
Lectura bíblica: Ef. 1:3, 13-14, 17-23; 3:3-5, 3:16-17; 2:18, 22a; 4:3-4, 23; 5:18; 6:17-18
Los dos temas principales del Nuevo Testamento —Cristo como vida y la iglesia como expresión de Cristo— pueden verse en los dos libros de Gálatas y Efesios. Gálatas nos dice que Cristo es nuestra vida y en Efesios vemos que la iglesia es el Cuerpo de Cristo. En Gálatas el Espíritu tiene como finalidad que tomemos a Cristo como nuestra vida, que vivamos por Cristo y que expresemos a Cristo en nuestro vivir. Luego, en Efesios el Espíritu tiene por finalidad que nosotros, como miembros de Cristo, aprehendamos el Cuerpo y lo experimentemos.
En este capítulo consideraremos diez puntos referentes al Espíritu en Efesios. Como introducción al libro de Efesios, 1:3 dice: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo”. Todo lo contenido desde este versículo hasta el final del libro podría considerarse como una de las bendiciones espirituales. Las bendiciones con las cuales Dios ha bendecido la iglesia, el Cuerpo de Cristo, son bendiciones espirituales. Por tanto, ellas están en el Espíritu Santo y las deben aprehender en nuestro espíritu humano. Si estas bendiciones fueran físicas, si fueran bendiciones materiales, sería necesario disfrutarlas y experimentarlas en nuestro cuerpo físico. Igualmente, si fuesen bendiciones psicológicas, podríamos aprehenderlas al ejercitar nuestra alma: nuestra mente, parte emotiva y voluntad. Sin embargo, éstas son bendiciones espirituales, las bendiciones del Espíritu Santo. Ya que la naturaleza de todas estas bendiciones es espiritual, necesitamos ejercitar nuestro espíritu para aprehenderlas, disfrutarlas y participar de ellas en nuestro espíritu.
En ciertos versículos de Efesios, es difícil para los traductores de la Biblia discernir si la palabra espíritu se refiere al Espíritu Santo o a nuestro espíritu humano. En realidad, todas las bendiciones mencionadas en este libro son bendiciones espirituales del Espíritu Santo, las cuales podemos aprehender únicamente en nuestro espíritu. Éste es el principio establecido en Juan 4:24, que dice: “Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y con veracidad es necesario que adoren”.
Efesios 1:13 dice: “En Él también vosotros, habiendo oído la palabra de la verdad, el evangelio de vuestra salvación, y en Él habiendo creído, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa”. No deberíamos preguntarnos si tenemos o no al Espíritu Santo como sello en nosotros, más bien, deberíamos preguntarnos si hemos creído en Cristo. Creer es nuestra responsabilidad, y sellar es la Suya. En el momento en que creímos en Cristo, fuimos sellados con el Espíritu Santo. Sellar algo es poner una marca sobre ello. Que nosotros hayamos sido sellados significa que tenemos al Espíritu mismo en nuestro interior como una marca divina. Dios ha puesto el Espíritu Santo en nosotros como marca divina para probar, testificar y declarar que somos Su herencia. ¿Cómo podemos saber que somos la herencia de Dios? Es porque la Biblia nos dice que Dios ha confirmado nuestro acto de creer en Él al sellarnos con Su Espíritu. También, el propio Espíritu que sella, en lo profundo de nuestro interior, confirma que hemos sido marcados y nos da la semejanza y apariencia de Dios (2 Co. 1:21-22). Esta apariencia y semejanza divina es la marca, el sello, que confirma el hecho de que le pertenecemos a Dios como Sus hijos y Su herencia.
Efesios 1:14 continúa, diciendo: “Que es las arras de nuestra herencia, hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de Su gloria”. El Espíritu Santo en nosotros es las arras, la prenda, el pago inicial, el depósito, la garantía, el anticipo, las primicias y la muestra. Un vendedor a menudo les ofrece a las personas una muestra de su producto. Del mismo modo, el Espíritu Santo en nosotros es la muestra, el anticipo, de nuestro disfrute de Dios. Esta muestra es el pago inicial, el depósito, las arras y la prenda, lo que garantiza que Dios es nuestra porción. El Espíritu Santo es el sello y las arras para facilitar un tráfico en ambas direcciones. El sello testifica que somos la herencia de Dios, y las arras prueban que Dios es nuestra porción y nuestro disfrute.
A partir de este punto, el libro de Efesios revela ocho aspectos de la obra que el Espíritu Santo efectúa en nosotros. Éstos son más bendiciones espirituales propias del Espíritu, las cuales aprehendemos en nuestro espíritu. El Espíritu primero opera como Espíritu que revela a fin de revelar las bendiciones espirituales a nosotros. Los versículos 17 y 18 dicen: “Para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el pleno conocimiento de Él, para que, alumbrados los ojos de vuestro corazón, sepáis cuál es la esperanza a que Él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de Su herencia en los santos”. El espíritu en el versículo 17 es nuestro espíritu regenerado en el cual mora el Espíritu de Dios. El versículo 18 habla de los ojos, no de nuestro cuerpo, sino de nuestro corazón. Por tanto, conocer realmente significa ver.
Los versículos del 19 al 23 continúan, diciendo: “Y cuál la supereminente grandeza de Su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de Su fuerza, que hizo operar en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a Su diestra en los lugares celestiales, por encima de todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero; y sometió todas las cosas bajo Sus pies, y lo dio por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es Su Cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo”. ¿Alguna vez hemos agradecido y alabado al Señor por el poder cuádruple mencionado en estos versículos? En cambio, es posible que hayamos agradecido al Señor por darnos un buen esposo o esposa, por nuestros hijos, por un trabajo, una casa, un carro o un grado universitario. Necesitamos orar conforme a la oración que el apóstol Pablo oró en estos versículos, diciendo: “Oh Señor, te agradezco no sólo por las cosas externas, sino por el poder para con nosotros, el cual operó al resucitarte de entre los muertos, al sentarte a la diestra en los lugares celestiales por encima de todo, al someter todas las cosas bajo Tus pies y al darte por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia”. La razón por la cual quizás no oramos de este modo es porque estamos ciegos respecto a las cosas eternas. Detrás de nuestro velo es posible que sólo podamos ver un posgrado, una esposa, un esposo, un hijo, un carro, un trabajo o una casa. Es posible que no hayamos visto lo que hay más allá del velo. El velo debe ser quitado para que los ojos de nuestro entendimiento interior sean alumbrados para ver completamente a través del velo, hacia las cosas eternas en los lugares celestiales, que incluyen la esperanza del llamamiento de Dios, las riquezas de la gloria de la herencia de Dios en Sus santos y el poder cuádruple para con nosotros. Cuando veamos estos asuntos, diremos: “Alabado sea el Señor, ¡aleluya!”.
Necesitamos tener tal visión y revelación. Ningún hombre puede quitar los velos de nuestros ojos. Más bien, debemos mirar al Señor para que este velo sea rasgado y nuestros ojos sean abiertos para ver la gloria, la esperanza y el poder mencionados en estos versículos. Ésta es la obra del Espíritu que revela. El Espíritu Santo en nosotros, quien es el sello y las arras, ahora opera para revelar, desvelar, todas estas cosas.
Efesios 3:3-4 dice: “Por revelación me fue dado a conocer el misterio, como antes lo he escrito brevemente, leyendo lo cual podéis entender cuál sea mi conocimiento en el misterio de Cristo”. En Colosenses 2:2 el misterio de Dios es Cristo, quien es la “historia” de Dios, la explicación y expresión de Dios. En Efesios el misterio de Cristo es la iglesia, pues la iglesia es la “historia” de Cristo, Su explicación y expresión. Efesios 3:5 continúa, diciendo: “Misterio que en otras generaciones no se dio a conocer a los hijos de los hombres, como ahora es revelado a Sus santos apóstoles y profetas en el espíritu”. El espíritu aquí es el espíritu humano de los apóstoles y profetas, un espíritu que ha sido regenerado y en el cual mora el Espíritu Santo de Dios. Puede considerarse como el espíritu mezclado, el espíritu humano mezclado con el Espíritu de Dios. Para ver el misterio de Cristo, que es el Cuerpo de Cristo, se requiere una revelación que se da en nuestro espíritu de parte del Espíritu Santo.
Cuando venimos al libro de Efesios, no debemos ejercitar excesivamente nuestra mentalidad para entender, analizar o discutir. Más bien, debemos aprender a recibir la palabra de este libro en nuestro espíritu. Deberíamos orar para traer todo lo que leemos a nuestro espíritu y aprehenderlo en el espíritu. De este modo, no sólo recibiremos un entendimiento de las enseñanzas, sino una revelación y una visión en nuestro espíritu. Tal visión proviene del Espíritu Santo en nuestro espíritu humano. Por ejemplo, 1:22b-23 dice: “La iglesia, la cual es Su Cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo”. No deberíamos intentar entender esto meramente con nuestra mente. Necesitamos recibir esta palabra en nuestro espíritu al orar sobre ella. Podríamos decir: “Señor, te alabo porque la iglesia es Tu Cuerpo. Este Cuerpo es Tu plenitud, y Tú eres Aquel que todo lo llena en todo”. Si oramos de este modo, recibiremos esta palabra en nuestro espíritu y la aprehendemos por nuestro espíritu. Esto hará una verdadera diferencia. Veremos que la iglesia como Cuerpo es la plenitud de Cristo. Diremos: “Señor, sacrificaré toda mi vida por causa de Tu Cuerpo”. Esto no es argumentar ni analizar, sino aprehender algo en el espíritu. Cuando el Espíritu nos da una revelación, también nos da la sabiduría para captar y entender lo que vemos en esta revelación. Necesitamos la palabra reveladora del Espíritu que mora en nosotros, quien es el sello y las arras en nuestro espíritu. Éste es el primer aspecto de la obra que efectúa el Espíritu en Efesios.
El Espíritu Santo también obra para hacer que sean uno todos aquellos a quienes Él les revela las cosas del misterio de Dios y el misterio de Cristo. El versículo 18 del capítulo 2 dice: “Por medio de Él los unos y los otros tenemos acceso en un mismo Espíritu al Padre”. Los unos y los otros se refiere a los creyentes judíos y gentiles. Anteriormente, los judíos estaban separados de los gentiles, pero ahora en un solo Espíritu los creyentes judíos son uno con los creyentes gentiles. Ellos llegan a ser uno no en doctrinas, enseñanzas o formas, sino en un solo Espíritu. Por lo tanto, el Espíritu que mora en todos los creyentes es el Espíritu de la unidad.
Si meramente estudiamos las enseñanzas de la Biblia, luego de un corto tiempo podríamos entrar en desacuerdo unos con otros y dividirnos. Sin embargo, cuanto más nos volvamos del mero estudio a orar en el Espíritu, más tendremos al Espíritu que une, Aquel que nos hace uno. Cuando nos enfocamos en las meras enseñanzas, somos divididos, pero cuando estamos en el espíritu somos uno. El Espíritu Santo en nosotros es el Espíritu que une, pero quizás no le demos la oportunidad de hacernos uno porque estamos ejercitando nuestra mente con la mera intención de conocer las enseñanzas doctrinales. Los dos pueblos, los judíos y los gentiles, fueron unidos como uno solo por el único Espíritu que mora en los creyentes. El versículo 3 del capítulo 4 habla de la unidad del Espíritu. El Espíritu es Aquel que nos hace uno. Primero, Él nos revela las cosas de Cristo, que incluyen el misterio de Cristo, la iglesia. Luego, Él nos hace uno como Su único Cuerpo.
El Espíritu también nos edifica juntamente. El versículo 22 del capítulo 2 dice: “En quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el espíritu”. El espíritu aquí es el espíritu humano de los creyentes, en el cual mora el Espíritu Santo de Dios. El Espíritu Santo, al mezclarse con nosotros, obra en nosotros para revelarnos las cosas de Dios, unirnos juntamente y edificarnos juntamente como morada de Dios en el espíritu. El versículo 4 del capítulo 4 habla de “un Cuerpo, y un Espíritu”. Esto indica que el Espíritu es el Espíritu que edifica para el Cuerpo, el Espíritu que revela, une y edifica el Cuerpo. Cuanto más prestemos atención a las enseñanzas doctrinales, los dones y el poder exterior, más seremos divididos. Sin embargo, si todos nos volvemos de estas cosas hacia el Espíritu que mora en nosotros, nos sella y edifica, gradual y espontáneamente seremos juntamente edificados.
El Espíritu en nosotros también es el Espíritu que fortalece. El versículo 16 del capítulo 3 dice: “Para que os dé, conforme a las riquezas de Su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por Su Espíritu”. Los dos espíritus —el Espíritu que mora en nosotros y nuestro espíritu humano, el cual es nuestro hombre interior— están mezclados juntamente. Sin embargo, si no le damos al Espíritu el terreno adecuado en nosotros, Él queda confinado y restringido en nuestro espíritu. Por tanto, nuestro espíritu podría estar débil. Es por esto que necesitamos que el Espíritu Santo fortalezca nuestro espíritu regenerado.
El versículo 17 continúa, diciendo: “Para que Cristo haga Su hogar en vuestros corazones por medio de la fe”. Nuestro corazón consiste principalmente en el alma, que es la parte de nuestro ser que rodea nuestro espíritu. Que Cristo haga Su hogar en nuestro corazón equivale a que Él se extienda a nuestra alma. Cuando el Espíritu Santo fortalece nuestro espíritu, Él gana más terreno en nosotros y tiene más oportunidad de extenderse desde nuestro espíritu para saturar nuestro corazón. Entonces Él puede establecerse y hacer Su hogar en nuestro corazón. El resultado, el producto, del fortalecimiento que efectúa el Espíritu en nuestro hombre interior es que somos llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios (v. 19).
El siguiente aspecto de la obra que efectúa el Espíritu Santo es que Él renueva todas las partes de nuestra alma, a saber, nuestra mente, parte emotiva y voluntad. El versículo 23 del capítulo 4 dice: “Os renovéis en el espíritu de vuestra mente”. A medida que nuestro hombre interior es fortalecido y el Espíritu obtiene la oportunidad de extenderse a todas las partes de nuestra alma, Él llega a ser el Espíritu que renueva. El espíritu de vuestra mente es un término particular. Originalmente, el Espíritu estaba solamente en nuestro espíritu; pero después de fortalecer nuestro espíritu, Él se extiende a nuestra mente, la cual es la parte principal del alma y del corazón. De este modo, nuestro espíritu mezclado llega a ser el espíritu de la mente. Originalmente, Él era el Espíritu únicamente en nuestro espíritu, pero ahora Él llega a ser el Espíritu que renueva en nuestra mente. Podemos probar esto por nuestra experiencia. Cuando le damos el terreno, la oportunidad, de extenderse a todas las partes de nuestro ser, experimentamos la renovación del Espíritu en nuestra mente, parte emotiva y voluntad.
El versículo 18 del capítulo 5 dice: “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien, sed llenos en el espíritu”. Estar embriagados equivale a estar llenos de vino en nuestro cuerpo, pero ser llenos en el espíritu significa ser llenos del Espíritu Santo en nuestro espíritu humano. No somos personas que están llenas de vino; somos personas que están llenas del Espíritu Santo en nuestro espíritu. Este vino divino, espiritual y celestial es el Espíritu, quien es Dios mismo. Necesitamos beber de Él todo el día. Somos bebedores del Espíritu que estamos llenos del Espíritu Santo en nuestro espíritu. El Espíritu Santo es el Espíritu que llena, el Espíritu que obra para fortalecer, renovar y llenarnos en nuestro interior.
Después que hemos sido fortalecidos, renovados y llenos en nuestro interior, somos equipados y hechos aptos para llevar a cabo la obra de combatir como ejército. Vemos este aspecto en el capítulo 6. El versículo 17 dice: “Recibid el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, el cual es la palabra de Dios”. El Espíritu aquí es el Espíritu que mata, la espada de Dios que da muerte al enemigo. Todos los asuntos mencionados anteriormente están en una secuencia apropiada. Efesios comienza con el Espíritu que revela, seguido por el Espíritu que une, edifica, fortalece, renueva y llena. Después de experimentar al Espíritu de todas estas maneras, somos hechos aptos para conocerlo como el Espíritu que mata.
El versículo 18 continúa, diciendo: “Con toda oración y petición orando en todo tiempo en el espíritu, y para ello velando con toda perseverancia y petición por todos los santos”. A fin de matar al enemigo, tenemos que orar. Si no oramos en el espíritu, no podemos combatir la batalla en pro de Dios. Por tanto, el Espíritu que mata es el Espíritu que ora.
Como introducción al libro de Efesios, Pablo nos dice que todas las bendiciones dadas a la iglesia son espirituales. Luego, él dice que el Espíritu del Cuerpo es el Espíritu que sella y las arras en nuestro interior. El Espíritu que mora en nosotros es el sello para testificar que somos la herencia de Dios, y Él también es el depósito, las arras, para garantizar que Dios es nuestra porción. Después de esto, Efesios nos muestra los distintos aspectos de la obra que el Espíritu que mora en nosotros efectúa en nuestro interior. Primero, Él nos revela las cosas divinas, nos une como uno solo y nos edifica juntamente como Cuerpo. Luego, Él hace la obra más fina y profunda de fortalecer nuestro espíritu para renovar nuestra alma y llenar todo nuestro ser. Él también nos equipa y nos hace aptos para la batalla. Él llega a ser el Espíritu que mata en nuestro interior a fin de que oremos en Él, y Él es el Espíritu que ora cuyo fin es combatir la batalla en pro de Dios para cumplir el propósito de Dios. Necesitamos orar en la presencia del Señor respecto a todos esos puntos. Él es el Espíritu que revela, el Espíritu que une, el Espíritu que edifica, el Espíritu que fortalece, el Espíritu que renueva, el Espíritu que llena, el Espíritu que mata y el Espíritu que ora. Ésta es la revelación del Espíritu que es del Cuerpo y para el Cuerpo.