
En este capítulo tengo la carga de compartirles a ustedes sobre los dos aspectos principales del recobro actual del Señor. Debido a que se están preparando para realizar una obra entre los jóvenes, necesitan saber lo que es el recobro del Señor. Hoy en día no debemos seguir al cristianismo degradado. Para evitar caer en este peligro, debemos saber dónde estamos y cuál es nuestra comisión. En breve, los dos asuntos principales en el recobro actual del Señor son el recobro de la experiencia de Cristo y el recobro de la práctica apropiada de la vida de iglesia. En otras palabras, el recobro actual del Señor es sencillamente el recobro de Cristo y la iglesia. No obstante, al hablar de recobro, no nos referimos a un recobro de una manera doctrinal. No estamos interesados en enseñar dichas cosas, sino en practicarlas. Estamos en el recobro práctico de las experiencias de Cristo y de la práctica adecuada de la vida de iglesia. Nuestro interés no se centra en los diversos puntos doctrinales, sino en la experiencia y en la práctica adecuada y cabal.
Muchos de nosotros estuvimos en el cristianismo por años, pero aparte de la salvación, oímos muy poco respecto a experimentar a Cristo como vida de una manera subjetiva. Tampoco oímos términos tales como el disfrute de Cristo ni la experiencia de Cristo, que es una expresión muy común entre nosotros. Ni siquiera contemplamos tales cosas. Más bien, se nos dijo correctamente que Cristo había muerto en la cruz, había resucitado de los muertos, había ascendido a los cielos y que ahora Él está sentado a la diestra de Dios. Sin embargo, todo lo que se nos enseñó acerca de Cristo se hallaba íntegramente en el ámbito de la mente. Ellos predicaban a Cristo el Salvador, y muchas personas creían en Él y, en cierto sentido, eran salvos. Pero Cristo seguía estando en los cielos y nosotros, aquí en la tierra. Cuando mucho, habíamos sido salvos por Su nombre. Aunque esto no tiene nada de malo, sí presenta una gran deficiencia. Durante años, nunca me dijeron que el propio Cristo, en quien yo había creído, moraba en mi espíritu. Pero el capítulo 14 de Juan dice clara, firme y enfáticamente que Cristo, nuestro Salvador, está en nosotros. En Juan 15 Cristo mismo dijo: “Permaneced en Mí, y Yo en vosotros”. Cuando oí por primera vez que Cristo permanecía en mí, y yo en Él, no lo pudo entender, así que ejercité mi mente escasa para tratar de descubrirlo, preguntándome cómo es que Cristo podía permanecer en mí, y yo en Él. De inmediato examiné si yo estaba o no en Él, pero simplemente no podía descubrirlo. No obstante, el énfasis principal de casi todas las Epístolas es que este Cristo maravilloso está en nosotros.
Por muchos años no pude responder cómo era que Cristo podía estar en mí y yo en Él. Pero un día el Señor abrió mis ojos, y vi que Cristo, después de Su resurrección, se hizo el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Hoy en día, Cristo no sólo está sentado a la diestra de Dios en los cielos, sino que, como Espíritu vivificante, Él también mora en nuestro espíritu. En 2 Timoteo 4:22 se nos dice: “El Señor esté con tu espíritu”. Si el Señor Jesús no fuera el Espíritu, ¿cómo podría estar con nuestro espíritu? Aun si no tuviésemos la palabra explícita de 2 Corintios 3:17 —“El Señor es el Espíritu”—, podríamos concluir que el Señor debe de ser el Espíritu por el hecho de que ahora Él está con nuestro espíritu. En 1 Corintios 6:17 se da una palabra más definida: “El que se une al Señor, es un solo espíritu con Él”. Según su experiencia, ¿comprenden que en realidad ustedes son un solo espíritu con el Señor?
Efesios 3:16-21 revela que Cristo está haciendo Su hogar en nuestros corazones. ¡Cuán maravilloso es que podemos experimentar a Cristo a tal grado! Cuando estuve en el cristianismo, no escuché nada acerca de experimentar a Cristo de esta manera. Gradualmente, mediante la ayuda de algunos libros, me enteré de que Cristo permanece en mí como mi vida, mi justicia, mi santidad y mi santificación, y comencé a experimentarle de una manera subjetiva. Sin embargo, no fue sino hasta después de muchos años de lectura, estudio y experiencia que vi, en Efesios 3, que Cristo no solamente es mi vida, sino que también hace Su hogar en mi corazón.
El que Cristo haga Su hogar en nuestro corazón significa que Él toma plena posesión de nuestro ser interior. Nuestro corazón se compone de nuestra mente, voluntad, parte emotiva y conciencia. A medida que Cristo hace Su hogar en nuestro corazón, Él satura todo nuestro ser interior y lo posee. Esto es algo grandioso. Nuestra mente, nuestra voluntad, nuestra parte emotiva y nuestra conciencia llegan a ser la morada de Cristo. Según el Nuevo Testamento, en cuanto a nuestro ser interior, Cristo finalmente llegará a ser uno con nosotros. Todos debemos experimentar a Cristo hasta el punto de ser uno con Él, no solamente en nuestro espíritu, sino también en todo nuestro corazón, o sea, en nuestra mente, voluntad, parte emotiva y conciencia. Esto no debe ser sólo una doctrina para nosotros; tiene que ser nuestra experiencia.
Permítanme relatarles una triste historia que me sucedió hace apenas unas semanas. Después de una reunión, una noche dos adolescentes vinieron al frente del salón para discutir conmigo. Ellos dijeron: “Usted enseña que Cristo llegó a ser el Hijo primogénito de Dios. ¿Acaso no ha leído Juan 3:16, donde dice que Cristo es el Hijo unigénito? ¿Por qué dice que Él llegó a ser el Hijo primogénito? Además, Hebreos 13:8 dice que Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por los siglos”. ¡Cuán lamentable fue esto! Ésta es la situación típica que impera en el cristianismo actual. Estos jóvenes tienen poco conocimiento de la Biblia y creen saber algo.
Otras personas nos condenan porque decimos que Cristo experimentó un cambio y que Dios pasó por un proceso. Ellos sostienen que Dios y Cristo no podrían cambiar jamás. ¿Qué podemos decir sobre la encarnación? Antes de la encarnación el Hijo de Dios era Dios. Él sólo tenía divinidad, no tenía humanidad en lo absoluto; tampoco tenía carne, sangre ni huesos. Pero por medio de la encarnación, Él se vistió de la naturaleza humana y se hizo un hombre de sangre y carne (He. 2:14). Después que Él se hizo carne y que vivió en la tierra por treinta y tres años y medio, murió en la cruz, derramó Su sangre y fue sepultado. Tres días después resucitó. Antes tenía la forma de la carne, pero una vez que Él resucitó, Su forma cambió, tomando la forma del Espíritu. ¿No fue esto un cambio? Los que se hallan en el cristianismo sólo se preocupan por su conocimiento, que es muy escaso, y no por la experiencia. Pero es peligroso tener poco conocimiento. En el recobro del Señor, no contendemos por la terminología ni por las doctrinas. ¿Por qué razón afirmamos que nuestro Dios ha pasado por un proceso? Entiendo que, en términos teológicos, quizá sea extraño decir que Dios ha pasado por un proceso. Sin embargo, en conformidad con la verdad, Dios pasó por un proceso. Él era Dios, se hizo carne, fue crucificado en la cruz, murió y fue sepultado. ¿No fue eso un proceso? Si no ocurrió un proceso, ¿entonces qué fue lo que ocurrió? Mediante el proceso de encarnación, crucifixión y resurrección, Él llegó a ser el Espíritu vivificante, el cual no sólo posee la naturaleza divina, sino también la naturaleza humana.
Al llegar a este punto, conviene citar algunos extractos de la obra maestra de Andrew Murray, El Espíritu de Cristo. Estas citas son extraídas del capítulo 5, cuyo título es “El Espíritu del Jesús glorificado”.
Sabemos cómo el Hijo, quien estaba con el Padre desde la eternidad, entró en una nueva etapa de existencia cuando Él se hizo carne. Cuando regresó al cielo, Él seguía siendo el mismo Hijo unigénito de Dios, pero no completamente lo mismo. Por cuanto Él también era, como Hijo del Hombre, el primogénito de entre los muertos, vestido de aquella humanidad glorificada que Él había perfeccionado y santificado para Sí mismo. Y así también el Espíritu de Dios derramado en el Pentecostés era ciertamente algo nuevo [...] Cuando fue derramado en el Pentecostés, Él vino en calidad de Espíritu del Jesús glorificado, el Espíritu del Cristo encarnado, crucificado y exaltado, el cual era para nosotros el portador y transmisor no de la vida de Dios como tal, sino de la vida que había sido entremezclada en la naturaleza humana en la persona de Cristo Jesús [...] Cristo no sólo vino para liberar al hombre de la ley y de la maldición de ésta, sino para traer una vez más la naturaleza humana a la comunión de la vida divina, a fin de hacernos participantes de la naturaleza divina [...] En Su propia persona, habiéndose hecho carne, Él tenía que santificar la carne, y hacer de ella un receptáculo adecuado y preparado para ser la morada del Espíritu de Dios [...] Procedente de Su naturaleza, que había sido glorificada en la resurrección y ascensión, Su Espíritu salió a relucir para ser el Espíritu de Su vida humana, una vida glorificada en la unión con el Divino, a fin de hacernos partícipes de todo aquello que Él personalmente había forjado y adquirido de Sí mismo y de Su vida glorificada [...] Y en virtud de haber perfeccionado en Sí mismo una naturaleza humana nueva y santa por nosotros, Él podía ahora transmitirnos lo que previamente no existía: una vida que es humana y divina a la vez. A partir de entonces el Espíritu, así como era la vida divina en persona, podía también llegar a ser la vida personal de los hombres [...] Y el Espíritu Santo podía descender como Espíritu del Dios-hombre, quien era verdaderamente el Espíritu de Dios, y aun así, era verdaderamente el espíritu del hombre.
Esto nos muestra que al menos un hermano ha visto este asunto.
El Cristo que experimentamos no es tan pobre como el Cristo predicado en el cristianismo actual. En el recobro del Señor, experimentamos a un “Cristo diferente”. Hace varios años, en Hong Kong, alguien me condenó diciendo que el Cristo que yo predicaba era otro Cristo. Escribí una refutación, en la cual dije que Cristo ciertamente es diferente. Por ejemplo, en el Evangelio de Juan, Cristo es el Cordero (Jn. 1:29), pero en el libro de Apocalipsis, Él es el León (5:5). ¿Es el León igual al Cordero? Claro que no. Además, con respecto al holocausto, un tipo de Cristo, en Levítico 1 Cristo primero es semejante a un buey, luego a una cabra y, finalmente, a una tórtola. ¿Acaso son iguales todos estos animales? Sería ridículo decir que lo son. En Sí mismo Cristo no es diferente, pero sí lo es en nuestra experiencia. En el cristianismo las personas experimentan a Cristo como su Salvador. Ellos no saben mucho más respecto a Él.
Conforme a Levítico, es posible que algunos experimenten a Cristo como una pequeña tórtola. Sin embargo, otros quizá le experimenten como una cabra, y tal vez otros le experimenten como un buey grande, como lo hizo el apóstol Pablo. En su experiencia, ¿para ustedes qué es Cristo: un palomino, una cabra o un buey? Sólo los pobres ofrecían un palomino como holocausto a Dios, lo cual está bien, pero es una ofrenda muy pobre. De igual manera, está bien experimentar a Cristo como palomino, pero es una experiencia muy pobre. Millares de cristianos solamente han recibido a Cristo como su Salvador. Algunos otros han progresado y experimentan a Cristo como su vida. Poco a poco, he descubierto que Cristo lo es todo para mí. Él no solamente es mi Salvador, mi Redentor, mi Señor, mi Dios y mi vida; Él es todo para mí. Tan sólo en el libro de 1 Corintios vemos que Cristo es poder, sabiduría, justicia, santificación, redención, las cosas profundas de Dios, el fundamento, la Pascua, la Cabeza, el Cuerpo, la roca, la comida, la bebida, el segundo hombre, el postrer Adán, las primicias y el Espíritu vivificante. ¡Oh, Cristo lo es todo! Luego, comencé a ver que este Cristo todo-inclusivo está haciendo Su hogar en mí. Ahora no solamente lo tomo a Él como mi vida y mi persona, sino que me entrego a Él como Su morada. Nosotros en el recobro del Señor debemos experimentar a Cristo al punto en que Él pueda hacer Su hogar en nuestro corazón. Al tener contacto con otros jóvenes en los recintos universitarios, ustedes deben ser aquellos que viven por Cristo y lo experimentan día tras día. Deben tomarlo a Él como su vida, su persona y como Aquel que mora en todo su ser.
¿Cómo podemos experimentar a Cristo? Aunque el hecho de experimentar a Cristo puede parecer misterioso, en realidad es algo muy práctico, tan práctico como la electricidad. Si hemos de experimentarle como Aquel que está haciendo Su hogar en nuestro corazón, debemos orar para recibir la visión de que hoy Cristo es el Espíritu. La mayor parte de los cristianos sólo se interesan por la doctrina, pues no conocen ni su espíritu humano ni al Cristo que es el Espíritu vivificante. Ellos no saben que hoy nuestro Cristo lo es todo. Cristo es Aquel que es todo-inclusivo. Él es Dios, el Creador, el Padre, el Hijo, el Espíritu, el Redentor, el Salvador, el Señor, la luz, la vida y otras cosas más. Simplemente no tengo las palabras adecuadas para expresar todo cuanto Cristo es. Cristo es maravilloso. Él es Dios, y Él se hizo hombre y así introdujo a Dios en la humanidad. Finalmente, Él también introdujo la humanidad en Dios. Esto no significa que Él hizo al hombre Dios. Más bien, quiere decir que introdujo la humanidad en la divinidad. Hoy en día, Él es el Dios-hombre. Recientemente, algunos se han opuesto al uso del término Dios-hombre. Pero en las citas que seleccionamos de Andrew Murray, vemos que él también lo empleó. En Cristo está el verdadero Dios y el verdadero hombre. Hoy en día Él es el Espíritu todo-inclusivo. Por mi experiencia, sé que esto es verdad. Por esta razón, soy muy firme al proclamar, no de una manera doctrinal, sino de una manera experiencial, que el propio Cristo en quien creemos lo es todo para nosotros. Cristo es nuestra sabiduría, nuestra justicia, nuestra santificación, nuestra redención, nuestro amor, nuestra paciencia y nuestra perseverancia. Él puede ser todo para nosotros debido a que Él es el Espíritu todoinclusivo.
En la historia de la iglesia, varios escritores famosos han comentado sobre el tema de que Cristo es el Espíritu. Es de gran ayuda incluir aquí algunas citas de sus escritos. En su Comentario sobre las Sagradas Escrituras, John Peter Lange explica lo siguiente acerca de 2 Corintios 3:17:
“Y el Señor”, a quien sus corazones se vuelven, “es el Espíritu”. Se han dado muchas explicaciones artificiales sobre este versículo. Sin tomar en cuenta esos intentos que han estado en contradicción directa al significado de las palabras y el alcance del contexto, aquí encontramos una clara identificación de Cristo y el Espíritu Santo, que el Señor a quien el corazón se vuelve, no es en ningún aspecto práctico diferente del Espíritu Santo que recibimos en nuestra conversión. La comunión de Cristo en la cual entró el corazón cuando se volvió al Señor, era en verdad la comunión del Espíritu Santo. Cristo es prácticamente el Espíritu, en la medida en que se transmite a Sí mismo al momento de la conversión y en otras ocasiones por medio del Espíritu; el Espíritu Santo es el espíritu de Cristo. El principio vital por el cual el Señor mora e influye en los corazones de los creyentes es el Espíritu Santo [...] Pero esta identificación esencial de Cristo y el Espíritu puede referirse únicamente a Cristo en Su condición de exaltación (cfr. 1 Co. 15:45).
En su Teología sistemática, Augustus H. Strong dice lo siguiente:
Las representaciones que hacen las Escrituras acerca de esta intercomunión [entre el Padre, el Hijo y Espíritu] nos evitan concebir las distinciones llamadas Padre, Hijo y Espíritu Santo como si existiese una separación entre ellos. Dicha intercomunión también es la explicación de la designación de Cristo como “el Espíritu”, y del Espíritu como “el Espíritu de Cristo”, según se ve en 1 Corintios 15:45: “Fue hecho [...] el postrer Adán, Espíritu vivificante”, y en 2 Corintios 3:17: “Y el Señor es el Espíritu”.
En este mismo comentario, Strong cita otro escritor, diciendo:
“La personalidad de la Trinidad Santa no son individuos separados. Cada uno incluye a los otros; cuando uno viene, los otros vienen. Así pues, la venida del Espíritu debía de tener implícito la venida del Hijo”.
En su libro titulado The Holy Spirit in the New Testament, Henry Barclay Swete dice esto:
El Espíritu, en Su operación, se consideró, en efecto, equivalente a Jesucristo [...] donde la posesión del Espíritu de Cristo claramente se estima como equivalente a que Cristo mismo more en el creyente [...] “el Espíritu del Señor” y “el Señor, el Espíritu” (P. ej. Cristo en el poder de Su vida glorificada) son vistos iguales en la práctica. Los hombres que vivieron por un corto espacio de tiempo después del ministerio, la ascensión y el Pentecostés comprendieron que donde estaba el Espíritu, estaba Cristo, y lo que el Espíritu realizó era, de hecho, realizado por Cristo. Reconocieron la voz de Cristo incluso en la palabra que Su Espíritu habló mediante los profetas. Aunque el Espíritu de Cristo, por el cual el Señor glorificado viene a Su iglesia y observa con ojos como llama de fuego y labora y habla, no es ni el espíritu humano de Cristo, ni el pre-existente Lógos que fue hecho carne, es completamente uno con la voluntad y el pensamiento del Cristo divino-humano, al grado que Cristo aún está presente en el Espíritu y labora en la tierra, morando en los hombres y revelándose a ellos de una manera más expedita para ellos que si aún estuviese visible en medio de ellos. Si dicha equivalencia se debe a la perfecta interpenetración de la humanidad glorificada del Señor por el Espíritu, o a Su unidad con el Espíritu en el misterio de la vida divina, ni San Juan ni ningún otro escritor del Nuevo Testamento nos lo ha enseñado; la cuestión no yacía en el ámbito de su competencia, y posiblemente no yace dentro de los límites del entendimiento humano. Únicamente el Espíritu escudriña las profundidades de Dios, y cuando el Espíritu omite algo del contenido de éstas, resultaría peligroso y vano hacer especulaciones al respecto.
La línea central y crucial de la Biblia es que Cristo lo es todo para nosotros. El Señor Jesús hoy es el Espíritu todo-inclusivo que está en nuestro espíritu. Nuestra única necesidad es entregarnos a Él, amarle, vivirle y tomarle como nuestra vida, nuestra persona y nuestro todo. Necesitamos practicar esto. Si un esposo desea hablar con su esposa, debe asegurarse de que al dirigirse a ella toma a Cristo como vida. De lo contrario, no debe decirle nada aunque se trate de algo bueno. La Biblia declara que no tenemos necesidad de que nadie nos enseñe (1 Jn. 2:27). Tenemos la vida de Cristo y Su naturaleza, como una ley que nos regula, y también tenemos Su persona, el Espíritu vivificante, quien mora en nosotros como la unción. Si olvidásemos la religión y las enseñanzas muertas y nos preocupásemos por el Espíritu todo-inclusivo, viviendo por Él, tomándole como nuestra vida y persona y dándonos a Él para ser Su morada, seríamos en verdad uno con Él.
Sin embargo, debido a la religión, la gente ha seleccionado varios puntos hallados en la Biblia para luego transmitirlos en sus libros como doctrinas. He leído muchos libros en cuanto a vencer el pecado, pero en mi experiencia ninguno de los métodos que recomiendan ha funcionado. Con el tiempo, después de cincuenta años de experiencia, llegué a la conclusión que lo único que funciona es el Cristo todo-inclusivo, quien es el Espíritu vivificante. Mientras yo viva por Él y le tome como mi vida, mi persona y mi todo, no tengo necesidad de vencer el pecado. Cristo es el camino. No necesito procurar tener santidad. Tengo santidad porque tengo a Cristo. Si las hermanas casadas tratan de someterse a sus esposos, no lo lograrán. El único que lo logrará es Cristo como Espíritu vivificante. Tampoco necesitan retirarse a su aposento personal y orar. No, cuando estemos a punto de hacer algo, debemos detenernos y examinarnos para ver si estamos tomando a Cristo como nuestra vida, si estamos viviendo por Cristo en ese preciso momento y si lo estamos tomando a Él como nuestra persona. Deberíamos decirle: “Señor, sé uno conmigo. Te tomo, Señor, como mi vida, mi persona y mi todo”. Si ponemos esto en práctica, habrá una gran diferencia en nuestro diario vivir. Obtendremos la victoria, la santidad y la vida.
Nosotros los que estamos en el recobro del Señor hoy en día debemos experimentar a Cristo de esta manera viviente y práctica todo el tiempo. Esto no debe ser una doctrina. Es vergonzoso estar en el recobro del Señor y no vivir por Cristo. Si en el recobro hay algunos que no viven por Cristo, debemos orar por ellos para que puedan entrar en la experiencia genuina, viva, diaria, e incluso momentánea, de tomar a Cristo como su vida y su persona. ¡Cuán vergonzoso es tener sólo conocimiento y doctrina en lugar de vivir por Cristo! Cuán maravilloso y glorioso sería si no supiéramos tanto, y aun así todos viviésemos por Cristo. ¿Están ustedes a punto de discutir con los hermanos? Deténganse y pregunten: “¿Señor, estoy viviendo por Ti y estoy tomándote como mi persona?”.
Sólo existe un lugar donde podemos experimentar a Cristo: en nuestro espíritu. La mente, la parte emotiva y la voluntad no traen provecho en este asunto; únicamente el espíritu es provechoso. Debemos volvernos constantemente a nuestro espíritu. Quizás algunos pregunten cómo podemos saber si nos hemos vuelto a nuestro espíritu. Aunque es difícil decir lo que es el espíritu, sabemos perfectamente lo que es la mente, parte emotiva y voluntad. Si no se halla en su mente, ni en su parte emotiva ni en su voluntad, entonces usted se halla en su espíritu. Si un hermano casado quiere decirle algo a su esposa, debe verificar si él se halla en la mente, en la parte emotiva o en la voluntad. Si no se halla en ninguno de esos lugares, entonces él está en su espíritu, y puede conversar libremente con su esposa. En nuestro ser solamente hay cuatro cámaras donde podemos morar: la mente, la parte emotiva y la voluntad, y la cámara interior del espíritu. Si usted está en su espíritu, entonces puede decirle a su esposa: “Querida, yo no estoy en mi mente, ni en mi parte emotiva ni en mi voluntad. Por tanto, dado que sé que estoy en el espíritu, tengo la confianza para hablarte”. Estoy seguro de que si usted está en el espíritu, nunca asistirá al cine. Trate de enojarse en su espíritu. Dudo que lo logre. Siempre que entramos en nuestro espíritu, todos los insectos y las plagas son exterminados. El pesticida más efectivo es nuestro espíritu, el cual es el lugar único donde podemos experimentar a Cristo.
Los jóvenes necesitan experimentar a Cristo y practicar vivir por Cristo. Es vergonzoso que hagan una obra entre otros jóvenes sin vivir por Cristo. Hablarles a las personas sin tomar a Cristo como nuestra vida es una vergüenza. Todos debemos aprender a vivir por Cristo. No me interesa si pueden predicar el evangelio o no. Lo único que me interesa es si viven o no viven por Cristo. Si vivimos por Cristo, nuestra predicación de Cristo será prevaleciente. Pero si intentamos llevar a cabo una obra sin tomar a Cristo como nuestra vida, nuestra persona y nuestro todo, eso sería una vergüenza para el recobro del Señor.
Ahora llegamos al segundo aspecto del recobro actual del Señor: la práctica de la vida de iglesia apropiada. La experiencia genuina de Cristo siempre produce y exige la vida de iglesia. Cuanto más experimentamos a Cristo, más sentimos interiormente que algo nos requiere vivir en la vida de iglesia apropiada. Satanás es sutil. Él ha ocultado a través de los siglos la verdadera experiencia de Cristo, haciendo de Él un Cristo totalmente objetivo, un objeto de la creencia y adoración humana. Pero una vez que experimentamos a Cristo de una manera genuina y viviente, Él requerirá que entremos en la vida de iglesia porque la impartición de Cristo en nosotros tiene como objetivo producir la iglesia. Dios se imparte a Sí mismo en nosotros como nuestro todo con el propósito de obtener Su expresión corporativa, la cual es la iglesia.
La experiencia que tenemos de Cristo es un tanto misteriosa y oculta, pero la práctica de la vida de iglesia es algo muy complicado. Hoy en día la situación en que se halla la iglesia es muy confusa. Miremos a nuestro alrededor. ¿Dónde está la vida de iglesia? Podemos ver la Iglesia Católica con todos sus ídolos, imágenes y prácticas paganas. El llamado movimiento carismático del catolicismo incluso tolera la adoración a María, exponiendo así la impureza de ese movimiento. Consideren todas las denominaciones. Lo único que tienen es división y confusión. Cada una de ellas es una desviación de la línea central de Dios. Algunas denominaciones son grandes y otras más pequeñas, algunas se han alejado demasiado y otras están más cercanas, pero ninguna de ellas se encuentra en la línea central. ¿Qué diremos de los grupos libres? Son demasiado libres. Cuando los miembros del cuerpo tienen mucha libertad, éste se desmiembra y deja de ser un cuerpo. Al analizar la situación actual de los cristianos, vemos que no existe la verdadera vida de iglesia. Por esta razón, se necesita un recobro de la vida de iglesia genuina.
Para tener la vida de iglesia apropiada, debemos contar con dos elementos principales: Cristo, el Espíritu vivificante, como contenido, y el estar firmes sobre el terreno de la unidad en las localidades. En Anaheim no tenemos como base ninguna doctrina; estamos firmes en la unidad del Cuerpo. Dondequiera que estemos —en San Francisco, Cleveland, Nueva York, o cualquier otra ciudad—, tenemos que ser uno. Si adoptamos una postura en pro de las doctrinas, nos dividiremos de inmediato, ya que alguno defenderá sus conceptos, algún otro su propia opinión e incluso otro expresará su propia perspectiva. Pero cuando tomamos a Cristo como nuestra vida, nuestra persona y nuestro todo, este Cristo que está en nosotros nos requerirá la vida de iglesia apropiada. De hecho, Cristo en nosotros llegará a ser la vida de iglesia. Cristo nos requiere la vida de iglesia y también llega a ser en nosotros dicha vida.
Hace dieciocho años atrás, algunos jóvenes aprendices que yo adiestraba en Taiwán recibieron el influjo de cierto ministerio de espiritualidad. Como resultado, comenzaron a declarar que ellos habían recibido la visión con respecto a Cristo y que no querían tener ninguna relación con la iglesia, afirmando que sólo se interesan en Cristo. Estábamos plenamente convencidos de que esto no provenía del Señor, y después de cierto tiempo el número de ellos fue mermando gradualmente. Si no experimentamos a Cristo, no tendremos nada; y si experimentamos a Cristo pero no deseamos tener la vida de iglesia, llegaremos a ser nada. Tener a Cristo sin tener la iglesia es como tener una cabeza sin el cuerpo. Si no hay cuerpo, entonces tampoco hay cabeza. Las dos cosas son necesarias. ¿Qué haría usted si no hubiese la vida de iglesia en los Estados Unidos? Si no hubiera la vida de iglesia, yo diría que no tiene sentido seguir viviendo allí. No puedo vivir sin la vida de iglesia.
Hemos visto que para tener la vida de iglesia, debemos tener la experiencia genuina de Cristo y mantenernos firmes sobre el terreno de la unidad en nuestras localidades. Debido a que hemos recibido esta visión, no tenemos divisiones. La intención de Dios es obtener una expresión corporativa. Conforme al libro de Apocalipsis, cada una de las iglesias locales se hallaba en su propia localidad, y nunca había más de una iglesia en una localidad. Por ejemplo, la iglesia en Éfeso estaba en Éfeso, y la iglesia en Esmirna estaba en Esmirna. La iglesia en Esmirna era equivalente a la ciudad de Esmirna. Apocalipsis 1:11 deja esto bien claro.
Apocalipsis 19:7-9 nos dice que la esposa del Cordero se ha preparado y que la cena de las bodas del Cordero ha llegado. Un día, la novia, la esposa del Cordero, se habrá preparado. Pero si no existiera la vida de iglesia sobre la tierra hoy, ¿cómo podría prepararse la novia? Eso sería imposible. ¿Podría prepararse la novia en la Iglesia Católica o en las denominaciones? ¡No! ¿Podría prepararse en los grupos libres o en el movimiento carismático? ¡Seguro que no! Creo firmemente —no por ser parte del recobro, sino por haber recibido la visión— que el Señor tiene la intención de propagar Su recobro con el fin de edificar la vida de iglesia apropiada en todo el mundo a fin de que Su novia pueda prepararse.
La esposa del Cordero en el capítulo 19 de Apocalipsis es una entidad más pequeña que la que se menciona en el capítulo 21, debido a que en el capítulo 19 la esposa es la novia durante el mileno, y está formada solamente por los creyentes vencedores, mientras que en el capítulo 21 ésta será la esposa en el cielo nuevo y la tierra nueva, después del milenio en la eternidad, y estará formada por todos los redimidos de Dios. Esto significa que al final de esta era la iglesia estará lista, pero no de manera general, sino que será un número pequeño, esto es, el remanente, los vencedores. Es una vergüenza estar en el recobro del Señor y no ser un vencedor. Cada uno de los que estamos en el recobro del Señor debe ser un vencedor. Ser un vencedor significa vencer el cristianismo degradado.
Debemos abandonar la religión y debemos entrar en el recobro del Señor, el cual se centra en la plena experiencia de Cristo y en la práctica apropiada de la vida de iglesia. Si hacemos esto, siempre que nos congreguemos, seremos el testimonio de Jesús. Esto será una vergüenza para el enemigo y una preparación para el regreso de Cristo. Creo que la preparación de la novia con miras al regreso del Señor se lleva a cabo en la vida de iglesia. Por ello, tengo la plena confianza de que nada podrá suprimir el recobro del Señor. El recobro es semejante a una pelota llena del pnéuma celestial: cuanto más se le presione, más se eleva. Espero que oren sobre estos dos asuntos, diciendo: “Señor, muéstranos cuál es la experiencia consumada de Ti mismo así como la vida de iglesia real y práctica. Señor, estamos dispuestos a vivir y a morir por estas dos cosas”. Que todos veamos la visión de que el recobro actual del Señor se centra en la experiencia de Cristo y en la práctica de la vida de iglesia.