
En febrero de 1986 aproximadamente cuatrocientos veinticinco hermanos se reunieron con el hermano Witness Lee en Anaheim, California, a fin de participar de un entrenamiento para ancianos. El libro 7 de esta serie, titulado: “Ser unánimes para el mover del Señor”, y el libro 8, titulado: “El pulso vital del mover presente del Señor”, contienen la comunión que el hermano Lee nos brindó durante esos días. A medida que el Señor lleva a todas las iglesias locales a ser partícipes de Su mover actual, la comunión contenida en estos dos libros resulta cada vez más crucial. A fin de que la práctica presente que corresponde al recobro del Señor sea implementada, es crucial que todos los santos recibamos la carga expresada en los mensajes que se dieron en este entrenamiento.
Tenemos confianza en que la visión de todos los puntos presentados en estos dos libros podrá ser forjada en nuestro ser, y así, vivamos en conformidad con esta revelación. Nuestra oración es que todas las iglesias con todos los santos que las componen sean traídos a la unanimidad para que se efectúe el mover del Señor y, además, que en todas las iglesias llegue a ser una realidad viviente el pulso vital del mover presente del Señor, el cual está constituido por las reuniones de hogar, las lecciones de la verdad, el encargo de producir servidores a tiempo completo —ya sean estos personas que dejan sus trabajos o que trabajan para ganar dinero— y la propagación del evangelio.
Junio de 1986 Benson Phillips Irving, Texas
Mateo 18:20 dice que donde están dos o tres congregados en el nombre del Señor, Él está en medio de ellos. Aquí el Señor no dice que dos o tres personas se reúnan, sino que han sido congregadas; el predicado no está en voz activa, sino en la voz pasiva, al decir que dos o tres están congregados. Esto nos da entender que cuando nos reunamos no debiéramos ser nosotros los que tomemos la iniciativa, sino que debemos dejar que sea el Señor quien la tome. Él es quien nos reúne. En el mundo, las personas son las que toman la iniciativa de formar una congregación o asamblea. Sin embargo, hay casos en los que las personas son congregadas, como cuando el gobierno, la escuela o una asociación o sociedad inicia tal reunión. Aquellos que toman la iniciativa de convocar a tal reunión son quienes reúnen a las personas y, así, todos los asistentes son congregados. Nuestras reuniones son iniciadas únicamente por el Señor Jesús, y no por ninguna otra persona. Toda vez que nos reunamos, tenemos que dejar que sea Él quien tome la iniciativa de reunirnos, quien nos congregue, y nosotros ser reunidos por Él dentro de Su nombre.
Con respecto a la expresión en Su nombre, la preposición que se tradujo “en” realmente fue mal traducida. De acuerdo con el mejor uso del idioma nadie diría: “dentro del nombre”, pues no existe tal expresión. Los traductores se preocuparon por las limitaciones del idioma, pero ello fue en desmedro del verdadero significado del texto griego, el cual fue sacrificado. El lenguaje siempre concuerda con la cultura. Puesto que hoy en el recobro del Señor tenemos una cultura muy elevada, se hace necesario tener expresiones más elevadas también. Así pues, debemos decir que el Señor nos congrega “dentro de” Su nombre.
Esto quiere decir que si no hemos sido congregados por el Señor, todavía permaneceremos en muchas otras cosas. Estaremos ocupados, detenidos, retenidos y, hasta cierto punto, aprisionados por muchas otras cosas. Nos mantendremos inmersos en nuestras familias, en nuestros negocios, e incluso seremos retenidos por nuestra familia y nuestros negocios. Las esposas son retenidas por sus esposos, los esposos son retenidos por sus esposas, y los niños son retenidos por sus padres. Si entre nosotros no hubieran reuniones convocadas por el Señor, ¿quién vendría a las reuniones con regularidad? Muchas cosas que nos cautivan, aprisionan y retienen, cosas tales como nuestro cansancio, nuestro trabajo de oficina y las horas extra en el trabajo, son el poder que nos impide asistir a las reuniones. Por tanto, tenemos necesidad de Aquel que es poderoso para rescatarnos, para sacarnos de todas esas ocupaciones y para reunirnos en Su nombre. En el Nuevo Testamento, Su nombre siempre denota Su Persona. Siempre que nos reunimos, debemos ser congregados dejando nuestras múltiples ocupaciones y siendo introducidos dentro de la Persona viviente del Señor.
La Asamblea de los Hermanos enfatiza mucho este versículo. Ellos afirman que todas las denominaciones se reúnen en su respectivo nombre denominacional; por ejemplo, los luteranos se reúnen en el nombre de Lutero, y los metodistas se reúnen en torno al nombre de Wesley. Así pues, los de la Asamblea de los Hermanos declaran que ellos se reúnen en el nombre del Señor Jesús, tomando Su nombre, y se jactan de ello. Si bien yo no me opongo a tal enseñanza, la misma no revela las profundidades de la verdad. El Señor nos congrega dentro de Sí mismo. Cuando nos reunimos, nos reunimos en Él porque al ser congregados dejamos tantas ocupaciones y somos introducidos dentro de esta Persona viviente. Éste es el principio básico que rige toda reunión, ya sea para orar, para participar de la mesa del Señor, para la lectura de la Palabra o para mutua edificación. Cualquiera sea la clase de reunión —pequeña, grande, en los hogares, en el salón de reuniones— el principio es, en primer lugar, que al ser congregados dejamos atrás toda clase de ocupación y somos introducidos dentro del propio Señor.
Con frecuencia, incluso cuando estamos en la reunión, no hemos sido congregados; más bien, permanecemos inmersos en nuestras ocupaciones, nuestros estudios o nuestra preocupación por nuestros niños. Si bien estamos en la reunión, todavía seguimos ocupados con otras cosas que no son el Señor mismo. Por tanto, es necesario que seamos congregados, que seamos rescatados. Necesitamos ser rescatados por el Señor de tantas cosas en las que estamos ocupados y que Él nos congregue en Su nombre, o sea, dentro de Sí mismo como Persona viviente. Este asunto reviste gran importancia. Espero que los ancianos de las diferentes iglesias convoquen algunas reuniones con el fin de mostrar a los santos cómo aplicar estos principios básicos que rigen las reuniones.
En toda reunión debemos guardar el principio de mutualidad. El diablo ha conspirado para anular la mutualidad en las reuniones cristianas. Todas las denominaciones celebran sus reuniones con solamente uno o dos oradores, los cuales cuentan con varios ayudantes que se encargan de la música, las oraciones y la lectura de la Biblia. Esto es realizado solamente por un pequeño sector de la congregación, mientras que la congregación mayoritariamente conforma la audiencia, la cual se mantiene en silencio y rara vez desempeña alguna función. Difícilmente hay mutualidad alguna. Sin embargo, si ustedes leen el Nuevo Testamento nuevamente, podrán ver que las reuniones cristianas son reuniones que se llevan a cabo íntegramente en mutualidad, es decir, ministrándose unos a otros. En 1 Corintios 14:26 vemos que uno tiene enseñanza, otro tiene revelación, otro tiene salmo, otro tiene lengua y otro tiene interpretación. Todo esto se manifiesta en mutualidad. Simplemente no vemos que sea apenas uno o unos cuantos los que ejerzan su función. No hay distinción entre laico y clérigo. Todos ellos son miembros que ejercen su función en mutualidad. Hebreos 10:25 nos insta a no dejar de congregarnos, sino a exhortarnos los unos a los otros. Esto nos da a entender que las reuniones cristianas tienen que ser llevadas a cabo según el principio de mutualidad. Cuando todos participamos al decir algo en la reunión, esta reunión se realiza en completa mutualidad y no es algo realizado por apenas un pequeño sector de la congregación.
Dar lugar a que todos hablen es otro principio que rige las reuniones cristianas; todos deben participar tomando la palabra en la reunión. En el Nuevo Testamento incluso cantar es considerado como equivalente a hablar. Efesios 5:19 dice: “Hablando unos a otros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y salmodiando al Señor en vuestros corazones”. Así pues, cantar es una manera de hablar. Nosotros decimos algo al cantar. En tiempos antiguos, los santos hablaban los himnos en las reuniones. Hoy en día, los cristianos con frecuencia usan los Salmos en sus reuniones. En tiempos antiguos, los Salmos tenían música y eran cantados, pero hoy en día muchos cristianos usan Salmos no para cantar, sino simplemente para leerlos o hablar de ellos. Ellos no tienen la costumbre de hablar los himnos que están en su himnario. Nosotros todos hemos sido influenciados por esta tradición. Si bien tenemos la práctica de proclamar los salmos, no nos hablamos los himnos unos a otros. Siempre que sugerimos un himno en una reunión, todos se dispondrán a cantarlo a menos que indiquemos alguna otra cosa. Se sobreentiende que cuando uno sugiere algún himno, es para que lo cantemos. Tenemos que cambiar nuestros hábitos. Siempre que sugerimos un himno, sería preferible que lo hablásemos primero.
Espero que de ahora en adelante todos ustedes, hermanos que llevan la delantera, intenten poner en práctica tal clase de hablar en las reuniones. Con frecuencia veremos que si hablamos un himno, éste adquirirá gran significado para nosotros. Tal vez incluso sea más significativo para nosotros que si lo cantáramos. Sucede con frecuencia que cuando las personas cantan un himno le prestan más atención a la música, la melodía, en lugar de la letra. Así pues, cantarlo es una especie de distracción. Sin embargo, si uno declara la letra del himno, se eliminará tal distracción, pues estaremos tomando la letra del himno únicamente. Si uno usa la letra más la música, será difícil subyugar la música; de hecho, es posible que la música prevalezca sobre la letra del himno. Para evitar tal clase de predominio, es mejor simplemente declarar la letra del himno.
Hablar es más significativo que cantar. Incluso leer no es tan significativo como hablar. La práctica de hablar los himnos ha sido prácticamente aniquilada, anulada, en la práctica cristiana de hoy. Tenemos que retomar la práctica revelada en la Palabra pura. Efesios 5:19 nos habla de declarar la letra de un himno los unos a los otros. Conforme al principio de mutualidad, yo le hablo a usted y usted tiene que responderme. Esto reviste gran significado. La primera vez que propuse que nos habláramos los himnos fue en Yakarta, Indonesia, en 1968. Aquella fue una maravillosa manera de experimentar Efesios 5:19. El ingrediente principal de nuestras reuniones no es cantar, sino hablar. Los maestros tienen que ser personas que hablan, los profetas también, y todos los santos que asisten a la reunión tienen que ejercer su función al hablar. Su función en la reunión consiste por completo en hablar durante dicha reunión; incluso al dar un testimonio hacemos esto.
El tercer principio es que nos reunimos para predicar el evangelio y enseñar la verdad. Sin embargo, al predicar y enseñar no lo hacemos carentes de restricción. Tenemos que ser limitados por el ámbito de la revelación de la economía neotestamentaria de Dios. Nuestra predicación y enseñanza también tiene que ser elevada. Simplemente limitarnos a la esfera, el ámbito, que corresponde a la revelación neotestamentaria no es lo suficientemente adecuado. Su predicación y su enseñanza debe conformarse al estándar. Así pues, no les aliento a predicar de manera pobre, sino que tenemos que predicar de la manera más elevada.
En la Biblia, uno no puede ver ninguna clase de predicación realizada de manera descuidada. El día de Pentecostés, el primer mensaje dado por Pedro fue un mensaje muy elevado y que estuvo repleto de asuntos misteriosos. Algunos tal vez dirán que este mensaje estaba dirigido a los judíos, los cuales poseían gran conocimiento del Antiguo Testamento. Pero en Hechos 14 Pablo dio un mensaje a los gentiles (vs. 15-17), y en Hechos 17 él dio un mensaje muy profundo y elevado a los griegos, un pueblo conocido por su filosofía (vs. 22-31). Cuando Pablo predicó en la Colina de Marte, ante los filósofos griegos de su tiempo, él ciertamente tuvo que predicar de manera muy elevada, profunda e, incluso, filosófica. Toda la terminología que usó Pablo y los temas que él abarcó, requieren mucho tiempo de estudio. Así pues, nosotros no debiéramos predicar ni enseñar de una manera superficial. Tenemos que estar restringidos por los límites de la economía neotestamentaria de Dios y elevar nuestra predicación hasta que ésta se conforme al estándar: la economía del Nuevo Testamento.
Justo antes de que dejara mi denominación, en un servicio celebrado el domingo por la mañana, el predicador dio un sermón sobre la manera de matar moscas a fin de promover la debida salubridad en el ambiente. Esto era absolutamente ajeno a los límites de la economía del Nuevo Testamento. En este país, algunos pastores hablan sobre temas políticos e incluso sobre temas sexuales en sus reuniones. Esto es desastroso. Otros predican sobre asuntos relacionados con las profecías bíblicas. Predicar sobre la profecía con base en la revelación de la economía neotestamentaria es absolutamente correcto; pero si uno predica sobre la profecía por el mero hecho de hablar sobre las profecías, se habrá desviado y habrá excedido los límites propios de la economía neotestamentaria. Hablar sobre la práctica de lavarse los pies en relación con la economía neotestamentaria de Dios es correcto; pero si hablan acerca de lavarse mutuamente los pies por el mero hecho de hablar sobre tal práctica, será mejor que establezcan una iglesia en torno a esa práctica. Predicar de este modo acarreará divisiones. Si ustedes predican sobre el bautismo en agua y su predicación no guarda relación alguna con la economía neotestamentaria, causarán divisiones. Incluso hablar sobre el bautismo en el Espíritu sin que ello guarde relación con la economía neotestamentaria de Dios, acarrea división. Por eso digo que nos reunimos para predicar el evangelio y enseñar la verdad, no solamente en conformidad con el Nuevo Testamento, sino en conformidad con la revelación de la economía neotestamentaria de Dios. Todo cuanto ustedes enseñen y prediquen tiene que ser restringido por esta norma, y ustedes tienen que elevar el nivel de su predicación y su enseñanza hasta que ellas se conformen a la norma: la economía neotestamentaria de Dios.
Un arquitecto jamás permitiría que se edificara una gran torre en medio de otra edificación que no guarda relación alguna con dicha torre. Aquellos que ensalzan la práctica de hablar en lenguas se comportan como aquellos que edifican una gran torre que no guarda relación alguna con el resto de la edificación. Tal parece que quienes hacen esto piensan que el cuerpo entero es una “gran lengua”. El mejor arquitecto con toda certeza “reduciría esta lengua hasta que alcance su tamaño apropiado”. Pablo hizo esto en el capítulo 14 de 1 Corintios. Él ciertamente fue un sabio arquitecto que tuvo que eliminar muchas cosas en 1 Corintios.
Como arquitecto inexperto, yo diseñé el salón de reuniones en Anaheim. Yo no hice los dibujos, pero sí di la idea, el diseño. En mi primer diseño había colocado un ascensor en la mitad de uno de los extremos del edificio; pero después que se hubo vaciado el concreto, me di cuenta que aquello había sido un error de diseño, por lo cual convencí a los hermanos que lo alteraran. Puesto que yo era el único arquitecto, pude hacer varias correcciones; eliminé esto y aquello. Ello representó una gran restricción para algunos hermanos. Aun cuando nos costó mucho colocar el ascensor en otro lugar, simplemente no era posible dejarlo donde estaba. Esto nos puede servir de ilustración para mostrarnos que ejercer liderazgo no es nada fácil. Tenemos que aprender a ejercer el liderazgo estudiando la santa Palabra a fin de percibir la visión entera de la economía de Dios, el plan, lo dispuesto por Él, el diseño que Él nos presenta en Su Nuevo Testamento. Es imprescindible, pues, que tengamos una visión clara de lo dispuesto por Dios, de lo diseñado por Dios. Ser un arquitecto no es nada fácil.
Las escaleras que dan acceso al salón de reuniones mencionado también fueron diseñadas por mí. Ciertos hermanos, carpinteros de profesión, consideraban que mi diseño era bastante extraño, así que construyeron una maqueta diseñada por ellos a fin de mostrármela. Tal parecía que yo era el que no sabía nada de carpintería; no obstante, insistí en mi propio diseño. Ellos no tuvieron otra opción que construir las escaleras conforme al diseño original. A la postre, el departamento de bomberos nos concedió un diez por ciento de capacidad adicional para acomodar más personas en el salón debido a que las escaleras y las puertas eran tan amplias. Un “inexperto” las había diseñado. Hoy en día, todos los que vienen a la reunión se sienten contentos al subir por esas escaleras, pues ellas no dan la impresión de que uno estuviera escalando. Un apóstol, un sabio arquitecto y constructor, tiene que ser uno que puede producir el diseño apropiado.
Identificar en la Palabra aquellos principios básicos que rigen las reuniones no es una tarea fácil, pero si aplicamos estos principios en nuestras reuniones jamás causaremos división. Esta manera de reunirse jamás dará lugar a que surjan diversas opiniones. Probablemente estos principios incluso servirán para subyugar todas las diferentes opiniones. Hermanos, deben darle la debida importancia a la manera en que se reúnen. No cambien la manera de reunirse a la ligera. Cualquiera sea la manera en que ustedes se reúnan, siempre tienen que tener en cuenta el asunto de la división. Tienen que tener en cuenta el asunto de las opiniones. Todo lo relacionado con la manera de reunirse podría dar lugar a que surjan diversas opiniones y podría resultar en división, tal como ha sucedido entre nosotros en el pasado.
También tenemos que reunirnos para recordar al Señor y adorar a Dios. Éste es un principio crucial, un principio básico, que debemos poner en práctica. En la reunión de la iglesia tenemos que hacer dos cosas: recordar a nuestro Señor que nos redimió y adorar a Dios nuestro Padre. Recordamos al Señor de dos maneras: al partir el pan y comer de él, y al beber de la copa (1 Co. 11:24-25). Esto no debiera ser una ceremonia oficial ni formal, sino que debería ser algo muy real para nosotros. Al comer del pan y beber de la copa ponemos de manifiesto nuestro disfrute del Señor como Aquel que pasó por un proceso mediante Su muerte y resurrección. No es una misa ni es “la santa comunión”. Es por completo un disfrute mediante el cual somos partícipes del Cristo que fue procesado por Su muerte y resurrección. Siempre que recordamos al Señor, tenemos que ser partícipes de Su resurrección habiendo experimentado Su muerte a fin de disfrutarle como nuestro banquete; más aún, Su cuerpo y sangre constituyen este banquete.
Aun cuando nosotros ya sepamos todo esto, es posible que todavía haya entre nosotros nuevos creyentes así como personas que han comenzado a reunirse hace poco con nosotros; por lo cual, esta enseñanza debe ser impartida constantemente. Debemos adiestrar a los miembros en la iglesia para que sepan cómo recordar al Señor. Esto es más importante que enseñar, predicar y orar. Esto es recordar al Señor al disfrutarle.
Al mismo tiempo, debemos adorar a Dios el Padre. Esta adoración no es la adoración tradicional realizada de la manera en que lo hace el cristianismo. Hebreos 2:12 nos revela una clase muy particular de adoración a Dios. Ésta es la adoración dada al Padre por el Hijo, no solamente en la iglesia sino por la iglesia y desde el interior de la iglesia. Él primero dice: “Anunciaré a Mis hermanos Tu nombre”, para después cambiar hermanos por un sinónimo al decir: “En medio de la iglesia te cantaré himnos de alabanzas”. Cantar alabanzas al Padre es rendirle adoración, pero se trata de una clase particular de adoración. Ésta es la iglesia, cuyos constituyentes son todos los creyentes, los cuales adoran a Dios con Cristo en ellos como la persona que adora. ¿Habían ustedes escuchado antes que los creyentes que constituyen la iglesia adoran al Padre teniendo a Cristo en ellos como la persona que rinde tal adoración? La verdadera adoración que el Padre anhela recibir hoy es la de Su Hijo que le adora desde el interior de todos los creyentes como iglesia. Esto es muy profundo. Esto no es simplemente tener un servicio de adoración en el que se cantan algunos himnos y se hacen algunas reverencias y genuflexiones. El único versículo que uno puede encontrar en el que se nos dice de manera tan detallada cómo adorar al Padre en la iglesia, es Hebreos 2:12. Ciertos versículos nos dicen que debemos adorar o servir a Dios en espíritu y por el Espíritu (Jn. 4:24; Fil. 3:3), pero incluso esos versículos no son tan claros como éste. La manera particular de adorar a Dios Padre revelada en el Nuevo Testamento se encuentra en Hebreos 2:12. Esto es lo que el Padre desea: la adoración genuina y verdadera que le brindan todos los santos de Dios junto con el Hijo primogénito que mora en ellos como Aquel que verdaderamente le adora.
El himno 31 de nuestro himnario en español es un himno muy bueno. Este himno indica que adoramos al Padre juntamente con el Hijo. Pese a ello, este himno todavía no se conforma a la norma más elevada, pues en él no encontramos indicación alguna de que adoramos al Padre con el Hijo que está dentro de nosotros. Este himno nos da a entender que el Hijo dirige la alabanza al Padre, pero no indica que el Hijo adora al Padre desde nuestro interior. La Asamblea de los Hermanos avanzó mucho, pero después de poco más de medio siglo, nosotros hemos avanzado aún más. Debido a que nos apoyamos en los hombros de ellos, hemos conseguido llegar más alto. Hoy en día, en el recobro del Señor, no debiéramos seguir las maneras de adorar que pertenecen al pasado. Tenemos que remitirnos nuevamente a lo que está revelado en la economía del Nuevo Testamento. Ésta es la adoración que debemos rendir a Dios nuestro Padre todos los días domingo.
Por último, nos reunimos para orar y para leer la Palabra. Colosenses 4:16 dice: “Cuando esta carta haya sido leída entre vosotros, haced que también se lea en la iglesia de los laodicenses, y que la de Laodicea la leáis también vosotros”. Quizás muchos entre nosotros no sepan que esta lectura era realizada en el curso de la reunión. No se refiere a una lectura en la cual la carta es leída individualmente por cada uno de los miembros; más bien, se refiere a una reunión. Leer la Epístola a los Colosenses en la reunión es simplemente leer la Biblia, la Palabra del Señor.
Toda iglesia requiere de algún adiestramiento con respecto a las reuniones. Ustedes tienen que separar por lo menos una semana para reunir a todos los santos. Tienen que dedicar por lo menos seis noches, de lunes a sábado, para adiestrar a los santos conforme a los principios básicos que rigen las reuniones, para adiestrarlos a reunirse de la manera que corresponde a la economía neotestamentaria, no como acostumbra el cristianismo, que se reúne de una manera religiosa y tradicional. Tenemos que elevar la norma a la que se deben conformar nuestras reuniones.
No olviden que establecer cualquier manera de reunirse que no concuerde con la revelación de la economía neotestamentaria de Dios, siempre hará que surjan opiniones y se produzcan divisiones. Deben ser muy cuidadosos al respecto. El surgimiento de diversas opiniones puede tener como resultado la división. Así pues, no se apresuren a proponer alguna otra manera de reunirse.