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Mensajes del libro «Espíritu con nuestro espíritu, El»
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CAPITULO OCHO

EL EJERCICIO DE NUESTRO ESPIRITU

  Lectura bíblica: 2 Ti. 1:6-7; Ro. 8:5-6; He. 4:12

BOSQUEJO

  1. Avivar nuestro espíritu—2 Ti. 1:6-7:
    1. No nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de cordura.
    2. Nuestro espíritu está rodeado por las tres partes del alma: la voluntad, la parte emotiva y la mente:
      1. Nuestra voluntad debe ser fuerte, estar llena de poder.
      2. Nuestra parte emotiva debe amar, estar llena de amor.
      3. Nuestra mente debe ser sobria, estar llena de cordura.
  2. Poner la mente en el espíritu—Ro. 8:5-6:
    1. Poner la mente en la carne es muerte.
    2. Poner la mente en el espíritu es vida y paz.
  3. Discernir nuestro espíritu de nuestra alma—He. 4:12.

  Es maravilloso poder estudiar nuestro espíritu. Puedo testificar que al enseñar y hablar acerca de nuestro espíritu siempre experimentamos un gran gozo. Esto se debe a que cuando Dios creó al hombre le dio un espíritu, y este espíritu es un órgano especial del hombre cuya función consiste en tocar a Dios y contenerle. El hombre fue creado por Dios como una criatura viva, pero es diferente de todos los seres vivos. Sólo el hombre tiene un espíritu humano.

  El libro de Génesis narra claramente que en la creación Dios hizo algo especial para producir nuestro espíritu (2:7). Dios creó el universo por medio de Su palabra. Dios habló y fue hecho (Sal. 33:9). Sin embargo, para crear al hombre, Dios sopló en él Su aliento de vida. Nuestro aliento no es nosotros mismos, pero no hay nada más cerca de nosotros que nuestro aliento. Del mismo modo, el aliento divino de vida no es Dios mismo, ni es el Espíritu divino ni es la vida divina, pero es algo muy parecido a Dios, al Espíritu divino y a la vida divina.

  Si no tuviéramos espíritu, seríamos como las bestias. Nuestra vida carecería de sentido. Además, si Dios no existiera, todo el universo estaría vacío. Por tanto, la existencia de Dios y de nuestro espíritu da sentido a la existencia del universo y también a la nuestra. Dios es espíritu y nosotros debemos tener contacto con El, es decir, adorarle, en nuestro espíritu (Jn. 4:24). Estos dos espíritus deben estar en contacto y deben llegar a ser uno solo (1 Co. 6:17). Entonces todo el universo llega a tener razón de existir. Luego nuestra vida tiene sentido. Si Dios no fuera el Espíritu y si nosotros no tuviéramos un espíritu para tocar a Dios, para ser uno con Dios, todo el universo estaría vacío y nosotros no seríamos nada. Con esto podemos ver la importancia de nuestro espíritu.

  Lamentablemente, por causa de la caída, los hombres no sólo han descuidado y desatendido al espíritu humano, sino que también se niegan a admitir que el hombre posea un espíritu. Los que viven una vida más elevada prestan atención a su conciencia, pero son unos cuantos. La mayoría de las personas prestan atención a la ley, pero no a la conciencia. La sociedad actual necesita mucho la ley debido a que la mayoría de la gente descuida una parte de su espíritu: la conciencia. La función de la conciencia consiste en juzgarnos y condenarnos cuando hacemos algo incorrecto. En realidad, las mejores personas de la sociedad humana no son los que se conducen conforme a la ley, sino los que le prestan atención a su conciencia. Quienes se gobiernan solamente por la ley tratan de hallar faltas en la ley para hacer cosas incorrectas o injustas. Los que viven por la conciencia, en cambio, viven de una manera más elevada. Nuestra conciencia interna puede controlarnos más de lo que puede controlarnos la ley externa.

  Por ser cristianos, hemos sido regenerados. Ser regenerado puede compararse a ser reforzado. Algo más fuerte y rico nos fue añadido. Esto es la vida de Dios, la cual fue añadida a nuestro espíritu. Esto que nos fue añadido es un verdadero don. Hebreos 6:4 dice que los creyentes hemos participado del don celestial. Cuando creemos en el Señor Jesús, Dios nos da primero la vida divina. Luego nos da el Espíritu Santo. Además, El nos da muchos dones celestiales tales como el perdón, la justicia, la paz y el gozo. Dios nos da también la justificación, la reconciliación y la salvación plena. Todo esto nos es dado además de la vida de Dios y del Espíritu de Dios. En realidad, todos estos dones celestiales están incluidos en la vida y en el Espíritu de Dios, los cuales han sido añadidos a nuestro espíritu. Tenemos un espíritu regenerado y reforzado, un espíritu muy fuerte que tiene un compañero. Este compañero es el Dios Triuno. El Dios Triuno llega a ser nuestro compañero en nuestro espíritu. ¡Qué espíritu tan rico tenemos!

  Después de haber visto la importancia de nuestro espíritu, queremos ver el ejercicio de nuestro espíritu. Debemos desarrollar el hábito de ejercitar nuestro espíritu. Al levantarme por las mañanas, lo primero que hago es decir espontáneamente: “Oh Señor”. Invocar al Señor diciendo “Oh Señor” es un hábito de ejercitar nuestro espíritu. Decir “Oh Señor” inmediatamente después de levantarse por las mañanas constituye una gran diferencia. Si nos levantamos por la mañana sin decir nada, quizá oremos rutinariamente sin tocar al Señor en verdad. Esto se debe a que no ejercitamos nuestro espíritu. Necesitamos desarrollar el hábito de decir: “Oh Señor”. Cuando decimos “Oh Señor” tocamos al Señor. Este es el hábito de ejercitar nuestro espíritu.

  A veces estamos en una situación difícil. Quizá nos enfermemos o perdamos nuestro trabajo. En esas situaciones debemos ejercitar nuestro espíritu. Debemos esforzarnos por decir “Oh Señor Jesús”. La palabra ejercicio denota esfuerzo. Ejercitarse siempre equivale a esforzarse. Cuando los atletas olímpicos se entrenan para competir, necesitan una voluntad muy fuerte. Ellos se obligan a hacer ejercicio. Si los cristianos queremos ser fuertes y crecer en el Señor, debemos esforzarnos por usar nuestro espíritu.

  Supongamos que en la vida familiar de alguno de nosotros se suscitara un problema. Tal vez sea algún problema entre marido y mujer o entre padres e hijos. Si en esos momentos no ejercitamos nuestro espíritu, toda nuestra alma, incluyendo la mente, la parte emotiva y la voluntad, prevalecerá. Entonces el alma vencerá y nos someterá, derrotando nuestro espíritu. Esto incluso puede causar que nos enojemos mucho. Por consiguiente, siempre que estemos en una situación difícil, tenemos que esforzarnos por ejercitar nuestro espíritu. Si nos esforzamos por ejercitar o usar nuestro espíritu, seremos personas diferentes.

  En 1 Timoteo 4:7 Pablo dijo: “Ejercítate para la piedad”. Luego en el versículo 8 habló del ejercicio corporal. En estos dos versículos Pablo habla de dos clases de ejercicios. El ejercicio mencionado aparte del ejercicio corporal, el cual es el ejercicio para la piedad, debe ser el ejercicio del espíritu. Ejercitarnos para la piedad equivale a ejercitar nuestro espíritu para vivir a Cristo en nuestra vida diaria.

I. AVIVAR NUESTRO ESPIRITU

  En 2 Timoteo 1:6-7 se menciona la necesidad de que avivemos nuestro espíritu. En estos versículos Pablo dice: “Por lo cual te recuerdo que avives el fuego del don de Dios que está en ti por la imposición de mis manos. Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de cordura”. Tal vez algunos piensen que esos versículos no hablan de que debamos avivar nuestro espíritu, sino de que debemos avivar nuestro don. Sin embargo, si leemos estos versículos con detenimiento podremos ver que avivar el fuego del don equivale a avivar el fuego de nuestro espíritu. En el versículo 6 Pablo dice que debemos avivar el fuego del don de Dios. Luego, en el versículo 7 dice: “Porque no nos ha dado Dios espíritu de...” El fuego que debemos avivar es el espíritu que Dios nos ha dado. Debemos avivar nuestro espíritu.

  Para apreciar estas palabras de Pablo debemos conocer el trasfondo de 2 Timoteo. Pablo escribió este libro cuando su hijo espiritual, Timoteo, pasaba por un momento difícil. Pablo estaba encarcelado en Roma. Además, todos los que estaban en Asia habían abandonado el ministerio de Pablo (v. 15). Las iglesias de Asia eran las principales iglesias levantadas mediante el ministerio de Pablo, pero esas iglesias habían abandonado a Pablo. Timoteo vivía entre ellos. Si usted fuera Timoteo ¿cómo haría frente a esa situación? Es posible que muchos le hayan dicho a Timoteo: “¿Por qué todavía sigues a Pablo? Todos los santos de Asia le han abandonado. Además, si Dios en verdad estuviera con él, ya le habría rescatado de la prisión en Roma”. Si Timoteo no hubiera estado desanimado, Pablo no habría dicho: “Por lo cual te recuerdo...”. Timoteo estaba desanimado y era necesario hacerle recordar. Pablo sabía que Timoteo estaba desanimado y se compadecía de él. Por eso le recordó que todavía ardía en él un pequeño fuego que era necesario avivar.

  Es posible que en un momento de mucho sufrimiento se dude de Dios y de la salvación. Pero independientemente de cuánto pueda alguien dudar, siempre tendrá dentro de sí algo que nunca podrá negar: el espíritu. No somos como los animales. Nosotros tenemos un espíritu. Este espíritu es un problema para Satanás. Sin importar cuánto ha tratado y cuánto trata todavía, existe algo que Satanás jamás podrá tocar: nuestro espíritu. Tenemos que avivar nuestro espíritu.

  Tal vez digamos que el don de Dios que debemos avivar es un don espiritual. Pero, ¿cómo podríamos tener un don si no tuviéramos nuestro espíritu? El don espiritual está en nuestro espíritu. En nuestro espíritu regenerado, en el cual mora el Espíritu Santo, hay un fuego. En realidad, podemos decir que nuestro espíritu es el fuego.

  Un pequeño fuego al ser avivado puede convertirse en un gran incendio. Los incendios forestales son un ejemplo de esto. El viento aviva un fuego pequeño hasta convertirlo en un gran incendio. Si algo se quemara en una casa y quisiéramos avivar ese fuego, sería necesario abrir la ventana o la puerta. El viento haría que el fuego se convirtiera en un incendio. La manera más fácil de avivar nuestro espíritu es abrir nuestra boca.

  Si queremos avivar nuestro espíritu, debemos abrir la boca, abrir el corazón y abrir el espíritu. Es necesario abrir estas tres partes de nuestro ser. Debemos decir con la boca: “Oh Señor Jesús”. Pero luego necesitamos profundizar más y combinar la boca con el corazón para decir: “Oh Señor Jesús”. Después es necesario profundizar aún más y combinar la boca, el corazón y el espíritu para decir: “Oh Señor Jesús”. Esto equivale a avivar el espíritu desde lo más profundo. Entonces arde el fuego. Si alguien se siente decaído, debe invocar: “Oh Señor Jesús” una y otra vez desde lo más profundo, con el ejercicio de su espíritu, con lo cual se reanimará.

  Pablo escribió 2 Timoteo 1:6-7 conforme a su experiencia. Le recordó a Timoteo que avivara el fuego del don de Dios que estaba en él. Luego dijo que Dios no nos dio espíritu de cobardía. Al contrario, Dios puso nuestro espíritu en el centro de nuestro ser, rodeándolo con las tres partes del alma: la voluntad, la parte emotiva y la mente. Dios nos dio un espíritu de poder, de amor y de cordura. El poder le pertenece a nuestra voluntad. El amor le pertenece a nuestra parte emotiva. La cordura le pertenece a nuestra mente. Dios nos dio un espíritu que posee estas tres características. Nuestra voluntad debe ser fuerte, estar llena de poder; nuestra parte emotiva debe ser amorosa, llena de amor; y nuestra mente debe ser sobria, llena de cordura.

  Según la revelación divina, Dios no nos dio un espíritu de cobardía, sino un espíritu de poder. Esto significa que nuestro espíritu está conectado a nuestra voluntad, la cual es poderosa. Por tanto, siempre que ejercitemos nuestro espíritu debemos comprender que nuestra voluntad está incluida. Nuestro espíritu no sólo está rodeado por nuestra poderosa voluntad, sino también por nuestra amorosa parte emotiva y por nuestra mente sobria. Esto significa que nuestra mente no debe ser opaca sino muy clara, muy sobria.

  Pablo tuvo la revelación y también la experiencia de esto. Los versículos 6 y 7 de 2 Timoteo 1 son maravillosos. Estos versículos muestran que los cristianos tenemos el capital para vivir la vida cristiana y la vida de la iglesia. Este capital es el espíritu que Dios nos ha dado. Este espíritu, según la ordenación de Dios, está rodeado por el poder de nuestra voluntad, por el amor de nuestra parte emotiva, y por la cordura de nuestra mente. Estos tres ayudantes rodean nuestro espíritu, no para deprimirnos sino para reanimarnos y ayudarnos.

  Tenemos que ejercitar este espíritu que Dios nos ha dado. El capital para que alguien corra en una carrera está representado por las piernas que Dios creó. Si Dios no nos hubiese dado las piernas, ¿cómo podríamos correr? No tendríamos el capital para correr. Del mismo modo, si Dios no nos hubiese dado un espíritu, no tendríamos el capital para correr la carrera cristiana. Hoy día tenemos una gran cuenta, un gran depósito bancario. Tenemos un espíritu que Dios nos ha dado. Siempre y cuando tengamos el espíritu que Dios nos ha dado, tenemos poder, amor y una mente sobria con un cielo despejado.

  Decir que tenemos el capital equivale a decir que tenemos la capacidad. Podemos obrar porque tenemos la capacidad y el poder. No debemos decir que no amamos a la gente, porque tenemos la capacidad de amar. No debemos decir que estamos en tinieblas, porque tenemos la capacidad de ser sobrios y de tener un cielo despejado. Debemos declarar lo siguiente: “Mi cielo no está nublado; mi cielo está muy despejado” porque esta es la capacidad que tenemos.

  Muy a menudo el enemigo nos engaña y se burla de nosotros. Decimos que somos débiles y que no vemos con claridad. Sin embargo, cuando decimos que somos débiles, lo somos. Si decimos que no vemos claramente, no vemos claramente. Por otro lado, si decimos que somos fuertes, lo somos. Si decimos que tenemos claridad, tenemos claridad. Somos lo que decimos que somos. No debemos decir que somos débiles. Si decimos que somos débiles, la debilidad estará con nosotros. Pero si decimos que somos fuertes, la fortaleza estará con nosotros. Podemos decir que somos fuertes debido a que tenemos la capacidad. Tenemos el capital. Dios no nos dio un espíritu de cobardía, sino un espíritu de poder, de amor y de cordura. Debemos declarar esto y reclamarlo, y así lo tendremos. Esta es nuestra porción. Esta es la porción legal que Dios nos ha dado según su propio designio.

  En ocasiones anteriores me siento desanimado al prepararme para hablar por el Señor. Me parece que no tengo nada que decir. En esos momentos oro y en mi oración comprendo que ese sentimiento es un engaño. En realidad, no soy débil y sí tengo algo que decir. En ocasiones subo al estrado con la intención de hablar pero sin saber qué decir. Al pedirle a los santos que abran sus Biblias para leer algunos versículos, no sé qué porción leer sino hasta el momento preciso. Luego de leer esos versículos, preparo el mensaje. A menudo, un mensaje dado así es más viviente, más poderoso y más efectivo y rico que otros mensajes.

  Les digo esto para recalcar que no debemos prestar atención a nuestros sentimientos ni a nuestros pensamientos. Nuestros sentimientos y pensamientos son mentira, son falsos. Los cristianos no debemos creer en ellos. Siempre debemos creer, decir y declarar que somos fuertes. Estamos llenos de amor, así que podemos amar a nuestros enemigos. Tenemos la capacidad de amar a todo el mundo. Podemos ver con claridad porque nuestro cielo es tan claro como el cristal. Tenemos que creer porque tenemos este capital. Tenemos esta capacidad. Debemos decir y declarar lo siguiente: “¡Soy fuerte, tengo mucho amor, veo con claridad!”. Si decimos esto, seremos bendecidos. Esta es la manera de ejercitar nuestro espíritu. En esto consiste avivar nuestro espíritu. Luego podremos orar. Mientras más oramos, más avivamos nuestro espíritu y más ardientes somos.

  Siempre que avivamos nuestro espíritu, se desencadena una batalla contra Satanás. Cuando se origina un incendio, los bomberos tratan de apagarlo. Esto es un ejemplo de cómo Satanás trata de apagar nuestro fuego interior. Hoy en día abundan las situaciones que, como agua fría, tratan de apagar nuestro fuego interior. A veces nos llegan malas noticias por teléfono. Luego alguien nos da otras malas noticias. A nuestro alrededor ocurren cosas que pueden apagarnos. En esas circunstancias tenemos que luchar. Tenemos que declarar los hechos. Tenemos que avivar nuestro espíritu. Entonces seremos personas extraordinarias, personas que están por encima de las circunstancias.

II. PONER NUESTRA MENTE EN EL ESPIRITU

  Después de avivar nuestro espíritu, debemos aprender algo más. Siempre debemos controlar nuestra mente. No debemos permitir que nuestra mente sea como un caballo sin freno. La mente es la parte principal de nuestra alma y el alma se encuentra entre nuestra carne y nuestro espíritu. Romanos 8:6 dice: “Porque la mente puesta en la carne es muerte, pero la mente puesta en el espíritu es vida y paz”. Después de avivar nuestro espíritu debemos aprender a poner nuestra mente en el espíritu. Nuestra mente es muy “habladora”. La mente nos habla en todas partes y todo el tiempo. Si no controlamos nuestra mente, nuestra imaginación puede vagar por todo el mundo en poco tiempo. Nuestra mente puede soñar aun durante el día. Por eso debemos dirigir nuestra mente hacia el espíritu. Cuando hacemos eso, cantamos al Señor, alabamos al Señor y trasmitimos al Señor en nuestras palabras.

  No es raro que marido y mujer pequen por no poner la mente en el espíritu al estar juntos. Ante los demás quizá tengan cuidado de lo que dicen, pero entre ellos quizá tengan la confianza de hablar de otros o de hablar mal de la iglesia. Al hacer eso están en muerte porque ponen la mente en la carne. Tenemos que aprender a avivar nuestro espíritu y a controlar nuestra mente. No debemos permitir que nuestra mente esté en la carne sino que debemos dirigirla al espíritu. Este hábito debe ser desarrollado en nosotros. Poner el espíritu en la carne es muerte. Poner la mente en el espíritu es vida y paz.

III. DISCERNIR NUESTRO ESPIRITU DE NUESTRA ALMA

  En Hebreos 4:12 se usa la palabra discernir. En ese versículo dice que la palabra de Dios penetra hasta partir el alma y el espíritu y que discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Muy a menudo nuestros pensamientos son engañosos. Pero si ejercitamos nuestro espíritu, podemos discernir que nuestros pensamientos son malignos porque detrás de ellos tenemos intenciones malignas. Discernir los pensamientos y las intenciones de nuestro corazón equivale a partir el alma y el espíritu. Siempre debemos mantener nuestro espíritu separado de nuestra alma. El enemigo siempre tiene la estrategia de mezclar el espíritu con el alma. En el mundo de hoy casi todos se encuentran en alguna condición mezclada. La gente confunde al espíritu con el alma. Siempre que existe tal confusión, el espíritu pierde y el alma gana.

  Antes de que algún hermano comience a decirle a su esposa algo acerca de otro hermano, debe considerar si sus palabras provienen del espíritu o del alma. Si provienen del alma, se trata de un chisme o de una crítica. Si proviene del espíritu, es algo conducido por el Señor. Esto demuestra que debemos discernir qué es el espíritu y qué es el alma. Nosotros, los que seguimos a Cristo, debemos aprender a avivar nuestro espíritu, a poner la mente en el espíritu y también a discernir entre nuestro espíritu y nuestra alma.

  Nuestro ser, es decir, nuestra persona, es muy complicado. No somos simples porque estamos hechos de tres partes. Tenemos la carne, la cual es mala, el espíritu, el cual es bueno, y el alma, que está en medio. Siempre debemos seguir a nuestro espíritu y andar en todo según nuestro espíritu. Esto está en conformidad con Romanos 8:4. Debemos estar siempre alerta para discernir todo lo que no provenga del espíritu sino del alma. Entonces permaneceremos siempre en el espíritu. Esto equivale a ejercitar, a usar y a emplear nuestro espíritu.

  El espíritu que Dios nos ha dado es nuestro capital y nuestra capacidad. Tenemos que usar, emplear y ejercitar nuestro espíritu, lo cual haremos si avivamos nuestro espíritu, si ponemos la mente en el espíritu y si discernimos entre el alma y el espíritu. Es fácil reconocer qué pertenece a la carne y qué pertenece al espíritu, pero a menudo es muy complicado distinguir qué proviene del alma y qué proviene del espíritu. Por eso tenemos que discernir.

  Cuando consideramos estos puntos, podemos comprender que nuestro andar cristiano es muy delicado. Si queremos andar según nuestro espíritu, debemos aprender a no actuar ni hablar precipitadamente. Es más seguro esperar un poco. He tenido esta experiencia al contestar cartas. A veces escribo una carta y la guardo un día más antes de enviarla. Al día siguiente quizá se me ocurra añadir algo más o tal vez comprenda que escribí algo indebido. Esperar de esta manera nos ayuda a andar según el espíritu.

  Siempre hay una batalla en la vida cristiana. Dentro de nosotros se libra una batalla entre el espíritu y la carne y también entre el espíritu y el alma. Así que debemos ejercitar nuestro espíritu, usar nuestro espíritu, es decir, avivar nuestro espíritu. Luego debemos aprender a controlar nuestra mente, lo cual se consigue si la ponemos en el espíritu. También debemos siempre discernir qué proviene del espíritu y qué proviene del alma. No debemos hacer ni decir nada que no provenga del espíritu. Esto significa usar o ejercitar nuestro espíritu. Espero que pongamos en práctica el uso de nuestro espíritu hasta que desarrollemos firmemente el hábito de ejercitar nuestro espíritu.

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