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Mensajes del libro «Espíritu divino con el espíritu humano en la Epístolas, El»
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CAPÍTULO CUATRO

EL ESPÍRITU VIVIFICANTE ES PARA LA EDIFICACIÓN DE LA CASA DE DIOS EN 1 CORINTIOS

  Lectura bíblica: 1 Co. 1:1-2, 5-7, 9, 22-24, 30; 2:2, 9-16; 3:1-3, 7-13a, 16-17; 6:17, 19; 7:10, 12a, 25, 40; 10:1-4; 12:3-4, 7-13; 15:45

  A muchos cristianos no les es fácil recibir la luz apropiada respecto al Espíritu vivificante en 1 Corintios. Aunque el apóstol presenta al Espíritu de manera particular, actualmente lo que más impresiona a muchos cristianos es los dones sobrenaturales del Espíritu. Antes de profundizar este libro, necesitamos olvidar esta clase de impresión desequilibrada. Vengamos a este libro con un entendimiento puro. Si quitamos los “lentes con tinte” de nuestros ojos, veremos la revelación pura de la Palabra pura.

EL CRISTO TODO-INCLUSIVO ES NUESTRA PORCIÓN ÚNICA

  Consideremos ciertos pasajes importantes de este libro. Los versículos 1 y 2 del capítulo 1 dicen: “Pablo, apóstol de Cristo Jesús llamado por la voluntad de Dios, y el hermano Sóstenes, a la iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús, los santos llamados, con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro”. Deberíamos resaltar la frase de ellos y nuestro. Esto significa que Cristo es tanto la porción de ellos como la nuestra. Luego, el versículo 9 dice: “Fiel es Dios, por el cual fuisteis llamados a la comunión de Su Hijo, Jesucristo nuestro Señor”. Cristo es nuestra porción, y Dios nos ha llamado a la comunión, al disfrute, de esta porción. El versículo 30 dice: “Por Él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho de parte de Dios sabiduría: justicia y santificación y redención”. Que Cristo haya sido hecho todas estas cosas para nosotros significa que Él lo es todo para nosotros. Él es nuestra porción divina, y Él es todo en todo para nosotros.

  Los versículos del 22 al 24 dicen: “Ciertamente los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos tropezadero, y para los gentiles necedad; mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios y sabiduría de Dios”. La frase pero nosotros predicamos a Cristo en el versículo 23 indica que las señales y la sabiduría no son Cristo. Más bien, para ciertas personas éstos son sustitutos de Cristo. No queremos seguir a los judíos ni a los griegos. Los judíos requieren una señal, que es algo milagroso, y los griegos buscan sabiduría. En vez de ello, nosotros deseamos seguir a los apóstoles, quienes predicaban a Cristo crucificado.

  Los versículos del 5 al 7 dicen: “En todas las cosas fuisteis enriquecidos en Él, en toda palabra y en todo conocimiento; así como el testimonio acerca de Cristo ha sido confirmado en vosotros, de tal manera que nada os falta en ningún don, aguardando con anhelo la revelación de nuestro Señor Jesucristo”. La palabra enunciada, el conocimiento y los dones también pueden ser sustitutos de Cristo. Estas cosas son buenas, pero ellas no son Cristo mismo. A los corintios no les faltaba ningún don, pero ellos no eran hombres espirituales. Más bien, ellos eran niños y eran de la carne (3:1-3). Tenían toda palabra, conocimiento y dones, pero estaban escasos de Cristo.

  En 1 Corintios 1 Cristo se presenta como nuestra porción todo-inclusiva. Él es la sabiduría preparada por Dios para nosotros como nuestra justicia en el pasado, nuestra santificación en el presente y nuestra redención en el futuro, de modo que Él pueda ser nuestra porción y nuestro todo en todo. Además, hemos sido llamados por Dios a la comunión de este Cristo. Él es nuestro y Él es de ellos. Él es la porción divina asignada por Dios a cada creyente. Los milagros, las señales, la sabiduría, la palabra, el conocimiento y los dones quizás sencillamente sean sustitutos de Cristo. Podemos ser distraídos de Cristo por todas estas cosas que no son Cristo mismo. En este capítulo Pablo enfatiza que nada menos que el Cristo todo-inclusivo es nuestra porción, ni siquiera las cosas buenas. Pablo confirma esto en el capítulo 2, diciendo: “Me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado” (v. 2). Pablo tomó la decisión de no saber nada de señales, milagros, sabiduría, palabra, conocimiento o dones. Más bien, decidió conocer a Jesucristo y a Él crucificado.

EL ESPÍRITU QUE REVELA, ESCUDRIÑA, CONOCE, ENSEÑA Y DISCIERNE

  En el capítulo 2 Pablo nos da la manera práctica de experimentar y disfrutar a Cristo en virtud del Espíritu. Los versículos del 9 al 14 dicen: “Como está escrito: ‘Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman’. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun las profundidades de Dios. Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios. Pero nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha dado por Su gracia, lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, interpretando lo espiritual con palabras espirituales. Pero el hombre anímico no acepta las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son necedad, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente”. Las cosas que Dios nos ha dado por Su gracia son las cosas de Cristo, que incluyen Su vida, y las profundidades de Dios son Cristo en muchos aspectos como nuestro disfrute. La frase interpretando lo espiritual con palabras espirituales del versículo 13 significa que se explican las cosas espirituales utilizando medios espirituales. El Espíritu explica las cosas espirituales, las cosas profundas de Dios respecto a Cristo, mediante palabras espirituales.

  En estos versículos se utilizan cinco verbos para describir cómo el Espíritu obra en nosotros respecto a las cosas de Cristo: reveló, escudriña, conoció, enseña y discernir. El Espíritu de Dios escudriña las cosas de Cristo, conoce las cosas de Cristo, y nos revela y enseña las cosas de Cristo; por nuestra parte, nosotros discernimos estas cosas por el Espíritu.

  El versículo 15 continúa, diciendo: “En cambio el hombre espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado por nadie”. Necesitamos ser espirituales y no anímicos. Si somos anímicos no podemos entender ni recibir las cosas de Cristo. Ser anímicos significa vivir y andar en el alma. Ser espirituales significa vivir y andar en el espíritu. Podemos experimentar a Cristo por el espíritu, y no por el alma. Las cosas profundas de Dios son Cristo mismo, y las cosas que Dios nos ha dado por Su gracia también son Cristo mismo. Necesitamos experimentar a este Cristo en nuestro espíritu mediante el Espíritu Santo, pues es el Espíritu quien escudriña las cosas de Cristo, conoce las cosas de Cristo, y revela, enseña y discierne las cosas de Cristo.

  Puesto que este Espíritu ahora está en nuestro espíritu, nosotros debemos estar en nuestro espíritu. Si somos anímicos y estamos en el alma, somos necios; no podemos conocer ni recibir las cosas de Cristo. Necesitamos vivir y andar en el espíritu y no en el alma. Si vivimos y andamos en el alma, llegamos a ser hombres anímicos y naturales, hombres que no pueden recibir las cosas de Cristo. En el espíritu podemos contactar al Espíritu de Dios quien nos revela y enseña todas las cosas de Cristo.

  El capítulo 2 concluye con el versículo 16, que dice: “¿Quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo”. Tener la mente de Cristo significa que nuestra mente ha sido renovada y que nuestra alma ha sido transformada. Romanos 12:2 dice: “Transformaos por medio de la renovación de vuestra mente”. Como ya hemos visto, el hombre está compuesto de tres partes: el espíritu, el alma y el cuerpo. El Espíritu mora en nuestro espíritu para revelarnos y enseñarnos todas las cosas de Cristo. Por lo tanto, tenemos que andar y vivir en el espíritu, y no en el alma. Cuando andamos y vivimos en el espíritu, allanamos el camino para que Cristo nos inunde y nos llene. Desde nuestro espíritu Él se extenderá a las partes de nuestra alma, que son nuestra mente, parte emotiva y voluntad. Entonces nuestra mente será renovada. Ya no será la mente natural, sino la mente de Cristo. En esto consiste ser transformados en nuestra alma. De este modo experimentamos a Cristo como nuestra porción todo-inclusiva.

  En 1 Corintios 1 tenemos a Cristo como nuestra porción, y en el capítulo 2 tenemos al Espíritu como la manera, el medio por el cual podemos disfrutar de nuestra porción. Debido a que este Espíritu está en nuestro espíritu, necesitamos ser hombres espirituales que vivimos y andamos en nuestro espíritu. De este modo continuamente estaremos en contacto con el Espíritu, quien nos revela y enseña a Cristo. Además, a medida que andamos y vivimos en el espíritu, el Espíritu tomará posesión de todo nuestro ser, y Cristo tendrá un camino abierto para inundarnos y saturarnos. Entonces todas las partes de nuestra alma serán renovadas y transformadas, y disfrutaremos a Cristo como todo para nosotros.

EL ESPÍRITU QUE MORA EN NUESTRO INTERIOR, QUIEN ALIMENTA, TRANSFORMA Y EDIFICA

  En 1 Corintios 3:1 se nos dice: “Yo, hermanos, no pude hablaros como a hombres espirituales, sino como a carne, como a niños en Cristo”. En el capítulo 2 Pablo dice que debemos ser hombres espirituales. Si somos anímicos, no podemos disfrutar a Cristo. No obstante, en el capítulo 3, Pablo dice que no les pudo hablar a los corintios como a hombres espirituales, sino como a carne. Carne es una expresión más fuerte que carnales. En los capítulos del 1 al 4, los corintios tenían celos, contiendas y divisiones. Todas éstas son cosas carnales. Sin embargo, en los capítulos 5 y 6 algunos cometieron cosas aún más malignas. Aquellos que hicieron tales cosas eran de la carne, estaban hechos de carne y pertenecían totalmente a la carne. Pablo les habló a los corintios como a carne, pues entre ellos había uno que incluso cometió incesto con su madrastra. Esto era comportarse no sólo como alguien anímico o carnal, sino como uno que es completamente de la carne.

  El capítulo 3 continúa, diciendo: “Os di a beber leche, y no alimento sólido; porque aún no erais capaces de recibirlo. Pero ni siquiera sois capaces ahora, porque todavía sois carnales; pues habiendo entre vosotros celos y contiendas, ¿no sois carnales, y andáis según lo humano?” (vs. 2-3). Los creyentes corintios, quienes habían recibido toda palabra y conocimiento y no carecían de don alguno, estaban escasos de Cristo. Ellos eran infantiles, anímicos, carnales e incluso de la carne.

  Los versículos del 7 al 9 dicen: “Así que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento. Ahora bien, el que planta y el que riega uno son; pero cada uno recibirá su propia recompensa conforme a su propia labor. Porque nosotros somos colaboradores de Dios, y vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios”. Aquí Pablo dice que somos dos cosas. Somos labranza de Dios para producir una cosecha, y también somos el edificio de Dios. Como labranza, necesitamos crecer, y como edificio es necesario que seamos edificados. La casa de Dios no es una casa sin vida; es una casa viviente, una casa que está llena de vida. Por lo tanto, la edificación de esta casa depende del crecimiento de la vida. No sólo necesitamos ser edificados juntamente, sino también crecer juntamente.

  Los versículos del 10 al 13a dicen: “Conforme a la gracia de Dios que me ha sido dada, yo como sabio arquitecto puse el fundamento, y otro edifica encima; pero cada uno mire cómo sobreedifica. Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo. Y si sobre este fundamento alguno edifica oro, plata, piedras preciosas, madera, hierba, hojarasca, la obra de cada uno se hará manifiesta”. Luego los versículos 16 y 17 continúan diciendo: “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios es santo, y eso es lo que sois vosotros”.

  En conformidad con una lectura cuidadosa de este capítulo, el Espíritu Santo hoy es el Espíritu que mora en nosotros para darnos el crecimiento en vida, transformarnos en materiales preciosos y edificarnos juntamente. A esto le sigue el templo de Dios. Nuevamente, esta casa de Dios es una casa viviente. Es un edificio que requiere el crecimiento de la vida. Por una parte, somos la labranza de Dios, y por otra, somos el edificio de Dios. Por lo tanto, necesitamos crecer. Crecemos por el Espíritu. Entonces, al crecer somos transformados en oro, plata y piedras preciosas. Originalmente, todos nosotros sólo éramos barro; no éramos oro, plata ni piedras preciosas. Sin embargo, al crecer en vida somos transformados en estos materiales preciosos, y al ser transformados somos edificados juntamente. La obra del Espíritu que mora en nosotros consiste en darnos el crecimiento de la vida, transformarnos en materiales preciosos y edificarnos juntamente como templo de Dios.

  El Espíritu nos da el crecimiento al alimentarnos (v. 2). El Espíritu que mora en nosotros nos alimenta con Cristo, ya sea como leche o alimento sólido. Si somos muy jóvenes o infantiles, el Espíritu sabe que debe alimentarnos con Cristo como leche. Las madres saben que ellas no pueden alimentar bebés con bistec. Ellos necesitan ser alimentados con leche poco a poco. El apóstol Pablo alimentó a los creyentes corintios de este modo. El crecimiento en vida no surge meramente de la enseñanza. El crecimiento proviene de alimentarnos de algo de Cristo, ya sea como leche o como alimento sólido (He. 5:12-14). Crecemos al alimentarnos, al crecer en vida somos transformados y es por medio de esta transformación que llegamos a ser piedras preciosas que son útiles para la edificación del templo de Dios. Por consiguiente, en 1 Corintios 3, el Espíritu que mora en nuestro interior es el Espíritu que alimenta, el Espíritu que transforma y el Espíritu que edifica.

  No sólo debemos conocer a Cristo, sino también alimentarnos de Cristo. Necesitamos disfrutar a Cristo al comerle y beberle (Jn. 6:57; 7:37). Entonces creceremos en vida, y es por este crecimiento que gradualmente somos transformados en materiales preciosos para la edificación de la casa de Dios. Podemos ver esto también en las seis parábolas de Mateo 13. Las primeras cuatro parábolas tratan acerca del sembrador que sembró la semilla, la semilla que crece hasta ser trigo, el grano de mostaza que crece y la flor de harina de trigo que llega a ser pan. Todas éstas se relacionan con la labranza de Dios que produce granos a fin de que se mezclen como flor de harina para formar un pan, que representa el Cuerpo de Cristo. A esto le siguen las parábolas del tesoro escondido en el campo y la perla escondida en el agua. Tanto el tesoro como la perla son materiales preciosos útiles para el edificio de Dios. Esto indica que los materiales preciosos provienen de la transformación de aquello que crece de la tierra.

  Este crecimiento de la vida se produce al alimentarnos de Cristo como nuestra comida, nuestro nutrimento. Necesitamos alimentarnos de Cristo día a día. Entonces seremos nutridos para crecer y, por este crecimiento, espontánea y gradualmente seremos transformados en materiales preciosos para el edificio de Dios. Todo esto es la obra del Espíritu que mora en nosotros.

EL ESPÍRITU SE UNE A NUESTRO ESPÍRITU Y OCUPA NUESTRO CUERPO CON MIRAS A EDIFICAR EL TEMPLO DE DIOS

  En 1 Corintios 6:17 se nos revela algo aún más maravilloso. Es un asunto grandioso, no sólo en la Biblia, sino también en todo el universo. Este versículo dice: “El que se une al Señor, es un solo espíritu con Él”. Luego de esto, los versículos 19 y 20 dicen: “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo”. Este pasaje claramente establece que el Espíritu Santo mora no sólo en nuestro espíritu, sino también en nuestro cuerpo. Todo nuestro ser, no sólo nuestro espíritu, sino también nuestro cuerpo, llega a ser el templo de Dios.

  Esto es maravilloso, pero requiere mucho trabajo. El cuerpo de una persona que es carnal o de carne no puede ser el templo de Dios. Este cuerpo lo debe saturar el Espíritu que mora en nuestro espíritu. El Espíritu está en nuestro espíritu, y ahora Él quiere extenderse por toda nuestra alma para impregnar nuestro cuerpo. Entonces, aun nuestro cuerpo llegará a ser parte del templo divino. Éste es el significado apropiado de la frase glorificad a Dios en vuestro cuerpo. Glorificar a Dios en nuestro cuerpo equivale a manifestar a Dios mediante nuestro cuerpo. Nuestro cuerpo, y no sólo nuestra alma, debe estar bajo el control del espíritu. Cuando tanto nuestra alma como nuestro cuerpo están bajo el control de nuestro espíritu, el espíritu puede manifestar algo de Dios en nuestro cuerpo.

  Cuando el Espíritu posee incluso nuestro cuerpo, somos idóneos para ser edificados juntamente como Cuerpo de Cristo. Romanos 12:1 nos dice que debemos presentar nuestro cuerpo para el Cuerpo de Cristo. Necesitamos ofrecer nuestro cuerpo físico para el Cuerpo místico de Cristo. Si tenemos comunión con el Señor en nuestro espíritu y le amamos con nuestro corazón, pero nuestro cuerpo no está ocupado por el Espíritu con miras al propósito del Señor, no podemos aprehender la vida del Cuerpo. A fin de aprehender la vida de iglesia, nuestro espíritu debe estar lleno del Espíritu Santo, nuestra alma debe ser transformada al ser renovadas todas sus partes y nuestro cuerpo debe estar ocupado por el Espíritu. Esto significa que todo nuestro ser —espíritu, alma y cuerpo— está poseído por el Espíritu. Entonces será fácil relacionarnos con otros santos y estaremos en el Cuerpo de Cristo de manera práctica. Necesitamos ofrecer nuestro cuerpo físico por causa del Cuerpo místico de Cristo. No es suficiente tener un espíritu con el cual contactar al Señor y un corazón con el cual amar al Señor. También necesitamos ofrecer nuestro cuerpo al Señor como sacrificio vivo. Entonces tendremos la vida del Cuerpo, y cuando tengamos la vida del Cuerpo, verdaderamente glorificaremos a Dios en nuestro cuerpo.

  Tenemos comunión con el Señor, lo cual es un asunto del espíritu. Igualmente, amamos al Señor y ponemos nuestra mente en el espíritu, pero esto es un asunto relacionado con el corazón. Sin embargo, quizás nuestro cuerpo aún no sea un sacrificio vivo para el Cuerpo de Cristo. Nuestro cuerpo necesita ser liberado de muchas preocupaciones. Cuando visitamos a ciertas personas, a menudo dicen: “Gracias por su preocupación. He estado apartado de las reuniones por varios meses, pero le aseguro que mi corazón está con el Señor”. Sí, nuestro corazón está con el Señor, pero ¿qué tal de nuestro cuerpo? Si nuestro cuerpo no se presenta para la vida de iglesia práctica, entonces decir que nuestro corazón está con el Señor es decir una clase de mentira envuelta en una verdad. Si nuestro cuerpo no viene, nuestro ser tampoco viene en realidad. Decir que nuestro corazón está en América mientras nuestro cuerpo está en Taiwán sencillamente significa que todavía estamos en Taiwán. El cuerpo es la apariencia de un hombre en realidad. Si nuestro cuerpo no está presente, nuestro ser no puede estar presente.

  El espíritu está en el alma, el alma está en el cuerpo y el cuerpo se halla en el tiempo. Por lo tanto, necesitamos designar tiempo para que nuestro cuerpo venga a la vida de iglesia en un sentido práctico. Si nuestro tiempo está ocupado, todo nuestro ser está ocupado. Es por eso que necesitamos apartar parte de nuestro tiempo para que nuestro cuerpo venga a la vida de iglesia. Entonces cuando nuestro cuerpo viene, nuestra alma viene, y cuando nuestra alma viene, nuestro espíritu viene. El Espíritu Santo en nosotros hoy está obrando para transformar nuestra alma, ocupar nuestro cuerpo y apartar nuestro tiempo para el Señor. Entonces glorificaremos a Dios en nuestro cuerpo al estar en el Cuerpo de Cristo en un sentido práctico.

SER UN SOLO ESPÍRITU CON EL SEÑOR PARA HABLAR POR ÉL

  En 1 Corintios 7:10 se nos dice: “A los que están unidos en matrimonio, mando, no yo, sino el Señor: Que la mujer no se separe del marido”. Cuando Pablo mandaba, no era él sino el Señor. Ésta es la verdadera unidad con el Señor según 6:17: “El que se une al Señor, es un solo espíritu con Él”. Luego, el versículo 12a del capítulo 7 dice: “A los demás yo digo, no el Señor”. En el versículo 10 él dice: “No yo, sino el Señor” mientras que en el versículo 12 él dice: “Yo digo, no el Señor”. Es posible que seamos más “espirituales” que el apóstol Pablo. Actualmente, muchos ministros dicen de forma pretenciosa: “El Señor me ha dado la carga de hablarles”. Algunas veces necesitamos tener la osadía de decir: “Mando, no yo, sino el Señor”, pero a veces también necesitamos decir: “Yo, y no el Señor”.

  El versículo 25 continúa diciendo: “En cuanto a las vírgenes no tengo mandamiento del Señor; mas doy mi parecer, como uno a quien el Señor ha concedido misericordia para ser fiel”. Tal parece que si alguien no tiene un mandamiento de parte del Señor, no debiera hablar. No obstante, este capítulo de 1 Corintios es un cuadro de una persona en la cumbre de la espiritualidad. Por un lado, él pudo decir que cuando hablaba, era el Señor quien hablaba. Por otro lado, él reconoció que aunque su hablar no era un mandamiento de parte del Señor, de todos modos él podía dar su opinión, concepto o parecer. Ésta es la espiritualidad genuina. Aquí vemos a una persona que había sido ocupada por el Señor, que estaba poseída por el Señor, que estaba saturada e impregnada del Señor y que estaba mezclada con el Señor. Cuando él hablaba, ya fuera al hablar directamente de parte del Señor o al simplemente dar su parecer, él era uno con el Señor. Aun cuando no tuvo el sentir de que tenía el mandamiento directo del Señor, él comoquiera pudo hablar algo del Señor.

  El versículo 40 concluye diciendo: “A mi juicio, más dichosa será si se queda así; y pienso que también yo tengo el Espíritu de Dios”. Pablo dio su opinión, pero aún pensaba que tenía el Espíritu de Dios. Mientras más espirituales seamos, menos certidumbre tendremos. Cuando decimos: “Tengo la certeza de que estoy en el espíritu”, es de dudar que estemos en el espíritu. Más bien, deberíamos decir: “No sé y no estoy claro. Esto podría ser mi parecer, juicio y concepto. No estoy seguro, pero pienso que tengo el Espíritu de Dios”.

  Lo que Pablo habló en el capítulo 7 se reconoce como la palabra de Dios. El hermano Watchman Nee una vez nos señaló que éste es el punto culminante de la espiritualidad. Una persona verdaderamente espiritual debe ser así. No debemos decir: “Puesto que estoy lleno del Espíritu y estoy bajo el poder del Espíritu, lo que les digo tiene que ser del Señor”. Tal hablar no aparece en el Nuevo Testamento. Al contrario, aquí hay una persona que dice: “Yo digo, no el Señor [...] No tengo mandamiento del Señor, mas doy mi parecer [...] Pienso que también yo tengo el Espíritu de Dios”. No obstante, todo lo que habló era la palabra de Dios, pues para este tiempo el apóstol Pablo era una persona verdaderamente unida al Señor como un solo espíritu. Él estaba tan ocupado por el Señor, mezclado con el Señor y plenamente saturado del Señor, que incluso su concepto y su juicio eran algo que provenía del Señor.

  Éste es el mensaje de 1 Corintios. Sí, en los capítulos 12 y 14 vemos el asunto de hablar en lenguas. Sin embargo, la iglesia hoy necesita el capítulo 7 más que las lenguas de los capítulos 12 y 14. No necesitamos meramente la manifestación externa de los dones, sino la mezcla interna que hace que el Señor y nosotros seamos uno. Incluso cuando no tenemos el sentir o la certeza de que lo que hablamos es algo que proviene del Señor, finalmente lo que hablamos es del Señor, porque estamos saturados de Él y somos uno con Él en realidad. “El que se une al Señor, es un solo espíritu con Él” (6:17).

CRISTO ES NUESTRO ALIMENTO ESPIRITUAL, NUESTRA BEBIDA ESPIRITUAL Y NUESTRA ROCA ESPIRITUAL

  El capítulo 10 comienza diciendo: “Porque no quiero, hermanos, que ignoréis que todos nuestros padres estuvieron bajo la nube, y todos pasaron el mar; y todos para con Moisés fueron bautizados en la nube y en el mar, y todos comieron el mismo alimento espiritual, y todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo” (vs. 1-4). Este capítulo nos muestra que hoy Cristo es todo para nosotros. Él no es el alimento físico, la bebida psicológica o la roca material. Más bien, Él es nuestro alimento espiritual, nuestra bebida espiritual y nuestra roca espiritual. Por tanto, necesitamos disfrutarle, experimentarle, alimentarnos de Él, beberle y depender de Él en nuestro espíritu.

SER BAUTIZADOS EN EL ESPÍRITU Y BEBER DEL ESPÍRITU

  El versículo 3 del capítulo 12 dice: “Por tanto, os hago saber que nadie que hable en el Espíritu de Dios dice: Jesús es anatema; y nadie puede decir: ¡Jesús es Señor!, sino en el Espíritu Santo”. Antes de dar los dones espirituales, el Espíritu causa que las personas digan: “¡Jesús es Señor!”. El versículo 4 continúa diciendo: “Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo”. Luego los versículos del 7 al 10 hablan de la manifestación del Espíritu dada a cada uno para provecho. Los versículos del 11 al 12 dicen: “Todas estas cosas las realiza uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular según Su voluntad. Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también el Cristo”. En el sentido normal y apropiado, todos los dones y las manifestaciones mencionadas en estos versículos son algo proveniente de Cristo para la edificación del Cuerpo de Cristo. El versículo 12 nos dice que el Cuerpo incluso es Cristo mismo. No deberíamos separar los dones de Cristo. Ellos son algo de Cristo y tienen por finalidad el Cuerpo de Cristo.

  El versículo 13 continúa diciendo: “Porque en un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un solo Cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu”. Ser bautizados en el Espíritu y beber del Espíritu son dos asuntos distintos. Ser bautizados en el agua equivale a ser puestos en el agua, pero beber del agua significa ingerir agua en nuestro interior. Necesitamos el bautismo del Espíritu Santo exteriormente, y también necesitamos beber del Espíritu interiormente. No somos bautizados en agua cada día, pero bebemos agua cada día. Del mismo modo, necesitamos beber del Espíritu interiormente cada día.

CRISTO ES EL ESPÍRITU VIVIFICANTE

  Por último, 15:45 dice: “Fue hecho [...] el postrer Adán, Espíritu vivificante”. El postrer Adán es Cristo. Vemos que 1 Corintios, un libro que nos presenta a Cristo como nuestra porción, concluye al decir que este Cristo, quien es la porción que Dios nos ha dado, es el Espíritu vivificante.

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