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Mensajes del libro «Espíritu divino con el espíritu humano en la Epístolas, El»
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CAPÍTULO DIEZ

EL ESPÍRITU QUE JUSTIFICA, HABLA Y NOS GUARDA EN 1 Y 2 TIMOTEO, EL ESPÍRITU QUE RENUEVA EN TITO Y EL ESPÍRITU DE GRACIA EN FILEMÓN

  Lectura bíblica: 4:1, 1 Ti. 4:7-8; 3:16; 2 Ti. 1:7, 14; 4:22; Tit. 3:5-7; Flm. 10, 16, 25

  Muchos consideran que las dos epístolas escritas a Timoteo y la que fue dirigida a Tito son epístolas “pastorales”, es decir, libros escritos con la intención de enseñarles a ciertas personas cómo “ejercer el oficio de pastor” en una iglesia. Estos libros sí nos dicen algo acerca de cómo tomar cuidado de una iglesia, pero si pasamos tiempo para entrar en sus profundidades, veremos que éste no es el pensamiento básico contenido en ellos. El pensamiento básico de estos tres libros consiste en que debemos ejercitarnos para la piedad. En 1 Timoteo 4:7 y 8 se nos dice: “Desecha los mitos profanos y de viejas. Ejercítate para la piedad; porque el ejercicio corporal para poco es provechoso, pero la piedad para todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente, y de la venidera”. El término piedad es una palabra clave en estos libros (2:2; 3:16; 6:3, 5-6, 11; 2 Ti. 3:5; Tit. 1:1). La palabra ejercitarse en el griego corresponde a la palabra gimnasia en español. Así como las personas hacen ejercicio en la gimnasia por el bien de su cuerpo, nosotros necesitamos ejercitarnos para la piedad. Por tanto, el Espíritu en 1 y 2 Timoteo y Tito es el Espíritu por el cual nos ejercitamos para la piedad.

EN 1 TIMOTEO LA JUSTIFICACIÓN DEL ESPÍRITU ESTÁ RELACIONADA CON LA PIEDAD, QUE ES LA MANIFESTACIÓN DE DIOS EN LA CARNE

  En 1 Timoteo 3:16 se nos dice: “Indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Él fue manifestado en la carne, / justificado en el Espíritu, / visto de los ángeles, / predicado entre las naciones, / creído en el mundo, / llevado arriba en gloria”. En las epístolas escritas a Timoteo y Tito, el Espíritu se menciona por primera vez en este versículo, un versículo que se relaciona con la piedad. La piedad es Dios manifestado en la carne, es decir, Dios expresado en seres humanos. El hecho de que el hombre Jesús era Dios manifestado en la carne fue justificado, probado y vindicado únicamente en el Espíritu. El Espíritu constantemente vindicó el hecho de que Jesús no era un hombre ordinario, sino uno en quien Dios era manifestado (Mt. 3:16-17; 12:28; Ro. 1:3-4). Conforme al mismo principio, cada vez que hacemos cosas de una manera que no expresa a Dios, el Espíritu condena, pero cuando nos ejercitamos para la piedad a fin de andar y vivir de una manera que expresa a Dios, el Espíritu justifica, vindica, el hecho de que tenemos piedad. Esta vindicación no sólo ocurre dentro de nosotros mismos, sino también en los corazones de aquellos que observan nuestro andar santo y nuestra vida de piedad.

  No es necesario proclamar que nosotros manifestamos a Dios en la carne, ni intentar probar que nuestra vida y andar son piadosos. El Espíritu justifica, vindica y comprueba esto por nosotros. Podríamos hacer cosas que son muy buenas, pero que no son Dios mismo. Podríamos amar a las personas o mostrar paciencia, pero quizás nuestro amor y nuestra paciencia no sean Dios; podrían sencillamente ser buenos. Por otra parte, es posible que tengamos un amor que no es meramente bueno, sino que es Dios mismo. Igualmente, es posible que nuestra paciencia le dé a la gente la impresión de que no somos meramente buenos, sino que estamos expresando a Dios en nuestro vivir. No podemos explicar cómo sabemos esto, pero dentro de nosotros hay algo que vindica, justifica o prueba. El sentir y la comprensión internos que tenemos mediante el Espíritu que vindica nos dice si el amor de alguien es bueno o si es Dios mismo. A veces, cuando un hermano nos ama, tenemos el sentir profundo de que ese amor no es meramente algo bueno. Más bien, el amor de este hermano es la expresión, la manifestación, de Dios. El hermano es un ser humano en la carne, pero su amor es la expresión de Dios; es un amor en piedad, en Dios manifestado en la carne.

  Lo mismo ocurre con la humildad. La sumisión que una hermana muestra a su marido podría parecer buena, pero en realidad es posible que la misma tenga una mala actitud. En tal caso el Espíritu indica que esta sumisión es de ella misma, y no es la expresión de Dios. No podemos explicar con meras palabras cómo percibimos que algo bueno realmente es deficiente y proviene de nosotros mismos. Podemos comparar esto con nuestro sentido del gusto, mediante el cual sabemos qué es dulce y qué es salado. El Espíritu que mora en nosotros es el Espíritu que vindica, quien siempre vindica el hecho de que vivimos o no en piedad. Por este Espíritu podemos comprender si nuestro amor, humildad, sumisión, paciencia y piedad son Dios mismo o no. Éste es el significado de la frase justificado en el Espíritu. El Espíritu constantemente vindica lo que es de Dios y lo que meramente proviene de nosotros mismos.

  Podríamos acercarnos a un hermano para decirle algo bueno, pero en lo profundo de nosotros tendremos el sentir de que nuestras palabras sencillamente provienen de nuestro yo; ellas no son la expresión de Cristo ni la manifestación de Dios. En este caso no tenemos piedad, sino meramente una clase de moralidad humana que sigue siendo pecaminosa. El Espíritu que vindica prueba si nos estamos ejercitando para la piedad o no. Si lo estamos haciendo, el Espíritu que vindica confirmará que estamos bien; de otro modo, el Espíritu lo condenará y protestará debido a que estamos actuando, viviendo y haciendo cosas para expresarnos a nosotros mismos.

  Cuando amamos a otros o nos sometemos a ellos, es posible que amemos o nos sometamos sólo con miras a nuestra propia gloria. Nadie nos puede decir esto; sólo el Espíritu puede dejarnos saber. El hermano Watchman Nee una vez me dijo: “Las personas pueden engañarnos, pero nunca pueden engañar al Espíritu”. Si no somos personas que están en el Espíritu, es posible que otros nos defrauden, pero si tenemos al Espíritu y estamos en el Espíritu, no podremos ser defraudados. Cuanto más alguien nos ame, más podríamos percatarnos de que ese amor no es piedad, no es la manifestación y expresión de Dios. Más bien, podríamos percibir un motivo erróneo en esa clase de amor. El Espíritu que busca vindica el hecho de que somos o no personas que viven en el Espíritu. Respecto al asunto de la piedad, Él vindica lo que está en nosotros y Él vindica lo que está en los demás.

EL ESPÍRITU QUE HABLA Y ADVIERTE

  En 1 Timoteo 4:1-2 se nos dice: “El Espíritu dice claramente que en los tiempos venideros algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a enseñanzas de demonios; por la hipocresía de mentirosos que, teniendo cauterizada la conciencia como con un hierro candente”. Aquí Pablo no dice: “El Espíritu Santo”; él sencillamente dice: “El Espíritu”. Muchas veces en el Nuevo Testamento esta expresión no sólo denota al Espíritu mismo, sino al Espíritu mezclado con nuestro espíritu humano. El Espíritu en el versículo 1 es el Espíritu que habla, el Espíritu que se mezcla con nuestro espíritu y siempre habla.

  Aquí el hablar del Espíritu es una advertencia explícita y clara respecto a aquellos que apostatan de la fe. Que la conciencia de alguien sea cauterizada como con un hierro candente significa que ellos han abandonado el sentir en su conciencia, es decir, que su conciencia ha perdido su función. De este modo, el Espíritu que habla nos advierte en contra de la impiedad. Apostatar de la fe, escuchar a espíritus engañadores y a enseñanzas de demonios y decir mentiras en hipocresía son, todos ellos, impiedad. El Espíritu que vindica habla para advertirnos que no prestemos atención a ninguna otra cosa aparte de la piedad. Por tanto, el Espíritu que vindica en este versículo es el Espíritu que habla y nos advierte. El Espíritu con miras a que nos ejercitemos para la piedad no sólo es el Espíritu que vindica, sino también el Espíritu que advierte. Además, Su hablar no es algo que está fuera de nosotros; es un hablar interno, el hablar del Espíritu que está mezclado con nuestro espíritu. El Espíritu en nuestro espíritu nos advierte a que estemos alertas, pues en los postreros días habrá muchas cosas contrarias a la piedad.

EL ESPÍRITU QUE GUARDA CON MIRAS AL BUEN DEPÓSITO EN 2 TIMOTEO

  En 2 Timoteo 1:14 se nos dice: “Guarda el buen depósito por el Espíritu Santo que mora en nosotros”. Dios ha depositado un tesoro precioso en nosotros, así como nosotros depositamos algo valioso en un banco. Según las dos epístolas escritas a Timoteo, este buen depósito es el Dios Triuno con todo lo que Él tiene. En Cristo y por medio del Espíritu, Dios se ha depositado a Sí mismo en nosotros como un tesoro. En 2 Corintios 4:7 se nos dice que este tesoro está en vasos de barro. El depósito es un tesoro, pero el “banco” es insignificante y frágil. Por tanto, necesitamos guardar el depósito por el Espíritu Santo. Por nosotros mismos no somos adecuados para guardar este buen depósito, pero el Espíritu es capaz. El Espíritu Santo, el Santo que mora en nosotros, es el Espíritu que guarda. Este guardar tiene por finalidad que nos ejercitemos para la piedad. El Espíritu, el Santo, ha introducido a Dios como buen depósito en nosotros. Ahora Él, y no nosotros, es el medio por el cual guardamos este depósito.

  Según las epístolas escritas a Timoteo, el buen depósito no sólo es el Dios Triuno, sino también la enseñanza relacionada con el Dios Triuno. Todas las enseñanzas apropiadas y sanas están incluidas en este buen depósito (1 Ti. 1:10; 2 Ti. 4:3). Si guardamos el depósito del Dios Triuno y la sana enseñanza, sabremos cómo ministrar a otros de manera que ellos también puedan aprehender al Dios Triuno como su buen depósito (1 Ti. 4:6).

LLEVAR A CABO LA ECONOMÍA DE DIOS POR EL ESPÍRITU SANTO CON NUESTRO ESPÍRITU HUMANO

Nuestro espíritu humano es un espíritu de poder, de amor y de cordura

  Los tres aspectos del Espíritu mencionados anteriormente —los de justificar, hablar y guardar— tienen por finalidad que nos ejercitemos para la piedad. El Espíritu Santo vindica la piedad. Él también advierte en contra de la impiedad y guarda todas las cosas relacionadas con la piedad. Por tanto, es por Él que nos ejercitamos para la piedad. Además, para llevar a cabo este ejercicio no sólo necesitamos al Espíritu Santo que vindica, habla y guarda, sino también nuestro espíritu humano que ha sido regenerado. En 2 Timoteo 1:7 se nos dice: “No nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de cordura”. Éste es nuestro espíritu humano con las tres partes de nuestra alma bajo su control. Nuestro espíritu, que está en el centro de nuestro ser, está rodeado por el alma con sus tres partes: la mente, la parte emotiva y la voluntad. A fin de que el espíritu sea liberado, estas tres partes deben ser subyugadas por el espíritu. Entonces el espíritu llegará a ser un espíritu de poder con la voluntad bajo su control, un espíritu de amor con la parte emotiva bajo su control y un espíritu de cordura con la mente bajo su control. Esto es un espíritu normal y fuerte. No es solamente por el Espíritu Santo, sino también por tal espíritu humano regenerado y renovado que nos ejercitamos para la piedad a fin de manifestar a Dios y expresar a Cristo.

El Señor está con nuestro espíritu

  El versículo 22 del capítulo 4 dice: “El Señor esté con tu espíritu. La gracia sea con vosotros”. Somos capaces y competentes para ejercitarnos para la piedad debido a que Dios nos ha dado un espíritu maravilloso, fuerte y normal: un espíritu de poder, de amor y de cordura que contiene a Cristo. Tal espíritu está mezclado con el Espíritu Santo, quien constantemente vindica, nos advierte y nos guarda. Puesto que tenemos estas provisiones divinas, ricas, poderosas y adecuadas, ejercitarnos para la piedad no sólo nos es posible, sino también fácil. No hay excusa alguna que justifique el que no nos ejercitemos para la piedad. Por estos dos espíritus, el Espíritu Santo junto con nuestro espíritu, podemos cumplir la economía de Dios (1 Ti. 1:4).

El ESPÍRITU QUE NOS RENUEVA TIENE COMO FIN QUE NOS EJERCITEMOS PARA LA PIEDAD SEGÚN SE VE EN TITO

  Tito 3:5-7 dice: “Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino conforme a Su misericordia, mediante el lavamiento de la regeneración y la renovación del Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por medio de Jesucristo nuestro Salvador, para que justificados por Su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna”. Dios nos ha dado el Espíritu, el Santo, y ha derramado este Espíritu sobre nosotros para que seamos herederos de la vida eterna conforme a nuestra esperanza, es decir, para que podamos disfrutar la vida eterna como nuestra herencia. Hoy día nosotros disfrutamos esta vida a manera de anticipo, y en el futuro experimentaremos el disfrute pleno de esta vida.

  El Espíritu Santo continuamente lleva a cabo una obra para renovarnos. Según el pensamiento hallado en 1 y 2 Timoteo y Tito, esta obra de renovación que el Espíritu Santo efectúa tiene mucho que ver con el ejercicio para la piedad. A fin de ejercitarnos para la piedad, necesitamos aprehender la obra de renovación que efectúa el Espíritu que mora en nosotros. El Espíritu que mora en nosotros siempre obra para renovarnos, y bajo esta renovación somos capacitados para ejercitarnos para la piedad.

  Tito 3 no sólo habla de la renovación del Espíritu Santo, sino también del lavamiento de la regeneración. La palabra traducida “lavamiento” en el griego es la misma palabra traducida “lavacro”, el cual era el recipiente hallado en el templo que contenía el agua con que lavarse. Aquí la palabra regeneración no tiene el mismo significado que el nuevo nacimiento visto en Juan 3:3. Aquí este término se refiere a un cambio de un estado a otro. Es un tipo de reacondicionamiento, es hacer algo de nuevo o remodelar algo en virtud de la vida. A fin de reconstruir una máquina de escribir o remodelar una casa no se requiere la vida, pero el cambio de condición producido por la regeneración sí requiere la vida. En Juan 3 la vida entra en nosotros cuando nacemos de nuevo, pero en Tito 3 esta nueva vida nos reacondiciona, nos hace de nuevo y nos reconstruye de manera que entremos en una nueva condición. Todos necesitamos ser reacondicionados, reconstruidos y hechos de nuevo por esta nueva vida. Esta renovación y este reacondicionamiento propios del Espíritu Santo tienen por finalidad que nos ejercitemos para la piedad. Cuanto más somos renovados, reacondicionados y remodelados, más expresamos a Cristo y manifestamos a Dios, es decir, más piedad tenemos.

  Podemos ver, por todo lo que hemos hablado anteriormente, que las epístolas escritas a Timoteo y Tito no tienen por finalidad que nosotros ejerzamos el oficio de “pastor” en una iglesia. Más bien, su meta es que nosotros nos ejercitemos para la piedad. La comisión y el buen depósito que Dios nos ha dado no tienen por finalidad que podamos ejercer el oficio de “pastor”, sino que ejercitemos un espíritu fuerte, en el cual mora Cristo, al confiar en el Espíritu que justifica, advierte, guarda, renueva y reacondiciona. En virtud de este Espíritu con nuestro espíritu regenerado podemos ejercitarnos para la piedad, impartiendo y ministrando vida a otros. En 1 Timoteo 4:6 se nos dice: “Si expones estas cosas a los hermanos, serás buen ministro de Cristo Jesús, nutrido con las palabras de la fe y de la buena enseñanza que has seguido fielmente”. “Estas cosas” se refieren a las cosas relacionadas con la piedad. Un buen ministro de Jesucristo no es enseñado con teología a fin de ser un pastor de una iglesia. Más bien, él es nutrido con las palabras de la fe y la buena enseñanza. Necesitamos abandonar el pensamiento de “ejercer el oficio de pastor” y llenarnos del pensamiento de ser buenos ministros de Cristo, nutridos en la palabra. Si somos nutridos de esta manera, seremos capaces de ejercitarnos para la piedad.

EL ESPÍRITU DE GRACIA PARA LA VIDA DE IGLESIA EN FILEMÓN

  En el libro de Filemón, Onésimo era un esclavo comprado que huyó de Filemón, su amo. Después de ser capturado, él fue puesto en la cárcel con el apóstol Pablo, y mientras estaba allí, fue salvo. Este esclavo llegó a ser un hijo espiritual del apóstol Pablo y un querido hermano en Cristo. Cuando Pablo se enteró de que él era el esclavo de Filemón, su colaborador, Pablo le instruyó a Onésimo que regresara a su amo en paz con esta epístola, con la esperanza que Filemón le perdonase y también le recibiese no sólo como esclavo, sino también como hermano (vs. 10, 16).

  En tiempos antiguos un amo tenía la autoridad de dar muerte a un esclavo que hubiese escapado. Sin embargo, este esclavo llegó a ser un hermano mediante el apóstol que trajo Filemón al Señor (v. 19), el mismo que escribió esta epístola para exhortarle a Filemón que aceptase a este esclavo como hermano amado. Al respecto, Filemón necesitaba mucha gracia. Por tanto, el último versículo de esta epístola dice: “La gracia del Señor Jesucristo sea con vuestro espíritu” (v. 25). Pablo parecía decir: “Filemón, no sólo te pido que le perdones, sino que le recibas nuevamente como hermano amado. Sé que hacer esto es difícil para cualquiera, pero te recomiendo esta buena palabra: la gracia del Señor Jesucristo esté con tu espíritu. No puedes hacer esto en tu carne o en tu alma, pero si te vuelves al espíritu, la gracia estará allí como suministro todo-inclusivo del Espíritu de Jesucristo. Por esta gracia serás más que capaz de hacer lo que te pido. Esta gracia es infinita, ilimitada y sin medida, y puede lograr cualquier cosa. Yo, Pablo, he aprendido la lección y el secreto de que todo lo puedo en esta gracia. Aunque te he encomendado a que hagas algo difícil, Su gracia es suficiente para ti”.

  Si en la vida de iglesia un amo puede recibir a su esclavo como hermano, entonces él puede recibir a cualquiera, sin importar su trasfondo, situación, condición o la etapa en que se encuentre en su vida. Ésta es nuestra necesidad en la vida de iglesia. En la iglesia no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro, escita, esclavo ni libre; sino que Cristo es el todo, y en todos (Col. 3:11). Decir esto es fácil, pero poner esto en práctica no lo es. Conforme a un estudio cuidadoso de la Biblia y la historia, Filemón vivía en Colosas y la iglesia allí se reunía en su hogar (Flm. 2; cfr. Col. 4:17; Flm. 10; cfr. Col. 1:2; 4:9). Esto significa que en la reunión de la iglesia Filemón podría estar sentado al lado de Onésimo. En las iglesias no existía la costumbre de que en las reuniones los amos se sentaran en un nivel y los esclavos en otro. Ambos, los amos y los esclavos, se reunían como hermanos y se sentaban uno al lado del otro. Ésta es la manera apropiada de llevar la vida de iglesia. Por tanto, la vida de iglesia requiere una gracia todo-suficiente. Si por la gracia un amo puede sentarse con un esclavo como hermano amado, entonces no hay nada que él no pueda hacer. Todo lo podemos por la gracia que está en nuestro espíritu, que es el Cristo todo-inclusivo mediante el cual llevamos una vida de iglesia apropiada. La corta Epístola a Filemón es una prueba contundente de lo que por gracia podemos disfrutar en la vida de iglesia.

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