada por Dios.

  Para ello, no basta con simplemente cambiar el horario de nuestras reuniones. Tenemos que aprender a prepararnos para cada reunión. No debemos pensar que reunirse los domingos por la mañana sea erróneo. Que esto sea un error depende de la manera en que nos reunamos. Si seguimos reuniéndonos según la manera antigua de reunirse conforme a la cual se habla en las reuniones de manera individualista, entonces nos equivocamos. Tenemos que aprender a celebrar las reuniones del domingo por la mañana de tal manera que haya mutualidad en el hablar. Esta clase de reuniones que se llevan a cabo en mutualidad y con la participación de todos al tomar la palabra, logrará que más personas sean salvas que mediante aquellas llamadas reuniones de evangelización en las cuales hay un solo orador (1 Co. 14:24). El principio es que tenemos que hacer el cambio de la manera tradicional de reunirse establecida por los hombres a la manera de reunirse creada y ordenada por Dios.

  Ciertamente vale la pena pagar el precio requerido y sufrir en cierta medida a fin de retornar a la manera de reunirse creada por Dios. Al realizar este cambio, no debiéramos esperar un éxito inmediato. Incluso diría que lo más probable es que experimentemos algunos fracasos. No obstante, nuestros fracasos nos llevarán al éxito. Tenemos que poner en práctica esta manera de reunirnos una y otra vez, hasta que tengamos éxito. En el caso de cualquier cometido científico, nada se puede lograr con apenas un solo experimento. Se requiere de un experimento tras otro a fin de obtener los resultados que se desean. Tenemos una guía en el Nuevo Testamento, especialmente en el libro de Hechos, donde se nos habla sobre la manera de reunirse. Tenemos que depositar nuestra confianza en esta guía. No se sientan desilusionados cuando comprueben que, al renunciar a su vieja manera de reunirse, experimentarán cierto grado de sufrimiento. Tenemos que cambiar nuestro proceder, y esto requerirá que paguemos cierto precio. Para remodelar una casa, es necesario derribar muchas cosas. Ello representa una especie de sufrimiento y sacrificio. Si no nos atrevemos a sacrificar nada, no podremos efectuar remodelación alguna. Debido a que estamos empeñados en edificar, tenemos que esperar algunos fracasos; no obstante, tal expectativa conlleva también una gran posibilidad de tener éxito. Todo ello depende de nuestra perseverancia. Tenemos que perseverar. Tenemos que intentar una y otra vez. Optar por el camino de las reuniones de hogar que se caracteriza por la mutualidad y por la participación de todos al hablar, ciertamente constituye un encargo muy difícil de poner en práctica. No debieran esperar obtener éxito de inmediato; más bien, deberían esperar tener algunos fracasos, pero ello no debiera defraudarlos ni desanimarlos. El Señor les ayudará a salir victoriosos.

HABLAR DE LAS COSAS MÁS PROFUNDAS CONCERNIENTES A LA ECONOMÍA NEOTESTAMENTARIA DE DIOS

  Ustedes tienen que aprender a tener la palabra de Dios depositada en ustedes. Después, tienen que aprender a proclamar la palabra de Dios, no hablando sobre cosas superficiales, sino sobre las cosas más profundas, cosas tales como el Dios Triuno corporificado, hecho real para nosotros y que alcanza Su consumación, los siete procesos o pasos principales dados por el Dios Triuno y la intensificación del Dios Triuno. Aprendan a hablar sobre estas cosas elevadas. Primero, tienen que aprender a hablar sobre estas cosas, y después, tienen que enseñar a otros cómo hablar sobre estas cosas. En sus reuniones de la iglesia local, ustedes tienen que enseñar a las personas a hacer uso de la palabra. Cuando ustedes hagan uso de la palabra en tales reuniones, no lo hagan para reemplazar a los demás en su función; más bien, háganlo a fin de instruirlos a ellos. Al hablar, póngalos a practicar. Deje que ellos practiquen hacer uso de la palabra en las reuniones.

  Toda buena madre sabe que la mejor manera de criar a sus hijos es tomar la iniciativa en practicar ciertas cosas y después darles a sus hijos el tiempo requerido para que ellos lo pongan en práctica. Las madres que cocinan para sus familias deberían darles el ejemplo a sus hijas y después dejar que ellas cocinen para que puedan aprender. Probablemente sus hijas quemen algunas cosas, pero finalmente aprenderán a cocinar. A veces las hijas llegan a ser mejores cocineras que sus madres. Tal vez usted piense que puede hablar muy bien en las reuniones, pero si usted le da la oportunidad de hablar a los más jóvenes, después de dos años es posible que ellos lo hagan mejor que usted.

  Ejercer cualquier clase de control sobre los santos aniquila su función. No ejerzan control alguno sobre ellos. A mí me gusta mantener las puertas abiertas de par en par a fin de permitir que todos tengan la oportunidad de crecer, de avanzar y de culminar lo que comenzaron. Por esto, y por la misericordia del Señor, hay tantas iglesias sobre la tierra. Si hubiésemos optado por ejercer control, probablemente hoy en día habrían apenas unas diez o veinte iglesias en los Estados Unidos. No creo que hubiésemos podido propagarnos a otros países. No tengan temor de que los demás cometan errores. No teman confiar demasiado en los demás. Es preferible confiar que ejercer control.

  El Señor jamás nos encomendó ejercer control sobre los demás. El hermano Nee nos dijo que únicamente el Señor puede proteger Su gloria. Ninguna mano humana puede proteger la gloria divina. Al ejercer control en su localidad, usted únicamente consigue una sola cosa: limita el mover del Señor al aniquilar y anular las funciones de los demás. Tenemos que regresar a la práctica de la manera bíblica de reunirse que fue ordenada e instituida por Dios, es decir, según el principio de mutualidad y de que todos hablen.

  Incluso cuando toda la iglesia se reúne, tiene que hacerlo según el principio de mutualidad. En 1 Corintios 14:26 se nos da a entender que siempre que toda la iglesia se reunía en un solo lugar, no se debía participar de tales reuniones de manera individualista, sino que se debía practicar la mutua participación. Pablo dijo que cuando la iglesia se reúne, cada uno “tiene salmo, tiene enseñanza, tiene revelación, tiene lengua, tiene interpretación. Hágase todo para edificación” (1 Co. 14:26). Incluso cuando toda la iglesia se reúne debemos poner en práctica la mutualidad al hablar de la palabra. Esto está claramente revelado en 1 Corintios 14. En el Nuevo Testamento no encontramos indicio alguno que nos muestre que en las reuniones de la iglesia debía haber apenas una o dos personas haciendo uso de la palabra. La reunión de la iglesia tiene que estar abierta a todos los asistentes. Pablo también nos dice en 1 Corintios 14 que “podéis profetizar todos” (v. 31). En este capítulo, profetizar no es principalmente predecir, sino proclamar a Cristo, hablar por Cristo y hablar Cristo.

  El proceder de Dios siempre se caracteriza por incluir a todos. El proceder del hombre, por el contrario, es siempre seleccionar. Incluir a todos es una ardua labor, mientras que seleccionar es fácil. Supongamos que usted lleva la delantera en una iglesia local compuesta por unos ciento veinte santos. Lograr que todos y cada uno de los ciento veinte tome la palabra en las reuniones, participando en mutualidad, ciertamente es una labor muy ardua. A fin de lograr esto ustedes deberán laborar día y noche por un mínimo de cinco años, pero si optan por la manera de proceder que se caracteriza por seleccionar a unos cuantos, esto les resultará muy fácil. Entre estos ciento veinte es muy probable que haya un hermano que sea bastante elocuente, dotado y con mucho conocimiento. Dejar que él tome la palabra en las reuniones y alentarle a continuar haciéndolo, es muy fácil. Establecer un seminario y adiestrar a algunos oradores profesionales es optar por el camino más fácil. Pero promover que todos los miembros de la iglesia bajo su liderazgo tomen la palabra en las reuniones de la iglesia, es una ardua tarea. Esto exige mucho trabajo.

  Nada que sea milagroso requiere de un período de aprendizaje. Pero poner en práctica la manera bíblica de que todos hablen en las reuniones, no es optar por el camino más fácil ni tomar atajo alguno. Incluso una educación apropiada jamás podría llevarse a cabo en el curso de apenas un año. Todos sabemos que para que una persona reciba una buena educación tiene que estar un año en el kindergarten, seis años en la primaria, seis años en la secundaria y cuatro años en la universidad, además de otros dos o tres años en una escuela de postgrado y de otros tres a cuatro años si desea obtener un doctorado. En China tenemos un proverbio que dice que cultivar un árbol requiere de diez años, pero formar a una persona requiere de cien años. No es nada fácil formar a una persona y tampoco es algo que se pueda realizar rápidamente. Incluso el Señor Jesús se preparó durante treinta años antes de iniciar Su ministerio aquí en la tierra (Lc. 3:23). En tiempos del Antiguo Testamento, para llegar a ejercer la función de un sacerdote se requerían de por lo menos treinta años (Nm. 4:3, 35, 39, 43, 47). Incluso para ser considerado aprendiz de sacerdote se requerían de veinticinco años (8:24). No debemos optar por el camino más fácil ni tomar atajo alguno.

  Abran su boca para hablar en las reuniones pero no digan tonterías, como hace la mayoría de los que practican el así llamado hablar en lenguas. Aprendan a dar una palabra de conocimiento primero y después procuren ir más alto e impartir la palabra de sabiduría (1 Co. 12:8). Aprendan primero a hablar sobre cómo Cristo, el Salvador encarnado, es ahora nuestra justificación, santificación y redención (1:30). Éstas son las palabras de conocimiento que todos nosotros podemos aprender y que podemos impartir a los demás. Después de proclamar tales cosas a los demás, ustedes deberán enseñarles a hablar de estas cosas. La palabra de conocimiento referente a Cristo pertenece a la primera etapa. Partiendo de 1 Corintios 1 debemos avanzar al capítulo 2 para hablar sobre las cosas profundas de Dios (v. 10), esto es, para hablar de la sabiduría de Dios en misterio, “la sabiduría que ... Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria” (2:7). Practiquen tomar la palabra en las reuniones. Hablen sobre cómo Cristo, después de sernos hecho justificación, santificación y redención, ahora ha sido hecho el Espíritu vivificante que nos transforma. Él opera en nuestro ser a fin de que seamos conformados a Su propia imagen, la imagen del Hijo primogénito de Dios. Ustedes tienen que decirles a las personas que el hecho de que Cristo sea el Hijo primogénito de Dios significa que Él era Dios, que Él se hizo hombre revistiéndose de la naturaleza humana y que Él, en Su humanidad, fue “hijificado” al resucitar como Hijo primogénito de Dios. Todos nosotros somos Sus hermanos y debemos ser iguales a Él, personas poseedoras de la humanidad y la divinidad mezcladas entre sí. Nuestra transformación, la cual se realiza hasta que se logre nuestra conformación, tiene como meta nuestra glorificación. Tenemos que aprender a impartir la palabra de sabiduría, que contiene las cosas más profundas concernientes a Cristo.

  Son muchos los cristianos que hablan de cosas buenas. Ellos hablan de Cristo como el Salvador. Proclaman que Cristo murió por nuestros pecados, resucitó y ahora está sentado en el trono. Todas éstas son cosas buenas y correctas, pero son superficiales. Si nos limitáramos a hablar solamente de estas cosas buenas pero superficiales, ¿qué podría llevar a cabo el Señor? ¿Cómo podría el Señor edificar la iglesia si no hay transformación? Probablemente ustedes no se den cuenta de cuán profunda es la verdad enseñada por Pablo en 1 Corintios 3. En el capítulo 1, Pablo habló de Cristo como nuestra justificación, santificación y redención. En el capítulo 2, él nos habló de las cosas profundas de Dios. En el capítulo 3, él nos dijo que nosotros somos labranza de Dios, donde algo es cultivado, y que además somos edificio de Dios. Aquí Pablo pone juntas la vida de una planta y la edificación. En términos humanos, es imposible que la vida de una planta contribuya a edificación alguna. La vida de una planta no es para edificación, sino para producir algo. Sin embargo, conforme a la manera divina de pensar, la vida que produce tiene como objetivo la edificación. Para esto se hace necesaria la transformación. En este capítulo, Pablo les dijo a los corintios que ellos eran labranza de Dios, en la cual él había plantado, Apolos había regado y Dios había dado el crecimiento (3:9, 6). Él también dijo que la iglesia es edificada con oro, plata y piedras preciosas (v. 12). Esto denota transformación.

  Me preocupan un poco aquellos que se reúnen con nosotros en las iglesias y que no pueden hablar sobre la transformación. Por eso me preocupa tanto que algunos de nosotros promuevan la enseñanza de cosas superficiales. Esto nos hace perder el tiempo. Estamos aquí en el recobro del Señor, esforzándonos por ir cada vez más alto, pero es probable que algunos estén ayudando a las personas a “descender al sótano”. En el ministerio, estamos empeñados en ayudar a las personas a avanzar a la “universidad”, pero tal vez algunos entre nosotros estén llevando a las personas al “kindergarten”. Puede ser que tengan un buen corazón y que no hagan nada malo, pero es posible que la etapa en la que se encuentra su enseñanza no sea la correcta y que la dirección tampoco sea la correcta. A fin de que cambiemos nuestra manera tradicional de reunirnos a la manera inventada por Dios, la manera ordenada por el Espíritu, la manera de reunirse según el principio de mutualidad en el que todos los santos hablan sobre las verdades más elevadas y profundas, es necesario que todos nosotros laboremos.

EDIFICAR LA IGLESIA TENIENDO COMO BASE LA REVELACIÓN DE CRISTO

  Tengo la convicción de que a la larga, el Señor ganará algo. No solamente se trata de que nosotros ganemos algo, sino que el Señor también tiene que obtener aquello que Él desea. Él necesita una iglesia acorde con Su estándar. Al respecto, el Señor declaró que Él edificaría Su iglesia “sobre esta roca” (Mt. 16:18). El hermano Nee nos hizo notar que esta roca no es solamente Cristo mismo, sino también la revelación concerniente a Cristo. Pedro vio que Jesús es el Cristo y el Hijo del Dios viviente. La iglesia será edificada teniendo como base tal revelación. Es fácil afirmar que Cristo es la roca, pero afirmar que la revelación de Cristo es la roca requiere mucho estudio de la revelación.

  Toda denominación dice que su fundamento es Cristo, que Cristo es la roca sobre la cual edifican su denominación. La Iglesia Católica dice lo mismo. Pero, ¿saben ellos algo sobre la revelación de Cristo? La revelación de Cristo se halla expuesta, explicada y presentada por completo en todo el Nuevo Testamento, desde Mateo hasta Apocalipsis. Todo el Nuevo Testamento es la revelación de Cristo. Para que Cristo edifique Su iglesia es necesario que conozcamos todo el Nuevo Testamento como la revelación de Cristo. Hoy en día se predica un evangelio muy superficial con una revelación muy superficial de la persona de Cristo diciéndole a una persona que ella es pecadora, que Dios la ama y que Él dio a Su Hijo por ella. El Hijo de Dios vino para ser el Salvador que murió en la cruz, resucitó y, ahora, está en los cielos. Él ama a todos los hombres. Si una persona cree en Él, ella será salva y cuando muera irá al cielo. Puesto que ha sido salva, tiene que ser una buena persona, tiene que mejorar su carácter y glorificar a Dios. Cristo no puede edificar la iglesia sobre una revelación tan superficial de Su persona. Hemos laborado en los Estados Unidos por veintitrés años, esforzándonos al máximo por llevar la situación a un nivel más alto. Por ello, me causa gran sufrimiento en mi espíritu ver que a los santos se les hace descender llevándolos a algo superficial y rudimentario.

  El Señor nos ha dado a conocer muchas verdades, la mayoría de las cuales han sido publicadas. Estoy persuadido de que entre nosotros en el recobro del Señor algo ha sido sembrado en nuestro ser. Tengo la absoluta certeza de que algún día lo que el Señor ha estado sembrando durante estos veintitrés años que llevamos en los Estados Unidos, se pondrá de manifiesto. Si no es en este siglo, ocurrirá en el próximo siglo. Lo que Pablo realizó durante su época no se puso de manifiesto en sus días, pero finalmente, nosotros podemos disfrutar del producto de su labor. Sin la labor realizada por Pablo, ¿qué podríamos decir y ver nosotros? Lo que Pablo dijo está aquí, entre nosotros, no solamente en el Espíritu sino también en la Palabra. Sin sus catorce epístolas, ¿qué sabríamos nosotros? Sin sus catorce epístolas, ¿cómo podríamos tener la compleción de la revelación divina (Col. 1:25)?

  Estoy convencido que aquello que el Señor ha venido realizando en estos últimos veintitrés años no puede ser en vano, pero yo todavía soy un ser humano y anhelo ver los resultados. A veces, cuando veo algo diferente, sufro tanto en mi corazón como en mi espíritu. Si lo que hemos realizado es algo que está edificado sobre la arena inestable, desaparecerá. Pero lo que hayamos edificado teniendo como base la revelación de Cristo, ha sido edificado sobre la roca. La roca mencionada en Mateo 7 es la misma roca de Mateo 16. Al final de Mateo 7 el Señor dice que todo cuanto es realizado conforme a Su palabra, es edificado sobre una roca (vs. 24-25). Esa roca es la revelación, porque la roca es la palabra. La roca no es solamente la persona de Cristo directamente, sino también la revelación de esta persona. Por eso también las iglesias están edificadas sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, es decir, teniendo como base las enseñanzas de ellos (Ef. 2:20). Y dicha enseñanza es la revelación de Cristo.

PUBLICAR O PERECER

  Para ser un catedrático en una universidad de cierto prestigio, usted tiene que mantenerse publicando artículos. Hay un lema muy conocido entre profesores que pertenecen a los altos círculos académicos: “Hay que publicar o perecer”. Ser profesor en una universidad prestigiosa requiere mucho trabajo. Estas palabras también se aplican a los ancianos: “Hay que publicar o perecer”. Primero, ustedes tienen que aprender algo, y después, tienen que “publicarlo”. Antes de poder ayudar a todos los santos a hablar la palabra en las reuniones, usted mismo tiene que ser capaz de hablar la palabra. Si usted mismo no toma la iniciativa, ¿quién podría dar inicio a algo? Nosotros no hemos optado por la manera más fácil de proceder ni hemos optado por tomar un atajo. La manera de reunirse ordenada por Dios corresponde al camino de la vida. Uno no puede esperar que un bebé que nació ayer sea un buen orador después de una semana. Uno tiene que formarlo. Esto requiere de por lo menos dieciocho años. Si nuestra vida biológica necesita tiempo para crecer y desarrollarse, ¿cómo podríamos esperar que la vida espiritual alcance plena madurez de la noche a la mañana? Además, ¿cuántos de nosotros en el recobro del Señor nos hemos graduado en términos espirituales? Tenemos que pagar un precio para cambiar nuestra manera de reunirnos, pero para ello se requiere que los ancianos laboren. Si ustedes no laboran para “publicar”, “perecerán”.

  Hemos visto que tanto en Hechos como en 1 Corintios se nos habla de la manera cristiana de reunirse. En Hechos vemos las reuniones pequeñas en los hogares. En 1 Corintios se nos habla sobre la reunión de toda la iglesia. En ambas clases de reuniones, es indispensable que haya mutualidad y que todos hablen. Para que en las iglesias locales se tenga la realidad de estos dos principios —el principio de mutualidad y de que todos hablen—, es necesario que los que llevan la delantera laboren arduamente.

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