
Lectura bíblica: 1 Co. 11:19; 1 Ti. 1:3-4; 4:6
En este capítulo consideraremos todas las menciones que hace el Nuevo Testamento con respecto a las pruebas a las que fueron sometidas tanto la unidad genuina del Cuerpo como la unanimidad apropiada en la iglesia. Inmediatamente después de ser producida la unidad en el capítulo 2 de Hechos, la misma comenzó a ser sometida a diversas pruebas en el capítulo 6. Para este mensaje he seleccionado cincuenta y un casos en el Nuevo Testamento, de Hechos a Apocalipsis, en los cuales la unidad genuina del Cuerpo y la unanimidad en las iglesias fueron puestas a prueba.
Al considerar todas estas pruebas así como la manera en que se respondió a ellas, podremos comprender varias cosas. En primer lugar, podremos conocer la verdadera situación en que se encontraban las iglesias en el tiempo de los apóstoles. Por muchos años yo tenía el concepto de que las iglesias en la era apostólica eran iglesias maravillosas, pero hoy en día, mi concepto ha cambiado. Después de considerar las cincuenta y un pruebas a las que fueron sometidas tanto la unidad como la unanimidad, ahora me doy cuenta de que las iglesias en la era apostólica no eran tan maravillosas como yo pensaba. Es difícil decir si su condición era mejor que la nuestra o no.
En segundo lugar, al considerar esta lista de casos, podremos aprender cómo enfrentarnos a todas las pruebas de esta índole. Aprenderemos cómo resolver tales problemas y cómo enfrentarnos a ellos. Si reflexionamos sobre todos estos aspectos, ciertamente encontraremos la mejor manera de proceder al respecto. Estoy persuadido de que ésta es la razón por la cual todas estas cosas negativas forman parte del relato neotestamentario. Tengo la convicción de que la intención del Espíritu Santo era establecer algunos ejemplos de los cuales pudiésemos aprender.
En tercer lugar, al reflexionar sobre todas estas pruebas a las que fueron sometidas la unidad y la unanimidad podremos ver qué cosas pueden ser toleradas y qué cosas no deben ser toleradas. Muchas cosas pueden ser errores y aun causarnos problemas, pero no debemos dejar que ellas nos perturben, sino que pueden ser toleradas y pueden ser resueltas. Por otro lado, mediante todos estos ejemplos podremos encontrar algunas cosas que el Espíritu no tolera; son inadmisibles para Él. Con respecto a estas cosas, existe la necesidad de poner en cuarentena a quienes son responsables de situaciones contagiosas como esas.
Yo vine al recobro en Chifú en 1932. La vida de iglesia en aquel tiempo era muy buena. Permanecí en Chifú por poco más de un año, y durante ese tiempo no vi nada que pusiera a prueba la unidad. Después, el Señor me guió a dejar mi trabajo y dedicarme a Su obra a tiempo completo. En octubre de 1933 fui a Shanghái, y el hermano Nee me pidió que tomase parte en la obra allí. Después de aproximadamente un año, durante el otoño de 1934, se suscitó un gran disturbio en Shanghái. Esa fue la primera vez que vi cómo se ponía a prueba tanto la unidad genuina como la unanimidad apropiada. Desde aquel año hasta el día de hoy he pasado por muchos disturbios, aproximadamente uno cada seis o diez años. A veces esto me ha molestado, pensando que nuestra labor no producía un resultado satisfactorio. Cincuenta años atrás yo ya me preguntaba por qué sucedían tales cosas. En aquel tiempo, el ministerio del hermano Nee era el más elevado en todo el mundo, pero la situación no era muy alentadora.
Cuando dejé la China continental y me mudé a Taiwán, la obra en Taiwán tuvo un comienzo maravilloso. En menos de seis años, de 1949 a 1954, el número de los que se reunían con nosotros aumentó de menos de quinientos a unos cincuenta mil. Sin embargo, poco después, se suscitó un disturbio entre nosotros. Nuevamente reflexioné sobre las razones que motivan algo así. Desde aquel entonces comencé a ver que ni una sola iglesia de las que aparecen en la Biblia estaba exenta de problemas. Esto me consoló mucho e hizo que estas cosas ya no me perturbaran tanto.
La primera prueba a la que fueron sometidas la unidad del Cuerpo y la unanimidad en la iglesia fue el problema ocasionado por el lenguaje. Aquí vemos que se produjo cierta murmuración debido a que la distribución de los alimentos no era equitativa. Incluso en la gloriosa condición en que se encontraba la iglesia después del día de Pentecostés, hubo murmuración con respecto a los alimentos. Este problema fue resuelto mediante el servicio apropiado dispuesto por los apóstoles de acuerdo con las necesidades prácticas de los santos (vs. 2-6).
Según las ordenanzas en Levítico (Lv. 11; cfr. Hch. 10:9-16, 28), a los judíos no se les permitía tener contacto con los gentiles. Ellos consideraban que los gentiles eran inmundos. Sin embargo, en Hechos 10, Pedro entró en contacto con los gentiles en la casa de Cornelio. Debido a esto, se suscitó una disputa entre los discípulos de la circuncisión y Pedro (11:2-3). Esta disputa se resolvió al testificar Pedro de los hechos conforme a la verdad (vs. 4-18). Al enfrentarnos a tales disputas, tenemos que presentar los hechos, y estos hechos tienen que estar respaldados por la verdad. Un problema de tal magnitud tiene que ser resuelto de este modo: al presentar los hechos que concuerdan plenamente con la enseñanza del Nuevo Testamento, es decir, con la verdad.
Los judaizantes, los creyentes judíos, no solamente recalcaban la práctica de la circuncisión, sino que también decían que la circuncisión era un requisito para la salvación (v. 1). Esto era una gran herejía. Esto hizo que una disensión y discusión no pequeña se produjera entre los creyentes judaicos y aquellos de la fe apropiada (vs. 2-5). Este problema fue resuelto por Pablo y Bernabé y algunos otros creyentes al ir ellos de Antioquía a Jerusalén para celebrar una conferencia con los apóstoles y ancianos allí (v. 2). La Biblia nos muestra que cuando surge una cuestión así, los que llevan la delantera tienen que reunirse para celebrar una conferencia, para traer todo a la luz. El problema en Hechos 15 fue resuelto al subir Pablo y Bernabé a Jerusalén a fin de celebrar una conferencia con los apóstoles y ancianos allí y, mediante una comunión cabal y completa, llegar a una resolución que satisfizo a todos los creyentes de las diferentes localidades, una solución con respecto a la cual todas las iglesias se regocijaron y fueron consoladas (vs. 2, 6-31). Es de este modo que nosotros debemos resolver los problemas que se susciten entre nosotros hoy. Estoy persuadido que si desde un comienzo los hermanos preocupados por tales cuestiones hubieran tenido un corazón sincero con motivaciones puras a fin de reunirse para orar, para estudiar la Palabra y para tener comunión, sus preocupaciones habrían sido fácilmente atendidas. Sin embargo, hasta ahora estos hermanos han estado evitando esta clase de comunión tan necesaria.
Pablo propuso que él y Bernabé retornasen a los lugares donde habían laborado antes, a fin de visitar a los hermanos allí. Bernabé tenía la intención de llevar consigo a Marcos, pero Pablo no consideraba que ello fuese apropiado (vs. 36-38). Al disputar entre sí, ambos fueron francos, honestos y leales. Sin embargo, en estos dos últimos años no he visto tal franqueza, honestidad y lealtad en aquellos que instigaron el presente disturbio.
Al no encontrarse manera de resolver el conflicto suscitado entre Pablo y Bernabé, el resultado fue la separación entre aquellos dos colaboradores (vs. 39-40). Esta separación podría no ser considerada una división en términos prácticos, pero ciertamente fue un desacuerdo muy serio que perjudicó la unidad genuina del Cuerpo. No existe relato alguno que describa que el conflicto suscitado entre Pablo y Bernabé se resolvió alguna vez.
Me consuela saber que Pablo puso tal ítem al final de Romanos, el cual es un libro que nos revela cómo nosotros, los pecadores, podemos ser regenerados y transformados hasta llegar a ser hijos maduros de Dios de tal manera que podamos ser los constituyentes de las iglesias. Esto ciertamente es maravilloso. Sin embargo, incluso entre las iglesias establecidas por Pablo, había quienes causaban divisiones y tropiezos, engañando a la gente con suaves palabras y lisonjas a fin de arrastrar tras sí a los creyentes. Pablo advirtió a los santos que debían fijarse en tales personas y alejarse de ellas. Pablo no les dijo que debido a que tales personas merecían lástima, los santos debían mostrarles amor y compasión. Tales personas causan daño al Cuerpo y ofenden a Cristo, la Cabeza. Por tanto, Pablo no dijo a los santos que expresaran amor hacia tales personas. Más bien, los exhortó a fijarse en esta clase de persona que causa divisiones y a alejarse de ellas.
El recobro del Señor ha estado en los Estados Unidos por más de un cuarto de siglo. Aquello que se describe en Romanos 16:17-18 jamás ha ocurrido en el recobro con la gravedad con la que ocurre hoy en día. Lo que ha venido sucediendo entre nosotros y continúa sucediendo es exactamente lo que se menciona en Romanos 16. Entre nosotros, hay quienes causan divisiones y hacen que la gente tropiece. Tal como advirtió Pablo en Hechos 20:30, éstas son personas perversas que hablan cosas perversas a fin de atraer a los miembros de la iglesia y hacer de ellos sus seguidores. En Hechos 20 Pablo no dijo a los creyentes que se alejaran de tales personas, pero en Romanos 16, Pablo dijo que nosotros debemos alejarnos de ellas.
Alejarse de tales personas es poner en cuarentena a quienes causan divisiones y son sectarios, a fin de proteger a los santos de ser contaminados. Los que causan división son muy contagiosos. Todo aquel que entre en contacto con ellos será “infectado”. Esto no sería bueno para ellos mismos ni para los demás. Por tanto, hoy en día debemos realizar lo que en la medicina se llama una “cuarentena”. Poner en cuarentena a alguien no quiere decir que no amemos a dicha persona. Al contrario, quiere decir que amamos a esa persona y a muchas otras también. Si un miembro de la familia contrae una enfermedad contagiosa, tal vez sea necesario que la familia entera tenga que poner a dicha persona en cuarentena. Esto redunda en beneficio de todos los miembros de la familia. Excluir a las personas, excomulgarlas, era la práctica de la Asamblea de los Hermanos. Desde los inicios del recobro del Señor nos dimos cuenta de que tal práctica es errónea. Sin embargo, poner en cuarentena a quienes están enfermos con una enfermedad espiritual contagiosa, ciertamente es una práctica bíblica.
Esto fue lo que sucedió entre los corintios. Algunos decían “yo soy de Pablo”, otros “yo soy de Apolos”, y otros “yo soy de Pedro”, y aun otros “yo soy de Cristo”. Ellos exaltaron a las personas dotadas, lo cual hizo que se produjeran divisiones y contiendas entre ellos mismos. Decir “yo soy de Cristo” parecía ser propio de una persona muy espiritual, pero el apóstol condenó eso tanto como condenó decir “yo soy de Pablo”, “yo soy de Apolos” o “yo soy de Cefas”, debido a que esto causó división tanto como las otras tres posturas que aparentemente eran muy carnales (3:3-4). Decir tales cosas causaba división y, por ende, todas ellas fueron condenadas. Los apóstoles exhortaron a todos los corintios a hablar una misma cosa y a estar perfectamente unidos en un mismo sentir y en un mismo parecer a fin de evitar las divisiones entre ellos (1:10-11).
Al enfrentarse a este caso, el apóstol, en su condición de padre que los había engendrado, amonestó a los corintios como a hijos amados (vs. 14-15). Luego, el apóstol les dijo que, dependiendo de lo que ellos prefirieran, él vendría a ellos con vara o en amor y con espíritu de mansedumbre (vs. 19-21). Éste fue el proceder de Pablo para resolver dicho problema, esto es, mostrar su amor hacia los creyentes que causaban problemas, los cuales eran sus hijos, y hacerles ver que Dios le había dado autoridad sobre ellos.
En Corinto había un hermano que vivía en pecado grave y que no estaba dispuesto a arrepentirse. El apóstol ya había juzgado a tal persona en el nombre del Señor Jesús, con Su poder, a fin de entregarlo a Satanás para destrucción de su carne (vs. 3-5). El apóstol encargó a la iglesia en Corinto quitar a tal persona de en medio de ellos, apartándola de la comunión entre los creyentes (vs. 2, 9-13). Esto también fue una especie de cuarentena a la que se sometió a este hermano pecador.
Hemos estudiado 1 Corintios 5:13 de forma particular. La palabra traducida “quitad” fue tomada de la Septuaginta (la versión en griego) del Antiguo Testamento. Quitar aquel hermano pecador en 1 Corintios 5 era como poner a un leproso fuera del campamento en el Antiguo Testamento (Lv. 13:45-46; Nm. 5:2). En Números 12 María se rebeló contra Moisés y contrajo lepra a raíz de ello. Ella fue quitada del campamento durante siete días, hasta que quedase limpia de su lepra. Ésta fue una forma de cuarentena. Se ha hablado mucho entre los cristianos con respecto a la práctica de excomulgar. Es erróneo excomulgar a un creyente. Excomulgar a alguien es desecharlo definitivamente, mientras que quitar a alguien de en medio nuestro es ponerlo en cuarentena con la esperanza de que sane.
El apóstol encargó a la iglesia en Corinto que quitase a aquel pecador de la comunión de los creyentes (1 Co. 5:2, 9-13). Él encargó a la iglesia que no se asociara con tal persona, ni aun se sentara a comer con ella (v. 11).
Después, cuando aquel hermano que había caído en pecado se arrepintió, el apóstol encargó a la iglesia que lo perdonara al confirmar su amor para con él, de tal modo que Satanás no ganase ventaja alguna sobre los creyentes, puesto que el apóstol no ignoraba las maquinaciones de Satanás (2 Co. 2:5-11). Una vez que un hermano que practica el pecado se ha arrepentido, la iglesia deberá perdonarlo inmediatamente y confirmar su amor para con él. De otro modo, Satanás intervendría para ganar ventaja de la iglesia devorando al creyente caído que se arrepintió. Ésta es la manera apropiada de enfrentarse a tales casos, la misma que permite que nos encarguemos de: (1) la pureza de la iglesia; (2) la disciplina que se debe aplicar a un creyente que no se ha arrepentido; (3) el perdón para el creyente arrepentido, perdón que es necesario y urgente en tales casos, así como la confirmación del amor hacia tal persona; y (4) las maquinaciones de Satanás.
En Corinto, hubo un hermano que demandó a otro ante los tribunales de los incrédulos para que fuese juzgado por los injustos y no por los santos. Esto ocurrió en una de las iglesias establecidas por Pablo. El apóstol instó a los hermanos que así se comportaban, a que se dieran cuenta de que era una derrota absoluta para ellos iniciar tales litigios y que, más bien, debían sufrir el agravio y ser defraudados, esto es, que deberían sufrir pérdida optando por llevar la cruz. Ésta es la mejor manera de resolver un problema que concierne pérdidas o ganancias materiales.
Pablo tuvo que presentar defensa de sí mismo con las señales de su apostolado y tomó una postura muy firme con respecto a todos sus derechos como apóstol (vs. 1-14; 2 Co. 12:11-12). No obstante, por causa de la propagación del evangelio, él no había hecho uso de todos los derechos que le correspondían como apóstol (1 Co. 9:15-23).
Aparentemente Pablo se vindicaba a sí mismo al enfrentarse a este problema, pero él actuó de este modo no en procura de su propio provecho o ganancia, sino en beneficio de la iglesia, la cual hubiera sufrido una gran pérdida si ponía en tela de juicio su competencia como apóstol.
Al enfrentarse a este problema, Pablo dijo que los partidos o sectas eran inevitables entre los creyentes a fin de que se hicieran manifiestos quienes eran aprobados entre los creyentes (v. 19). Pablo afirmó que ésta era la razón por la cual se suscitaba este problema en las iglesias establecidas por él. Esta clase de problema hace que seamos zarandeados como en una criba a fin de mostrar si somos aprobados o no. La palabra aprobado también puede traducirse “con experiencia”. El hecho de que seamos aprobados denota que hemos tenido las experiencias debidas y que, por tanto, no es fácil que nosotros participemos en cualquier partido.
Es así como, según nuestra experiencia de la vida divina, debemos lidiar con esta clase de problema, el mismo que denota falta de crecimiento en la vida espiritual.
No creo que ninguno de entre nosotros haya dicho alguna vez que no hay resurrección de los muertos. Por tanto, en este sentido tal vez seamos un poco mejores que las iglesias establecidas por Pablo. Al enfrentarse a esta prueba, el apóstol corrigió aquella herejía al develar la verdad de la resurrección (vs. 12-57) y al testificar del hecho de la resurrección en virtud del poder y de la eficacia de la resurrección de Cristo (vs. 3-11). En 1 Corintios 15:10, Pablo dijo: “No yo, sino la gracia de Dios...”. La gracia de Dios es el propio Cristo resucitado. Cristo en resurrección es la gracia de Dios. Por tanto, Pablo testificó del hecho de la resurrección no solamente en virtud del poder de la resurrección de Cristo sino también en virtud de la eficacia de dicha resurrección, la cual Pablo había experimentado personalmente.
Pablo enfrentó de manera excelente esta prueba, pero para ello se requiere del conocimiento adecuado de la verdad divina contenida en la enseñanza neotestamentaria así como suficiente experiencia de la realidad que corresponde a la verdad divina. Por tanto, tenemos que esforzarnos por profundizar en las verdades divinas y por experimentar la realidad de estas verdades a fin de saber hacer frente a esta clase de problemas en beneficio de las iglesias.
Al enfrentarse a tal prueba, los apóstoles primero libraron la guerra espiritual a fin de derribar fortalezas en las mentes de los creyentes y llevar cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo (vs. 3-5). Después, los apóstoles castigarían toda desobediencia entre los creyentes (v. 6). Pablo no dijo que ellos se vengarían de ciertas personas, sino que castigarían la desobediencia de los desobedientes.
Encargarse de un caso directamente relacionado con la guerra espiritual requiere de un discernimiento espiritual profundo que nos permita ver cabalmente que tal caso no procede del hombre sino del poder maligno de Satanás y, por tanto, requiere de la capacidad propia de la vida divina para combatir en contra de aquella fuente maligna.
Es difícil creer que en la iglesia apostólica hubiese ocurrido algo así. En el griego del texto original la expresión traducida “bien lo toleráis” fue usada en un sentido irónico. Los creyentes corintios toleraron a los predicadores herejes. Con base en esto, Pablo les dijo, irónicamente, que puesto que ellos toleraban a esos herejes, también debían tolerar la jactancia de él. El apóstol se jactaba de su apostolado y de su conducta virtuosa al enumerar una serie de cosas con respecto a sí mismo (vs. 5-33). Esto nos muestra que a veces es necesario jactarse, presentando defensa y tomando una postura firme en beneficio de las iglesias y los santos.
Los corintios acusaron a Pablo de enviar a Tito a que recogiera las ofrendas para los santos en Judea y que, al hacer esto, robara dinero de ellos engañándolos a fin de obtener ganancia. A esto el apóstol respondió que tanto él como Tito andaban en un mismo espíritu y con las mismas pisadas (v. 18b). De hecho, el apóstol, como un padre que cuida de sus hijos, estaba dispuesto, con el mayor placer, a gastar de lo suyo (su dinero) y gastarse del todo, es decir, agotarse (él mismo) por amor de las almas de los creyentes (vs. 14-15).
Esto nos muestra que el apóstol Pablo, cuando fue calumniado por los creyentes carnales, vindicó su honestidad y generosidad en beneficio de quienes lo difamaban con malas intenciones.
Los judaizantes consideraban que guardar la ley era parte del evangelio. El apóstol maldijo a estos predicadores judíos que eran herejes (vs. 8-9). El apóstol, un esclavo de Cristo, no procuraba persuadir a los hombres ni procuraba agradar a hombre alguno (v. 10). Por ende, él condenó a aquellos herejes. Por causa de la verdad del evangelio tenemos que aprender de la fidelidad del apóstol, de su franqueza y osadía al maldecir a los herejes y no intentar agradar a los hombres.
Pablo se opuso a Pedro y lo condenó cara a cara, reprendiéndolo delante de todos (vs. 11, 14). Al hacer esto, Pablo no fue misericordioso, y para muchos no actuó sabiamente. Pero, después, Pedro habló positivamente de Pablo y confirmó que sus enseñanzas pertenecían a la misma categoría que el resto de las Escrituras (2 P. 3:15-16).
Pablo fue fiel a la verdad del evangelio y fue honesto con Pedro para corregirlo; a su vez, Pedro fue humilde al soportar las reprensiones de Pablo. Ya anciano, Pedro escribió una epístola en la que habló muy positivamente de Pablo y confirmó que los escritos de Pablo tenían la misma autoridad que el resto de las Escrituras. Todos tenemos que aprender tanto de Pablo como de Pedro en lo referido a sus virtudes espirituales.
El apóstol instruyó a los creyentes, diciéndoles que aquellos que son espirituales debían restaurar a aquel hermano con un espíritu de mansedumbre. Es común para los creyentes verse enredados en alguna falta. Aquellos que procuren restaurar a tal hermano, deberán considerarse a sí mismos, no vaya a ser que ellos mismos también sean tentados. Para atender a tal caso de restauración, existe la necesidad de madurez espiritual acompañada de un corazón de amor por aquel hermano así como de un profundo interés por recobrarlo. Al llevar a cabo tal restauración, tenemos que hacerlo en temor y con mucha consideración, no a la ligera ni de manera descuidada.
Cuando Pablo estuvo en prisión, los judaizantes crearon más problemas en su contra. Pablo se regocijaba en que Cristo fuese anunciado, aun cuando ello fuese apenas un pretexto para aquellos (v. 18). No obstante, Pablo consideraba a aquellos predicadores judaicos como perros, malos obreros y mutiladores del cuerpo, y advirtió a los santos en Filipos que se guardasen de los judaizantes. Por una parte, Pablo se regocijaba de que ellos predicasen, pero por otra, él consideraba que eran perros, malos obreros y mutiladores del cuerpo (mutiladores del cuerpo es un término despectivo para la circuncisión). Tenemos que aprender de Pablo el discernimiento con que él supo juzgar estas cosas. En este caso, la predicación de Cristo era algo bueno, pero también era verdad que aquellos predicadores eran malignos en su predicación pues estaban motivados por envidia, contienda y rivalidad, y tenían el propósito de causar aflicción a otros. No debemos condenar necesariamente la predicación que realice un predicador malvado, ni tampoco debemos recibir necesariamente a un predicador malvado debido a su buena predicación.
Las hermanas fácilmente discrepan en su manera de pensar. El apóstol suplicó a estas dos hermanas que fuesen de un mismo sentir en el Señor y pidió a su verdadero compañero de yugo que ayudase a estas dos hermanas que habían combatido por el evangelio junto a Pablo (v. 3). El apóstol se hizo cargo de tal situación con toda bondad y afecto. Considerar a los demás con toda bondad y afecto son armas indispensables para corregir los errores de otros.
El apóstol advirtió a los creyentes que no se dejaran mover fácilmente en su modo de pensar, ni fueran conturbados ni se dejaran engañar de manera alguna (vs. 2a, 3a). Después de hacerles tal advertencia, él impartió a los creyentes la enseñanza apropiada concerniente a la manifestación del Señor (vs. 3b-8). La manera correcta de resolver tal clase de problema consiste en impartir la enseñanza apropiada a la gente.
El apóstol había dado a los creyentes la siguiente orden: “Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma” (v. 10). El apóstol también les ordenó y exhortó en el Señor que trabajando sosegadamente coman su propio pan (v. 12). Las medidas que tomó el apóstol con respecto a este caso fueron muy prácticas.
El apóstol instó a Timoteo a permanecer en Éfeso a fin de mandar a algunos que no enseñen cosas diferentes. El apóstol también dio las palabras de corrección que se conforman al evangelio de la gloria del Dios bendito, el cual le fue encomendado (vs. 5-11).
Al encargarnos de tal caso, no debemos simplemente corregir, sino también proveer las enseñanzas apropiadas con las cuales reemplazar las enseñanzas erróneas. Al hacernos cargo de tal problema que concierne a la economía de Dios, necesitamos poseer el conocimiento adecuado de la santa Palabra, la cual nos comunica la revelación completa de la economía de Dios.
El apóstol dio las palabras de corrección (vs. 3-5). El apóstol también encargó a Timoteo exponer estas cosas ante los hermanos como buen ministro de Cristo, es decir, como persona que se ha nutrido con las palabras de la fe y de la buena enseñanza que ha seguido fielmente (v. 6). Para enfrentar una prueba como ésta, es indispensable que hayamos aprendido muchas cosas, tal como Pablo lo hizo.
El apóstol encargó a Timoteo no recibir acusación en contra de un anciano a menos que sea confirmada por dos o tres testigos, y le encargó reprender al anciano que cometió tal pecado delante de todos, para que los demás también teman. El apóstol también le encargó solemnemente a Timoteo, delante de Dios, de Cristo y de los ángeles escogidos, que guardara las palabras del apóstol sin prejuicios, no haciendo nada con parcialidad (v. 21). Aquí podemos ver la franqueza del apóstol y su fidelidad. Él le hizo este encargo a Timoteo no solamente de parte suya, sino delante de Dios, de Cristo e incluso delante de Sus ángeles escogidos. El ancianato está estrechamente relacionado con la autoridad de Dios. Es por esta razón que Pablo mencionó a los ángeles escogidos, puesto que dichos ángeles están sujetos a la autoridad de Dios.
Probablemente, en este caso, apartarse de Pablo dándole la espalda no constituyó una división, pero ello ciertamente constituyó cierta separación que perjudicó la unidad del Cuerpo de Cristo. No obstante, el apóstol Pablo, lejos de sentirse afectado por ello, alentó a Timoteo a fortalecerse en la gracia que es en Cristo Jesús (2:1). Para enfrentar tales casos, es imprescindible que no seamos conmovidos por el hecho de que alguien se aparte del ministerio del Señor dándole la espalda, sino que tenemos que ser fuertes en el poder de la gracia del Señor por causa de la economía de Dios.
En esta sección de la Palabra, Pablo dio a conocer los nombres de dos herejes: Himeneo y Fileto. El apóstol tenía la certeza de que el sólido fundamento de Dios permanecería firme, pues tenía este sello: “Conoce el Señor a los que son Suyos; y: Apártese de injusticia todo aquel que invoca el nombre del Señor” (v. 19). Pese a la herejía que se extendía como gangrena, Dios tiene un fundamento firme, a saber: que los Suyos, aquellos que le son fieles e invocan el nombre del Señor, se apartan de injusticia.
A fin de que hiciera frente a esta prueba, el apóstol Pablo le recordó a Timoteo que él había seguido fielmente la enseñanza del apóstol, su conducta, propósito, fe, longanimidad, amor, perseverancia, persecuciones y padecimientos (vs. 9-11a). Esto nos da a entender que para hacer frente a tal prueba tenemos que ser un ejemplo para los otros creyentes en cuanto a nuestra enseñanza y conducta, aun durante los días de apostasía.
El hecho de que Demas abandonase a Pablo no debiera ser considerado como una división, sino como cierta separación, lo cual siempre causa perjuicio a la unidad en el Cuerpo de Cristo. Sin embargo, Pablo no se sintió desalentado aun durante el tiempo de su martirio (v. 6); por el contrario, él se mantuvo muy activo prodigando cuidados a sus colaboradores y atendiendo a todos los asuntos que era necesario atender (vs. 11-13). Éste debe ser un modelo para nosotros.
El apóstol Pablo puso su confianza en el Señor con relación a estos ataques malignos. Él tenía fe en que el Señor lo libraría de toda obra mala y lo salvaría para Su reino celestial (v. 18). Él también tenía la certeza de que el Señor, al manifestarse en Su venida, lo recompensaría con la corona de justicia a fin de que él pudiese ser partícipe del reino del Señor (vs. 8, 1). Fue de este modo que el apóstol hizo frente a todas estas situaciones adversas. Nosotros debemos aprender de él.
Al hacer frente a las cinco pruebas mencionadas más arriba y exponérselas a Timoteo, el apóstol Pablo no pudo evitar mencionar los nombres de cinco personas: Figelo, Hermógenes, Himeneo, Fileto y Alejandro el calderero (1:15; 2:17; 4:14). Esto indica que a veces, al enfrentar algunas cosas negativas que verdaderamente causan perjuicio a los intereses del Señor, es posible que —por causa de la edificación de los santos que han mantenido una actitud positiva— nos veamos obligados a mencionar los nombres de aquellas personas que se han visto involucradas en las cosas malignas.
Después de una segunda amonestación, debemos desechar a tal clase de persona puesto que sabemos que ella se ha pervertido, peca y está condenada por su propio juicio. Desechar a tal persona equivale a ponerla en cuarentena. Cuando un creyente causa divisiones, es faccioso y sectario, tal persona se vuelve contagiosa; por tanto, tenemos que desecharla, esto es, ponerla en cuarentena.
Alguien debe hacer volver a aquel que se ha extraviado de la verdad, sabiendo que el que haga volver a tal pecador del error de su camino, salvará de muerte el alma de tal persona y cubrirá multitud de pecados. Esto es rescatar de sus pecados a un hermano que está errado en cuanto a la verdad. Para hacer esto se requiere de amor, espiritualidad y el conocimiento adecuado.
En este caso, los falsos maestros eran los herejes de tiempos antiguos, como en el caso de los modernistas de hoy. El juicio pronunciado sobre ellos hace tiempo no está ocioso, y su destrucción no se duerme. Los creyentes deben tomar a Noé, un heraldo de justicia, como ejemplo, así como al justo Lot (vs. 5, 7). Si nos encontramos en una situación en la que imperan las herejías destructoras, debemos aprender cómo seguir a los santos fieles que resisten cualquier clase de herejía firmemente basados en la verdad.
La verdad está escondida para los burladores herejes que por propia voluntad la pasan por alto (v. 5a). Debido a que ellos son ignorantes por voluntad propia, la verdad contenida en la palabra de Dios que fue dada por los profetas en las Escrituras está escondida de su vista. Por tanto, Pedro les recordó a los creyentes que debían recordar la palabra de Dios dada por los profetas en el Antiguo Testamento y por los apóstoles en el Nuevo Testamento (vs. 1-2, 5b, 7). Esto indica que para hacer frente a un caso tal de herejía, tenemos que ayudar a los creyentes a asirse firmemente de la Palabra santa.
Los anticristos niegan que Jesús es el Cristo (v. 22). Los creyentes deben permanecer en el Señor en concordancia con Su unción (vs. 20, 27). Para hacer frente a esta clase de herejía, debemos tener la experiencia de permanecer en el Señor conforme a Su unción y debemos exhortar a los creyentes a no prestar oído a las enseñanzas herejes, sino, más bien, a estar atentos a la unción en el interior de su ser.
Esto, nuevamente, es un caso de herejía. El espíritu, en este caso, no procede de Dios sino del anticristo; no es el Espíritu de verdad, sino el espíritu de engaño. Los anticristos son de este mundo, mientras que los creyentes son de Dios. Según el versículo 1, los creyentes han prevalecido sobre los falsos profetas, y según el versículo 3, los creyentes han prevalecido sobre el anticristo; esto se debe a que Aquel que mora en ellos es mayor que aquel que está en el mundo.
Para hacer frente a tal caso de herejía, tenemos que experimentar: (1) el Dios Triuno como Espíritu todo-inclusivo que nos unge, el cual está en nosotros y es mayor que Satanás, quien es el espíritu maligno que está en el mundo; y (2) que el mundo ha sido derrotado por nosotros en virtud del Dios Triuno que mora en nuestro ser.
Dicho creyente deberá pedir, es decir, orar, por aquel que peca. Al hacer esto, él le impartirá vida a tal persona. Impartir vida a tal persona es ministrar vida a aquel que peca cuando tenemos contacto con él. Esto requiere de nuestra parte que poseamos cierta medida de amor divino a fin de cuidar de aquel que peca, así como que tengamos cierto grado de crecimiento en la vida divina de tal manera que poseamos las riquezas de la vida divina que necesitamos compartir con tal persona.
Éste es el caso en el que vemos la peor de las herejías. El apóstol Juan ordenó a los creyentes no recibir en sus casas a los anticristos herejes y a ni siquiera decirles: “¡Regocíjate!” (v. 10), lo cual era una salutación. Aquel que les diga: “¡Regocíjate!”, participa en sus malas obras, las obras de un hereje (v. 11). Ésta es una cuarentena muy severa en contra de los herejes que niegan la encarnación de Cristo al no confesar que Él vino en la carne. Aquí se requiere de nuestra valentía y franqueza a fin de resguardar la verdad concerniente a la persona divina de Cristo en Su divinidad y humanidad. Debemos ser intransigentes al hacer frente a estas herejías con respecto a la persona de Cristo y desechar toda posibilidad de conciliación.
Diótrefes no recibía a los apóstoles y parloteaba contra ellos con palabras malignas; además, él no recibía a los hermanos, y a quienes querían recibirlos se los prohibía y los expulsaba de la iglesia. Si el apóstol Juan hubiese visitado tal iglesia, él les habría recordado a los creyentes las obras que Diótrefes hacía (v. 10). Debemos ser cuidadosos al hacer frente a tales casos. Las acciones de Diótrefes ciertamente constituían un gran pecado; no obstante, el apóstol no dio a entender que el pecado de Diótrefes era intolerable al punto de que fuese necesario ponerlo en cuarentena. Juan no nos dijo que debamos poner a tal persona en cuarentena. Incluso actos pecaminosos como éste que ocurren en la vida de iglesia deben ser tratados con mucha consideración, con la expectativa de que tales acciones pecaminosas puedan ser corregidas después de cierta cantidad de amonestaciones y castigos motivados por el amor.
Estos apóstatas eran como escollos ocultos en los ágapes que celebraban los creyentes; los tales eran como pastores que sólo se alimentan a sí mismos, como nubes sin agua, árboles otoñales sin fruto, fieras ondas del mar y como estrellas errantes (vs. 12-13). Judas exhortó a los creyentes a recordar las palabras dichas por los apóstoles de nuestro Señor Jesucristo, quienes decían que en el postrer tiempo habría burladores, que andarían según sus impías concupiscencias y causarían divisiones, los cuales son personas anímicas, que no tienen espíritu (vs. 17-19). Judas exhortó a los creyentes a que también fuesen conjuntamente edificados sobre el fundamento de su santísima fe, que oraran en el Espíritu Santo y que se conservaran en el amor de Dios, esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna (v. 20). Esto nos muestra que en semejante situación de apostasía, el mejor camino consiste en exhortar a los creyentes de la manera positiva en que lo hizo Judas.
Lo que estos falsos apóstoles hicieron en su falsa presunción y simulación fue un gran perjuicio, ocasionado por Satanás mismo, para la edificación del Cuerpo de Cristo (2 Co. 11:13-15). Ésta fue una verdadera prueba a la que fue sometida la unidad genuina del Cuerpo de Cristo. Tenemos que seguir el ejemplo positivo de la iglesia en Éfeso poniendo a prueba a estos falsos apóstoles a fin de hallarlos mentirosos.
El Señor elogió a la iglesia en Éfeso por sus obras, sus trabajos y su perseverancia, por no haber tolerado a los malos, haber probado a los que se dicen ser apóstoles y haberlos hallado mentirosos (v. 2). Sin embargo, el Señor reprendió a esta iglesia por haber dejado su primer amor. Dejar el primer amor equivale a llegar a ser indiferentes y estar aletargados en lo referido a nuestro aprecio por la excelencia y preciosidad del Señor así como en lo referido a nuestra gratitud por el amor del Señor en la obra redentora que Él efectuó por nosotros. Ésta es la raíz de la degradación de la iglesia a lo largo de los siglos. Por esta causa, el Señor amonestó a la iglesia en Éfeso a arrepentirse; de lo contrario, su candelero sería quitado. La remoción del candelero implica la pérdida del poder para resplandecer en la oscuridad y testificar del Señor. La amonestación del Señor nos provee la manera en que nosotros podemos hacer frente a este caso, un caso que se caracteriza por haber perdido el primer amor que se tenía hacia el Señor.
La iglesia en Pérgamo se hizo mundana e, incluso, echó raíces en el mundo, donde están el trono y la morada de Satanás. Esto hizo que tal iglesia estuviese unida a Satanás en el cosmos satánico, el sistema de tinieblas, el cual es contrario a Dios y a Su economía.
Hacerse mundanos e, incluso, echar raíces en este mundo, condujo a algunos miembros de la iglesia a retener la enseñanza que hizo que el pueblo de Dios tropezara al comer de cosas sacrificadas a los ídolos y al cometer fornicación. Hacerse mundanos siempre tiene como resultado la idolatría y la fornicación. Estos tres siempre van juntos, uno junto al otro, perjudicando al pueblo de Dios e impidiéndole llevar adelante la economía de Dios.
Los nicolaítas eran un grupo de personas que se tenían a sí mismos en muy alta estima, considerándose superiores al común de los creyentes. Ellos conformaron una clase jerárquica, lo cual era contrario a la edificación del Cuerpo de Cristo, de manera similar al sistema jerárquico imperante en el catolicismo y el protestantismo. Tal sistema jerárquico es aborrecido por el Señor (v. 6), pues destruye la economía neotestamentaria de Dios con respecto a la iglesia.
Para hacer frente a un caso tan complicado como el de la iglesia en Pérgamo —una iglesia que estaba unida al mundo y en la que algunos de sus miembros retenían la enseñanza de Balaam y la enseñanza de los nicolaítas— requiere de nuestra parte que seamos uno con el Señor oponiendo firme resistencia al mundo en su condición de sistema de tinieblas satánico; además, requiere de nuestra parte que aborrezcamos la idolatría, la fornicación espiritual y el pecado de constituir una clase jerárquica, esto es, el sistema maligno de la religión organizada.
Jezabel era la esposa pagana del rey Acab (1 R. 16:31). Ella tipifica a la iglesia apóstata, la Iglesia Católica Romana, y a la mujer profetizada por el Señor en Mateo 13:33, que introdujo elementos paganos, herejes y malignos como levadura escondida en las enseñanzas concernientes a Cristo, y que se convierte en la gran ramera descrita en Apocalipsis 17, la cual mezcla abominaciones con las cosas divinas y enseña y seduce a los esclavos del Señor haciendo que cometan fornicación y que adoren ídolos. De todo esto, ella no está dispuesta a arrepentirse, y por todo ello, el Señor habrá de destruirla (2:21-23).
Para hacer frente a un caso tan grave de apostasía en la iglesia degradada, tenemos que estar equipados con el conocimiento de la historia de la degradación de la iglesia y con el conocimiento de la revelación divina concerniente a la iglesia en la economía neotestamentaria de Dios.
Esto describe la verdadera situación en la que se encuentran las iglesias protestantes actuales: aparentemente están llenas de vida, pero en realidad, están muertas.
Esto también describe a las iglesias protestantes, en las cuales permanecen algunas cosas positivas pero que están a punto de morir. Todo ítem de las cosas positivas que ha sido heredado y recibido por las iglesias protestantes actuales permanece en una condición moribunda.
Esto también describe a las iglesias protestantes actuales, con respecto a las cuales ninguna obra ha sido hallada completa por el Señor delante de Dios.
Los tres casos relacionados con la iglesia en Sardis denotan la carencia del vigor que es propio de la vida divina así como la carencia del poder del Espíritu Santo. Para hacer frente a estos casos nos vemos obligados a enriquecernos en la vigorosa vida divina y a ser fortalecidos en el poderoso Espíritu Santo. Únicamente el vigor de la vida divina y el poder del Espíritu Santo podrán hacer de nosotros personas frescas, completas y llenas de vida.
El principal significado del nombre griego Laodicea es la opinión, el juicio, del pueblo. Cuando una iglesia local está llena de las opiniones del pueblo, se convierte en una iglesia que no es fría ni caliente. Debido a su tibieza, tal iglesia será vomitada de la boca del Señor. Esto equivale a ser dejada por el Señor debido a que el sabor de esa iglesia es repugnante. Por tanto, una iglesia en la que abunden las opiniones del pueblo, los juicios de las personas que la componen, es una iglesia terrible. Incluso nosotros rechazaríamos tal iglesia en la práctica de la vida de iglesia apropiada, y además, el propio Señor habrá de vomitarla. Las opiniones de las gentes son contrarias al juicio y la autoridad de Dios. Por esto, el Señor está a la puerta de la iglesia en Laodicea (v. 20), lo cual indica que el Señor ha sido rechazado por tal iglesia.
Una iglesia tibia en la que imperan las opiniones humanas siempre será una iglesia que se siente orgullosa de sí misma, se jacta de sus riquezas y piensa que no tiene necesidad de nada, pero no sabe que en verdad ella es una iglesia desventurada, miserable, pobre, y que está ciega y desnuda. Por tanto, el Señor, en Su amor y misericordia, le aconseja a esta iglesia que compre, o sea, que obtenga de Él a cierto precio oro refinado en fuego (la fe que ha pasado por pruebas y que es necesaria para ser partícipes de la naturaleza divina), vestiduras blancas (la conducta que el Señor puede aprobar) y colirio para ungir sus ojos (el Espíritu que unge, que es el propio Señor como Espíritu vivificante) para que todo ello le sirva de remedio (v. 18).
Lo mencionado desde el subtítulo XLI hasta el subtítulo LI son todos elementos negativos respecto de los cuales aquellas siete iglesias locales en Asia diferían entre sí. Pero en su condición de candeleros de oro, las siete iglesias locales eran todas idénticas con respecto a las cosas positivas concernientes al testimonio de Cristo. De manera anormal, ellas diferían entre sí en lo referido a estas once características negativas, todas las cuales representan serias pruebas que han ocasionado gran perjuicio a la unidad del Cuerpo orgánico de Cristo. Por tanto, el Señor aconsejó a todas las siete iglesias que vencieran superando todas estas pruebas a fin de poder ser recompensadas (2:7, 11, 17, 26; 3:5, 12, 21). De otro modo, ellas recibirían castigo (vease: 2:5 y 11, lo cual implica: vs. 16, 22-23; 3:3, 11, 16).
El Señor, en Su soberanía, dispuso que esas siete iglesias locales en Asia tipificasen a las iglesias en las siete etapas por las cuales pasa la iglesia en la era de la iglesia. Por tanto, independientemente de la etapa en la que nos encontremos como iglesia local, debemos saber hacer frente a esos once casos de cosas negativas de la manera apropiada que se nos muestra en Apocalipsis 2 y 3. Quiera el Señor tener misericordia de nosotros y concedernos Su gracia y bendición para que no seamos negligentes ni indiferentes al hacer frente a estos problemas que causan perjuicio a la unidad.
Entre los cincuenta y un casos antes enumerados, treinta y cinco, la mayoría de ellos, son de diversas clases y todos ellos (a excepción del número IV) fueron resueltos de manera positiva de diversas maneras, como en el caso en que se hicieron arreglos para proveer el servicio adecuado (I), el caso en que se testificó conforme a la verdad (II) y el caso en que, con un espíritu de mansedumbre, se restauró a un hermano enredado en una falta (XVIII); en los restantes dieciséis, la minoría de casos, se hizo frente a la situación mediante cuarentena. Esto nos da a entender que, en conformidad con Su preocupación amorosa por Sus santos redimidos, la intención del Señor con respecto a todos los creyentes que se han visto involucrados en estas pruebas que atentan contra la unidad del Cuerpo y la unanimidad de Su iglesia, es la de regular, corregir, rescatar, recobrar y perfeccionarlos, de tal modo que Él pueda llevar adelante la edificación de Su Cuerpo orgánico.
Entre los dieciséis casos restantes a los que se hizo frente mediante cuarentena, encontramos dos casos de división (V y XXXI), trece casos de herejías (III, XII, XVI, XXIV, XXVII, XXXIII, XXXIV, XXXV, XXXVI, XXXVIII, XL, XLIV y XLVI), y un caso de pecado grave (VIII).
Con respecto al primer caso de división (V), el apóstol Pablo, de manera resuelta y enfática, nos encargó poner en cuarentena a las personas divisivas apartándonos de ellas (Ro. 16:17). Con respecto al segundo caso de división (XXXI), el apóstol Pablo también nos encargó de manera enfática y resuelta que nos ejercitemos en imponer una severa cuarentena desechando a la persona que sea facciosa y cause divisiones (Tit. 3:10).
En cuanto a los trece casos de herejía, se hizo frente al caso número III mediante la comunión apropiada que es acorde con la verdad (Hch. 15:1-31); se hizo frente a los casos XII, XXIV, XXXV y XXXVI mediante la enseñanza; se hizo frente al caso número XVI al maldecir a los herejes (Gá. 1:8-9); se hizo frente a los casos XXVII, XXXIII, XXXIV y XL al hacer las advertencias necesarias a los santos; se hizo frente a los casos XLIV y XLVI al condenar a los culpables; y se hizo frente al caso XXXVIII al aplicar una cuarentena. En este último caso, el XXXVIII, el apóstol Juan de manera tajante y enfática nos encargó no recibir en nuestra casa a un hereje que no confiese que Cristo vino en la carne y que no permanece en la enseñanza de Cristo, ordenándonos que ni siquiera lo saludemos, a fin de no tener parte alguna en sus malas obras (2 Jn. 7, 9-11).
Con respecto al caso VIII, un caso de pecado grave, el apóstol Pablo le hizo frente, primero, juzgando en el nombre del Señor a quien estaba en tal pecado entregándolo a Satanás para destrucción de la carne (1 Co. 5:3-5), y después, encargando solemnemente a los santos que pongan en cuarentena a aquel que estaba en pecado dejando de comer con él y apartándolo de la comunión en la iglesia (vs. 11, 13).
Entre todas las pruebas a las que fueron sometidas la unidad del Cuerpo y la unanimidad de la iglesia, únicamente hay tres categorías —divisiones, herejías y fornicación— que son intolerables y requieren que los santos y las iglesias impongan una cuarentena conforme a la enseñanza de los apóstoles. Las divisiones causan perjuicio al Cuerpo de Cristo, y las herejías son un insulto contra la persona de Cristo además de también causar perjuicio a la obra de Cristo. Por tanto, las divisiones se relacionan, de manera negativa, con el Cuerpo de Cristo, mientras que las herejías tienen relación, de manera negativa, con la persona y obra de Cristo. La fornicación es un pecado grave que causa perjuicio a la humanidad, la cual fue hecha por Dios para que los hombres lleguen a ser miembros del Cuerpo de Cristo. Si alguna de estas tres cosas tiene lugar en la iglesia, ello hace nulo el Cuerpo de Cristo, atenta contra Cristo mismo, y la humanidad que sirve de constituyente al Cuerpo de Cristo resulta completamente corrompida. Por tanto, ninguno de estos tres problemas puede ser tolerado, y nosotros debemos poner en cuarentena a quienes están involucrados en estos problemas a fin de salvaguardar la edificación del Cuerpo de Cristo.
Espero que podamos dedicar algún tiempo al estudio de la manera apropiada de hacer frente a toda clase de problema. Tenemos que ser profundamente impresionados con el hecho de que entre tantas clases de problemas, únicamente tres son intolerables. Incluso con respecto a quienes se han visto involucrados en estos tres pecados intolerables, tenemos que ser muy cuidadosos al tomar medidas con respecto a ellos en nuestro espíritu y por el Espíritu. Debemos ser muy cuidadosos al ponerlos en cuarentena a fin de restringir la propagación de enfermedades contagiosas. Con respecto a quienes están involucrados en todos los demás casos, tenemos que esforzarnos constantemente por ser longánimes con ellos, por manifestarles amor y conducirnos con la esperanza de recobrarlos. Tal vez haya unos cuantos casos perdidos. Con respecto a los tres problemas de división, de herejía y de pecado grave, tenemos que ser muy cuidadosos al tomar medidas con respecto a quienes estén involucrados a fin de que la edificación del Cuerpo de Cristo pueda seguir adelante de manera apropiada, impidiendo así que el Cuerpo de Cristo sea dañado por divisiones, que Cristo mismo sufra perjuicio por causa de las herejías y que la humanidad creada para el Cuerpo del Señor sea dañada por algún pecado grave. Tal estudio de los cincuenta y un casos hallados en el Nuevo Testamento en los que se puso a prueba la unidad genuina y la unanimidad apropiada habrá de ayudarnos a encontrar la manera apropiada de resolver el problema que actualmente nos aqueja por causa de la rebelión suscitada entre nosotros. Por tanto, esto también forma parte del remedio bíblico para tal problema.
Hemos estudiado la unidad genuina en el capítulo 3, la unanimidad apropiada en el capítulo 4 y, en el presente capítulo, estudiamos los cincuenta y un casos negativos que son pruebas a las que fueron sometidas la unidad genuina y la unanimidad apropiadas. Yo considero la unidad genuina como la constitución que nos rige, la unanimidad apropiada como la ley que nos rige, y las pruebas como casos en los que se ha emitido juicio. El caso de la presente rebelión en el recobro del Señor deberá ser juzgado en conformidad con nuestra constitución (la unidad genuina), nuestras leyes (la unanimidad apropiada) y los cincuenta y un casos que nos sirven de referencia. Si se ha de emitir un justo juicio, tenemos que reconocer que ninguno de los cincuenta y un casos podría ser usado como ejemplo que sustente un juicio según el cual nosotros debamos ser puestos en cuarentena con base en las acusaciones que nos hacen los que disienten. Por el contrario, hay casos en esta lista de pruebas que podrían ser usados como ejemplos claros y categóricos que sustenten un juicio según el cual estas personas que disienten deban ser puestas en cuarentena.