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Mensajes del libro «Espíritu con nuestro espíritu, El»
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CAPITULO NUEVE

EL ESPIRITU OBRA SOBRE LOS CREYENTES Y EN ELLOS

(1)

  Lectura bíblica: 1 P. 1:2; Lc. 15:8-9; Jn. 16:8-11; Lc. 15:18-24

BOSQUEJO

  1. Santifica a los escogidos de Dios antes de que ellos se arrepientan y crean—1 P. 1:2:
    1. Los busca cuidadosamente, iluminándolos hasta encontrarlos—Lc. 15:8-9.
    2. Los convence—Jn. 16:8-11:
      1. En cuanto al pecado en Adán, ellos no creen en Cristo—v. 9.
      2. En cuanto a la justicia en Cristo, en Su resurrección—v. 10.
      3. En cuanto al juicio con respecto a Satanás, para perdición eterna—v. 11.
    3. Los conduce a:
      1. Arrepentirse ante Dios—Lc. 15:18-21.
      2. Recibir a Cristo como su suministro de vida—vs. 22-24.

  A partir de este mensaje queremos estudiar e investigar la obra que el Espíritu efectúa en los creyentes y sobre ellos.

I. SANTIFICA A LOS ESCOGIDOS DE DIOS ANTES DE QUE ELLOS SE ARREPIENTAN Y CREAN

  La santificación es la primera obra que el Espíritu efectúa en nosotros. El Espíritu santifica a los escogidos antes de que ellos se arrepientan y crean (1 P. 1:2). Son pocos los cristianos que comprenden esto.

  La Biblia también revela que la santificación se lleva a cabo después de la justificación. Primero, Dios nos justifica mediante nuestra fe en Cristo. Luego continúa Su obra en nosotros santificándonos. El libro de Romanos habla de este aspecto de la santificación. La primera sección del libro de Romanos, desde 1:18 hasta 3:20, trata de la condenación. La segunda sección, desde 3:21 hasta 5:11, trata de la justificación. Luego, la tercera sección, desde 5:12 hasta 8:13, trata de la santificación. Esta sección del libro de Romanos es muy crucial. Romanos 5 es “en Adán”, Romanos 6 es “en Cristo”, Romanos 7 es “en la carne” y Romanos 8 es “en el Espíritu”. Romanos 6:19 y 22 se refieren a la santificación efectuada después de nuestra justificación.

  Sin embargo, también debemos ver que Dios santifica a Sus escogidos aún antes de que ellos se arrepientan y crean. En 1 Pedro 1:2 leemos: “Elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo”. Este versículo del Nuevo Testamento es crucial. Indica que antes de nuestro arrepentimiento existe otro paso de la santificación del Espíritu.

  Pedro habla primero de la elección de Dios, efectuada en la eternidad. Dios nos conocía en la eternidad. Antes de que naciéramos, antes de que fuésemos creados, antes de que Adán fuese creado, e incluso antes de que el universo fuese creado, Dios ya nos conocía. El nos escogió según Su presciencia. Como una persona que va al supermercado, ve todos los artículos y escoge lo que le gusta, así El nos escogió. Es buena idea subrayar la palabra elegidos en nuestra Biblia. ¡Es maravilloso haber sido elegidos según la presciencia de nuestro Padre!

  Este versículo también dice que fuimos escogidos en santificación del Espíritu. La frase en santificación del Espíritu modifica a la palabra elegidos. Según la gramática, todo esto constituye una sola expresión. Decir: “Hablo con la boca”, es una sola expresión. Con la boca modifica al verbo hablar. Dios no nos escogió y santificó, sino que nos escogió en la santificación del Espíritu. Esto también constituye una sola cosa y una sola acción. Fuimos elegidos en la eternidad pasada, pero fuimos santificados en la esfera del tiempo. Sin embargo, 1 Pedro 1:2 une a la eternidad con el tiempo. Para Dios no existe el tiempo. Dios nos escogió en la santificación del Espíritu. Dios nos eligió y el Espíritu nos santificó en una sola acción.

  Luego, 1 Pedro 1:2 dice que Dios nos eligió en la santificación del Espíritu “para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo”. En el Nuevo Testamento, obedecer incluye dos cosas. Primero, obedecer denota arrepentirse. Luego denota el hecho de tener fe. Nosotros estábamos alejados de Dios. Eramos enemigos Suyos. Luego el Espíritu comenzó a obrar en nosotros y esta obra era para algo. Aquí, la preposición para significa “producir”. Por tanto, la santificación del Espíritu produce nuestro arrepentimiento y nuestra fe. Estas dos cosas juntas constituyen nuestra obediencia. La santificación del Espíritu lleva a la obediencia relacionada con el hecho de arrepentirse y creer. Obedecer de verdad a Dios significa arrepentirse ante Dios y creer en el Señor Jesús.

  Después de obedecer pasamos por la experiencia de “ser rociados con la sangre de Jesucristo”. No somos rociados con la sangre de Cristo antes de arrepentirnos, sino después de creer. Primero, Dios nos eligió en santificación del Espíritu, lo cual produjo obediencia, constituida de arrepentimiento y fe. Luego podemos recibir la redención, cuyo primer paso consiste en que Dios nos rocíe con Su sangre. Ser rociados, lavados, con la sangre es la única manera en que Dios nos puede salvar.

  Obedecer es algo que nosotros hacemos, mientras que escoger en santificación es algo que Dios hace. Dios nos escogió en la eternidad, pero lo mencionado en 1 Pedro 1:2 aún está en vías de llevarse a cabo. Fuimos escogidos en la eternidad, en santificación del Espíritu en la esfera del tiempo, y esta santificación produce nuestro arrepentimiento y nuestra fe, que constituyen nuestra obediencia. Desde la eternidad El podía redimirnos, pero nosotros no estábamos listos. Luego recibimos la santificación de Su Espíritu, lo cual produjo nuestro arrepentimiento y nuestra fe en el Hijo de Dios, Jesucristo. Ahora sí estamos listos para recibir la salvación de Dios. El primer paso de Su salvación consiste en rociarnos con la sangre de la segunda persona de la Trinidad. De este modo somos reconciliados con Dios y también lavados, perdonados y justificados. Por tanto, podemos ver que antes de nuestro arrepentimiento y de nuestra fe ya existía la santificación mediante el Espíritu. En 1 Pedro 1:2 se muestra que el ser rociados con la sangre sigue a la santificación del Espíritu.

  Espero que esta breve comunión nos muestre la manera de estudiar la Palabra. Hasta una pequeña preposición usada en la Biblia amerita nuestro estudio. En 1 Pedro 1:2 no se nos dice que Dios nos escogió mediante sino en la santificación del Espíritu. La elección de Dios no podía ser efectuada sin la santificación del Espíritu. La santificación del Espíritu lleva a cabo la elección de Dios.

A. Los busca cuidadosamente, iluminándolos hasta encontrarlos

  Ahora debemos considerar qué hizo el Espíritu cuando nos santificó. La santificación que el Espíritu efectuó antes de nuestro arrepentimiento es narrada en la Biblia de una manera muy detallada. Sin embargo, la Biblia es como un rompecabezas. No proporciona todos los detalles de un cuadro en el mismo lugar, sino que las piezas están esparcidas por todas partes. Debemos aprender a reunir todas las piezas a fin de ver un cuadro completo.

  Lucas 15:8-9 dice: “¿O qué mujer que tiene diez monedas de plata, si pierde una moneda, no enciende la lámpara, y barre la casa, y busca cuidadosamente hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas, diciendo: Gozaos conmigo, porque he encontrado la moneda de plata que había perdido”. Esta porción de la Palabra nos da un cuadro de la obra santificadora del Espíritu. Debemos notar las palabras buscar y encontrar. La mujer, que representa al Espíritu, busca cuidadosamente la moneda de plata hasta encontrarla.

  En Lucas 15 el Señor narró tres parábolas: la parábola del buen pastor que halla la oveja perdida; la parábola de una mujer diligente que busca un tesoro que se le había perdido; y la parábola del Padre amoroso que espera el regreso de su hijo pródigo. Cuando analizamos el significado de este capítulo, podemos comprender que seguramente se refiere al Dios Triuno. El Padre aguarda amorosamente para recibir a los pecadores, pero, ¿cómo pueden ellos volver? Primero, el Hijo es el buen Pastor que cuida de los pecadores perdidos, y luego el Espíritu lleva a cabo Su obra.

  Dios nos escogió a nosotros, los pecadores, aún antes de que fuéramos salvos. La moneda de plata, antes de perderse, era el tesoro de la mujer. La mujer representa al Espíritu. El Espíritu que ahora obra sobre nosotros y en nosotros no es como un tigre ni como un hombre. El Espíritu obra como una hermana, como una mujer. Las hermanas son más delicadas y más agradables que los hermanos. Son así por nacimiento. Gracias al Señor que el Espíritu es la Mujer, el Señor es el Pastor y Dios es el Padre. El Padre junto con el Pastor y la Mujer obran juntos en amor para salvar a los pecadores caídos. Esto se ve con detalle en la revelación divina.

  El Espíritu vino como mujer a los pecadores perdidos, quienes son los escogidos de Dios. Ellos estaban en la mano de Dios y eran Su tesoro, Sus monedas. Antes de perdernos, éramos como tesoros en las manos del Señor. Un día nos perdimos, pero en la eternidad Dios había predestinado que volveríamos a El. Habernos elegidos para ser santificados es la primera bendición que Dios nos dio en la eternidad pasada. Efesios 1:4 dice: “Nos escogió en El antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos...” El nos escogió para que fuésemos santos, o sea, para santificación. Comenzamos a ser santificados cuando el Espíritu como la mujer vino a buscarnos para hacernos volver a la santidad de Dios.

  En el tiempo el Espíritu, representado por la mujer, vino a buscarnos, no sólo a encontrarnos. La mujer buscó cuidadosamente la moneda perdida. Me gusta la palabra cuidadosamente. ¿Quién hace este trabajo? El Espíritu santificante de Dios. El Espíritu es todopoderoso, totalmente capaz y omnipotente, pero Ella (uso aquí el pronombre femenino) tiene que buscar cuidadosamente. Esto se debe a que antes de ser salvos éramos muy complicados. Al Espíritu le fue difícil encontrarnos. Así que la mujer, el Espíritu, encendió la lámpara para buscarnos cuidadosamente. La lámpara representa la palabra de Dios (Sal. 119:105, 130). Un día determinado, al escuchar el evangelio, algunas palabras de la Biblia comienzan a resplandecer en nosotros. Desde joven conozco Juan 3:16, pero por muchos años no me sirvió de nada conocer eso. Sin embargo, un día el Espíritu buscador hizo resplandecer en mí este versículo. La palabra de Dios es una lámpara que el Espíritu usa para iluminar y exponer la posición y condición caídas del pecador para que éste se arrepienta.

  El Espíritu, representado por la mujer, encendió una lámpara y luego barrió la casa. Barrer la casa equivale a buscar y limpiar las partes internas del pecador. El Espíritu que nos buscó encendió la palabra y barrió nuestro ser interior hasta que nos encontró. Encontrar equivale a obtener. Por tanto, el Espíritu es una mujer que nos busca encendiendo la palabra y barriendo nuestro ser interior hasta obtenernos. La palabra comenzó a resplandecer dentro de nosotros mientras el Espíritu barría para quitar toda la basura de nuestro interior. La mujer hizo esto hasta obtenernos. En esto consiste la santificación del Espíritu. Cuando estábamos en el mundo, rodeados de pecadores, el Espíritu vino a visitarnos, a buscarnos cuidadosamente encendiendo la divina palabra de vida. Al mismo tiempo, barrió dentro de nosotros para quitar toda la basura de nuestro interior. Entonces comenzamos a arrepentirnos.

B. Los convence

  Otra porción de la Palabra que muestra la santificación del Espíritu es Juan 16:8-11. Esos versículos dicen: “Y cuando El venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no creen en Mí; de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado”. Lucas 15:8-9 y Juan 16:8-11 tratan del Espíritu que santifica. Esta santificación del Espíritu incluye el hecho de que El nos busca y el hecho de que El nos convence. La mujer nos buscaba para convencernos. El Espíritu vino a nosotros a fin de santificarnos para Dios, de separarnos para Dios, y con este fin primero nos buscó cuidadosamente y luego nos convenció firmemente. El Espíritu nos convence en cuanto al pecado, a la justicia y al juicio. Estos tres asuntos son temas importantes en el Nuevo Testamento.

1. En cuanto al pecado en Adán

  Primero, el Espíritu convence al mundo en cuanto al pecado en Adán, debido a que no creen en Cristo (Jn. 16:9). Romanos 5:12 dice que el pecado entró en el mundo, es decir, en la gente, por medio de Adán. Adán fue la gran puerta por la cual el pecado entró en todos sus descendientes. Tenemos que arrepentirnos del pecado en Adán y creer en Cristo. El pecado que entró en nosotros desde Adán nos impide creer en Cristo. Nacer de Adán y no creer en Cristo nos constituye pecadores. Somos compañeros del pecado. Pertenecemos al pecado. El pecado es nuestro reino, nuestra esfera, nuestro campo. Estábamos en pecado, en Adán, cuando no creíamos en Cristo. El Espíritu nos convenció de que estábamos en Adán y de que no creíamos en Cristo. Esto representa el primer aspecto de Su convencimiento.

2. En cuanto a la justicia en Cristo, en Su resurrección

  Luego el Espíritu nos convence en cuanto a la justicia en Cristo, en Su resurrección (Jn. 16:10). El pecado está en Adán. La justicia está en Cristo. Sin Cristo no hay justicia. En toda la tierra, en todo el universo, la justicia está en Cristo, y El es la justicia de Dios dada a nosotros para que sea nuestra justicia (1 Co. 1:30). Esto se efectúa totalmente en Su resurrección. Romanos 4:25 dice que Cristo fue resucitado a fin de que nosotros fuésemos justificados. Si Cristo hubiese muerto en la cruz y después hubiese permanecido en la tumba, no habría habido justicia y jamás habríamos sido justificados. La justificación, es decir, el hacer de Cristo nuestra justicia, se obtiene por medio de Su resurrección.

  Es necesario recordar que en Lucas 15 tenemos una parábola del Señor y que en Juan 16 tenemos una enseñanza del Señor. Tanto la parábola como la enseñanza procedieron de la boca del Señor Jesús, quien es la sabiduría. Sólo Cristo pudo habernos dado la parábola de Lucas 15 y sólo El pudo habernos dado la enseñanza de Juan 16. La parábola de Lucas 15 tiene los detalles mientras que la enseñanza de Juan 16 tiene los puntos cruciales: el pecado, la justicia y el juicio. Como hemos visto, el pecado está en Adán y nos impide creer. No creer en Cristo es el verdadero pecado ante Dios. Luego, la justicia está en Cristo. El murió por nuestros pecados y fue sepultado. Después resucitó para ser nuestra justicia, a fin de que Dios nos justificase tomándolo a El como nuestra justicia.

3. En cuanto al juicio con respecto a Satanás, para perdición eterna

  Además, el Espíritu convence al mundo tocante al juicio relacionado con Satanás para perdición eterna (Jn. 16:11). Entre Dios y el hombre se encuentran tres asuntos cruciales: el pecado, la justicia y el juicio. Como hemos visto, el pecado provino de Adán y la justicia procede de Cristo. Sin duda alguna, el juicio es para el maligno, Satanás (Mt. 25:41). En todo el universo, Adán, Cristo y Satanás son los protagonistas principales. Nosotros nacimos en Adán, en pecado. Si creemos en Cristo, le recibimos como nuestra justicia. Si no le recibimos, tendremos parte en el juicio que Satanás sufrirá en el lago de fuego. Mientras el Espíritu nos busca, también nos convence en cuanto a este pecado, a esta justicia y a este juicio.

  Debemos aprender estas cosas debido a que salimos a visitar a otros. Podemos leer Lucas 15:8 a los que están bajo nuestro cuidado para mostrarles que el Espíritu los busca. Luego podemos leer Juan 16:8-11 para mostrarles que el Espíritu es el que convence. Creo que a todos nuestros conocidos les gustará oír esto. Por tanto, si queremos ver buenos resultados al visitar a otros, tenemos que estudiar la Biblia. Si les presentamos algunos versículos de la Biblia con la definición adecuada, los ganaremos. Debemos aprender a predicar estas cosas a fin de que el Espíritu buscador ilumine nuestras palabras y las haga resplandecer. Entonces otros serán convencidos y se arrepentirán.

C. Los conduce a:

1. Arrepentirse ante Dios

  En Lucas 15 podemos ver la búsqueda efectuada por el Espíritu y la manera en que El nos reanima y guía hacia Dios el Padre. La tercera parábola de Lucas 15 narra cómo un padre recibe a su hijo. Los versículos 18 al 21 relatan lo ocurrido cuando el hijo pródigo decidió regresar. “Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y ante ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros. Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a compasión, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó afectuosamente. Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y ante ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo”.

  El hijo pródigo de súbito dijo que se levantaría e iría a su padre. Como hijos, nos levantamos y venimos a nuestro Padre porque el Espíritu que busca y convence nos reanimó. El hecho de que el hijo dijera: “Padre, he pecado” significa que se arrepintió y se confesó. Al decir que sería como uno de los jornaleros de su padre, dio a entender que deseaba trabajar para obtener el favor de su padre. Después de arrepentirse, un pecador caído piensa en trabajar para Dios o en servir a Dios a fin de obtener Su favor, sin saber que su pensamiento es contrario al amor y a la gracia de Dios y constituye un insulto a Su corazón e intención.

2. Recibir a Cristo como su suministro de vida

  La respuesta del padre a su hijo puede verse en los versículos 22-24. “Pero el padre dijo a sus esclavos: Sacad pronto el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y sandalias en sus pies. Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y regocijémonos; porque este mi hijo estaba muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse”. El hijo a su regreso era un pródigo pobre y miserable, pero el padre le dio tres cosas: un vestido, un anillo y calzado. El padre vistió a su hijo con el mejor vestido. Este vestido representa a Cristo como nuestra justicia para que seamos justificados (Jer. 23:6; 1 Co. 1:30; cfr. Is. 61:10; Zac. 3:4). El anillo tipifica al Espíritu que sella, o sea, es el sello que Dios imprime en el creyente después de que éste es aceptado (Ef. 1:13). Alguien que lleva puesto un anillo de oro debe de ser muy rico. El anillo puesto en el dedo del hijo fue señal de que el hijo se había enriquecido. El calzado tipifica el poder de la salvación de Dios, un poder que puede separar del polvo de la tierra a los creyentes.

  Ahora ya no era un hijo pródigo, sino un hombre rico. Ya estaba capacitado para entrar en la casa del padre, pero necesitaba comer algo. Había comido de las algarrobas que comían los puercos (Lc. 15:16) y había andado una gran distancia hasta la casa de su padre sin probar alimento. Ahora había sido cubierto con un vestido, distinguido con un anillo y separado de la tierra con el calzado, pero sin duda su estómago clamaba por alimentos. Por tanto, el padre les dijo a sus jornaleros que mataran el becerro gordo para que su hijo lo disfrutara (v. 23). Esto significa que el rico Cristo (Ef. 3:8) fue muerto en la cruz para que los creyentes pudieran disfrutarlo. Después de que Dios nos justifica por medio de Cristo, nosotros recibimos a Cristo, representado por el becerro gordo, como nuestra satisfacción, como nuestro suministro.

  Por consiguiente, Cristo primero es el vestido y después es el becerro gordo. En resurrección, El ha llegado a ser nuestro alimento, nuestro suministro de vida. Este es el resultado de la búsqueda y el convencimiento efectuados por el Espíritu. La búsqueda y el convencimiento que el Espíritu efectúa dan como resultado nuestra obediencia, al arrepentirnos y tener fe. Al final, recibimos a Cristo exteriormente como nuestra justicia e interiormente como nuestra vida y suministración de vida. En esto consiste la santificación del Espíritu, el primer paso de la salvación de Dios.

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